Clementina Faraggi 

“Érase una vez (…).” Qué difícil encontrar la cita correcta para tres palabras que hemos escuchado un sinfín de veces. Palabras que anteceden un erizamiento de piel, un paisaje bellísimo, el más grande terror antes sentido, el sueño más profundo, la peor pesadilla, la muerte de una bruja, un final feliz. En este escrito intentaré explicar a grandes rasgos qué es lo que pasa con la psique del niño cuando se le lee un cuento: qué emociones brotan, cómo las manejan, cuándo sienten alivio y cuándo se quedan con una sensación de inconclusión de parte del cuento (o bien del narrador del mismo). Pues bien, empezamos: 

Érase una vez, el ser humano: desde hace miles de años, el ser humano ha intentado explicarse qué es lo que pasa en su entorno. De hecho, según d’Huy (2017) existen datos de mitos de 15 000 años de antigüedad. Cuando la realidad no le es suficiente al hombre, éste hace uso de su intelecto para crear una respuesta, ya que esta, aunque sea inventada, le da mucha más paz que dejar la pregunta en blanco. La gran mayoría de las veces, esta respuesta tiene componentes mágicos: seres poderosos que controlan los fenómenos naturales a quienes hay que rendir culto para que no enfurezcan, suposiciones acerca de lo que pasa después de la muerte acompañadas de rituales que ayuden al difunto a llegar con bien a cualquiera que sea su destino, seres omnipotentes que crearon todo lo que los rodea, y un largo, larguísimo etcétera (d’ Huy, 2017).  

Estos mitos se van heredando de generación en generación y pronto comienzan a ser parte de una historia: la nuestra. Se vuelven parte de nuestro día a día, de nuestra manera de relacionarnos con el mundo y las personas que nos rodean. Se vuelven parte de nuestro inconsciente… ¿o no? ¿Qué habrá sido primero: el mito o lo inconsciente? ¿Se usan los mitos para explicar lo inconsciente? ¿o se usa lo inconsciente para crear los mitos? ¿Serán estas dos respuestas correctas? Esas preguntas ya me las quedaré esperando algún día contestarlas. Pero, si a lo largo de tantos miles de años el hombre se ha tratado de explicar el mundo con historias ¿por qué no lo harían los niños?.

Paul L. Harris, psicólogo especializado en desarrollo infantil, realizó una investigación de la que extrajo que los niños entre los 2 y los 5 años pueden llegar a hacer en total unas 40 000 preguntas [a lo largo de este periodo].” (Jiménez, 2017). Muchas de estas preguntas tienen que ver con sus propios procesos inconscientes y las encomiendas que demanda su proceso de crecimiento. Para poder dominar estos problemas: 

(…) superar las frustraciones narcisistas, los conflictos edípicos, las rivalidades fraternas; renunciar a las dependencias de la infancia; obtener un sentimiento de identidad y de autovaloración, y un sentido de obligación moral -, el niño necesita comprender lo que está ocurriendo en su yo consciente y enfrentarse, también, con lo que sucede en su inconsciente. (Bettelheim, 2013. P. 13)

La forma con la que un niño puede entender de una manera amplia y encontrar la capacidad de enfrentarse a los problemas anteriormente mencionados es ordenando de nuevo y fantaseando los elementos significativos de una historia que en cierta medida se parezca a la suya y que den respuesta a sus pulsiones inconscientes.  (Bettelheim, 2013). 

Al hacer esto, el niño adopta el contenido inconsciente a las fantasías inconscientes, que le permiten, entonces, tratar con ese contenido. En este sentido, los cuentos de hadas tienen un valor inestimable, puesto que ofrecen a la imaginación del niño nuevas dimensiones a las que sería imposible llegar por sí solo. Todavía hay algo más importante, la forma y la estructura de los cuentos de hadas sugieren al niño imágenes que le servirán para estructurar sus propios ensueños y canalizar mejor su vida. (Bettelheim, 2013 p. 13)

Dicho esto, podría pensar que: al contar un cuento en donde el niño puede entender y pensar de una mejor manera aquello que lo aqueja, en ese momento el narrador adquiere una función metabólica, una función de rêverie (Bion, 1987). No sería de extrañarse, entonces, que en Peter Pan se le pida a Wendy ser la madre de los niños perdidos y que, al ella decirles que solo es una niña y no puede ser su mamá, los niños le recuerdan que sabe contar cuentos, por lo tanto, es perfecta (Barrie y Tatar, 2013). Es importante que cuando se le cuenta un cuento a un niño, este no sea simplemente leído: Es de carácter sustancial que el locutor lo entienda, se emocione y reaccione con la historia y que al mismo tiempo capte las reacciones del infante y que ponga énfasis en aquello que más excita la curiosidad, los placeres y temores del escucha (Bettelheim, 2013 p. 207).

Pero, entonces ¿qué es un cuento de hadas? Empecemos por definir qué es un hada: Ken Mondschein nos explica en la introducción del libro “Grimm’s complete fairy tales” (Grimm, Grimm y Mondschein, 2011 pp. xiv-xv) que la palabra fairy proviene del latín fatum, o destino, lo cual se relacionaba inmediatamente con espíritus. Dichos seres a veces podían aparecer como buenos y nobles (duendes; mujeres buenas y aladas; animales, plantas y objetos parlantes o que adquieren cualidades humanas, etc.), y otras como seres terribles y escalofriantes (monstruos, dragones, ogros, demonios, gigantes, brujas). Por lo tanto, si una historia contenía alguno de estos seres, se consideraba un cuento de hadas. Pero entonces ¿cuál es la diferencia entre los cuentos de hadas y los mitos? Tolkien (citado en Grimm et al. 2011 p. xiv) refiere que una diferencia importante se trata de una ubicación geográfica en la literatura: pone el ejemplo de la Biblia, en donde todas las historias mencionadas hablan de una ubicación geográfica concreta (Egipto, Babilonia, Jerusalén, etc.), en cambio, en un cuento la historia ocurre en un lugar indefinido al que no se puede acceder. Bettelheim (2013 p. 53), por su parte, menciona que la diferencia radica en que en un mito lo que se busca comunicar es algo muy específico y único: lo narrado sólo le podría suceder al protagonista de la historia y no podría haber ocurrido de ningún otro modo ni a ninguna otra persona común y corriente. En un cuento de hadas lo que se cuenta, aunque sea un evento grandioso o insólito, se narra de modo casual y cotidiano. Se percibe como algo normal que le puede suceder a cualquiera mientras se pasea por un bosque, lo cual facilita que el lector o escucha pueda identificarse fácilmente con los personajes e incluso proyectar sus propias preocupaciones en la historia. 

Bettelheim (2013) y Cashdan (2017) insisten en la importancia de contar los cuentos en su versión original, aunque Cashdan (2017) recomienda que estos sean revisados antes por el adulto porque, aunque el libro en donde los hermanos Grimm recolectaron los cuentos de hadas alemanes se llamaba “Cuentos de la infancia y del hogar” (p. 18) muchos de ellos no fueron pensados para niños y pueden contener escenas altamente angustiantes (descripciones explícitas de incesto, abuso sexual, mutilaciones a los protagonistas, etc.) lo que puede ser una información innecesaria y altamente preocupante para el oyente. En cambio, si este tipo de información solo se deja a la imaginación, entonces el niño puede escucharlo tranquilamente (como sucede en el cuento de “Caperucita Roja” de los hermanos Grimm cuando ella se encuentra frente al lobo, o cuando en el cuento de “El Príncipe Rana” en donde el animal trepa a la cama de la princesa y esta al darle un beso o aplastarlo contra una pared, depende la versión, lo convierte en príncipe (Grimm, et al. 2011)). Bettelheim reconoce a los cuentos de hadas como una obra de arte literaria que, como buena obra de arte, invita al niño a tener un diálogo con ella, resonando dentro de él y tocando las fibras más profundas de su mundo interno. Aun así, Bettelheim no pierde de vista la importancia que le da la voz del narrador de la historia y el tono que este le va a dar, haciendo de este momento de lectura algo especial. Clarice Lispector (2018 p.24) en su libro La hora de la estrella propone una idea sumamente interesante en donde el autor del libro es un personaje más de la propia historia: “¿O no soy un escritor? En verdad, más bien soy un actor, porque con solo una forma de puntuar logro malabarismos de entonación, hago que la respiración ajena me acompañe en el texto.”, con este párrafo, Clarice nos describe, en una lectura de uno a uno, cómo el escritor y el lector respiran al unísono debido a las entonaciones que a este último se le proponen. Si agregamos un tercero en esta dinámica, entonces es una triada la que se forma: escritor, narrador y oyente; todos respirando al mismo tiempo con las entonaciones ya marcadas por el autor, imaginando las mismas descripciones, relacionándose con distintos contenidos y creando mundos enteramente distintos. Todo esto al mismo tiempo. 

Bettelheim (2013 p. 39) ponía un acento significativo en el impacto del cuento en el niño en esta triada: decía que cuando los padres le cuentan un cuento a su hijo le proporcionan un importante factor: la seguridad de que aceptan su juego. “La presencia de los padres no solo ayuda al niño a controlar los pasajes aterradores, sino que le transmite la idea de que los pensamientos y los impulsos desagradables no provocan rechazo (Cashdan, 2017. P. 25)”. Es por esto que, cuando los padres o algún cuidador le cuentan una historia, el niño puede estar seguro de que aprueban las fantasías que comparten en el cuento. 

El cuento, según Cashdan (2017 pp. 41-48) debe de tener los elementos siguientes para que calmen y den una explicación al niño acerca de sus preocupaciones y fantasías: la travesía, el encuentro, la conquista y la celebración. La travesía, es donde el o la protagonista emprende un viaje a un lugar ajeno en donde suceden cosas extrañas y mágicas. El cuento debe de comenzar de esta manera, pues motiva al niño a conocer y explorar nuevos horizontes desconocidos para él, en otras palabras: lo invita a crecer. Continúa con el encuentro frente a alguna presencia maligna (brujas, ogros, demonios, madrastras, etc.). Este personaje debe de personificar rasgos indeseables del yo del oyente para que los reviva y sienta al escuchar la historia, a la cual atenderá cuidadosamente para encontrar una respuesta que lo ayude a lidiar con ellos. Posterior al enfrentamiento con el villano, el héroe o heroína de la historia logran una conquista en la cual vencen algún obstáculo en donde su vida corre peligro y debe terminar con la muerte del ser maligno con el que se enfrentaron. Bettelheim explica: 

El niño considera adecuado que el destino del personaje perverso sea, precisamente, el que él mismo deseaba para el héroe, como la bruja de “Hansel y Gretel” que deseaba cocinar niños y cae finalmente en las llamas, o como la impostora de “La guardadora de gansos” que propone y sufre su propio castigo. Para sentirse aliviado es necesario que se restablezca el orden correcto en el mundo, lo que significa que el personaje cruel debe ser castigado, es decir, que el mal debe ser eliminado del mundo del héroe, y así ya nada podrá impedir que viva feliz para siempre. (2013 p. 200)

Se debe recalcar la importancia de que el castigo tenga relación con lo que el antagonista deseaba para el protagonista, pues ahí justamente es en donde reside su maldad. Debido a esto, no siempre la bruja merece la muerte: en el cuento de Rapunzel (Grimm, et al. 2011), la bruja ama profundamente a su hija adoptada y se niega a que un hombre la aparte de ella. Aunque el origen de su pecado son unos celos enfermizos, en realidad sus intenciones no son las de matar a nadie, por lo que este personaje simplemente desaparece y como castigo se queda sin la compañía eterna de su hija que tanto amaba; mientras que la protagonista encuentra al príncipe, le cura las heridas y viven felices para siempre (Bettelheim, 2013). Finalmente, el cuento debe concluir con una celebración a partir de la cual todos los buenos viven felices para siempre. Esta felicidad, menciona Bettelheim (2013 p. 201-202) es el “alivio principal que el cuento nos puede proporcionar” y explica que la unión de una princesa y un príncipe simboliza la integración de distintos aspectos del yo del escucha y por esto: una mejor armonía entre ello, yo y superyó. 

Suele ser sumamente interesante observar las reacciones de los niños al contarles un cuento que no cuenta con los elementos recién mencionados y compararlo con las reacciones que tienen cuando estos se cumplen: Se les contaron a ocho grupos de niños varios cuentos, unos que cumplían con las características de Cashdan (2017) y otros que no. El primer cuento que usaré para ejemplificar las reacciones de estos grupos de niños entre cinco y seis años de edad será el de “El traje nuevo del emperador” de Hans Christian Andersen, en donde el protagonista es burlado, exhibido desnudo frente a sus súbditos y humillado; al final del cuento los villanos se quedan con la recompensa y escapan. Los niños reaccionaron con caras de confusión y mencionaron que les parecía injusto el final del cuento. Se les propuso a los ocho grupos cooperar entre ellos y cambiar lo que desearan del cuento, el resultado fue que en el inicio le regalaron al emperador un castillo mágico con duendes en el cual no se podía mentir (¡claro! faltaban las hadas), el enfrentamiento con los sastres malvados fue junto a un séquito de lobos mágicos y los sastres fueron capturados por sirenas y duendes y encerrados en un calabozo por intentar engañar al emperador. El protagonista se hizo amigo de un dragón que lo ayudó y el animal lo invita a vivir a su isla mágica, y vivieron felices para siempre. En cambio, cuando se les contó el cuento de “Jack y las habichuelas mágicas” de autor anónimo, los niños dijeron que al final del cuento se sentían “en paz”, “tranquilo”, “contenta, me gustó mucho” … y lo que a mi me pareció más interesante fue una conversación que tuve con uno de los niños, yo seré “C” y él será “A”:

A: A mi hubo algo que no me gustó.

C: ¿Qué fue lo que no te gustó?

A: No me gustó que Jack robara porque robar está mal.

C: Ok ¿y qué opinas de que mató al gigante?

A: Ah, eso estuvo bien. El gigante era malo y se comía a los niños. 

Se puede ver cómo, aunque existe un elemento incómodo para uno de los niños, el cuento cumplió su misión: el alivio de un final feliz. 

Para concluir este escrito, me gustaría recalcar algunas cosas: Es importante contar un cuento en su versión original debido a todas las fantasías que permite trabajar y que, al ser un cuento de hadas una obra de arte, existe un lenguaje e intercambio importante escondido entre obra y oyente. Sin embargo, es aún más importante la conexión que el adulto haga con el niño a la hora de narrar la historia y el proporcionarle al infante la seguridad de que el locutor (sea la madre, padre, cuidador, maestro o cualquier persona importante en su vida) lo acepta tal cual, con sus fantasías y miedos y que esto no genera rechazo, que no está solo, que alguien le va a ayudar a traducir todo esto que siente y vive y que intenta aprender a dominar. Y que este final feliz que se le propone en un cuento de hadas puede ser el suyo si sale a buscarlo y se atreve a enfrentar sus propios retos de crecimiento y desarrollo. 

Ahora que sabes todo esto, querido lector o escucha, recuerda la importancia de tu voz en la mente de un niño después de leer las tres palabras mágicas: “Érase una vez”.

Bibliografía