Autor: Cecilia Castilla
“El sujeto amoroso puede escribir por sí mismo su novela de amor. Sólo una forma arcaica podría recoger el acontecimiento que declama sin poder contarlo”. Roland Barthes
Uno de los fenómenos psíquicos de mayor relevancia en el tratamiento psicoanalítico es el que se suscita durante el encuentro entre “analista y analizado”, es decir el tipo de relación que se presenta durante el proceso psicoanalítico, el cual ha llamado la atención desde los orígenes de la técnica por presentar diferentes particularidades, no sólo por las distintas configuraciones de la personalidad de los analizados, sino también por las modalidades que tiene cada paciente para abordar las conflictivas por las que acude a tratamiento; factores que se tornan relevantes por influir en el curso del proceso y por ser determinantes para la cura o el fin del análisis, así como también para la interrupción del mismo.
Es así que Freud (1912), en uno de los primeros textos en los que reconoce dicho fenómeno relacional, al que denomina “transferencia”, explica que existe una condición inherente en todo tratamiento en la que el paciente tiende a relacionarse con el psicoanalista de la misma manera con la que entabló sus primeros vínculos, es decir sus padres o las figuras que representaron los primeros cuidados; situación que es relevante porque de ahí es que el sujeto aprendió y comprendió no sólo su manera de relacionarse con otros, sino que también su modo de conducirse ante las exigencias que atañen al mundo externo; al respecto, Freud también menciona, que dependiendo de las características innatas y de las experiencias vividas desde la infancia serán las “condiciones de amor que se establecerán y las pulsiones que se buscarán satisfacer” a lo largo de su vida; razón por la que justifica que sí la necesidad de amor del sujeto no queda satisfecha en su realidad interna, éste se verá “precisado a volcar sus representaciones-expectativa libidinosas, hacia cada nueva persona que aparezca”, volviendo al psicoanalista un sujeto susceptible a recibir el desplazamiento de todas aquellas expectativas o necesidades que generen insatisfacción en el paciente.
Laplanche y Pontalis (1981), en su “Diccionario de Psicoanálisis” engloban el concepto al señalar que la transferencia es “el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica”; volviéndose así la “repetición de prototipos infantiles, que es vivida con un marcado sentimiento de actualidad”. Pero, en este sentido, es necesario recalcar que la transferencia no se re-edita en toda relación, sino que es necesario cumplir con algunas condiciones que permitan su expresión, como lo son aquellas que Freud señala a lo largo de su obra, mismas que iré mencionando por medio de las aportaciones que han brindado algunos psicoanalistas a la teoría, quienes si bien no siguen una misma técnica para abordar la dinámica transferencial, tienen puntos de encuentro en los que describen desde su modelo teórico lo que observan respecto al fenómeno en cuestión.
En este sentido Etchegoyen (1986) señala la importancia de mantener cierta neutralidad que no permita que el paciente conozca la personalidad del analista y en la que tampoco se busque dirigir el contenido y el curso de la sesión, dejando de esa manera que se lleve a cabo un desplazamiento directo de las imagos con las que existe un conflicto que se reanuda en la actualidad; condición por la que además el paciente actuará sin prejuicios y accederá a asociar libremente, tal como se ha establecido en el contrato para llevar a cabo la intervención.
Primero comenzaré con J. Lacan, quién aportó el concepto del “sujeto Supuesto saber” (S.S.S), para explicar la función que tiene el analista para el analizado, la cual se basa en el “saber” que se le atribuye directamente al concebirse como un gran Otro, es decir un poseedor del conocimiento. Al respecto Etchegoyen, puntualiza que “la teoría de S.S.S. no se refiere a una vivencia del analizado sino a un supuesto que surge de la estructura misma de la situación”, es decir de la necesidad del paciente; así como también cita a Lacan, al mencionar que el S.S.S, inicialmente es “el soporte de la transferencia”.
De igual manera, lo explica M. Klein (1952), con su teoría de las relaciones objetales, en la que señala que hay una fase del desarrollo en la que es necesaria la idealización del objeto (padres) para poder dar paso a la integración del mismo; de ahí que también el analizado inicie proyectando sus partes buenas sobre el analista. Dicha sugestión o imagen que se plasma en el analista, facilitará el comienzo del tratamiento, sin importar que la duración de esa fantasía sea mínima o prolongada, ya que será el motor que promoverá la escucha, implantará la confianza en el tratamiento, e inclusive llevará al analizado a posicionarse como un sujeto en falta, que a su vez, comenzará a cuestionarse a sí mismo respecto a su participación ante el conflicto que le aqueja.
Otro de los aspectos a considerar en la relación, es el espacio emocional que se crea durante el encuentro analítico, del cual considero se pueden utilizar las aportaciones de D. Winnicott, por captar en esencia el ambiente que sería propicio para la tarea psicoanalítica; es así, que Winnicott (1962) explica a partir de su teoría del desarrollo (como lo hacen todos los psicoanalistas tomando en cuenta que en la transferencia se reviven las experiencias pasadas) que parte del objetivo terapéutico estaría destinado a que el psicoanalista vaya ocupando el lugar de la “madre suficientemente buena”, como aquel que sostiene emocionalmente (“holding”), se adapta y escucha las necesidades del paciente, y que lejos de buscar proveer de satisfacción a todo deseo, se limita a tener sólo la presencia necesaria que no irrumpa las capacidades, ni evite que el analizado contacte con sus limitaciones, logrando que se empiece a adaptar a su realidad y que obtenga una mayor tolerancia a la frustración, así como también, el que vaya logrando ser menos dependiente. Además, si se considera la regresión que se suscita inconscientemente durante el proceso, es necesario que se tome en cuenta que para se lleve a cabo, el paciente tendrá que contar con el ambiente necesario para confiar su “yo” al analista, el cual a su vez, permitirá que mediante el retroceso se re-inicie o se retome el proceso madurativo que fue interrumpido y que impidió la integración del yo y/o el bienestar psíquico.
Cabe mencionar también, lo que resalta Etchegoyen (1986) como otra de las condiciones importantes que se han planteado por los psicólogos de yo, cuando describe la “indispensable presencia de una parte sana del yo para que pueda desarrollarse el proceso analítico”, es decir para que se presente la “neurosis de transferencia”, dejando claro que todo individuo en análisis deberá tener un núcleo o parte neurótica que le permita establecer un vínculo; lo que significa que el paciente acepte o haya aceptado en algún momento su “falta” y por lo tanto, su dependencia hacia otros, o en otras palabras, su necesidad de amar y ser amado.
Ahora bien, tomando en cuenta las condiciones requeridas para la representación de la transferencia, es conveniente ahora profundizar en la naturaleza de la misma; la cual reflejará no sólo el tipo de relación objetal de la infancia, sino que denotará la realidad psíquica que prevalece en el individuo, como lo son las fantasías y las proyecciones del mundo interno ante el medio externo, dejando de esa manera un mapa que permita comprender lo que Etchegoyen (1986) plantea como los parámetros existentes entre “la realidad-fantasía, el consciente-inconsciente, y el presente-pasado”, que en conjunto contextualizan y sumergen al analista en la experiencia subjetiva del paciente y le permiten comprender el efecto transferencial.
Por su parte, Ferenczi, citado por Etchegoyen, manifiesta que la cantidad o intensidad de la transferencia, será directamente proporcional al conflicto, ya que si se desplaza una mayor cantidad de libido fijada a los objetos primarios en la transferencia, denotará una menor posibilidad para adaptarse ante las exigencias de la realidad; por lo que se considera que “la transferencia es en sí misma la enfermedad”, al respecto Freud (1912) indicó que “cuanto más transferimos el pasado al presente, más equivocamos el presente por el pasado y más enfermos estamos”, es decir, que “hay más perturbación en el principio de realidad”; así mismo, tomaremos también en consideración que “a mayor represión, mayor transferencia”.
Racker (1966), aporta que para comprender la transferencia será requerido enfocarse en lo que encubre el discurso, es decir el “por qué, cómo y con qué objetivo” el paciente menciona su material analítico, así como también detectar el curso de las asociaciones que evoque y las demandas que tenga hacia el analista, ya que en sus palabras “el analista es el centro de todo el amor y odio, angustia y defensa” que experimenta el analizado; en este sentido también sugiere, que los conflictos en transferencia no pueden pensarse sólo cómo los que se tuvieron con las imagos, sino que también pueden ser los que el paciente experimenta con partes de su propio yo, dejando en el analista la labor de discriminarlo para su entendimiento y para generar una interpretación que se ajuste a la circunstancia.
Retomando una de las ideas anteriores en la que se considera el espacio terapéutico como el lugar en el que se experimentan los sentimientos más intensos de “amor-odio”, Freud (1912) consideró la necesidad de plantear la diferenciación de dos tipos de transferencia en el análisis: la positiva y la negativa, con el objetivo de poder entenderlas y tratarlas por separado, ya que las pulsiones que suelen acompañar a cada una se contradicen en cuanto a su meta y los afectos expresados. Es decir, en la positiva, en la que predominan los sentimientos tiernos y cariñosos que se proyectaron desde la idealización del inicio del tratamiento y que se siguieron fortaleciendo al construir el vínculo transferencial, se puede precisar de una pulsión de vida, que tiene como fin la creación, la conexión, el movimiento y la reparación; factores que en conjunto, se ven reflejados en la estima hacia el analista, en la escucha, en el cumplimiento del contrato analítico y en la persistencia y constancia del paciente durante el proceso, aunque resulte complicado y doloroso; razón por la que se considera como el elemento indispensable para la cura, ya que la credibilidad, la confianza, la identificación, así como también, la constante demanda de amor insatisfecha, movilizará al paciente respecto a su posición pasiva o poco funcional ante sus conflictivas.
De manera contrastante, la transferencia negativa es motivada por la pulsión de muerte, que tiene como fin la destrucción (que deriva del retorno a un estado inanimado y pasivo), la cual se manifiesta mediante los ataques al vínculo por la vía de las resistencias, como se pueden identificar en el consultorio ante el detenimiento de la asociación libre, la devaluación y agresión constantes hacia el analista, la transgresión del contrato analítico, e inclusive el desarrollo de una transferencia sexual o erotizada; perdiendo así la dirección de la cura, ya que en este suceso lo que se busca inconscientemente es permanecer en la enfermedad y desviar la atención (o la tensión), por lo amenazantes que resultan los cambios para la realidad psíquica del paciente, que en este momento del tratamiento se vería dominada bajo el Principio del placer, en el que la única meta es la descarga pulsional, sin medir las consecuencias que conlleve.
Aunado a lo anterior, si se considera a la pulsión de muerte como el principal motor de esta modalidad, sería inevitable tomar en cuenta que su dinámica estará bajo la primicia de la compulsión a la repetición, en la que se priorizará únicamente el llevar al acto el recuerdo del conflicto, en lugar de transformarlo en un recuerdo que se vuelva consciente y que permita a su vez elaborar la situación en el presente (Etchegoyen, 1986).
Al respecto, Racker (1966) aporta que la intensificación de los afectos hostiles y sexuales, surgen también como respuestas defensivas ante la regresión y, por lo tanto, ante la intensificación de las primeras angustias paranoides y depresivas, añadiendo así más fuerza a las defensas contra el análisis, de ahí que considere a la transferencia negativa y a la sexual como “resistencias propias de la transferencia”, por impedir que se continúen desplazando los verdaderos conflictos. Por lo que se vuelve necesaria la labor de señalar e interpretar estas modalidades transferenciales.
Ahora bien, pareciera que con la simple detección de los afectos fuera suficiente para determinar el momento transferencial por el que transcurre la psicoterapia, sin embargo se debe tomar en cuenta que al ser un trabajo que se configura bajo un lenguaje inconsciente, sería recomendable cuestionar el significado y la función psíquica de las representaciones que en primera instancia denoten “una claridad manifiesta”, lo cual debe considerarse o sospecharse sobre todo cuando los pacientes expresan afectos inesperados que no coinciden con las circunstancias actuales, ya que tanto la transferencia positiva, como la negativa, pueden estar indicando una realidad interna diferente a la expresada.
Partiendo de lo anterior, Etchegoyen sugiere cuestionarse ante los pacientes que sienten un amor inmenso hacia el analista, a quiénes en un primer momento se pudiera visualizar como “sanos” respecto a su manera de establecer relaciones objetales, pero que bajo la revisión de un trabajo analítico minucioso, pudieran estar actuando inversamente su necesidad de ser amados o su incapacidad para amar, encubriendo de ese modo el verdadero síntoma y la modalidad en la transferencia, que en este caso sería una transferencia erotizada con tintes de positiva.
Otro ejemplo de ello, sería tomar en cuenta los planteamientos que Klein (1952) hace para explicar la necesidad por la que surge la idealización de los objetos, en los que describe que bajo dicho mecanismo suele encubrirse la agresividad defensiva que realmente siente el sujeto hacia el objeto por resultarle amenazante y persecutorio; formulación que también pudiera llegar a presentarse en algunos casos en los que el analista se considere como una figura irrealmente buena y omnipotente, frente a la que el analizado no se permite molestarse; situación por la que se extraviaría de nuevo el objetivo terapéutico, ya que el paciente actuaría como defensa una transferencia “positiva”.
Cabe mencionar, que también sería infructuoso pensar que tanto la transferencia negativa como la erotizada, fungen sólo como resistencias durante el proceso, debido a que es por medio de su presencia que podemos detectar, visualizar y hasta sentir la naturaleza del conflicto; de igual manera que sus reacciones resistenciales podrían considerarse como indicadores de la capacidad yoíca en el analizado ante lo que le resulta angustiante; elementos que en su totalidad brindan una señal para la intervención e interpretación del psicoanalista.
Otro aspecto a tomar en cuenta, es el hecho inherente de que el fenómeno transferencial estará siempre constituido por la parte positiva y negativa, es decir que no se les puede considerar como elementos ajenos, ya que la presencia de una explicará la otra, tal como las pulsiones de eros y tánatos, condición por la que es de esperar que ambas se expresen ambivalentemente durante el proceso; al respecto, Klein (1952) explica que será necesaria la “interconexión de ambas” como un elemento indispensable para el entendimiento de la dinámica transferencial; de ahí, que también sugiera el que se promueva la integración de las mismas dentro del mundo psíquico del paciente; situación que se visualizará mediante los avances del análisis, en el que comenzarán a ceder las angustias persecutorias y depresivas, brindando así una relación de “amor- odio” mayormente equilibrada, lo cual a su vez generará que las defensas que operaban contra el cambio analítico, disminuyan su fuerza y por lo tanto se reconstruya un yo fortalecido e integrado, cortando de esa manera el circuito de la compulsión de repetición transferencial del conflicto.
Aunado a lo anterior, Racker (1966), invita a que mediante las interpretaciones en transferencia, el analista interrumpa la repetición de lo no elaborado, promoviendo de ese modo la creación de nuevos caminos para la satisfacción pulsional y también para la configuración funcional de las relaciones de objeto.
A manera de conclusión, considero necesario el análisis de la dinámica transferencial con los pacientes por ser la principal herramienta para el tratamiento psicoanalítico, y por lo tanto para la cura; debido a que dicho elemento representará el mejor medio para obtener el conocimiento del conflicto, los síntomas y las expectativas presentes en la realidad psíquica del paciente; así como también su contraparte, constituirá la mayor resistencia ante el cambio, y fungirá a su vez, como una guía que marque la pauta o el ritmo del proceso analítico, tanto para comprender el movimiento interno del paciente durante el tratamiento, como para identificar el modo y el tiempo de las intervenciones del analista.
Del mismo modo, es necesario hacer hincapié en la importancia de crear un vínculo transferencial “suficientemente bueno”, en el que el principal objetivo no sea forzar una relación positiva que satisfaga las necesidades del analizado, sino construir una relación fuerte en la que por medio de la dosificación equilibrada y necesaria de señalamientos, interpretaciones, resistencias, presencias y ausencias del analista, se brinde un espacio de contención que a su vez evoque la expresión tanto de los afectos negativos como los positivos del analizado, con el objetivo de identificarlos e indagar su significado y funcionalidad ante las circunstancias y conflictos que presenta, para que en un segundo momento, por medio de las interpretaciones transferenciales se tornen conscientes para el sujeto; logrando dejar de lado la repetición inconsciente que anteriormente impidió que recordara y se responsabilizara de la situación, y que por ende, facilitará que los pacientes puedan dar paso a la integración y la elaboración, generando de manera progresiva la creación de nuevas perspectivas y alternativas que permitan la reparación y resolución de los malestares por los que acude a tratamiento.
Bibliografía:
- Etchegoyen, R. H. (1986). De la transferencia y la contratransferencia. En: Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.
- Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. Obras Completas, T. XII, Buenos Aires: Amorrortu.
- Klein, M. (1952). Los orígenes de la transferencia. Obras Completas3. Buenos Aires: Paidós.
- Laplanche, J. & Pontalis J.B. (1981). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
- Winnicott, D.W. (1970). La cura. En: El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires: Paidós.
- Winnicott, D.W. (1962). La integración del yo en el desarrollo del niño. En: Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires: Paidós.
- Racker, Heinrich (1966). La transferencia. En: Estudio sobre técnica psicoanalítica. México- Buenos Aires- Barcelona: Paidós.
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