Por: Ana Favela

Introducción

Las dinámicas de poder que se juegan en las relaciones objetales y de género definitivamente permean todas las esferas de nuestra sociedad, incluyendo la esfera penal. Considero interesante pensar cómo se vinculan las relaciones objetales de este tipo con las conductas delictivas, que, a fin de cuentas, retroalimenta y pone en evidencia la normalización de la violencia en nuestro país.

Al indagar un poco sobre las razones por las cuales las mujeres cometen delitos, me sorprendí al escuchar, que muchas de ellas están en la cárcel “por amor”. ¿Cómo que por amor? me pregunto. Refieren haberse enamorado de la “persona equivocada”, quien las encaminó a tomar una serie de decisiones que culminaría con la privación de su libertad.

¿Será más bien, que, se habrán “equivocado en la persona amada”, y que éste es el resultado de un final inevitable? Es decir, se identificaron con una figura primaria devaluada y sometida a un otro, en una dinámica de poder y opresión, siendo, desde el principio mortífera y destructiva su introyección del amor.

A partir de mi experiencia personal trabajando con mujeres privadas de libertad, así como basándome en el estudio realizado por Ancira et al (2023) en diferentes sectores femeniles de centros de reinserción en el Estado de México, Oaxaca, Nuevo León, Querétaro, entre otros; el presente trabajo pretende analizar cómo las relaciones objetales de las mujeres privadas de libertad, su elección de pareja, la búsqueda del amor o la falta de éste las llevó un centro de reinserción social.

Contexto y cifras

La pobreza, la violencia estructural y la falta de oportunidades para el desarrollo integral, forman parte del contexto de muchas de las personas que se encuentran privadas de libertad en México; en el caso particular de las mujeres, existe una conexión entre la comisión de delitos y una relación de parentesco en primer grado (familia directa) con otra persona privada de libertad (CNDH, 2022).

Las mujeres representan un 5.7% de la población total de personas privadas de libertad en México (INEGI, 2021). Se tiende a asociar social y culturalmente, la violencia con lo masculino y la representación social de los varones: “Los delincuentes callejeros y de otro tipo también suelen pensarse como hombres” (Torres Falcón, 2010, p.60). Es verdad que las mujeres representan una minoría en la población privada de libertad, sin embargo, esto nos permite delimitar aún más nuestra población de estudio y cuestionarnos: ¿Cuáles son las características de esas mujeres que están en centros de reinserción social?

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Personas Privadas de Libertad (2021), el principal delito por el cual las mujeres son sentenciadas es el delito de secuestro o secuestro exprés (23.9% de las mujeres privadas de libertad) y en segundo lugar el delito de posesión de drogas (20.7% de las mujeres reincidentes) (INEGI, 2021). Los delitos por los cuales son sentenciadas las mujeres están directamente relacionados con los roles de género. Vistas como “cuidadoras” de las víctimas de secuestro, o bien como “mulas” en la posición más baja del suministro de drogas en los grupos de delincuencia organizada (Ancira et al, 2023, p.150).

En relación a las historias familiares de las mujeres privadas de libertad, Ancira et al (2023), sustenta que el 80% de las mujeres privadas de libertad que entrevistaron, refieren haber tenido núcleos familiares desintegrados e infancias marcadas por la violencia (p.24). De acuerdo con la ENPOL (2021), el 13.7% de las mujeres privadas de libertad refieren haber sufrido violencia verbal en su infancia y adolescencia, el 14.2% agresiones físicas en su familia, el 4.6% violencia sexual y el 2.6% refieren haber tenido a su padre y/o madre privados de libertad.

Azaola (2001) refiere que muchas de las mujeres normalizan la violencia que sufren; al preguntarles sobre el trato que habían recibido durante el momento de su detención, muchas de ellas lo calificaban como “buen trato”. Esto contemplando que eran amenazadas, violentadas verbal, física e incluso sexualmente; “a mí me trataron bien, sólo me dieron unas bofetadas” o “a mí me fue bien, sólo me insultaron” (p.31). Dicho lo anterior, es posible que muchas de las cifras de violencia reportada por las mujeres sean mayor a la reflejada.

Ancira et al (2023), mencionan que uno de los principales factores de riesgo para que una mujer cometa un delito son sus relaciones interpersonales violentas. De acuerdo a la CNDH, (2022) el 68.9% de las mujeres privadas de libertad refieren haber sufrido violencia de pareja antes de haber ingresado a un centro de reinserción social. El 29% de las mujeres en prisión tienen parejas que, al igual que ellas, se encuentran privados de libertad. De este 29%, el 74% son sus coacusados (INMUJERES, citado por Ancira, 2023 p.25). Por otro lado, el 67% de las mujeres sentenciadas por matar a su pareja, habían sido objeto de abusos por parte de ésta (CNDH, 2022).

De acuerdo con Ancira et al, (2023) el 30% de las mujeres refieren estar en la cárcel “por involucrarse en el delito por razones amorosas” (p.25). Desde mi experiencia personal, también me he encontrado con este fenómeno. Recuerdo una mujer que me dijo: “Una está aquí por bruta, por enamorarnos de personas que andan en malos pasos. Al principio todo es bonito y después se vuelve la peor pesadilla”.

Identificaciones

Laplanche (2004) define identificación como el “proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones” (p.186). Estas identificaciones tienen que ver con cómo fue constituido el modelo de objetos primarios de la persona (p.186).

Las historias de las mujeres privadas de libertad están marcadas por violencia, carencias afectivas y situaciones de vulnerabilidad. Éstas se han identificado con figuras primarias devaluadas y sometidas; “A veces yo veía a mi mamá llena de sangre, en situaciones muy feas” (Ancira el al, 2023, p.101).

De acuerdo con Welldon, (2011) las consecuencias de vivir violencia doméstica en la infancia se ven reflejadas en síntomas como: “memorias traumáticas y flashbacks, ansiedad de separación, agresión e hiperactividad, aislamiento afectivo, conductas delictivas, entre otros”[1] (p.94). Aunado a esto, Welldon, citando a Freud en Más allá del Principio del Placer (1920), enlaza los impulsos destructivos, la necesidad de repetirlos y representarlos en sus propias relaciones de pareja, así como, en las relaciones con sus hijas e hijos, identificándose por un lado con la posición de víctima, y por otro lado con el victimario (p.72).

Estereotipos de géneros como perpetradores de violencia

“Los géneros están construidos como relaciones dialécticas entre ellos, pero también en relación con la opresión histórica del uno hacia el otro” (Quellenberg, 2004, p.116).

Chodorow (1989), enfatiza que la opresión del género femenino no se ha movido del mundo privado como se concibe actualmente. No radica meramente en causas sociales ni culturales, más bien, con lo interiorizado y con las relaciones primarias de la persona (p.5). Sumando a esta idea, Quellenberg, (2004) refiere: “Las fantasías inconscientes sobre el self, la madre, el padre y otras figuras primarias, así como el holding del ambiente, forman parte de la estructura y la dinámica de cada género personal” (p. 116).

Burin y Meler (2010), sustentan que los estereotipos de género perpetúan la violencia doméstica y de pareja; “estas formas de relación, sobredeterminadas y profundamente enquistadas en la subjetividad, son las que están siempre al borde del colapso y las que pueden producir los episodios de violencia en la vida de estas familias” (p.408). De la misma manera, los estereotipos de género tienen que ver con los ideales proyectados en las conductas asignadas socialmente a cada sexo, que, a su vez, construyen una identidad femenina o masculina (p.408).

Continuando con la idea anterior, Burin (2002) sustenta que, el crecer en el seno de una cultura patriarcal, con rígidas divisiones de lo femenino y lo masculino; “supone una sexuación femenina basada en el rol reproductor, según la ecuación mujer = madre” (p.131). Esto asigna el lugar social de las mujeres dentro de “la intimidad doméstica y familiar”, atribuyendo a “la feminidad” características del orden “generoso, amoroso y de cuidado” (p.131). De igual manera, la autora refiere que hoy en día el Ideal del Yo de la mujer está en conflicto, por un lado, desea continuar el mandato tradicional de ser “buena madre” y, por otro lado, existen los ideales relacionados con áreas típicamente asociadas a características masculinas (p.336).

De acuerdo con Ancira et al (2023), muchas de las mujeres privadas de libertad que entrevistaron, crecieron con el ideal de dedicarse únicamente a labores del hogar. Al intentar independizarse, comenzar a trabajar o moverse de dicho ideal proyectado en la mujer, es cuando los episodios de violencia estallaban en sus hogares (p.26).

Esto también explica la “doble condena” mencionada por Ancira et al, (2023): “Bien se dice que las mujeres en prisión reciben una doble condena: por haber cometido un delito y por romper con el rol de mujer “buena y abnegada” (p.155). Resulta contradictorio el ideal de la mujer-madre cuando ésta comete un delito, siendo aún más devaluada la figura de la mujer privada de libertad, como símbolo de mujer fallida. Muchas mujeres que he conocido carecen de redes de apoyo, no reciben visita, refieren haber sido abandonadas y olvidadas por sus familias y parejas, una vez estando privadas de libertad. Esto les suma un factor adicional de vulnerabilidad y riesgo psicosocial.

Quallenberg (2004) sustenta que todos tenemos fantasías inconscientes sobre nuestro género; es decir, “proyecciones e introyecciones que crean la identidad de género así como el self” (p.116). Uno de los testimonios de mujeres privadas de libertad citado en el estudio de Ancira et al (2023) lee: “Sientes que no la vas a hacer, que no vas a poder trabajar, que no vas a hacer nada en el mundo. Para él siempre fui la fea, lo peor, igual para mi familia” (p.102), continúa su testimonio diciendo: “Mis papás son personas tradicionales, así de las antigüitas, de que te casas con la persona y te quedas con él, es tu problema y te tienes que aguantar los golpes […] De que me pegue mi papá o mi hermano, ya mejor que me pegue él” (p.101).

Estos testimonios reflejan un introyecto negativo; una figura materna devaluada, golpeada, indefensa, un yo sumamente empobrecido, desvalorizado, sometido y dependiente a un otro. De igual modo, ejemplifican cómo a través de las identificaciones con sus figuras primarias, estas mujeres buscan una relación igual de violenta que la de sus padres.

Elección de pareja

Las vivencias tempranas de abuso y los estereotipos de género son elementos para la búsqueda de relaciones de tipo sadomasoquistas, al estar entremezcladas las pulsiones libidinales y agresivas, al mismo tiempo, de perpetuar relaciones jerárquicas (Welldon, 2011, p.94-95). Dicho lo anterior, Meler (2002) afirma que “la sofocación cultural de los deseos hostiles de la mujer es un factor determinante de gran peso en la génesis de deseos y conductas masoquistas en las mujeres” (p. 332-333).

A su vez, esto lo podemos ligar con la función de la promesa en la estructuración del psiquismo femenino mencionada por Meler (2002); la autora señala que el sufrimiento o dolor, es tolerado a cambio de la promesa de un goce futuro (p.331). Dicha función, la podemos pensar desde la idea del amor romántico propuesta por Nuria Varela, citada en Ancira et al en (2023): “El amor romántico conlleva sacrificio, sumisión, sometimiento, abnegación, se considera que da sentido a la vida de las mujeres” (pp.98). Otro testimonio en el estudio de Ancira et al (2023) menciona: “yo soñaba con un matrimonio perfecto […] como mujer me enseñaron a que debemos darlo todo por nuestros esposos y familias sin importar nada más” (p.147). Aquí se anuda la idea del sacrificio, con la promesa del amor de un otro.

Leep (1960) argumenta que pareciera que el objetivo de vida de muchas mujeres es “amar y ser amada” (p.44). Ancira et al (2023) agrega: “son demasiadas las historias que hemos escuchado sobre mujeres que a temprana edad encuentran al “amor de su vida”. Historias donde, en un inicio, encuentran un espacio de protección y compañía, pero donde más adelante este espacio se convierte en abusos y violencia” (p. 29). Se contrapone el deseo de “Ser” versus el deseo de ser amada, mencionado por Meler, (2002), éste conlleva la renuncia de la mujer a devenir como sujeto, y la posiciona en una dependencia infantil a un hombre (p.336).

La elección de objeto tiene que ver con los ideales proyectados en el otro, que a su vez tienen que ver con el ideal del yo. Leep (1960) refiere que nuestras elecciones de objetos están motivadas, entre otros elementos, por complejos y vivencias tempranas que buscamos entender (p.39). Muchas de estas mujeres trataron de reeditar sus vivencias tempranas de abuso y violencia en sus relaciones de pareja y con sus propios hijos, no únicamente como víctimas, sino también como victimarias.

Dinámicas de poder y sumisión, dos caras de la misma moneda.

Ya hemos establecido que, las vivencias de violencia en la infancia generan en las y los niños confusión sobre los significados del amor, agresión e intimidad, que a su vez, favorece y normaliza relaciones de tipo sadomasoquistas (Welldon, 2011, p.94).

Welldon (2011) citando a Motz (2001) sustenta que ambas partes, tanto víctima como victimario juegan un rol activo en las dinámicas de poder y sumisión. La víctima le representa, inconscientemente, “otras figuras de su historia temprana, como una madre poderosa, dominante y despectiva”[2] (p.89). El victimario proyecta en la víctima sus propios sentimientos de insuficiencia e impotencia que sintió con esas figuras primarias. A su vez, la víctima introyecta estos sentimientos que son proyectados sobre ella. La parte activa de la víctima radica en la devoción de ésta a su victimario, pues éste “depende totalmente de la devoción de su víctima y de ella para el impulso y la estabilidad de su propia autoestima”[3] (p.89).

Por otro lado, Freud (1924) enuncia la posición femenina como una posición pasiva, receptiva, y de dependencia. Plantea el masoquismo femenino en términos de ser poseído, castrado y sometido por un otro: “La interpretación más inmediata y fácil de obtener es que el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente” (p.168). Sumando a lo anterior, Meler (2002) refiere: “En tanto la mujer sea amada por asumir en sí la carencia e indefensión que los hombres rechazan, permanecerá en una posición infantil, dependiendo efectivamente del amor del hombre quien atribuye omnipotencia, para establecer su equilibrio narcisístico” (pp. 336-337). Podemos ilustrar la dependencia infantil previamente mencionada, en otro de los testimonios recabados por Ancira et al (2023): “Ambas se sienten obligadas […] a quedarse con sus parejas violentas, pues independizarse o vivir solas, simplemente no es una opción” (p.146).

Welldon (2011) plantea que las mujeres tienden a utilizar sus cuerpos y “las extensiones” de sus cuerpos (sus hijos) como repertorios de sufragio: “Los impulsos compulsivos inconscientes que las mujeres experimentan hacia sus cuerpos, haciéndolos funcionar como herramientas efectivas de victimización propia y de sus bebés. Las víctimas pueden experimentar una adicción al trauma que induce a la autodestrucción”[4] (p.38). Dentro de los centros de reinserción social, me he encontrado con casos de mujeres que están privadas de libertad por haber violentado o incluso matado a sus hijos, proyectando en ellos (y en sí mismas) esas imagos persecutorias que deben destruir. Además, se identifican con el agresor, tratando de reeditar y comprender, a través de la acción, esas vivencias tempranas de abuso.

Siguiendo a Freud en “El Problema Económico del Masoquismo” (1924), plantea otro tipo de masoquismo; el masoquismo moral. Éste se relaciona con un sentimiento inconsciente de culpabilidad, a partir del cual, la persona busca ser castigada, posicionándose constantemente como víctima (p.172). En este caso, es interesante pensar, ¿por qué estas mujeres buscaron, inconscientemente, ser castigadas?, ¿por qué la búsqueda de un límite máximo como lo es la privación de libertad?, ¿cuál es esa culpabilidad inconsciente las lleva a merecer el castigo, no únicamente de sus parejas, sino también de la sociedad?

Reflexiones finales

A modo de conclusión, pienso que el presente trabajo ilustra una posible explicación del fenómeno de las relaciones objetales de mujeres privadas de libertad. No obstante, considero, que deja a estas mujeres en una posición infantilizada y determinista, eximiéndolas de cierta responsabilidad y posibilidad de reparación. La búsqueda del amor, en muchos de estos casos, proviene de vivencias de maltrato, abandono y carencias afectivas en la infancia y adolescencia. También, la vemos reflejada en la identificación con el objeto devaluado que merece ser castigado y dependiente de un otro. Todo esto, siendo retroalimentado por una sociedad patriarcal y la idealización del amor romántico. Sin duda, es un fenómeno que tiene muchas aristas, y como tantos otros fenómenos sociales e individuales, habrá que ir caso por caso, escuchando las historias particulares detrás de cada delito.

Al realizar este trabajo me encontré con más preguntas que respuestas: ¿cuáles son las diferencias de las mujeres víctimas de violencia doméstica que mueren a mano de sus parejas, a las que matan a sus agresores?, ¿por qué habiendo tantos casos de violencia de género en México, la mayoría de éstas no deciden delinquir?, ¿cómo podemos promover una cultura de equidad de género, cuando hay tanta carga social y cultural que perpetúa la violencia y la jerarquización de los géneros?, ¿además de la representación de “mujer fallida”, que más se está proyectando socialmente en las mujeres que cometen delitos?, por mencionar algunas.

Los centros de reinserción social son lugares en donde, muchas de las personas que están allí llegaron hasta la última consecuencia de sus acciones. Considero interesante seguir pensando este fenómeno, para entender y formular nuevas explicaciones que vayan más allá de la simple “repetición de conductas aprendidas”. Esto, nos permite pensar, desde lo individual, que hay detrás de cada delito, cada relación violenta, cada golpe. No con la finalidad de justificarlo, sino de comprender las causas que hacen que se geste, y más importante, cómo prevenirlo. También, nos permite, plantear vías alternas, a la venganza y el castigo, que es la forma actual de funcionar de nuestro sistema de justicia penal. Finalmente, considero que para trabajar de manera profunda con la violencia a diferentes escalas, debemos trabajar desde lo individual (uno a uno), pero también desde lo comunitario y social, para así, plantear nuevas formas de relacionarnos, antes de que sea demasiado tarde.

Bibliografía

  • Ancira, D., Becker, M., Aguirre, R. & Balcázar, W. (2023). Acusáis a la mujer sin razón. Feminismo desde la cárcel: un paso para desarmar la violencia estructural de género. Penguin Random House Grupo Editorial.
  • Azaola, , Payá, V., Betancourt, R, et al citado en Inmujeres y UNICEF. (2002). Niños y Niñas Invisibles. Hijos de Mujeres Reclusas. (pp. 31-33). Inmujeres y UNICEF.
  • Burin, M. (2002). Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujeres y Salud Librería de Mujeres. (pp. 319-339)
  • Burin, M. & Meler, I. (2010). Género y Poder, amor y sexualidad en la construcción de la subjetividad. Paidós. (pp.399-411).
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  • Freud, S. (1924). El problema económico del masoquismo. En Strachey, J. (Ordenamiento, comentarios y notas), Obras Completas. Sigmund Freud. Volumen 19. (pp.161-176). Amorrortu Editores.
  • (2021, diciembre). Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad. ENPOL 2021. Principales resultados. Recuperado de https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/enpol/2021/doc/enpol2021_presentac ion_nacional.pdf (Consultado el 27/02/2024)
  • Laplanche, J., Pontalis, J. B., & Lagache, D. (2004). Diccionario de psicoanálisis. Editorial (pp.186)
  • Leep, I. (1960). Psicoanálisis del amor. Carlos Lohlé. (pp.44-46)
  • Quallenberg, J. (2004). El refugio. Una solución melancólica en un contexto de sumisión masoquista. En Alizade, & Lartigue, T. (Compiladoras), Psicoanálisis y relaciones de género (pp. 113-126). Editorial Distribuidora Lumen.
  • Torres Falcon, M. (2010). Cultura patriarcal y violencia de género. Un análisis de derechos humanos. En Tepichin, A. M., Tinat, K. & Gutierrez de Velasco, L. (coordinadoras), Los grandes problemas de México.VII. Relaciones de Género. (p.60). El Colegio de México.
  • Welldon, E. (2011). Playing with Dynamite. A personal approach to the psychoanalytic understanding of perversions, violence and criminality. Brett Kahr.
  • Imagen: Pexels/RDNE Stock project

[1] Traducción de la autora.

[2] Traducción de la autora.

[3] Traducción de la autora.

[4] Traducción de la autora.