Liliana Portales 

En la actualidad, en solamente 6 estados de nuestro país las mujeres pueden abortar de manera legal sin importar las causas. A pesar de los avances que se han logrado y de que hoy en día las mujeres se encuentran ante mejores circunstancias, hay un largo camino por recorrer. Los embarazos adolescentes han incrementado de manera exponencial y varias de estas mujeres atraviesan embarazos sin los recursos de salud y emocionales necesarios para salir adelante. Por otro lado, los abortos clandestinos siguen presentando un problema sanitario, donde muchas mujeres terminan ante situaciones graves de salud e incluso la muerte. A esto le podríamos sumar que se pueden presentar ante un problema legal, ya que en varios estados el aborto es considerado como un delito. Pienso que es un camino que aún se encuentra lejos de la meta y que de manera paulatina ha ido cambiando. Una de las razones por las cuales elegí hablar de este tema, es porque me he percatado que, a pesar de vivir en una sociedad más liberal donde tenemos acceso a educación sexual, se realizan marchas luchando por los derechos de las mujeres y que la ciudad donde vivimos, el aborto es legal desde hace varios años, todavía es un tema tabú para las mujeres que lo practican. Sin importar estos avances, muchas mujeres continúan viviendo este proceso de manera solitaria y en silencio. Mi intención no es pretender que sea algo que tengan que compartir, pues es una decisión íntima, pero he notado cómo a veces el vivirlo solas o sentir que no lo pueden contar por temor a ser juzgadas, puede potencializar las culpas que llegan a vivir. 

Graciela Jajam, en la mesa de discusión Lo femenino y el debate actual sobre el aborto, afirma que hay una idea errónea sobre el derecho a abortar: “vivir en un mundo uniformado que no acepta la singularidad de las decisiones, de modo tal que producen construcciones colectivas en las que están en juego certezas: todas van a querer abortar.” (2019, p. 67). Mi postura parte desde la premisa donde la mujer cuenta con el derecho a abortar, pero que no por existir este derecho sea una imposición, como bien afirma la autora. A su vez, Graciela Corrao afirma: “Que sea ilegal, no impide que se practique. Que sea legal, no implica que se expanda su práctica.” (2011). Aquellas mujeres que elijan hacerlo, me parece que no solamente tienen el derecho a condiciones de salud seguras, sino también a un acompañamiento emocional. Lo ideal sería que pudieran contar con un espacio terapéutico al momento de tomar la decisión, lo cual resulta casi imposible la mayoría de los casos, pero entonces que se sientan con la libertad de poder hablarlo de manera posterior. 

Mi finalidad no es desencadenar una discusión sobre si estamos de acuerdo o no, sino intentar comprender las repercusiones emocionales que puede tener en nuestras pacientes el enfrentarse con una decisión así, y cuál es nuestra labor ante ello. Es importante aclarar que existen distintas clases de aborto. Están aquellos que se les llama “abortos espontáneos” en los cuales, la mujer pierde al producto de manera accidental. La mayoría de las veces, este tipo de abortos suceden en embarazos deseados y planeados. Niño y Palacios afirman que:

“cuando fallece un niño, también lo hacen una serie de promesas y expectativas que no van a poder ser vividas por los padres. Lo que se pierde es un futuro, una posibilidad […] Las repercusiones de esta pérdida puede afectar a muy diversos ámbitos, que van desde lo emocional, social, la vida de pareja o los vínculos sociales inmediatos.” (2018, p.8). 

La pareja deberá hacer un duelo por esta pérdida, pero estas autoras afirman que el contexto social a veces dificulta este proceso. Los rituales funerarios y religiosos facilitan de cierta manera el proceso de duelo, pero en los casos de pérdida gestacional estos rituales no se llevan a cabo. (Niño y Palacios, 2018. p.18). De hecho, cuando la pérdida sucede en etapas iniciales del embarazo y solamente un círculo cercano de la pareja sabía del mismo, se llegan a mantener estas pérdidas en secreto y de manera implícita se prohíbe hablar de él, lo cual se ha visto dificulta no solamente el proceso de duelo, sino que puede llegar a tener repercusiones en la pareja. Las mujeres que han sufrido esta clase de abortos pueden llegar a pensar que “hay algo malo en ellas” y que es su culpa haber perdido el producto. Pienso que hablar sobre las implicaciones emocionales de este tipo de abortos, da para mucho pero no es la finalidad de este trabajo, ya que me gustaría enfocarme en los abortos inducidos por elección de la mujer. 

Al iniciar la recopilación de textos para la elaboración de este trabajo, me enfrenté con un obstáculo importante: casi no hay textos psicoanalíticos que hablen sobre el tema. Newell Fischer tiene un artículo titulado Múltiples abortos inducidos – Un caso de estudio psicoanalítico. En el cual habla de esta carencia de textos y resalta cómo hay un sinfín de bibliografía sobre la maternidad pero que es llamativo cómo hay pocos que hablen sobre embarazos no deseados. Fischer cuestiona si será un deseo activo entre psicoanalistas no hablar de esto. (1974, p.394). El autor establece que es importante explorar las fantasías inconscientes detrás de la decisión de un aborto. El escenario más favorable sería que las mujeres que van a asumir una decisión así lo pudieran hacer con algún tipo de acompañamiento psicológico, pero sabemos que por lo general esto no sucede. La importancia de esto no solamente radica en que las mujeres se puedan sentir acompañadas, sino en la individualidad de la mujer, ya que cada caso tendrá trasfondos y repercusiones distintas. 

Para poder ejemplificar un poco sobre las repercusiones emocionales que puede implicar un aborto inducido por elección personal, escribo a continuación una breve viñeta clínica sobre una paciente, a quien llamaremos María. 

María es una mujer de 33 años de edad, quien lleva un año en tratamiento terapéutico. Llegó a tratamiento días después de que fuera el aniversario de uno de sus abortos. María me reveló que había tenido dos abortos inducidos a sus 23 años. Los abortos habían ocurrido en un lapso de 5 meses. Hablar de esto, ha sido algo que le ha generado vergüenza, enojo, tristeza y mucha culpa. Una culpa que a pesar de que han pasado 10 años, se hace presente de forma constante. María era estudiante de medicina cuando se embarazó. El motivo de sus abortos fue que no quería interrumpir su carrera profesional y que no estaba segura si quería tener hijos con su pareja de ese entonces. Cuando le comunicó a su pareja que estaba embarazada la respuesta de él fue “pues deshazte del problema.” María estaba convencida que abortar era la mejor decisión y no lo pensó mucho. Su pareja la acompañó a la clínica, donde le dieron una pastilla y la mandaron a casa. A los cuatro meses se enteró nuevamente que estaba embarazada. Esta vez acudió sola a la clínica porque su pareja le dijo que era su responsabilidad. Le dieron una pastilla y la mandaron a casa, pero en esta ocasión se complicó el proceso y tuvo que regresar a las pocas horas por un dolor intolerable. El médico que le iba a practicar el legrado le dijo: “¿Si sabes que eres una asesina verdad?” Estas palabras han atormentado a la paciente los últimos 10 años. De este último aborto, la familia se enteró porque tuvo que permanecer un par de días en el hospital, pero nunca supieron que fue inducido. 

Los meses siguientes, la relación de María vivía sumergida en peleas y discusiones, y ella encontró como refugio sumergirse en el alcohol y situaciones de riesgo. Ahora se cuestiona: “Yo creo que me deprimí por los abortos y cómo se dio todo. Me sentía tan sola, pero es algo que nunca me había permitido hablar porque, ¿qué iban a pensar de mí? Seguro que era una asesina.” A los 4 años de los abortos tuvieron que operarla de unos miomas y los médicos le han dicho que va a ser difícil que pueda embarazarse sin ayuda de un tratamiento de fertilidad, ante lo cual ella afirma “estoy convencida que cuando aborté, me dañé y por eso los miomas. Parece karma, ¿no crees?”

La relación de pareja de María finalizó al año del suceso de los abortos y hoy en día tiene otra pareja. La paciente comienza a cuestionar sus deseos de ser madre, ya que siente que se encuentra en un momento de su vida donde se siente capaz y lista, no obstante, las culpas de estos abortos se siguen manifestando y cuestiona si su cuerpo será apto, si ella contará con los recursos emocionales, si realmente tiene este “instinto materno” del que tanto se habla, el cual cuestiona porque ese instinto va en contra de matar a los hijos. Al igual que el progreso social del aborto, María aún tiene un camino por recorrer para definir su postura ante la maternidad y elaborar aquellas culpas que la persiguen, pero esta vez, no tendrá que hacerlo sola. 

No pretendo que este ejemplo torne mi trabajo en uno clínico, pero creo que ayuda a ilustrar algunas de las problemáticas a las que se enfrentan las mujeres que deciden abortar. Si bien la decisión final corresponde a la mujer, pienso que el tipo de acompañamiento que pueda proporcionar la pareja tendrá un impacto, ya sea positivo o negativo. Partiendo del caso de María, podemos ver cómo la indiferencia y frialdad de su pareja ante la decisión de abortar tuvo repercusiones en la paciente, potencializando los sentimientos de soledad. 

Melanie Klein en su artículo Los efectos de las situaciones tempranas de ansiedad sobre el desarrollo sexual de la niña aborda algunos aspectos sobre las fantasías inconscientes relacionadas con el embarazo. La autora explica que la niña teme que el interior de su cuerpo esté dañado y que el deseo de tener hijos; de embarazarse, sería una manera de corroborar que no es así. Pudiera ser que en primera instancia María se embarazara por un deseo inconsciente de corroborar que su interior no se encontraba dañado. Las angustias persecutorias del primer aborto pudieron haber detonado fantasías de que había dañado su interior, por lo cual, al poco tiempo se embarazó por segunda ocasión para corroborar que el daño no había sido fulminante. Años después, al tener los miomas y un diagnóstico de una posible fertilidad complicada, es como si María hubiera confirmado su fantasía: sus actos la habían dañado internamente y era el castigo que debía pagar por “ser una asesina”. José Luis Lillo en su texto Embarazo, aborto y adolescencia. Una perspectiva psicoanalítica clarifica esto: “El embarazo reiterado sería un intento de aplacar esa persecución interior por su destructividad.” (2012, p.72).  

María ha cargado con un sentimiento de culpa avasallador, y el haber vivido sus abortos de manera solitaria y silenciosa potencializó las fantasías de haber cometido algo prohibido: como un asesinato. Jajam afirma que: “para muchas jóvenes; el silencio y el ocultamiento pueden despertar fantasías de castigo, como infertilidad futura.” (2019, p. 68). Esto es evidente en el caso de María, quien relaciona sus miomas a un “castigo” por lo que hizo. La autora establece que el entorno social promueve este mensaje de “castigo”, ya que el énfasis se encuentra en avergonzar, demonizar y culpabilizar, ejerciendo así un control desde el miedo. Jajam plantea que la finalidad debería ser la de crear responsabilidad en lugar de un temor al castigo. “Donde se educa con la amenaza, las cosas se hacen a escondidas y las verdades no se usan como la base del crecimiento emocional.” (2019, p.67).  

Sabemos que la vida psíquica de un sujeto se encuentra influenciada por diversos aspectos. En este tema en particular, la evolución de la mujer en el ámbito profesional ha tenido un impacto en cómo las mujeres ejercen su maternidad. Uno de los factores que influyeron en la decisión de María fue que no quería detener su preparación como médica, y tener un bebé en ese momento, implicaba pasar esta prioridad a un segundo plano. Por otro lado, hay mujeres que ya pueden tener uno o más hijos, y que enfrentarse a un embarazo no deseado, es probablemente enfrentarse con la decisión de tenerlo o no. No necesariamente tiene que implicar que no estén felices con su pareja y con su rol de madres, pero piensan que tener más hijos probablemente implique que no puedan ejercer su rol profesionista de la misma manera y que la atención brindada a sus hijos no sería de la misma calidad. Nancy Chodorow afirma que hoy en día la familia es vista como una opción y no necesariamente como una necesidad (2003, p. 1186) lo cual, ha posicionado a las mujeres a ejercer, o no ejercer, su maternidad desde otro lugar. La autora también afirma que su experiencia como psicoanalista, ha sido acompañar a sus pacientes mujeres en esta elección y que ha notado la dificultad que presentan ante la culpa y auto reproches cuando eligen no ser madres. Desde una óptica similar, Nora Levinton en su artículo El superyó femenino plantea que el ser madre es un ideal y que en ocasiones las mujeres pueden sentir que el no cumplirlo genera culpa. (2000). Levinton coincide con Chodorow al afirmar que: “Surgen aspiraciones de tipo intelectual, y/o laborales, pero cuyos logros no alcanzan la misma satisfacción narcisista que los que se vinculan al apego.” En el caso de mujeres que no solamente no deciden ser madres, pero que también tuvieron un aborto, estas culpas se pueden ver potencializadas. “Se sumarían también los factores de culpabilización exógena, como la inculpación que las instituciones de lo simbólico realizan sobre la mujer: desde los mitos (Eva, Pandora); la sociedad (el aborto es una cuestión materna, aunque sea el hombre quien lo exige), y la teoría científica.” (Levinton, 2000).  

El aborto se tiende a pensar como una decisión porque “metieron la pata” a una edad temprana y/o con una persona “inadecuada”, pero no necesariamente tiene que ser así, como lo es en el caso anterior. A su vez existe otro escenario; el de aquella mujer que ya tiene siete hijos y que su esposo se niega a usar algún método anticonceptivo y/o que por cuestiones religiosas está prohibido. Para ella tener más hijos, resulta insostenible a veces desde lo económico hasta lo emocional. Este escenario predomina en un nivel socioeconómico bajo. No solamente me refiero a las implicaciones emocionales, pero este sector también se afronta ante riesgos de salud elevados. En nuestro país, la mayoría de estas mujeres viven en lugares donde el aborto no es legal o no cuentan con los recursos económicos para poder acudir a una instancia privada y practicarse un aborto seguro. Con la legalización del aborto esto ha ido cambiando, pero 6 estados de 32 es muy poco. En ocasiones, lo hacen a escondidas por temor a la desaprobación de sus familias, orillándolas a opciones clandestinas donde las consecuencias pueden ser fatales. Cecilia Ousset es una ginecóloga que trabajó muchos años en el sistema de Salud Pública de la ciudad de Mendoza, Argentina. En sus años de trabajo en estas clínicas le tocó lidiar con las consecuencias de abortos clandestinos, y a decir de ella: “… después de un aborto las ricas se confiesan y las pobres se mueren, donde las ricas siguen estudiando y las pobres quedan con una bolsa de colostomía, donde las ricas hayan tapado la vergüenza de su embarazo en una clínica y las pobres quedan expuestas en un prontuario policial.” (Bergallo, Jajam y Bohmer, 2019, p. 72). Me parece que lo plantea como si las “ricas” no padecieran emocionalmente, lo cual no es cierto, ya que las culpas no discriminan extractos sociales, pero sí es una realidad que las mujeres de bajos recursos se encuentran en situaciones muchos más desfavorables tanto en lo sanitario, como en lo emocional y en lo social. 

El embarazo en adolescentes ha incrementado de manera exponencial en nuestro país. Hoy en día, México ocupa el primer lugar en embarazos adolescentes dentro de los países de la OCDE. (INEGI, 2021). No pretendo indagar mucho en esta cuestión debido a que es un tema muy complejo, pero es importante mencionarlo, pues un alto porcentaje de los abortos que se practican es en mujeres adolescentes. Lillo toma en consideración las repercusiones que puede implicar tomar una decisión así a esta edad: “considerar la importancia que para el proceso de maduración y de salud mental de la adolescente supone la decisión y el hecho de abortar. Tener que recurrir a esta medida para solventar su embarazo puede dar lugar a serias consecuencias para su desarrollo que repercutirá, quizás, en toda su vida futura.” (2012, 67). 

Pienso que aún hay muchos temas por abordar con respecto al aborto. Se podría hablar sobre optimizar la educación sexual, puesto que, a pesar de tener acceso a la información, acceso a anticonceptivos y a prácticas sexuales seguras, se elige no hacerlo. Creo que elegir abortar es una decisión personal y las repercusiones que puedan existir lo serán de igual manera. Cada mujer lo vivirá de una manera distinta y esto dependerá de su contexto social, económico, religioso, educativo, edad, etc. 

En un mundo utópico, los médicos y el personal que realizan este tipo de procedimientos tendrían una capacitación especializada que abordara el cuidado de la salud mental de las mujeres que deciden someterse a un aborto. Pero también es una realidad que nuestro sistema de salud se encuentra rebasado, y los médicos se enfocan meramente en poder cumplir con su labor. Por lo que, es importante pensar que nuestro rol como psicoanalistas ante este tipo de situación, es el de acompañar y no juzgar para así, poder proporcionar un espacio donde las mujeres que afronten este tipo de problemática se sientan en la libertad de hablarlo. Anteriormente, hemos mencionado la importancia de la neutralidad del analista, me parece que este tema es un gran ejemplo de las dificultades que pueden presentar nuestras propias creencias y cómo no debemos dejar que interfieran en las decisiones de nuestras pacientes. Jimena Pautasso retoma puntos de vista de la psicoanalista Graciela Corrao para abordar el tema del aborto desde una óptica psicoanalítica. La autora cita a la psicoanalista: “La posición de un psicoanalista frente a un analizante es la de anteponer su deseo de analista a cualquier juicio de valor […] el analista no debería tener ninguna idea preconcebida a favor o en contra del aborto.” (2011).  Creo que es complicado no tener una idea preconcebida, pero sí podemos estar alertas de qué es lo que detona en nosotros para no imponer lo que nosotros haríamos ante dicha situación. 

Dentro de nuestro encuadre, les decimos a los pacientes que antes de tomar una decisión importante, se hable en el análisis. Decidir abortar, entra sin duda, dentro de este rubro. Algunas pacientes llegarán de manera posterior, como en el caso de María, pero también nos afrontaremos al otro escenario. “Hay que tener cuidado de no caer en una interpretación salvaje y dar la oportunidad de que esa persona, ante esta difícil situación que está por atravesar, pueda ser escuchada por un psicoanalista, para intentar alivianar la culpa o revisar su intención de abortar.” (Corrao, 2011). Aún quedan cabos sueltos en relación con este tema tan profundo y complejo. Las motivaciones, en cada mujer que decide abortar, son distintas y los recursos emocionales con los cuales contará, lo serán de igual manera. Algunas recorrerán este camino con sus analistas, otras llegarán años después y muchas otras lo asumirán como un secreto que “se llevarán a la tumba”. Sé que aún faltan muchas cosas por mejorar en nuestro país y tampoco pretendo plantear una solución idealista, simplemente creo que cada uno de nosotros podrá acompañar a estas mujeres con una escucha abierta y empática e intentar comprender de manera conjunta las motivaciones, miedos, culpas, frustraciones y alivio que esta decisión pueda representar, para que esta decisión no tenga que implicar una sentencia, para así: “Después seguir vivas para llorar, confesarse y tener más hijos con una pareja continente o en una mejor situación emocional o económica.” (Bergallo, Jajam, Bohmer, 2011, p. 71). 

Bibliografía

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