Por: Regina Zorrilla

“No estoy diciendo que va a gustarte el mundo, hijo. Al contrario, precisamente porque que es probable que no te guste, es que quiero hablarte de los milagros […] vas a herir la carne y a ser herido por la luz. Y escucharás con terror por primera vez tu propio llanto. Y ese ultraje será también el primer milagro que presencies, pero habrá otros, no por menos terribles menos asombrosos” recupera Rea (2022, p. 191) esta frase que le escribe a su hijo Tania Tagle, y me pregunto ¿qué no es eso la vida si no un realidad amenazante que nos asombra con su grandeza?

Hace unos meses después de muchos espacios y pláticas feministas, recomendaciones y cuestionamientos, me encontré con un libro llamado Fruto en el cual, al buscar respuestas de todas mis dudas sobre maternidad feminista, terminé con miles de preguntas no solo sobre maternidades disidentes sino sobre el cuidado. Dentro de este libro, la reportera Daniela Rea cuestiona su propia maternidad alrededor de maternidades cercanas, y propone que la maternidad no solo está compuesta por la relación madre e hija, si no que todos de alguna manera hemos maternado a través del cuidado. Asimismo, genera diálogos alrededor de historias de mujeres que han vivido y experimentado diferentes maneras de maternar, algunas solo siendo madres, cuidadoras del hogar, madres solteras, madres divorciadas, otras siendo madres de sus madres o padres y cuidando de ellos cuando estos no podían, otras también siendo madres de sus hermanos o amigos, otras siendo cuidadas por maestras, enfermeras o vecinas, pero todas esas historias con la similitud de que cada una de ellas han cuidado como aprendieron a ser cuidadas, es decir nuestra primera referencia a la que acudimos cuando debemos de cuidar de otros, es a nuestras propias historias de ser cuidados.

Fue ahí donde esta palabra llego a mí: Cuidado, y desde ese espacio comencé a cuestionarme las diferentes formas en las que no solo yo, si no la gente que acompaña mi cotidianidad ha cuidado de otros de formas distintas, muchas veces desde el amor, el compromiso, la entrega, el cansancio, la carencia o el dolor, pero siempre desde un eje central que era poner en pausa lo propio para ver al otro y lo que este necesita.

Al investigar un poco más sobre las diferentes caras y significados que tiene esta palabra en la sociedad, encuentro que Hernández- García (2018) recapitula que “El cuidado no hace referencia a una actividad concreta o a una actitud, sino a un modo de estar en el mundo relacionándonos con los demás; un modo solícito y atento que hace significativas las relaciones y que colabora con el éxito del proyecto vital propio y del otro.” Asimismo, en Fruto, escribió Carolina León que “cuidar son las acciones cotidianas, materiales y no materiales que satisfacen las necesidades del cuerpo para mantenerlo vivo en un sentido biológico.” Frente a esto me cuestiono y coincido en que un concepto tan amplio debe de cubrir ambas caras de la moneda, por un lado, el cuidado biológico que hace una madre que alimenta, limpia, cambia y procura la vida de su hijo, pero también la atención consciente de cuidar el material que un paciente deposita en el proceso analítico, escuchar, recordar y colaborar para que el dolor emocional disminuya.

Más adelante, coincidieron en tiempo dos etapas profesionales, el inicio de la formación y mi trabajo como maestra en un kínder, en las que me era necesario poner en marcha lo aprendido sobre el cuidado y cuestionarme lo que este significaba para mi desde el área profesional. Al inicio me pareció sumamente interesante ver todas las formas en la que este par de trabajos coincidían a la perfección, de un inicio tocaba cuidar de otros. Por un lado, empezar a ver pacientes, escucharles, estudiar, supervisar y asistir a mi análisis personal, mientras por otro en el kínder tocaba preparar clases, enseñarles el mundo, divertirme con ellos, buscar nuevas actividades, cuidarlos, limpiarlos, llevarlos al baño, Cuando todo esto comenzó a coincidir y empecé a verlo desde los mismos lentes me pregunté ¿qué no es esto todo lo que hace una madre?, ¿Qué no es ese el trabajo que se hace en el consultorio o que mi analista o supervisora hacen cada vez que llego con mis transcripciones y mil preguntas sobre la formación?

Con forme pasan las sesiones con mis nuevos pacientes comienzo a observar que ellos también tienen sus propias historias de cuidado en las que muchas veces han ejercido funciones maternales con sus padres, parejas o hermanos, que hoy los dejaban agotados y en urgencia de buscar un espacio en el cual también puedan ser cuidados por otros.
Todo esto acumulaba preguntas sobre lo que me sucedía con mis pacientes y su vez a ellos con sus propias historias de cuidado, cuando un día regrese a lo que al inicio de todo este trabajo planteaba. ¿Qué tanto de nuestro trabajo como terapeutas o analistas no es ser esa madre sustituta que necesitan los pacientes al llegar al consultorio? ¿Dónde aprendimos como analistas a cuidar de nuestros pacientes si no a través del propio análisis, la supervisión y los maestros que nos formaron? ¿Qué tanto de nuestro trabajo al llegar a esta profesión no es sino traer nuestra imago materna introyectada al servicio de aprender a cuidar de los pacientes? ¿Qué pasa cuando esa imago introyectada está rodeada de hostilidad, rechazo y agresión?

Es ahí donde llega Bion y su teoría del reverie para aclarar esas dudas que por sesiones de supervisión no lograba responder.
Bion establece el Reverie como una función alfa generalmente ejercida por la madre que se encarga de incorporar y metabolizar elementos sensoriales o beta del bebé para convertirlos en elementos más complejos tal como las emociones. (Dorado, 2002)
Frente a estos conceptos me encontré con una dificultad y era que Bion presentaba lenguaje como alfa, beta, proto sensaciones, proto emociones y que de inicio todo era completamente ajeno a mí, sin embargo, con intenciones de rescatar lo fundamental de este concepto me iré a lo básico para comprender mejor.

Dentro de su ensayo “Lo suficientemente bueno”, Martínez (2016) incorpora un concepto que Winnicot introdujo como la madre suficientemente buena, en la que establece que ningún bebé necesita una madre perfecta, sino que la madre pueda estar sostenida de forma suficiente por su realidad externa para que el bebé ocupe el espacio del objeto de preocupación y pueda ser capaz de sostenerlo mientras el bebé transita de la dependencia a la independencia. Sin embargo, frente a este concepto de la realidad externa regreso a Fruto de Rea (2022) y capturo una párrafo que nos recuerda lo amenazante que puede ser esa realidad externa cuando hablamos de maternidad.

“ Tenía un poco más de quince años como reportera y la imagen de maternidad que mi madre y abuela me enseñaron se terminó por completar con otras maternidades que pude atestiguar por mi trabajo: mujeres migrantes que dejan a sus hijos para poderlos mantener, mujeres que ven a sus hijos partir hacia la frontera, mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos, mujeres presas desconocidas por sus propias hijas que las acusaban de abandono, mujeres madres de sicarios que cargan la culpa a cuestas, mujeres jornaleras con el hijo amarrado a la espalda mientras extirpan los frutos de las tierras….” P. 27

¿Qué pasa con ellas, que al vivir en este país tan violento e injusto pueden ser suficientemente buenas madres o donde queda ese concepto cuando el objeto de preocupación es la vida misma? Sabemos cómo sociedad que vivimos en un país en el que la agresión y violencia están permeados en cada una de las paredes de las casas que madres construyen para sus hijos, y que muchas veces por más intentos que estas hagan por dejar a un lado actitudes violentas en la crianza, no conocen manera diferente de ejercer su maternidad.

Regreso a lo que Dorado reconstruye en su texto “Reverie, re-visitado” (2009) en el que se plantea que la reverie es como una placenta proporcionada por la madre que filtra todo aquello del exterior que pueda frenar el crecimiento del bebé. Asimismo, es ese intento materno por ser el continente en el que el bebé pueda sufrir la pérdida de la omnipotencia y comenzar a experimentar la realidad de una forma no tan amenazante.
Para poder lograr esto la madre utiliza esta función recibiendo las sensaciones de “si- mismo” del bebé o elementos beta para poder generar esa filtración y separación que generara los elementos alfa los cuales generan y sustentan el aprendizaje, ofreciendo así un modelo de pensamiento que el bebé pueda utilizar más adelante. (Bodner, 2019)

Frente a esta función, introducimos nuestro papel como analistas, en la que recibimos, metabolizamos y transformamos continuamente los contenidos de los pacientes, ayudándoles a ser ese nuevo continente que digiera los contenidos necesarios. Dorado (2009) nos dice que el análisis hará que el paciente a través del reverie analítico logre introyectar una función narrativa en la que introduzca los personajes necesarios con un nuevo modelo de emociones.

Sin embargo, así como los hijos en una misma familia, cada paciente tiene necesidades diferentes, hay pacientes con los que esta función de reverie debe ser desmenuzada para primero crear el continente mental preparado para la interpretación de los contenidos. Es decir, el analista debe de regresar a la metabolización, desintoxicación y transformación de las sensaciones propuestas a convertirse emociones más complejas. Muchas veces esto puede verse en el consultorio como el reconocimiento simple de emociones que transitan en el discurso, regresando continuamente a preguntas sencillas tales como ¿cómo se siente tu cuerpo en este momento que me cuentas esta historia? O señalamientos como “tal vez eso que sentiste en realidad es tristeza, muchas veces detrás de una anécdota que nos enoja, está el profundo dolor de la tristeza”

Sea el caso que sea para los pacientes, Ogden (2007, como se citó en Dorado, 2009) resalta que las reveries que cada analista lleve a su sesión será la forma en la que este mismo pueda interpretar la transferencia y contratransferencia que se presente en el consultorio. Es decir, es fundamental recordar que los procesos psicoanalíticos involucran la estrecha relación entre 3 subjetividades, la del paciente, la del analista y la del tercero analítico (Dorado, 2009). A partir de esta teoría observo a mis pacientes y lo empalmo con mi propio proceso formativo, recuerdo como al inicio hacemos énfasis en el propio análisis personal en el que reconocemos el movimiento de nuestro contenido con los pacientes en cada una de las sesiones. Sin embargo, al reconocer este movimiento también hacemos participe de forma consciente nuestra propia historia y personalidad en el proceso psicoanalítico.

Por último creo importante cuestionarnos como es que como analistas formamos y transformamos nuestro propio reverie en función de este nuevo ejercer profesional, en el que además de poder editarlo a través del análisis personal, introyectamos fragmentos de los diferentes espacios en nuestra formación tales como las diferentes supervisiones, rotatorios clínicos y teóricos, interacciones con los grupos de candidatos, que nos muestran en buena parte maneras de ejercer esta profesión y ayudan a metabolizar nuestras angustias para poder introyectarlas como conocimiento didáctico que nos ayuda en la práctica.

“Cuidar implica facilitar, proveer las condiciones materiales para el bienestar. Cuidar implica reparar, estar pendientes, anticipar riesgos. Cuidar cansa. Cuidar arrasa. Cuidar asola. Pero también conserva, sostiene. Cuidar reúne, cuidar nos hace personas.” (Rea, 2022, p. 296) Pacientes llegan a nuestros consultorios, listos para depositar en sesión aquello que no pueden digerir. Nosotros como analistas introyectamos a nuestros analistas y supervisores para metabolizar los contenidos de los pacientes y los acompañamos a tolerar esa digestión tan dolorosa. Generamos en colectivo una cadena de cuidado que ayuda a promover un bienestar social, porque al cuidar de otros y ser cuidados también asumimos nuestra fragilidad y vulnerabilidad.

Sin embargo, mientras estas responsabilidades de acumulan en mi agenda, logro darme cuenta de que al cuidar de otros había descuidado de mí, de mi salud física y mental, y que por más contención externa como análisis o supervisión que buscara, el Burn Out me acechaba en cada esquina. Para futuros trabajos considero sumamente importante poder retomar conceptos tales como autocuidado o síndrome del cuidador en el que muchas veces dentro de la profesión encontramos dificultades para reconocernos vulnerables y no omnipotentes frente al cuidado de otros, dejando a un lado la propia salud física o bienestar social.

Bibliografía

• Rea Gómez, D. (2022) Fruto. Antílope
• Bodner, G. (2019) El concepto del reverie en algunos modelos contemporáneos. Temas de psicoanálisis, 18
• Dorado, A. B (2009) Reverie, Re- visitado. Psicoanálisis XXI. 2, (23-40)

• Grimalt, A. (s,f ) Retos de la reverie del analista. Atención biocular. IX Jornadas de intercambio en psicoanálisis: El trabajo del psicoanalista diálogos sobre técnica psicoanalista
• Infante, J. (1968) Algunas reflexiones acerca de la relación psicoanalítica. Rev. Psicoanálisis, 25 (2-4): 767-775.
• Hernández- García, M. (2018) El cuidado en el florecimiento o desarrollo humano personal: reflexiones desde la psicología para la bioética del cuidado. 22 (2), (272-287)
• Martínez, V (2016) Lo suficientemente bueno: con un cinco basta. Clínica e investigación relacional. 10 ( 2)
• Imagen: Pexels/Елена Мезенцева