Por: Adriana Loyola Meléndez
Érase una vez una niña que tenía miedo por las noches, ella había escuchado que detrás del armario existía un monstruo que podría hacerle daño. En las noches se levantaba, tomaba su cobija y dormía con sus padres, sin embargo ella no podía decirles qué le daba miedo porque no sabía qué significaba un monstruo, en las noches despertaba continuamente hasta que se quedaba dormida……
Llamamos coloquialmente “miedo” a un sentimiento displacentero que ocasiona reacciones difíciles de entender. Todos hemos experimentado el miedo, es un estado afectivo tan humano, que incluso desde la mitología griega se encuentra representado en Fobos. La literatura universal está basada en historias de amor, pasión, odio disfrazadas de este sentimiento. El miedo es una sensación tan común y compleja. Se muestra como una señal de alarma ante situaciones que nos representan peligro externo y principalmente interno, ya que a veces no se sabe a qué se tiene miedo. Sin embargo, nos permite percatarnos de amenazas y actuar ante ello, defendiéndonos a través del síntoma.
Pero ¿Qué es el miedo? ¿De dónde viene? ¿En qué momento deja de existir? ¿Qué pasa con un miedo que representa el mundo interno? Empezaré hablando de la angustia para poder entender la profundidad de dicho concepto que utilizamos deliberadamente. La palabra angustia deriva del latín “angustus”, estrecho, angosto y se caracteriza por una vivencia de estrechez física y psíquica. Por ejemplo: la sensación de que falta el aire para poder respirar, las lágrimas para llorar o la palabra para expresar. La angustia es un sentimiento vital, difícil de describir y se presenta como una emoción, el miedo.
A lo largo de mi experiencia clínica me he dado cuenta de que a través del trabajo analítico, los monstruos van apareciendo en el discurso del paciente. Podría decir que todos tienen algo en común, han sentido el miedo.
Estos monstruos son en la mayoría figuras que tienen un contorno pero no un contenido, el discurso del paciente gira en torno a una sensación más que un objeto en concreto. Catalina inicia tratamiento por un problema de alimentación (anorexia) acompañado de crisis de angustia relacionadas con la sensación de sentirse satisfecha con la comida.
Cada vez que se habla del monstruo se actúa la sensación, la paciente se queda sin palabras con una sofocación mental y física de no poder simbolizar lo que siente y piensa. “Me da miedo hablar de eso, porque es como si lo volviera a sentir” La diferencia, añadiría, es que ahora nos encontramos juntas traduciendo la situación. En mi papel me hace sentir algo avasallante como si el monstruo apareciera en el consultorio. Con el tiempo este monstruo empieza a describirse y traducirse con palabras de la paciente en sensaciones físicas y emocionales.
El miedo es una de las salidas que encontró la angustia, proviene de un conflicto inconsciente, y por ello difícilmente se puede escapar de él, porque se encuentra en uno mismo. La experiencia de la angustia incluye la impresión de una ruptura interior y generalmente la causa un conflicto intrapsíquico inconsciente e irreconocible. No se encuentra vinculada con ninguna parte concreta del cuerpo, sin embargo afecta al ser humano.
Sauri (2004) explica que “el miedo refiere siempre algo limitado e identificable como un objeto. En su intencionalidad encamina pues la personalización a desenvolverse en la cura y la preocupación de hacerse en un mundo habitado por objetos”. En donde se encuentran dos manifestaciones:
- La amenaza: En donde el desencadenante es la cercanía y no el objeto mismo.
- La huida: El intento de dejar lo amenazante en la lejanía, no retirándose sino retrocediendo con un movimiento desorganizado en medio de un aparente avance.
Toda angustia expresa la relación del sujeto consigo mismo, por eso cada persona tiene diferentes formas y situaciones de expresarla ya que carece de un objeto definido. Lo que dará dicha particularidad es la forma en que se vincula con el objeto o se defiende, por ello la importancia de centrarnos en la forma dinámica ante el miedo, más allá del objeto en sí.
Es decir, el paciente mantiene un discurso consciente de sus miedos. Por ejemplo: no encontrar pareja, estar solo, la obscuridad, crecer, fracasar, etc.
Nuestra función está en traducir todo lo que implica esa palabra, en sensaciones y pensamientos que siguen alimentando las fantasías de que eso se vuelva aterrador. En otras palabras, pensar con el paciente, ¿Quién es el monstruo? ¿Cómo es? y ¿Cómo lo vamos alimentando? ¿Qué ganancia tiene en la vida interna y como se relaciona con el mundo externo? Todo esto se llevará a cabo a través de la asociación libre y la interpretación de la transferencia. Cuando el niño tiene miedo, corre con la figura que le da seguridad. Aquella función materna consistirá en describir, explicar y traducir lo que el niño está sintiendo, es decir, poner en palabras las fantasías que se han generado.
Existen posibles alternativas que la psique ha encontrado para mantener un supuesto control ante la angustia: el síntoma conversivo a través de la representación mental del propio cuerpo. Pablo, de 12 años, llega a tratamiento porque sus padres se están divorciando, su cuerpo está lleno de marcas. Comenta que cada que siente ganas de llorar le da una comezón en el cuerpo que no puede controlar y la única manera en que se siente tranquilo es quitándose las costras que le genera el rascarse.
Otra representación es la fobia, en donde la angustia queda sustituida por el miedo vinculado a una situación externa que se supondría se puede evitar. Sin embargo, el conflicto inconsciente se encuentra presente y la fobia será aquella defensa contra la angustia y no su expresión en sí misma. Es común conocer personas que evitan situaciones específicas como volar en un avión, acercarse a los insectos, subir elevadores, etc.
Por otro lado, el ataque de pánico es la expresión de una falla de pensar, simbolizar y comprender la experiencia en donde las capacidades cognitivas se ven limitadas para entender el mundo externo y se manifiestan a través de la actuación corporal. El miedo, la angustia, el dolor, la desesperación y todas estas emociones no pueden ser digeridas simbólicamente con los recursos psíquicos del sujeto y la única salida se encuentra a través del síntoma. El miedo está asociado a la perdida de aquello que nos protege o nos da seguridad.
A través del miedo, el sujeto tiene la oportunidad de enfrentar el peligro objetivando (síntoma conversivo) en el exterior o evitando rehuyendo (fobia y ataques de pánico). No hay miedo sin angustia, sin embargo, la percepción de un peligro inconsciente se puede vivir en una situación objetivamente no peligrosa o menos peligrosa de lo que se siente que es. Y, “La génesis debe buscarse en la historia o en la prehistoria del sujeto, es decir los padres”. (Winnicot, 1997)
Las primeras relaciones de objeto son aquellas que nos enseñan amar, sin embargo también a sentir la angustia o a enfrentar nuestros miedos a través del vínculo. En líneas del desarrollo, la confianza básica se construye por la constancia de objeto en la díada madre-hijo. Cuando dicha diada es ausente o ambivalente, el bebé desconfía y se encuentra limitado para entender el mundo. Es lo mismo con la angustia, si la madre es confusa, contradictoria y dejando incertidumbre, probablemente el bebé deberá crear formas de defenderse ante ese mundo peligroso al que se enfrenta, pero en el que debe sobrevivir.
Lo mismo pasa en situaciones del desarrollo a lo largo de la vida como en la etapa anal con el control de esfínteres, el Edipo y la angustia de castración. Es decir, el miedo es algo natural a lo que nos vemos expuestos. Sin embargo, la manera de enfrentarlo dependerá de la angustia a la que se remonta. Por ello, cada persona tiene una manera particular y única de experimentar la vida, la forma en que perciben el mundo se construye de experiencias. De igual manera los miedos dependen de la forma en que se entrelazan las experiencias, momentos de dolor, malestar y afectos que remiten angustias primarias, huellas que construyen la historia de cada ser humano.
La angustia es un afecto que influyó en el nacimiento del psicoanálisis, los estudios realizados por Freud acerca de la neurosis de angustia explican que primero se creía que era una tensión libidinal no descargada, es decir, un pensamiento o deseo reprimido; posteriormente, una señal de un peligro emocional inconsciente, el resultado del conflicto psíquico entre deseos sexuales o agresivos provenientes del Ello y las correspondientes amenazas de castigo del Súper yo.
Laplanche (2014) menciona que la expresión de angustia fue introducida por Freud al reformar su teoría en Inhibición, síntoma y angustia explicando que debe considerarse como producto del estado de desamparo del lactante que se relaciona con su evidente desamparo biológico. Independientemente de los factores externos o internos deja en claro que es un tipo de reacción que el sujeto es incapaz de controlar.
Ante ello se han propuesto diferentes tipos de angustia:
- Una angustia biológica: como dispositivo innato, sobreviene en el momento del nacimiento.
- Una angustia señal: aparece con el desarrollo del Yo y de la capacidad de anticipación para prevenir el peligro, es decir, una atribución a otro de ser la causa del peligro.
- Una angustia traumática: repite la experiencia de la angustia primaria y el yo se ve abrumado por magnitudes de excitación mucho mayores de las que es capaz de distribuir y controlar (desastre natural, guerra, secuestro, entre otros).
- Una angustia psicótica: acompaña a la vivencia de disolución del Yo y de ruptura de todos los vínculos (sensación de caída sin límite).
- La angustia neurótica: suscitada por un conflicto inconsciente que no puede ser resuelto en forma satisfactoria por el sujeto.
La angustia constituye un afecto del Yo, una señal de alarma preconsciente en donde los mecanismos de defensa encuentran un papel importante para restablecer el equilibrio psíquico. En la neurosis las salidas de la angustia dependerán de la estructura personal del sujeto.
En la histeria la angustia emerge cuando el sujeto en cuestión es obligado por las circunstancias a poner en manifiesto su frágil identidad sexual. Frente a esta situación pone en juego su complejo de Edipo no resuelto. Y las formas de sacarlo son a través del acting out, day dreaming, sueños, síntomas conversivos. En la neurosis obsesiva la angustia emerge como respuesta a la incertidumbre de lo que pueda surgir espontáneamente del interior del sujeto. La formación reactiva y la magia secreta son mecanismos que utiliza para controlar la angustia. “No vive para no morir” (Winnicot, 1997)
Existe algo en común en los pacientes: el miedo. Esta alarma inconsciente que se activa en la psique para alentarnos del peligro de sufrir otra vez y que se relacionan con vivencias personales. La angustia es el equivalente emocional de una fiebre física; tener fiebre puede ser síntoma de un catarro.
El miedo será el resultado de la percepción de un peligro conocido o real. La angustia es el resultado de la percepción de un peligro fantasmático inconsciente, en la mayoría de los casos van relacionadas. El punto central no es el miedo sino toda la dinámica que se da alrededor de ello. Es darse cuenta que el miedo a enamorarse, engordar, muerte y agresión detona diferentes síntomas y defensas que se han actuado a lo largo de los años evitando el origen de huellas mnémicas. “Las angustias de conservación se desencadenan siempre que las necesidades biológicas, libidinales o de mantenimiento del sentimiento de integridad psíquica se vean real o imaginariamente amenazado” (Bleichmar, 1997).
EL PODER DE LAS PALABRAS
En el análisis el hilo rojo que nos permite acceder al material inconsciente es la asociación libre. El afecto de angustia puede ser calificado y convertirse en objeto de construcción o interpretación, gracias al material que lo rodea. La angustia sirve para la auto-conservación “es el quantum de afecto que se convierte en una cabeza que busca representaciones” (Aisenstein, 2014).
La angustia se descarga a través de la actuación, como una forma de reducir la sensación o protegerse de ella. Siendo una pulsión reprimida en búsqueda de una salida el miedo se vuelve recurrente por la “compulsión a la repetición”, es decir, un intento fallido de reparación que le permite al paciente tener la sensación de controlar o evitar el malestar. Es como un ciclo en el que se entra en donde tratamos de evitar la ansiedad llegando a un estilo de vida que nos hace más vulnerables, sin tranquilidad.
La búsqueda del orden simbólico es la decodificación o traducción yendo desde lo más orgánico hasta lo más psíquico (representación-palabra) Por ello es importante cuestionarnos ¿Qué es lo que asusta al sujeto? Descubrir el origen y traer a la conciencia, ponerle “nombre “ a los “monstruos” pareciera que no es suficiente tratar de ignorarlos pues ello no quita el poder que tienen sobre nosotros.
Bion citado por Plot (1997) explica que si la madre se angustia mucho y en lugar de ser continente, devuelve la angustia al niño, este puede caer en el estado que llama “terror sin nombre”. El bebé necesita de esta función de la mente de su madre para poder enfrentar las ansiedades intensas que tiene.
La ansiedad está conectada al sadismo y la pulsión de muerte. Es necesario que la madre haya realizado bien su función continente, por identificación con esa capacidad materna donde se adquiere la “pantalla interna” que permite al proceso secundario, el juicio de la realidad y la demora en la descarga de impulsos.
Cuando la madre no realiza el proceso de metabolizar las angustias y en lugar de disminuirlas las aumenta, el bebé no adquiere la pantalla interna para pensar y sentir, que luego le permite desarrollar los procesos educativos y de socialización. Una de las funciones del analista es la de disminuir el sufrimiento del paciente, esto se logra por su capacidad continente, por la interpretación de los conflictos y por el insight del paciente.
En conclusión la angustia es un estado afectivo que lleva al hombre a experimentarse a sí mismo con agudeza, experimentando además la existencia de sus propios límites, de su finitud y de su propia existencia. A través de la interpretación se muestra una explicación que el analista da al paciente para aportarle un nuevo conocimiento de sí mismo logrando una conexión de significado, dando sentido al material. El psicoanálisis es la ciencia de las huellas, trata de desentrañar lo no-dicho de los tiempos actuales a través del camino hacia lo simbólico.
Érase una vez una niña que tenía miedo por las noches, ella había escuchado que detrás del armario existía un monstruo que podría hacerle daño. En las noches se levantaba, abría el clóset y se daba cuenta que no había nada. Regresaba a su cama y quedaba dormida.
Bibliografía
- Aisenstein, M. (2014). El dolor y sus enigmas. Mexico: Paradiso.
- A. (1997). Clínica Psicoanalítica a partir de la obra de Winnicott. Argentina: Lumen.
- Bleichmar, H. (2011). Avances en psicoterapia psicoanalítica . España: Paidós .
- Etchegoyen, H. (2002). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires : Amorrortu.
- Laplanche, J. (2013). Diccionario de Psicoanalisis . Barcelona: Paidós
- N.(1997). El psicoanálisis después de Freud. Buenos Aires : Paidós .
- Saurí, J. J. (2004). Las fobias. Buenos Aires: Nueva Visión
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