Algunas ideas sobre el re-análisis

Autor: Irvin Camacho

 

A lo largo de la formación, he escuchado en varias ocasiones frases que van sobre la línea de que un analista nunca termina de formarse. Yendo más allá del significado de estas frases, pensaba no sólo en la continuación del análisis una vez terminada la formación, sino en iniciar un nuevo análisis con otro analista. Esta idea comenzó a tomar forma en mí después de que varios trabajos presentados en estos seminarios teóricos hablaban sobre la dupla analista-paciente, lo que me hizo pensar en el potencial de iniciar un nuevo análisis.

En este trabajo, además de hablar sobre el re análisis con respecto a nosotros como futuros analistas, también quiero aprovechar el abordaje del tema para indagar sobre los pacientes que nos consultan y que ya han estado previamente en un tratamiento psicoanalítico.

Comienzo con la definición de “re análisis”. Al buscar la definición del término en el diccionario de Laplanche y Pontalis (1967), me topé con que no se le menciona. Por su parte, la autora Alberta Szalita, en su artículo titulado “Reanalysis” (1968), citado en múltiples artículos dedicados al tema, define el término como “el inicio de tratamiento con un nuevo analista precedido por un trabajo de análisis propiamente dicho”. Es decir, Szalita distingue entre alguien que busca analizarse de nuevo habiendo concluido un tratamiento, y alguien que dejó inconcluso su tratamiento y busca uno nuevo. La autora propone tres categorías para hacer esta distinción:

  1. A la primer categoría pertenecen los pacientes que interrumpieron su análisis y que consideran el retomarlo como algo necesario y que vale la pena. Las razones por las que el análisis fue interrumpido pueden ser por circunstancias de la realidad externa, como la mudanza o incluso la muerte del analista. Los avances logrados en su tratamiento anterior se vuelven evidentes en el nuevo tratamiento, y el trabajo con ellos se vive como una gratificante continuación y consolidación de los esfuerzos del analista anterior.
  2. A la segunda categoría, la autora se refiere como la de los “adictos al análisis”. En lo personal, me parece más ilustrativo llamarla la de los pacientes voraces, pues se refiere a los pacientes con una enorme necesidad de establecer una forma de vínculo más bien simbiótica con el analista que tengan a su alcance, tendiendo a poner fin súbitamente a este contacto para más tarde iniciar uno nuevo. Al momento de llegar al consultorio, desde su primera sesión, comienzan a hablar de aquello que les cruza por la mente o retoman el tema en el que se quedó en el tratamiento anterior, sin contextualizar al nuevo analista con el que se encuentran, ignorando el hecho de que de cierta forma se encuentra hablando con un extraño. Es decir, comienzan a hablar como si asumiera que el analista ya conoce toda su historia y contara todo lo dicho en sus distintos tratamientos, es decir, no hace consciencia de la subjetividad del analista y simplemente lo considera como objeto parcial e indiferenciado de los demás. Muestran desesperación mientras el analista habla e incluso pueden indignarse por sentir que se los está interrumpiendo o despojando de su tiempo sesión, lo cual se aleja de ser un proceso elaborativo y se acerca más bien a un proceso evacuativo. Es por ello que no se le puede considerar una continuación de análisis, menos aún re análisis, debido a que no se ha dado el proceso en un primer lugar. Esta conducta no se trata de un acto perverso que busque hacer sufrir al analista, sino de un signo de hambre de contacto, de poder contar con alguien de forma aparentemente incondicional por el mayor tiempo posible, detrás de lo cual se encuentra una significativa angustia de separación. Durante el primer contacto, esta manera aparente de asociar libremente puede dar la impresión al analista de que se encuentra ante un paciente que puede trabajar analíticamente, sin darse cuenta de que esta asociación no está dando lugar a una integración. No obstante lo anterior, uno debe advertir que esto no implica que no se puedan beneficiar de un tratamiento, sino que el analista debe ser capaz, en primer lugar, de detectar la dinámica que establecen estos pacientes en búsqueda de un nuevo tratamiento y, en seguida, enfocar sus esfuerzos en trabajar las defensas orales y encaminar al paciente a poder integrar y, por lo tanto, desarrollar la capacidad de aprender de la experiencia.
  3. La tercera categoría es la que se refiere al término “re análisis”. Son aquellos casos en los que el tratamiento previo fue finalizado por el mutuo acuerdo y satisfacción tanto del paciente como del analista. El tema de cómo considerar que un análisis puede darse por finalizado amerita todo un trabajo aparte, sin embargo, es oportuno mencionar algunos de los aspectos que la autora toma en cuenta para considerar que el tratamiento previo se trató de un análisis llevado a conclusión. En primer lugar, está la capacidad de insight del paciente, esto es, de cuestionarse e interesarse sobre su actuar, darse cuenta de cómo se comunica con su entorno, observar su efecto, prestar atención a la retroalimentación que recibe y corregir o modificar su comportamiento acorde a ello. Además, ya habiendo concluido el tratamiento, debe ser capaz de reinvestir a sus objetos, integrar la elaboración lograda a su vida fuera del consultorio y mantenerse libre de los síntomas analizados, al menos durante el periodo cercano al fin del análisis. Por supuesto, la pregunta que procede es, ¿qué da lugar a que una persona que terminó satisfactoriamente un análisis, busque analizarse nuevamente? Puede ser por nuevas situaciones de vida que reactivan de manera significativa viejos síntomas o nuevos síntomas que se desarrollan por eventos traumáticos u otra clase de eventos inesperados para el sujeto (Szalita, 1968). Esto da pie a la cuestión de lo permanente de un tratamiento analítico, el cual volveré más adelante.

 

            Esta distinción que hace Szalita entre continuación y re análisis me parece oportuna, sin embargo, no considero que la categoría intermedia de “adicción al análisis” abarque todos los casos que no entran en las categorías de “continuación” y de “re análisis”, y los cuales muy probablemente abarcan la mayoría de los pacientes que acuden a consulta y que cuentan con un tratamiento previo. Justamente esta autora, catorce años después (1982), publicó un estudio de 53 casos de los cuales en esta ocasión derivó siete categorías, que mencionaré brevemente sólo para ilustrar el rango de casos que puede haber entre las categorías de “continuación” y de “re análisis”.

 

1) Pacientes que no mostraron ningún cambio en su primer análisis. En esta categoría se incluye el caso de un hombre que duró 7 años en tratamiento.

2) Pacientes que interrumpieron un proceso formalmente analítico. Estos son los que considera como una continuación propiamente dicha.

3) Pacientes que interrumpieron su tratamiento por sentir que no eran compatibles con su analista. Algunos acuden molestos e indignados y otros con un sentimiento de rechazo y con culpa por haber decepcionado a su analista anterior.

4) Pacientes que interrumpieron después de desarrollar una reacción terapéutica negativa.

5) Pacientes que se viven con alguna deficiencia y que por lo tanto perciben al mundo como en deuda con ellos. Muestran una enorme dificultad para hacer conscientes las distorsiones dadas por la transferencia, por lo que el trabajo psicoanalítico se ve limitado.

6) Categoría identificada como “adictos a la terapia”, ya descrita anteriormente.

7) Categoría reservada como la de verdaderos casos de “re análisis”.

 

La clasificación anterior nos permite tener en mente un rango más amplio de la situación previa con la que un paciente puede llegar a solicitar tratamiento y, con base en ello, hablar de la reacción contratransferencial. Como se mencionó, los casos de “continuación” de un trabajo analítico formal previo, por lo general generan en el analista la gratificante sensación de poder seguir y concluir con el buen trabajo del analista previo. En los casos de “re análisis”, independientemente de la capacidad del analista para manejar su propia neurosis, la sensación que suelen producir estos pacientes es la del inicio de un trabajo nuevo que no busca menospreciar al analista previo o ponerlo a competir con el actual y, por lo tanto, no requiere de un manejo técnico en especial (Szalita, 1968). En el resto de los casos en los que se puede hesitar sobre la cualidad de “analítico” del tratamiento previo, la reacción contratransferencial representa un reto que amerita una consideración especial en su manejo técnico.

 

            Jacobs, en un trabajo titulado “Sobre bloqueos, impasse y escenarios recurrentes en el re análisis” (2003), habla sobre como el trabajo con estos pacientes representan una dificultad contratransferencial, comenzando porque generan el deseo de rescatarlos, lo que obstaculiza la capacidad para reconocer las propias limitaciones como analista y los verdaderos alcances del método. A esto se suma que frecuentemente paciente y analista caen en la creencia compartida de que el fracaso del tratamiento anterior se debió principalmente, sino es que únicamente, a las fallas del analista. Esto implica el riesgo de que el analista contractúe, abandonando su postura analítica, teniendo un efecto disruptivo en el tratamiento. La identificación proyectiva de estos pacientes puede despertar aún más los sentimientos de rivalidad con el analista anterior, pudiendo hacernos considerar que no tuvo la capacidad de manejar la transferencia y que nosotros contaremos con la perspicacia para evitar cometer los mismos errores, sólo para darnos cuenta que, a pesar de la constante atención a nuestra reacción contratransferencial y su manejo con nuestro paciente, nos encontramos en una situación similar al analista anterior, como la describió el paciente. En varios de estos casos, un factor importante detrás de esta dinámica es la intensidad de la agresión, lo que lleva al paciente a atacar el tratamiento y, por lo tanto, a atacarse a sí mismo al impedirse el beneficio del análisis. A través de gestos, implícitos y explícitos, provocan el enactment del analista, saboteando sus esfuerzos e incluso su autoestima, aumentando su riesgo de contractuar, gratificando así el deseo del paciente de atacar la capacidad de trabajo del analista y de lastimarse así mismo ante la culpa persecutoria. Cada vez que este ciclo se repite, crece en el paciente la desesperanza, así como su enojo destructivo, disminuyendo las posibilidades de éxito. Este autor nos advierte que, paradójicamente, mientras más alerta estemos de no cometer los errores del análisis previo, sobre todo las reacciones negativas relacionadas con sentimientos de rechazo o enojo contra el paciente, se vuelve más probable que se pase por alto reacciones contratransferenciales más sutiles pero que son justo las que dan cuenta del manejo de la agresión del paciente, y al no hacerlas conscientes, naturalmente nos volvemos más propensos a contractuar, aunque sea de manera sutil o implícita, a través del tono de voz, gestos, postura, sintaxis de las intervenciones, etc. (Jacobs, 2003)

 

Sin negar que en la realidad existen malos manejos terapéuticos, es importante estar atentos a esta dinámica en los pacientes que, al consultarnos, provoquen en nosotros ser demasiado críticos con el terapeuta anterior y más si esto se acompaña de la idea de que podemos hacerlo mejor que él y que no caeremos en las mismas provocaciones. Claro está que la dinámica descrita es una generalización y cada caso tendrá sus singularidades, sin embargo, me parece que la reacción que tengamos al escuchar al paciente hablar sobre su tratamiento previo puede comunicarnos mucho y de forma muy importante para nuestro trabajo.

 

            Habiendo hecho mención sobre las distintas condiciones bajo las cuales un paciente busca iniciar nuevamente un tratamiento y cuáles son las posibles reacciones del analista y su relevancia en el tratamiento, sigue abordar el tema del re análisis del propio analista. Como puente que une a pacientes y analistas en el tema común del re análisis, considero oportuno hacer referencia a lo que Freud dijo al respecto en su trabajo Análisis terminable e interminable (1937), el cual, a pesar de estar dirigido a los analistas, tiene relevancia también para los pacientes no relacionados con el entrenamiento psicoanalítico. En dicho trabajo, Freud menciona que incluso un buen análisis llevado a término no necesariamente puede esperarse de él que se mantenga ante el paso del tiempo, el desarrollo de la experiencia y los cambios en el manejo defensivo. Afirma que la meta no es eliminar cada peculiaridad del carácter humano en aras de una esquemática “normalidad”, ni es exigir a la persona que ha sido analizada que esté libre de toda pasión y conflicto interno. Más aún, advierte al analista que dada la naturaleza de su profesión, lleva a que sus contenidos inconscientes que buscan descarga sean agitados en el trabajo con el material inconsciente de sus pacientes. Mientras más trabajamos a profundidad con nuestros pacientes, más ponemos a prueba nuestra estructura defensiva. Freud los llama “peligros del análisis” y exhorta a que no se los pierda de vista. Advierte además que el conocimiento de la teoría psicoanalítica puede llegar a formar parte de la estructura defensiva neurótica. Es en este contexto que Freud indica que el analista debe reanalizarse cada cinco años.

            Estoy seguro que a más de uno le generó inquietud, si no rechazo, escuchar tal afirmación. A mí me lo provocó la primera vez que lo escuché. Daba por hecho que un análisis de tanta frecuencia y por tantos años sería suficiente. Y creo que tal idea tiene que ver con que considerar la idea de un nuevo análisis tiene la connotación de que el primer análisis no fue exitoso. Este rechazo considero entonces que se mantiene en tanto persiste una idealización del psicoanálisis como forma de tratamiento, considerándolo como algo total y permanente (Meyer & Debbink, 2003). Es por ello que toda afirmación que contradiga dicha idealización incomoda. Esto, claro está, yendo más allá de los factores reales, o racionalizables, de tiempo y dinero.

 

Por último, quiero enfocarme ahora en el re análisis posterior a la conclusión del análisis didáctico. Esta situación merece una distinción de los pacientes “convencionales” por el mero hecho de que el análisis se desarrolló dentro del contexto de la formación psicoanalítica. El análisis didáctico, en primera instancia, representa una gran herramienta para que el candidato conozca la técnica, desarrolle empatía y, por supuesto, haga consciente lo inconsciente en servicio de su trabajo clínico. Sin embargo, a diferencia del psicoanálisis con los demás pacientes cuya única meta es terapéutica, el análisis didáctico tiene tres funciones: educar, preparar para la clínica y analizar. Esta fortaleza del modelo demandada del análisis didáctico también implica ciertos riesgos. En primer lugar está la relación con el analista/profesor. El candidato puede caer en la preocupación por asegurar una reputación, engancharse en rivalidades filiales con otros candidatos, o sesgar su tratamiento a favor de cierta postura teórica, en rivalidad o en alianza con su analista. El contexto del instituto psicoanalítico también provee de fuentes externas de resistencia en el análisis didáctico. Esto es relevante en tanto que para trabajar una resistencia, se debe demostrar al paciente que ésta proviene de su mundo interno. Sin embargo, el candidato se encuentra ante situaciones que pueden volverse resistencias de origen externo, por lo tanto, difíciles de analizar. Algunas de estas situaciones son: el requisito de analizarse con un analista didáctico perteneciente a la jerarquís del instituto, la idea de ser evaluado en su progreso por un comité compuesto por los mismos analistas, el trabajo con el supervisor el cual puede influir en la transferencia, entre otros. Por lo tanto, no es difícil considerar el potencial que encierra el re análisis para el analista una vez concluida su formación. Sirve para volver a trabajar sus defensas, favorecer una mayor regresión al servicio del yo, profundizar la integración emocional y elaborar los elementos de la teoría psicoanalítica que se han incorporado a la estructura defensiva, (Meyer, 2007) esto a favor tanto del analista como de sus pacientes.

Para cerrar, considero que, si el análisis es el instrumento de mayor alcance en nuestra formación, el re análisis puede considerarse como la herramienta más eficaz para continuar con nuestro aprendizaje.

 

Bibliografía

  • Freud, S. (1937), Analysis terminable and interminable. Standard Edition, 23:209-253. London: Hogarth Press, 1964.
  • Jacobs, T.J. (2003). Reprise: On Blocks, Impasses, and Repeated Scenarios in Reanalysis. Clin. Psychoanal., 12(1):73-84.
  • Laplanche, J., & Pontalis, J.-B. (1967). The Language of Psycho-Analysis, transl. D. Nicholson-Smith. New York: Norton, 1973.
  • Meyer, J.K. (2007). Training Analysis and Reanalysis in the Development of the Psychoanalyst. Amer. Psychoanal. Assn., 55(4):1103-1128.
  • Meyer, J.K. and Debbink, N.L. (2003). Reanalysis in the Career of the Analyst. Clin. Psychoanal., 12(1):55-71.
  • Szalita, A.B. (1982). Further Thoughts on Reanalysis. Psychoanal., 18:327-348.
  • Szalita, A.B. (1968). Reanalysis. Psychoanal., 4(2):83-102.