21dfae3b-42a9-4717-a20b-3e6707cae722Por: Miriam Hernández Soler
José Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez fue uno de los pintores mexicanos más importantes que impulsó el movimiento muralista. Es conocido tanto por su trabajo como pintor, como por sus múltiples amoríos y relaciones escandalosas con diversas mujeres.
En este trabajo se muestran algunos datos de los primeros años de Diego Rivera que permiten visualizar ciertas motivaciones conscientes e inconscientes que generaron la forma de vincularse de este famoso pintor con las mujeres. Es importante mencionar que la influencia de los aspectos masculinos provistos por las figuras paternas, si bien pueden ser mencionados, no se analizarán a detalle en esta ocasión.
La construcción de la imago materna en los primeros años de Diego Rivera
Para iniciar es importante definir el concepto “Imago” así como su formación y función en el psiquismo. El diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (1996) define el concepto de la siguiente manera:
“Prototipo inconsciente de personajes que orienta electivamente la forma en que el sujeto aprehende a los demás; se elabora a partir de las primeras relaciones intersubjetivas reales y fantaseadas con el ambiente familiar”. (p. 191)
Por su parte, Amapola González (1991) en su artículo “Imagos paternas en la elección de patología” menciona lo siguiente respecto al tema al hablar de la construcción de las imagos:
“… los mensajes enviados por los padres a sus hijos son tan de índole verbal y preverbal como a través de la propia conducta paterna y que están compuestos de una porción consciente y otra –mucho mayor cuantitativamente hablando- inconsciente” (p.25).  Explica que los hijos captan de estas comunicaciones paternas lo que su edad y el estado de desarrollo psíquico permitan.
Una vez captado, será asimilado haciendo una síntesis de lo que los padres “creen” estar transmitiéndoles y de lo que en realidad expresan también mediante su conducta. De toda esta información que el niño recibe habrá una porción aceptada y tolerada por el Yo que será consciente y otra altamente censurada que se reprime, aunque puntualiza “no por ser inconsciente es menos operante que aquello que tuvo acceso a la conciencia”. (p.25)
El presente trabajo se concentra entonces en la representación mental de los mensajes maternos en la vida de Diego Rivera, los cuales fueron recibidos en su infancia por parte de todos los cuidadores que cumplían funciones maternas.
Diego provenía de diversas razas que se establecieron en Guanajuato a raíz de los exilios y las guerras; por el lado paterno, su abuela fue Inés Acosta y Peredo, una mujer de origen portugués y judío que se casó a sus 17 años.
Su abuela materna, Nemesia Rodríguez de Valpuesta quedó viuda a los cuatro años de casada a cargo de sus dos hijas María del Pilar Barrientos (madre de Diego Rivera) y Cesárea 11 meses menor. Nemesia fue directora del Colegio de Niñas el cual fundó y dio a sus hijas una educación acorde a la época dando relevancia a la religión, las letras, la música, la costura y tomando clases en su propia casa como era la costumbre entre la gente de recursos.
La madre de Diego terminó su educación para ser maestra de enseñanza primaria y tanto ella como su hermana fueron católicas practicantes convencionales. En ese momento, en México eran tiempos del porfiriato, y la mujer jugaba un papel perfectamente delimitado: era la encargada de los alimentos, dedicada al hogar, caracterizada por su abnegación, el respeto y la dulzura hacia las demás personas, así como la fidelidad y la resignación; su papel y finalidad en la sociedad era convertirse en madre y educar inculcando la moral religiosa.
Conoció al padre del pintor mexicano, quien también se llamaba Diego Rivera, fue un militar que al retirarse se dedicó a ser maestro normalista, dando clases justamente en el Colegio de Niñas de Nemesia donde conoció a María del Pilar y posteriormente contrajeron matrimonio.
María tenía grandes anhelos de ser madre, y a sus 21 años ya había tenido 4 embarazos que no llegaron a término hasta que logró dar a luz a dos niños gemelos, el mayor Diego Rivera y el menor José Carlos María el 8 de diciembre de 1886.
Durante el primer parto, el de Diego, María sufrió una gran hemorragia, dificultando el segundo nacimiento. La pérdida de sangre generó que cayera en estado de coma; inicialmente se creyó que había muerto, hasta que una de las sirvientas, pudo percibir su respiración y percatarse de que estaba viva. La familia lo interpretó como una resurrección milagrosa.
Posteriormente la debilidad de María Barrientos le impidió cuidar de sus hijos, por lo cual cada uno requirió de una nodriza. Una anécdota refiere que estas discutieron un año y medio después de haber iniciado a amamantar a los gemelos, debido a que tenían un amante en común ”pelea en la que incluso hubo golpes, por lo que se les derramó la bilis y se les envenenó la sangre y la leche” (Rivera, 1993). La tía Totota les ordenó quitarles el pecho a los bebés, cosa que la nana de Diego, si hizo y la del hermano Carlos no y murió; la explicación familiar fue que con su leche lo envenenó.
Frente a estos primeros acontecimientos, la figura materna aparece como un objeto débil, con una gran dificultad para procrear, con el interior de su cuerpo dañado, deprimida y por lo tanto sin posibilidad de brindar sostén emocional.
Diego, con su nacimiento aparece con un papel ambivalente frente a María: él fue su primer hijo sobreviviente, la hizo madre, pero al mismo tiempo provocó en ella un estado de salud tan grave que incluso fue interpretado como la muerte misma. Rivera era capaz de “hacer milagros”, se le atribuyó desde su nacimiento la característica de ser omnipotente, tanto para el bien, como para el mal.
María cayó en una profunda depresión, sólo tenía energía para visitar la tumba de Carlos. Como consuelo para aliviar el dolor, se le aconsejó que estudiara una carrera que pudiera mantenerla ocupada, así decidió instruirse en obstetricia y muy pronto se convirtió en una partera activa.
Para María el anhelo de ser madre se entrecruzaba con la idea cultural de que la vida de una mujer se basada en su capacidad de procrear, por lo tanto, frente a la concepción de género del momento, ella había fracasado, su depresión era reflejo de los 5 bebés perdidos hasta entonces.
Se menciona que durante la depresión de María, se tornó sobre protectora con Diego, pocas veces permitía que el niño saliera de casa, y a sus dos años fue diagnosticado con raquitismo, condición dada por una mala alimentación, y la falta de baños de sol, generando fatiga, debilidad, malformaciones en los huesos, pérdida de tono muscular y baja estatura.
En este punto se puede inferir una fuerte herida narcisista en Diego, pues inicialmente había mostrado mucha fortaleza para seguir con vida frente a numerosos acontecimientos mortales, pero su existencia como tal, no fue suficiente para hacer surgir en María su capacidad para ser una madre apta. Por lo tanto hubo una fuerte frustración por parte de la figura materna en un momento en el que Diego se encontraba en una extrema dependencia.
Se recomendó que Diego fuera enviado al campo para tener una vida más saludable al aire libre y así evitar que muriera; María debido a su abatimiento no podía cuidarlo, por lo que fue enviado a vivir a la Sierra de Guanajuato, con su nana de origen tarasco, Antonia.
Diego demostraba con su enfermedad la falta de nutrientes maternos, pues su primer vínculo significativo estuvo permeado por altos tintes agresivos: María deseaba mantener con vida a su único hijo, pero paradójicamente, este enfermó casi hasta la muerte, así como Diego con su nacimiento casi lleva a la muerte a su madre. La confusión existente entre lo libidinal y lo agresivo en relación con las mujeres fue un punto nodal en la formación de su carácter, lo cual se verá más adelante al analizar sus relaciones amorosas.
La nana Antonia, era recordada por Diego como: “Una mujer alta, tranquila, que andaría por los veinticinco o veintiséis años; tenía unos hombros maravillosos, caminaba erguida con elegancia sobre piernas magníficamente esculpidas y su cabeza se mantenía altiva como si estuviera soportando una carga”. (Rivera y March, 1960/1963, p. 19).
Con Antonia al cuidado de Diego hasta sus 4 años, él podía jugar libremente en el bosque, a su decir “con víboras y jaguares que se convirtieron en sus amigos”. Diego en sus memorias relata que su nana practicaba medicina con hierbas y ritos mágicos porque tenía algo de médica hechicera y le daba leche de cabra que bebía directamente de la ubre.
“… me la pasaba en el bosque, algunas veces lejos de la casa, con mi cabra, que me miraba como ve una madre a su hijo” (Rivera y March, 1960/1963, p. 19-20).
Al regresar a casa, Diego era un niño fuerte y robusto, creó un lazo tan estrecho con Antonia que refirió quererla más que a su madre, quien al verlo de vuelta, decía que su hijo se había convertido en un “pequeño indígena”.
Hasta este punto, es clara la ambivalencia percibida frente al objeto materno; primero en las nodrizas, una con leche buena y una con leche mala, y también entre María y Antonia, esta última vivida como lo opuesto a su madre: capaz, fuerte, seductora, amorosa y sobre todo viva emocionalmente.
Es evidente la severa frustración sentida por Diego ante la incapacidad de su madre de cuidarlo, sin embargo la figura de Antonia se muestra como una figura rescatadora. Así mismo la figura materna era ambivalente, no sólo por acción de los eventos particulares de sus primeros años, sino por el momento social que se vivía en México.
En esta época, Díaz llevaba 14 años en el poder, el país se encontraba en un momento de transición. El proyecto innovador era emprendido por elites y buscaba dar una nueva identidad a México a partir de la inclusión de elementos extranjeros, especialmente franceses, dando pie al racismo y la descalificación a la cultura autóctona mexicana.
De esta forma, María cumplía con el nuevo ideal mexicano: su deseo por estudiar, dejando de lado la parte religiosa, la hacía formar parte de la modernidad, el positivismo y lo intelectual, es decir, lo apreciado en la élite mexicana. Por otro lado la nana Antonia, al ser de origen tarasco, con sus tradiciones y costumbres indígenas, quedaba devaluada conforme al nuevo ideal mexicano.
Influida por la época, para María el que su hijo se hubiera vuelto un “pequeño indígena” no era lo deseado, refiriéndose al dominio de los impulsos por encima de “las buenas costumbres y modales” que dictaba el manual de Carreño editado en esa época. A su regreso, Diego nuevamente se topó con la frustración y el rechazo materno.
Recordaba Rivera que a la edad de cinco años de edad, cuando regresó de las montañas su madre estaba embarazada y le dijo que el nuevo bebé llegaría por tren en una caja. Rivera menciona que ese día esperó en la estación y observó todos los trenes pero “no llegó ninguna caja para mi mamá. Cuando regresé a mi casa y descubrí que mi hermana María había nacido durante mi ausencia, me puse furioso. Frustrado y colérico, cogí una ratona preñada y le abrí el vientre con unas tijeras. Quería saber si había ratoncitos dentro de ella. Cuando descubrí los fetos de los ratones, me abalancé al cuarto de mi madre y se los tiré en plena cara, gritando: Mentirosa, mentirosa”. (Rivera y March, 1960/1963, p. 20).
Su madre quedó convencida de que había traído al mundo a un “monstruo”. Su padre lo regañó y cuestionó su omisión del dolor que su curiosidad había ocasionado al animal, y le dio información sobre el sexo y el nacimiento mostrándole libros que contenían reproducciones anatómicas que Rivera comenzó a dibujar.
La serie de frustraciones percibidas por el objeto materno se visualizan en este recuerdo encubridor, en el que domina su impulso agresivo, pues al gritarle a su madre mentirosa, lo que profundamente reclamaba era el no haber podido ser madre para él y si para la nueva bebé, y para todas las mujeres a las que atendía durante sus partos.
En esos momentos, Diego atraviesa por la etapa fálica, y la forma en que mostraba su angustia y rabia hacia el objeto materno fue a partir de una conducta temeraria y determinada, con aparente seguridad que en realidad es una defensa contra la regresión receptivo-anal.
Por otro lado, es también a sus 5 años, que Rivera descubrió su interés por el arte: pintaba sobre sus intereses como los trenes, los choques entre ellos, las locomotoras, batallas, los trenes asediados cayendo de los puentes y ocasionalmente las montañas, que mostraban las minas dentro de ellas por lo que en esta época fue apodado “el ingeniero”. (Rivera y March, 1960/1963, p. 27).
Es evidente que dichos dibujos, representaban a nivel inconsciente un intento de metabolizar aquello que le angustiaba, la sexualidad y su constante deseo por el interior de la madre. De esta manera, encontró en su talento dibujando una gran fuente de suministros narcisistas que le permitió tratar de sanar su autoestima herida.
Otro dato importante, es que Diego desde niño rechazaba la religión, pues su padre al ser liberal y anticlerical, determinó en gran parte dicha tendencia en él desde niño. Sin embargo, en casa vivía también su tía Totota quien era fiel creyente y practicante, por lo que en contra de los deseos del padre de Diego, alguna vez lo llevó a la iglesia y sucedió lo siguiente:
Al llegar su tía le dijo que “le pidiera” a la Virgen de Guadalupe por su madre quien ese día presentaba su examen profesional de obstetricia, a lo cual respondió: “Pero Totota, no seas tonta. ¿Qué no ves que es una muñeca de palo y no puede oírme?” Posteriormente una mujer se acercó para regañarlo por lo que había dicho, por lo que Diego, relata en su autobiografía, que decidió tomar la palabra:
Ascendí por los escalones de las gradas del altar y parándome en el centro de la plataforma del presbítero, miré a todas las mujeres que ya hacían bola alrededor… con una furia sorda y calmada, accionando con la mano derecha, empecé a hablar…:
            -Viejas pendejas –pausa y mirada al público-, ¿de modo que ustedes creen que si el domingo que viene le pido el peso que me dan cada ocho días al retrato de mi padre, que está colgado en la sala, el retrato me va a dar el peso? No, viejas tarugas, necesito pedírselo a mi padre personalmente. ¿Y dónde está su Virgen, y no su retrato?
            -En el cielo, en el cielo está la Santísima Virgen
            – Viejas pendejas, el cielo es aire, y ahí no vuelan muchachos (ángeles) sino pájaros… el maestro Santiago… dejó a mi padre una Virgen de esas… y vi que los santos son de palo, tienen las orejas tapadas y no pueden oír, sus ojos son de vidrio y se los piqué con un otate de plumero, y entonces vi todo lo pendeja que es Totota, lo mismo que ustedes que se creen de las mentiras, y que les pagan a los maestros que hacen esos cuadros y esas esculturas… Mi discurso produjo un escándalo terrible. Rezaban a gritos, agitaban los rosarios en el aire con dirección hacia mí”.
Este recuerdo, es un discurso aleccionador hacia las mujeres, las cuales ante sus ojos eran “pendejas”, y Diego se muestra en el estado de elación descrito anteriormente, donde es a partir de la racionalización, a modo de identificación con su padre, el yo de Rivera se permitía la descarga del impulso sádico debido a la decepción y rabia hacia la imago materna, que podemos pensar, “es de palo y no escucha” al igual que la Santísima Concepción.
La elación, a modo de conducta desafiante con coraje, es una formación reactiva que encubre profundos sentimientos de inferioridad debidos a una creencia inconsciente de no haber sido “suficiente” para captar la mirada materna. Se trata de una conducta extremadamente narcisista de tipo vengativo caracterizada por la hostilidad hacia los objetos que para él representan a la madre responsable del supuesto daño del que ha sido víctima; este es el carácter fálico narcisista que presentaba hasta ese momento, frente a su madre. (Fenichel, 2009)
Las mujeres de Diego Rivera
Diego Rivera se casó 4 veces a lo largo de su vida. Su primera esposa fue Angelina Beloff, una mujer rusa que se dedicaba a ser paisajista e ilustradora que conoció en Francia y con quien vivió durante 10 años.
Ella menciona que al llegar a Francia, era una mujer extremadamente deprimida, sola y temerosa, pues se encontraba en un país extraño y sus padres habían muerto poco tiempo atrás, y Diego se comportó muy atento y tierno con ella. Los comentarios que la rusa ha hecho respecto a su relación con él, es que es cierto que la hizo sufrir mucho, sin embargo los primeros años a su lado fueron gratos, pues se dedicaban a viajar por Europa y pintar, una pasión de ambos.
Las cosas cambiaron cuando Angelina quedó embarazada: “Diego estaba muy molesto por tener que jugar el rol de padre, decía que el bebé lo privaría de su paz… amenazó con tirarlo por la ventana si lloraba y con sus gritos lo molestaba”. (March, 1960) Así mismo, refiere Beloff que Rivera se mostraba muy molesto pro tener que jugar el papel de padre, incluso el día en que el hijo que tuvieron nació, Rivera no estuvo presente, se encontraba viviendo con Marievna, una joven caucasiana con dotes artísticos con quien tenía un amorío y de esta relación nació Marika Rivera, sin embargo el pintor mexicano nunca la reconoció como su hija y la apodó “hija del armisticio”.
El hijo que tuvo con Angelina fue llamado Miguel Ángel Diego, quien al año y medio de nacido, murió de bronconeumonía que no fue adecuadamente atendida por falta de recursos económicos. Beloff refiere que Diego desde que inició la enfermedad del bebé, él estaba poco presente, “prefería estar en los cafés teniendo discusiones políticas y sociales con sus amigos”. (March, 1960)
Desde estos momentos, es visible la gran dificultad que para Diego implicaba ser padre, y se puede inferir que su necesidad oral era la razón fundamental por la que respondía con aversión ante los embarazos de sus esposas, pues esto implicaba competir por el papel de bebé omnipotente, papel ante el cual se había instalado desde la época en la que sintió la frustración materna.
Su relación con Angelina terminó pocos meses después de la muerte de su bebé; Diego decidió regresar a México prometiéndole regresar por ella en cuanto tuviera dinero, lo cual nunca sucedió.
Respecto a Angelina, las palabras de Diego fueron las siguientes: “Quiela has sido una buena mujer para mí. A tu lado pude trabajar como si estuviera solo. Nunca me estorbaste y eso, te lo agradeceré toda la vida”. (Rivera, D. en March, 1960)
Angelina parece representar el aspecto de la imago materna de la mujer valiosa por su identidad extranjera; recordemos que en su infancia lo apreciable era lo francés y lo científico, por lo que su madre al comenzar a estudiar y volverse una profesional, se convirtió en una mujer “moderna”.
Su siguiente esposa al llegar a México en 1921 fue Guadalupe Marín, una joven de Guadalajara con quien inició una relación estable. Ella ha sido descrita como una mujer de ojos verdes muy bella, con rasgos mexicanos claramente marcados por su gran boca estilo olmeca, y en cuanto a su carácter, es referida como imponente por su estilo directo y “salvaje”. Todas estas características hacen evidente el parecido con la nana Antonia.
Estuvo casado con ella siete años y tuvieron dos hijas: Guadalupe y Ruth. Lupe Marín describe a Diego como “muy hombre”, aunque al mismo tiempo refería que fue poco atento con las necesidades del hogar, casi nunca tenían dinero siquiera para comer, y su vida marital consistía en seguirlo a cada lugar al que iba, cocinarle y llevar la comida al lugar en el que estuviera trabajando.
Durante su matrimonio con Lupe, hubo diversas discusiones debido a los múltiples amoríos de Rivera con cada modelo o artista que se acercaba a él para pintarla en sus murales. Él mismo lo describe: “Yo desgraciadamente no era un marido fiel. Siempre me estaba encontrando mujeres, demasiado deseables para resistirlas… En otras ocasiones, Lupe me cansaba con sus largos discursos de reproche y amargos argumentos. Cuanto más tiempo vivíamos juntos, más infeliz parecía ser, y acepté con agrado la invitación a la Unión Soviética como un pretexto para separarme de ella”. (March, 1960)
Posteriormente tuvo un amorío con la fotógrafa italiana Tina Modotti y así conoció a Frida Kahlo con quien estuvo desde 1929 hasta 1954, es decir 26 años, durante los cuales hubo separaciones e incluso un divorcio. Frida refirió respecto a su matrimonio con Rivera lo siguiente: “No puedo hablar de Diego como mi esposo, porque ese término cuando se aplica en él, resulta un absurdo. Él nunca fue, ni será el esposo de nadie”, haciendo referencia a sus múltiples amoríos y aventuras. (March, 1960)
La infidelidad por ambas partes fue una constante en este matrimonio, se sabe por los testimonios, cuadros y escritos, que Frida sufrió mucho, por la deslealtad de Rivera, a pesar de que ella presumía de una gran libertad de pensamiento.
 
Posteriormente ella comenzó a serle infiel también a Diego, tanto con hombres como con mujeres. Ambos sabían de estas historias extraconyugales y ambos las aceptaban, a pesar de las descomunales peleas entre los dos. A pesar de que este era un acuerdo entre ellos, Frida descubrió que su esposo mantenía una relación con Cristina Kahlo, su hermana, y esta fue la mayor traición que vivió estando con Diego.
 
De este matrimonio no hubo hijos, aunque si dos embarazos. Durante el primero de ellos, había dudas sobre si su cuerpo podría soportarlo, pues su delgada cintura y la fractura de pelvis podrían no tolerar el parto; de hecho se le había diagnosticado que no podría ser madre debido al accidente que sufrió en el tranvía a sus 18 años.
Diego la veía cada vez más pálida y decaída, con náuseas y dolores. Frida se quejaba de que “el niño le hacía daño”, y Diego “sintiendo en lo íntimo la premonición de un inminente desastre… empeoraba las cosas, (debido a que) tenía la tendencia a creer que sus presentimientos eran siempre proféticos”. (Rivera, 1993)
Las tres primeras esposas de Rivera, son descritas como mujeres devaluadas en mayor o menor medida, Angelina deprimida y desolada, Lupe como una mujer carismática pero poco refinada, y Frida claramente es la representación simbólica de la vivencia materna, una mujer con el interior de su cuerpo dañado, a quien Diego logró embarazar, a pesar de que todo parecía indicar que no sería posible, así como con su nacimiento logró hacer madre a María.
En este sentido, se observa un comportamiento repetido frente a las mujeres: inicialmente se mostraba capaz y amable, a modo de “gesto mágico”, en donde él se comportaba como deseaba que lo hicieran ellas, es decir, una expectación mágica de que su conducta las obligaría a imitarlo, buscando las compensaciones libidinales orales frustradas en sus primeros años.
¿Y cómo deseaba que se comportaran ellas? Como instrumentos que procuraban alimento y autoestima para aliviar la tensión interna, debida a la gran necesidad oral generada por las privaciones durante sus primeros años, por lo tanto no existía consideración ni preocupación por los objetos.
Él lo mencionó de la siguiente manera: “Y ¿qué tipo de hombre soy? Nunca tuve moral, sólo vivía para encontrar el placer. No fui bueno. Podía discernir fácilmente las debilidades de las personas, y después jugaba con ellos sin ningún motivo en particular”. (Rivera, D. en March, 1960)
Sus esposas debían girar a su alrededor, vivir de acuerdo a sus necesidades y no estorbar en su trabajo ni en sus continuas aventuras amorosas; de hecho la tarea fundamental de todas era cocinarle, llevarle la comida, limpiar sus brochas y observarlo pintar:
“… con las mujeres, si ellas no estaban suficientemente interesadas en mi trabajo como para pasar tiempo conmigo mientras pintaba, sabía que perdería su amor, pues yo no podría pasar tiempo con ellas, porque cada vez que tenía que dejar de pintar para cortejarlas, me sentía muy triste por no poder recuperar el tiempo perdido”. (March, 1960)
La frustración que Diego vivió frente a la imago materna le generó una gran decepción, la cual fue negada resultando en un amor reprimido. La defensa que se generó en Diego fue la de un carácter fálico narcisista, a partir de una identificación materna fálica, donde el narcisismo y sadismo están dirigidos especialmente hacia las mujeres. (Reich, 2005)
De esta manera, en Rivera el pene no estaba al servicio del amor sino de la venganza contra la mujer: “Si yo amaba a una mujer, entre más la amaba, más la lastimaba”. (Rivera, D. en March, 1960). Su finalidad era demostrar su capacidad para satisfacerlas, en términos narcisistas y al confirmarlo, ya no le interesaban más, y reanudaba su búsqueda de una nueva mujer que le permitiera confirmar que era varón.
Sus múltiples infidelidades, son la evidencia de la identificación con el objeto frustrante de la infancia, por lo tanto en edad adulta es él quien abandona y engaña a su madre en cada elección de mujer abatida, deprimida, internamente rota, donde existe una proyección como protección contra la angustia: no soy yo el angustiado, ahora son ellas.
Su actitud en apariencia independiente y valiente, era una defensa reactiva frente a su oralidad, la cual se observa en su falta de inclinación a cuidar de sí mismo, necesitando que los demás cuiden de él por medio de una conducta sádico oral sumamente activa.
En palabras de Lupe Marín, “En su manera de gastar el dinero, nunca pensaba en gastos prácticos como comida, ropa o la renta, siempre era lo último que consideraba… incluso rara vez se bañaba”. (March, 1960)
Posteriormente Diego se vuelve a casar el 29 de julio de 1955, con la editora Emma Hurtado, quien lo acompaña a su último viaje a la Unión Soviética para obtener tratamiento contra el cáncer de pene que padecía desde varios años atrás; ella cuidó de él durante sus últimos días.
A pesar del profundo sentimiento de inferioridad, y su dificultad para establecer relaciones interpersonales profundas, Diego Rivera encontró en el arte una vía para descargar y crear, volviéndose uno de los pintores más reconocidos en el país que generó durante toda su vida aproximadamente seis mil metros cuadrados de obras entre pinturas, murales y dibujos.
Bibliografía

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  • Fenichel, O. (2009). Teoría psicoanalítica de las neurosis. México: Paidós.
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  • Rivera, G. R. (1993). Encuentros con Diego Rivera. México, D.F.: Siglo XXI.
  • Valencia, G. G. (1998). Guanajuato: sociedad, economía, política y cultura. México: UNAM, CEIICH.

 
Imagen: Diego Rivera, autorretrato
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