Migraciones – duelo, elaboración y la búsqueda por una identidad.

Autor: Elaine Aparecida Villas Bôas

 

“Há uma força aliciante                                        “Hay una fuerza tentadora

na casa que não nos deixa ir                                En la casa que no nos deja ir

nunca muito longe.                                               Nunca muy lejos.

 

Quero a viagem,                                                   Quiero el viaje,

o salto, o espasmo                                               El salto, el espasmo

de uma nova década                                           de una nueva década 

 

mas ainda busco aquí                                          Pero aún busco aquí

uma ideia                                                             una idea

da casa:                                                               de la casa:

pertencer a seu mapa,                                         pertenecer a su mapa,

descobrir incansável                                            descubrir incansable

que a casa é enrugada                                        que la casa es arrugada 

que a casa não tem direção.                               Que no tiene dirección. 

 

Ainda quero a fotografía da casa,                       Todavía quiero la fotografía de la casa,

 

Transcrever                                                         Transcribir

suas anterioridades, convivê-las                         sus anterioridades, convivirlas 

ser mais uma vez sentimental.                            Ser una vez más sentimental.

 

Uma casa jamais será mera passagem              Una casa jamás será mero pasaje

e por isso é preciso escrever                              Y por eso es necesario escribir

um livro para ficar e outro                                   un libro para quedar y otro

para partir”                                                          para partir”

 

Julia de Souza                                                       Julia de Souza

 

La primera vez que escuché hablar de migración fue a los diez años, estaba en la primaria, eran mis vacaciones de invierno y, tenía que leer, forzosamente, un libro para cuando regresáramos.

El título del libro en portugués era Justino, o retirante, de Odette de Barros Mott. En español, la traducción sería algo como Justino, el nómada

La palabra “retirante” fue un término bastante representativo de mi país. Se refiere a la cualidad de alguien que renuncia a su tierra, o mejor, que se retira del lugar donde vive.

En la década de los setenta, hubo una sequía violenta en la región noreste de Brasil. Justino representaba el arquetipo de la población que emigraba de su hogar, en dirección al sur, o sureste, en una búsqueda, nada sencilla y desbordada de sacrificios, para hallar mejores condiciones de vida.

El personaje de la historia tenía doce años y había recién perdido a sus padres.

Justino tuvo que separarse también de su madre tierra, ésta tampoco podría seguir alimentándolo, no pertenecía a su familia. La tierra era fiada por un “señor”- nombre dado a los poseedores de grandes terrenos que empleaban trabajadores campesinos, pagando sueldos ínfimos para que produjeran y mantuvieran sus propiedades –  el auténtico retrato, aún remanente, de una historia de colonización latino-americana.

El niño del libro sufría diversos duelos : la pérdida de sus figuras parentales, la pérdida de su hogar, de sus pertenencias y de su rutina.

La joven lectora, yo, hacía parte de la privilegiada población del tan deseado sureste, descubrí en esta fecha. Las regiones ubicadas al sur de Brasil, abrigaban todas las clases sociales, de lo más indigentes a los más favorecidos, pero en la media contaban, sobre todo en aquella época, con una economía más desarrollada, con oportunidades contratantes más diversificadas, así como contextos de educación y salud más equitativos.

Tal vez por eso, me aferré en aquel frío mes de julio de mi cuarto a la espectacular aventura de Justino. Él no iba solo de su tierra caliente y seca, llevaba como compañía su perico y su perro, objetos simbólicos, representantes de sus póstumas relaciones con las figuras primarias. 

Aprendemos a esperar que los niños demuestren ansiedad a cada momento en que se alejan de la madre y de la casa y caminan en dirección a convertirse en ciudadanos de este vasto mundo.  La ansiedad puede manifestarse como un restauro de ciertos patrones infantiles de comportamiento, que siguen existiendo para servir de conforto. (Winnicott,1965, p.57).

Aquí aprovecho para señalar al infante que existe en nosotros, adultos, y que despierta en situaciones de conflicto, donde la identidad de uno se ve amenazada. Frecuentemente, los emigrantes llevan, al dejar sus casas, sino todo, lo más importante. Ropas y algunos objetos que les preserve la inscripción de una historia. Recuerdos de momentos, personas, o representaciones que ayudan a confirmar y encarnar quienes, de manera concreta, son. 

Al respecto declara Grinberg (1984):

El inmigrante lucha por su autopreservación, necesita aferrarse a distintos elementos de su ambiente nativo (objetos familiares, la música de su tierra, recuerdos y sueños en cuyo contenido manifiesto resurgen aspectos del país de origen, etc.) para mantener la experiencia del sentirse a sí mismo. (p.156)

Interrumpo un instante para aclarar que, el término “migración”, es más amplio y, también, más comúnmente adoptado, pues comprende los dos tipos de desplazamientos, sean de emigración, o de inmigración. Así, “emigración” significa desplazamiento de personas de su país, o región de origen, hacia otros lugares, siendo que el punto de vista es de quien sale. El término “inmigración” es utilizado para designar la llegada de personas a un país o región, punto de vista de quien entra. 

En este texto procuro enfocar más los movimientos de emigración, pero se me hace imposible no contemplar la tríada, visto que están vinculados uno con otro.

Las emigraciones pueden suceder tanto con algunas especies animales, como con los seres humanos. Fue observado que los animales se desplazan por estimulaciones más instintivas como, por ejemplo: los cambios climáticos, la reproducción, entre otros. 

En los humanos, las motivaciones suelen ser más complejas, y los desplazamientos se dan por razones de exilio, tramitaciones de trabajo, desastres ambientales, búsquedas culturales etc. Los primeros traslados de que se tiene noticia ocurrían hace setenta miles de años, de poblaciones tribales que salían de África en dirección a Asia, probablemente, procurando por más recursos de sobrevivencia.

Actualmente, de acuerdo con el último informe de las Naciones Unidas, en el año de 2019, el número de migraciones alrededor del mundo alcanzó la cantidad de 272 millones de personas, apuntando como motivación más frecuente y de mayor cifra, 58%, para objetivos laborales. Estudiantes se encuentran a los 2% del total. Estas dos clasificaciones suponen una elección voluntaria del sujeto. 

Los cambios para refugiarse de una guerra o conflicto social que ocurre en la tierra natal, representa el 10% de todas las migraciones internacionales . En mi concepción, esta es la más penosa, visto que, frecuentemente, es involuntaria. 

En casos de exilio, así como en la historia de Justino, el sujeto sufre muchas pérdidas, incluyendo sus creencias políticas, lo que tornaría imposible su actuación y vivencia dentro de su país de origen.

Me parece importante complementar que, 48% del total de migrantes internacionales, son mujeres.

Hay muchas interrogantes que se podría hacer sobre el tema de los desplazamientos. De todos modos, me interesa disertar sobre algunos de los efectos psíquicos que recaen sobre el sujeto migrado. 

Para Menges (como se citó en Grinberg,1984) el concepto de migrabilidad abarcaría:  

[…] la capacidad potencial de adquirir en el nuevo ambiente, en forma gradual, y comparativamente rápido, una cierta medida de equilibrio interno y que es normal para él – siempre y cuando el nuevo ambiente lo haga razonablemente posible – y que, al mismo tiempo, pueda integrarse en el nuevo contexto sin ser un elemento perturbado o perturbador dentro del mismo. (p.32)

Muchas veces, el cambio puede ser vivido como una experiencia temible y desorganizadora para el yo. Otras veces, esta vivencia invita al sujeto a una oportunidad que, más allá de los trastornos implícitos, incrementa y beneficia la estructura psíquica, abriendo puertas a una posible reintegración de la identidad.

Coincido con la conjetura de Benyakar (2006) cuando comenta sobre el concepto de “función de la vivencia de un evento fáctico disruptivo”:  

Necesaria, constitutiva y constituyente del psiquismo, la vivencia testimonia el contacto con el mundo externo. En efecto, la irrupción en el psiquismo de un factor exógeno al que hemos denominado “evento fáctico” activa la función vivencia que moviliza factores endógenos. Cuando la articulación de los factores exógenos y endógenos se despliegan de manera adecuada, habrá articulación de un afecto con una representación. El éxito de esta articulación depende, además, de los factores de sostén ambiental y de la capacidad yoica. (p.48)

Supongo que, la flexibilidad del yo para lidiar con las vicisitudes de un evento migratorio, lo cual también me parece ser algo disruptivo, es un enigma que solo se va a desvelar, según cada individuo, a partir de su arranque hacia al nuevo mundo. No hay un modus operandi general, además tendrá mucho que ver con la dinámica psíquica ya establecida y con la capacidad de separación/individuación, ambas ya definidas y operadas desde los primeros años de vida. 

Recordemos que, para Klein, es la llegada a la posición depresiva que permite al sujeto (bebé) discernir la madre como un objeto integral y, pudiendo introyectarla como tal, se reconoce también como un yo total e independiente, conquistando la capacidad de separarse de ella (Segal, 2010).

Para Winnicott (como se citó en Grinberg, 1984) : “La capacidad de estar solo es uno de los rasgos más importantes de madurez en el desarrollo emocional” (P.35).

A seguir, a fines de elucidar con más rigor y autenticidad, expongo algunos trozos de entrevistas con migrantes, de procedencia y motivaciones distintas. 

Robson, 38 años, soltero, refugiado haitiano en Brasil hace tres años, trabaja en una ocupación informal. Cuando pregunto sobre su proceso de emigración declara: 

– Sí fue triste…Yo no sabía lo que me esperaba. Pero me siento más seguro y amparado aquí que en mi propio país. Allá, si tú tropiezas, sin querer, con alguien en la calle, ya es justificación para empezar una pelea, las personas están muy agresivas y lastimadas en Haití.

Grinberg (1984) afirma que: “Más allá de los factores externos que justificaban las migraciones, operaría también la fantasía inconsciente de búsqueda de una madre tierra nutricia y protectora, frecuentemente idealizada” (p.33). 

La tierra de destino, muchas veces, ofrece la seguridad física y psíquica que uno ya no podía disfrutar en su sociedad originaria, haciendo con que el duelo de dejar su objeto-lugar sea, quizá, no tan angustiante. 

Sobre el trabajo del duelo y la adaptación en el nuevo destino, me parece válido rescatar lo que ya nos decía Freud en Duelo y melancolía (1917/2011):

Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga la victoria. Pero su mandato no puede ser llevado a cabo inmediatamente, y solo es realizado de un modo paulatino, con gran gasto de tiempo y energía de carga, continuando mientras tanto la existencia psíquica del objeto perdido. (p.2092)

Freud se refería a un objeto-persona, cuando hablaba en objeto perdido, pero me atrevo a sustituir por objeto-lugar, que al final es un objeto también constitucional del cual el sujeto, de igual manera, tuvo que apartarse. González (2011), cuando habla de la angustia de separación también se refiere al objeto perdido como “una persona, un lugar, una cosa o una abstracción” (p.81). 

Agata, 23 años, casada, exiliada rusa, estudiante, viviendo en Alemania. Llegaba a las clases con moretones de golpes, ciertamente ejecutados por alguien mucho más fuerte que ella. Un día las amigas, asustadas con su apariencia, sugerían que ella dejase a su marido y regresase a su país de origen con su familia, para evitar ser aún más lastimada. Al escuchar todos los consejos, dijo en tono calmado, pero seguro:

  • ¡Ni muerta! Prefiero ser golpeada, mil veces, a volver a mi país, o a vivir con mi madre.

Es cierto que, en el proceso de desarrollo psíquico, llevando en consideración el entorno en que se ha constituido el sujeto, se quedará inscripto, radicalmente, en el corporal, las medidas de lo que suele ser insoportable a uno, pero soportable a otro.  De acuerdo con Freud (1927/2017): “El yo es, ante todo, un ser corpóreo, y no sólo un ser superficial, sino incluso la proyección de una superficie” (p.2709).

Pensando todavía en el caso de Ágata, cito la afirmación de Grinberg (1984) sobre las características de los distintos grupos familiares a que pertenecen los emigrantes: “…será difícil que emigren individuos pertenecientes a grupos familiares que se describen como aglutinados, apiñados o epileptoides, que parecen tragar a sus miembros”. Y continúa: “Por el contrario, los grupos familiares de tipo “esquizoide” parecen vomitar a sus miembros, que tienden al alejamiento mutuo y la dispersión” (p.33).

Entonces, ¿qué es lo que define la competencia de los que pueden emigrar? “Hay quienes afirman que solo tienden a migrar los que tienen un yo más fuerte y capacidad para enfrentar riesgos.” (Grinberg, 1984, p. 35)

Catarina, 35 años, casada, psicóloga, mexicana, ha vivido de los ocho a los diez años, con su familia, en Estados Unidos. Recuerda:

  • Las madres de algunos compañeros de mi salón no querían que yo jugase con sus hijos. Se referían a mí, de forma despectiva, como spick. Para ellas había una diferencia física, en la piel, que yo aún no lograba entender. Por saberme, hasta ahí, blanca. En mi familia me llamaban, desde pequeña, “la güerita”. Pero esto, más tarde, me hizo pensar sobre la condición de alguien que enfrenta la discriminación. 

Sobre el entorno que acogerá al inmigrante, Grinberg (1984) también pondera: “No son infrecuentes las denominaciones despectivas de los extranjeros, con motes que se perpetúan, a veces, por generaciones, y en los que pueden condensarse la envidia por sobreestimación y el desprecio para defenderse de aquélla” (p.104).  

La xenofobia, la exclusión, la pérdida de referencias y las frustraciones – momentáneas o permanentes – son conflictos que pueden acompañar al inmigrante en su nueva jornada. Las consecuencias pueden ser desastrosas, haciendo con que el sujeto tarde mucho, o jamás se recupere de su duelo. 

Por otro lado, estas mismas vivencias que son molestas, denuncian segregaciones históricas, e imponen a uno reflexiones que no hacían parte de su repertorio de identificaciones. O sí hacían, tal vez, no se encontraban en el terreno de sus internalizaciones nucleares (Grinberg, 1976).

Más allá, me arriesgaría decir que, en aquellos que migran y recuperan su equilibrio emocional, tal vez existan introyectos en la constitución de la identidad, que posibilitan cierta permeabilidad entre las fronteras de quienes son y de la realidad extranjera. Contradictoriamente, supongo que, en estas personas el extranjerismo sería reconocido como algo familiar e, incluso, deseado. 

Califico la habilidad de representación como algo esencial para un migrante, es decir, poder traducir emociones, lenguaje, comportamientos, códigos sociales y ambientales. Es un trabajo profundo y fatigoso, que el yo va a confrontar y, será más o menos bien logrado, si la carga de exigencia, exterior e interior, sobre todo la proveniente de la instancia superyóica, no sea demasiado aplastante para el aparato mental.

Inspirándome en el modelo pensado por Bion (1987) donde, en los mejores de los casos, la madre (continente), a través de la función alfa, transforma elementos escindidos y proyectados por el bebé (contenido) en elementos palatales, aliviados e imbuidos de significado, constituyendo así, junto con el niño, un aparato para pensar. Más tarde, el sujeto adulto, instrumentado con este aparato, aún más sofisticado, hará por sí solo el trabajo de elaboración delante de circunstancias adversas que se presentarán en la realidad. Según este autor: 

La función alfa representa algo que existe cuando ciertos factores operan en consonancia. Se supone que hay factores que operan en dicha consonancia, o si no que, por alguna razón no lo hacen, es decir, si los factores de los que se dispone no tienen función alfa, entonces la personalidad es incapaz de producir elementos alfa y por lo tanto incapaz de pensamientos oníricos, consciencia o inconsciencia, represión o aprendizaje de la experiencia (p.84-85). 

De mi propia historia, cuento con dos emigraciones, en el espacio temporal de veinte años. Una fue voluntaria y la otra no tanto. El proceso de duelo fue intenso al inicio, pero pude, paulatinamente, reintegrar mis objetos-lugares y personas, a partir de otras perspectivas. Me acuerdo de soñar con mi trabajo, familia, amigos y lugares de mi país natal, todas las noches, por meses. Hubo angustias y dudas que ocuparan buena parte de mi economía psíquica. Una parte de mí vive en constante extrañamiento de mi país. De todos modos, pienso que disfruto de un aprendizaje extraordinario y conquistas de amistades, culturas, capacidad crítica y desarrollo profesional fundamentales para mi evolución. 

Opino que el estado migratorio y el período de adaptación involucran muchas defensas: ambivalencia, una cierta dosis de identificación proyectiva, negación, aislamiento y en algunos casos, escisión. Es deseable que estas sean defensas transitorias e, incluso necesarias, para sobrevivir al cambio y al dolor que él mismo causa.

El yo precisa, progresivamente, fortalecerse respecto a la tolerancia de un corto, pero inevitable, retroceso y, contar con una predisposición a la perseverancia y la resiliencia. 

La sociedad que acoge es una pieza sustancial en el proceso de conformación del extranjero. El vínculo del sujeto con un grupo con lo cual haga identificación y encuentre interlocuciones sobre sus ideas, sería bastante benéfico. Como bien apuntó Erikson (1968) en sus estudios sobre el impacto social en la personalidad del sujeto: “en el aspecto subjetivo de la identidad del yo existe un estilo de la propia individualidad, que coincide con la mismidad y continuidad del propio significado para otros significantes de la comunidad inmediata” (p.42). 

La historia de Justino era una ficción juvenil, entre tanto, dialogaba con factores político-sociales complejos y conflictos psíquicos comunes entre muchos migrantes. Al final, pienso que, todo acto de migrar tiene como componente principal la incesante búsqueda de una identidad. El sujeto que se desplaza trabará una lucha interna, osada, pero siempre y, de preferencia, hilada al contexto social donde esté ubicado.

 

Bibliografía

  • Benyakar, M. (2006). Lo Disruptivo Amenazas individuales y colectivas: el psiquismo ante guerras, terrorismos y catástrofes sociales. Buenos Aires, Argentina. Editorial Biblos.
  • Bion, W. R. (1987). Aprendiendo de la experiencia. DF, México. Paidos.
  • Erikson, E. H.(1968). Identidad, Juventud y Crisis. Buenos Aires, Argentina. Paidos
  • González, A. (2011). Obras de Avelino González Fernández. DF, México. Oak Editorial
  • Freud, S. (1917/2017). Obras Completas – Tomo II – Duelo y Melancolía. Madrid, España. Biblioteca Nueva.
  • Freud, S. (1927/2017). Obras Completas – Tomo III – El yo y el ello. Madrid, España. Biblioteca Nueva.
  • Grinberg. L. (1976). Teoría de la identificación. Buenos Aires, Argentina. Paidos.
  • Grinberg, L. y R. (1984). Psicoanálisis de la migración y del exilio. Madrid, España. Alianza Editorial.
  • Larousse. (2018). Diccionario Lengua Española. DF, México. Compañía Editorial Ultra.
  • Organización de las Naciones Unidas. (2019). Migración. Recuperado de https://www.un.org/es/sections/issues-depth/migration/index.html
  • Segal, H. (2016). Introducción a la obra de Melanie Klein. DF, México. Paidos.
  • Souza, J. (2019). As durações da casa. Rio de Janeiro, Brasil. Editora 7 Letras.
  • Wikipedia. (2019). Migración. Recuperado de https://es.wikipedia.org/wiki/Migración
  • Winnicott, D.W. (2011). A familia e o desenvolvimento individual. São Paulo, Brasil. Editora Martins Fontes.