La experiencia melancólica

Autor: Guadalupe Portal

Introducción

Son varias las preguntas que hoy día comprometen a la problemática melancólica. La primera de ellas se vincula con la cuestión de la existencia o no de la melancolía. Esto se debe a la reducción que se hace desde el campo de la psiquiatría con una visión molecular biológica. La melancolía en ese campo se fue diseminando en la psicosis maniaco-depresiva, luego en el trastorno bipolar y las depresiones llamadas mayores. En un tiempo será un problema exclusivamente de neurotransmisores, para postularse después que es un problema relacionado a alteraciones genéticas. En este contexto me pregunto: ¿qué ha pasado con la melancolía?, ¿cuál es la diferencia entre melancolía y depresión grave?, y ¿cuál es la diferencia entre duelo y melancolía?

El presente trabajo no pretende elaborar un análisis exhaustivo de la melancolía, sino revisar algunos conceptos y cuestionamientos básicos.

La melancolía se presenta como un estado de ánimo; se trata esencialmente de un estado subjetivo que ha sido estudiado desde hace varios siglos y , a pesar de ello, no ha sido posible integrar este estado de ánimo a una teoría general de los afectos. Lo mismo ha sucedido con la angustia. Ésta última proviene de un estado de indeterminación y así como la angustia no es ubicable en un lugar determinado, en un objeto empírico, tampoco en la melancolía la experiencia de la pérdida ocupa un lugar específico en la relación con un objeto empírico. La pérdida en la melancolía no puede localizarse en un objeto determinado.

La estructura clínica denominada melancolía fue descrita por primera vez por Hipócrates quien la llamó depresión melancólica, e infirió que se relacionaba con los humores. Agrupó la melancolía junto con la paranoia, el delirio y la manía, considerando que eran las principales enfermedades mentales. La melancolía era en la antigüedad la enfermedad del alma y no sólo es una constante de la locura desde los griegos hasta la época moderna, si no que expresa también una especie de dolor universal en el que todos nos reconocemos.

El término melancolía que pertenecía a filósofos y poetas cambia años después cuando se introduce el término depresión. Adolf Meyer, considerado el fundador de la psiquiatría americana, opinaba que el término depresión tenía la ventaja de unificar diversas modalidades de melancolía (simple, con delirio, crónica, homicida o suicida). Por tanto, depresión sería la palabra que las une. La función que ha cumplido esa palabra es la de reunir diversos trastornos, bajo el común denominador del estado de ánimo triste o inhibido.

Pereña (2012) señala que: “el estado de ánimo es un  criterio diagnóstico no por evidente, menos confuso, pues el estado de ánimo, sea la tristeza, el desánimo o el desaliento, la angustia o la euforia, o el rencor, se corresponde con la propia condición subjetiva, son sentimientos producidos por la exposición primordial con el otro…”(p.14)

Señala que dada la subjetividad del estado de ánimo, se ha recurrido a dos criterios externos para la delimitación diagnóstica: la duración y la intensidad.

Afecto depresivo y melancolía:

Recalcati (2008) distingue el afecto depresivo de la melancolía, señalando que el primero no es una estructura como tal, sino que atraviesa todas las estructuras, es trans-clínico. Considera que la depresión se revela en la estructura de la melancolía. Agrega que si en la depresión neurótica falta el mundo, es éste el que “se vacía” y revela al sujeto la ausencia, la pérdida del objeto, en la melancolía es el Yo el que se vacía. Este vacío no está en lo real (el objeto perdido) sino en la inscripción del sujeto en el campo simbólico del Otro.

¿Qué separa a estas dos experiencias y qué las une?

Para Freud la melancolía es antes que nada una problemática narcisista. Planteó tres factores condicionantes para la melancolía: la pérdida del objeto, un alto grado de ambivalencia y una regresión libidinal en el Yo. Ancló la discusión de la melancolía con la analogía entre el duelo normal y el duelo melancólico. Consideró que en ambos hay una dolorosa sensación de abatimiento por una pérdida, falta de interés en el mundo, pérdida de la capacidad de amar e inhibición de la actividad. Pero únicamente en la melancolía hay una disminución de la autoestima que provoca reproches y expectativas irracionales de castigo. El melancólico no reconoce lo que le causa el abatimiento porque la pérdida es inconsciente. Asimismo, hay un trastocamiento en la subjetividad constructora de temporalidades.

Incluye dentro de las características de la melancolía la regresión desde la investidura del objeto hasta la fase oral que pertenece todavía al narcisismo. La retirada de la investidura objetal responde a una pérdida del objeto. ¿Qué significa perder un objeto libidinalmente hablando?. Planteado de otra forma, ¿ausencia de objeto es sinónimo de pérdida? La respuesta estricta es no. De acuerdo con Chamizo (2012) la ausencia de objeto puede sustituirse por la presencia alucinatoria, que es uno de los momentos que caracterizan al duelo. Plantea que alucinación y desestimación son procesos que van de la mano. Por lo anterior, la retirada de la investidura objetal no se explica por la ausencia del objeto. Interviene el juicio de la existencia que dicta que el objeto ya no está en la realidad. Sin embargo, la “realidad” y su equivalente “afuera” es una construcción del aparato psíquico donde se co-dice el juicio de existencia con otros. Considera que la retirada de la investidura libidinal no es en relación al objeto calificado como ausente, si no que es la retirada respecto a las representaciones construidas a causa del objeto.

Si después de la pérdida se va produciendo una sobre investidura y una clausura, ¿qué implica hablar de sobre investidura donde no hay objeto que soporte y que le de sentido? Lo investido son los recuerdos en los que el doliente está con el objeto perdido. En el duelo el sujeto ha podido tomar distancia de los recuerdos y crea una nueva subjetivación. Si esta renuncia no se produce el yo queda enredado en los recuerdos-monumentos que ha levantado a partir de la pérdida.

Con el objeto siempre se pierde algo del sujeto. Por ello, la distinción con la melancolía no consiste en saber qué se perdió,-eso pasa en todo proceso de duelo- sino, el lugar de vaciamiento. Es el yo el que empobrece.

La sensación interna de pérdida y los auto reproches inapropiados se deben a la escisión del Yo del individuo melancólico, en quien un sector yóico se opone al otro, lo enjuicia y lo contempla como objeto externo. Para Freud el melancólico estableció en la infancia una intensa relación objetal que por el desengaño de la persona amada se deterioró. La ruptura se sigue del retiro de la carga libidinal, la cual queda no ligada a otro objeto pues la primera vinculación fue de tipo narcisista. La libido se retrae al Yo y se produce una identificación entre un sector del Yo y el objeto abandonado. Pérdidas posteriores reactivan la pérdida original y provocan que la furia se descargué contra el objeto que infligió la decepción original, ahora fusionado con una parte del Yo. El pasaje tan a menudo citado en el cual Freud escribe: “la sombra del objeto recae en el Yo”, no sería el caso en el duelo normal, en el cual existiría una frontera clara con el objeto.

Abraham en 1911 explica que la depresión surge cuando el individuo ha renunciado a la esperanza de satisfacer sus tendencias libidinales. Una aportación importante de Abraham es la descripción de la ambivalencia del depresivo y su incapacidad de amar verdaderamente a los demás, su excesiva preocupación por si mismo y la manera en que utiliza la culpa para llamar la atención. Consideró varios factores que predisponen a la depresión: un factor constitucional ligado a una excesiva acentuación del erotismo oral; una especial fijación a nivel oral; un daño severo al narcisismo infantil producido por sucesivos desengaños amorosos; la aparición del primer desengaño amoroso antes de que los deseos edípicos hayan sido superados y la repetición del engaño original en épocas posteriores de la vida.

Respecto a la melancolía Lacan (1963) dice:

“El problema del duelo es el sostenimiento, en el nivel escópico, de los lasos por los cuales el deseo está suspendido, no al objeto a, sino al objeto i(a), por lo cual todo amor está narcisísticamente estructurado…Es lo que hace la diferencia de lo que pasa en el duelo a la melancolía y  en la manía. A menos de distinguir el objeto a del i(a) no podemos identificar la diferencia radical que hay entre la melancolía y el duelo.”

Saettele (2012) cuestiona si el psicoanálisis debe pretender la reducción de la melancolía a un duelo normal. Propone que la analogía entre duelo y melancolía descansa en la suposición de que seria posible la sustitución del objeto perdido. Freud pensaba que reconocer la propia finitud podría preparar al sujeto para confrontar pérdidas posteriores; a saber: las pérdidas que desencadenan el duelo melancólico. Sin embargo, Freud parece no haber mantenido esta posición. Por ejemplo, cuando se enteró de la muerte del hijo mayor de Ludwig Binswagner, le escribió:

“ Se sabe que el duelo agudo después de una pérdida como ésta llegará a su fin. Pero uno quedará sin consuelo, y nunca encontrará un sustituto. Todo aquello que se mueve a este lugar, aún si pudiera llenarlo por completo, permanece como algo diferente. Y en el fondo está bien que sea así. Es la única manera de continuar el amor que uno no quiere abandonar”. (Citado en Saettele, (2012) p. 167).

La imposibilidad de nominación del objeto perdido.

Seattele plantea que lo que se pierde es variable y el intento de la nominación de este “lo” fracasará ya que ninguna producción imaginaria, simbólica puede cubrir un real que incide en la pérdida. Es una pérdida sin objeto. Si el sujeto melancólico se abre a la palabra, frente a la pregunta sobre el objeto perdido, entrará en una amplia descripción de sí mismo, devastado, vacío. Existe un dilema ya que si habla del objeto perdido, el discurso fracasará por la imposibilidad de nombrarlo. Si habla de sí mismo, la pérdida se reducirá a la queja incontenible. En este punto se coloca la observación de Freud: las quejas son acusaciones, acusaciones por haber sido despojado, robado.

La experiencia melancólica es la de una caída. ¿Cuál es la apuesta psicoanalítica ente el movimiento de caída del sujeto? De acuerdo al autor, en lugar de la nominación de la pérdida, el discurso psicoanalítico lacaniano, intentará la localización de un punto de irrupción de lo real a partir del cual se produce la pérdida en el sujeto. Enfatiza que ante la melancolía, el discurso psicoanalítico se encuentra en una paradoja discursiva: cuanto más se intente la nominación de objeto perdido, tanto más la persona se acerca a la “caída” a un abismo. Por ello, la restitución de la dialéctica del relato melancólico es fundamental.

Otra manifestación de la dificultad para encontrar una enunciación de la pérdida, es el silencio. Freud describió la existencia de variaciones entre momentos de extremo silencio, mutismo e intentos insistentes de comunicar relacionados con el auto-suplicio gozoso. En casos extremos se pierde la capacidad misma de producir sentido.

Conclusiones:

Freud había creído encontrar el secreto de la melancolía en contraposición al duelo, pero ve en seguida que la pérdida del objeto y la elaboración inconsciente de esa pérdida, tal como se da en todo duelo, no aclara el fenómeno melancólico. Por eso dice: “no conseguimos distinguir claramente lo que el sujeto ha perdido”.

La pérdida en el duelo es consciente y en la melancolía inconsciente. En el duelo la tristeza es la expresión del estado de ánimo, mientras que en la melancolía es un estado devastador, sin nombre.

Lo que está en juego en la melancolía no  es la dificultad de elaboración de la pérdida, sino la pérdida misma, el que no hay sujeto de la pérdida si no el sujeto melancólico es la pérdida misma.

La retirada del mundo en el duelo es en la melancolía desconsideración y menosprecio del propio yo mas que del mundo.

El proceso melancólico es complejo. El melancólico parece vivir en abandono y todo du esfuerzo por encontrar un refugio que a la vez le permita vivir entre los demás, está condenado. Es un esfuerzo agotador cuya agitación sólo la manía consigue, a veces prolongar.

Bibliografía

  • Burton, R. (1997). Anatomía de la melancolía I. Madrid: Asociación española de neuropsiquiatría.
  • Chamizo, O. (2012) Dolor y melancolía, destinos del narcisismo. Revista: Espectros del Psicoanálisis. No. 9. Invierno 2012.
  • Freud, S. (1916) Duelo y melancolía. en obras completas Vol. XIV Buenos Aires: Amorrortu
  • Freud, S. Inhibición, síntoma y angustia, en obras completas Vol. XX. Buenos Aires: Amorrortu. 1976.
  • Lacan, J. (1963). Le Séminaire, Livre 10, L’angoisse, sesión del 19 de junio 1963. Paris, Seuil, 2004.
  • Recalcati, M. (2008) Clínica del vacío, dependencia, psicosis. Madrid: Síntesis.
  • Pereña, F. (2012). Melancolía y creencia. Revista: Espectros del Psicoanálisis. No. 9. Invierno 2012.
  • Seattle, H. (2012). La experiencia melancólica. Revista: Espectros del Psicoanálisis. No. 9. Invierno 2012.
Imagen: Morguefile/TheresaOtero