Salomón Ancona
Son muchos los autores que se han empeñado en investigar el amor y sus complejidades, misma es la diversidad de culturas que ha otorgado distintas definiciones al concepto, logrando poner en tela de juicio los valores representados como normales y aceptados.
El psicoanálisis no ha sido la excepción, dentro del estudio se encuentran distintas concepciones y diferencias entre posturas en el intento de responder preguntas tales como el origen, la armonía, las dificultades, el sentido, entre muchas otras. Sin embargo, el quid de este ensayo no es entenderlo, es repensarlo con base en la modernidad capitalista, tecnológica e hipercomunicada que acontece todos los días en las relaciones humanas.
La revolución tecnológica y social de las últimas décadas, desde la invención de internet ha generado cambios y movilización social en las relaciones humanas, por esto es pertinente cuestionar nuevamente el concepto de amor. Es una necesidad para el psicoanálisis, el invitar a la sociología para intentar comprender los cambios que la modernidad tecnológica ha traído.
La revolución tecnológica parece reforzar los componentes del amor romántico o incluso de transferencia a través de las nuevas formas de comunicación, obteniendo nuevos escenarios de conflicto o libres de ello, al mismo tiempo que transforman y amplían los espacios de interacción.
Antes de poder hablar del amor como un fenómeno que sucede entre dos o más seres humanos, debemos de considerar la creciente tendencia de lo que podría ser la muestra de interacción social más común de nuestro siglo: el amor propio.
Este amor que aparece en la sociedad como un slogan “primero me tengo que amar a mí para amar a los demás” o “amarte a ti mismo es suficiente”. Dentro de una cultura de consumismo e inmediatez como la nuestra, de soluciones rápidas, resultados que no requieren esfuerzos, seguros contra todo riesgo, consumos deliberados de productos, entre muchos otros, parece que el amor propio o el amor individual ha tenido su auge. Ahora este se ha convertido en una exigencia, que incluso se aceleró durante la pandemia ocasionada por COVID-19, como si este fuera el elemento necesario para soportar los cambios en las dinámicas de las que estábamos acostumbrados. Dentro del espacio clínico, sabemos que generar este tipo de amor con los pacientes no es tarea fácil, incluso Erick Fromm lo menciona como parte del gran arte de amar. En sus palabras “en el amor individual no se encuentra satisfacción sin verdadera humildad, coraje, fe y disciplina, una cultura en la que esas cualidades son raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente un raro logro”. (Fromm, 2000)
Amarnos no se trata de producir o de consumir otra mercancía, requiere de esfuerzo, de humildad y de coraje y que a mi parecer no es algo que podamos en algún momento llamar como un triunfo completo, si no como un constante proceso lleno de desafíos en la que están involucrados Eros y Tánatos, pudiendo llegar al equilibrio que compete para llegado el momento no se encadene el amor con muerte. Parece así, que el sentir llegar a la meta tiene un significado amplio de supervivencia, como si este fuera a protegernos cuando vivimos la ausencia de amor, pues este nos incomoda y no nos permite continuar con el progreso exigido. El percibir la falta de este en nosotros mismos, ha pasado a un lugar en donde nos sentimos con muy poco valor o con la ausencia total de este, incompetentes a recibir o dar amor.
Actualmente nos encontramos en una época de continuo y próspero desarrollo en el que el ser humano encuentra tierra firme para ser y relacionarse con los demás, pero este mismo desarrollo traducido en la tecnología, la ciencia, la economía, la globalización, entre muchos otros, ha llevado al ser humano a alejarse de aquello con lo que lo mantenía unido; la sociedad y la manera en que generamos relaciones interpersonales.
En palabras de Foucault: “El hombre es un ser pensante, pero su manera de pensar está ligada a la sociedad, la política, la economía y la historia” (Foucault, 1973)
Bauman en su obra titulada “Modernidad líquida” menciona: “hemos pasado de una sociedad sólida, a una sociedad líquida, maleable, escurridiza y que fluye”. (Bauman, 2003)
Parece que, como seres humanos, hemos pasado a no poder decir lo que sentimos o en lo que decimos, no agregar lo que sentimos, pues la inmediatez, nos ha obligado a simplemente defender las diversas definiciones que hemos organizado para explicar algo. La humanidad se ha visto envuelta en buscar respuestas cortas a cuestionamientos que incluso pueden tener significados subjetivos, logrando así capitalizarlo, pues basta con entrar a una librería y encontrarnos con libros de nombres tales como “aprendiendo a amar” “conoce tu destino” “desarrolla tu autoestima en tan solo cinco pasos”. Esto deriva en discursos que, si bien no tienen nada de realidad, son aceptadas como válidas en la cultura actual. Incluso en la consulta privada nos encontramos con pacientes que buscan deshacerse rápidamente de eso que incluso muchas veces no saben que es, pero les resulta displacentero.
Como psicoanalistas sabemos que esto tiene consecuencias, pues el considerar el contexto social en el que vivimos es una vertiente necesaria para lograr la efectividad en el tratamiento, no hacerlo sería negar lo que Freud planeta en “el Yo y Ello” donde postula que “el yo que se encuentra en una relación de dependencia con respecto al Ello, a los imperativos del Superyó y a las exigencias de la realidad”. (Freud, 1923)
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Al cuestionarme sobre las nuevas modalidades y formas en las que le damos paso a la expresión del amor en la transferencia me pregunto ¿Qué lugar tiene el proceso psicoanalítico en un tiempo en el que la modernidad tecnológica intenta desviarlo a lo inmediato?
No queda duda que el amor está atravesado por la cultura, el significado que le damos al concepto no tiene las mismas implicaciones que hace unos años. Es decir, lo que nosotros pensamos, creemos o sabemos acerca del amor está influido por el tiempo y el espacio en el que nos encontramos. Pensemos por ejemplo en la antigua Grecia en donde el enamorarse iba unido de una infelicidad permanente y unida al sufrimiento de dos personas que se ven embaucados por un sentimiento, como en el caso de Afrodita diosa del amor o en la época de la Primera Guerra Mundial, en donde amar tenía el significado de luchar y esperar.
Ahora bien, ¿que respecta al amor en nuestra cultura?
Se conoce como la Gran Aceleración al fenómeno de grandes transformaciones socioeconómicas y biofísicas que se inició a partir de mediados del siglo XX, como consecuencia del enorme desarrollo tecnológico y económico acontecido tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Ya nos advertía Freud en 1908 en su texto “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna “los extraordinarios logros de los tiempos modernos, los descubrimientos e invenciones en todos los campos, sólo se han logrado mediante un gran trabajo intelectual y sólo éste es capaz de conservarlos. La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos que se pueden satisfacer únicamente si se apela a todas sus fuerzas”. (Freud, 1908). Ha surgido un cambio de paradigma de una sociedad de disciplina a una sociedad de rendimiento el cual ha generado un impacto al inconsciente social para maximizar la producción. “Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, este tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento interior” (Chul Han 2012)
Así, las relaciones humanas generadoras de amor también se vieron implicadas en un aceleramiento, tal como si este fuera un recurso el cual se puede adquirir fácilmente.
Lacan afirma que “amar es dar lo que no se tiene a quien no es”. (Lacan 1972). En la primera infancia hacemos una elección de objeto amoroso a través del amor edípico. A partir de eso se construyen ciertas influencias que actuarán en la futura elección de objeto de amor adulto. Así el amor entonces constituye una gran incógnita inconsciente dentro de una ecuación en la cual están relacionadas por lo menos dos individuos si es que hablamos de vínculo. El clásico “ama al prójimo como a ti mismo” como dice Freud en El malestar en la cultura, se ha convertido en uno de los principios fundamentales de la vida civilizada. Freud se pregunta ¿Qué sentido tiene un precepto enunciado de manera tan solemne si su cumplimiento no puede ser recomendado como algo razonable? Yo me pregunto ¿Por qué amar tendría que ser un mandamiento en el que no se entiende su forma, pero se nos impone con significados socialmente aceptados? ¿Probablemente es este el que no da pauta para lograr tener una civilización organizada? Ahora el amor al prójimo ha sido también uno de los ingredientes necesarios para que la globalización tenga el impacto que ha tenido en los últimos años, amamos lo que creemos que es justo, lo que nos da un sentido de pertenencia e identidad. Esto tiene un origen genético, pues a partir de los primeros años de vida estamos inmersos en tiempos y espacios que dan pauta al esfuerzo de dar sentido a la cultura a la que pertenecemos. Hay que amar para no enfermar diría Freud, quien ama tiene que renunciar a una parte de su narcisismo para poder aceptar que hay otro Yo. Un objeto idealizado que posee aquello que le falta al Yo. Sin embargo, me llama la atención la manera en que estamos intentando conseguir aquello que no tenemos.
El amor de transferencia presenta menos libertad de acción y menos direccionalidad que los dos tipos de amor descritos anteriormente, porque obedece a la represión de los impulsos y su perversa satisfacción. En lo que respecta al área clínica, mismo Freud, nos dice “El psicoanálisis es en esencia una cura a través del amor” (Freud, 1905) haciendo hincapié en la transferencia. Cuando se comienza el tratamiento psicoanalítico muchas veces el discurso deviene de otro, va de la queja respecto al síntoma a la investidura libidinal, desde este momento ya estamos hablando de transferencia. Ahora es común escuchar discursos que critican la práctica ¿dos veces por semana? ¿Tenderme sobre un diván? ¿Tanto tiempo llevas en terapia? Incluso, escuchamos pacientes que el mismo encuadre les parece abrumador, solicitando una cura rápida, fácil, y con poca frecuencia, pues el avance de la cultura no permite invertir tanto tiempo en nosotros mismos, y sanar. Tenemos ahora la facilidad de compararnos todo el tiempo con el otro, estamos a un solo clic de ver una realidad que incluso sabemos que es inexistente, pero parece que la vivimos de manera tan real que hacer diferencia parece casi imposible. Dicho esto regresemos a la pregunta ¿Qué sucede con el tratamiento psicoanalítico en donde la transferencia es fundamental pero está influida por la cultura de la inmediatez? Las facilidades de las que disponemos hoy muestran aceleraciones de un sistema que nos aprisiona. En la era del híper modernidad y de la inmediatez, agregar al psicoanálisis no es tarea sencilla. Me llama la atención que ahora, el espacio que otorga el tratamiento poniendo al amor en primer plano, es uno de los pocos espacios aún vigentes en donde se fomenta la calma, la reflexión y el conocimiento de uno mismo. En otras palabras, y siguiendo la metáfora de Bauman un tratamiento sólido.
Lejos de desaparecer o ahogarse, el psicoanálisis puede construir un espacio en donde se puede dejar de correr, donde se puede pensar, reflexionar y por supuesto dar lugar a la cura a través del amor.
“El psicoanálisis brinda un espacio en el que el sujeto puede, aunque sea por un momento, dejar de correr, poner los pies en la tierra, detenerse, aprender a pensarse y por medio de la relación con otro ser humano, en este caso, con el analista, construir su manera de estar en el mundo y de compartirlo.” (Villar, 2016).
Ahora que logramos aproximarnos a entender el amor en tiempos de inmediatez, no nos queda más que hacer profundas reflexiones personales. Estas deben de estar enfocadas en los tiempo y espacios de nuestras relaciones, en donde el amar esté presente en su más genuina forma. A pesar de las adversidades, solidificar nuestras relaciones, entenderlas, transportarlas y cuestionarlas constantemente.
Bibliografía
- Erich Fromm. (2000). El arte de amar. Estados Unidos: Paidós.
- Sigmund Freud. (1905). Fragmento de análisis de un caso de histeria. Tres ensayos de teoría sexual y otras obras . Buenos Aires: Amorrortu editores .
- Judith Elena García Manjarrés, Dennys Martínez Franco. (2018). Reflexiones sobre el amor en psicoanálisis: una lectura a la enseñanza de Freud y Lacan. 3/08/21, de Dialnet Sitio web: file:///Users/Downloads/Dialnet-Reflexiones Sobre EnAmorEn Psicoanalisis-6849779.pdf
- Sigmund Freud. (1914). Introducción al narcisismo. Volumen XIV [1992]. (pp. 65-98) Buenos Aires: Amorrortu Editores.
- Michel Foucault. (2013). La inquietud por la verdad. España: Siglo Veintiuo.
- Byung-Chul Han. (2012). La sociedad del cansancio. España: Herder.
- BAUMAN, Zygmunt, (2005), Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Fondo de Cultura Económica: Argentina.
- Sigmund Freud. (1930). “El malestar en la cultura”. En Obras Completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu. 2008. Pág. 88
- Sigmund Freud. (1923). El yo y el ello y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
- Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, Libro 20: “Aún”, Ed. Paidós, 1992