Por: Lilia Maldonado

“Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época” (Lacan 1953). Comienzo con esta cita, ya que convoca a encontrarnos con lo actual, tiempo presente que nos invita a cuestionar y reflexionar, sobre las diversas temáticas de esta época.

Si bien son diversas, la finalidad de este trabajo es proponer algunas reflexiones en torno a la pulsión escópica y su relación con el narcisismo, que incide en la constitución de la subjetividad derivando en una serie de malestares contemporáneos, mismos que muchas veces no alcanzan a ser apalabrados y que tienen un impacto en el vínculo con los otros, derivando en lo que llamo en el presente escrito la ceguera de nuestro tiempo.

En ese sentido este trabajo tomará un escenario para dichas reflexiones, la virtualidad, ya que además de ser una temática actual se piensa que la mirada, o bien, desde donde se mira implica al sujeto y su mundo interno que por consiguiente entran en juego en esos escenarios.

Si bien es una temática compleja que puede ser abordada desde diferentes posturas, el psicoanálisis ha apostado por cuestionar la complejidad humana, dándole lugar a la importancia de la mirada en la constitución de la subjetividad y el vínculo. Desde luego que estas reflexiones también intentan dar sentido a la posibilidad que el psicoanálisis mismo tiene como dispositivo y lugar de reflexión, de cuestionamiento, desde donde el sujeto puede mirarse, construirse desde otro lugar.

En este marco, se parte del concepto de pulsión escópica, que lo podemos ubicar en diversos trabajos de la obra de Freud. En la interpretación de los sueños en 1900, Freud plantea que, al nacer, el organismo vivo se ve implicado en un primer encuentro con otro, ese otro, la función materna quien al alimentar al cachorro humano le introduce en una primera vivencia de satisfacción, experiencia única e irrepetible. En donde entran en juego todos los sentidos como el contacto piel a piel, el oído, el olfato, la mirada.

Así este encuentro introduce al infante en lo humano y con la paradoja presencia ausencia acompañado de la mirada de la función materna, dejará registro en la memoria de cada una de las experiencias que apuntalan el deseo.

Referente al deseo, cito textualmente:

Un componente esencial de esta vivencia es la aparición de una cierta percepción (la nutrición, en nuestro ejemplo) cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante, asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesidad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo. (Freud, 2000, p. 557)

Entonces, partimos del entendido que para incidir en la constitución de la subjetividad es necesaria la presencia y mirada de otro. Esto nos conduce al acto de ver o mirar, sabemos que la función de la mirada es central en el proceso de subjetivación que humaniza y la función materna encarna dicha función. El juego especular que se gesta parte de dicha función en donde está implicada la mirada que introduce al infante en la cultura y el mundo de lo humano.

Pero ¿que implica ver y mirar? Calderón hace una distinción importante y menciona al respecto:

El acto de ver es meramente pasivo por cuanto se ve todo aquello que se coloca ante el campo de la visión. La visión en sí consiste en ver al objeto que se atrae desplegando una acción complementaria de concentrar la atención ocular en el punto de llamado del objeto -foco del interés lindante-. Pero en ningún caso se produce una mirada. Para que surja una mirada, se requiere de una intencionalidad específica y de un gesto subjetivo particular. La mirada es entendida, así como una construcción, compuesta de una cierta voluntad individual y un gesto que evocan, en lo inconsciente, la historia del sujeto mismo. (2015, p. 96)

Por lo tanto, la mirada hace alusión al tema de la pulsión escópica y su relación con la sexualidad. Según Calderón (2015), quien hace mención de las aportaciones de Freud en los tres ensayos de teoría sexual. Hace énfasis en como inicialmente la pulsión de ver esta en relación a la perversión, desde el exhibicionismo y voyerismo principalmente.

Para posteriormente situarla en relación al tocar y mirar, desde donde “la impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa” (Freud, 1985 como se citó en Calderón 2015 p. 98), el mismo autor menciona como el infante tiene acceso a sus objetos de amor en tanto puede explorar su cuerpo.

Siguiendo con esta lógica, aparece la pulsión de ver con el saber, así Calderón, agrega la definición que Freud hace al respecto:

la pulsión de saber no puede computarse entre los componentes pulsionales elementales ni subordinarse de manera exclusiva a la sexualidad. Su acción corresponde, por una parte, a una manera sublimada del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la pulsión de ver. (2015, p.100)

Como podemos apreciar, el tema de la mirada está ligado a los componentes de la sexualidad y al entretejido mismo de las pulsiones parciales, todas trazando la historia misma del sujeto. Podríamos decir que el sujeto mira desde donde ha sido mirado y desde lo que dispone, con lo que puede novelar, aquello que míticamente va construyendo desde esa mirada que puede llevarle por varios caminos, desde las construcciones sintomáticas, los caminos oscuros del narcisismo, o en muchas ocasiones las más aberrantes repeticiones, entre otras manifestaciones del inconsciente.

Del mismo modo, Lacan (2002) hacía alusión a la importancia de la mirada en el devenir del sujeto en el estadio del espejo, en donde da lugar a aquel momento en que el niño queda fascinado por su reflejo y lo asume con emoción como una imagen propia. Nos dice, “La función del estadio del espejo, se nos releva entonces como un caso particular de la función del imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad” (p. 89).

Y agrega:

El estadio del espejo es un drama que, para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad —y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental. (p.91)

En este contexto de la constitución a partir de la mirada, se podría señalar que, para mirar, diferenciarse, hay que renunciar a esa imagen “total” narcisista y omnipotente cegada por la ilusión y un ideal de completud, que posibilite la mirada a otro, otros para así introducirse en el lazo social. Así diría Lacan, “La pulsión escópica… es la que elude de manera más completa el término de la castración” (1995, p 85).

Referirnos a la castración nos lleva a plantear que la condición humana esta atravesada por todas las fallas que tanto filogenética como ontogénicamente nos anteceden y que son esas transmisiones las que impactan en la subjetividad, dejando muchas veces heridas constitutivas que terminan siendo evidenciadas en los diversos malestares de la cultura.

Estas fallas, faltas, heridas nos introducen al campo del narcisismo. Freud, en Introducción del narcisismo en 1914, define a este como “el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación, de la que justificadamente se atribuye una dosis a todo ser vivo” (2000, p 72)

También en ese trabajo Freud nos muestra los diversos caminos que puede tomar el narcisismo desde la psicosis (parafrenia), la hipocondría, la vida amorosa y como incide en la realidad y el vínculo con los otros.

Y agrega como desde las neurosis:

el histérico y el neurótico obsesivo han resignado (hasta donde les afecta su enfermedad) el vínculo con la realidad. Pero el análisis muestra que en modo alguno han cancelado el vínculo erótico con personas y cosas. Aun lo conservan en la fantasía; vale decir: han sustituido los objetos reales por objetos imaginarios de su recuerdo o los han mezclado con estos, por un lado; y por el otro, han renunciado a emprender las acciones motrices que les permitirían conseguir sus fines en esos objetos. (p. 72)

Este último aspecto, la huida a la fantasía y la sustitución de objetos reales por objetos imaginarios es lo que se pretende cuestionar en este trabajo, ¿será que la virtualidad convoca a adentrarse en esos terrenos? Si bien el mundo virtual ofrece una serie de alternativas que puede ser tomado para un uso constructivo, por otro lado, puede ser un espacio que convoca a distraer las miradas del mundo terrenal.

Situando esta temática actual, podemos plantear el concepto de modernidad, que para Giddens (1995), se relaciona con el origen de los medios impresos y los medios electrónicos. Reconoce al contexto actual en lo que denomina desenclave, en donde se produce una tremenda aceleración del distanciamiento en el tiempo y el espacio introducido por la modernidad.

Se piensa que este desenclave puede participar en los escenarios virtuales desde la diversidad de imágenes y contenidos que ofrece, lo que puede seducir a los sujetos y llevarlos a una ilusión de totalidad y omnipotencia en donde pueden encontrar “todo”, haciéndoles presa inclusive de una ceguera. Así para algunos la masa tecnológica puede ser atrapante, al punto de sustituir la vida terrenal por los ideales que ahí se ofrecen y en ese sentido renunciar al lazo social.

Este lazo social, fue planteado por Lacan en relación al discurso capitalista, entendido como el funcionamiento de una sociedad a partir de los vínculos que se gestan. Aranda (2018) haciendo alusión a Lacan, señala como este discurso se posiciona para intentar aglutinar las singularidades conduciendo a las certezas, al consumo, promoviendo vínculos efímeros. Y agrega: “Los vínculos se encuentran sometidos a la liquidez, según la expresión de Bauman, que por supuesto afecta ya que no hay un lugar para que otro diga su verdad y garantice la consistencia”. (p.10)

Del mismo modo señala, como Lacan no dejó de enunciar los efectos de este discurso en la subjetividad, depresiones, segregaciones, luchas de poder, etc. Por lo que hace sentido, aquello a lo que Salamonovitz ha nombrado como las enfermedades del silencio.

Nuestra cultura contemporánea, tan llena de violencia de engaño y de traición; tan llena, de palabra mentirosa y de promesas incumplidas, es el gran abrevadero en el que se nutren las enfermedades del silencio. Es la fábrica más grande que ha construido el neoliberalismo; productora masiva de orfans. El orfans es un sujeto desujetado que al perder la cordura se interna en un mar de locuras privadas, de enfermedades somáticas que encubren órganos enloquecidos, vértigos inconfesables. (2012, p. 48)

Entonces en la actualidad se observa como algunos sujetos quedan desujetados de la realidad y son arrojados a la virtualidad, en algunas ocasiones quedando alienados a los avances tecnológicos, que para muchos ha sido una forma de desaparecer y quedar en asilamiento, sin el menor interés por construir vínculos comunitarios, sino sostenerse en la ilusión que la masa tecnológica ofrece.

Al respecto Aranda argumenta:

El lazo social se encuentra amenazado debido a la no creencia y aceptación de la función pacificadora del amor, y la palabra como acuerdo, arrojando a los sujetos a enfrentar las desventuras de un goce mortífero e insulso que exige la destrucción del semejante y la de uno mismo. Mientras, entre la lógica capitalista, con el impulso deshumanizante del mercado, y el consumo obligado desvanece las diferencias entre los sujetos, imponiendo la “transparencia”, en un transitar sin obstáculos y acelerado, en la línea de hacer pasar como igual lo diverso (2018, p. 14)

Así mismo se piensa que la lógica narcisista se ha posicionado en un lugar estelar intentando negar la falta, anulando al otro, como aquel mito de Narciso en donde lo único que cuenta es su propia imagen, esa que capture las miradas. Como hoy en día desde las selfies y la urgencia a mostrarse, en donde se puede tomar a los otros como instrumento para dicho fin, dificultando la posibilidad de hacer lazo social.

Las pantallas se han vuelto imprescindibles en la cotidianeidad, en algunos casos atrapando las miradas para enceguecerlas. Remontándonos a los orígenes recordemos aquel programa de la década de los 90s, concretamente en 1999, se proyectaba en los Países Bajos el Big brother. Ese gran ojo vigilante capaz de mirarlo todo permanentemente, capturando las miradas de los espectadores para sacarlos de la hermandad y arrojar a los sujetos a la virtualidad.

Esta última, también ofrece una serie de dispositivos todos ellos con múltiples aplicaciones, todas ellas novedosas, capaces de ir mermando las posibilidades de pensar o cuestionarse.

La apuesta más que esto último apunta a caer en el terreno de la ilusión. Las imágenes ideales que muchos productos ofrecen son lo suficientemente atractivas como para dar lugar a la realidad, contribuyendo así a que cada individuo se desentienda más de sí.

Las redes sociales posicionadas como las nuevas formas de “ser y estar”, en donde desde la fantasía todo es posible de forma inmediata y sin esfuerzo con un solo clic. Pero en donde la mirada va sufriendo un efecto hipnotizante o bien en muchos casos petrificante como esa mirada de medusa, que puede dejar estupefacto a aquel que contemple esas imágenes que a-terran, es decir dejan sin tierra, sin referentes terrenales arrojando al terreno de las ilusiones y la fantasía a los sujetos, en donde prima la soledad.

Al respecto Encarnación señala:

La base del pacto virtual, donde el tiempo parece detenerse y la imagen prima, está ahora por encima de la transmisión parental, que por otra parte es lo único que lo pondrá en la realidad. El reconocimiento de sí mismo, que anula la sensación de vacío, se busca ahora en soledad, pegado al dispositivo que consigue calmar al clic de «te acepto», «te comparto» o contando el número de likes que ha conseguido. El lema es «si no te muestras, no existes». Ahora sí, a costa de entregar lo más íntimo, situación que reaviva dos sentimientos de golpe, la vergüenza por necesitar y la impotencia de quedar expuesto a los otros. (2018, p. 379)

Sin embargo, el sujeto puede quedar atrapado en una paradoja existir des-existir ya que la virtualidad puede tornarse efímera, sin dejar registro alguno de existencia, ya que tan pronto aparezca otra publicación, otra imagen, otro contenido los anteriores son anulados. Así se vuelve necesario mostrarse y mostrarse más para ser visto, aspirar a todos los likes posibles, hacerse de “más amigos” aunque eso no alcance y la modernidad del vacío y la frivolidad siga sosteniéndose.

Ligado esto, la exposición de la imagen, del cuerpo, este último queda visto como objeto de consumo, como lo menciona Sayak Valencia:

La destrucción tajante de los cuerpos a través de su uso predatorio, de su incorporación al mercado neoliberal desregulado como una mercancía más, ya sea a través de la venta de los propios órganos o como mano de obra cuasi esclavizada, donde los derechos de propiedad sobre el propio cuerpo quedan desdibujados. (2016 p. 153)

¿Estamos en la época de la esclavitud virtual, el mandato de ideal de perfección de la imagen, del cuerpo, ese que debe ser mostrado, para alcanzar al menos en el ideal a existir? Siguiendo con esta lógica del cuerpo y de la imagen, las cirugías, algunas veces apuestan por lograr encarnar un cuerpo que alcance a ser propio, ya que les resulta ajeno, así como su propia existencia. La inmediatez y el juego de la exposición de los cuerpos en el mercado virtual como only fans, en donde aquello que Freud mencionaba sobre el voyerismo y el exhibicionismo alcanza su satisfacción, pero siempre y cuando el otro no este. Presa de la pantalla es la condición de la sexualidad hoy en día, en donde el otro no tenga un rostro, un nombre, una piel un cuerpo, en donde no se pueda reconocer como sujeto.

Luego entonces el juego narcisista que se instaura en ese intercambio de imágenes en donde no hay una mirada, produce un atrapamiento desde lo imaginario. Así estamos en la época de la esclavitud de las imágenes, del vacío, de la inmediatez, de la ilusión, de las rupturas, en donde predominan las deslealtades ocasionadas por la virtualidad, más que de la apuesta por el vínculo con los otros. En donde la palabra vacía como decía Lacan intenta arrojar a los sujetos al abismo de la soledad.

¿Cuál es la apuesta del psicoanálisis frente a estos escenarios? Sabemos que desde sus orígenes el psicoanálisis apuesta por lo humano y su vigencia frente a estas temáticas convocan a seguir pensando y reflexionando.

El dispositivo analítico, es la oportunidad de creación de la palabra propia y por consiguiente del sujeto, es un espacio en donde la mirada entra en juego. Luego entonces, ante este escenario donde prima el narcisismo, podríamos también pensar al psicoanálisis como aquello que Fernández, G. menciona. “El psicoanálisis se torna, entonces, en ese espacio otro; en ocasión para el encuentro con esa alteridad fallida que hará posible la recuperación de la palabra enmudecida”. (2012, p. 54,55)

Entonces, recuperar la palabra es a su vez construir una nueva mirada, conducir la mirada de las certezas, del vacío, de la omnipotencia, de las investiduras narcisistas al encuentro consigo mismo a partir del encuentro con otro -el analista-, para así apuntalarlo al encuentro con los otros. Es la oportunidad de construirse un nuevo semblante, con rostro, con nombre, es la apuesta por la existencia para darle lugar al deseo, en un mundo que se torne más esperanzador para el sujeto.

 

Bibliografía

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  • Imagenes: Pexels/Urte Baranauskaite