Por: Humberto García
Introducción
Pensadores como Freud y Darwin, aparte de gozar del reconocimiento casi universal de sus nombres, tienen en común haber dado nacimiento a teorías que resultaron tan revolucionarías como para no limitar su impacto a sus esferas de estudio -en el caso de Darwin la biología, en el caso de Freud la psicología – , sino que se extendieron mucho más allá y lograron trastocar y estremecer distintos aspectos del hombre, su cultura, y su acervo de conocimientos.
Los conceptos hasta entonces inauditos sobre los que estos grandes pensadores poseen originalidad – la selección natural, el inconsciente, etcétera -, y los conocimientos a los que abrieron camino; sacudieron, entre otras cosas, los paradigmas éticos, cosmogónicos y religiosos con los que el hombre occidental de la época se apreciaba a sí mismo.
Ambos se aproximaron al estudio de distintos aspectos del hombre, y más importante aún de resaltar – sobre todo para los fines de este trabajo -, es el hecho de que ambos entendieron al hombre como un ser determinado por su cuerpo, y como un ser que obedece a leyes naturales; dicho de otra manera, entendieron al hombre como un ser biológico.
Así Darwin, al contemplar la coherencia de sus ideas no dudo en hacer a un lado el supuesto -imperante de su época- del hombre como creación de Dios, y lo asumió como un ser biológico con un mismo origen y que obedece a las mismas leyes que el resto de los seres biológicos en el planeta. Lo mismo Freud, aunque convino acertadamente en separar el estudio de lo biológico y de lo psíquico, nunca dejo de pensar una determinación biológica de lo mental; es decir, asumió al cuerpo como la supraestructura que determina todo proceso anímico, y se resolvió a limitarse a estudiar la psique puesto que pensó, que dada la precariedad, en ese momento, del estado del estudio de lo neurológico, otra cosa no era posible (1)(2).
A más de cien años de estos dos grandes hitos de la historia del conocimiento, hoy observamos que el devenir de este par de teorías, contrario a lo que Freud y muchos otros esperaban, ha seguido caminos por entero opuestos. La teoría de la evolución se insertó y convivió armoniosamente con el resto del conocimiento biológico, y más aún, con el resto del conocimiento de las ciencias exactas. Por el contrario, el divorcio del psicoanálisis y la biología ha sido ineludible, y aunque con avenencia se ha relacionado con las humanidades, la separación que ha ocurrido entre la psicología profunda y la ciencia dedicada al estudio de la vida –el saber exacto que Freud supuso más cercano al psicoanálisis-, así como a las instituciones relacionadas a ella -por ejemplo la psiquiatría y en general la medicina- ha sido; paulatina, firme, y progresiva (3). A pesar de lo anterior, el crecimiento exponencial que en la mitad del siglo pasado experimentaron las neurociencias y la biología ha hecho resurgir en muchos -tanto psicoanalistas como neurocientíficos-, la esperanza de restablecer el anhelado puente entre una disciplina y la otra, el puente entre la mente y el cuerpo, y, particularmente, el puente entre la peculiar concepción psicoanalítica de la mente, y el soma (3)(4)(5).
Más aún, ésta esperanza se ha convertido – para algunos psicoanalistas – en una necesidad (3)(5). Una necesidad derivada de la insistencia en hacer del psicoanálisis una ciencia exacta. Un intento de defensa que surge a su vez como consecuencia del desprestigio que el psicoanálisis ha sufrido, y de los ataques a los que el psicoanálisis ha sido objeto; ambos provenientes de áreas del saber relacionado a las ciencias exactas. Lo anterior por el hecho del psicoanálisis no contar con un método objetivo (como el de la ciencias empíricas) de verificación de sus hipótesis; lo anterior entonces, por el abandono del estatus de ciencia positiva en el que el psicoanálisis se pensaba se gestó.
Es así que en últimas fechas, la idea –cuyo origen podemos adscribir a Freud- de que en las neurociencias el psicoanálisis pudiese encontrar un sustrato más firme a sus proposiciones, se ha visto potenciada (1) (2). Las neurociencias serían al psicoanálisis, lo que por ejemplo la genética resultó para la teoría de la evolución.
Por otro lado, a pesar de las constantes críticas que el psicoanálisis ha recibido, sigue este modelo de la mente gozando del reconocimiento de ser el más completo y coherente. Esto, aunado a la peculiar visión psicoanalítica, ha hecho a muchos suponer que el psicoanálisis pudiese ser una valiosa herramienta para las neurociencias, al trazarle a estas últimas, caminos de investigación que de otra manera hubiesen sido insospechados (3). Fungiría el psicoanálisis como un cartógrafo que trazaría los territorios por los que las neurociencias debieran aventurarse a navegar.
En efecto, recientemente ha surgido una corriente de pensamiento que supone factible lo hasta ahora trazado en las primeras líneas. En base a los ya comentados avances de la ciencia biológica, los autores pertenecientes a esa nueva corriente, suponen que el proyecto biologicista que Freud vislumbró como eventualmente posible para su teoría, no sólo es factible sino que ya es una realidad (4). A ese movimiento se ha dado el nombre de neuropsicoanálisis. Corriente, que en provecho de la claridad, he de repetir, supone no sólo posible sino un hecho lo siguiente: [1]
- A) En las neurociencias el psicoanálisis encuentra una herramienta para refutar o corroborar sus hipótesis.
- B) A su vez el psicoanálisis puede trazar itinerarios de estudio para las neurociencias, itinerarios que de no ser por la particular y privilegiada visión del psicoanálisis no serían siquiera sospechados.
Es así que las publicaciones neuropsicoanalíticas son ahora tan patentes que ya existe una revista académica dedicada exclusivamente al tema (7). Esta revista dedica sus páginas a detallar hallazgos neurocognitivos a través de los cuales, los propósitos enunciados son, a decir de los diversos autores, cumplidos; y por ende suponen cambios necesarios en la teoría psicoanalítica. Es así, que ya se han hecho aseveraciones acerca de observaciones de índole neurocientífica que supuestamente refutan principios psicoanalíticos -tan fundamentales- como la represión o la teoría pulsional.
Por otro lado, como era de esperarse -si se tiene en cuenta la radicalidad de las conclusiones a las que se han llegado por vía de la neurociencias- las objeciones no habrían de por mucho tiempo prolongar su aparición. De tal modo que se ha rebatido que, primero; los supuestos recientes hallazgos neurocientíficos no son suficientes para desechar los citados fundamentos psicoanalíticos, y, segundo y más importante; que en principio nunca llegarán a serlo puesto que dicho a grosso modo -corre el argumento, el objeto de estudio de ambas disciplinas no es posible llegue a converger (8).
La controversia aquí sucintamente enunciada ha tomado lugar en diversos artículos que han aparecido a los largo de los últimos diez años en la revista académica más importante de psicoanálisis. Es decir, en la Revista Internacional de Psicoanálisis.
Diversos autores se han pronunciado tanto en contra, como en favor de la novedosa corriente biologicista (5)(8)(9)(10).
De antemano lo digo, en efecto, concuerdo con los autores que se pronuncian en contra de asumir que los recientes hallazgos neurocognitivos suponen un cambio en el marco teórico psicoanalítico. A mi parecer, por increíble que parezca, dichas conclusiones la mayoría de las veces derivan de conceptos psicoanalíticos mal entendidos y por ende tergiversados. La primera parte de este trabajo la dedico a enunciar un ejemplo de cómo esto ha sucedido. Resultará particularmente relevante refutar el ejemplo elegido porque de entre los hallazgos neurocientíficos que aparentemente obligan a un cambio en la teoría psicoanalítica, el que más adelante presento, fue seleccionado por loa autores -que defienden la corriente neuropsicoanalítica- como el más claro para defender su postura biologicista. Propongo argumentos que no han sido declarados por quienes concuerdan con mi postura.
Una vez concluida la primera tarea, me encaminaré a analizar si más bien el diálogo es plausible, es decir, si el dialogo y colaboración entre estas disciplinas, el psicoanálisis y la biología y – más concretamente una rama de la misma- las neurociencias, puede llegar a ser; una realidad.
Este planteamiento aunque pareciera a primera vista sencillo, como se verá, es harto complicado puesto que en el núcleo del mismo se encuentran interrogantes aún no respondidas o cuando menos consensuadas, interrogantes relacionadas con problemas epistémicos como qué tipo de saber es el psicoanálisis, y otros de cuño filosófico como la ontología de la interacción mente/cuerpo.
Empero, a mi parecer, el verdadero problema a tratar entonces es, más bien, si en principio y siguiendo una fundamentación lógica este diálogo es, o no es, posible.
Un breve ejemplo de los intentos de diálogo que hasta ahora han sido realizados (5)(11)
Se narra el caso de una mujer (a quien llaman señorita A) de edad media que se encuentra en análisis puesto que tiene dificultad para entablar relaciones de pareja. Otras áreas de su vida como el trabajo, transcurren sin contratiempos. Sin embargo, cada que la sujeto tiene cualquier acercamiento con un hombre experimenta una profunda tristeza. Particularmente, cada que dichos acercamientos rozan -aunque sea mínimamente- con la sexualidad. Los acercamientos a los hombres son seguidos de episodios de atracones y vomito autoinducido, así como de angustia descontrolada. De igual forma, cada que ha intentado entablar una relación con un hombre, la desconfianza que habitualmente muestra hacia su analista – por este pertenecer al sexo masculino – se acentúa.
Durante el proceso de análisis su analista descubre que la enferma fue víctima de repetidos abusos sexuales cuando tenía apenas cuatro años. Dicha información fue obtenida por la paciente a través de su hermano mayor. Por otro lado la madre de la enferma no reconoce la veracidad de que hayan acontecido abusos hacia la doliente, situación que confunde en demasía a la misma. Más aún, al la enferma ser incapaz de recordar lo sucedido, se siente culpable dado que a su vez considera injustificado haberse atrevido a inculpar a otros de algo – que en base a su incapacidad de recordar-concluye evidentemente no ocurrió. El analista de la paciente – de fuentes externas-corrobora que en efecto los abusos pertenecen a la esfera de lo real.
Quienes defienden la relevancia de las neurociencias para el psicoanálisis citan nueva evidencia neurocientífica, que según ellos, explica, de mejor manera que la psicodinamia psicoanalítica, los fenómenos psicopatológicos que aquejan a la enferma.
A decir de dichos autores, se ha demostrado que los sujetos crónicamente traumatizados experimentan hipotrofia del hipocampo, hecho que al parecer deriva de la exposición crónica de esta estructura a las altas concentraciones de cortisol que bajo condiciones de estrés existen en los organismos. Dado que el hipocampo es una estructura cerebral que se ha demostrado está implicada en procesos relacionados con memoria declarativa, el hecho de que en pacientes traumatizados muestre hipotrofia hace suponer que es esperado que quienes hayan sufrido un desafortunado hecho traumático sean incapaces de rememorar algunos acontecimientos; en especial aquellos relacionados al trauma. Más aún, el hecho de que la amígdala sea capaz de disparar reacciones afectivas -en las que la memoria declarativa no se halla implicada- ante estímulos que semejen una situación traumática en la historia de determinado sujeto, explica los fenómenos que aquejan a la paciente del ejemplo, la cual experimenta angustia cada que sin darse cuenta se aproxima a un evento que semeja el trauma temprano del que fue víctima.
De lo anterior los autores que defienden la supuesta relevancia de este hallazgo para el psicoanálisis concluyen: Modificación de la teoría de la represión a la luz de nueva evidencia neurocientífica; la represión no es la causa de la imposibilidad de memoria de todos los eventos traumáticos, hallazgos neurológicos como la hipotrofia del hipocampo -que aparecen en personas traumatizadas- demuestran la inviabilidad de ciertos recuerdos. Con esto en mente, se concluye que la neurociencias son relevantes para determinar de qué manera ha de proseguir determinado análisis. En el caso expuesto insistir en recuperar memorias suprimidas por la represión resultaría dañino e infructífero. Por tanto, concluyen: debemos modificar la teoría de la represión y en ciertos pacientes debemos de dejar de perseguir en el proceso analítico la recuperación de memorias reprimidas. [2]
Lo anterior evidentemente es una conclusión errónea y más bien sorprende el grado de ingenuidad -sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de analistas- de quienes defienden esta tesis, ingenuidad que se vuelve patente en la manera en que un concepto tan fundamental al psicoanálisis es groseramente tergiversado y simplificado.
Cuando en psicoanálisis se habla de represión, de ninguna manera se hace aludiendo a la idea de un hecho traumático real que es -por insoportable- a través de una barrera, excluido de la conciencia y la memoria (más adelante explico qué postula el psicoanálisis sucede con estos hechos traumáticos). Se trata más bien de la exclusión de la conciencia de un conflicto que es consecuencia de una demanda instintiva interna (12)(13)(14). Éste conflicto es muy seguido instigado por algún aspecto de la realidad; sin embargo -contrario a lo que los defensores del neuropsicoanálisis piensan- no por una realidad traumática; más aún, no en pocas ocasiones el conflicto no necesita siquiera apoyarse en la realidad, y en vez, encuentra sustento en la fantasía. Ante una determinada representación -sea proveniente de la fantasía, sea proveniente de la realidad- en la que el ello demande una descarga, si para el yo la situación resulta intolerable, la represión impide que tal representación tenga acceso a la conciencia, y en lugar la descarga sigue distintos caminos determinados por el mecanismo de defensa que el yo disponga utilizar. Para mayor esclarecimiento del asunto lo repito de otra manera; la conflictiva en la que hayamos a la represión implicada es esencialmente una conflictiva entre el yo y el ello, lo que se reprime es la representación que el instinto demanda para realizar una descarga, no un hecho traumático. Lo recalco una vez más, el conflicto en el que la represión está implicada tiene origen en el mundo interno.
A fin de impedir que las ideas aquí expuestas sean poco claras a consecuencia de quedar flotando en plano de lo abstracto, relato a continuación ejemplos. Brevemente; en el caso Juanito, publicado por Freud, lo que se reprime es un impulso agresivo hacia el padre del inmaduro sujeto, el paciente olvida la agresividad que quiere desatar hacia su padre, y en vez siente miedo de ser atacado por un animal al cual por asociación fue desplazado el deseo agresivo. Alguien que olvida una palabra, lo hace porque en ella encuentra la posibilidad de descarga de un instinto censurable, etc.
¿Qué en realidad ha teorizado el psicoanálisis en relación a los efectos de traumas graves y agudos? , ¿Qué se ha teorizado en relación a los traumas que tienen lugar en etapa temprana, es decir traumas como los que en el ejemplo se detallan? Antes de dar solución a estas preguntas, es importante resaltar que en la respuesta no ha de hallarse implicada la represión.
En relación al trauma agudo: es importante iniciar definiendo a qué nos referimos por trauma, en palabras de Fenichel. ” Los estados en que el organismo es inundado de cantidades de excitación que están más allá de su capacidad de control se llaman estados traumáticos”. Estos estados son experimentados por el yo en forma de pánico. Para responder a la pregunta de qué sucede con las personas que experimentan un trauma – es decir una sobrecarga del aparato mental- es primero importante aclarar un aspecto que será relevante también para dar respuesta a la segunda pregunta que en este apartado formulé. Y ese aspecto es; que la capacidad de dominar las excitaciones que la realidad provoca en el aparato mental está en función del grado de maduración del yo. Así, un yo maduro que se ve sobrepasado en su capacidad de dominar la excitación, es decir que experimenta un trauma, dicho brevemente, dedica toda su energía restante a contrarrestar la sobrecarga que devino como consecuencia del hecho traumático. Es importante remarcarlo, no reprime, sino que más bien intenta ligar o descargar la energía libre, misma que se experimenta como dolorosa. Ocurren episodios de descarga involuntaria que se manifiestan como rabia y angustian; y se rememora el hecho traumático una y otra vez como consecuencia de intentos del yo para controlar lo que inicialmente no pudo controlar, hasta que finalmente si todo avanza bien logra superarlo al recuperar el estado de neutralidad psíquica. Más aún, en efecto la realidad si resulta en exceso intolerable puede ser negada, pero la negación no obedece al fenómeno de la represión -que empero es resultado de la coerción de los instintos-, sino más bien supone la anulación de la realidad por orden del principio del placer, que no tolera una realidad en exceso displaciente (14).
Ahora bien ¿Qué sucede en relación al trauma crónico y temprano, es decir aquel que aqueja un yo inmaduro, en otras palabras un trauma como el que en el ejemplo se detalla? como ya comenté, que se logré o no superar este tipo de acontecimientos está en función del grado de maduración del yo. Así, un hecho traumático temprano más que provocar represión engendra – en el mejor de los casos – patologías graves del carácter; las cuales tienen como cualidad común el desarrollo de un síndrome de difusión de la identidad (una detención en la maduración del yo), cuyo aspecto esencial es la falta de integración del sí mismo (15).
Dicho de otro modo, la falta de continuidad en los memorias que integran el sí mismo, es decir la falta de continuidad en la historia del sujeto; es un hecho que en efecto la teoría psicoanalítica actual no atribuye al fenómeno de la represión, atribuye más bien a un yo inmaduro y mal integrado, que es resultado no en pocas ocasiones precisamente de la exposición a traumas tempranos (entiéndase esto como aquí se ha conceptualizado).
Además, un último aspecto relacionado a la represión, y que hace notar el burdo equivoco en las conclusiones de quienes defienden la relevancia para el psicoanálisis de este hallazgo neurocientíficos, es el hecho de que en estas patologías más bien es frecuente encontrar defensas inmaduras que no operan a través de la domesticación de los instintos, sino que lo hacen predominantemente a través del falseamiento de la realidad (16). Y precisamente sucede así porque para lograr que la represión opere -es decir para que el principio de realidad se imponga al principio del placer- se requiere de la existencia de un yo maduro. En la teoría clásica entonces, en un yo detenido en su desarrollo, la negación -no la represión- funcionando todavía en favor del principio del placer y no del principio de realidad, permite no reconocer grandes porciones de la realidad. Empero, en un yo maduro tal mecanismo no puede llegar muy lejos.
Un buen ejemplo de todo esto es precisamente el caso que supuestamente desacredita el concepto de la represión. Como se ve, la sujeto que experimentó un trauma temprano y repetitivo no logra integrar una continuidad en sus historia. Finalmente; Aunque en las publicaciones donde este caso se cita no se detalla el diagnóstico psicopatológico que aqueja a la paciente; lo que aparece descrito a todas luces corresponde en efecto a un caso de patología grave, y en estos casos, es sabido, en no pocas ocasiones la psicoterapia ha de ser orientada predominantemente hacia al apoyo, de tal suerte que con lo anterior dicho queda refutada también la supuesta relevancia de este hallazgo – la asociación de la hipotrofia del hipocampo con la historia de trauma- para el curso del análisis de la paciente en cuestión.
A mi parecer este ejemplo deja claro que los fenómenos cognitivos probados a través de las neurociencias, aunque valiosos, no corroboran o refutan conocimientos psicoanalíticos. Y más bien se ha hecho un mal intento por traslapar un concepto de un saber al otro, un intento que obedece a un terco afán de probar la relevancia para el psicoanálisis de dichos avances neurocognitivos. Con esto se ha llegado a conclusiones harto precipitadas e ingenuas, hecho que fácilmente ha sido demostrado en los párrafos anteriores.
Así pues, coincido con otros autores en que conclusiones como las que los defensores del la relevancia del neuropsicoanalisis profieren son dañinas para el cuerpo teórico psicoanalítico, sobre todo porque en apariencia refutan principios psicoanalíticos, que no sólo confunden a personas ajenas al campo, sino que como el ejemplo anterior expone, también a algunos psicoanalistas. Aunque el ejemplo aquí citado ni mucho menos abarca la totalidad, sí es representativo de lo que en la literatura neuropsicoanalítica se encuentra, es decir, conceptos tergiversados. Además, es preocupante que como ya se hizo notar, se desacrediten conceptos psicoanalíticos tan a la ligera, cuando al parecer, al menos en este ejemplo, los hallazgos de uno y otro saber cuándo menos no se estorban.
De lo anterior concluyo que el diálogo entre psicoanálisis y neurociencias no ha siquiera comenzado, y el tema fundamental es más bien, si, como ya mencioné, siguiendo un camino trazado por premisas lógicas -y dilucidando a través de estás los problemas ontológicos y epistemológicos implicados-, ese diálogo puede o no comenzar.
Acerca de la posibilidad de probar o refutar conceptos metapsicológicos a través de su correlato neuronal
El problema de la subjetividad es central, es evidente que el psicoanálisis lidia en buena medida con fenómenos subjetivos, cosa que plantea un dilema fundamental, ¿cómo la teoría psicoanalítica comprueba o refuta a través de lo por todos observable los estados internos que supone?
Fenómenos tan sencillos como el hambre, o el deseo sexual -en su acepción más burda-son experimentados en el adentro, aprendemos palabras para expresar lo que en el adentro sentimos, y así por ejemplo utilizando la palabra “hambre” , nos referimos a un estado desagradable e inconfundible que sentimos usualmente cuando ha transcurrido tiempo – aunque el tiempo es variable – sin que ingiramos alimento y que es aliviado con el acto de comer, y que así mismo nos fuerza a comer. Asumimos que al otro utilizar esa misma palabra quiere designar algo idéntico, nos parece imposible pensar que experimente algo distinto a lo que nosotros designamos con esa palabra, y hay conductas estereotipadas y fácilmente aislables que se asocian a ese estado interno. Pese a ello, no hay manera de que objetivamente demostremos que lo que otro sujeto experimenta per se cómo hambre es idéntico a lo que uno mismo experimenta cuando utiliza la misma palabra. Sin embargo lo entendemos y pocos se atreverían a contradecir que se trata de la misma experiencia. Pues bien, mucho de lo anterior, con fenómenos harto más complejos se repite constantemente en el psicoanálisis. Ahora bien, es en algo en lo dicho en el párrafo anterior que empieza ya a vislumbrarse en lo que muchos han supuesto- sin darse cuenta – podrían realmente cobrar relevancia las neurociencias[3]. Lo que se pretende es hacer objetivo lo subjetivo. A continuación analizo pues como pienso se intuye podría ser esto posible.
Ruego que se note y se me disculpe el grado de especulación que intencionadamente me permito en los párrafos que siguen, y que me permito con el propósito de resaltar la clase de supuestos que implícitos se encuentran en pronunciarse en favor del servicio de las neurociencias al psicoanálisis, o viceversa. Así pues, si la conducta que observamos ligada a lo que como hambre designamos, es, aislable -es decir puede ser estudiada en un contexto experimental-, entonces el fenómeno subjetivo que va pareado a esa conducta pudiese ser rastreado de manera objetiva a través de su supuesto correlato neuronal. Con esta premisa en mente sigamos adelante. Traslapemos lo hasta ahora dicho acerca del hambre al deseo sexual. Se trata de un fenómeno de igual forma experimentado en el adentro, que surge periódicamente, que es aliviado con el acto sexual – es decir tiene una meta -, que pugna hacia esa meta, y que frecuentemente – aunque no siempre – discurre en paralelo a conductas observables y aislables (susceptibles de quedar sujetas a la experimentación). Tal como Freud nos mostró, en todo, salvo en el intercambio de objeto de que es capaz, y por su puesto de su cualidad y meta distintas, este estado interno tiene homología al hambre, así mismo en su condición de estado subjetivo: aunque es por nosotros experimentado en el adentro, no hay manera de que podamos probar que lo que experimentamos como libido, o deseo sexual sea per se lo mismo que lo que otro experimenta cuando quiere designar un estado interno utilizando esa palabra. Entonces, al igual que con el hambre si los fenómenos observables ligados al deseo sexual son fácilmente aislables y susceptibles de ser estudiados, por ende el fenómeno subjetivo, es decir el fenómeno del adentro que asumimos tiene un correlato neuronal objetivo, pudiera ser rastreado en ese correlato neuronal. Y si a nivel neuronal se sabe en qué consiste algo subjetivo como la libido o energía mental, entonces se podría demostrar o refutar objetivamente –por ejemplo- si la libido está implicada en los fenómenos subjetivos harto más complejos – que los que se acaban de describir- en los que el psicoanálisis la ha supuesto implicada. Así se podría saber, si una teoría como la del narcisismo primario que supone un yo catectizado que paulatinamente libera libido hacia objetos del mundo es o no cierta, al por ejemplo estudiar sujetos que se dicen enamorados, o por el contrario al estudiar sujetos con patologías que suponen una economía narcisista. Como vemos en estos supuestos, al avanzar del fenómeno subjetivo sencillo del hambre o del deseo sexual por el que Freud comenzó a labrar su teoría hacia otros fenómenos subjetivos más complejos como el enamoramiento, no tarda en derrumbarse lo planteado, porque precisamente en todo esto hay una serie de supuestos que no se tiene manera de comprobar o refutar. Analicemos de qué manera. Aunque al igual que con el hambre y el deseo sexual, es probable que cuando alguien se dice enamorado se refiere a lo mismo que nosotros nos referimos cuando con esa palabra queremos designar un peculiar estado interno, la conducta fácilmente aislable ligada a lo subjetivo ya no es tan fácilmente aislable, y comienza a haber más bien algunos que duden de si el otro se refiere a lo mismo que nosotros cuando utiliza esa palabra, por tanto aislar la conducta objetiva (con la rigurosidad que exige la ciencia) ligada al estado subjetivo no puede quedar libre de sesgos, comienza a quedar claro aquí que franquear la barrera de la subjetividad no es posible de otra manera si no es a través de la propia subjetividad y del lenguaje. Más aún, si lo que se pretende es demostrar o refutar conceptos metapsicológicos, al hablar de la libido por ejemplo, cómo saber si uno de los axiomas centrales del psicoanálisis – la libido- tiene un correlato cerebral que aparecería como un patrón de activación neuronal identificable, inconfundible y constante cada vez que aparece en el reino de lo psíquico, cómo saber si no más bien lo que en el reino de lo psíquico es constante, en el reino de lo neuronal no lo es. En el primer caso podríamos imaginar que el patrón de actividad neuronal que subyace a lo que en la mente aparece como una representación de un objeto dado catectizado tendría algo extra que lo distingue del patrón de actividad neuronal que subyace a esa misma representación que en lo mental reconocemos no catectizada. En el segundo caso, suponemos más bien que el patrón de actividad neuronal nunca es repetible, ni el caso de una representación, ni en el caso de la energía mental. En efecto, la evidencia contemporánea no es suficiente para dar respuesta a nuestras conjeturas. Las neurociencias actualmente distan de explicar fenómenos como los hemos especulado. Apenas por ejemplo, comienza a vislumbrarse el sustrato neuronal de la conciencia, es decir de aquello que en psicoanálisis llamamos yo, y más concretamente aquello que llamamos conciencia de sí mismo –y de todos modos no se trata más que de hipótesis-. Se conoce el sustrato anatómico de procesos generales como el lenguaje, la memoria declarativa, identificación de rostro etc. (suponer – por ejemplo-que descubrir que el hipocampo está implicado en la memoria declarativa no aporta nada a los propósitos que se espera entre el diálogo de las disciplinas en cuestión). En cambio, no se sabe nada en relación a los intrincados procesos mentales con los que el psicoanálisis lidia; por ejemplo cómo tiene lugar en el cerebro lo que en la mente aparece como tal o cual representación. Más aún, no se sabe si quiera si tal cosa es posible. A pesar de todo, los que pretenden la comunicación entre ambas disciplinas probablemente no se refieren a la búsqueda en las neuronas de tal o cual objeto, representación, etcétera. Buscan tal vez el sustrato biológico de categorías generales psicoanalíticas como: mecanismos de defensa, transferencia; etc[4]. Como ya se hizo notar sin embargo, aunque es probable que todos estos procesos anímicos tengan un correlato neuronal, difícilmente ese correlato será el mismo para toda represión, o toda transferencia, o todo mecanismo de defensa. En otras palabras, las categorías psicoanalíticas remotamente tengan una categoría neuronal equivalente; falacia que al parecer es supuesta a consecuencia del hecho de que las gruesas categorías cognitivas tienen una estructura macroscópica cerebral a la que puede ser adscrito su origen cerebral. Pero en una represión por ejemplo, hay procesos semánticos y de memoria interrelacionados que hacen poco probable que exista una categoría neuronal equivalente para toda represión. Del grado de especulación que me he permitido para demostrar las condiciones necesarias para que la corriente neuropsicoanalitica sea posible, más bien sorprende que no atempere la seguridad de los que se pronuncian a favor.
Mucho mayor peso que todo lo hasta ahora dicho tienen los problemas epistemológicos y ontológicos implicados en la posibilidad de entender lo subjetivo a través de lo objetivo. Para que todas estas suposiciones sean factibles, es necesario asumir dos posturas a priori. Una ontológica, y una epistemológica. La primera relacionada al problema mente / cuerpo. La postura ontológica que permitiría que lo supuesto fuese posible sería el así llamado materialismo reduccionista, mismo que postula que toda proceso anímico tiene un correspondiente proceso neuronal que lo subyace en igual número. Así mismo concibe a la mente como un ente material que emerge como consecuencia de la actividad cerebral (17). La evidencia proveniente de las neurocienicas, la teoría de la evolución, teoría computacional e inteligencia artificial en efecto apuntala hacia la hegemonía de ésta teoría (17). No obstante lo dicho, el problema mente cuerpo dista de haber quedado resuelto.
El problema epistémico, en efecto plantea dificultades más serias al hecho de suponer la posibilidad de un verdadero diálogo entre psicoanálisis y neurociencias. Dicho problema no se restringe al psicoanálisis sino que abarca el problema de la cognocibilidad de la mente ajena, es decir la posibilidad de conocer los procesos mentales que el otro experimenta. Como es sencillo suponer esta importante vicisitud engloba a su vez cuestiones relacionadas con la epistemología psicoanalítica. Para que la mente sea cognoscible a través de su correlato neuronal es necesario asumir una epistemología positivista, la cual asume que el conocimiento de todos los fenómenos mentales es posible a partir del mundo objetivo (17). Asumir a su vez esta gnoseología no sólo invalida la posibilidad de diálogo entre psicoanálisis y neurociencias, sino que invalida al psicoanálisis mismo. Desde luego asumir dicha postura supone serias dificultades (misma que han sido resaltadas en las elucidaciones que preceden) en cuanto al conocimiento de lo mental ¿cómo eliminar de golpe la cualidad subjetiva de todo lo mental y pensar que aun así puede ser conocido? Sin embargo si no se asume esa postura, es necesario asumir que no es posible conocer el sustrato cerebral de todos los procesos anímicos. Las peripecias a las que se enfrenta el positivismo para aprehender los fenómenos subjetivos, fueron motivación importante para el surgimiento de importantes críticas a esta teoría del conocimiento. Baste con mencionar autores como Dilthey, Husserl y Heidegger; y respectivamente la hermenéutica y la fenomenología a que dieron origen (18)(19). Estás críticas han anulado la ilusión de que el positivismo es la gnoseología última al tiempo que han dado sustento epistemológico a las así llamadas ciencias del espíritu, entre ellas el psicoanálisis.
No obstante lo dicho, el psicoanálisis actualmente es concebido como un saber híbrido (20); es decir, contiene tanto elementos cognoscibles a la manera de las ciencias naturales, como elementos hermenéuticos/subjetivos propios de la humanidades. Una conclusión se extrae entonces de lo dicho. Asumir la posibilidad de la totalidad del conocimiento de lo mental a través de las neurociencias anula al psicoanálisis mismo, pues esto presupone que un fenómeno neuronal que subyace a un fenómeno mental sólo es cognoscible a través de su correlato objetivo del fenómeno mental, y el psicoanálisis aunque tiene algunas proposiciones de esta índole en su mayor parte es un saber hermenéutico que no puede ser sustentado a la manera de la ciencias naturales. Esto por ende lleva a la conclusión de que la idea de un diálogo -de la manera ha sido propuesta-o es imposible, o el psicoanálisis en su totalidad es falso.
Aclarar un importante detalle –que pudiera ser malinterpretado- será a su vez útil para volver patente dificultades adicionales a suponer un dialogo entre psicoanálisis y neurociencias. Reconozco que de ninguna manera los fenómenos psíquicos son independientes de los fenómenos neuronales, y que los cambios neuronales repercuten sin duda en los fenómenos psíquicos, es un hecho obvio que los procesos neuronales se relacionan con fenómenos anímicos – ejemplos son el efecto de toxinas y medicamentos, o el efecto de lesiones cerebrales- , he de insistir entonces: no se trata de negar la dependencia de lo psíquico a lo somático, sino más bien se trata de esclarecer si a través de conocer los fenómenos somáticos es posible mejorar nuestro conocimiento de la concatenación de los fenómenos anímicos. Un ejemplo burdo pero ilustrativo de la imposibilidad de establecer esta concatenación en lo neuronal; cuando alguien es insultado y se molesta, sin duda la amígdala está involucrada al dar sustrato neuronal al proceso afectivo; sin embargo el sustrato neuronal del hecho psíquico correlacionado con el sobresalto -la activación del amígdala-, no hace inteligible la causa en sí misma del sobresalto; es así que saber si la amígdala se activa o no de nada sirve para entender la causa del fenómeno psíquico , es decir; aquello que en la historia del sujeto permite que determinado insulto de lugar a una herida narcisista y por ende un estado de enojo. La causa del hecho psíquico no puede ser conocida sino a través de la interpretación, a través de la hermenéutica (aunque no sea psicoanalítica). He aquí un problema más al dialogo, el problema interpretativo.
Acerca del diálogo en la otra dirección
No obstante, sigue existiendo la posibilidad del diálogo si este quedase restringido a la presuposición de que sólo los fenómenos psicoanalíticos susceptibles de ser demostrados objetivamente pueden ser rastreados en lo neuronal.
De nuevo, esto se sustenta debido a que una parte del psicoanálisis tiene postulados que pueden ser considerados como pertenecientes a una ciencia positiva. La idea -cuyo origen se adscribe a Karl Popper – de categorizar todas las proposiciones psicoanalíticas como no falseables -y por tanto no científicas – no es del todo cierta (21)(22).
Como ya mencioné, algunos postulados psicoanalíticos son susceptibles de ser probados o refutados mediante un método de observación (sobre todo los que a la psicología del yo se refieren)(22). Creo importante sólo resaltar una cuestión adicional. Si se asume la postura ontológica a través de la cual se puede suponer un diálogo, y se asume a su vez que lo mental no es posible conocerlo únicamente a través de lo objetivable y este diálogo se restringe a los fenómenos falseables del psicoanálisis; en efecto la comunicación sería posible sin anular al psicoanálisis y ocurriría predominantemente en esta otra dirección. Los procesos cerebrales implicados en un proceso anímico podemos suponer son únicamente rastreables a partir del fenómeno psicológico al que subyacen. No está de más resaltar de nuevo, si un fenómeno psicológico ha de ser correlacionado en un fenómeno neuronal, dicho fenómeno psicológico debe ser cognoscible a la manera de la ciencias naturales, es decir para que la comunicación siga siendo factible sólo los postulados positivos del psicoanálisis podrán ser rastreados en lo neuronal, desde luego sólo aquellos postulados que puedan ser probados ciertos.
De todos modos, por lo ya expuesto en el apartado anterior, y a pesar de todas las presuposiciones que hagan posible las cosas, el camino en la dirección opuesta tropieza con las mismas vicisitudes. De nuevo:
- El estado actual de las neurociencias no tiene la suficiente resolución –asumiendo que tal cosa fuese posible- para rastrear los intrincados procesos mentales con los que psicoanálisis lidia. Más aún, empero, las categorías psicoanalíticas muy probablemente no tienen una categoría equivalente en lo neuronal.
- Aislar objetivamente los fenómenos con los que el psicoanálisis lidia -aunque se trate de las hipótesis falseables-, no es tarea sencilla.
En resumen
- El diálogo entre las neurociencias y el psicoanálisis en realidad no ha comenzado, y la mayoría de las veces no se trata de un verdadero diálogo, sino de conceptos tergiversados y mal traslapados que es prudente tomar con cautela, puesto que en efecto concuerdo pueden resultar dañinos para el psicoanálisis y su práctica. Esto desde luego no supone que no creamos necesario tomar en cuenta y mantenerse informados de los avances de las áreas vecinas al psicoanálisis, si un fenómeno mental recibe una inequívoca explicación causal -por ejemplo- neurológica, el antiguo concepto que lo explicaba debe ser desechado, así mismo si un fenómeno recibe explicaciones complementarias, ambas deben ser tomadas en cuenta. No obstante es de suma importancia cuidarse de reduccionismos y explicaciones simplistas.
- En base a los problemas epistémicos y ontológicos expuestos, se puede concluir que es muy poco probable que una cabal comunicación sea posible. Desde luego no es posible adelantar una postura definitiva.
- Es oportuno entender que el psicoanálisis por el hecho de en buena medida lidiar con la subjetividad no es susceptible por entero de ser objetivable. El tema de la epistemología psicoanalítica ha dado lugar a la escritura no sólo de ensayos sino de múltiples libros, las intrincadas vicisitudes aquí expuestas demuestran que dado el objeto de estudio con el que el psicoanálisis trata, el sólo hecho de no contar – como la ciencias empíricas- con un método de probatorio de las hipótesis que no sea el clínico, no hace del psicoanálisis un saber en decadencia. Es importante remarcarlo, los intentos de cientifizar (en el sentido tradicional de la palabra) al psicoanálisis pueden y han resultado bastante dañinos.
4) No obstante lo comentado en el punto anterior no niego que el psicoanálisis enfrente retos que debe buscar superar, los retos en efecto son complejos y demandan métodos creativos y heurísticos, por tanto cerrar la comunicación con otros saberes sería torpe y terco, el hecho de que hasta ahora no haya habido un avance real, no descarta que sigamos intentando labrar una verdadera comunicación. Entendiendo los alcances y límites de esta comunicación.
5) Aunque los objetivos trazados en el título de este trabajo no se cumplen, se han extraído conclusiones valiosas – ya citadas los putos anteriores -.
A manera de corolario
Cito por un lado un fragmento de la obra de Freud de la que me sirvo para demostrar las características del objeto de estudio del psicoanálisis. Así mismo cito un fragmento de la obra de Husserl que resulta pertinente para dejar claras las dificultades que supone aproximarse a dicho objeto a través de las ciencias exactas.
“Por el contrario, he practicado al principio, como otros neurólogos, el diagnóstico local y las reacciones eléctricas, y a mí mismo me causa singular impresión el comprobar que mis historiales clínicos carecen, por decirlo así, del severo sello científico, y presentan más bien un aspecto literario. Pero me consuelo pensando que este resultado depende por completo de la naturaleza del objeto y no de mis preferencias personales”. (Freud 1895)
“Y así puede afirmarse en general: es un contrasentido considerar la naturaleza del mundo circundante como algo de por sí ajeno al espíritu y querer cimentar, por consiguiente, la ciencia del espíritu sobre la ciencia de la naturaleza y hacerla así, perdidamente, exacta”. (Husserl 1935)
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[1] : “Entonces, por ejemplo, la biología de los procesos conscientes e inconscientes podría proveer un importante nuevo vínculo entre la teoría psicoanalítica y la ciencia moderna de la mente. Un vínculo de esa clase, nos permitiría explorar, modificar, y, cuando apropiado, desaprobar la teoría psicoanalítica del inconsciente. Por su parte, la nueva ciencia de la mente, puede ser enriquecida por las ideas psicoanalíticas” (6). Eric Kandel -el reconocido neurocientífico y ganador del premio nobel de medicina y fisiología- , en un ensayo dedicado a proponer caminos de convergencia entre las neurociencias y en general las humanidades, escribe el citado párrafo. Por el prestigio del que goza este distinguido personaje, sus palabras han adquirido considerable resonancia.
[2] Esta postura -como ya mencioné- es una equivoco burdo y sorprendente. Por tanto, para evitar que los lectores piensen que altero las ideas de los autores, y para hacer notar la gruesa tergiversación; transcribo integras sus palabras: “La factibilidad de recuperar memorias reprimidas y el valor de la reconstrucción en la acción de la terapéutica psicoanalítica han sido ambos cuestionados, en parte con base en evidencia neurocientífica. (…) De cualquier manera, parecería razonable que durante el curso de la terapia de la señorita A, pudieran venir a la luz algunas memorias previamente reprimidas de su abuso putativo, como ella y su analista han esperado. ¿Pero qué si no? La teoría clásica psicoanalítica de la represión mantiene que un paciente que experimenta amnesia por un hecho traumático está dinámicamente reprimiendo la memoria de dicho evento, esto es, evitándolo porque es intolerable. Hay bastantes razones neurocientíficas para pensar que dicha represión dinámica en efecto ocurre. Pero los estudios neurocientíficos han también mostrado convincentemente que durante tiempos de miedo abrumador, es posible que las memorias declarativas no se codifiquen en absoluto, o sólo una versión degradada de ellas sería codificada. (…) (el subrayado es mío)” (5)(11).
[3] De nuevo cito a aquí las palabras integras de quienes hacen estas aseveraciones “(…) si lo miramos con nuestros ojos, vía la superficie perceptual externa, vemos un cerebro: húmedo, gelatinoso, lobular, e inmerso en otros tejidos del cuerpo. Si lo observamos con nuestra superficie perceptual internamente dirigida, introspectivamente, observamos estados mentales, como deseo y placer.
Si aceptamos esta aproximación filosófica, parece natural querer hacer uso de ambos puntos de vista para comprender nuestro objeto de estudio, de forma de percibirlo (sic) externa e internamente. (…) Sin embargo, reiteramos que si uno correlaciona la experiencia subjetiva con -la parte húmeda, blanda- de la neurobiología, uno está en una posición mucho más fuerte para desarrollar un modelo más preciso del aparto mental. (…) En suma, la neurociencia ofrece una segunda perspectiva de la cosa incognoscible que denominamos aparato mental, cosa que Freud intentó describir por primera vez en su metapsicología.”(4).
[4] Aseveración hecha por Kandel “(…) Usando el abordaje operacional de Dehaene, podríamos explorar como el inconsciente instintual de Freud mapea dentro de los nuevos descubrimientos biológicos del comportamiento social agresivo. ¿Llegan estos procesos inconscientes a la corteza, aún y cuando puedan no llegar a la consciencia? ¿Qué mecanismos neurales gobiernan defensas como la sublimación, represión o distorsión(sic) (6)”
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