Por Benjamín Martín del Campo

“El soñar es también recordar, aunque bajo las condiciones del estado de reposo y de la producción onírica”.

– Historia de Neurosis infantil (Caso del Hombre de los Lobos), Sigmund Freud 1914-1918.

La primera parte de este texto con los capítulos 1 y 2 fue publicada en este sitio en abril del 2024. Puede leerse haciendo clic aquí.

Al final del texto se encuentra un Apéndice que explica su forma de rizoma deleuziano [1]

3° Tiempo: (o Freud como el cazador renegado: desollamiento de las pieles animales como castigo al ingenuo masoquista).

¿Nadie se ha dado cuenta que el Hombre de los Lobos se soñó como lobezno?

Debemos (re)construir por completo el cuento de hadas (Caperucita Roja) para dignificar el discurso de la hipótesis: el soñar no es recordar sino vivir en otro estado de consciencia más pleno y poderoso. Pero sólo podemos recordar en la consciencia y esto es lo que daña la savia de la representación onírica. Las conductas que se manifiestan durante el sueño son una parte consciente en la persona, pues las vive como propias y reales. Las pesadillas son los sueños de angustia en los que encontramos los arquetipos primarios que dibujan los temores de todo sujeto: el verse a uno mismo tal cual es, sin restricciones de la futilidad de nuestra consciencia, es atemorizante. El error evolutivo que nos ha provisto de con(S)ciencia es nuestra condena. Uno sufre más entre más consciente sea y Freud promueve la expansión de la consciencia para resolver las angustias que debieron permanecer dormidas junto con el sujeto. Pero es muy selectivo sobre lo que quiere que aflore y lo que habría de mantenerse reprimido:

Freud intentó abordar los fenómenos de multitud desde el punto de vista del inconsciente, pero no vio claro, no veía que el propio inconsciente era fundamentalmente una multitud. Miope y sordo, Freud confundía las multitudes con una persona, como lo ve en su horda. Los esquizofrénicos, por el contrario, tienen una mirada y un oído muy finos. Jamás confunden los rumores y las oleadas de la multitud con la voz de papá. En cierta ocasión, Jung sueña con osamentas y cráneos. Un hueso, un cráneo, nunca existen solos. El osario es una multiplicidad. Freud se empeña en que eso significa la muerte de alguien. “Jung, sorprendido, le hace observar que había varios cráneos, no sólo uno. Pero Freud continuaba…” (Deleuze y Guattari, 2010).

Existen diferentes versiones del cuento de Caperucita Roja, pero nos enfocaremos en el que suponemos el paciente conoció. Es importante mencionar que, anudado a la aparición de los lobos en el sueño, el paciente está expuesto (de manera displacentera) a estímulos que propelan la ansiedad y concepción de su neurosis: su hermana lo persigue con una estampa del lobo, su tío le cuenta la historia de los 7 lobos que son encerrados y uno escapa metiéndose en la caja del reloj. Así pues, la presencia de los lobos es causal y previa a la angustia. Los lobos son la solución representativa ante las figuras atemorizantes que acosan al paciente durante su infancia.

Caperucita representa la seducción contenida, a la sexualidad sublimada. Claramente es una niña fácil de manipular y con poca capacidad crítica. En las versiones de Perrault, el lobo ni siquiera se disfraza de la abuela, sino que entra a la cama e invita a la niña para devorarla. En este cuento, se explica la moraleja de que las niñas no deben de hacer caso a lo primero que se les acerque, pues si viene el lobo y las come es un castigo que merecen por ser tan ingenuas. Aquí recordamos lo siniestro que pueden llegar a ser estos animales, seductores y traicioneros. Los lobos son portadores de secretos que, en el cuento de hadas, están en función de intensificar la trama y moraleja de los personajes. Caperucita no es un personaje con el que uno quiera identificarse, pues es tonta y quiere ser seducida por la maldad. Sin embargo, es fácil situarnos bajo la capa roja. Abogamos por que el bien impere en la historia, pero no por la protagonista. El verdadero héroe es introducido al final de la historia (el leñador) para recordarnos la moraleja de la historia y subrayar la ineptitud de la protagonista.

Suponiendo la edad de Caperucita, podemos asociarla a un conflicto edípico en la que la niña desea ser seducida por ese mal que reconoce, pero no quiere aceptar. Pues, al entregarse por completo a la saciedad de su fantasía, obliga a Caperucita a madurar y aprehender un poco del mal al que anheló someterse. Vemos que la niña tiene una intensa fijación oral en la que quiere “ser devorada”. Pero dada la naturaleza del propósito de cuento de hadas, no es posible representar el mito del canibalismo totémico con el padre y es sustituido por el lobo ¿Y la abuela? La abuela es la figura materna perpetuamente pasiva ante las agresiones del padre. Sin embargo, está dentro de él y renace (al final del cuento) junto con Caperucita para observar a otra figura paterna que representaría al ideal del yo. El lobo es el padre agresivo y descuidado; el leñador es el padre responsable que impone su fuerza para hacer justicia.

En el comienzo del cuento, el lobo dice a Caperucita: “Mira qué flores más bonitas hay por aquí ¿Por qué no te fijas en las cosas bellas que hay a tu alrededor?”. Aquí el narrador remarca la ineptitud de la niña para apreciar lo que tiene frente de ella. Si no es capaz de observar lo bellas que son las flores, no será capaz de ver al lobo en las ropas de su abuela. Aquí el lobo es seductor y Caperucita se engancha en el juego. Más adelante, ignora que lo que está en la cama de su abuela no es ella sino un lobo, aquí se subraya (por segunda vez) la ingenuidad de la niña con la famosa serie de preguntas: “¿Por qué tienes ojos tan grandes?” Y termina con la pregunta: “¿Y por qué tienes una boca tan grande?”, a lo que el lobo responde: “¡Para comerte mejor!”… ¿Qué quiere decir el lobo con comerte mejor? Implica que es más placentero devorar a Caperucita tras el juego de la seducción. Pudo haber engullido a la niña en el bosque; pero el lobo no responde a sus instintos primitivos, sino que aplaza la comida para intensificar su placer. El lobo es más maduro que Caperucita, es más sabio y rapaz. Se convierte en un personaje destructor que ha sido el objeto de elección de la niña. El animal representa todas las características del ello: es asocial, violento y egoísta. Mientras que el leñador es asociado a las virtudes del yo: es generoso, reflexivo y protector. Y Caperucita no es ni el ello ni el yo. Reconoce a ambos, pero cede ante las pulsiones del primero. Se deja devorar porque sabe que merece el castigo por haber dejado que el lobo se coma a su abuela (figura materna), pues Caperucita busca la sustitución para resolver su Edipo, pero, a falta de pensamiento crítico, la niña se deja devorar al reconocer que no será capaz de satisfacer las demandas del padre.

Bettelheim resume en su Psicoanálisis de cuentos de hadas (2008) lo que Caperucita es para nosotros:

… habla de pasiones humanas, de voracidad oral, y de deseos agresivos y sexuales en la pubertad. Opone la oralidad controlada del niño maduro (la comida agradable que lleva a la abuela) a su forma más primitiva (el lobo que devora a la abuela y a la niña). Gracias a la violencia, incluyendo la que salva a las dos mujeres y destruye al lobo cortándole la barriga y poniéndolo después piedras en su interior, el cuento no muestra el mundo de color de rosa. La historia termina cuando todos los personajes –niña, madre, abuela, cazador y lobo- “hacen lo que les corresponde”: el lobo intenta escapar y muere, después de lo cual el cazador le saca la piel y se la lleva a casa; la abuela se come lo que Caperucita ha traído; y la niña aprende la lección (…) Lejos de que otros lo hagan por ella, la experiencia de Caperucita la lleva a cambiar, puesto que promete “…y no saldré del camino cuando vaya sola por el bosque” (Bettelheim, 2008)

El Hombre de los Lobos pudo haberse identificado con la ingenuidad de Caperucita. Sin embargo, al final del cuento reconoce la muerte del lobo a manos del leñador, que llena al animal de piedras después de haber abierto el estómago para dejar salir a la abuela y la niña. La muerte del lobo permite disminuir la angustia que se sufre ante la identificación, pero existe una relación entre la fijación que el paciente tiene y lo que el cuento describe. Devorar es un acto sexual en el que la persona se somete a los placeres de otro. Si el Hombre de los Lobos presenció la escena primaria es posible que la haya aprehendido como una experiencia violenta, pues la manera en que Freud describe el coitus a tergo more ferarum es una posición de sometimiento. Dentro de la experiencia, se supone que hay gritos y una respiración excitada que el paciente luego asociará para disminuir la angustia durante sus rituales. Pero la historia de Caperucita insinúa la idea del embarazo, pues hay dos escenas en la que la panza del lobo está llena: con la abuela y la niña, y con piedras. De la primera podemos extraer el renacimiento simbólico que, ahora, Caperucita resurge del estómago como una niña que ha resuelto su Edipo –algo nuevo es aprendido de haberse dejado llevar por sus impulsos libidinales-, y tiene dentro de sí el componente masculino agresivo y la pasividad femenina. Todo apunta a que Caperucita será una púber seductoramente pasiva, una femme fatale. Y cuando se describe la escena en la que el leñador llena de piedras al lobo, representa el desecho de las pulsiones a las que fue sometida. Al final, el cazador conserva la piel (único objeto irreconocible durante el diálogo con el lobo) como premio. Así pues, el yo se viste de ello. La piel siendo el elemento que enmascara el verdadero cuerpo del discurso animal. La voracidad oral es lo que es destruido al final.

La muerte para el niño personifica la inutilidad del cuerpo. Un cuerpo viejo merece morir porque “es inútil”. Entonces se piensa a sí mismo como más útil, pues la juventud es la personificación de la vitalidad en el sujeto: un niño tiene más vida que un viejo. Cuando en realidad el viejo es viejo por un exceso de vida, pero el niño percibe su falta de experiencia de vida como una intensificación de posibilidades experienciales. El Hombre de los Lobos llega al análisis hablando de su niño jovial que quiere ser devorado por el padre y dejarse ser seducido por su hermana, ya que la figura materna es pasiva (como la abuela de Caperucita). En el cuento, la capa es roja y demasiado grande para la niña, pero aun así la usa y describen los hermanos Grimm que “no quiere ponerse nada más”; ésta capa es la desorbitante sexualidad que Caperucita engendra y que se rehúsa a reprimir. Freud quiere ser el cazador que llega en el momento adecuado para salvar a la niña, que deja que el lobo la engulla para que así aprenda su lección. Pero ignora que el Hombre de los Lobos nunca cedió a sus impulsos, sino que huyó de ellos, es una Caperucita obediente. Es un cuento de hadas humano porque demuestra la debilidad de Caperucita ante un objeto tan apetecible. El verdadero gozo podría ser dejarse ser devorado por los impulsos (masoquismo), pero hay una moraleja más importante: el renacer. Caperucita renace para observar sádicamente el castigo que se le aplica al lobo. En principio, la niña no merece ser salvada: es desobediente y caprichosa e ingenua. Pero el cazador, padre responsable, enseña una lección a Caperucita. El cazador es el portador del secreto: dejarse castigar para aprender la moraleja.

El Hombre de los Lobos se sitúa como Caperucita en el diván; se deja seducir por las fauces de la interpretación de los sueños, pues desea ser seducido y devorado por el discurso del analista; se encierra en la oscuridad de la barriga de su propia ansiedad y espera al cazador. Pero Freud es punitivo, patea la panza del lobo y lo deja procesar junto con la figura materna pasiva. Entonces, decide no abrir al animal sino dejarlo encerrado en la figura paterna, el lobo. Freud únicamente desuella al padre y se viste con su piel, mientras que deja al Hombre de los Lobos con una moraleja muy distinta a la del cuento: “no debes desobedecer a la autoridad, cualquiera que sea”.

4° Tiempo (o Capítulo IV: ¡Caperucita engendra al lobo!).

El Hombre de los Lobos es el falso-triunfo de Freud al querer resolver la neurosis infantil del paciente, lo vuelve en un psicótico-neurotizado. Condensa todos los anhelos y pulsiones de la persona en una falsa identificación. Devela sólo la información que es necesaria para hacer justicia, como lo hace el cazador punitivo. No presenta los datos que pudieron haber influido en el paciente, como el entorno social. Pues los lobos del sueño bien pudieron ser los bolcheviques que se aproximaban a su ciudad. El paciente es un aristócrata ruso que está a punto de sufrir grandes cambios. Pero, al hacer un rizoma del capítulo II y III del ensayo, se llega a una conclusión diferente: el Hombre de los Lobos se identifica con la ilustración de la estampa. Él anhela ser el padre en su propio Sujeto, someter a su figura materna (hermana mayor), dejarse llevar por los impulsos y juegos de seducción que experimenta. El Hombre de los Lobos quiere ser lobo.

Quiere ser lobo porque el lobo somete, representa un secreto que hace un devenir-acción de todas sus actuaciones; se rige bajo su propia ley. Y, a su manera, logra ser lobo, y no “sólo uno sin(o) varios lobos”. Cada uno de ellos con un discurso y lenguaje diferente. Es un sueño de angustia porque le es difícil aceptar que ha logrado una identificación con la manada. El Hombre de los Lobos es un lobezno asustadizo que se ve a sí mismo como futura parte de la manada. El sueño podría representar una prueba que la multiplicidad exime sobre él para hacerlo formar parte de esta, pues nunca concluye en ataque o agresión, sino en mirada. El hecho de que los lobos no ataquen al paciente es porque están esperando a que él actúe como parte de ellos para formar parte de la manada. La primera huida es vivenciada como angustiante porque el cachorro no sabe que no es una persecución sino un juego, un entrenamiento. En el sueño no hay un espejo o identidad humana que nos asegure que el Hombre de los Lobos no es un lobo. Éste es el secreto que los demás animales conocen y él ignora. Pues los únicos que pueden observar al Hombre de los Lobos son los lobos. La angustia se presenta al despertar, no ante la mirada pasiva de los animales sobre el árbol.

¿Y por qué el paciente no se identifica como lobo? No se ve a sí mismo correr en cuatro patas o que la luna refleja un pelaje blanco. El ser lobo es el anhelo oculto que se presenta en la representación onírica. Si “el soñar es recordar, aunque bajo las condiciones del estado de reposo y la producción onírica” (Freud, 1914), el sueño remite al protagonista a una época que se vivió como real. El sueño es tan real como los síntomas que produce en la consciencia. El ser lobo hubiese significado sobreponerse ante las fuerzas físicas y reales de las agresiones que experimentaba el paciente; revelarse ante la hermana seductora y castigadora; eliminar al padre de la triada y situarse como el macho alfa. Pero, de nuevo, los lobos son multiplicidad-manada. El niño, de haber sido lobo, trabajaría en función de un cuerpo social más amplio. Más adelante, su devoción a un Dios no es un ejercicio de fe sino un ejercicio de sometimiento ante la identificación de un cuerpo más grande que él. El sueño expía connotaciones que buscan ser liberadas, la huida y la mirada no son agresiones sino juegos de la manada sobre el lobezno ¿Y qué es lo que quiere el cachorro? Afecto, amor que no encuentra en la conciencia por ello debe recurrir al inconsciente para encontrarlo: amor de la manada, ya sea de la manada-familia o la manada-social. El Hombre de los Lobos es repudiado y carente de afecto por su condición pasiva que soluciona de manera agresiva.

Y, ¿qué quiere decir amar a alguien? “Captarlo siempre en una masa, extraerlo de un grupo aunque sea restringido, del que forma parte, aunque sólo sea por su familia o por otra cosa; y, después buscar sus propias manadas, las multiplicidades con las que encierra en sí mismo, y que quizá son de una naturaleza totalmente distinta. Juntarlas con las mías, hacer que penetren en las mías, y penetrar las suyas. Bocas celestes, multiplicidades de multiplicidades. Todo amor es un ejercicio de despersonalización en un cuerpo sin órganos a crear (…) horda de lobos en la garganta de alguien, multiplicidad de anos en el ano, la boca o el ojo hacia el que uno se inclina ¡Cada uno pasa por tantos cuerpos en su propio cuerpo!” (Deleuze y Guattari, 2010).

¡Qué terrible no ser amado por los demás! Y, peor aún, ¡qué terrible no ser amado por uno mismo! El Hombre de los Lobos no logra el narcisismo primario requerido, ni un masoquismo bien elaborado. Es un sádico de su propia psique que disfruta ser masoquista. Disfruta ver cómo otros infringen dolor sobre él, pero desde una perspectiva voyerista. Se despersonaliza al amar a quien lo agrede y se pone en el lugar del Otro. Para él, no hay enunciado individual sino agenciamientos maquínicos productores de enunciados. Habla a través de otros y nunca es escuchado ni por su padre, su madre, su hermana o Freud. Todos ellos disfrutan de verlo sufrir. Lo tratan como cachorro siendo adulto. Se lame las patas y baja el hocico para ser abofeteado por el amo, ya sea Dios, Freud, su padre o su hermana. Siempre anhelando la cabeza en la manada, pero haciendo nada para sobreponerse. Es un lobo que no se ve a sí mismo como uno. Perpetuo cachorro engrandecido. La identificación que busca no es con un objeto externo específico sino con un devenir-propósito dentro de sí, carece de significante su secreto y se mantiene de tal forma que el sueño se angustia se extiende a la consciencia.

Como en el panal fortuito, el lobo es un hexágono que sin su manada no forma panal. Pero ni siquiera es capaz de entrar al hexágono para significar su propia existencia. El panal es la manada y lo mira fijamente sin reconocerse a sí mismo como parte de uno. Lo que constituye a la representación no es la estática de los animales sobre el árbol (que bien también podría representar a un panal porque los con-tiene) sino la falta de acercamiento ante el miedo. El devenir-lobo ejerce una actuación instintiva sobre el sujeto: huyo y no me muevo, supervivencia elaborada. La primera acción es un mecanismo primitivo de huida que se observa cuando se aísla a un sujeto de su manada; la segunda es un afrontamiento ante la agresión. El Cuerpo Sin Órganos no llega a completarse porque el lobezno no se enfrenta a su propia manada: el Hombre de los Lobos no se enfrenta a su propia identificación, la hombría. Todas las características que anhela poseer están ya dentro de él, las utiliza sin saber que son virtuosas y las desplaza, caprichosamente, a otros objetos. El analista omite la enormidad de sus multiplicidades y la identificación que emite el Hombre de los Lobos.

Freud no puede con las multiplicidades, es determinista. Cuando su colega, Jung, le señala en contadas ocasiones la importancia de las multitudes y su discurso individual, no colectivo –de horda-, Freud pone el pie firme sobre su triada. Es por ello por lo que no puede ayudar al Hombre de los Lobos. En la historia del sueño se rebusca una identificación con la manada, inclusive la mirada remite a un reflejo: ¡El Hombre de los Lobos es un lobo! Es por medio del rizoma deleuziano que se apunta la identificación correcta; el rizoma permite la unificación de multiplicidades explicadas en la representación onírica. Si la “producción onírica” es inconsciente pero el “soñar es recordar”, el recuerdo es la producción onírica del sueño. Es decir, que se construye a partir del recuerdo, de lo tangible e identificable. No podemos conocer lo desconocido. Pero se puede ejercer un devenir-pensamiento que produzca lo que se anhela a partir de la falta. Y el Hombre de los Lobos carece (falta) de amor. Es tan clara su necesidad de afecto que la multiplica en el sueño: “anhelo ser amado no por uno, sino 6 ó 7 lobos”. Se ve a sí mismo como un cachorro indefenso que no comprende los retos de la manada, aunque la multiplicidad esté en constante guardia de su huida. A falta de un afrontamiento consigo mismo, el Hombre de los Lobos vive a través de otros. Hubiese sido necesario que lograse integrar la multiplicidad de sus identificaciones para verse interactuar con otros de su especie.

Por último, debemos notar que el Hombre de los Lobos carece del afecto social que anhela; es rechazado por amigos y familiares. Llora a desplazamientos y no a los objetos reales. Carece de presente porque vive en el pasado. Se siente capaz de lograr lo que los otros limitan en él. Por lo tanto, está satisfecho consigo mismo hasta que logra lo que se espera de él. Hay tanto detrás del Hombre de los Lobos que es desperdiciado y anulado por su propia manada. Es un mundo entero de multiplicidades.

Pero no todo es culpa del analista, el Hombre de los Lobos no se puede identificar a sí mismo como un devenir-Sujeto. Pero es un hombre, no un niño de los lobos. Forma parte de una manada de la que él mismo no se puede identificar. En su vida adulta, abandona todo lazo para crear su propia persona. Bien. Pero, durante el esquizoanálisis, el Hombre de los Lobos perdura el discurso de su neurosis infantil. Es caprichoso e ingenuo, como Caperucita. Se ve a sí mismo como la niña con capa roja, que es demasiado grande para cargarla, pero se fija en ella. Cuando en realidad, ¡el Hombre de los Lobos es un lobo!

Bibliografías

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  • Pintura: Doré, G. (c. 1862). The Disguised Wolf in Bed. National Gallery of Victoria: Australia.

[1] Apéndice:

El presente trabajo se divide en 4 capítulos. Está escrito en forma de rizoma deleuziano, el cual busca provocar interconexiones a partir de la interacción primaria con el discurso anterior; se crea una totalidad de representaciones a partir de la pasada. El rizoma es un todo que cambia sin modificar su estructura, sino se suma a la esencia primera. Ya que le fue imposible al autor encontrar un tratamiento en el que el paciente se hallara en completa remisión de su sintomatología, se utiliza éste método para esclarecer el Caso de una Neurosis Infantil de Freud (1914-1918), mejor conocida como El Hombre de los Lobos. El propósito de una elaboración crítica es proponer una alternativa profesional a un caso que ha permanecido inconcluso por más de cien años. Ya no se busca “curar” al paciente, sino re-aprender de los errores del analista.

El primer capítulo (ó, 1.- Introducción: Y en el comienzo, y el en discurso, soy), diserta las conclusiones del Caso de la Neurosis Infantil a partir de lo que Freud estima del sueño. Utiliza metáforas para desenredar el complejo inconsciente del paciente y manifestar una alternativa diferente sobre lo que expresó durante el tratamiento psicoanalítico. A diferencia (y con) el segundo capítulo (ó, 2.- Desarrollo: el Panal Fortuito), se converge la representación simbólica de la zoofobia que manifestó el paciente, anudando el rizoma del primer capítulo y dando como resultado la explicación gráfica de lo que es el rizoma deleuziano en sí. Se desmiembra la tríada freudiana para ponerla en un plano tridimensional y explicar el posicionamiento de los componentes del Sujeto ante el analista. Por último, se construye el verbo del devenir-sujeto-propósito para develar el secreto que se ajusta a la representación onírica del paciente.

El tercer capítulo (ó, 3.- Freud como el cazador renegado: desollamiento de las pieles animales como castigo al ingenuo masoquista) segmenta los componentes del cuento de hadas que trata el caso de Freud para agenciar un tercer rizoma a la metáfora de la sugestión psicoanalítica. Se presenta una reforma sobre el pronombre que otorga el analista al Sujeto. El propósito es de-construir la historia de Caperucita Roja para entender los fallos y las condensaciones pictóricas que supone atribuir al paciente a lo largo del tratamiento. Aquí se esclarecerá el error del analista, eximiendo los errores que, a falta de un supuesto Saber, ejerce otro subjetivo y enjuicia la condición psíquica del sujeto. Se suma una totalidad a la esencia rizomática.

El último capítulo (ó, 4.- Conclusión: ¡Caperucita engendra al lobo!) declara el compuesto final del rizoma para proponer una relectura del caso, en la que la identificación supuesta por Freud es equívoca a partir de una constitución determinista que limita el verdadero discurso del paciente durante el análisis. El Hombre de los Lobos es el resultado del animismo infantil reconstruido en un periodo tardío. Pues, durante su infancia, no se anclan los componentes que manifiesta durante la adultez. La principal crítica que se le hace al autor es la supuesta experiencia de la escena primaria del paciente. Puesto que, a partir de ella, se construye el caso… Ahora, ¡de-construyámoslo!