Por: Alejandra Marín
En mi reducida experiencia clínica he tenido la oportunidad de trabajar en dos casos clínicos de adopción, los cuáles, aunque se dieron en circunstancias muy distintas, en ambos observé algunas similitudes importantes. Para propósitos del presente trabajo me voy a enfocar en una específica: la consolidación de la identidad. Aunque se encontraban en diferentes etapas del desarrollo, uno en la niñez y otro en la adolescencia, en ambos se manifestaron rasgos de confusión en la identidad.
En el presente trabajo quiero repasar la formación de la identidad, desde el vínculo primario que se vive en el útero hasta la conformación de la identidad en la adolescencia. Qué procesos suceden y cómo se ven rotos, o no, en la adopción. Qué dificultades se presentan y qué responsabilidad tenemos nosotros como psicoanalistas para hacer de la adopción un proceso más suave y satisfactorio, ya que una adopción fallida es desastrosa para el niño.
Identidad y adopción
León y Rebeca Grinberg (citado en Muñoz Guillén, 2015) dicen que la identidad es el sentimiento resultante de la interacción de tres vínculos: el vínculo espacial, el vínculo temporal y el vínculo social.
- El vínculo espacial es aquél que nos confirma que somos diferentes a otro.
- El temporal es aquél que nos hace sentir como el mismo sujeto a través del tiempo y a pesar de los cambios y
- el social es el que nos permite una pertenencia a un grupo.
León Grinberg (citado en Muñoz Guillén, 2015) dice que la interacción específica y continua de estos elementos, brinda al Yo un estado de cohesión, que se mantendrá dentro de los límites aún al experimentar alteraciones o pérdidas en ciertas circunstancias. En la vida de una persona, entran en juego distintas experiencias que afectan y alteran el sentimiento de identidad, es por eso que la conformación de la identidad es un proceso que se da a lo largo de la vida, se va “configurando y consolidando con sus modificaciones mediante la elaboración de todos estos procesos, experiencias y duelos” (Muñoz Guillén, 2015).
En la adopción, la esfera social (la que le responde al sujeto su círculo de pertenencia) es por lo regular la que más afectada se ve. Es normal que los niños adoptados se hagan preguntas como ¿de dónde soy? ¿Por qué mi familia biológica no me quiso y por qué esta sí me va a querer? ¿De dónde vengo? ¿Cómo eran mis padres? ¿Cuál es mi historia? Hasta ¿tengo predisposición a desarrollar diabetes?
Es verdad que los niños que son adoptados tienen pérdidas y experiencias más exageradas que otros, ellos tienen que elaborar desde la pérdida de la madre en el útero hasta las vicisitudes de la adolescencia. Quizás la pérdida más significativa es la pérdida de la madre biológica/útero, es muy significativa ya que el aparato mental del chiquito no está preparado para elaborar esa pérdida.
Existen muchas historias a lo largo de la humanidad que hablan de la vida antes del nacimiento, desde los egipcios hasta lo último en tecnología de los ultrasonidos 4D. Desde el psicoanálisis también se ha teorizado sobre el tema, en donde se da un lugar importantísimo a lo prenatal en el desarrollo del individuo. Freud (1925) dice que “[…] entre la vida intrauterina y la temprana infancia existe mucha más continuidad de lo que permite creer la drástica censura del acto de nacer […]” (Freud, 1925)
Y aunque el bebé no esté equiparado con el aparato mental para elaborar el vínculo que se hace con la madre, el bebé nace ya cargado de historias, contexto, esperanzas y vínculos libidinales o no. Ninguna línea considera el nacimiento como el punto cero, se nace con cierto temperamento, producto de la herencia, el cual se irá moldeando por medio del aprendizaje exterior. Debido a esto, la importancia de recalcar la formación de la identidad desde el útero y cómo sigue en línea continúa hasta después el nacimiento.
Beatriz Caso de Leveratto et. al. (2001) cita diversos proyectos de investigación que demuestran que los primeros movimientos del bebé se hacían en precisa sincronía con el lenguaje materno. De lo anterior se infirió que el neonato nace ya con conductas resultantes de la vida intrauterina. También dice que “el ser humano esta desde el útero inmerso en un mundo de palabras” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001), es decir que ya existe una comunicación arcaica entre la madre y el hijo que lleva en el vientre.
Anzieu (1994) también habla de la comunicación inicial madre-hijo y la importancia de lo sonoro en el feto. Él lo llama “espejo sonoro o piel audiofónica” (Anzieu, 1994). Para éste, el sentido acústico es lo más tempranamente desarrollado y el posterior reconocimiento de la voz de la madre se basa en esos momentos tan tempranos del desarrollo: eso nos lleva a cuestionarnos si ¿quedaron inscriptos, y si sí, dónde? (Anzieu, 1994)
A su vez Janine Puget (1997) reflexiona “acerca del trayecto que recorre un sujeto para la adquisición y la consolidación de su subjetividad. Subjetividad que no sabemos cuándo empieza y cuándo termina. Cuándo nace un sujeto y se lo puede considerar como tal […]. ¿Nace cuando es concebido? ¿Ya es otro con status propio? ¿Nace cuando se produce el parto? ¿Nace como sujeto cuando dispone de lenguaje? Todos los estudios acerca de la mente intrauterina darían cuenta de que ya es otro en su vida intrauterina y, por lo tanto, ya es un sujeto vincular…” (Puget, 1997).
Así que si el feto tiene todas estas habilidades, como “ser sensorial y probablemente psíquicamente activo, entonces existen proto-aprendizajes y proto-vínculos que serían el basamento de los aprendizajes y vínculos postnatales” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001).
Para todo niño que nace hay un antes y un después. “Se produce luego un corte en el nacimiento, donde se pierden algunos de los referentes que tenía hasta ese momento y hay un después en el encuentro con la madre externa” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001). Por lo tanto se conjetura que el hijo biológico reconoce a su madre biológica al nacer y al mismo tiempo la madre reconoce a su hijo biológico. Beatriz Caso de Leveratto et. al. (2001) dice que se produciría entonces “una retroalimentación afectiva por el reconocimiento de algo conocido, que favorece se establezca un sentimiento de confianza en los vínculos”.
En el caso de los hijos biológicos (en caso de que todo marche normalmente) se les reconoce al nacer, pues ya ha habido un vínculo compartido previo entre la madre y el feto, durante los 9 meses de gestación. En cambio “al hijo adoptivo se le conoce en el momento en que se toma contacto con él, en que se lo tiene por primera vez en brazos” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001). Se le debe ser reconocido por sus padres.
A medida en que la madre reconoce al hijo que lleva en el vientre, el futuro infante va reconociendo su lugar en el mundo, empieza a relacionarse con los demás. Entonces, qué pasa en el caso de la adopción ¿se sufre una ruptura entre la relación con la madre-útero y la madre-adoptiva? El bebé, llegue al mundo con proto-vínculos fuertes o no, tiene que aprender a ser hijo de esa madre de un día para otro y esa madre tiene que aprender a ser madre de ese bebé de un día para otro.
La madre adoptiva empieza a reconocer a su hijo en el momento en que le llega a sus brazos. Ella tendrá que “alentar la formación del vínculo madre-hijo y aceptar al hijo como propio, es decir que invierta tiempo físico y emocional para la integración del niño a la familia” (Bernard & Dozier, 2011). Bowlby (1988) dice que asumir al nuevo integrante con júbilo, casi un “estado de éxtasis” (Bowlby, 1988), aumenta la sensación de vivir al nuevo integrante como propio. Él dice que esta manera de reaccionar del ambiente, va a crear “modelos de trabajo internos” (Bowlby, 1988) que reflejan que los cuidados tempranos del bebé, después son asociados con las creencias que el niño se hace sobre sí mismo y sobre otros.
La interacción entre la “madre y el bebé estará en buena parte determinada por la representación mental que tenga la madre de la maternidad. Los intercambios emocionales y afectivos que el bebé mantiene con la madre van creando, organizando y sosteniendo las bases de la identidad” (Muñoz Guillén, 2015). Sin embargo, si la madre no ha trabajado sus fantasías y expectativas sobre la maternidad es muy probable que cuando este bebé llegue, haya una decepción enorme. Una decepción que se va a transmitir afectivamente al bebé.
Es casi una regla que antes de que el bebé llegue a casa, haya una idealización con respecto a ese nuevo ser y al papel de maternidad y parentalidad. Por lo general los papás que no pueden concebir un hijo, empiezan a idealizar el papel de padres y el de una familia. Es de suma importancia que se haga un trabajo de elaboración psíquica sobre lo que para ellos significa traer una nueva persona a casa. Si la madre está decepcionada de su nuevo bebé y del papel de la maternidad, aquél que incluye tantos sacrificios como placeres, ésta no podrá entender a la nueva persona que tiene frente a sí. No podrá ayudarle a procesar sus contenidos internos ni enseñarle a ser.
Hasta ahora hemos visto que la identidad se forma en relación a los demás, y a pesar de llegar al mundo con proto-aprendizajes y proto-vínculos, es verdad que llegamos fragmentados. Poco a poco el bebé se integra a partir del otro, Lacan habla de esta integración en el Estadio del Espejo en donde el bebé integra su Gestalt. Él dice que “la función de estadio del espejo se nos revela entonces cómo un caso particular de la función de imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad; o como se ha dicho, del Innenwelt con el Umwelt” (Lacan, 2009). Al terminar el estadio, el bebé verá la imagen en el espejo que su madre le regresó, se convierte entonces en una dialéctica que “liga al yo [je] con situaciones socialmente elaboradas” (Lacan, 2009).
Bion (citado en Muñoz Guillen, 2015) habla de la capacidad de reverie de la madre, función alfa sin la cual el bebé no puede procesar psíquicamente por sí mismo sus primeras vivencias emocionales. Es la madre continente la que metaboliza esas experiencias (satisfactorias y frustrantes) en elementos capaces de ser pensados. La madre ayuda al bebé a pensarse.
Más tarde, en el Complejo de Edipo, el infante se identifica (en el caso del Edipo positivo) con el progenitor del mismo sexo, con la esperanza de que en la adultez consiga a alguien como el progenitor del sexo opuesto.
Erik Erikson (1983) dice que en la pubertad y en la adolescencia “todas las mismidades y continuidades se ponen en duda”. Se preocupan por cómo se ven en los ojos de los demás en comparación con lo que ellos mismos creen que son. La identidad yoica, más cercana a lo que será en la adultez, es la suma de identificaciones infantiles. Es la “confianza acumulada en que la mismidad y la continuidad interiores, encuentren su equivalente en la mismidad y continuidad que uno tiene frente a los demás” (Erikson, 1983). Erik Erikson (1983) dice que el peligro de no consolidar la identidad es la confusión de rol y la pérdida de la identidad ocupacional.
Parece que en ambos casos los hijos no han podido descubrir quiénes son, se sienten susceptibles a los cambios de la vida, en especial a aquellos de pertenencia. Y cuándo la esfera social se ve afectada, entonces la identidad espacial y temporal se ve asimismo afectada adoptiva.
En palabras de Muñoz Guillen (2015) el trabajo de los “nuevos padres” es ir restaurando el concepto de sí mismo. Tienen que ayudar a configurar una nueva identidad, ayudándole a sentir que pertenecen a un nuevo grupo social, para así ir reparando la herida primaria que ha dejado la experiencia de abandono. Y aunque no sea una experiencia consciente como tal, y no haya un recuerdo claro del abandono, es cierto que se queda inscripto en la psique del bebé ese temprano encuentro con la madre externa y cómo ésta fue aprendiendo a ser madre de ese bebé.
Además tienen la difícil tarea de elaborar el rechazo y el duelo por los padres biológicos. El trabajo de los nuevos padres es ayudar a que el hijo pase por todos estos procesos de identificaciones con el mayor grado de normalidad posible, para que la primera separación del útero y de la madre prehistórica no fomenten en él una “desconfianza respecto a la continuidad de los vínculos” (Muñoz Guillén, 2015)
La complicada tarea de los padres adoptivos no consiste sólo en que le ayuden a “configurar una nueva identidad del hijo, incluyéndole en la familia y entorno, ayudándole a sentir que pertenece a un nuevo grupo social, sino que habrán de reparar –en medida de lo posible- la herida primaria que la experiencia de abandono ha producido (Muñoz Guillén, 2015). Mayte Muñoz (2015) dice que “el factor primordial que contribuye en mayor medida a la reparación de la identidad del niño adoptado es la calidad de vínculos que establezca con sus padres adoptivos, y cómo éstos pueden ayudar al hijo a incorporar su condición de adoptado de su identidad”.
Entonces, vemos que la identidad se forma a partir de la proximidad con otro, proximidad que empieza desde el útero materno. Este proceso de dar un lugar al hijo se llama filiación. “La filiación es un proceso indispensable para el establecimiento de la identidad de un ser humano. Conlleva un intenso trabajo psíquico, en donde interviene toda la familia. El niño es nombrado hijo, nieto, quizás sobrino y quizás hermano. Se espera que él dé continuidad a la familia, y que transmita los mandamientos y tradiciones, a cambio de proporcionarle la pertenencia a un linaje” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001).
El proceso de filiación es bidireccional, ya que a su vez el hijo provee a sus padres una nueva posición social. Este encuentro entre padres e hijos “es un proceso intersubjetivo a doble vía, donde ambos deben poder libidinizar y narcizar sus vínculos” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001).
Los padres traen una carga de historia previa y el bebé también, que es la prehistoria del vínculo con su madre en el útero. Toda historia actual remite a la prehistoria y en ese sentido los sucesos actuales importantes adquieren relevancia o toman un nuevo significado en el presente.
Los nuevos sucesos son los que permiten los cambios, lo nuevo ayuda a la rectificación, produciendo hechos que antes no estaban y ayudan a consolidar lo ya dado. No debemos olvidar que, al igual que en todos los vínculos, no es lo mismo tener al otro pensado y/o fantaseado que tenerlo concretamente en el mundo externo. Los “procesos de filiación son influenciados por estas circunstancias del vínculo” (Caso de Leveratto, Grinblat de Notrica, & Fermepin de Pisani, 2001).
Si el primer vínculo se ve dañado, entonces habrá una serie de repercusiones en el vínculo posterior. Si la mamá no puede reconocer a su hijo, entonces el hijo tampoco se va a poder reconocer en la mamá. No será capaz de ver sus logros si no lo reconoce como individuo separado de sí misma, aquello que se aleje de lo que ella espera de él, será vivido como una herida narcisista. Si el bebé no se puede reconocer en la madre, entonces él tampoco se podrá reconocer a sí mismo. Lo que probablemente lleve a una confusión de la identidad.
A modo de conclusión
Hablar de adopción siempre es muy complicado, cada persona, cada familia, cada historia es única y diferente. Lo importante es que en conjunto los miembros sean capaces de acoplarse a esta nueva historia, que aprendan a ser una nueva familia cambiante y llena de retos. Que aprendan a verse como propios y pertenecientes a una familia. A mi parecer eso es lo que hace la diferencia entre una adopción exitosa y una fallida.
Las identificaciones empiezan en el útero materno donde el bebé empieza a comunicarse con otro. La dificultad en la adopción es crear un nuevo camino comunicativo, donde tanto hijo-madre, hijo-padre, hijo-hermanos e hijo-familia puedan sentirse parte de un mismo grupo, donde todos tengan un sentido de filiación. Es un lugar donde se deben de reparar los vínculos y prometer cierta estabilidad psíquica. Puede ser una tarea muy frustrante, ya que constantemente los niños pondrán a prueba los nuevos vínculos.
Es de suma importancia trabajar antes con las familias adoptivas sobre las fantasías que tienen del hijo que está por llegar a casa, trabajarlas y considerar ciertas opciones. Ya que un hijo en la fantasía tiende a estar idealizado, y en el caso de la adopción al momento de chocar con la realidad, puede haber una devaluación de ese hijo y por lo tanto un debilitamiento del vínculo que se forme entre ellos. Si el vínculo no es suficientemente fuerte, la identidad social será frágil, lo que llevará a que pequeños cambios de la vida se sientan más graves y se vean afectadas la concepción espacial y temporal que el sujeto tiene de sí mismo.
Bibliografía
- Anzieu, D. (1994). El yo-piel. Madrid: Biblioteca Nueva.
- Bernard, K., & Dozier, M. (2011). This is my child. Infant Mental Health Journal. New York, 251-262.
- Bowlby, J. (1988). A secure base: Parent-child attachment and healthy human development. New York: Basic Books.
- Caso de Leveratto, B., Grinblat de Notrica, S., & Fermepin de Pisani, E. (2001). Incidencia de lo prenatal en el vínculo materno-filial. Reflexiones en otrno a la adopción y a la fertilización asistida. Psicoanálisis APdeBA, XXIII(3), 565-581.
- Erikson, E. (1983). Infancia y Sociedad. Buenos Aires: HORMÉ.
- Freud, S. (1925). Inhibición, Síntoma y Angustia. C. Tomo XV. Buenos Aires: Amorrortu.
- Lacan, J. (2009). El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En J. Lacan, Escritos I (págs. 99-105). México : Siglo XXI.
- Meltzer, D. (1984). Conferencias en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Buenos Aires.
- Muñoz Guillén, M. (2015). En busca de la identidad en la adopción. Familia y Adopción, 1-7. España.
- Puget, J. (1997). Psicoanálisis de pareja. Del amor y sus bordes. Buenos Aires: Paidós.
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