Por: Cristóbal Andrade

Este trabajo surge por la necesidad de encontrar un antónimo de la anorexia. Primero, para tener un lenguaje más preciso porque cuando nombras un concepto puedes entender una problemática con mayor claridad y segundo porque creo que las desviaciones de lo que suponemos normal pueden suceder hacía ambos lados, como en una campana de Gauss y si uno de los extremos tiene un concepto que lo define, sería importante que el otro extremo también pueda ser nombrado. El antónimo de obesidad es delgadez extrema, de restricción de la alimentación, sobrealimentación, pero en cuanto al trastorno, la anorexia, no parece haber una palabra contraria.1 Al investigar sobre esto, encontramos que muchos sitios de internet y algunos diccionarios sugieren que su antónimo sea vigorexia, con lo cual no estoy de acuerdo pues la vigorexia busca perfeccionar el cuerpo y al igual que la anorexia invierten mucha energía en él, de manera que el cuerpo mantiene un papel protagónico; y pienso que su antónimo debería buscar definir un trastorno en dónde el cuerpo sea un objeto con menos carga afectiva de la que suponemos normal. Ya que la preocupación por el cuerpo es una de las características principales más importantes de la anorexia, mientras que su contrario pareciera querer negar su existencia.

Para fines de esta investigación utilizaré el modelo de estudio que usó Hilde Bruch al enfrentarse con su investigación de la obesidad: Personas que estén un 20% arriba en cuanto a su masa corporal. La organización mundial de la salud cataloga como obesidad cuando el índice de masa corporal (IMC) sea igual o mayor a 30. por lo que aquí estaremos pensando en pacientes que tengan un IMC igual o mayor a 36. Es importante subrayar que no todas las personas que padecen de obesidad estarían siendo diagnosticadas con un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) al igual que habrá personas que no sufren de obesidad que podrían funcionar como lo describiremos a continuación, el problema es que no hay ninguna palabra para describir a estos sujetos, por lo que estaremos utilizando el término acuñado por Jaime Burgos, megarexia, aunque no estoy seguro si ese debería ser el término correcto, por lo pronto lo utilizaré pues es el que más se le acerca.

En la sociedad actual, es fácil (aunque no correcto) diagnosticar a las personas con IMC bajo con algún trastorno de la conducta alimentaria (TCA), a menos que esta condición se dé a partir de razones genéticas o por alguna imposibilidad social, específicamente económica. En contraste, la situación cambia cuando el IMC es alto. Si bien se le atribuye a condiciones físicas o genéticas, es más común que se le asocie con malos hábitos, lo que se refleja en comentarios como “tienes una mala dieta”, “no haces ejercicio”, “no duermes bien”. Además, cabe destacar que cuando una persona con anorexia logra ganarle a su condición, se le trata como recuperado, mientras que a una persona que ha logrado reducir su IMC se le dice que ha mejorado su apariencia.

Para comprender mejor la disparidad en esta percepción, podemos revisar cómo se ha visto el peso corporal a lo largo de la historia. Se afirma que, en la antigüedad, las personas con sobrepeso eran vistas como afortunadas, fértiles, abundantes; pero esto no es del todo preciso. Puede que en la época de las cavernas así haya sido. El alimento era escaso, no sembrábamos nuestra comida y sobre todo era un símbolo de que tenías habilidades de cazador. A partir del sedentarismo, la percepción de la alimentación cambió radicalmente. Hay textos egipcios que datan del S. XXI A.C. que hablan sobre la restricción en la ingesta. La Biblia y el Corán hacen alusión a lo mismo. De hecho, Hipócrates menciona que la morbilidad de una persona obesa es mucho mayor que la de una delgada (Salazar, 2020). Lo anterior se puede comprobar al analizar retratos históricos; la presencia de la obesidad es muy reducida. Si bien, es importante señalar que las mujeres de caderas anchas eran consideradas con mayor capacidad reproductiva, esta no está vinculada necesariamente al IMC alto, ya que las caderas anchas pueden existir sin necesidad de que haya sobrepeso.

De todas maneras, ahora sí hay una mayor prevalencia de la obesidad. El Statista Research Department llevó a cabo un estudio y descubrió que la población española de niños entre los 0 y los 4 años, con obesidad, había aumentado un 10% desde 1975 hasta 2020. En cuanto a la población mundial, proyectaron un crecimiento del 10% en los jóvenes de entre 12 y 19 años para el 2035 (Statista Research Department, 2020). En México, el Centro de Investigación en Nutrición y Salud encontró que del 2000 al 2012 hubo un aumento del 15.4% en la prevalencia de la obesidad en hombres y mujeres adultos. (Barquera, Campos-Nonato, Hernández-Barrera, Pedroza, & Rivera-Dommarco, 2013) Esta información se podría adjudicar a que el acceso a la alimentación saludable es más limitado, o a que los alimentos de hoy en día son menos saludables; en entrevista la directora de nutrición de la Universidad Autónoma del Estado de Puebla, Lourdes Silva Fernández dijo “No es más caro comer bien, al contrario, llega a salir económico si hacemos una buena planeación y si elegimos qué (productos) me puedan funcionar” (Cuapa, 21). Y más allá de que esté de acuerdo con ella, me parece que debe haber otras razones que la económica para el aumento de esta problemática.

La Asociación Psiquiátrica Americana considera que un trastorno es “un síndrome caracterizado por una perturbación clínicamente significativa en la cognición, regulación de emociones, o comportamiento de un individuo, que refleje una disfunción en los procesos psicológicos, biológicos o de desarrollo subordinados a la función mental.” (American Psychiatric Association, 2013) Creo que sería atinado, revisar entonces, un TCA tradicional, es decir, tomemos como ejemplo la anorexia, y analicemos los parámetros utilizados en su diagnóstico para considerarla como desorden alimenticio.

Steven Levenkron (1984) describe doce características del funcionamiento psíquico de la anorexia:

1.-Fobias referentes al cambio corporal. (…) 2.- Pensamiento obsesivo en cuanto a la ingesta de alimentos y líquidos (…). 3.- Rituales obsesivos-compulsivos (…). 4.- Sentimientos de inferioridad en cuanto a inteligencia, y apariencia 5.- Escindir, o percibir decisiones y consecuencias como polaridades. (…) tienen miedo de equivocarse. Esto los vuelve rígidos y repetitivos. 6.- Comportamiento pasivo agresivo (…) 7.- Desinterés en la sexualidad. 8.- Pensamiento delirante especialmente en cuanto al peso y a las cantidades ingeridas. 9.- Miedos paranoides a las críticas (…) 10.- Depresión (…) 11.- Ansiedad que solo se alivia a través de las dietas o el bajar de peso. 12.- Niega (…) su apariencia demacrada y continúa viendo a los que son sustancialmente más pesados, como más ligeros (…)

A esto Hilde Bruch (2001) agrega que las personas que sufren de anorexia buscan ganar control a través de su cuerpo y de su alimentación, por eso mismo se presenta frecuentemente en la adolescencia ya que en este período se siente, además de una pérdida de control en cuanto a los impulsos, una pérdida de control en el cuerpo, y se desplaza la energía mental a lo físico para sentirse en control de los cambios y de la sexualidad. En esta búsqueda del control, no es raro que intenten cocinar para la familia y de limitarles la comida, con la excusa de comer más saludable, o de buscar un bien para todos, aunque esto no termina por reducir su ansiedad.

En lo que respecta a la obesidad, es más complejo identificar tan claramente los procesos mentales involucrados. Bruch y Levenkron mencionan que el problema consiste en que la obesidad puede ser un síntoma de diferentes patologías. Sin embargo, autores más recientes como Recalcati o Cosenza han intentado elaborar un cuadro clínico que aborde la obesidad con más claridad.

Recalcati dice “No es raro, escuchar a los sujetos obesos describir su propio cuerpo como una masa de carne extraña” (Recalcati, 2003). Propongo entonces que no lo veamos solo como un síntoma psicótico, sino como la explicación de un proceso interno. Veámoslo como la contraparte de la anorexia en donde se presenta un pensamiento obsesivo a la apropiación del cuerpo; mientras que la persona con megarexia se obsesiona con la apropiación de la mente. Al seguir esta idea, obtenemos claridad en cuanto a la escisión que realiza la persona con megarexia: en lugar de separar las decisiones y los alimentos, se separa el cuerpo y la mente, pues no importa cómo se vean, lo que importa es lo que piensan: “el sujeto no es un cuerpo, tiene un cuerpo” (Recalcati, 2003). El italiano lo pone en términos de Bion “se trata de la dificultad del sujeto para transformar los elementos beta en elementos alfa (…)” (Recalcati, 2003).

También Recalcati refiere que en la megarexia hay una imposibilidad al rechazo; a poder decir que no. Esto lo podríamos ver como la parte del miedo a las críticas, mencionado anteriormente en la anorexia, pero a diferencia de esa patología en donde las críticas irían al cuerpo, estas críticas irían al pensamiento, y por eso sería mejor adaptarse y no decir que no. Además, menciona la depresión e insuficiencia que se presenta en esta patología, resaltando la importancia de la sensación de vacío.

El cuerpo estalla al rellenarse de objetos cada uno de los cuales, en el momento del consumo, proporcionan la extinción provisional del vacío, pero generando, paradójicamente, un demasiado lleno que, lejos de acabar con el vacío, lo alimenta aún más intensamente.

Podríamos comparar otros de los funcionamientos de la anorexia, como los rituales obsesivo-compulsivos y la ansiedad, ya que únicamente se relaja esa ansiedad a partir de la ingesta y es una ingesta compulsiva. Cosenza nos ayuda al agregar que la persona con megarexia niega la pérdida a través de la incorporación. El sujeto con megarexia “reduce sistemáticamente la alteridad del objeto al Uno del origen” (Cosenza, 2018). Le cuesta separarse del otro y de esta manera, lo integra como si fuera comida.

Cabe señalar, que también están negando su cuerpo, al pensar que no son ellos, o que no sufren de ninguna situación corporal grave. Igualmente escribe que el sujeto con megarexia rechaza su deseo, y es capaz de someterse a los deseos de los demás posponiendo o reprimiendo los suyos propios, y pareciera que esto se podría contrastar con el desinterés sexual de la anorexia. Las personas con megarexia pueden ser sumisos con tal de no tener conflicto con el otro; las personas con anorexia prefieren romper cualquier tipo de relación antes de buscar satisfacer los deseos de alguien más. Y eso mismo lleva a una paradoja del megarexico en cuanto a la sexualidad, pues “perder peso se convierte en sinónimo de recuperar una exposición (…) a la mirada deseante del Otro que angustia al sujeto, (…) y lo hace reencontrarse, (…) con su propio exceso de deseo” (Cosenza, 2018).

Me faltan muchos temas por tocar con respecto a la megarexia. Entre ellos, me di cuenta que al escribir está investigación pensaba en la anoréxica (en femenino) y el obeso (en masculino), sin embargo, los autores mencionados afirman que el tener obesidad/megarexia, es una actividad femenina y, de hecho, en las estadísticas hay más mujeres que padecen de esto.

Otro de los puntos que me faltó mencionar fue la posible génesis de esta problemática, así como las hay en otras patologías.

Para terminar, me gustaría señalar que se pueden hacer muchas otras comparaciones entre estas condiciones y seguramente encontraríamos algún funcionamiento que no sea equiparable entre un paciente con el IMC alto y uno bajo. Pero más allá de que estas problemáticas parecieran contrarias, creo que son suficientemente similares como para poder pensar en la megarexia como TCA; si entendemos la megarexia como un trastorno, entonces podemos trabajar con aquellos que sufren de esta condición en el consultorio de una manera más efectiva e integral. No dejemos que su escisión gane y además de tratar de entender su mente desde lo psíquico, apoyémonos en lo corporal para hacerlo, pues como ya saben, mente y cuerpo integran al sujeto.

Notas:

1 Me gustaría aclarar que la obesidad es un síntoma y la sobrealimentación una conducta, así como la anorexia un trastorno.

Bibliografía

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  • Bruch, (2001). The golden cage : the enigma of anorexia nervosa. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.
  • Cosenza, (2018). La comida y el inconsciente. (J. C. Vitale Gentile, Trad.) España: NED ediciones.
  • Cuapa, (21 de Agosto de 21). Comida sana vs chatarra ¿cuál es más cara? El Universal.
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  • Recalcati, (2003). Clínica del Vacío. (S. Rodríguez Val, Trad.) Bologna Italia: SÍNTESIS.
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  • Williamson, , & Davis, C. (1990). Assessment of eating disorders : obesity, anorexia, and bulimia nervosa. New York: Pergamon Press.
  • Imagen Pexels/ Mali Maeder.