Por Bernardo Martiñón
Cuanto más comprensible parece el universo, tanto más un sinsentido parece también. (Steven Weinberg)
¿Cuántas galaxias existen en el universo visible? Contarlas parece una tarea imposible, titánica” (Ingrassia, 2022). Investigaciones recientes, han demostrado que “el universo observable contiene alrededor de dos billones de galaxias. Esto es más de diez más de lo que se pensaba anteriormente” (Castelvecchi, 2016). Cabe señalar que “la tecnología astronómica actual nos permite estudiar una fracción de estas galaxias, solo el 10%. Significa que más del 90% de las galaxias de nuestro universo aún no se han descubierto” (Ingrassia, 2022). Al reflexionar en lo vasto que es el Universo y en lo difícil que resulta para la mente humana su comprensión, pienso también en lo vasto que es el campo de los enfoques psicoterapéuticos al grado que podría asemejarse a un universo por su tamaño y por la dificultad para conocerlos en profundidad.
Actualmente, existen más de 400 variedades de enfoques psicoterapéuticos que pueden definirse y clasificarse de varias maneras según su modelo teórico (psicodinámico, conductual, cognitivo, sistémico, humanista), según su formato (individual, familiar, grupal), según su duración y frecuencia de las sesiones, así como cualquier posible combinación de estos elementos (Garfield & Bergin, 1994, como se citaron en Zarbo, Tasca, Cattafi & Comparar, 2016). De hecho, es interesante resaltar que incluso, dentro del mismo psicoanálisis, se han reconocido alrededor de 200 variantes (Benito, 2009).
Lo anterior, evidencia que el campo de las psicoterapias es heterogéneo, ha ido creciendo y diversificándose ampliamente. Tal como nuestro universo físico, el universo de las psicoterapias se ha ido expandiendo cada vez más. Sin embargo, debido a las diferentes epistemologías y a los intentos de crear límites rígidos en torno a las teorías, el diálogo entre estos modelos ha sido limitado (Benito, 2009; Zarbo et al., 2016). Ante estas diferencias que existen entre las diversas posturas y lo difícil que puede llegar a ser establecer un diálogo, cabe la pregunta, ¿es posible encontrar puntos de encuentro entre las distintas psicoterapias?,¿podrían mantener un diálogo entre sí?, ¿qué hace singular al psicoanálisis frente a este universo de psicoterapias?
En 1936 Saul Rosenzweig, psicólogo y psicoanalista norteamericano, escribió el artículo “Factores comunes implícitos en diversas formas de psicoterapia”. En este escrito describía los factores comunes subyacentes a una variedad de enfoques populares y competitivos de la psicoterapia. Descartó los polémicos argumentos contemporáneos sobre qué enfoque era más efectivo, argumentando que todos los métodos de terapia, cuando se usaban de manera competente, podían tener el mismo “éxito” (Everding, 2004).
Rosenzweig retomó una escena del cuento “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll. En esta parte de la historia, Alicia había formado un mar con sus lágrimas, donde todos se habían mojado. El pájaro Dodo organizó una carrera para secarse, sin reglas ni duración definida, donde todos corrían en círculos. Al final, el pájaro Dodo declaró a todos ganadores y anunció que todos merecían un premio (Uribe Restrepo, 2008). Rosenzweig, argumentaba que si el veredicto del pájaro Dodo es cierto, todas las psicoterapias poseen una eficacia similar, es decir, “todas ganan” (Uribe Restrepo, 2008). En otras palabras, se podría argumentar que ninguna psicoterapia está por encima de otra pues lo que las lleva al “éxito” son los factores comunes que se encuentran presentes en todas. Esto nos lleva a pensar en el planteamiento de Joel Weinberg (1995 citado en Miller, Dunca, & Hubble, 1997) en el que menciona que “ninguna psicoterapia es superior a otra, aunque todas son superiores a la falta de tratamiento”. Y de hecho, esto ha sido fundamentado y comprobado en diversas revisiones teóricas y estudios sobre eficacia de las psicoterapias.
En 1963, Jerome Frank realizó el primer intento de psicoterapia integrativa con la búsqueda de factores comunes entre los diversos enfoques y logró establecer aquellos factores comunes que presentan las psicoterapias como: una relación de confianza que favorezca una nueva experiencia emocional para el paciente dentro de un entorno sanador (alianza terapéutica); un esquema conceptual que ofrezca una explicación de los síntomas del paciente; un procedimiento que requiere de la participación activa tanto del paciente como del terapeuta para lograr un cambio o restaurar la salud, por mencionar algunos (Campagne, 2014; Tena Suck, 2020). En 1992 Michael Lambert retomó los trabajos de Frank y propuso, sobre la base de lo que indican los estudios empíricos, que los cuatro factores terapéuticos principales para la mejora de los pacientes se identifican como: factores extraterapéuticos, relación terapéutica, técnicas utilizadas y expectativas (efecto placebo) (Campagne, 2014).
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, Miller, Dunca y Hubble (1997), plantearon la propuesta de construir o identificar el vocabulario de un lenguaje unificado, compartido entre las diversas psicoterapias. Es decir, independientemente del enfoque, las psicoterapias coinciden en tener como objetivo aliviar el sufrimiento del sujeto, mejorar su calidad de vida y par
a ello es fundamental establecer una alianza terapéutica. En diferentes investigaciones se les ha preguntado a los pacientes qué es lo que les ha ayudado en su proceso psicoterapéutico, y éstos han llegado a mencionar: “ser respetado”, “ser escuchado”, “sentirse seguro”. En raras ocasiones, expresan algún modelo específico de intervención, técnicas o dirección del tratamiento. También ha llegado a ser conocido que los pacientes valoran que sus psicoterapeutas no sean rígidos en cuanto a su punto de vista o formas de intervención. Por lo anterior, se puede concluir que si bien es cierto que se encuentran factores comunes presentes en todas las psicoterapias, esto no quiere decir que todas sean iguales pues cada una tiene sus propios planteamientos teóricos, posturas, objetivos. Sin embargo, aunque hay diferencias importantes sí es posible establecer diálogos constructivos entre estas “galaxias” que coexisten en este gran universo.
En este sentido, cabe preguntarse, ¿cuál es la postura del psicoanálisis?, ¿en qué se distingue?, ¿cuáles son sus singularidades frente a este vasto universo de psicoterapias? Como ya se mencionó anteriormente, aún dentro del propio psicoanálisis, existen muchas variantes. En este mismo sentido, el psicoanalista estadounidense Stephen Seligman (2018) menciona: “desde que Freud expuso su teoría sobre la sexualidad infantil, los analistas han utilizado sus ideas sobre los infantes y los niños para construir narraciones magistrales que establecen cierta coherencia entre sus teorías del desarrollo, la personalidad, la psicopatología y, por lo tanto, el trabajo clínico con combinaciones muy variadas de observación e imaginación”. Según Seligman, cada grupo psicoanalítico se ha basado en su propia “metáfora del bebé” (Mitchell, 1988 como se citó en Seligman 2021) para reforzar sus supuestos básicos, por eso “hay tantos bebés psicoanalíticos como orientaciones psicoanalíticas”.
A este mismo respecto, Avelino González (1966 pp. 101) señala que el término de psicoanálisis se ha aplicado de diferentes maneras como, por ejemplo: “psicoanálisis existencial”, “psicoanálisis de grupo”, “psicoanálisis culturalista”, “psicoanálisis directo”, “psicoanálisis de niños”. Incluso dentro del “psicoanálisis ortodoxo” se encuentran muy diversos puntos de vista. Es por ello que escuchamos diversos términos como “psicoanálisis kleiniano”, “psicoanálisis lacaniano”, “psicoanálisis humanista” y más recientemente “psicoanálisis interpersonal”, “psicoanálisis relacional”, entre muchos otros. Por lo anterior, no cabe duda de que incluso dentro de la galaxia psicoanalítica existen una gran variedad de aproximaciones y enfoques. Tal como lo indica González (1966), la tarea de precisar qué situaciones terapéuticas son psicoanálisis y cuáles no, es complicada.
Ante este panorama, el cuestionamiento de Froylán Avendaño (2022) acerca de si ¿Existe en realidad “EL” Psicoanálisis? es muy pertinente pues plantea el reto al que nos enfrentamos para definir qué es y qué no es psicoanálisis. Él menciona: “Cuántas veces hemos escuchado: si no son 4 o 5 veces por semanas, no es psicoanálisis; si no se interpretan sistemáticamente las resistencias, no es psicoanálisis…”. Por otra parte, en el texto “Hacia una definición del proceso analítico: el papel que en él desempeña la angustia de separación” Avelino González (1966) menciona que el término “Psicoanálisis” ha llegado a connotar diversos conceptos por lo que resulta indispensable restringir su significado para no sucumbir a un caos conceptual arroja luz ante el reto de definir a qué le podemos llamar psicoanálisis. Para poder intentar dar luz al respecto, considero fundamental recordar los orígenes del psicoanálisis.
De acuerdo con Pacheco García (2021 pp. 37, 38), “el psicoanálisis surgió en razón de una incógnita, una pregunta fundamental que posibilitó el origen del mundo psicoanalítico, una pregunta que Freud se plantearía y que lo incitó a la indagación que, sin advertirlo al principio, lo llevaría a construir el psicoanálisis, a saber: ¿qué es la histeria? El psicoanálisis no pudo devenir, ni posicionarse, de otra manera sino a través de cuestionamientos que demandaran emprender una búsqueda de una verdad; o mejor dicho de un nuevo saber sobre una verdad. Prácticamente la medicina no solo era ignorante sobre el síntoma histérico, sino que era indiferente a él y a quien lo padecía. Ahora bien, Freud, desde su formación médica también era ignorante sobre la histeria, pero no fue indiferente ante ella ni con los pacientes que la padecían, así, el psicoanálisis con el mismo Freud, se ocupó de lo rechazado por la ciencia y medicina. Además, se atrevió a curar con la palabra y no con el medicamento (que de por sí resultó inútil ante dichos síntomas)” (Pacheco García, 2021 pp. 39, 186). En ese sentido, desde sus inicios el psicoanálisis dio lugar a ese saber desconocido, es decir a lo inconsciente. En efecto, el objeto de estudio del psicoanálisis es lo inconsciente (Dómenech Delgado, 2007). Y esto es una gran singularidad de la galaxia psicoanalítica frente a al vasto universo de psicoterapias y de la misma manera articula las distintas clases de pensamiento psicoanalítico que existen.
Como lo indica Dómenech Delgado (2007, pp. 5,7), “el objeto de estudio del psicoanálisis es peculiar y propio de este campo del saber, diferente de la psicología, la sociología, la antropología, la ética, la psiconeurológica. Es aquello de lo que el yo de cada persona no puede dar cuenta porque lo desconoce, aunque produce efectos que ese mismo yo es capaz de captar. El inconsciente no es una subconciencia de inferior valor lógico, ni un error de juicio, sino que tiene sus propias leyes de funcionamiento. El psicoanálisis ha precisado de una metodología diferente que permite ir más allá, hacia otra realidad”.
Partir de la premisa de la existencia de lo inconsciente nos lleva a pensar en el concepto de metapsicología. Laplanche y Pontalis (1996, pp. 225), mencionan que “Freud utilizó el término metapsicología para definir la originalidad de su propia tentativa de edificar una psicología «[…] que conduzca al otro lado de la conciencia», con respecto a las psicologías clásicas de la conciencia”. En este sentido, conceptos como pulsión, transferencia, represión, repetición, retorno de lo reprimido, cobran vital importancia pues se desprenden justamente de lo inconsciente y son bases importantes del psicoanálisis.
Con lo anterior, es posible aproximarse a una respuesta a la interrogante sobre la identidad del psicoanálisis planteada anteriormente. En una conversación con el psicoanalista Eduardo Distel, expresó que quizás la interrogante crucial sería, ¿qué hace que el psicoanálisis sea psicoanalítico? Como ya se abordó, toda práctica que se llame a sí misma como psicoanalítica considerará la existencia de lo inconsciente y los fenómenos que a partir de esto se desprenden.
Regresando con Avelino González (1966 pp. 107), menciona que también es fundamental considerar ciertos ingredientes imprescindibles para todo proceso terapéutico que pretenda llamarse psicoanalítico. A continuación, se enuncian dichos elementos y realizo un breve comentario sobre cada uno retomando, sobre todo, planteamientos de Ralph Greenson (1976) plasmados en su obra “Técnica y Práctica del psicoanálisis”:
- El proceso analítico tiene una finalidad terapéutica. Este elemento subraya que el psicoanálisis está encaminado al tratamiento de “dolencias”. Tiene una funcionalidad curativa, a través de la palabra.
- Exige el cumplimiento de condiciones que favorezcan el surgimiento, desarrollo y resolución de una serie de fenómenos regresivos llamados neurosis de Greenson (1976, pp. 190) menciona que cuando el analista y el análisis se convierten en el interés principal en la vida del paciente pensamos en una neurosis de transferencia pues indica: “La formación de una neurosis de transferencia se indica por un incremento en la intensidad y duración de la preocupación que el paciente tiene por la persona del analista y los procesos y procedimientos analíticos. No solo giran los síntomas y las necesidades instintuales del paciente en torno al analista, sino que todos los antiguos conflictos neuróticos se removilizan y se concentran en la situación analítica. Por tal motivo, como expresa Greenacre (1954, como se citó en Greenson, 1976 pp. 194) “el psicoanalista se esforzará en salvaguardar la situación de transferencia e impedir toda contaminación que pudiera reducir su pleno florecimiento”.
- La fuente de información por excelencia proviene de la asociación De acuerdo con Lapanche y Pontalis (1996 pp. 35, 36), la asociación libre es el “método que consiste en expresar sin discriminación todos los pensamientos que vienen a la mente, ya sea a partir de un elemento dado (palabra, número, imagen de un sueño, representación cualquiera), ya sea de forma espontánea. El método de la asociación libre es un constitutivo de la técnica psicoanalítica, la regla fundamental”.
- La interpretación debe ser, en una última instancia, el instrumento que promueva el desarrollo y logre la resolución de la neurosis de transferencia. Greenson (1976 pp. 304) menciona que “el procedimiento técnico que distingue el método psicoanalítico de todas las formas de psicoterapia es la interpretación de la transferencia. La interpretación es el instrumento último y decisivo de la técnica psicoanalítica. Dentro del marco del psicoanálisis interpretar significa hacer consciente un fenómeno psíquico inconsciente. El objetivo último de toda interpretación es facilitar la comprensión del significado de un fenómeno psíquico dado. Interpretamos la transferencia descubriendo la historia inconsciente, los antecedentes, los orígenes, los fines y las interconexiones de una reacción de transferencia dada. “La interpretación es el único modo de tratar la transferencia y en combinación con una alianza de trabajo efectiva conducirá finalmente a su resolución” (Gill,1954; Greenson, 1965, como se citaron en Greenson, 1976, pp. 194).
5. La neurosis de transferencia no es solamente la revivencia del pasado en el presente, sino que está compuesta de los conflictos infantiles, la forma en que fueron resueltos y los efectos que todo ello tuvo en el desarrollo posterior de la Greenson (1976) menciona que “en la neurosis de transferencia el paciente repite con su analista sus neurosis pasadas. Con el manejo y la interpretación debidos se espera ayudar al paciente a revivir y finalmente recordar o reconstruir su neurosis infantil. El concepto de neurosis de transferencia comprende más que la neurosis infantil porque el paciente volverá a vivir también las últimas ediciones y variaciones de dicha neurosis”.
6. La complejidad de la información que debe ser elaborada en el proceso analítico y las raíces tempranas de los patrones según los cuales se resolvieron los primeros conflictos, limitan el proceso a una relación bipersonal en la realidad. Esto no excluye que en el mundo interno la relación bipersonal se fragmente o amplíe de acuerdo con las necesidades de la fantasía inconsciente. Greenson (1965, como se citó en Greenson, 1976 pp. 195) señala: “para que un paciente entre en la situación analítica y colabore eficazmente en ella es imperativo que establezca y mantenga otro tipo de relación con el psicoanalista, aparte de sus reacciones de transferencia. Esto es la alianza de trabajo. Dicha alianza de trabajo merece ser considerada igual y equivalente de la neurosis de transferencia en la relación entre paciente y terapeuta”.
7. El paciente debe estar en condiciones de sentir y aceptar al analista en su carácter de objeto real, aliado a sus objetos buenos, pero distinto a ellos. Greenson (1976 pp. 219, 220), menciona que en el curso del análisis se produce una relación “verdadera” o “real”. La palabra “real” puede significar lo genuino, lo auténtico y lo cierto, en contraste con lo artificial, sintético o supuesto. Tanto en el paciente como en el analista las reacciones de transferencia son genuinas y sentidas. En este sentido, es posible decir que “todos los pacientes en tratamiento psicoanalítico tienen percepciones y reacciones realistas y objetivas con su analista junto con sus reacciones de transferencia y su alianza de trabajo. Estos tres modos de relación con el analista están interrelacionados”. Tal como lo indican Aíza, Césarman y González (1964, como se citaron en González, 1966), “el paciente debe realizar el duelo por la pérdida del analista como tal y estructurar un tipo de relación con éste en términos de realidad”.
- La curación ha de ser comprendida en términos metapsicológicos y debe consistir en un grado óptimo de adaptación para cada paciente dado. Por adaptación se entiende relaciones constructivas no solo con el ambiente (mundo externo), sino también con el mundo A este respecto, cabe resaltar lo que menciona Ramírez (2016): “no se trata de la adaptación de la singularidad del sujeto a ninguna norma, reglas y determinaciones estandarizadas de la realidad pues cada sujeto va construyendo su posición frente a la realidad”. Los objetivos en psicoanálisis son singulares. No se trata de seguir la lógica de “sea como todos”, sino más bien el psicoanálisis se basa en el caso por caso.
Hasta ahora se ha explorado una ruta que nos arroja luz sobre las singularidades de la galaxia psicoanalítica ante el universo de las psicoterapias. Sin embargo, como lo indica Avelino González (1966) “debemos admitir que el descubrimiento de nuevos hechos, rasgo característico de toda ciencia, imprimirá al proceso psicoanalítico un carácter cambiante que nos obligará a descartar algunas de las proposiciones anteriores, formular otras distintas o ampliar las ya existentes”.
Caer al vacío aferrados a verdades absolutas e inamovibles es realmente peligroso e incluso dañino, porque estaríamos dejando de lado el hecho de que el ser humano es dinámico, y está en constante cambio por ello, un solo enfoque no es suficiente para explicar la psique. Es cierto que en ocasiones nos podemos identificar más con alguna propuesta, sin embargo, hay que estar conscientes de ello, y tener muy presente desde qué ángulo estamos mirando al paciente. Cuando estamos advertidos de ello, estaremos más abiertos hacia otras formas de intervención y no caeremos en dogmas rígidos, lo cual nos puede llevar a entablar diálogos que favorecerían el crecimiento de la profesión.
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