Por: María Dávalos

En el presente trabajo se abordará la conceptualización del trauma desde la psicología y el psicoanálisis, enfocándome principalmente en el trauma por abuso sexual.

Desde la psicología, el trauma se refiere a una experiencia emocionalmente abrumadora y perturbadora que puede tener un impacto duradero en el bienestar de una persona. Esta experiencia puede involucrar una amenaza real o percibida para la vida, la seguridad o la integridad física o emocional de la persona. El trauma puede resultar de eventos únicos y también puede derivar de situaciones prolongadas de estrés o abuso.

A diferencia del trauma simple, que implica un evento puntual, el trauma complejo se caracteriza por su carácter continuo y acumulativo; frecuentemente se observa en individuos que han estado expuestos a situaciones traumáticas a lo largo del tiempo, como abuso infantil crónico, negligencia, abuso emocional, abuso sexual repetido, violencia doméstica a largo plazo, guerra, entre otros. Estas experiencias traumáticas acumulativas pueden tener efectos profundos en la salud mental y emocional de una persona y pueden ser más difíciles de abordar y sanar, puesto que puede presentarse disociación, problemas de regulación emocional y dificultades para establecer relaciones interpersonales saludables.

La palabra “trauma” proviene del griego y significa “herida”. La Real Academia de la Lengua Española (2023) la define como “un choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente”. El trauma se refiere a experiencias emocionales abrumadoras y perturbadoras que la persona no puede procesar y asimilar adecuadamente por la mente consciente en el momento en que ocurren. Estas experiencias traumáticas quedan atrapadas en el inconsciente y pueden seguir influyendo en el pensamiento, el comportamiento y las emociones de una persona a lo largo de su vida.

En el contexto psicoanalítico, Laplanche y Pontalis (1996, p.477) definen al trauma como “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. En términos económicos el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar psíquicamente dichas excitaciones”.

Freud (1917) considera que el trauma puede surgir especialmente durante la infancia, cuando las defensas psicológicas aún no están completamente desarrolladas. En la vida adulta, los recuerdos y emociones asociados con el trauma se reprimen en el inconsciente como una forma de defensa para proteger a la mente del dolor y la ansiedad intensos. Sin embargo, estos recuerdos y emociones reprimidos pueden manifestarse en la vida posterior de una persona a través de síntomas neuróticos. En este sentido, uno de los conceptos clave es el de las series complementarias, con el cual, Freud se refiere a la idea de que los eventos traumáticos pueden tener un impacto duradero en la psique de una persona, puesto que parte de la libido se queda fijada en una etapa del desarrollo psicosexual debido a la presencia de conflictos no resueltos en esa etapa, y que está relacionado con la formación de la personalidad y la organización psicosexual de la persona.

En su texto “Más allá del principio del placer”, Freud (1920) aborda indirectamente la cuestión del trauma al introducir la idea de la compulsión a la repetición y al explorar cómo las experiencias traumáticas pueden influir en el funcionamiento psíquico. La compulsión a la repetición es un fenómeno en el cual, las personas repiten eventos o experiencias traumáticas en sus vidas como un intento de dominar o comprender lo que ocurrió. Así mismo, examina la noción de duelo patológico, destacando cómo algunas personas pueden tener un duelo prolongado y doloroso que se asemeja a la compulsión a la repetición. En este contexto, señala que las personas pueden revivir mentalmente y de manera reiterada, los detalles dolorosos del trauma.

Freud (1920) sugiere que los sueños repetitivos y las pesadillas pueden ser ejemplos de cómo las experiencias traumáticas pasadas pueden influir en el contenido de los sueños; los sueños traumáticos se consideran manifestaciones de la compulsión a la repetición y pueden estar relacionados con el intento de la mente de procesar y lidiar con el trauma.

En la práctica clínica, frecuentemente observamos manifestaciones y repeticiones de eventos traumáticos que se acumulan con el tiempo que al momento de emerger a la consciencia grandes cantidades de sentimientos reprimidos, se logra poner fin a la aparición de los síntomas. Sin embargo, aunque se dice fácil, nos encontramos con grandes dificultades. En palabras de Ferenczi (1933): “La repetición, estimulada por el análisis, había resultado demasiado bien. Podía constatarse sin duda una mejoría sensible de determinados síntomas, pero los pacientes comenzaban a quejarse de estados de angustia nocturna y sufrían incluso penosas pesadillas; la sesión de análisis solía degenerar en una crisis de angustia histérica. Esto, igual que la sintomatología que parecía alarmante, fue analizada de una forma concienzuda, lo cual convenció y tranquilizó aparentemente a los pacientes: el resultado, que se esperaba duradero, no lo era, sin embargo y a la mañana siguiente, el enfermo volvía a quejarse de una noche terrible, siendo la sesión de análisis una nueva repetición del trauma”.

En su texto “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño”, Ferenczi (1933) se centra en cómo las interacciones entre adultos y niños cuando hay abuso sexual infantil, pueden llevar a una confusión en la comunicación y la percepción de los límites entre las generaciones. Menciona que estas experiencias traumáticas pueden tener un impacto profundo en su desarrollo psicológico.

Así mismo, sostiene que, en situaciones de abuso, los adultos pueden invertir los roles tradicionales, haciendo que el niño asuma una posición de poder y responsabilidad inapropiada, mientras que el adulto actúa de manera infantil o dependiente. En sus palabras “las seducciones incestuosas se producen habitualmente de este modo: un adulto y un niño se aman; el niño tiene fantasías lúdicas, como por ejemplo desempeñar un papel maternal respecto al adulto. Este juego puede tomar una forma erótica, pero permanece siempre a nivel de la ternura. No ocurre lo mismo en los adultos que tienen predisposiciones psicopatológicas, sobre todo si su equilibrio y su control personal están perturbados… Confunden los juegos de los niños con los deseos de una persona madura sexualmente, y se dejan arrastrar a actos sexuales sin pensar en las consecuencias” (Ferenczi, 1933).

Ferenczi (1933) también introduce la idea de que los niños pueden desarrollar un síndrome de identificación con el agresor, en el que adoptan características o comportamientos del adulto abusador. En sus palabras “los niños se sienten física y moralmente indefensos, su personalidad es aún débil para protestar, incluso mentalmente, la fuerza y la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, e incluso pueden hacerles perder la conciencia. Pero cuando este temor alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el agresor… Pero el cambio significativo provocado en el espíritu infantil por la identificación ansiosa con su pareja adulta es la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto: el juego hasta entonces insignificante aparece ahora como un acto que merece castigo.”

En algunas situaciones de abuso sexual infantil, las relaciones con una segunda persona de confianza, por ejemplo, la madre, pueden no ser lo suficientemente cercanas para que el infante pueda hallar ayuda en ella. Una de las consecuencias de que un menor del que se ha abusado puede enfrentar en la vida adulta, es que su vida sexual no se desarrolla o adquiere formas perversas.

La terapia psicoanalítica busca desenterrar y analizar estos recuerdos y emociones traumáticos reprimidos a través de la asociación libre y la interpretación, permitiendo que el paciente procese el trauma. Pero ¿es realmente que este tipo de pacientes, con traumas complejos, cumplen con las cualidades para ser analizados?

Es aquí donde quisiera introducir el concepto de mentalización. Mentalizar significa tomar una perspectiva mental de lo que sentimos, hacemos y queremos, nosotros mismos, pero también de los otros. Es un proceso natural de los seres humanos, que se desarrolla a partir de los cuatro años de edad, cuando aparece el juego simbólico. La mentalización nos permite sostener perspectivas múltiples, ser empáticos y entender qué significa ser la otra persona, así como construir una historia de nosotros mismos. La mentalización es fundamental para la relación con uno mismo, pues nos permite entendernos y nos detiene de actuar sin saber y sin pensar (Di Bartolo, 2021).

La capacidad de mentalizar se adquiere siendo mentalizado por otro, es decir, cuanto mejor nos mentalicen, mejor mentalizamos; cuanto mayor nos comprendan, mejor comprenderemos. Por tanto, ser mentalizado es ser comprendido en la intención, leído en la necesidad, interpretado en el pensamiento. La atribución que los padres hacen de las acciones de sus hijos influye en la imagen que ellos tendrán de sí mismos, por lo que la cualidad del apego de los cuidadores primarios influye en gran medida en la capacidad para mentalizar; es decir, la capacidad para comprender estados mentales en la adultez, es una resultante de la cualidad del apego (Di Bartolo, 2021).

La mentalización nos permite vernos a nosotros desde afuera y a los otros desde adentro. Es la capacidad de observar y de explicar estados mentales, síntomas y la relación entre ellos. La capacidad de mentalizar es fundamental en el proceso terapéutico. Fonagy (2015) describe la mentalización como “una forma de actividad mental imaginativa, que nos permite percibir e interpretar, tanto nuestro propio comportamiento como el comportamiento de otros, en términos de estados mentales, intenciones, deseos, creencias, necesidades, sentimientos, etc. Tiene que ver con entender los malos entendidos. Por ejemplo, en el contexto psicoterapéutico, cuando existe un malentendido entre el psicoterapeuta y el paciente, que puede implicar una irrupción sobre la alianza terapéutica, de hecho, eso suele llevar a un progreso en el análisis, ya que cuando no entendemos a otro entonces tenemos que trabajar más duro para dar cuenta de su comportamiento y es justamente la base del proceso de mentalización”.

Esta es una técnica que nos permite ayudarlos más que usando otras técnicas. Se trata de una teoría psicoanalítica, pero con una técnica distinta que parte desde la teoría del apego. Dentro del sistema de apego se trasmiten la capacidad de representar emociones, la capacidad de dirigir la consciencia de una cosa a otra y la tercera, la capacidad reflectiva para mentalizar.

Esta técnica consiste en clarificar y expandir las representaciones de los estados mentales de nuestros pacientes, es decir, no se busca mejorar su capacidad de insight, ni contactarlos con recuerdos reprimidos para reestructurar su mundo mental, sino que se busca entender sus estados emocionales internos para ayudarlos a mentalizar la situación en la que se encuentran. Esto se realiza utilizando intervenciones simples enfocadas en las emociones, es decir, entender cómo se siente y qué pasa por sus mentes. Fonagy (1915) dice: “Nos apegamos a las personas implicadas en las situaciones, nos enfocamos en la transferencia” y en el aquí y ahora, y empleamos nuestras propias mentes como modelo para el paciente”.

Una parte importante de la técnica es identificar los momentos en los que el paciente no pueda llevar a cabo la mentalización, lo cual implica un riesgo, pues el paciente puede volverse dependiente del terapeuta como la persona que lo ayuda a mentalizar. Por ello es necesario centrarse en las fallas de la mentalización y en ese momento es necesario detener al paciente, algo que difícilmente se haría en la terapia psicoanalítica clásica. Después de detener al paciente, es necesario ir hacia atrás, hasta la última parte de lo que estaba narrando que sí fue comprensible y en la que estaba empleando la mentalización, asumiendo que hubo algo en eso que ocurrió que disparó la falla en la mentalización (Fonagy, 1915).

También es necesario mentalizar la relación terapéutica, muy paulatinamente, trabajando la transferencia con pequeños pensamientos y sentimientos cotidianos, ayudando al paciente a aprender acerca de la complejidad de sus pensamientos y sentimientos, acerca de sí mismo, y de otros. Y sobre cómo estos pensamientos y sentimientos llevan a acciones.

Finalmente, en cuanto a la técnica de la mentalización, es importante asumir que no somos expertos, sino tomar una postura de curiosidad acerca de lo que está ocurriendo y cuestionarnos constantemente sobre lo que está sucediendo en la mente del paciente.

Como conclusión, el trauma puede tener un impacto significativo en la capacidad de una persona para mentalizar, es decir, para comprender y reflexionar sobre sus propios pensamientos y emociones, así como los de los demás. Sin embargo, la terapia y el apoyo adecuados pueden ayudar a fortalecer la habilidad de mentalización, lo que a su vez puede facilitar la recuperación y la superación del trauma. La relación entre el trauma y la mentalización es un área importante de estudio en la psicología y la psicoterapia, y puede variar en función de la complejidad y la gravedad del trauma experimentado.

 

Bibliografía

  • Di Bartolo (2021). Diplomado Apego y Mentalización. Centro Apego y Vínculos
  • Ferenczi, S. (1933). Obras Completas, Psicoanálisis Tomo IV, cap. IX. “Confusión de Lengua entre los Adultos y el Niño”. Ed. Espasa-Calpe, S.A. Madrid en https://www.alsf-chile.org/Indepsi/Selecciones-Ferenczianas-Tomo-IV/Selecciones- Ferenczianas-Obras-Completas-Tomo-IV-Confusion-de-Lenguas-entre-Los-Adulto- y-el-Nino-1933b.pdf
  • Fonagy, P. (2015). Uso de la mentalización en el proceso psicoanalítico. Ciencias Psicológicas 9(2): 179 – 196
  • Freud, S. (1917) 22ª conferencia. Algunas perspectivas sobre el desarrollo y la regresión. Etiología. Obras completas Tomo: XVIII. Amorrortu editores. Buenos Aires & Madrid.
  • Freud, (1920) Más Allá del Principio del Placer. Obras completas Tomo: XVI. Amorrortu editores. Buenos Aires & Madrid.
  • Laplanche, J y Pontalis, (1996) Diccionario de Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, Barcelona y México.
  • Real Academia Española (2023) en https://dle.rae.es/trauma
  • Imagen: Pexels/Nikita Nikitin