Por: Esther Yaffee

Una colega que admiro me dijo hace muchos años que si quería ser psicoanalista tenía que estar dispuesta a aprender toda la vida. Aún no puedo confirmar lo anterior, pero ya lo empiezo a experimentar.

Desde que entramos a la formación para devenir psicoanalistas, nos enfrentamos a un sinfín de conocimientos que ni sabíamos que existían; mismos que cuesta trabajo introyectar para entonces llevarlos a cabo en la consulta. Aprendemos de nuestro análisis; de nuestros supervisores y de nuestros seminarios teóricos y clínicos; he ahí la famosa tripartita.

Más adelante, caemos en cuenta de otro gran conjunto de maestros: nuestros pacientes. Aquellos que nos llevan a percatarnos de lo que todavía no sabemos y de lo que estamos lejos de entender. Con esto, no nada más me refiero al entendimiento de los mismos o de sus padecimientos; si no también a los abordajes técnicos correspondientes. No por nada, nuestra formación dura tantos años para no decir, toda la vida. No obstante, me gustaría hacer énfasis en que los pacientes nos enseñan a voltearnos a ver de nuevo a nosotros mismos, sesión tras sesión. Éste para mí, es de los mayores aprendizajes y considero que tenemos el privilegio de que se lleve a cabo dentro de cada uno de nuestros espacios de trabajo.

En el consultorio habitan varios personajes: concretamente se encuentra el paciente recostado en el diván y el analista detrás. Pero como analistas tenemos otros invitados que buscan ser pensados, entre ellos se encuentran la transferencia; la neurosis de transferencia; la contratransferencia y la neurosis de contratransferencia.

Ahora bien, los invitados como en cualquier escenario difícilmente se sentirían cómodos si no les damos la bienvenida y la atención que merecen. Aunque cabe subrayar que algunos son bastante incómodos. La neurosis de contratransferencia es exactamente esa invitada. Es aquella que, al llegar, probablemente nos sabotea y si le ponemos tan sólo un poco de atención, puede sin filtro decirnos todas nuestras verdades. Por supuesto que preferiríamos tenerla fuera, tal vez ponerle uno que otro límite y probablemente, no recibirla de vuelta.

Habiendo dicho lo anterior, me gustaría abordar a lo largo de este escrito las razones por las que, en mi corta experiencia como analista, he aprendido que aquel invitado que más nos incomoda, es por tanto aquel que antes de sacarlo por la puerta, hay que primero tratar de entenderlo. Por lo tanto, en este escrito decidí enfocarme en ella no sin antes diferenciarla de “su amiga”, la contratransferencia; porque no, no siempre vienen en paquete.

Vayamos hacía los básicos y diferenciemos conceptos, definitivamente no es lo mismo prestarle atención a la contratransferencia, que a la neurosis de contratransferencia.

Sabemos que el psicoanálisis se distingue de otras corrientes psicológicas por muchas razones, entre ellas que interpretamos la transferencia. “La enseñanza de Freud de que el proceso de curación consiste esencialmente en una transformación de la relación instintiva y afectiva del analizando con el analista ha sido asimilada en grado creciente y las interpretaciones son dirigidas cada vez más a conflictos transferenciales” (Racker, 1960, pp.65). Con esto, entendemos que los procesos transferenciales son invitados en el consultorio que en ocasiones toman su respectivo protagonismo, pues son la base de los cambios estructurales.

Cuando hablamos de transferencia no quiere decir que sólo estamos hablando de que el analizando proyecte sus imagos infantiles en el analista, sino que también puede proyectar los conflictos con una parte propia. Por lo tanto, el analista se identifica con cualquiera de las anteriores y ahí es cuando hablamos de la contratransferencia (Racker, 1960). Esto da por entendido, que “la reacción de uno no es independiente de lo que viene del otro” (Etchegoyen, 2014, pp.307).

Ahora bien, con respecto a la contratransferencia, Racker (1960) nombra “identificación concordante” a la identificación del analista con alguna parte del paciente, como puede ser del yo o del ello. Esto sería, por ejemplo, identificarse con sus deseos agresivos. En cambio, una “identificación complementaria” es cuando el analista se identifica con los objetos internos del paciente; como podría ser con su madre agresiva. Este tipo de identificación es la que puede llevar a que el analista termine envuelto en el impacto de su transferencia y se encierre en una contratransferencia negativa (Racker, 1960).

Por lo tanto, es importante mencionar que las identificaciones adecuadas sólo pueden darse si el analista domina a la contratransferencia, porque el objetivo será poder interpretarla al analizando. “Normalmente, el análisis obra como terapia justamente porque el analista no actúa, es decir porque no entra en el círculo vicioso del analizado sino sólo interpreta” (Racker, 1960, pp.77). Con esto entendemos que el analista hace caso de su contratransferencia, pero no para sumergirse en ella sino para utilizarla como material que sirva para ayudar al paciente a conocerse mejor. Porque de momento está proyectando de manera inconsciente una parte esencial y probablemente dolorosa de sí mismo.

Personalmente, entiendo la contratransferencia como una invitada privilegiada. Es aquella que nos revela información que necesitamos, pero que a veces no solicitamos. Es la invitada que, tarde o temprano, llega a la reunión y siempre hay que estar atentos, porque puede aparecer de manera muy, pero muy intensa.

Espero que a la contratransferencia para este momento nadie deje de invitarla, tenerla cerca es garantía. Pero ante la pregunta de porqué y quién sigue invitando al elemento incómodo que les mencione en un principio, diría que la culpable fue: nuestra propia neurosis, y es por eso que recibe el nombre de “neurosis de contratransferencia”. La diferencia entre ella y su compañera de la que hablábamos hace poco, es que de la contratransferencia el analista puede recibir la información, valorarla y utilizarla para ayudar al paciente; en cambio deja de ser funcional cuando el analista se ve invadido por sus propios miedos, deseos e impulsos, actuando y proyectando dicho contenido al analizando. La neurosis de contratransferencia justamente es incómoda      porque no nada más invade, sino que nos cuesta reconocerla.

Es la parte patológica de la contratransferencia y debe ser considerada porque perturba nuestra labor. “Cada analista sabe muy bien que tampoco está él plenamente libre de dependencias infantiles, de representaciones neuróticas de objeto y sujeto, de mecanismos patológicos de defensa” (Racker, 1960, pp.129).

Considero que la mayoría de las veces nos es mucho más cómodo hablar de las partes del paciente que hay que trabajar, porque sin duda es más fácil ver la neurosis del de enfrente que la propia, ¡Además a eso nos dedicamos!

Todos aquí seguramente hemos repetido una y otra vez frases como: “el paciente me depositó tal”, “el paciente me puso a actuar”, “mi sensación contratransferencial me movilizó y entonces hice tal”. Y sí, todo eso sí sucede, mi intención para nada es negarlo, sino todo lo contrario. De hecho, me parece indispensable mencionar, que hay pacientes que sin duda provocan reacción. Entre ellos se encuentran los que hacen un uso hipertrofiado de la identificación proyectiva; los que se ponen en riesgo; los de difícil acceso; los que tienden a la perversión o los que atacan al vínculo. “Estos colocan dentro del analista invasiones de sus propios elementos que ponen al analista en un jaque constante…porque le proyectan sus propias partes destructivas y devaluadas y lo inundan de tales proyecciones. Lo saturan de contenidos agresivos y de aspectos poco digeridos y equívocos” (Fenton, 2021). Ahí es donde la posición analítica puede entrar en riesgo si no se tolera, interpreta y se apega al encuadre que, a fin de cuentas, contiene a la dupla analítica (Fenton, 2021).

Pero pienso que para poder estar claros de que en serio sea siempre paciente quién predominantemente nos moviliza tanto, hay que permitirnos pensar cuántas veces nos hemos visto influenciados por nuestros propios rasgos de carácter o nuestros propios miedos al interpretar o hacer nuestras funciones con los pacientes.

Como ejemplos de la neurosis de contratransferencia haciendo de las suyas, se me ocurren varios que la mayoría hemos experimentado. ¿Qué tal cuando el material de un paciente nos angustia por nuestra propia historia de vida? O cuando intentamos (erróneamente) retener a un paciente por el cariño que le tenemos. Tal vez, cuando nos enojamos por las resistencias de un paciente, o cuando nos sentimos inútiles porque somos nosotros quienes no entendemos. También se me ocurre cuando un paciente enferma y queremos protegerlo más que a cualquier otro; o cuando viene referenciado por un colega querido y, “sin querer”, le damos un trato preferencial. Lo mismo ocurre cuando nuestros rasgos masoquistas nos dejan amarrados a situaciones complicadas. También es interesante cuando los desafíos de vida del paciente y los nuestros son parecidos. ¿Cuántas veces nos suceden estas cosas? ¿Cuántas veces lo pensamos antes de suponer que es por el paciente y no por nuestros propios miedos y deseos? ¿Cuántas veces nos permitimos pensar frente al paciente frases como: ‘no eres tú, ahora sí soy yo’?

Racker (1960) nos aclara estas situaciones con algunos ejemplos; a continuación, tomaré dos de ellos para ilustrarlos de manera más profunda.

El primero es una modalidad directa, pues el analista proyecta aspectos internos en su paciente. Ella desde un inicio había sido comunicativa, pero con el paso del tratamiento, comenzó a mostrarse resistencial “este rechazo por parte de la enferma, junto con una intensificación de su vida sexual con el esposo se contectó con la situación edípica del analista; éste volvió a ser el niño excluido frente a los padres que se satisfacen sexualmente, excluyéndolo y rechazándolo. El analista quedó decepcionado y reaccionó internamente con fastidio contra la enferma” (Racker, 1960, pp.137).

El segundo es de modalidad indirecta, pues el analista quería sentirse capaz frente a un seminario clínico, no necesariamente ante a la paciente. No obstante, para defenderse de su impotencia y sensación de inferioridad, optó inconscientemente por atribuirle la culpa a su paciente y por lo tanto ésta se convirtió en un objeto perseguidor (Racker, 1960). Ahí es cuando la neurosis del analista interviene en el juego transferencial, con la probabilidad de echar a andar respuestas emocionales del analizando. Porque, así como nuestra contratransferencia depende de sus proyecciones, también su transferencia se ve influida por nuestras actuaciones.

Es claro que en ambos casos los analistas de manera inconsciente y probablemente defensiva se vieron influenciados por su mundo interno, lo cual implica como mencioné riesgos en nuestra función analítica. Años más tarde Bion (1974) nos lo deja claro cuando habla de la importancia de obrar “sin memoria y sin deseo”, ya que, si el paciente considera que el analista está deseando algo, la sensación puede ser de estar poseído y dominado por el estado mental del analista y contenido en él. Es decir que el aparato mental del paciente deja de existir, puesto que el analista se encuentra con la necesidad de producir su propio aparato para la investigación. Esto resulta en que el paciente puede llegar a sentirse perseguido o presionado por decir, asociar y dar al analista resultados; pareciendo un “falso self”. Por lo tanto “la capacidad negativa” que implica tolerar la incertidumbre, el misterio y la duda son esenciales en nuestro obrar (Bion, 1974).

Por su parte, Etchegoyen (2014) recomienda que, si nuestras ocurrencias contratransferenciales no las hemos visto reafirmadas por el paciente, no habría que interpretarlas, puesto que una de las razones por las que aún no aparece en su material es porque podría no tener que ver con él. Esto se complica con pacientes que emplean mecanismos regresivos o cuando se despliega una psicosis de transferencia, en donde los límites se pierden junto con la capacidad y el juicio del analista para diferenciar la locura y el delirio en su interior (Fenton, 2021).

Todos pasamos y pasaremos por situaciones parecidas y no todas son necesariamente graves “si se quisiera contar el mito de la situación analítica, podría comenzarse diciendo que el análisis es un asunto entre un enfermo y un sano. La realidad es un asunto entre dos personalidades cuyo yo está presionando por el ello, por el superyó y el mundo externo. Cada uno con sus dependencias internas y externas…la objetividad del analista consiste, principalmente, en una determinada posición tomada frente a la propia subjetividad” (Racker, 1960, pp. 159). Porque, aunque el analista deba adoptar una postura analizada frente al paciente, tampoco es necesario irse al otro extremo y aparentar el mito. Pues antes de ser analistas, primero somos humanos y dicha característica es la que nos permite vincularnos con nuestros pacientes. Pero eso no excluye la responsabilidad que tenemos de re-pensarnos continuamente en beneficio de quienes nos consultan.

Además, en la medida en que somos conocedores de nuestro inconsciente, puede servir de instrumento para enseñarle al paciente a experimentar una concientización similar (Caparrón, 2006) mediante la identificación introyectiva de su parte sobre nuestra función. Pues un objeto estable y seguro es precondición para lograr un yo integrado que pueda hacer frente a los desafíos de la vida (Grinberg & Grinberg, 1976). Es decir, que la neurosis del analista bien manejada, puede servir al servicio de la salud del paciente (Caparrón, 2006).

La autoobservación de las reacciones contratransferenciales son un indicador de que habría que indagar sobre la naturaleza de las mismas, como ocurre cuando el paciente llega a representar una figura del pasado del analista; o cuando éste decide no abordar alguna problemática en especial (Holder, Darre & Sandler, 2007) porque inconscientemente se hace un acuerdo con el paciente para dejar temas “intocables”. Mismo que me lleva a asociar con el “baluarte” como estructura denominada por los Banager. Ésta se compone de una complicidad de ambos inconscientes que puede llevar a restar funcionalidad al proceso. Ya que se vuelve una resistencia compartida en la que ambos limitan la exploración de ciertos contenidos por las implicaciones que para cada uno tiene (Baranger, Baranger, & Mom, 2002).

En fin, de estas situaciones se nos pueden venir a la mente varias en donde nuestra neurosis nos nubla la vista, obstruyendo deliberadamente el avance para interpretar.

Esta es la razón por la cual sostengo que la neurosis de contratransferencia, a pesar de no ser un invitada fácil de atender. Si por alguna razón llegó al consultorio tampoco podemos “darle el avión”, hay algo revelador en su actuar. Además, difícilmente se va por sí sola, hay que decirle por dónde.

Dicha invitada, sólo llega en nuestro encuentro con los pacientes y si le prestamos atención, nos dirá más de lo que imaginamos y nos dejará ver lo que es propio, para después de ser elaborada, irse de una buena vez. Así que para ese momento “el analista debe estar libre de angustia, de manera que sus deseos enlazados con su trabajo- como el deseo de curar, de comprender, de tener éxito, de ser amado, de satisfacer su curiosidad, etc.-, lo pueda ser sin compulsión, y pueda él soportar y elaborar fácilmente las continuas frustraciones al respecto” (Racker, 1960, pp. 213).

Ahora sí, creo que cuando nuestra colega me hablaba de estar dispuesta a aprender toda la vida, también se refería a que, si me quería dedicar a ver pacientes de manera profesional, mi análisis y capacidad de autoanálisis no tenían una fecha límite de tiempo, sino todo lo contrario.

Finalmente, en cuatro a la invitada incómoda me permitiré concluir algunas cosas porque al inicio de mi lectura me prometí intentar entenderla a pesar de que ¡no sabía en lo que me estaba metiendo! Primero, hay que diferenciarla todo el tiempo de la contratransferencia, no son el mismo tipo de invitado, aunque tendamos a justificarlos entre ellos. La contratransferencia nos es útil, aunque pueda ser intensa. En cambio, a nuestra incómoda neurosis, claro que hay que procurar mantenerla fuera del consultorio, intentar que no llegue, aunque sepa dónde estamos, y la única forma que encuentro para lograrlo es mandarla a análisis. Pero seguirá volviendo y será para recordarnos que lo humano nadie nos lo quita, así que lo que nos queda como analistas es lograr la famosa “doble posición”, que implica olvidarnos y recordarnos a la vez, así como entregarnos y controlarnos al mismo tiempo (Racker, 1960).

Bibliografía

  • Baranger, M., Baranger, W., & Mom, J. (2002). Proceso y no proceso en el trabajo analítico. Revista de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL), 39(4), 527-549. Asociación Psicoanalítica Argentina.
  • Bion,      R.     (1974).      Opacidad de     la      memoria  y del deseo       (cap.          4). En Atención e interpretación (E. Muñiz Castro, Trad., pp. 43-54). Editorial Paidós. (Trabajo original publicado en 1970).
  • Caparrós, N. (2006) La enfermedad del terapeuta. Hacia una teoría de la Contratransferencia. Biblioteca Nueva
  • Etchegoyen,   H.     (2014).      Los   fundamentos    de     la      técnica psicoanalítica. Amorrortu
  • Fenton, L. (2021). La gestación de un espacio analítico. Sociedad Psicoanalítica de México. https://spm.mx/2018/la-gestacion-de-un-espacio-analitico/
  • Grinberg, L., & Grinberg, R. (1976). Identidad y cambio. Editorial Paidós
  • Holder, A., Dare, C., & Sandler, J. (2007). El paciente y el analista: Las bases del proceso psicoanalítico. Editorial Paidós.
  • Racker, H (1960) Estudios sobre la técnica psicoanalítica. Editorial Paidós
  • Imagen: Pexels/Tasha Kamrowski