Por: Rocío Valencia
El miedo a la muerte provoca una nube de incertidumbre y es, sin lugar a duda, la angustia fundamental del ser humano. Para Abadi (1973) los demás temores son concebidos como metamorfosis de ésta gran ansiedad fundamental: del miedo a la muerte, la cual va a tratar de ser explicada de acuerdo con las diferentes fantasías inconscientes con que el hombre ha intentado llenar ese más allá de su conocimiento. De tal manera que la muerte: 1) Puede ser fantaseada directa o simbólicamente como una regresión al vientre materno; 2) Puede ser conceptualizada como un cambio, tránsito o mudanza y 3) Como desintegración o locura.
La regresión al vientre materno estaría representada por los cultos y los rituales de inhumación que realizaban ciertas civilizaciones como por ejemplo el antiguo Egipto a sus difuntos; el tránsito o mudanza estarían simbolizados como un pasaje del “encierro” en la prisión del cuerpo hacia la libertad, la eternidad y lo infinito; o bien, como un renacimiento a través de la repetición interminable de reencarnaciones sucesivas que prevalecen en algunas corrientes filosóficas y religiosas, las cuales también podrían vivirse con una gran angustia a la persecución de ser “atrapado” en otro cuerpo; y finalmente la muerte como una desintegración y disolución de la personalidad teniendo su expresión en la fantasía de la locura.
Proposición que me recuerda a la conceptualización que formuló Borges (En Constante, A. y Flores, L, 2008) acerca de la muerte, quién la describe como “la zona en la que se deja de ser el prisionero, se deja ser uno y nada más que uno, dándose la oportunidad de rebelarse”. Para Borges la muerte representaba la posibilidad para el hombre de un antes y un después, del pasado y el futuro en el puro presente que los contiene a ambos y que le permitirá el integrarse al universo. Frase que hace referencia al dicho popular “polvo eres y en polvo te convertirás”, aludiendo nuevamente a la necesidad de volver a ser incluido en el universo, en la eternidad irrumpiendo espacio-tiempo. La muerte daba pie a la sensación de enajenación, de su propio ser frente a la incógnita de ser otro, de dejar de ser él para ser Otro.
Pero ¿Qué es la muerte?… ¿Qué entendemos por la muerte?…
El novelista y poeta Gibrán, Jalil Gibrán (1970, pp. 177). Escribía:
Entonces Almitra habló: ¿Qué nos dices de la muerte?
Y él dijo:
Querríais conocer el secreto de la muerte.
¿Pero cómo lo conoceréis si no lo buscáis en el corazón de la vida?
El búho, cuyos ojos están ciegos durante el día, no puede descubrir el misterio de la luz.
Si en verdad queréis conocer el espíritu de la muerte, abrid ampliamente vuestro corazón al cuerpo de la vida.
Porque la vida y la muerte son uno, como lo son el río y la mar.
El diccionario de la real academia española define a la muerte como la cesación o término de la vida; en el pensamiento tradicional, es la separación del cuerpo y el alma.
La palabra muerte proviene del latín mors, mortis, que significa literalmente muerte y ha sido definida desde la biología, la física, la religión, los mitos, etc. Desde el punto de vista biológico entendemos por muerte como el término de la vida a causa de la imposibilidad orgánica de sostener el proceso homeostático y ha sido tipificado de acuerdo a cómo ésta se produce, por ejemplo: muerte natural, muerte violenta, muerte de cuna, etc. En todos los casos se trata del final del organismo vivo que se había creado a partir de un nacimiento.
El tema de la muerte ha sido fuente de inspiración durante siglos para músicos, poetas, escritores, escultores, pintores, cineastas, etc. Quienes hacen intentos por tratar de definirla, explicarla, representarla, nombrarla o plasmarla.
Pero habría que preguntarnos ¿Por qué tanto interés en la muerte?… Sin duda lo que más moviliza es el miedo que provoca debido a su carácter de desconocido, místico, universal, definitivo, permanente e inevitable. Pero nos damos cuenta que la muerte no está al final de la vida, sino que está en la vida misma permeándose en todo momento, lo me hace recordar una frase de Borges en Muerte de Buenos Aires (Aguirre, C, en Constante, A. y Flores, L., 2008, pag.15):
“La muerte es vida vivida
La vida es muerte que viene
La vida no es otra cosa
Que muerte que anda luciendo”.
Y es que ¿cómo podría haber muerte sin la vida? Simplemente no existiría, la muerte no existe si no hubo vida antes. Ambas se pertenecen, son indisolubles, conforman una unidad, de tal forma que “La muerte es la presencia ausente” (Abadi, M.,1973, pág. 132), la vida y la muerte forman un ciclo en el que se nace y se muere solo.
Tal vez el mito de las gorgonas sobre la mezcla pulsional, nos pueda dar una mayor claridad al respecto, la cual dice: “una vez cortada la cabeza de Medusa, dos ríos de sangre manaron del cuello de la gorgona, de entre esos dos ríos surgieron Pegaso y Grisaor, los hijos que portaba Medusa y que no había dejado nacer mientras estaba viva. Grisaor sale del vientre armado ya con una espada y sería la representación de Tánatos; Pegaso, con sus alas, como Eros. Ésta paradoja encierra las representaciones destructoras y libidinales, y la disolución de la paradoja las pone de nuevo en circulación. Además, Pegaso y Grisaor (Eros y Tánatos) no necesitan nacer, sólo deben liberarse, ya que ya existían desde siempre y se enredaban en peleas dentro del vientre de medusa” (Crespo, 1996, pag. 241).
La pulsión de muerte fue un término introducido por Freud en Más allá del principio del placer, el cual representa la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado inorgánico; la pulsión de muerte se dirige primeramente hacia el interior y tiende a la autodestrucción, y secundariamente se dirige hacia el exterior, manifestándose en forma de pulsión agresiva o destructiva. Melanie Klein por ejemplo mencionaba que en el inconsciente hay un miedo a la aniquilación de la vida, y que esa fuente de ansiedad nunca es eliminada y entra como un factor constante en todas las situaciones de ansiedad, dicha ansiedad tiene su origen en el miedo a la muerte. Klein señalaba que en el momento del nacimiento debía forcluirse del instinto de muerte.
Para Lacan (en Sopena, C., 1996), “la pulsión de muerte es la tendencia a encontrar “la cosa en sí misma” y el goce absoluto, más allá de toda mediación de lo imaginario y de lo simbólico, es decir, aspira a la realización del fin que es la muerte y la del deseo”. Es decir, la pulsión de muerte tiende al goce absoluto, es inabarcable por lo simbólico, pero puede existir como resto del sistema al que se resiste y trata de desorganizar.
Las fantasías que se generan en relación con el momento y las condiciones en las que la muerte nos alcance o a nuestros seres queridos, el pensar si habrá sufrimiento, dolor o agonía genera miedo y profundos sentimientos de dolor y tristeza. Lerner (2013) pone hincapié justo en el dolor y señalaba que en realidad a lo que se teme es al sufrimiento, entendiéndose éste como aquella expresión subjetiva que se traduce en un padecer de dolor psíquico y físico.
Pero como ya mencionamos el miedo a morir no solo está depositado solamente en “el proceso” de la muerte en sí misma, sino que también en la incertidumbre de pensar en que será de nosotros cuando hayamos muerto; y es justo en este punto en el que las religiones, mitos y creencias tratan de llenar lo incognoscible e irrepresentable mitigando un poco la ansiedad que genera al prometernos vida eterna, promesa que implicaría el final de la vida física pero no así el de la existencia misma.
A lo largo de la historia de la humanidad la religión, los mitos y las creencias han jugado un papel fundamental en tratar el tema de la muerte, mitigan la ansiedad prometiendo una continuidad del alma y crean rituales al momento de la muerte para favorecer el proceso de duelo. Las religiones prometen vida eterna y dependiendo de cada una se podrá pensar en un paraíso, un infierno, reencarnación del alma o un karma a pagar. De tal manera que si se fue bueno en vida está asegurado el paraíso y si se fue malo el fuego eterno. Chökyi Nyima (2003) por ejemplo, subraya la creencia de tendencias Kármicas con desenlaces terribles y amenazantes que inducen a creer que “alguien” o “algo” quiere atraparnos o atacarnos; o bien, hay quienes atribuyen al difunto facultades especiales que no poseía en vida, como clarividencia, memoria perfecta y otros poderes extraordinarios, o al contrario es vista como la pérdida de la memoria personal como lo pensaba Borges.
El hombre construye arquetipos, crea mitos, por lo que la muerte toma siempre la forma de nuestros miedos más íntimos y nuestras más vívidas esperanzas. Puede ser nuestro infierno o nuestro paraíso.
El miedo a la muerte es ancestral así como el deseo de querer volver a ver a quienes se han muerto, un deseo que seguramente impulsaba a diferentes culturas a rendir cultos a sus muertos. Los antiguos egipcios los proveían de comida y objetos para tenerlos contentos, los chinos enterraban a su emperador junto con su ejército fantasmagórico de guerreros de terracota destinado a acompañar y servir al monarca en su viaje a la eternidad, en el cual también lo acompañaban funcionarios, bufones y animales domésticos. En los entierros prehispánicos es común el cuerpo se coloque boca abajo dirigido al noreste (camino al más allá) acompañado con ofrendas de objetos, amuletos, alimentos, animales, piedras y obsidianas en forma de lanzas para su protección. Se tenía la creencia que las ofrendas le servirían al difunto para su camino al más allá, para que no le faltara nada. Pero también servían para apaciguar la ira de los dioses o de las personas parar reducir así el castigo previsto.
Los velorios también son una suerte de celebración ya que nos prueba que estamos vivos y que el muerto es el otro, hasta dedicamos un día especial para festejar a nuestros muertos en donde les llevamos flores, música y les ofrecemos la comida y bebida favorita de la que gustaban en vida, ligando a la muerte con lo oral. De cualquier forma pareciera que a la muerte le viene mejor los decires del pueblo, sus costumbres sus celebraciones.
También existen numerosos mitos y rituales en relación con el manejo del cuerpo de una persona muerta, mientras que algunas religiones lo consideran como algo impuro que no tenía que tocarse y hasta debía purificarse mediante la cremación, otras los bañaban. Los primitivos indios americanos hablaban de los malos espíritus que tenían que ahuyentar lanzando flechas al aire, en la actualidad el mismo ritual simbólico continúa manifestándose por ejemplo en los funerales militares, que disparan al aire como un acto simbólico del último saludo, pero en el fondo se trata de un ritual semejante al que usaba el indio cuando lanzaba sus flechas al cielo.
Debido al miedo que provoca la muerte, el negarla también ha sido una práctica bastante socorrida desde la antigüedad, el embalsamiento de antaño o el mandar “preparar” el cuerpo en la actualidad para que éste tenga aspecto de dormido son muestras de ello; además todas las creencias de vida eterna de las religiones (Kübler, R. p 18)
Como lo he estado mencionando el tema de la muerte produce ansiedad, miedo… pero no lo es así en el caso de los niños, quienes se creen inmortales. El niño discurre en un devenir sin horas, meses o años… asiste a aniversarios, años nuevos y eventos desde la extranjería de su índole, y no sabe que los festejos a los que asiste encierran para los adultos el andar de la muerte, que en los brindis subyace un desasosiego permanente con la pregunta inevitable ¿estaré aquí en la siguiente celebración?
En el caso de los niños la noción de la muerte se van desarrollando y se va a ver fuertemente influenciado por múltiples factores: religión, creencias, si el niño sufre una enfermedad terminal, si ha tenido experiencias previas con la muerte y el desarrollo emocional y cognitivo logrado de acuerdo a su edad.
Los niños son muy receptivos de los miedos y angustias que les transfieren los adultos sobre la muerte así como de los conceptos erróneos sobre ella, por lo que la muerte debe tratarse como parte de la vida dentro de las creencias y costumbres de la familia.
En el caso de los niños el desarrollo emocional y cognitivo juegan un papel fundamental en entendimiento de la muerte, ya que no es lo mismo hablar de la muerte con niños muy pequeños que con niños escolares o adolescentes. Aunque siempre hay que tener en cuenta que dentro de esto algunos niños pueden ser más o menos maduros en su razonamiento y procesamiento de la información que otros de edad similar.
Piaget explica las etapas de desarrollo en relación con la noción de muerte de los niños de la siguiente manera:
En la primera etapa de desarrollo llamada sensorio-motriz que comprende de los 0 a 2 años, el bebé no tiene una noción real de la muerte, pero reaccionan cuando son separados de sus padres. Al respecto Winnicott en su libro realidad y juego señala que cuando la madre se ausenta durante un período superior a cierto “límite” medido en minutos, horas o días, el recuerdo de la representación interna de la madre se borra, produciendo al mismo tiempo que los fenómenos transicionales pierdan progresivamente toda significación, por lo que el pequeño es incapaz de experimentarlos y entonces se desinviste el objeto y se dice “la madre está muerta”.
Winnicott señala que debido a que es imposible explicar a un niño de dos años o menos la ausencia de la madre, este evento resulta traumático ya que en efecto, la madre, ausente o presente, está definitivamente muerta, y por lo tanto es imposible restablecer un contacto cuando regresa “eso es lo que la palabra muerta significa para el bebé”. El retorno de la madre ya no repara la alteración del estado del bebé, el bebé experimenta una ruptura y a partir de entonces las defensas primitivas se organizan para protegerlo contra la repetición de una angustia impensable.
En la etapa de desarrollo preoperacional que va de los 2 a 7 años, la muerte tiene muy poco sentido; los niños pequeños pueden recibir la emociones y la ansiedad de quienes los rodean y de ésta manera será la forma en cómo reaccionen ante la muerte.
La muerte, el para siempre y lo permanente son términos que según Piaget pueden no tener un valor real en niños muy pequeños, ya que quizá no entiendan la relación entre la vida y la muerte, ya que la muerte no posee un estado de permanencia, definitivo y universal.
Piaget señala que el niño preescolar puede comenzar a entender que la muerte es algo a lo que los adultos le temen, la ven como algo temporal y reversible, como en los dibujos animados. Por lo que su experiencia con la muerte está fuertemente influenciada por quienes los rodean, no obstante el niño se vuelve curioso y hace preguntas acerca de por qué y cómo ocurre la muerte y frecuentemente pueden llegar a sentir que sus pensamientos o acciones han causado la muerte y/o la tristeza de quienes los rodean, por lo que pueden experimentar sentimientos de culpa y vergüenza. Sin embargo a medida que crecen y se dan cuenta de que su omnipotencia en realidad no existe, se dan cuenta que sus deseos tampoco son tan poderosos como para haber contribuido a la muerte de un ser querido, disminuyendo con ello la sensación de culpabilidad.
El niño de cinco años que pierde a su madre se entristece y se enoja con ella por haberlo abandonado, de tal forma que la persona muerta se convierte en algo que el niño ama y desea pero a la vez odia con la misma intensidad por haberlo abandonado.
En la tercera etapa de Operaciones concretas que va de los 7 a 11años, el niño en edad escolar va desarrollando un entendimiento más realista de la muerte. La muerte puede estar representada como un ángel, un esqueleto o un fantasma, en la cual el niño está comenzando a entender que la muerte es algo permanente, universal e inevitable. Son pequeños que suelen tener mucha curiosidad del proceso físico de la muerte y de qué pasa luego de que una persona muere. Para un niño de esta edad el miedo a lo desconocido, la pérdida de control y la separación de la familia y amigos pueden ser las principales fuentes de ansiedad y temor relacionadas con la muerte.
Finalmente, en la etapa de Operaciones formales que va de los 11 a 19 años, el adolescente va a estar fuertemente influenciado por sus experiencias y su desarrollo emocional. La mayoría de los chicos comprende que la muerte es permanente universal e inevitable, suelen practicar y observar rituales religiosos, culturales y siguen sus costumbres…
Sin embargo, en la adolescencia predomina un sentimiento de inmortalidad o de estar exento de la muerte como en el niño pequeño. Por lo que la negación y las actitudes desafiantes pueden modificar, de repente, la personalidad de un adolescente que se enfrenta a la muerte.
Para el psicoanálisis, la muerte no está en el final de la vida sino en cada instante… La muerte no tiene representación en lo inconsciente, no podemos representarnos nuestra propia muerte, lo cual me recuerda el sofisma de Epícuro en la cual sugiere que “la muerte no existe para mí, ya que mientras existo ella no es todavía y cuando ella sea yo ya no existiré” (Abadi, M., 1973, pág. 133). La muerte es desconocida e incognoscible no solo porque no existo como sujeto para la muerte como decía Epícuro, sino que además la muerte no existe siendo una especie de concepto negativo. Puesto que sugiere la idea que la muerte es algo más allá de nuestro conocimiento cuando no lo es, porque no puede ser objeto de conocimiento y ya que no puedo tener conocimiento experiencial de mi muerte entonces no me la puedo representar. La muerte se muestra como una ambivalencia de búsqueda y huida frente a ese conocimiento. Que no se cree más que intelectualmente y que carece del contenido vivencial. Para el sujeto es inconcebible imaginar un verdadero final de nuestra existencia.
La muerte remite a la representación interior de lo negativo de André Green, a la no presencia, es decir a la no existencia, al vacío, a la nada, a lo no representable, al origen de Bion, a lo real de Lacan, a la representación cosa de Freud. Bion (1988) marcó la diferencia entre nada y no cosa, en la cual señalaba que a fin de construir una teoría del pensamiento, es absolutamente necesario partir de la ausencia del pecho ya que se necesita la tolerancia de la ausencia del pecho para la construcción de los procesos de pensamiento. Este no pecho (este no-nada) es totalmente diferente del otro término nada. Debe haber un estado entre la pérdida total y la presencia excesiva, una tolerancia del psiquismo a la que estamos habituados en términos de fantasía o de representación. Por lo que para Bion “fantasía o la representación son el recurso para llenar esa falta que caracteriza a un estado de experiencia subjetiva” (Bion, 1988, Pág. 92) y es aquí donde motivado por la angustia y el miedo que genera la muerte, es que el sujeto trata de llenar esa falta a través de las religiones, mitos y leyendas.
Representar lo sinsentido, lo excluido, lo no pensable, lo indecible es referirnos a esa “presencia ausente”. Abadi (1973) señalaba que para que un conocimiento tenga ese interno poder de convicción que nos lo hace sentir como verdadero, requiere apoyarse sobre una experiencia. Ésta problemática de la representación concierne tanto a la subjetividad individual como a la dinámica social, a las capacidades tanto individuales como grupales de la religión, mitos y leyendas.
La muerte remite a una falta: ausencia de memoria, ausencia en la mente, ausencia de contacto, ausencia del sentimiento de vida; todas estas ausencias se pueden condensar en la idea de una falta. Pero, en lugar de referirse a un simple vacío o a algo ausente, esa falta deviene el sustrato de lo que es real. Winnicott dice que lo único real es la falta, es decir, la muerte, la ausencia o la amnesia (pp 41), así se podría diferenciar de lo que fue borrado o, en terminología de André Green, lo que sufrió una alucinación negativa, de lo que sólo fue olvidado o, con las palabras de Freud, reprimido.
André Green hace referencia a que la falta de disponibilidad está ligada a la no presencia, es decir la no existencia, al vacío, a la nada, al blanco. Y cuando uno extiende la noción de negativo, la encuentra en el campo de la virtualidad, de la ausencia, de la posibilidad y de la potencialidad. Es el límite de lo negativo, que le procura forma, contenido y espacio. Lo negativo por lo tanto ofrece una visión de la organización y la estructura de la mente.
Finalmente, en la negación (1925) Freud escribe “por medio del símbolo de la negación, el pensar se libera de las restricciones de la represión… y se enriquece con contenidos indispensables para su operación” por lo que Green señala que esta premisa alude a la relación entre la representación de cosa (propia del inconsciente, donde lo negativo lingüístico no tienen lugar) y la representación palabra, que incluye el uso de lo negativo. Pensar depende por lo tanto, de la relación entre representación de cosa y representación de palabra (Green, 2012, pp. 93). Freud postuló que el juicio de atribución precede al juicio de existencia, ya que comenzamos por atribuir una cualidad, buena o mala a un objeto o a un acontecimiento, y luego tenemos que decidir si esa cosa o acontecimiento existe o no.
Keats citado por Bion en (Green, 2012, p 141) hablaba de la capacidad negativa como de una aptitud para tolerar el misterio y la duda, y como de una cualidad necesaria para ser un analista. Todas estas ideas de Bion, Winnicott, Green o Lacan o incluso de desarrollos de las concepciones o precondición de la representación de Freud, consideran la ausencia como una pre-condición de la representación.
En este trabajo abordé de forma introductoria diferentes posturas teóricas sobre el concepto de la muerte, el cual provoca una gran fascinación para todo ser humano, esto motivado por “la angustia fundamental” de la que hace referencia Abadi, como el origen de todas las otras angustias que experimenta todo ser humano, lo cual nos lleva a meditar sobre los orígenes, la esencia, lo fundamental de nuestra especie, por lo tanto la muerte justo se presentaría por lo irrepresentable, por lo innombrable, lo incognoscible, lo real, la representación cosa, “O” (origen) de Bion.
Finalmente y haciendo honor a la muerte y la vida quedémonos con un poema de Pablo Neruda,
Muere lentamente quien no viaja,
Quien no lee, quien no escucha música,
Quien no halla encanto en sí mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio,
Quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
Quien no cambia de rutina,
No se arriesga a vestir un nuevo color
O no conversa con desconocidos.
Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
Y los corazones decaídos.
Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
Para ir detrás de un sueño,
Quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy! – ¡Haz hoy!
¡Arriesga hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te olvides de ser feliz!
Pablo Neruda
Bibliografía
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