La mujer como objeto de valor: lo que llevamos en la mochila
Autora: Paulina Palacios
Antes hacía shows para narcos que querían lavar su dinero. En una ocasión, había terminado un muy buen set cuando estos hombres me llamaron detrás del escenario. Me dieron $25,000 en efectivo […] tomé el metro y me fui hacia Brooklyn a la una de la mañana. Jamás había estado tan aterrorizado. Jamás en mi vida había tenido algo que alguien más quisiera tener. Pensé, “por Dios, si estos de aquí supieran cuánto dinero traigo en la mochila, me matarían por él.” Luego pensé, “Madres, ¿y si yo trajera todo el tiempo una vagina? Eso es lo que enfrentan las mujeres.” […] Si esos mismos narcos me dieran una vagina y me dijeran “métela en tu mochila y llévatela a Brooklyn” les diría, “amigo, no puedo aceptarla.”
Dave Chappelle
El chiste de Dave Chappelle es el pan nuestro de todos los días. Además de miedo, las más sanas de nosotras sentimos también enojo. Hay, por supuesto, en estas situaciones, escalas y matices. Pero todas tenemos historias que contar. Éstas pueden ir desde el comentario respecto a un conductor de Uber que sólo le dirige la palabra al hombre con el que viajas, a pesar de que el servicio esté a tu nombre (y que, por lo tanto, tú pagas), pasando por el ginecólogo que después de una revisión vaginal felicita a una mujer diciéndole que está “como carro nuevo” o el cotidiano agarrón en el metro, hasta la violación sexual franca y sostenida durante años por algún hombre cercano y/o el feminicidio. Todas las mujeres entendemos perfectamente el chiste que hace Chappelle, conocemos ese miedo pues traemos en nuestra mochila, permanentemente, algo que el otro siempre quiere.
En los últimos meses, todos hemos sido testigos de la avalancha de denuncias públicas de acoso y abuso sexual en muchos ámbitos de nuestra cultura: los hashtags de #MeToo, #SiMeMatan, #DelataATuCerdo, todas las marchas feministas del año pasado a lo largo y ancho del planeta y cientos de ensayos, artículos y entrevistas que se han publicado a partir de este fenómeno. No es nada nuevo el hablar de la mujer como objeto mercantil, sexual, de intercambio y de dominio, sin embargo, sigue apareciendo el tema como si lo fuera, sigue siendo plática en los cafés, en el diván y en los congresos. No afirmo que no haya habido progresos (como el logro del voto femenino a principios del siglo XX en muchos países o la inserción laboral de las mujeres a partir, sobre todo, de las grandes guerras), pero sí creo que el asunto, como síntoma, no cesa de insistir. No dejo de pensar en una pancarta vista en una marcha de enero del año pasado que rezaba “No puedo creer que tengamos que seguir peleando por esto”. No importa si eres una mujer blanca, rica y con presencia pública perteneciente al mundo del espectáculo, una ejecutiva de alto rango -que sin embargo gana menos que su par hombre-, o una madre soltera que trabaja de cajera de algún supermercado, eres y has sido vulnerable a la objetivación y desvalorización del otro. Esto es lo que traemos en la mochila. Con respecto a ser mujer, parece que a priori entramos a una carrera con puntos menos y si aparte no eres blanca, rica y heterosexual sólo se trata observar cómo se aumentan tus puntos en las escalas de vulnerabilidad.
Las mujeres han sido objetos de intercambio desde hace milenios. Engels (1976) en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado afirma que la gran derrota del sexo femenino fue cuando el hombre, para asegurar la transmisión de su riqueza a quienes sí fueran sus hijos, privatizó el quehacer sexual de la mujer y la convirtió en la primera propiedad privada. Mucho ha cambiado desde entonces, en cuestión de naturaleza y de cultura, no obstante, las mujeres siempre, en algo, quedamos fuera. Paula Gaviria (2018) en su trabajo Indiferenciación Sexual: la universalidad del patriarcado, citando a Harari nos comenta.
A diferencia de otros tipos de jerarquías imaginadas, que varían de una sociedad a otra, la jerarquía de género es <la única que ha sido de importancia suprema en todas las sociedades humanas conocidas…En todas partes la gente se ha dividido en hombres y mujeres>. Formamos parte de “un sistema que deja a las mujeres en desventaja al no capacitarlas para alcanzar una autonomía o un equilibrio de poder privándoles el acceso a los recursos estratégicos, por lo que los hombres gozan de la ventaja en términos de poder.
A priori, puntos menos en la carrera. Las mujeres estamos acostumbradas a ser tocadas, manipuladas, habladas y también teorizadas por los otros. Nuestra disciplina no ha sido la excepción (tampoco tenía cómo serlo). Las mujeres como objeto de conocimiento para el psicoanálisis fueron, por mucho tiempo, un discurso masculino sobre la mujer y la sexualidad femenina. Por supuesto, mujeres han teorizado sobre su propia sexualidad desde inicios del psicoanálisis. Melanie Klein, Lou Andreas-Salomé, Hug-Hellmuth, Marie Langer y muchas otras escribieron sobre la construcción de una identidad femenina, sin embargo, las corrientes hegemónicas de lo psicoanalítico en gran parte –y sobre todo en torno a la mujer- han sido también, terreno exclusivo del varón. Es hasta muy recientemente que la presidencia de la IPA está a cargo de una mujer (para nuestro gusto, latinoamericana). La IPA lleva más de cien años y todos sus presidentes habían sido hombres. Ni Anna Freud, linaje mediante, alcanzó ese puesto.
Conocemos la postura freudiana. El creador del psicoanálisis escoge la masculinidad como eje para explicar el desarrollo psíquico. Las niñas nacen y crecen sus primeros años desconociendo su vagina. Para ambos sexos, el único genital que existe es el pene. Las niñas, al darse cuenta que no lo tienen, se asumen como castradas –y en desventaja- entran al complejo de Edipo buscando acercarse al padre para conseguir aquello que sienten la madre les negó. A través de una serie de equivalencias simbólicas, la niña irá pasando del deseo-de-pene al deseo-de-un-hijo, que será cumplido siempre y cuando se embarace y el producto sea varón. Esta teorización sobre el desarrollo sexual, para Freud, explica en gran medida cómo es que la niña pasa a ser una mujer con rasgos envidiosos y como tal, resulta ser más proclive al engaño, la mentira y la decepción. Para el padre del psicoanálisis, así se entiende el que las mujeres tendamos a un superyó, como representante de la cultura, más laxo que los varones. A pesar de su gran genio, sus buenas intenciones y sin dudar que Freud, en efecto, intentó dar voz a lo femenino, podemos afirmar que –por lo menos- desde hace tiempo, las teorizaciones del creador del psicoanálisis nos quedan cortas. Él mismo lo aceptaba: nunca logró dar respuesta que le convenciera respecto a ¿qué quiere una mujer? Dejaba la búsqueda de esa respuesta, en sus palabras, a los poetas. Las mujeres eran para él un enigma, un continente negro por ser descubierto.
Llegó algunas décadas después, el estructuralismo francés y con éste, Lacan con sus frases enigmáticas a la manera de un mago, como “La mujer no existe” y, además, es “no-toda”. Intento explicar: La mujer no existe ya que, a diferencia de la posición masculina, no hay una identidad universal femenina. Es decir, no existe La feminidad como una. Lacan hace hincapié en el artículo, no en el sustantivo. La dificultad estriba, según nos explica, en que la mujer <es llevada a esa posición de “mero” objeto de intercambio, un objeto en el orden simbólico> por lo cual el destino edípico de cada niña es, a diferencia del niño, particular. La posición masculina asumida respecto a la salida del complejo de Edipo y con esto, la entrada a la cultura en el varón es evidente: toda va en relación al falo. En las mujeres no. Cuando habla de ser no-toda, Lacan teoriza sobre el goce femenino. Al no estar configurada toda ella bajo la lógica de lo fálico, existe “algo” de ese goce que queda fuera de lo representable del Inconsciente. “Algo” de la sexualidad femenina queda fuera de lo simbólico, de los límites del lenguaje. Así las cosas, ni varón ni mujer pueden “saber” algo de ese goce infinito, pero la mujer, a diferencia del varón, puede experimentarlo. Más allá de ese plus de goce que nuestro autor adjudica a lo femenino, la cosa con Lacan sigue igual: así como con Freud las mujeres quedamos algo fuera de la cultura debido a una incorporación laxa de ésta, para Lacan por lo menos una parte de cada mujer, también queda fuera. Algo queda de a-cultural en todas las mujeres. Somos, por lo menos en parte, enemigas de la cultura y amenaza para la civilización.
La episteme imperante impidió la posibilidad de explicar esto de otras maneras. Enemigas de una cultura, añado, que a priori nos deja fuera. No todas en el goce fálico, añado, que es masculino. Dora era una enemiga de su cultura, claro que lo era. Era enemiga de una cultura que la ofrecía como objeto de trueque para asegurar los intercambios amorosos de su padre y la señora K. Muchas de las histéricas de Freud pueden ser consideradas feministas decimonónicas enojadas con un orden simbólico que las invisibilizaba. Fueron y somos, enemigas de un orden cultural donde nuestro cuerpo es hablado por otros y es sistemáticamente sexualizado independientemente de nuestro deseo no porque seamos mujeres en las mentes de los hombres, sino porque somos mujeres en un mundo de hombres. No sólo desde el punto de vista económico y político, sino también en lo teórico psicoanalítico. Hace algún tiempo, llega a mi consultorio una niña de cuatro años cuyo motivo de tratamiento era la enuresis diurna. Cuando describen a su hija, los padres hablan de ella como una niña mesurada que “siempre se portó muy bien y nunca fue llorona”. No ven otro motivo de preocupación más que el hacerse pipi constantemente y casi de pasada mencionan que últimamente notan que un amiguito en la escuela la trata mal y ella se deja. En nuestro juego, cocinamos la cena para Barbie y Ken. Barbie es la que cocina. Cuando es tiempo de repartir nuestra plastilina-ahora-quesadillas, la niña ofrece menos a Barbie mientras dice: “una dama siempre come menos”. Nuestra feminista en ciernes se rebela –haciendo síntoma- al orden hegemónico imperante que a sus cuatro años tiene claro: a la mujer le toca menos. Enojada, se hace pipí.
Habría que hacernos todas pipí. Chimawanda Ngozi Adichie (2015), en su libro We should all be feminists es implacable en una sola frase cuando afirma: “El género, tal y como funciona hoy es una grave injusticia”. Y el enojo no es una repuesta extraña. A nadie sorprende –más que a Trump y a sus secuaces- el que la comunidad afro en Estados Unidos esté enojada respecto a que de manera cotidiana se discrimina, criminaliza y mata a jóvenes negros sólo por serlo. El enojo -que no la destrucción- es signo de pulsión de vida que desea un cambio.
El estar enojadas con el sistema de género tal y como funciona actualmente no es igual a estar enojada de manera personal con todos y cada uno de los hombres. La lógica que intento describir y cuestionar no sólo tiene efectos sobre las mujeres, crea subjetivación también en los varones. También para ellos, la cultura patriarcal, blanca y heteronormada impone valores y estereotipos que influyen en la construcción de su identidad: también los enferma. Ta-Nehisi Coates (2015) en su libro Between the World and Me para hablar de la hipermasculinidad que se puede observar en jóvenes negros, describe como las pandillas en Baltimore niegan en su ropa, su música, su lírica, su volumen, sus carros y sus mujeres todo el miedo de “saber” que, por ser negros, nunca son totalmente dueños de sus cuerpos. En cualquier momento su vida puede ser arrebatada. También ellos fueron propiedad privada. Exageran como hombres su masculinidad al saber que son tratados como menos que eso. Con este ejemplo, Coates nos narra cómo este grupo de personas también son objetivadas. Existen similitudes estructurales. Sin embargo, no imagino el ser mujer negra en Baltimore como un paraíso terrenal.
En esta cultura, creamos también hombres que conciben la feminidad como peligrosa, una amenaza narcisista de la cual más vale alejarse. En 2017, fue noticia en Estados Unidos la “regla Pence”. Al parecer Mike Pence, vicepresidente de nuestro país vecino al norte nunca cena a solas con una mujer que no sea su esposa. Nunca. Sus colegas blancos, cristianos, heterosexuales, conservadores y republicanos felicitan su estrategia que al parecer lo cura en salud de dos cosas: uno, ser acusado de algún abuso sexual; y dos, el peligro de sentir cualquier tentación sexual extramarital. Pareciera que, con sólo ir a cenar con cualquier mujer, el hombre no podrá refrenar sus más hondos impulsos sexuales y violentos. Lo peor que podemos hacer para con los hombres es, justamente esperar nada más que esto de ellos. Caer en lo anterior significa no otorgarles, desde nuestro lugar, ni la más mínima onza de capacidad racional.
Algo debemos cambiar en todos nosotros. El machismo, sexismo y misoginia se encuentran no sólo en los varones, ya que nosotras bien que hemos interiorizado las consignas que actúan sistemáticamente aun en contra de nosotras mismas. La respuesta a la violencia y dominio ejercido sobre las mujeres no puede ser una renovación del puritanismo moral, como el de Pence, que termine convirtiendo la libertad sexual en un imposible, al estilo de El cuento de la criada de Margaret Atwood.
Citando a Adichie una vez más: “Tenemos que hacer las cosas mejor”. Como psicoanalistas necesitamos complejizar las teorías existentes, que para eso están. Tenemos la obligación de crear nuevas teorizaciones porque, citando a Regina Fernández (2018)
Las categorías binarias de pasividad-actividad, masculinidad-feminidad, deben ser replanteadas en pos de una visión más amplia de la sexualidad. El ajustarnos a los roles de género arcaicos […] cierra oportunidades para complejizarnos y termina oprimiendo nuestro deseo y por ende enfermándonos.
Las categorías de “masculino” y “femenino” no son propiedad de ningún sexo. El pensamiento binario teorizado como pares de opuestos –confrontados- constituye, hoy por hoy, una trampa que entorpece la reflexión: instituye una parálisis del pensar que cierra caminos a la cooperación. Las posibilidades de una teorización desde la diversidad sólo enriquecerán nuestra comprensión de lo humano y la cultura.
Sabemos que la cultura nos preexiste y nos supera. Sin embargo, lo anterior no significa que en nuestro paso por la vida no hagamos cosas para cambiarla.
Bibliografía
- Adichie, C.N. (2015) We Should All Be Feminists. New York, Anchor Books
- Atwood, M. (1998) The Handmaid’s Tale. Anchor Books, New York
- Chappelle, D. (2017) Equanimity and the Bird Revelation. Colección disponible en netflix.com
- Coates, T. (2015) Between the World and Me. New York, Spiegel & Grau
- Dio Bleichmar, E. (1997) La sexualidad femenina. De la niña a la mujer. 4ta reimpresión (2011) Barcelona, Paidós
- Engels, F. (1976) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En relación con las investigaciones de L. H. Morgan. Moscú, Editorial Progreso
- Fernández, R. (2018) #SiMeMatan dirán que fue por escribir este trabajo. El feminicidio en México, una conversación entre el psicoanálisis y los Estudios de Género. Trabajo presentado en el Instituto de Psicoterapia y Psicoanálisis de la Sociedad Psicoanalítica de México. Publicación pendiente
- Grippo, J. (2014) La mujer no existe -Lacan. http://www.psiconotas.com/la-mujer-no-existe-lacan.html Recuperado el 14/02/2018
- Lamovsky, L. (2003) La mujer como síntoma de hombre. Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis, Tucumán. http://www.efba.org/efbaonline/lamovsky-13.html recuperado 14/02/2018
- Penaluna, R. Kate Manne: The Shock Collar That Is Misogyny. A philosopher rethinks what’s keeping women down. (2018) https://www.guernicamag.com/kate-manne-why-misogyny-isnt-really-about-hating-women/ recuperado el 23/02/2018
- Valenti, J. (2017) Mike Pence Doesn’t Eat Alone with Women. That Speaks Volumes. https://www.theguardian.com/commentisfree/2017/mar/31/mike-pence-doesnt-eat-alone-women-speaks-volumes Recuperado 24/02/2018
- Why I march. Images from the Women’s March around the World. (2017) New York, Abrams Image
.