Carolina Gutiérrez 

Durante el último año, derivado a la pandemia por Covid-19 que hemos vivido, se comenzó a hablar sobre la importancia de los vínculos sociales en niños para su mejor desarrollo, y en adultos pensando en su salud mental. Los adultos y jóvenes empezaron por extrañar las fiestas, cenas y actividades sociales, dónde podían convivir con amigos, parejas y familiares. De lo que más preocupaba a la gente es cuándo volverían a verse y abrazarse. 

A los niños se les comenzó a complicar la convivencia con sus amigos y compañeros, incluso me tocó escuchar de niños de kínder comentarios cómo: “mi maestra no tiene piernas”, “mi amigo es una cabeza”, algunos que se integraban a un grupo nuevo dónde decían no tener amigos, porque era imposible socializar vía “Zoom”. Los niños necesitan las relaciones para facilitar su aprendizaje y desarrollo. 

A raíz de esto comencé a cuestionarme sobre las relaciones objetales y que tanto dependen de ellas no solo el desarrollo de los niños, si no también, parte de la felicidad de todo ser humano. Las relaciones humanas son una necesidad, es parte de nuestra naturaleza, por lo mismo a través del tiempo formamos civilizaciones y culturas que nos permitieron desarrollarnos con mayor colaboración. De acuerdo a Freud (1930), en su texto “El malestar en la cultura” las culturas permitieron regular los vínculos humanos, creando reglas de convivencia en la sociedad para protegernos de la naturaleza. Restringimos nuestras pulsiones, a cambio de una buena medida de frustración, buscando la belleza, la limpieza y el orden, buscando dentro de esta cultura la felicidad como propósito de vida, pero esto no es más que estar buscando la ausencia de dolor y displacer. Bien menciona Freud (1930) dos cosas de importancia; la primera “… la felicidad es algo enteramente subjetivo” (p. 88) y “… el resorte de todas las actividades humanas es alcanzar dos metas confluyentes, la utilidad y la ganancia de placer…” (p. 93). Detrás de toda actividad social se busca el placer, es decir obtener una ganancia que nos permita de una forma u otra obtener un momento de felicidad efímero.

 ¿Qué es la felicidad? La felicidad de acuerdo a Freud (1930) es “…la satisfacción más bien repentina de necesidades retenidas, con alto grado de estasis, y por su propia naturaleza sólo es posible como un fenómeno episódico” (p. 76). La felicidad de la que se lee en cuentos de hadas, novelas o películas es insostenible, por que por la misma definición la felicidad es evitar el displacer, sostener un estado de alto grado de estasis por tiempo prolongado sería irreal. En el mismo texto, Freud nos explica que la felicidad se alcanza por diversas vías al ser subjetiva, cada persona busca su forma de obtenerla y una de esas vías es poniendo el amor como punto central, esperando la satisfacción del hecho de amar y ser amado. Al sentirnos amados, creamos un sentimiento de pertenencia, con una ganancia y una satisfacción pulsional que desde bebés buscamos.

Desde que nacemos buscamos obtener satisfacción por medio de la relación con el objeto que cubre todas nuestras necesidades ya sea nuestra madre o nuestro objeto sustituto. Durante la etapa oral este objeto de amor primario, es el mundo junto con nosotros, el objeto bueno es quien satisface toda pulsión, toda necesidad, todo sufrimiento. Nuestra base para todas las relaciones futuras en la vida finalmente es nuestro vínculo primario con el pecho y la leche, de ahí que mediante un proceso gradual comenzamos a relacionar de forma inconsciente toda la bondad y belleza con el seno generoso y con la madre u objeto sustituto como objeto total (Klein, 1937). 

En las primeras etapas del desarrollo psicosexual, el amor y la comprensión se expresan a través de la relación madre-hijo debido a que el inconsciente de ambos está en estrecha interrelación, si al niño no se le da suficiente felicidad, su capacidad para desarrollar amor, confianza y optimismo en los demás se verá perturbada (Klein, 1937). Finalmente nuestra primera relación social es con el objeto de amor primario, introyectamos la parte buena de este objeto, separando de esta forma nuestro yo y nuestro no-yo. “La madre en sus aspectos buenos -la madre que ama, ayuda y alimenta al niño- es el primer objeto bueno que el bebé transforma en una parte de su mundo interno” (Klein, 1959, p. 255)

Nuestro yo consiste en este momento de todo lo agradable, todo lo que nos causa placer, mientras que lo no-yo pasa a ser proyectado al objeto, donde nos deshacemos de lo displacentero, así, la felicidad somos nosotros, todo lo placentero, la sensación de satisfacción momentánea después de ser alimentados por el pecho materno, o de ser tapados al tener frío, nosotros nos convertimos en felicidad y desde este momento tratamos de expulsar y evitar lo que nos causa displacer. Buscamos satisfacer todas nuestras pulsiones desde este momento, viéndonos interrumpidos por la frustración cuando el objeto de amor no satisface nuestras necesidades instantáneamente. 

Conforme nos vamos integrando al mundo externo, la realidad nos confronta, no podemos vivir cumpliendo toda pulsión. Debido a la misma cultura, vemos que no todo está permitido, que hay reglas, castigos, tiempos de espera, y frustración. Nos damos cuenta también de que la felicidad contínua es irreal y que debemos frustrarnos por momentos para buscar distintas vías y poder satisfacer dichas pulsiones de forma que no perdamos el amor del objeto.  

Nuestras relaciones objetales se vuelven más complejas con cada etapa y cada momento, identificamos en otros cualidades que ya hemos hecho parte de nuestro yo, lo cual nos permite ver en el otro cualidades deseadas, amadas y pensamos al otro como un pedazo de felicidad y de deseo. El otro cumple también con ciertos criterios que nos permiten satisfacer pulsiones por medio de las relaciones objetales, sin embargo, la primera identificación que tenemos con la madre o el objeto sustituto, es la base para toda futura identificación de beneficio, nos permite una buena identificación con nuestro padre, hermanos, amistades, etc. Nos permite como niños sentir que los objetos responden a nuestro amor y permiten que vayamos formando una personalidad estable (Klein, 1937). Finalmente desde etapas tempranas el miedo a la pérdida de amor está presente, tememos ser abandonados, porque el objeto amado es el proveedor de muchas satisfacciones desde pequeños, la pérdida del objeto es un miedo que nos acompaña toda la vida. 

Melanie Klein (1937), nos explica en su artículo “Amor, culpa y reparación” que durante toda la vida la lucha entre amor y odio está presente. No podemos dejar de lado que todo humano tiene por naturaleza agresión en sí mismo. Desde la etapa oral buscamos devorar a mamá, introyectarla como objeto bueno mordiéndola. En la fantasía destruimos a la mamá y la culpa que nos genera nos lleva a fantasías omnipotentes donde reparamos al objeto, este ir y venir entre destrozar y curar al objeto nos lleva a un sentimiento intenso de culpa que nos lleva a reparar. La culpa es un sentimiento siempre presente en la psique humana; son sentimientos muy dolorosos que solemos tener inconscientes, aunque se expresan de distintas formas y amenazan con perturbar nuestras relaciones sociales, a pesar de estos impulsos destructivos, la culpa es el sentimiento que nos lleva a un profundo deseo de reparar los objetos dañados en la fantasía, teniendo una necesidad de hacer sacrificios por las personas amadas, buscamos darles felicidad a los demás como un elemento reparatorio, para calmar nuestra propia ansiedad por nuestros mismos impulsos agresivos y destructivos. Al reparar al objeto mediante la felicidad, nos damos cierta felicidad a nosotros mismos, al comprobarnos que nuestra agresión no destruyó al otro.

Para lograr esto necesitamos como mencionamos con anterioridad tener una buena identificación con el objeto amado. La identificación se convierte en “… una condición del amor intenso y auténtico” (Klein, 1937, p.315). Al sentirnos identificados llegamos a anteponer por momentos los deseos del otro y sacrificar nuestros propios sentimientos, colocándonos en el papel de papá o mamá bueno, comportándonos con el objeto amado como a veces ellos lo hacían con nosotros o incluso como deseamos lo hubieran hecho, así, mediante la identificación con el objeto amado intentamos reparar frustraciones pasadas. 

En toda relación observamos cómo el deseo de reparación por culpa está presente, reeditamos nuestras relaciones infantiles cumpliendo ciertos deseos, permitiéndonos de esta manera satisfacer pulsiones y obtener de esto satisfacción y felicidad. 

De acuerdo a Klein (1937) dentro de una relación amorosa heterosexual, la mujer dota al hombre de sentimientos maternales, a la vez que conserva su actitud infantil hacia su padre, lo que deja al hombre libre de tomar un rol paternal con ella y cuidarla, como en su momento quería cuidar a su mamá y desempeñar el rol de su padre, de un buen marido. Al mismo tiempo, la gratificación sexual permite a ambos reparar la culpa por sus deseos sádicos una vez sentidos en la fase edípica. La mujer comprueba que sus genitales son buenos, no dañan al hombre, si no que lo proveen de placer y felicidad. Mientras que observa que el pene no es un órgano peligroso como había fantaseado de pequeña, permitiendo que estos miedos se disipen. Por otro lado, el hombre quién fantaseaba que su pene era un órgano destructivo y peligroso para la madre, lleva a comprobar que es un órgano bueno y curativo al darle placer e hijos a la mujer. 

En cuanto las relaciones con los hijos, la mujer cumple por fin un deseo presente desde la fase edípica, lo cual disminuye su agresión y aumenta su capacidad de amor hacia su hijo, cuando los hijos son mayores su actitud estará bajo la influencia de la actitud que una vez tuvo hacia sus hermanos, reparando la culpa de fantasías de celos y rivalidad fraternal. A la par se identifica con su madre protectora, quien mantiene su lugar de importancia e influencia en la psique y le permite sentir que proporciona la misma seguridad a sus hijos. Por otro lado, el padre encuentra una expresión plena de sus impulsos  protectores estimulados por sentimientos de culpa, al ayudar a los hijos y al promover su desarrollo reedita su infancia (Klein, 1937).

En cuanto a las relaciones de amistad en la infancia, la escuela nos permite separar con mayor claridad los sentimientos de amor, odio y nos permiten solucionar las primeras dificultades emocionales, a menudo mejorando la relación con los hermanos. En la adolescencia, los sentimientos de rivalidad y odio contra el padre o madre se reviven de una forma intensificada, lo que nos lleva a buscar el bien y el amor en el mundo interno y externo, buscando objetos a quienes se pueda idealizar y de esta forma confirmar la existencia de padres buenos en el inconsciente y reparar la culpa por los mismos sentimientos de odio. Las amistades se ven con tendencias homosexuales subyacentes, conformadas con sentimientos de amor y admiración que contrarrestan el odio, es por lo mismo que nos apegamos más a estas amistades. Ya en la vida adulta, las amistades conllevan tendencias homosexuales inconscientes disociadas en los sentimientos afectuosos y los sexuales, estas amistades adultas se conforman por actitudes maternales o paternales y filiales lo que nos permite dar y recibir (Klein, 1937).

En todas nuestras relaciones obtenemos satisfacciones y damos a cambio las mismas, los objetos amados y odiados se vuelven en ambos tintes un referente de identificación, introyección y proyección basados en nuestras primeras relaciones objetales, que con esto nos permite reparar y satisfacer pulsiones de forma parcial. 

La pandemia por Covid-19 perturbó las relaciones sociales al tener que mantenerlas de forma virtual, mediante videollamadas, mensajes de texto o llamadas telefónicas, esto interrumpe y corta la comunicación y la forma en la que interactuamos con las personas, provocando que la satisfacción de las pulsiones sea más difícil de lograr. La felicidad de las relaciones viene de la reparación de culpa inconsciente, de la misma agresión innata del humano que evitamos en sociedad para obtener del objeto amado, amor de regreso, y así confirmarnos que a pesar de nuestras fantasías agresivas somos bondadosos y dignos de ser amados. 

En toda relación está presente lo que introyectamos de nuestras relaciones primarias, es por lo mismo que dentro de un encuadre terapéutico, con amigos o en pareja constantemente nos encontramos reeditando nuestras relaciones con nuestros padres y hermanos. Estamos influenciados por la culpa que nuestras fantasías inconscientes nos han hecho sentir, culpa que nos lleva a buscar maneras de reparar estas fantasías y esperamos que de nuestras relaciones objetales obtengamos el alivio y la satisfacción de ser dignos de amor y por ende de felicidad. Si pudiéramos satisfacer toda pulsión sin ninguna desviación las relaciones sociales serían imposibles, por lo mismo, dentro de ellas está la importancia de poder dar y recibir amor, entendiendo que de esta manera no perderemos al objeto. 

Damos desde un lugar maternal y recibimos desde un lugar fraternal, entendemos que tanto podemos ser agresivos, como podemos reparar para sentirnos amados y hacer sentir amado al otro. 

Finalmente las relaciones objetales se mantienen porque ambas personas pueden obtener felicidad del otro, ambas personas reparan frustraciones pasadas y buscan comprobar que son dignos de amor. 

Bibliografía:

  • Freud, S. (1930). “El malestar en la cultura” En: Sigmund Freud. Obras completas, Tomo XXI. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores.
  • Klein, M. (1937). “Amor, culpa y reparación” En: Amor, culpa y reparación, Tomo 1. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica, S.A. 
  • Klein, M. (1930). “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo” En: Amor, culpa y reparación, Tomo 1. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica S.A.
  • Klein, M. (1959). “Nuestro mundo adulto y sus raíces en la infancia” En: Envidia y gratitud, Tomo 3. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica, S.A.