Por: Jessica Macías
Resumen
Este trabajo explora el impacto del suicidio de los hijos en los padres y cómo esto se relaciona, a través de la transferencia, en los analistas que han tratado a pacientes suicidas. Se abordan las complejidades y repercusiones de estos eventos, buscando generar mayor conciencia para evitar prácticas poco éticas. Se citan estudios universitarios y de expertos que detallan las características comunes entre padres con hijos que han intentado suicidarse, como la ausencia de función paterna y comportamientos violentos. Además, se analizan las reacciones emocionales y de salud de las familias que enfrentan el duelo por suicidio, destacando la necesidad de apoyo y la reconstrucción de sus vidas. Se discute cómo el duelo por suicidio difiere de otros tipos de pérdida, siendo más prolongado y con impactos más severos en la salud física y emocional. Se señala el sentimiento de culpa persistente en los padres, quienes se consideran responsables de la situación. La investigación también destaca el impacto del suicidio en la identidad y práctica profesional de los terapeutas, exponiendo cómo estos eventos afectan su competencia y percepción de sí mismos. Globalmente, enfatiza la complejidad y el profundo impacto emocional del suicidio en padres, familias y terapeutas, destacando la importancia de la comprensión y el apoyo en estas situaciones.
Abstract
This essay explores the impact of children’s suicide on parents and how this relates, through transference, to analysts who have treated suicidal patients. It addresses the complexities and repercussions of these events, aiming to raise awareness to prevent unethical practices. University and expert studies are cited detailing common characteristics among parents with children who have attempted suicide, such as the absence of paternal function and violent behaviors. Additionally, it examines the emotional and health reactions of families facing the bereavement of suicide, highlighting the need for support and rebuilding their lives. It discusses how grieving for suicide differs from other types of loss, being more prolonged and having more severe impacts on physical and emotional health. It points out the persistent feeling of guilt in parents who consider themselves responsible for the situation. The research also highlights the impact of suicide on the identity and professional practice of therapists, exposing how these events affect their competence and self-perception. Overall, it emphasizes the complexity and deep emotional impact of suicide on parents, families, and therapists, underscoring the importance of understanding and support in these situations.
Adiós, hasta aquí llegué
El presente trabajo se escribió a partir de las siguientes preguntas: ¿Qué sucede con los padres cuyos hijos cometieron suicidio? Y ¿Cómo se juega la transferencia con los analistas que han tenido pacientes que se suicidaron? Considero importante abordar este tema para poder entender qué y a quiénes movilizan los pacientes suicidas, para así promover la discusión y generar mayor conciencia sobre el tema.
En 2017, alumnos de la Universidad Autónoma de Aguascalientes realizaron un estudio con 35 padres con al menos 1 hijo con tentativa suicida. Notaron que los padres se caracterizaban por la ausencia o el no ejercicio de la función paterna, percibían al hijo como una carga y tenían conductas violentas y de negligencia en la relación con el mismo. Por su parte, en las madres se observó violencia y hostilidad hacia sus hijos, seguido por un exceso de control y dominio, ambivalencia afectiva e intolerancia. (Vargas, et. al. 2019)
Igualmente, Spillane (2018) realizó un estudio en el que encontró tres aspectos principales en las familias que pasan por un duelo por suicidio. El primero fue la ocurrencia de dolor y reacciones de salud, así como los sentimientos de culpa, vergüenza, negación y tristeza extrema, además de sentirse enojados con el propio familiar que se suicidó. El segundo aspecto fue la necesidad de apoyo a raíz de los problemas psicológicos y físicos que experimentaron los miembros de la familia. Por último, la reconstrucción de su vida, en términos de comprender y aceptar lo sucedido, como también seguir avanzando en el área laboral, académico y social; aunque generalmente fue difícil experimentar pensamientos positivos.
Al contemplar estas dinámicas intrapsíquicas y familiares que Spillane (2018) destaca, podemos adentrarnos en la diversidad de reacciones frente a la muerte, así pues, no todos los acercamientos a la muerte causan el mismo impacto. Bowen (1998) sugiere que la muerte o desaparición de un integrante de la familia tiene efectos devastadores e irreparables a largo plazo. En particular, este autor expone que, en el suicidio, la intensidad con la que se manifiestan estas consecuencias están relacionadas según la importancia funcional del miembro en la familia, así como el modo en que realiza el acto. Esta perspectiva resalta la singularidad del duelo por suicidio, preparando el escenario para una exploración más profunda de sus características específicas.
Según diversos estudios en la literatura psicoanalítica, el duelo resultante del suicidio de un familiar o un paciente se distingue notablemente del provocado por otras formas de muerte. “Generalmente el duelo es más prolongado y se presentan peores problemas de salud, como desórdenes emocionales y físicos. La intensidad es aún mayor si no hubo un historial de intentos de suicidio previo” (Kõlves, 2019). Ross (2018) añade que la culpa o responsabilidad son especialmente prevalentes entre quienes enfrentan el suicidio de un ser querido, ya que buscan respuestas para poder comprender por qué ocurrió este acto inicialmente incomprensible. La dificultad de esta búsqueda se intensifica si el familiar es quien descubre el cuerpo, un evento que puede desencadenar efectos psicológicos profundos y duraderos, incluyendo episodios de pánico y síntomas de estrés postraumático. (Ross en Spillane, 2018).
Torraville (2000) arrojó luz sobre la realidad de los padres que enfrentan el intento de suicidio de un hijo, los cuales se describieron a sí mismos como emocionalmente traumatizados y en un estado de angustia constante por la posibilidad de repetición del acto. Esta situación los condujo a una hipervigilancia crónica, exacerbada por la combinación de culpa y miedo, lo que resultó en una percepción de manipulación por parte del hijo. Los padres informaron de la dificultad de establecer límites saludables debido a estos complejos sentimientos. Una madre describió la situación como una doble crisis, enfrentando no sólo el trauma secundario sino también el estrés añadido en la dinámica familiar y marital. Este intrincado entrelazamiento de emociones y dinámicas familiares nos lleva a considerar más profundamente las respuestas psicológicas y conductuales en situaciones de intento de suicidio, un aspecto crucial para entender la siguiente fase de nuestra discusión. A pesar de ser conscientes de que otorgarles privilegios especiales debilitaba su manera de criarlos, los padres encontraron muy desafiante y a veces imposible enfrentar a su hijo debido al estrés en la familia y el matrimonio.
Reflejando los complejos matices emocionales y familiares que emergen en el contexto del suicidio, la suicidología contemporánea ha acuñado el término superviviente para identificar a aquellos que sufren una pérdida por suicidio. Este enfoque dimensional del proceso del duelo considera diversas categorías de afectados: a) aquellos expuestos al suicidio, (es decir, aquellos que conocían o mantuvieron contacto con la persona), que presentan reacciones emocionales transitorias o fugaces; b) los afectados por el suicidio, quienes experimentaron angustia psicológica significativa después de la exposición; y c) los profundamente afligidos, cuya cercanía con el fallecido les lleva a enfrentar consecuencias personales y problemas de salud a largo plazo. (Schneidman, 1969).
Jordan (2017) destaca un aspecto singular del duelo por suicidio: la incertidumbre social sobre cómo interactuar con los familiares afectados. Este dilema plantea la pregunta de si los familiares de víctimas de suicidio requieren un trato diferenciado en comparación con quienes enfrentan otras formas de pérdida. La ambigüedad de las normas sociales, a menudo enmarcadas como tabú, deja a los familiares aislados en su dolor, anhelando un apoyo y consuelo que no siempre reciben. En particular, las madres que sobreviven al suicidio de un hijo experimentan lo que Quagliata (2015) describe como una ‘herida traumática o fractura psíquica’. Estos duelos, profundamente arraigados en lo inconsciente, representan un vacío en la trama de las representaciones psíquicas, de `lo no representable`, desafiando nuestra comprensión tradicional del duelo y la pérdida de objeto en el psicoanálisis.
Las características de estos duelos nos llevan a preguntarnos si serían elaborables a partir de un trabajo, el cual finalizaría una vez que se pudiera redistribuir la energía hacia otros objetos significativos de su vida. (Loitegui, 2008). En efecto, en términos de duelo normal así tendría que suceder. El padre o madre sobreviviente transita por estados de intensa aflicción en el proceso de ir aceptando la irreversibilidad de la pérdida. El duelo cumple con una tarea muy específica, devolver el equilibrio psíquico al doliente y que gradualmente puedan reorganizar sus vidas.
Continuando la exploración de las intrincadas dinámicas del duelo por sucidio, Bleichmar (1997) plantea una cuestión fundamental en la psicoterapia psicoanalítica de estas cuestiones: ¿Por qué algunos sobrevivientes quedan fijados a un objeto perdido o al ser querido que murió? Según el autor, son clave los sentimientos de culpa, ya que llevan a los sobrevivientes a revisitar constantemente el sentimiento de no haber cuidado adecuadamente al ser querido. La identificación con el hijo muerto obstaculiza la desinvestidura ligada al sufrimiento que padecía ese hijo, manteniendo a los padres atrapados en el sufrimiento y en los placeres que el hijo ya no podrá disfrutar. Bleichmar también destaca que los sobrevivientes representan el dolor como si ellos mismos pudieran experimentarlo […] el sufrimiento del sujeto, su pena, es una forma de mostrarse a sí mismos que se amó y se continúa amando al ser perdido, convirtiéndo estas representaciones en una defensa en contra de los sentimientos de culpa.
Ahora bien, particularmente en los padres se produce un renacimiento y reproducción del narcisismo propio con los hijos, a quienes se les atribuye toda una serie de perfecciones y se les encubren otros tantos defectos. El niño debe tener mejor suerte que ellos. De esta manera es como Freud nos introduce al concepto His majesty the baby, el cual hace referencia a que los padres transfieren a sus hijos este renacimiento del narcisismo propio como fuente de satisfacción, por lo que este niño debe cumplir los deseos irrealizados de sus padres.
Igualmente, Freud (1914/1984) dice: El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo resucitado de los padres.
Frente a una no-renuncia del yo ideal infantil, cuya no-resignación se refiere a no perder los privilegios de una perfección narcisista, moviliza en los padres el cuestionamiento ¿por qué a mí? – pregunta que se hacen frente a la muerte de un hijo, la cual enuncia y denuncia que tal imperfección existía y que ahora se impone como real. (Quagliata, 2015).
En Duelo y Melancolía, Freud afirma que “en el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo” (1915/1984). Sin embargo, no pudo responder si era posible salir del duelo cuando se trataba de la muerte de un hijo.
Considerando la compleja dinámica del narcisismo parental discutida anteriormente, la respuesta de los padres ante un intento suicida de su hijo se ve profundamente influenciada por estas dinámicas psicológicas. Así pues, la respuesta parental ante el intento suicida de su hijo se ve nublada por una gran negación, que corresponde con movilizar y reflejar la problemática a otras personas o situaciones, evitando lidiar con las consecuencias de dicho acto. Los padres refieren que sus hijos no se acercan a ellos o que como padres no saben cómo acercarse, que ellos han hecho lo que han podido, que ya están medicados, que a ellos no les tienen confianza para contarles sus problemas personales, que se encierran y se portan rebeldes. Muchas veces ante estas situaciones domina el miedo de no saber qué hacer, ya que cuando se ha hecho algo no se ha obtenido un buen resultado. Algunos padres refieren desconocer cómo lidiar con un problema así, prefieren dejarlo en manos de alguien a quien su hijo sí escuche, rezar, volcar la culpa al otro padre o a una crisis propia del desarrollo; por lo que en pocas ocasiones suelen acompañar a su hijo con un psicoterapeuta. Cuando ellos son referidos a tomar un proceso terapéutico individual o conjuntamente, responden que ellos no son los del problema, que no tienen tiempo o que no pueden costear ambos tratamientos (Quagliata, 2015).
Esta tendencia de los padres a desviar la responsabilidad o buscar soluciones externas plantea cuestiones importantes sobre el apoyo y la intervención terapéutica necesarios en estos casos, un aspecto que exploraremos a continuación. Así pues, la intensa experiencia emocional no es exclusiva de los padres. De manera similar, los analistas también enfrentan desafíos emocionales cuando sus pacientes se suicidan. A través de la transferencia, los pacientes depositan tanto objetos internos como externos al analista. Por lo tanto, se puede concluir que es una vivencia similar a la que experimentan los analistas cuyos pacientes cometen suicido.
Reflexionando sobre el impacto del suicidio en los padres, es importante considerar también su efecto devastador en los profesionales de la salud mental. Incluso para aquellos con años de experiencia, el suicidio de un analizando es uno de los peores escenarios posibles. Es un evento que marca la vida y la psique en todas sus áreas, y despierta el terror de lo inesperado, de lo que no alcanzó a representarse, a pensarse; lo que pasó directo al acto. (Rojo, et. al. 2018).
En este contexto, Gabbard (2003) destaca que los pacientes suicidas, debido a su naturaleza, exponen una vulnerabilidad particular en los analistas, desafiando su motivación y enfoque terapéutico. Normalmente visualizamos a los analizandos con ciertos conflictos intrapsíquicos pero que mayormente están motivados a comprender(se). Sin embargo, los pacientes suicidas han determinado que la vida tiene poco para ofrecer, y el análisis es una propuesta dudosa. ¿Qué insight podría entonces transformar la vida en un viaje que valga la pena ser vivido?
En el tratamiento analítico, las amenazas de suicidio pueden percibirse como ataques a la competencia y a la identidad misma del analista, representando una herida narcisista profunda.
Se han documentado casos en los que analistas, profundamente preocupados por sus pacientes suicidas, han adoptado medidas extremas (Apellidos, años). Estos incluyen llevar a los pacientes a sus hogares, tratándolos como miembros de la familia, e incluso involucrándolos en actividades cotidianas como salidas de vacaciones o cafés. En otros escenarios, algunos analistas han ofrecido terapia gratuita, compartiendo detalles de sus vidas personales y estableciendo numerosos contactos fuera del ámbito analítico. Las transgresiones de límites que ocurren con pacientes suicidas están directamente relacionadas con el mal manejo de la agresión y del odio. Más aún si el paciente suicida es víctima de un trauma infantil. Pacientes que tuvieron relaciones sexuales incestuosas con un padre, fueron encerrados en un closet por una madre, o fueron sometidos a un sinnúmero de otras variaciones de asesinatos del alma, como les llama Shengold (1979), internalizan introyectos abusivos que los persiguen a través de toda la vida. Por lo tanto, algunos analistas caen en una desidentificación con el agresor (Gabbard, 1997), el cual es un intento desesperado por rechazar toda conexión con una representación internalizada del objeto malo que atormenta al paciente.
Muchos pacientes en estas condiciones llegan al análisis con la expectativa de que merecen ser compensados por su pasado trágico a través de un tratamiento extraordinariamente especial por parte del analista (Davies y Frawley, 1992). El marco terapéutico puede ser vivido por ellos como carente y hasta sádico. Pueden insistir en que son necesarias demostraciones de afecto y preocupaciones más intensas, a título de prueba de que el analista no es tan monstruoso como sus padres.
Suele encontrarse que las ansiedades inconscientes del analista están en el centro de los impasses que se producen con pacientes suicidas. Estas ansiedades pueden estar relacionadas con un agudo sentimiento de la propia vulnerabilidad frente a la intensa destructividad del paciente. Muchos analistas sienten que su reputación quedará arruinada si un paciente se suicida. Otros pueden tener ansiedades primarias relacionadas con el abandono. Rosenfeld (1987) señaló que en situaciones de impasse, los analistas pueden manejar sus ansiedades entrando en colusión con un aspecto de la personalidad del paciente mientras que escinden o compartimentalizan todas las demás dimensiones del analizando. De esta manera, reacciones transferenciales-contratransferenciales psicóticas se pueden rigidizar y el analista puede paralizarse. Una serie de terribles “enactments” no-ortodoxos pueden parecer ser la única salida posible (Gabbard, 2003).
Esta interacción compleja entre las ansiedades del analista y las del paciente a menudo se manifiesta en emociones intensas, como el odio transferencial, el cual es común en los pacientes suicidas. Esto se relaciona con una profunda sensación de abandono, un intenso deseo de cercanía, pero también un temor de la misma porque amenaza con la aniquilación de ser engullidos. Estos pacientes emplean defensas que tienden a distanciarlos de los demás, predisponiéndolos a experimentar odio en la transferencia.
Un escenario adverso derivado del mal manejo de la agresión por parte del analista es el odio contratransferencial no reconocido hacia el paciente. Los analistas pueden comunicar inconscientemente a sus pacientes que no quieren verlos más. Federn (1929), argumentó que “sólo aquél cuya muerte es deseada por alguien se mata a sí mismo” (citado en Asch, 1980, p. 56), y ese alguien puede ser el analista.
El odio del terapeuta en la contratransferencia es un indicador de la compulsión de repetición del paciente suicida a involucrar a otros en relaciones de odio y por otro lado, a ser rechazado. Si el terapeuta no controla estas reacciones de odio, aumenta significativamente el riesgo de actuar estos impulsos. El analista evitará el compromiso con el paciente y se verá llevado a abandonar el tratamiento por completo, lo que invita al suicidio, puesto que estos pacientes tienen una gran incapacidad para tolerar el sentirse solos. Lo insidioso de esto es que puede adoptar la forma de una retirada sutil del analista respecto del paciente, a menudo fuera de la conciencia del primero, pero palpable para el segundo, que está muy en sintonía con el grado de compromiso o abandono del analista. (Goldblatt, 2020).
Parte de la furia y desesperación del analista puede ser en respuesta a la negativa y el fracaso del paciente a mejorar, frustrando así su esfuerzo omnipotente de curar. Igualmente, es común que los terapeutas pierdan de vista que la percepción de los pacientes que tienen sobre el suicidio difiere por completo de la suya. Normalmente lo perciben como una crisis y hacen cuanto pueden por disuadirlos. Los analizandos, mientras tanto, podrían pensar en el suicidio como algún tipo de salvación, una salida a una desesperación insoportable. Es decir, se desarrolló en su crecimiento como la única posibilidad para poder trascender al sentimiento que los abruma. Por lo tanto, hay un aspecto adaptativo en su fantasía suicida que logra preservarles un sentimiento de control y coherencia, y que los provee de fuerza para seguir viviendo.
En la novela The Moviegoer (1961), la crónicamente suicida Kate dice:
“Todos creen que yo me voy a suicidar. Qué chiste. Por supuesto que la verdad es exactamente lo opuesto: el suicidio es lo único que me mantiene viva. Cuando todo lo demás falla, lo único que tengo que hacer es considerar el suicidio y en dos segundos estoy alegre. Pero si no pudiera matarme –ah, entonces me mataría”.
Otros analistas, también se sacrificarán masoquistamente a un paciente suicida como una forma de demostrar el alcance de su preocupación. Algunos de nuestros colegas se hacen famosos por tratar a pacientes imposibles que ningún otro analista trataría. En tiempos en que tuvieron que soportar pérdidas personales recientes, los analistas pueden estar predispuestos a salvar al paciente a cualquier precio, en vez de tener que enfrentar esa pérdida que ya los viene aterrorizando (Gabbard, 1995).
Tillman (2006) señalaba tres aspectos identificados en el profesional que sobrevive el suicidio de uno de sus pacientes: 1) la pérdida traumática y el duelo, 2) una alteración en las relaciones interpersonales, y 3) una duda profunda en la identidad profesional. Señala que el suicidio de un paciente es una de las experiencias más traumáticas y provocadoras de rabia y humillación en la profesión; conduce a sentimientos de pérdida de competencia y prestigio; por lo que en la soledad de dichos sentimientos, los clínicos pueden sufrir inmensamente.
En conclusión, se estima que una muerte por suicidio logra afectar hasta 135 personas que conocían o mantuvieron relación con el fallecido. Estas personas pueden ser del círculo más cercano hasta los contactos sociales distantes, lo que significa que la posvención es una prioridad para la sociedad. (Cerel, 2008).
Nuestra escucha psicoanalítica con pacientes suicidas se ve movilizada por la urgencia de la situación y además por las fantasías inconscientes de cada analista respecto a la muerte, ya que inevitablemente, la muerte del otro nos recuerda nuestra propia muerte. El riesgo en esta situación, no es solo la posible decisión de morir del paciente sino también el riesgo de muerte de nuestra posición analítica. Las herramientas que introyectamos lentamente a lo largo de nuestra formación, como la escucha del inconsciente, la función de contención, el manejo de la contratransferencia, la constante supervisión y el análisis personal, son las herramientas que nos permiten no darle la espalda, sino “prestarle la oreja” al deseo de muerte y poder escucharlo a pesar de lo difícil que esto puede resultar. (Barembaum, 2017).
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