La vivencia del psicoanálisis como práctica contracultural.

Autor: María Zurutuza

 

“Nuestra conciencia no es sino una insignificante isla que flota en el océano que rodea a la tierra. A través de este pequeño fragmento de tierra podemos contemplar la inmensa extensión del Inconsciente mismo”

(Suzuki, 1960)

Daisetsu Teitaro Suzuki fue un filósofo japonés reconocido con acercar el budismo zen a Occidente. En 1957, vino a México a un seminario sobre budismo zen y psicoanálisis. Con base en esas conferencias, en este trabajo intentaré esbozar cómo es que el psicoanálisis puede actuar como una práctica contracultural en Occidente, sin renunciar a sus raíces intelectuales, y generar alivio particularmente necesario hoy en día. Es importante señalar que me enfoco más en la práctica psicoanalítica y no en la teoría, ya que ésta se arraiga en la postura científica y nos concierne más la vivencia del análisis. 

Primero, una breve introducción al budismo zen. El zen es una mezcla del budismo Mahayana de India y el Taoísmo, originado en China. Su esencia es que todos los seres humanos son Budas y solo requieren comprender esa verdad por sí mismos, pero no a través de palabras ni escrituras sino de la experiencia. Por medio de la disciplina de, principalmente,  meditación y otras técnicas se adentra a la vivencia del cuerpo y mente para buscar la Iluminación sin la intervención del intelecto. “El Budismo Zen es ante todo una concreta e inmediata forma de emitir la esencia de la experiencia de la Iluminación y de ver las cosas como son” (Centro Budista de la Ciudad de México, s.f), (BBC, 2002).

Adentrándonos en tema, Suzuki coloca como el primer ladrillo el ejemplo de una flor en dos poemas y compara cómo Occidente y Oriente se aproximan a ella de distintas formas. El primer poema, un haiku, es de Basho, poeta japonés del siglo XVII:

“Cuando miro con cuidado 

¡Veo florecer la nazuna 

Junto al seto!”

El segundo poema es de Tennyson, poeta norteamericano del siglo XIX:

“Flor en el muro agrietado, Te arranco de las grietas; 

Te tomo, con todo y raíces, en mis manos, Florecilla – pero si pudiera entender 

Lo que eres, con todo y tus raíces, y todo en todo, Sabría qué es Dios y qué es el hombre”,

Con esta comparación, Suzuki describe dos perfiles. Occidente, al arrancar, estudiar e intelectualizar la flor es una cultura activa, objetiva, analítica, resistente, que busca entender y ser elocuente en sus respuestas; busca la abstracción del objeto. Oriente, al simplemente observar y sentir admiración hacia la flor es una cultura inactiva, subjetiva, sentimental, observante, silenciosa; busca sumergirse en el objeto. En Occidente tendemos a dividir los objetos, pensamos en tallo, hoja y flor para poder esquematizarlo. Cada parte se analiza y estudia profundamente manteniendo una objetividad, ya que al mantener la división de sujeto-objeto se considera que se acerca a la realidad del otro por sí mismo, aislado (aunque ya haya pasado por una serie de intervenciones). Por otro lado, Oriente no se distancia y es por medio de la subjetividad unida de la interacción sujeto-objeto como se acercan a la realidad. Suzuki (1957) dice “lo que rechazo es considerar el entendimiento como la realidad última”, refiriéndose a entendimiento por una aproximación intelectual, científica y no afectiva. En otras palabras, se podría decir que Occidente busca separarse de la Naturaleza, mientras que Oriente busca sentirse uno mismo con ella. 

Para ilustrar mejor la relación entre ambas culturas, Suzuki comparte una historia china del siglo III a.c. “Chuang-tzé relata la historia de Caos. Sus amigos debían muchos de sus logros a Caos y querían agradecérselo. Discutieron entre sí y llegaron a una conclusión. Observaron que Caos no tenía órganos sensoriales para distinguir el mundo exterior. Un día le dieron los ojos, otro día la nariz y, en una semana, lograron transformarlo en una persona sensible como ellos. Mientras se felicitaban por su buen éxito, Caos murió”. Los amigos representan a Occidente y Caos a Oriente. Occidente, aunque sea bien intencionado, busca modificar lo que le rodea a su similitud y entendimiento del mundo aunque esto mata al objeto (como Tennyson arrancando la flor desde las raíces). Esto me hace pensar en las culturas indígenas de Estados Unidos, México, Nueva Zelanda o Australia a quienes Occidente ha “domesticado hacia la civilización”, sin embargo, esta civilización destruye aquello que existía previamente al no aceptar una realidad diferente a la propia. En cuanto al campo de psicología, ¿qué tanto el psicoterapeuta busca cambiar al paciente hacia su propio entendimiento de salud, ignorando el mundo interno? ¿Cómo se encuentra ese límite de intervención? El espacio psicoanalítico busca que esa subjetividad y mundo interno tenga su propio flujo, proceso y movimiento en el que la analista, idealmente, solo acompaña y espejea, no dirige ni controla.  Para esto, la analista acude a su propio análisis para identificar y elaborar su propio mundo de tal forma que sea más fácil separarlo de aquel del paciente. Al trabajar desde el respeto de las subjetividades, actúa como contracultura a imposiciones occidentales. 

Profundizando en esto, Suzuki menciona que Occidente se enfrenta y padece a, como él las nombra, contradicciones, de las cuales sólo mencionaré algunas pertinentes al presente trabajo. Son observaciones en la forma de pensar de cada cultura que moldean la manera de aproximarse a la comprensión del mundo. Aprovecho para notar la diferencia entre las palabras entender y comprender; entender refiriéndose a un aspecto racional, según la RAE “Tener idea clara de las cosas.”  y comprender refiriéndose a lo racional y lo afectivo, “Abrazar, ceñir o rodear por todas partes algo”. La primera contradicción es que “Occidente trata de lograr la cuadratura del círculo. Oriente trata de hacer que un círculo equivalga a un cuadrado” (Suzuki, 1957). La segunda es que “La libertad es un término subjetivo y no puede interpretarse objetivamente” (Suzuki, 1957) ya que al intentarlo llegamos a contradicciones que, en términos de lógica no se pueden resolver. La tercera es que “ en Occidente “sí es sí”, “no es no”, “si nunca puede ser no”. Oriente hace que el “si” se deslice hacia el no y viceversa […] no hay una división precisa” (Suzuki, 1957). En psicoanálisis no nos es extraña esta forma de comprender y remite a los principios de lo Inconsciente de condensación, desplazamiento y atemporalidad, al igual que la no-contradicción. La lógica no permite esta difusión de límites, sin embargo, la lógica no es la única forma de acercarse a la realidad. La ilustración de estas contradicciones permite resaltar diferencias en la forma de comprender el mundo que nos permite preparar el terreno para lo que concierne al budismo zen. 

Tanto en el psicoanálisis como en el budismo zen se maneja la existencia de lo inconsciente, aunque se puede decir que cada Inconsciente es diferente. Suzuki describe lo inconsciente zen como lo Inconsciente Cósmico, algo pre-científico o meta-científico, que es la fuente de la voluntad y la creatividad. La voluntad se podría equiparar con lo que entendemos por la naturaleza de las cosas y los organismos; Suzuki ejemplifica que la voluntad del río es fluir de la misma forma que la voluntad de la piedra es permanecer. Es así como lo Inconsciente Cósmico está en todo. Lo que diferencia la aproximación científica de la aproximación zen, es que la primera busca acercarse a la realidad describiendo al objeto, hablando de, abstrayendo características para luego sintetizarlas y, del resultado de esa suma, volver al objeto. Sin embargo, esta disección no es el objeto sino una representación distante. El método zen busca penetrar al objeto y “verlo desde adentro, convertirse en la flor” (Suzuki, 1957). Al hacerlo, permite colocarse en una posición que experimenta la subjetividad absoluta y entonces “[…] conozco todos los secretos de mi propio Yo” (Suzuki, 1957) porque lo Inconsciente Cósmico del objeto es el mismo que del sujeto. De forma similar, la práctica psicoanalítica busca experimentar el mundo del paciente desde la subjetividad, “sin memoria ni deseo” por parte del analista (Bion, 1969), dejando que el paciente pueda adentrarse a su propio mundo, por medio de la asociación libre. Aunque el analista no busca convertirse en el paciente, sí se sumerge en su subjetividad para poder comprender su mundo interno y fungir como espejo hacia el devenir-conciente. El método psicoanalítico busca, según Fenichel (1945), que “los fines conceptuales conscientes y selectivos del yo se puedan enfocar en aquello interno”. Y en una cultura que nos rodea de distancia, generalización y protocolos, comprender desde la subjetividad es un acto contracultural.

El zen se sumerge en lo Inconsciente como “algo que debe sentirse […], ver no es suficiente”(Suzuki, 1957). En el método zen, no se puede intelectualizar a lo Inconsciente. En la práctica del psicoanálisis, el sentir es un camino por el cual se llega a lo inconsciente del paciente. El analista mantiene una atención flotante, una postura de reverie, pero también se está atento al sentir que provoca el paciente y su contenido; la transferencia y contratransferencia actúan como guía de las interpretaciones del mundo interno. La contratransferencia inicia como una experiencia, un sentir sin palabras, la cual se contiene y metaboliza por el analista, generalmente en supervisión, para desembocar en una interpretación. De la misma forma, el espacio analítico está inmerso en la subjetividad, por lo que las interpretaciones que hace la analista buscan ser como una devolución del propio Inconsciente, reconociendo su voluntad. Por medio de esto, el espacio psicoanalítico se vuelve una relación única para el paciente en la cual puede profundizar libremente sin censura en su sentir; se aceptan y exploran las contradicciones que son negadas en Occidente. 

Lo Inconsciente es aquello que siempre ha existido, y es la conciencia la que evoluciona con el ser humano. El zen describe como la edad de la Inocencia aquel momento en el que la consciencia todavía no rige en su completud al ser y es el Inconsciente Instintivo que predomina, el cual le pertenece a niños y animales. Tanto el psicoanálisis como el zen comparten este inicio fundamental: primero es Inconsciente y luego hay Consciencia. Sin embargo, la consciencia es solo una forma de observar lo inconsciente; es solo una isla en el mar. Para el zen, la pérdida de la Inocencia se refiere al adiestramiento de las experiencias por la conciencia, en la cual la vivencia se acompaña de símbolos y entendimiento. Lo Inconsciente de cierta forma deja de moverse libremente porque es regulado por lo consciente y lo social. Para el psicoanálisis, el principio de realidad, el complejo de Edipo y el desarrollo del Yo, por ejemplo, actúan como este adiestramiento de las experiencias. El camino del dharma (palabra con múltiples significados e interpretaciones, algunas de las cuales son la iluminación o el camino correcto enseñado por Buda) se recorre por medio de la vivencia de las experiencias; identificándote con el momento y por medio del abdomen, no de la cabeza, es como el zen contacta con el inconsciente. Suzuki explica que el abdomen, el vientre es la parte del cuerpo en mayor contacto con la Naturaleza porque es lo que menos ha evolucionado del ser humano y es controlada por nervios involuntarios. La cabeza simboliza la intelección, pero el abdomen se mantiene en el sentir. Esto lo podemos encontrar en Occidente en algunas expresiones, por ejemplo, gut feeling, el sentir mariposas en la panza o tener un hoyo en el estómago; sin embargo, seguimos pensando principalmente con la cabeza. 

La práctica psicoanalítica también busca la vivencia. “[El análisis] se relaciona con lo que está pasando, no con lo ocurrido ni con lo por venir” (Bion, 1969). Se le pide al paciente que “diga todo lo que pasa por su mente”, un símil a una meditación en palabras, lo cual es una práctica de experimentar el momento sin los límites o censura a la que estamos acostumbradas. La asociación libre y el espacio analítico buscan permitir a lo Inconsciente mayor movimiento, identificar cómo se expresa y crear un espacio donde lo pueda hacer aunque esto vaya en contra de lo que se vive culturalmente. Recordando y reconociendo el mundo interno, como si el consultorio actuara como un vientre en el que se permite sentir. 

Los maestros zen utilizan un vehículo de acercamiento al dharma, nombrado Koan, de significado literal “Documento público” y se puede entender como un “documento” que tiene cada quien al nacer y lo intenta descifrar antes de morir. El Koan es un problema que el maestro formula para que sus discípulos lo resuelvan. Suzuki dice “El Koan está dentro de nosotros mismos, y lo que el maestro zen hace no es más que señalárnoslo para que podamos verlo más claramente que antes” (Suzuki, 1957). Esto lo podríamos leer así: “La interpretación está dentro de nosotros mismos y lo que el analista hace no es más que señalárnoslo para que podamos verlo más claramente que antes”. Suzuki profundiza y refiere que cuando el Koan sale del campo del inconsciente a lo consciente se dice que lo hemos entendido, un devenir-consciente. Tanto el zen como lo psicoanalítico fórmula “entregas” que la persona, en el momento, puede percibir como absurdas. Pero cuando se sienten entonces se comprenden. El Koan no se entiende en el plano de intelección porque la lógica lleva, inevitablemente, a barreras de dicotomía. La interpretación se puede entender racionalmente, pero comprenderse o acomodarse mucho después de que se formula. 

Voy a compartir algunos ejemplos de Koan que han formulado maestros zen:

“Utiliza tu espada que tienes en las manos vacías”

“Camina mientras cabalgas sobre un burro”

“Habla sin usar la lengua”

“Toca el laúd sin cuerdas”

“Está el retrato, ¿dónde está la persona?”

“¿Cuál es tu rostro antes de nacer?”

Pueden parecer absurdas. Sin embargo, en Occidente preguntamos “¿De dónde venimos”, “¿A dónde vamos?” o “¿Qué es ser?” pero, al estar más familiarizadas con preguntas que buscan respuestas lógicas y se les aproxima racionalmente, se nombran filosóficas y no absurdas. El Koan se piensa con el abdomen y no con la cabeza.

El entendimiento tiene una gran cantidad de usos y propósitos en la vida diaria. Gracias al entendimiento nos rodea mucho del mundo como lo conocemos. “Pero no resuelve el problema último con el que cada uno de nosotros tropieza más tarde o temprano”: el problema de la vida y la muerte. Cuando el ser humano se enfrenta a la muerte, una enfermedad, accidente o pandemia, y pregunta, “¿por qué yo?, ¿por qué nosotros?, ¿por qué ahora?” pero no hay alivio en esas preguntas porque con la lógica, es inevitable llegar a incertidumbre y no a comprensión. En el espacio analítico se exploran caminos, experiencias, pensamientos y emociones que no necesariamente requieren del entendimiento para vivirse y que no necesitan actuar como respuestas pero la existencia del espacio para vivirlo puede ser todavía más profundo que el entenderlo. Un maestro zen podría decir que para un problema así, para lo que el intelecto ya no es capaz de atrapar en la existencia, se necesita “como trepar hasta la punta de un palo de cien pies y ser instada a trepar más, hasta que te ves obligada a dar un salto desesperado, olvidando la seguridad existencial” (Suzuki, 1957). En el análisis, practicamos dar ese salto hacia el mundo interno, la incertidumbre es algo que se acepta como es en lugar de intentar atraparla. 

Nunca se puede separar algo de su contexto y el psicoanálisis, como dice Fromm, “es tan exquisitamente occidental” (1960), racional, intelectual, analítico y científico, que es un espacio privilegiado para responder a las limitaciones del propio Occidente. No aumentando la distancia, sino construyendo vínculos. No haciendo rígidos los pensamientos, sino flexibilizando el pensamiento. No generalizar para ser uno más, sino buscar al individuo que es solo uno. El campo analítico es capaz de actuar como contracultura porque se mantiene como parte de la misma. Este es el potencial del análisis: la creación de espacios sumergidos en conexión profunda. Sin embargo, se debe reconocer que sin un individuo que se responsabilice de su propio mundo, que pueda reflexionar, que busque a su maestro (es decir, un supervisor), ese potencial puede nunca realizarse.

Tanto el camino del zen como del analista, en palabras de Suzuki, “puede aparecer demasiado enigmático, críptico y lleno de contradicciones pero es, después de todo, una disciplina y enseñanza simples:

Hacer el bien,

Evitar el mal, 

Purificar el propio corazón:

Este es el Camino de Buda” 

(Suzuki, 1960)

O, en este caso, del psicoanálisis.

 

Bibliografía

  • Bion, W.R. (1969). Notas sobre la memoria y el deseo. Rev. psicoanál., 26(3):679-681.
  • Fenichel, O. (1945) Teoría psicoanalítica de las neurosis. Paidós, Psicología profunda. Capítulo III, pags. 37- 49.
  • Suzuki, D.T y Fromm, E. (1960), Budismo Zen y Psicoanálisis. Fondo Económico de Cultura, México