Por: Marian Martínez

A person will spend his whole life writhing in the clutches of the superficial, psychological symptoms of guilt unless he learns to speak its true language.

-James Carroll

En la sección final (VIII) de El Malestar en la Cultura, Freud (1930) afirma que el propósito de ese trabajo es el de “destacar el sentimiento de culpabilidad como problema más importante de la evolución cultural, señalando que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad” (p.3060). La intención de este trabajo está basada en que nuestro descontento surge no a través de la intensificación del sentimiento de culpa, sino más bien en el aumento de la necesidad inconsciente de castigo por el sentimiento de culpa. Un avance en la civilización a través de un aumento de la capacidad de confrontar y soportar la culpa, conduce a una disminución y no a un aumento en el descontento. La culpa genuina, entendida como ansiedad o preocupación depresiva, no representa el problema de la civilización sino su solución. Es el camino hacia la felicidad y la paz verdaderas.

Según Freud (1930), “el hombre no es una criatura tierna necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad” (p. 3046). De esto deduce que, si la “guerra de todos contra todos” en la que la vida es, necesariamente, “desagradable, brutal y breve” es necesaria para dar paso al orden civilizado, esta “hostilidad mutua primaria de los seres humanos”, debe de alguna manera ser inhibida. Freud nos ofrece tres opciones para lograr esto: represión, denegación y sublimación. Como la mayoría de nosotros no poseemos la fuerza de carácter para la denegación consciente sin autoengaño, y no tenemos el talento para tanta sublimación, la mayoría se verá obligada a recurrir a la represión, con el retorno de lo reprimido que esto inevitablemente implica.

Una manifestación del retorno de nuestra agresividad reprimida está en las operaciones del superyó sádico que desvía la agresión del ello lejos del mundo y sus objetos, y la dirige hacia el yo. Esto deriva en diversas formas de autocastigo, por ejemplo: el “masoquismo moral” que Freud (1916) describió en “Los que delinquen por sentimiento de culpa”, “Los que fracasan al triunfar” y otros tipos de auto-sabotaje y auto-tormento.

Freud (1930) entendía que la necesidad inconsciente de castigo que resulta de tal agresión vuelta contra sí mismo, a menudo opera en las vidas de las personas sin ningún sentimiento consciente de culpabilidad. Pero incluso en algunos tipos de neurosis obsesiva, el sentimiento de culpa se hace oír ruidosamente en la conciencia, y ante la exploración, a menudo resulta que los pecados con los que está íntimamente vinculado, tienen la conexión más remota a las fuentes verdaderas e inconscientes del sentimiento de culpa. En el Yo y el Ello, Freud (1923) escribe:

“En ciertas formas de neurosis obsesiva es extraordinariamente intenso el sentimiento de culpabilidad, sin que por parte del yo exista nada que justifique tal sentimiento. El yo del enfermo se rebela entonces contra la supuesta culpabilidad y pide auxilio al médico para rechazar dicho sentimiento. Pero el análisis nos revela luego que el superyó es influido por procesos que permanecen ocultos al yo. Descubrimos, en efecto, los impulsos reprimidos que constituyen la base del sentimiento de culpabilidad. El superyó ha sabido aquí del Ello inconscientemente algo más que el yo.” (p.2723)

No cabe duda de que la necesidad inconsciente de castigo y las operaciones inconscientes del superyó punitivo ocupan un lugar central en la psicopatología. Donde existe una necesidad inconsciente de castigo, el Superyó inconsciente claramente considera al sujeto como culpable y, por lo tanto, merecedor de castigo. Pero referirse a este juicio del superyó inconsciente y la actividad auto punitiva que resulta de ello como “culpa inconsciente” oscurece el hecho de que su función es excluir la experiencia de la culpa genuina como preocupación y el impulso de reparar el daño causado a la otro.

El hecho de ver la actividad inconsciente del superyó que resulta en el autocastigo como culpa puede caer en una difuminación de la diferencia crucial entre el auto-tormento del sujeto y lo que Winnicott (1963) llamó “la capacidad de preocupación” por el objeto. La actividad auto punitiva inconsciente es narcisista. La culpa auténtica se mueve más allá del narcisismo hacia el amor objetal. Sólo lleva a la confusión teórica cuando empleamos el mismo término para referirnos a realidades tan diferentes como los fenómenos narcisistas, paranoides y esquizoides de auto-tormento, por un lado, y los fenómenos de posición depresiva, orientados a objetos, de culpa y preocupación en el otro.

Parte de la dificultad aquí, surge de una ambigüedad contenida en la sola palabra: “culpa” que puede referirse tanto al estado ontológico del ser o ser juzgado como culpable como al estado psicológico o experiencial del sentimiento de culpabilidad. Alguien que no se siente culpable puede ser juzgado por su propio o ajeno superyó como culpable; a veces, alguien que se juzga culpable también se siente culpable; ocasionalmente, alguien que se siente culpable resulta no ser culpable (aunque, más a menudo, aunque no sea culpable de los cargos que él mismo acusa, resulta ser bastante culpable de otros crímenes que son la fuente real pero oculta del sentimiento de culpabilidad). Por lo tanto, cuando encontramos el término “culpabilidad inconsciente” no podemos determinar, si a lo que se está haciendo referencia es un estado de culpabilidad del cual el sujeto no es consciente, o un sentimiento de culpabilidad del que el sujeto es inconsciente.

Concuerdo con Freud y Strachey en que la noción de sentimiento inconsciente es problemática. Pero el superyó inconsciente a menudo juzga a alguien como culpable aunque no se tenga sentimiento de culpa alguna. No tengo ningún problema con la idea de ser culpable pero inconsciente de este hecho e inconsciente del hecho de que el superyó lo considera así: el superyó lo encuentra a uno culpable pero uno no se siente culpable. Mi problema (y el de Freud y Strachey) es la noción de que una persona se siente inconscientemente culpable. Sin sentirse culpable, el superyó inconsciente de un sujeto frecuentemente lo juzga culpable. Repetidamente, en vez de llegar a sentirse culpable, el sujeto a menudo busca el castigo inconscientemente. Tal autocastigo, sostengo, sirve como defensa contra el proceso de tomar conciencia de la propia culpa y sentirse culpable. El sentimiento de culpabilidad que podría acompañar el estado de ser o ser juzgado culpable está ausente porque este sentimiento de culpabilidad es insoportable. En consecuencia, su desarrollo se entorpece a través de mecanismos de auto-tormento, cuyo dolor es de alguna manera preferible a la sensación de culpabilidad insoportable del sujeto.

En el artículo “Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica”, Freud describe varias formas en las que algunos individuos manejan sentimientos de culpa abrumadores. Uno de estos es “Los que fracasan al triunfar”, quienes son personas a punto de alcanzar una meta en la cual han estado trabajando durante muchos años, y caen repentinamente en una depresión, desorganización o incluso quiebre psicótico. Los ejemplos que expone Freud incluyen a un profesor de universidad a quien van a nombrar jefe de departamento, Rebecca West, a la heroína del libro Rosmersholm de Ibsen, y a Lady Macbeth de Shakespeare. Estos casos, así como muchos otros que encontramos tanto en la literatura como en la práctica clínica, expresan claramente el autocastigo y la inhabilidad de aceptar el éxito. En cada caso, Freud sugiere, las dificultades de trabajar hacia la meta y la interrupción interna cuando ésta parece estar próxima o alcanzable, se basan en ciertos significados inconscientes cargados de culpa que el objetivo tiene para el individuo. Es decir, la motivación que impulsa al individuo hacia la meta, incluye además, un gran número de impulsos infantiles cuya inminente gratificación produce graves sentimientos de culpa y ansiedad.

En todos los ejemplos de Freud de “Los que fracasan al triunfar”, los deseos infantiles son de naturaleza Edípica; para los hombres, el éxito significa el derrocamiento del padre, y para las mujeres, significa reemplazar a la madre en la vida afectiva del padre (En efecto, en la obra de Ibsen “Rosmersholm”, la heroína ocasiona secretamente la muerte de la esposa del hombre al que ella ama, solo para después rechazar su propuesta de matrimonio).

El segundo tipo descrito por Freud es el de “Los delincuentes por sentimiento de culpabilidad”. Se refiere aquí a los que cometen un crimen o una mala acción, siendo comúnmente, personas de alta integridad y sensibilidad moral, pareciendo entonces que el crimen está diseñado inconscientemente para producir castigo por medio de una autoridad externa. Conjuntamente, la recepción del castigo tiene un efecto saludable en el individuo, éste parece más libre y relajado que antes del episodio “criminal”. Incidentes de este tipo son comunes en los niños, particularmente aquellos provenientes de hogares moralmente estrictos pero no punitivos. Lo que sucede, sugiere Freud, es que el individuo tiene intensos sentimientos de culpa que no han sido aliviados, que preceden a la mala acción. Ésta entonces, puede ser relativamente poco importante en sí misma, y se comete con el fin de provocar un castigo que alivia la culpabilidad anterior.

Se propone entonces, que tanto los delincuentes “morales” como los trastornados por el éxito tienen en común un abrumador sentimiento de culpa, derivado de deseos Edípicos inconscientes. La diferencia radica en cómo se maneja la culpa. En la primera (Los que fracasan al triunfar), el individuo se castiga a sí mismo, ya sea por incapacidad para tener éxito en absoluto (fracaso motivado, inhibiciones laborales, abandono de la competencia, “propensión a los accidentes” y demás) o por estar completamente perturbado cuando finalmente llega el éxito. En el segundo caso (los delincuentes morales), el individuo comete una fechoría al parecer sin motivación, pero en realidad con el fin de obtener un castigo del exterior. En ambos casos, el individuo va en contra de su propio interés consciente de una manera aparentemente accidental o, por lo menos, desmotivada. Tanto la criminalidad como la interrupción tienen un carácter sintomático, egodistónico.

Este artículo de Freud en particular es muy corto, y más aún, la parte sobre los que delinquen por sentimiento de culpabilidad. Me surge la duda entonces sobre qué pasa cuando, por ejemplo, se comete el crimen de una manera tan “perfecta”, por llamarle de alguna forma, que no haya castigo. Podría pensarse que entonces el crimen fue realizado por una personalidad mucho más psicopática y libre de culpa, pero quisiera presentar un caso en el que me parece que la búsqueda del castigo sigue pulsando en el inconsciente y lleva al individuo que ya cometió el crimen y no fue reprendido, a finalmente hacer todo por conseguir ese castigo.

Presento a continuación un extracto de una nota de periódico y después el caso de Krystian Bala, un joven polaco, graduado de filosofía, muy inteligente, con un pasado aparentemente intachable, que se encontró acusado de un asesinato, para mostrar la similitud en los asesinatos y ejemplificar el tema de este trabajo.

En un frío día de diciembre de 2000, tres pescadores descubrieron el cadáver de un hombre del río Óder. Tenía una soga alrededor del cuello y las manos atadas a la espalda. Parte de la cuerda parecía haber conectado sus manos al cuello, atando al hombre en forma de cuna hacia atrás, en una posición insoportable: el menor movimiento habría causado que la soga se apretara aún más. No había duda de que el hombre había sido asesinado. Su cuerpo llevaba marcas de tortura.

La víctima, alta, con cabello largo y oscuro y ojos azules, parecía coincidir con la descripción de un hombre de negocios de treinta y cinco años llamado Dariusz Janiszewski, que había vivido en la ciudad de Wroclaw, a sesenta millas de distancia, y que había sido reportado desaparecido por su esposa casi cuatro semanas antes; había sido visto por última vez el 13 de noviembre, dejando a la pequeña empresa de publicidad que poseía, en el centro de Wroclaw.

La policía lanzó una gran investigación. Los buceadores se sumergieron en el gélido río, en busca de pruebas. Los especialistas forenses peinaron el bosque. Decenas de asociados fueron interrogados y se examinaron los registros comerciales de Janiszewski. Nada importante fue encontrado. No tenía deudas o enemigos aparentes, ni antecedentes penales. Testigos lo describieron como un hombre amable, un guitarrista aficionado que compuso música para su banda de rock. “No era el tipo de persona que provocaría peleas”, dijo su esposa. “No dañaría a nadie”.

Después de seis meses, la investigación se abandonó debido a “la incapacidad de encontrar al perpetrador o los perpetradores”, como lo expresó el fiscal en su informe. La familia de Janiszewski colgó una cruz en un roble cerca de donde se encontró el cuerpo, uno de los pocos recordatorios de lo que la prensa polaca calificó como “el crimen perfecto”.

 

En la primavera de 1999, Krystian Bala iba a ser filmado para un documental llamado “Young Money”, sobre la nueva generación de empresarios en el repentinamente libre sistema capitalista polaco. Bala, tenía entonces veintiséis años, había sido elegido para el documental porque había comenzado un negocio de limpieza industrial que usaba maquinaria avanzada de los Estados Unidos. Bala vestía un traje de 3 piezas, tenía ojos oscuros y espeso cabello castaño rizado. Esbelto y de aspecto sensible, era tan guapo que sus amigos lo habían apodado “Amour”. Fumaba y hablaba como un profesor de filosofía, que es lo que él se había entrenado, y todavía esperaba, convertirse. “No me siento como un hombre de negocios”, agregando que siempre había “soñado con una carrera académica”.

Había sido el equivalente al mejor estudiante de bachillerato y, como estudiante de la Universidad de Wroclaw, al que asistió entre 1992 y 1997, fue considerado uno de los estudiantes de filosofía más brillantes. La noche anterior a un examen, mientras otros estudiantes se quedaban estudiando, él se quedaba bebiendo, solo para aparecer la mañana siguiente, desaliñado y desvelado, y sacar las mejores calificaciones. “Beata Sierocka, que era una de las profesoras de filosofía de Bala, dijo que tenía un apetito voraz por el aprendizaje y una “mente inquisitiva y rebelde”.

Bala, que a menudo se quedaba con sus padres en Chojnow, una ciudad a las afueras de Wroclaw, comenzó a traer montones de libros de filosofía a su casa. El padre de Bala, Stanislaw, que era obrero de la construcción y taxista, estaba orgulloso de los logros académicos de su hijo. Stanislaw a veces trabajaba en Francia, y durante el verano Krystian solía ir con él para ganar dinero extra para sus estudios. Para entonces, Bala había quedado fascinado por postmodernistas franceses como Jacques Derrida y Michel Foucault. Para entretenerse, comenzó a crear mitos sobre sí mismo -una aventura en París, un romance con un compañero de escuela- e intentó convencer a sus amigos de que eran ciertos. Lo llamó ‘mito-creatividad’ “. Poco después, los amigos tuvieron problemas para distinguir su personaje real del que él había inventado.

Los más cercanos a él consideraban sus cuentos simplemente como confabulaciones lúdicas. Sierocka, su antiguo profesor, dijo que Bala, en realidad, siempre fue “amable, enérgico, trabajador y de principios”. Su amigo Rasinski dijo: “A Krystian le gustaba la idea de ser este superhombre Nietzscheano, pero cualquiera que lo conociera bien se daba cuenta de que, como en sus juegos de lenguaje, solo estaba jugando”.

En 1995, Bala, se casó con su novia de la preparatoria, Stanislawa, o Stasia, como la llamaba. Stasia, que había abandonado la escuela y trabajaba como secretaria, mostró poco interés en el lenguaje o la filosofía. La madre de Bala se opuso al matrimonio, creyendo que Stasia era inadecuada para su hijo. Pero Bala insistió en que quería ocuparse de Stasia, que siempre la había amado, y en 1997 nació su hijo Kacper. Ese año, Bala se graduó de la universidad con las mejores calificaciones posibles y se inscribió en un programa de Doctorado en Filosofía. A pesar de que recibió una beca académica completa, luchó para mantener a su familia, y pronto dejó la escuela para abrir su negocio de limpieza. En el documental sobre la nueva generación de hombres de negocios de Polonia, Bala dice: “La realidad vino y me dio una patada en el trasero”. Con un aire de resignación, continúa: “Una vez, planeé pintar grafiti en las paredes. Ahora estoy tratando de lavarlo”.

No era un buen hombre de negocios. Cada vez que hacía dinero, sus colegas decían que, en lugar de invertirlo en su compañía, lo gastaba. Para el año 2000, se había declarado en bancarrota. Su matrimonio también colapsó. Dejó Polonia, viajando a los Estados Unidos, y luego a Asia, donde enseñó inglés y buceo.

Comenzó a trabajar intensamente en “Amok”, un libro a modo de diario del cual el protagonista era Chris, que encapsulaba todas sus obsesiones filosóficas. La historia reflejaba “Crimen y castigo”. Desde su punto de vista, no solo no hay un ser sagrado, tampoco hay verdad. Un personaje admite que no sabe cuál de sus personalidades construidas es real, y Chris dice: “Soy un buen mentiroso, porque yo mismo creo en las mentiras”.

Sin ningún sentido de la verdad -moral, científico, histórico, biográfico, legal-, Chris se embarca en un alboroto espeluznante. Después de que su esposa lo atrapa teniendo relaciones sexuales con su mejor amiga y lo deja, duerme con una mujer tras otra, el sexo va de entumecedor a sadomasoquista. Invirtiendo la convención, él desea a las mujeres feas e insiste en que son “más reales, más tangibles, más vivas”. Bebe demasiado. Lanza vulgaridades, determinadas a pulverizar el lenguaje, para “atornillarlo como ningún otro lo ha arruinado”. Se burla de los filósofos tradicionales y blasfema contra la Iglesia Católica. En una escena, se emborracha con un amigo y le roba a una iglesia una estatua de San Antonio, el santo egipcio que vivía recluido en el desierto, luchando contra las tentaciones del diablo y que fascinaba a Foucault.

Amok no se vendió particularmente bien cuando fue publicado por primera vez por el amigo de Bala, a pesar de la tentadora línea en la portada de que estaba destinado “solo para adultos”. Los pocos que lo leyeron se encontraron con una orgía de ficción, de bestialidad, de complejos edípicos pornográficos y de violencia sexual indiscriminada.

Bala fue arrestado una tarde apacible en septiembre de 2005 mientras caminaba en la ciudad natal de sus padres, Chojnow, en el sur de Polonia. Aunque negó haberse encontrado con la víctima del asesinato, un registro de su habitación reveló un alijo de archivos de computadora con información sobre Janiszewski y una pluma con el logotipo de la empresa publicitaria de Janiszewski, Investor. Se demostró luego que una tarjeta telefónica recuperada en la búsqueda se utilizó el día de la desaparición de Janiszewski para hacer llamadas a la madre de la víctima y su lugar de trabajo. La misma tarjeta tenía llamadas registradas a la familia y amigos de Bala.

De hecho, Bala mismo confesó espontáneamente el asesinato en abril de 2006, pero luego se negó a firmar la declaración, alegando que había estado “indispuesto” en ese momento.

El agente de policía Jacek Wroblewski, notó la vívida descripción del asesinato de una joven llamada Mary, atada casi de la misma manera que Janiszewski, apuñalada con un cuchillo de fabricación japonesa y abandonada a morir. El narrador, conocido como Chris B, incluso vende el arma asesina ensangrentada en el sitio de subastas de Internet Allegro.

A primera vista, pocos detalles del asesinato de Mary se parecían a la muerte de Janiszewski. Lo más llamativo es que la víctima de la novela es una mujer y la amiga del asesino desde hace mucho tiempo. Además, aunque Mary tiene una soga al cuello, la apuñalan con un cuchillo japonés y Janiszewski no. Sin embargo, un detalle en el libro enfrió a Wroblewski: después del asesinato, Chris dice: “Vendo el cuchillo japonés en una subasta por Internet”. La similitud con la venta del teléfono celular de Janiszewski en Internet, un detalle que la policía nunca tuvo lanzado al público, parecía demasiado extraordinario como para ser una coincidencia.

En un momento en “Amok”, Chris insinúa también que ha matado a un hombre. Cuando una de sus amigas duda de sus infinitas creaciones de mito, dice: “¿Qué historia no creíste: que mi estación de radio se declaró en quiebra o que maté a un hombre que se comportó inapropiadamente conmigo hace diez años?”. “Todo el mundo lo considera una fábula”. Tal vez es mejor así. A veces no lo creo”.

 

Aunque no conocemos toda la historia de Bala, o sus impulsos y deseos, me atrevo a pensar que, teniendo una vida relativamente normal y sana, sus motivaciones para el crimen fueron consecuencia de una búsqueda inconsciente del castigo. Que, al no conseguirse, se busca una vez más por medio del libro Amok. Por supuesto quedan muchas dudas sobre este caso, pero una de ellas la puedo responder: por qué confesar un crimen después de haberte “salido con la tuya”, por decirlo de alguna manera, si no es por el deseo inconsciente de obtener el castigo. Bala no se siente culpable del crimen aunque fue condenado por éste. Podemos concluir que Krystian Bala, quien tenía un pasado sin antecedentes penales, cometió un acto delictivo para ser atrapado y castigado. El castigo buscándose como un medio de aliviar sentimientos de culpa intensos relacionados a los deseos edípicos y existentes antes del episodio criminal, como algunos de los descritos en su novela Amok y, al no conseguirse por la “perfección” de su crimen, surge la necesidad de revelarle al mundo su crimen.

 

Bibliografía

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