Por: Alejandra Vargas
Para empezar este trabajo, me gustaría invitarte a tomar un minuto para preguntarte y evocar: ¿qué sientes cuando alguien que quieres acaricia tu piel? Seguramente es una sensación distinta al dolor agudo y repentino al ser picado por un insecto, a la intensidad del sol quemando tu piel o a la punzante sensación de una aguja tatuando la piel pegada al hueso. Ulnik (2011, p. 34) nos diría que “excitaciones, ideas y recuerdos antiguos o también asociaciones nuevas pueden ser revividos o despertados por un simple contacto físico en la piel”.
En nuestro día a día, nos relacionamos con todo lo que nos rodea a través de la piel; le damos sentido al mundo y a nuestras percepciones gracias a ella. Nos sirve como una barrera que contiene nuestros órganos internos y que incluso nos permite decir “no” a través de lo físico. No hay que dejar de lado que en nuestro diván o en la virtualidad tenemos pacientes con distintas maneras de habitar su piel y de expresarse en y a través del cuerpo. El propósito de este escrito es reflexionar en conjunto, a manera de asociación libre, diferentes dimensiones en las que la piel influye en la psique y viceversa. Debido al tiempo, será objetivo para otro trabajo profundizar al respecto de cada una.
Comenzaré con el inicio de la vida; la piel es lo primero de nuestro cuerpo que entra en contacto con un otro al nacer y sin duda, está presente mucho antes que se originen algunas estructuras psíquicas. Al decir que “la piel es la zona erógena por excelencia” Freud (1905, en Ulnik, 2011, p. 26) estaría de acuerdo con que esta tiene un papel importante en el desarrollo del psiquismo. Es estimulada por medio del contacto que los objetos primarios proporcionan al bebé durante el baño, al ser acariciado o regañado, durante actividades lúdicas, con la succión del pulgar, el calor o el dolor ante heridas y enfermedades (Ulnik, 2011).
Podríamos pensar también en la teoría de Winnicott sobre el holding y el handling o en la de Bion sobre continente-contenido. Con sus semejanzas y complementariedades, es evidente que el contacto con la piel y con el cuerpo del bebé dan una contención que éste puede paulatinamente introyectar para crear los bordes de su mundo interno, para nombrar lo que siente y para distinguirse de un otro.
¿Qué pasa cuando no hay algo o alguien que toque, acaricie, cargue y cuide al bebé? Freud planteaba que la pulsión de muerte “se dedicaría a destruir su propia morada orgánica” (1933, en Vangieri, 2022). Es decir, que la pulsión de muerte invadiría al cuerpo y canalizaría en éste su cualidad destructiva atacándolo. Vangieri (2022) explica que esto puede ocurrir cuando su liga con el impulso de vida se separa o si su ligazón fuera desproporcionada; en consecuencia, el impulso de muerte podría dificultar la simbolización o alterar el manejo económico psíquico.
Por su parte, a través de la observación de lactantes, Esther Bick (1970) sugirió que, al principio de la vida, no hay una distinción entre las partes que forman la personalidad y el cuerpo; estas se experimentan como si no tuvieran la fuerza necesaria para mantenerse unidas. Por ello, la piel tanto del bebé como de sus cuidadores primarios funciona como un límite que facilitará que el infante pueda introyectar a un objeto bueno que proporcione la función de contención. La identificación con éste permite pasar de la no integración a las fantasías de mundo interno y externo, es decir, fantasías sobre un espacio en el interior del Self (Bick, 1970).
Para Bick (1970) durante el estado infantil no integrado, el bebé busca desesperadamente un objeto contenedor que vive como si fuera una piel; su objetivo es proporcionarle la sensación de que une las partes de su personalidad; este objeto suele ser la madre que lo carga y sostiene, su olor conocido y el pezón en su boca. Cuando dicho objeto no realiza adecuadamente la función o bien, cuando es atacado, se dificulta la proyección, entonces, para salvaguardarse, el bebé generará una especie de “segunda piel” que intentará reemplazar como continente al objeto que no logra velar por sus necesidades. En estos casos, se pueden observar problemáticas en la lactancia que dificultan los procesos de integración y organización de todo el desarrollo. En consecuencia, habrá trastornos de la no integración total o parcial, del movimiento, los procesos mentales, la postura y la comunicación (Bick, 1970).
Bajo una línea similar, para Anzieu (2007), las experiencias y estímulos sensoriales recibidos mediante la piel sentarán las bases para la creación de nuestro aparato psíquico. Estas vivencias tanto internas como externas serán moldeadas por los objetos primarios, lo cual ayudará a que el sujeto pueda desarrollar su capacidad simbólica. Gracias a ella, transformará las vivencias sensoriales a fantasías y pensamientos (Anzieu, 2007).
Las mismas experiencias sensoriales, dan lugar al Yo-piel el cual se encargará de recibir, percibir, proteger, integrar sensaciones, dar soporte y cohesionar al Yo. Tiene un lado interno y otro externo que distingue lo de adentro y lo de afuera a la vez que funciona como continente y gracias a éste, se conformará el Yo pensante (Anzieu, 2007, p. ).
En nuestro lenguaje metafórico existen frases como “estar en el pellejo del otro” que hacen alusión a lo que el cuerpo representa, sostiene y comunica. Ya decía Lacan que la piel es la forma en la que se siente al cuerpo (Vangieri, 2022). La piel acompaña los cambios del Yo. Por ejemplo, se estira con nosotros, aumenta o disminuye de volumen, se mancha y arruga con el paso del tiempo. Esto va de la mano con lo que Anzieu (1987) propone: los estímulos que recibimos en la piel le dan al aparato psíquico las representaciones que van formando al Yo y a sus funciones. No hay que olvidar que de ellas deriva también la identidad en todo su dinamismo.
Hasta ahora, los autores ya mencionados resaltan el papel de la relación del sujeto con el medio que lo rodea; aquel que se encuentra fuera de sí. No olvidemos que el bebé llega a un mundo ya conformado, lo que necesita ahora es traducirlo, entenderlo y vivirlo para significarlo y significarse subjetivamente. No es coincidencia que toque personas y cosas para conocerlas. Ulnik (2011) explica que existe una pulsión de tocar; de estar en contacto con la piel de otro y puede deberse a un objetivo sexual pregenital.
Por otro lado, en términos de “enlace libidinal”, introyectar al objeto permite la identificación con un otro; esto se da a nivel simbólico, pero la piel puede jugar un rol importante al convertirse en aquello que envuelve o es envuelto para buscar, de manera concreta y literal, identificarse con ese otro casi a manera de mimetización; esto es definido por Meltzer como la identificación adhesiva (Ulnik, 2011). Este concepto implica una identificación muy intensa entre sujeto y objeto, similar a estar pegados piel con piel. En adolescentes esto podría observarse en la profunda identificación que establecen con sus pares adoptando la misma vestimenta o alterando su cuerpo con perforaciones, tatuajes y cambios de imagen. En pacientes limítrofes podría relacionarse con la fusión emocional de alta intensidad que pueden experimentar con otras personas.
Ya hablamos del Yo, ¿qué pasa con el SuperYó? Kantor (2019) considera que la piel incide en la constitución de dicha instancia psíquica. Para este autor, la piel y sus cualidades están presentes en lo que calificamos como bueno o malo; el tono de la tez entra en este prejuicio y puede tener un valor importante para el Ideal del Yo.
Para que, como analistas, nuestra experiencia subjetiva no impacte de manera negativa en nuestra consulta, Bruce (en Kantor, 2919) sugiere tener presente no dejar de lado el material y las asociaciones que el paciente hace en torno al racismo o a la piel pues podríamos tener discursos racistas internalizados. Yo añado que siempre es útil preguntarnos cómo nos sentimos o abordamos estas temáticas en espacios tanto públicos como privados y qué nos dice nuestro Superyó al respecto.
Adicionalmente, no se puede hablar de mente-cuerpo sin tomar en cuenta las afecciones psicosomáticas. La medicina y la psicología han juntado sus caminos con disciplinas como la psicodermatología que se especializa en los casos en los que existe un factor psicológico subyacente a enfermedades dermatológicas y se ha visto que aquellos que las padecen suelen sufrir trastornos psiquiátricos y psíquicos un 20% más que la demás población. (Rumbo y Castellano, 2017). La medicina psicocutánea creó el “modelo dinámico de vulnerabilidad “que correlaciona la cantidad de vivencias estresantes en la vida de una persona con el grado de vulnerabilidad que tiene de padecer una enfermedad en la piel. Sin embargo, para que ésta aparezca, se requiere que haya una vulnerabilidad determinada para un trastorno específico y una mala adaptación (Rumbo y Castellano, 2017).
Por su parte, la Psicosomática se ha encargado de estudiar la relación entre las manifestaciones corporales y la psique, pero su definición misma varía de una escuela psicoanalítica a otra. Podría decirse que lo psicosomático aparece en una parte del cuerpo no específica puesto que lo que falta es la simbolización de esa expresión, contrario a lo que ocurre en la conversión histérica (Vangieri, 2022).
Para la escuela de París (Apellidos, años), las personas con enfermedades psicosomáticas presentan características claras y diferentes como para pensar no tanto en síntomas, sino en que constituyen una organización de la personalidad como las ya clásicas neurosis y psicosis. Habría entonces una marcada distinción con respecto a la conversión ya que, para estos teóricos, en la estructura de personalidad psicosomática, el cuerpo cual víctima, sufre, mientras que, en la conversión, el cuerpo es un instrumento a través del cual, se comunica lo simbolizado inconsciente (Vangieri, 2022). Por mi parte, concuerdo con Sousa Bras Vilar Soares (año) en que, si éstas no tuvieran sentido alguno, no las podríamos estudiar y abordar desde el Psicoanálisis (Vangieri, 2022).
Joyce McDougall (en Vangieri, 2022) sugiere una perspectiva diferente, argumentando que el fenómeno psicosomático no se trata de una organización, si no que ocurre como defensa ante angustias psicóticas o narcisistas puesto que, cuando se experimenta un desamparo psíquico intenso, las defensas usuales fallan, colocando en el cuerpo el dolor emocional (Vangieri, 2022). A esto, Botella añade su propia interpretación destacando que “cuando progresa el ruido somático, el ruido psíquico disminuye” (en Vangieri, 2022, p.53).
Por otro lado, Chiozza (2007) considera que las enfermedades del cuerpo manifiestan un lenguaje propio que surge del inconsciente y que se moldea en un entorno cultural determinado. Cada parte del cuerpo tiene un tipo de fantasía específica. Así, el ojo posee fantasías visuales y al mirar cosas distantes que no podemos tocar, acaricia con la mirada. La piel como, como reflejo de impulsos sexuales, puede exhibir reacciones que simbólicamente representan la intensidad de estas emociones, como enrojecimiento o calor (Chiozza, 2007).
Para Anzieu (2007) las enfermedades cutáneas se relacionan con una alteración en alguna de las funciones del Yo o por fallas narcisistas. Piensa, por ejemplo, que se deben a la prohibición de tocar que consiste en haber recibido demasiado contacto y cuidado materno, lo cual tendría como consecuencia una intrusión que obstaculiza que el niño cree su propia envoltura psíquica o al revés, haber sido privado de cuidado y contacto físico, lo cual implicaría una prohibición fuerte ante la idea de estar pegado al cuerpo de un objeto.
Dentro de los psicosomático existen muchas teorías basadas en la observación de pacientes en la clínica. Por ejemplo, Spitz descubrió que los niños que enfermaban de dermatitis atópica a partir de los 6 meses de edad, solían tener madres con miedo de tocarlos, pero cuya angustia encubría rechazo; la falta de contacto físico podía significar que el niño no distinguía del todo a su mamá de un desconocido, pero este padecimiento desaparecía con la capacidad de moverse ya que el niño podría independizarse un poco de la necesidad de tener a mamá muy cerca (Ulnik, 2011).
Por su parte, Pichón Riviére explica el prurito como una manifestación cutánea en la que ha sido desplazado del ano a la piel y el rascarse equivaldría a la masturbación de la dicha zona debido a una fuerte represión anal (Ulnik, 2011).
La teoría con la que más concuerdo es la de Schur (en Ulnik, 2011) para quien, cuando el Yo no puede utilizar el proceso secundario para pensar, se regresiona fisiológicamente mediante la resomatización. En él, se alcanzan estados preverbales donde lo que se busca es la descarga como si se tratara de angustia u hostilidad, culpa y autocastigo ya que se trata de períodos previos a la creación del Yo. Esta perspectiva me parece acertada porque supondría que ante ciertos estresores todos nos podemos regresionar, de modo que los síntomas psicosomáticos los podríamos experimentar todos.
Según López Sánchez, citado por Ulnik (2011), La alopecia no solo tiene causas físicas, sino también psicosomáticas. Se ha observado que frecuentemente afecta a personas con tendencias a la alexitimia, una disposición hacia la sumisión y pasividad, y quienes experimentan miedo a la agresión. Esta condición también se asocia con la adopción de un rol de víctima y sentimientos de miedo e impotencia.
Abordaré ahora algunas reflexiones macro sistémicas que envuelven y que son envueltas por la piel. Al realizar este trabajo, recordé la película de Pedro Almodóvar titulada “La piel que habito” (2011). A grandes rasgos, a manera de venganza, un hombre es sometido a un conjunto de operaciones que reasignan su sexo. Sin desearlo así, se convierte en una mujer atractiva que sufre los mismos abusos que, con su cuerpo masculino, realizó a otra mujer. Por otro lado, “Pieles” (2017) es una película que conecta a diferentes personas que nacieron con alteraciones físicas que repercuten severamente en su estilo de vida y en su forma de vincularse. Estas películas evocan la complejidad de vivir en un cuerpo que a veces se siente ajeno o limitante, ilustrando vívidamente la interacción entre la piel, la identidad y la percepción de uno mismo. Al igual que Foucault (2010, p.7) describe la inseparabilidad del cuerpo y el ser al decir “puedo irme hasta el fin del mundo, puedo esconderme (…) pero siempre estará allí donde yo estoy”. Estas narrativas cinematográficas resaltan cómo la piel actúa como un lienzo para nuestras utopías y desafíos humanos, una reflexión que se extiende hasta el espejo, donde confrontamos y construimos nuestra imagen deseada
El cuerpo y su expresión mediante la piel actúan las utopías humanas; esto se puede ver con las máscaras, el maquillaje, ropa y accesorios, rostros afeitados, operaciones y tatuajes que, al colocarse en el cuerpo, lo sacan de su propio espacio y lo dirigen a otro (Foucault, 2010). El espejo juega un papel importante en la percepción del cuerpo ya que es a través de él que se le puede dar un contorno y un espacio; a la vez, es en el espejo donde se coloca la experiencia utópica del cuerpo (Foucault, 2010). Es decir, podemos depositar en el reflejo del espejo aquello que queremos ser en apariencia.
¿Qué pasa con este malestar que nos lleva a modificar nuestro cuerpo y nuestra piel? Castelluccio (2013, en Vangieri, 2022) nombra “clínica del fenómeno” a aquellas muestras de padecimiento que no son apalabradas y que son otra forma de expresar angustia como en algunos casos las perforaciones, el branding que consiste en marcarse con fuego, bipartición de la lengua, las expansiones, tatuajes, pocketing que es la introducción de una barra de acero por debajo de la piel, las escarificaciones que son cortes profundos que dejan cicatrices muy notables o la trepanación del cráneo. Hoy en día es cada vez más recurrente leer o mirar estas modificaciones, por ejemplo, en quien altera su cuerpo y su piel para asemejarse más a un perro, a un extraterrestre o a una muñeca. Con estas prácticas, las personas rompen el lazo social encontrando goce autístico pues no buscan más allá de marcar la diferencia (Focchi, 2012 en Vangieri, 2022).
Este argumento no pretende embarcarnos en un debate sobre la libertad en la expresión de la identidad o el trastorno, sino invitarnos a pensar en la función que ejercen el cuerpo y la piel en la manifestación tanto de los procesos psíquicos como del conflicto del sujeto con el entorno socio-cultural en el que está inmerso. Esto partiendo de que la piel misma es la frontera que delimita y enlaza lo de adentro con lo de afuera.
Aunque comprendo que Castelluccio no generaliza, pienso que es importante no patologizar algunas de estas expresiones. Por ejemplo, los tatuajes. Si no, comprender su significación corporal y cutánea desde nuestra labor psicoanalítica y qué historias nos cuentan. Para Garma (1970, citado en Rosales, 2020) la ropa y los tatuajes pueden simbolizar la protección materna de los primeros años de vida o incluso, la sangre y la mucosidad que lo rodea al nacer. Aquí la piel como zona erógena sería el lienzo mediante el cual se elabora y rememora una experiencia significativa.
Es posible también que haya personas que no puedan crear representaciones psíquicas con la misma facilidad que otras. Para ellas, la piel será el espacio físico en el que elaborarán afectos y conflictos para lidiar de mejor manera con angustias primitivas, por ejemplo, mediante los tatuajes(Reisfield, 2004 en Rosales, 2020). Al tatuarse, transitar la experiencia del dolor puede vivirse como una prueba que debe superarse para pertenecer a un grupo social, para afirmar virilidad o como una manera de adueñarse del propio cuerpo, así, el tatuaje se vuelve una forma de identificación personal (Rosales, 2020). En este contexto, el tatuador suele asumir un papel terapéutico brindando cuidado y compañía durante el proceso que no solo alivia el dolor físico sino que también puede ser una forma de enfrentar el dolor emocional.
Esta idea de la transformación a través del arte del tatuaje se refleja en conclusiones de un estudio donde se exploraron las motivaciones detrás de las decisiones de los hombres de un Centro de Tratamiento de someterse a tatuajes y a otras modificaciones corporales. Se encontró que estas eran una manera de generar reconocimiento entre ellos y colocar en el afuera de manera visible y tangible el rechazo social que viven dentro (Hernández, 2010). La intención, es devolverse a sí mismos el poder de manejar sensaciones placenteras y displacenteras por voluntad propia; al mismo tiempo, al no tener un medio para canalizar verbalmente las emociones dolorosas como la angustia y el enojo, sus tatuajes, lesiones y perforaciones son intentos de elaboración mediante la piel para que la experiencia psíquica de la reclusión quede ahí y no adentro (Hernández, 2010).
Por otro lado, si hablamos de la piel y de la relación del sujeto con sus objetos, no podemos dejar de lado el plano sexo-afectivo. Sobre ello, Foucault dice:
“También el amor como el espejo y como la muerte, apacigua la utopía del cuerpo (…) Por eso es un pariente tan próximo de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte; y si a pesar de esas dos figuras peligrosas que lo rodean, si a uno le gusta tanto hacer el amor es porque, en el amor, el cuerpo está aquí (p. 18).”
No obstante, los discursos sociales son depositados en el cuerpo y en la piel para definir estándares de belleza y aceptación. Podemos pensar en las ideologías que se mueven alrededor de la piel y cómo esto va cambiando con el tiempo. Por ejemplo, los cuerpos redondos en Grecia, los pálidos en Europa o las pieles entintadas en el tatau polinesio. Asimismo, la influencia cultural es innegable en las formas de adornar la piel. Por ejemplo, García (2016) explica que, en Japón, las geishas no maquillan una parte de su nuca para asemejar un escote triangular; al ser visto, aviva el deseo sexual. Esa misma parte de la piel será catectizada de diferente manera según la zona geográfica, política, social-cultural e histórica en la que esté inmersa.
Para concluir, la piel habita nuestra consulta en diferentes modalidades y es asombroso ver su ajuste con el paso del tiempo. Por ejemplo, quienes trabajamos con niños y adolescentes no podemos negar la dicha y la nostalgia de ver a un paciente “dar el estirón”. En transferencia, la piel también hace ruido. La forma en que las personas se reclinan en el diván, lo que muestran con la ropa, cómo se expresan con el cuerpo y las fluctuaciones que hay durante una misma sesión, son asombrosas. Podríamos pensar también en el impacto del análisis en quienes deciden tatuarse, perforarse o retirarse una de éstas tras analizar un material, elaborarlo y resignificarlo. Considero que es ahí donde la palabra da voz a aquello colocado en la piel.
Finalmente, como Psicoanalistas nuestro trabajo está focalizado en el mundo interno del paciente. Incluso habemos quienes detrás del diván podemos perder la mirada mientras brindamos nuestra escucha como si el oído fuera nuestro instrumento central. Aunque en gran medida lo es, no hay que ignorar cuando algo capta nuestra mirada, pues el cuerpo demanda ser visto y articulado. Es probable que preguntar por alguna marca, movimiento u alteración corporal abra nuevos caminos que de otro modo no se hubieran tocado. En última instancia, este estudio demuestra que la piel, más que una mera frontera física, es un espacio de encuentro entre el yo interno y el mundo externo, un lienzo donde se entrelazan la psicodinamia y la experiencia humana.
Bibliografía
- Anzieu, D. (2007). El Yo-piel. Biblioteca Nueva.
- Bick, E. (1970). La experiencia de la piel en las relaciones de objeto tempranas. Revista de Psicoanálisis, 27(1), 111-117. http://publicaciones.apuruguay.org/index.php/rup/article/view/590/504
- Chiozza, L. (2007) ¿Por qué enfermamos? Libros del Zorzal.
- Foucault, M. (2010). El cuerpo utópico. Heteropatías. Nueva Visión.
- García, J. (2016) ¿Cuáles cuerpos? Revista Uruguaya de Psicoanálisis, 123, 13-19 https://www.apuruguay.org/apurevista/2010/16887247201612302.pdf
- Hernández, N. (2010). Reflexiones sobre Marcas en la Piel. Psicología Iberoamericana. 18(1), 38-46. https://www.redalyc.org/pdf/1339/133915936005.pdf
- Kantor, J. (2019). El Superyó Piel: Psicoanálisis y Racismo. Revista de Psicoanálisis, 24, 91-101. https://www.fepal.org/wp-content/uploads/087-esp.pdf
- Rosales, R. (2020). Aproximación psicoanalítica hacia el fenómeno del tatuaje. XII Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Argentina. Datos Editoriales
- Rumbo, J. y Castellano, E. (2017). Dermatología Psicosomática, la relación mente y piel. Enferm. Dermatol. 11(31), 7-10. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6324064.pdf
- Ulnik, J. (2011). El Psicoanálisis y la piel. Paidós.
- Vangieri, B. (2022). Tatuajes, autolesiones, fenómenos psicosomáticos. Letra viva.
- Imagen: Pexels/Patrick Gamelkoorn