Por: Salomón Ancona
“Soy humano y nada humano me es ajeno”- Terencio
Como psicoanalistas reconocemos la inexistencia de criterios universales que definan de manera definitiva lo que significa ser humano. Pienso que de ahí que muchos de los conceptos técnicos se han construido de forma que podamos ser conscientes de aquello a lo que estamos expuestos, más allá de ser psicoanalistas, por ser simplemente humanos. Sin embargo, no perdamos de vista que es precisamente esta conciencia la que nos capacita y permite entender al otro de modo que podamos acceder a su vivencia a través de la escucha.
A partir de esta premisa, numerosos autores han subrayado la importancia de la manera en la que debemos escuchar y abordar el proceso analítico. Conceptos fundamentales como la neutralidad, la abstinencia y siguiendo la perspectiva de Bion, la noción de “Sin memoria ni deseo”, resaltan la relevancia de estas actitudes y enfoques en la interacción terapéutica. No obstante, la integración de estos conceptos es más desafiante de lo que aparenta, ya que, desde el inicio existe un encuentro de dos subjetividades: la del analizante y la del analista, que, a pesar de ocupar posiciones distintas, no dejan de interactuar y por lo tanto de influenciarse mutuamente.
Al abordar las subjetividades, o, mejor dicho, los dos inconscientes, me refiero a dos mundos internos que se han configurado a través de su modelo familiar, la clase social y económica, las instituciones a las que han asistido, la religión, las costumbres, la experiencia de vida, por mencionar solo algunos aspectos. Es esto lo que me ha llevado a cuestionarme, no solo la forma en la que escuchamos, sino la forma en que intervenimos a partir de nuestras creencias. Me planteo, en qué medida estas creencias pueden estar disfrazadas de deseos que podrían obstaculizar el proceso del tratamiento o bien sostenerlo.
Quisiera comenzar compartiendo una experiencia que marcó profundamente mi reflexión sobre este tema: recuerdo vívidamente una situación en la que me solicitaron asistir a una reunión en la escuela de un adolescente que era mi analizante, C, de 14 años, y que presentaba constantemente un comportamiento que se podría describir como “rebelde” hacia sus compañeros y profesores.
Durante la reunión, se planteó la opción de implementar una sombra que lo acompañe durante el día escolar con el fin de intervenir frenando sus impulsos y prevenir actos prohibidos dentro de la institución. Mi respuesta inmediata y sin pensarla fue “no”, argumentando que él debía ser tratado como los demás y que tal medida solo llamaría más la atención sobre él.
Días después, en mi sesión de supervisión, compartí la experiencia y mi supervisor cuestionó dicha respuesta. Al revisar las opciones, analizar la propuesta y notar que esto no estaba fuera de lugar, surgió en mí un cuestionamiento interno sobre el motivo de esa respuesta inicial. Preguntas como ¿proyecté un deseo personal en el analizante?, ¿estaba yo defendiendo mis propios intereses y angustias inconscientes? o ¿fue mi propia angustia ante algún conflicto personal anterior la que respondió? circulaban por mi mente.
A partir de este momento, se me abrió un panorama que me exigía una comprensión más profunda de los conceptos anteriormente mencionados. En particular el de “sin memoria ni deseo”, de tal manera que, aunque no creía tenerlo completamente bajo control, estaba comprometido, al menos de manera consciente, en hacer el esfuerzo por lograrlo. Para adentrarnos a este concepto comenzaré por hablar de la abstinencia.
Según la definición proporcionada por el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (1993) la abstinencia se refiere a:
Un principio según el cual la cura analítica debe ser dirigida de tal forma que el paciente encuentre el mínimo posible de satisfacciones substitutivas de sus síntomas. Para el analista, ello implica la norma de no satisfacer las demandas del paciente ni desempeñar los papeles que éste tiende a imponerle. (p. 3)
Destacemos la segunda parte de la definición en donde se menciona la implicación del analista. ¿Qué significado tiene satisfacer a nuestro analizante? Esta idea implica un proceso complejo que va más allá de simplemente cumplir con sus deseos inmediatos: el analizante, dentro o fuera de sesión y, a través de la identificación proyectiva, demanda que el analista lo satisfaga, esto claro, según el caso en mayor o menor cantidad. Ahora bien, ante esto pongamos dos respuestas del analista que, aunque quizás caigan en extremas, nos ayudarán a tener una comprensión más amplia.
- Frente a estas demandas y debido a la identificación proyectiva, el analista se retira del campo para resguardar sus propios impulsos, juicios, deseos, críticas, etc.
Aunque el analista esté presente físicamente, no está verdaderamente implicado, y al racionalizar esto con la regla de abstinencia, surge una condición “óptima” y “limpia”, similar a aquellos que investigan una escena de crimen. Un miedo quizás paralizante se presenta ante el costo de estas implicaciones.
En su artículo titulado “¿Neutralidad o Abstinencia?”, Fanny Schkolnik (1999) menciona:
Si consideramos que el analista es solo un continente vacío, que refleja las proyecciones del paciente, estamos desconociendo los efectos de la movilización pulsional que se producen en él, y que le llegan al paciente, aunque no se lo proponga, ni tenga total consciencia de ello. (p. 3)
También sobre esto, Antonino Ferro y Luca Nicola (2018), mencionan:
Tal vez aquello por lo que el analista en formación o incluso el analista que ya está formado se preocupa (de manera justificada) es de ocupar demasiado el campo, que sus personajes…estén demasiado presentes. El analista abstinente corre menos peligros, mientras que el analista que inserta personajes y es responsable de dirigir, corre el riesgo de suscitar intervenciones antiterapéuticas o, de manera más general, de causar una invasión al espacio del paciente” (p. 158).
Esto nos lleva al segundo punto: La invasión de personajes del analista en el campo:
- Asimismo, frente a la identificación proyectiva del analizante o posiblemente ante el mero deseo del analista, el tratamiento se ve influenciado por sus personajes, al mismo tiempo que se establece una cierta forma de alianza inconsciente, acompañada de gratificación compartida. Imagino esta dinámica como un escenario donde otra entidad conquista un terreno nuevo, y la parte que está siendo conquistada se ve compelida a ceder y someterse ante los ideales que ahora gobiernan ese dominio.
Entonces, ¿de qué debemos abstenernos? o ¿cuánto y cuándo?
Hasta ahora, o al menos al escribirlo me da la sensación de que estamos en un callejón sin salida; sin embargo, podemos estar más cerca de la comprensión. Considero que, en realidad, nos abstenemos de que la díada analítica pase a ser de intereses infantiles que no funcionan durante el proceso. En la medida en que nos vemos envueltos en gratificar como una respuesta ante la identificación proyectiva del paciente, pasamos a una posición de pecho que se percibe como bueno dado que satisface las demandas e intenta suprimir el displacer que conlleva. Este proceso, más allá de beneficiar al otro, puede dar paso a que la envidia sobrepase la gratitud y por los ataques de ésta y la culpa que conlleva probablemente el tratamiento sea terminado por los ataques al vínculo. Sobre este punto, recordemos que, el analista ya se encuentra en una posición privilegiada al ser “el Sujeto Supuesto Saber” que debería gozar de buena salud mental y tener la capacidad de ayudar a otros; esto vuelve más factible que el analizante se someta. En cambio, considero que cuando el analista es capaz de salir y mantenerse fuera de la actuación de las demandas del analizante, pasa a una posición más firme que no se somete y se le percibe consciente o inconscientemente como una figura capaz de lidiar con todos los contenidos dando paso a lograr una identificación más firme.
Entremos entonces ahora, en el territorio específico de la memoria y el deseo, pero no en el paciente como ya lo hicimos anteriormente o como una reacción por la identificación proyectiva, sino desde el propio analista.
En principio, considero sumamente importante reconocer el hecho de que el analista no está exento de experimentar deseos, fantasías y emociones a lo largo de un tratamiento. Cuando Bion nos invita a no recordar y a no desear, está reconociendo la amplia posibilidad que tenemos como seres humanos de recurrir al pasado en busca de explicaciones, consuelo o sentido. Incluso parece mostrarlo como una tendencia natural a aferrarnos al pasado la cual no opera a favor del proceso.
Sobre el deseo tomaré la definición de Hernando Alberto Bernal Zuluaga en su artículo “La diferencia entre necesidad, demanda, deseo y pulsión”. Según Bernal (2019):
El deseo es el excedente producido por la articulación de la necesidad de la demanda. Esta toma forma cuando la demanda se separa de la necesidad. El deseo se presenta como una fuerza constante que nunca puede ser completamente satisfecha, a diferencia de la demanda, que puede ser colmada y deja de motivar al sujeto hasta que surge nuevamente. En esencia, el deseo es eterno al no poder alcanzar una satisfacción plena. (p. 75)
Podemos entonces inferir que el analista, al intentar responder a la demanda ante una necesidad, genera un espacio en el que su propio deseo puede manifestarse. Este, al ser eterno y no satisfecho, se convierte en una fuerza motivadora constante que, de no transferirlo hacia un lugar fuera de la escena analítica o analizarlo, se encontrará presente en la interacción con el analizante. Algunos ejemplos de estos deseos podrían ser la mejora inmediata de su estado de salud mental, encontrar pareja, crecimiento económico, entre otros. Estas aparentes mejoras generan una gratificación instantánea al sentir que se está progresando, pero encubren la realidad de que ambas partes están simplemente satisfaciéndose mutuamente. El narcisismo del analista podría encontrar tanta satisfacción que salir de esa dinámica se podría volver cada vez más difícil y en consecuencia la demanda podría aumentar cada vez más. El Origen (O) cómo el generador de conocimiento (K) se vuelve invisible para ambos, como si se estuviera manejando en una carretera con neblina que conlleva varios riesgos. La prisa por “llegar” y avanzar puede llevar a situaciones peligrosas. Esperar a que la claridad regrese puede ser la clave para continuar de manera más segura hacía nuestro destino, tanto en la carretera como en la sesión.
Bion (1974) comenta que:
Está claro que, si el psicoanalista se ha permitido el libre juego de la memoria, el deseo y la comprensión, sus preconceptos estarán habitualmente saturados y sus “hábitos” lo llevarán a recurrir a una saturación instantánea y bien practicada derivada del “significado” más que de O. (p. 51)
Esto indica que, si nos entregamos libremente a explorar nuestro propio pasado, podríamos sumergirnos en la saturación, creando la neblina que nos alejará de lo verdaderamente relevante.
Echegoyen (1985) considera que:
A veces los deseos neuróticos (o psicóticos) de curación pueden configurar de entrada una situación muy difícil y conducir inclusive a lo que Bion ha descripto en 1963 como reversión de la perspectiva. (p. 40)
Pienso que al hacer consciente el deseo, este se integra de una forma más efectiva, dejando de ser simplemente un anhelo personal para convertirse en algo que desean dos por alguna razón y nos podrá guiar hacia territorios desconocidos del analizante. Pienso incluso, que facilitará el papel de la intuición pues no estará contaminada por intereses propios. Dicho de otra manera, cuando la memoria, el deseo o ambas surgen ya dentro del campo analítico, entonces se vuelven válidos ya que dejan de ser atributos de un solo individuo para convertirse en elementos compartidos por la diada, más allá de ser simples intereses. Estos se transforman en procesos de la transferencia o la contratransferencia.
Siguiendo con Bion (1974):
Debe observarse que la sumersión de la memoria, el deseo y la comprensión no solo parece producirse de un modo contrario al del procedimiento aceptado, sino también estar muy cerca de lo que ocurre espontáneamente en un paciente con serias regresiones. El analista que emplee esta actividad disciplinaria se encontrará con que molesta a pesar de su propio análisis, por profundo y prolongado que pueda haber sido. Es necesario considerar por qué esto debería ser así. (p. 48)
El indicador que nos revela que ya estamos sumergidos en nuestros propios conflictos e intereses, es la incomodidad que surge como respuesta. En lugar de percibir esta incomodidad como un obstáculo y pasar a la actuación podríamos analizarla y convertirla en parte del tratamiento.
Durante esta investigación, encontré que Lacan fue uno de los que más abordó el tema. Citado por Viana Ángela Bustos Arcón (2016), Lacan sugiere que:
El deseo del analista no es el deseo de ser analista, ello quiere decir que no está en la posibilidad de ejercer la posición de persona, o del profesional que actúa, sino en la presencia, y en el análisis profundo de todo lo que su presencia puede producir dentro y fuera del consultorio; incluso atravesando la vida del sujeto, es un acto de ser.
De acuerdo con Lacan, en el analista el deseo no es el de analizar y en el analizante de ser analizado, sino que es el deseo propio de “ser” el cual va más allá de las posiciones y que impacta más allá de los cuarenta y cinco minutos de cada sesión.
Otra cita importante de Lacan (s.f) que me parece relevante agregar es: “No eres tú, eres lo que mi deseo inventa en ti”. En esta afirmación, Lacan resalta la idea de que es el otro el que se convierte en el medio de búsqueda de nuestros deseos y a través de él creemos, con grandes montos de esperanza que habrá plenitud. La búsqueda en sí misma, y no el logro completo es lo que nos moviliza. Este proceso plantea la pregunta ¿Por qué no considerar que con nuestros analizados también existe este proceso?
Ante todo esto, Bion nos obliga a cuestionar ¿cuál es realmente el mensaje en su concepto de sin memoria ni deseo cuando, en ocasiones, nuestras propias memorias y deseos parecen ser fructíferas en el proceso analítico?
En su obra Atención e Interpretación (1974), iniciando el capítulo Opacidad de la memoria y el deseo, expone que:
“El acto de fe” depende de una negación disciplinada de la memoria y el deseo. No es suficiente una mala memoria: lo que comúnmente se llama olvido es tan malo como recordar. Es necesario evitar el quedarse en los recuerdos y deseos. (p. 43)
Surge entonces la cuestión fundamental: ¿no trata el psicoanálisis de explorar cómo influye el pasado en el presente? La respuesta podría ser que quizá no de manera literal o convencional como lo pensamos. Aunque el pasado está incluido en la dinámica, al intentar recurrir a él, deja de ser pasado y se convierte en deseo. ¿Y dónde queda el pasado? En la transferencia. Es decir, para comprender verdaderamente al analizante no requerimos de las habilidades de investigación de Sherlock Holmes. Más bien, implica separarnos de esa perspectiva y permitir que el pasado surja en la transferencia, pues ahí se encuentra, en vivo y a todo color.
Sobre esta discusión Ogden (2022) nos arroja una perspectiva más esclarecedora:
Bion insiste en que, como psicoanalistas debemos deshacernos del deseo de comprender y, en cambio, involucrarnos lo más plenamente posible en la experiencia de estar con el paciente…porque la memoria es lo que creemos saber basándose en lo que ya no existe y ya no es cognoscible. (p.18)
Más adelante comenta: “El analista no llega a conocer, comprender o aprehender la realidad de lo que está sucediendo en la sesión, lo “intuye”, se vuelve “uno” con ello. Está plenamente presente al experimentar el momento presente”. (p.19)
Radica aquí entonces la importancia de tener nuestro análisis propio, creo que Freud se refiere a esto cuando menciona: “Cada psicoanalista solo llega hasta donde se lo permiten sus propios complejos y resistencias interiores. Por esta razón, exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis (actualmente, con análisis propiamente dicho)[1] y que profundice de manera ininterrumpida a medida que adquiere experiencia a través del trabajo con pacientes”.
Para finalizar me gustaría citar a Andrés Gaitán, quien mencionó lo siguiente en el curso de una clase:
¿Qué hacemos en análisis? Lo que no podemos recuperar como recuerdos, los reconstruimos y proponemos modelos que puedan explicarlo. Una explicación más o menos racional al fenómeno que estamos viendo. Hacemos construcciones hipotéticas que mientras sirvan para explicar son útiles, y en la medida que surge más información nos damos cuenta de que no era exacto, que puede haber otro modelo que lo explica mejor. En ocasiones recuperamos el recuerdo y en ocasiones reconstruimos la experiencia. No metamos de nuestra cosecha, seamos socios de nuestros pacientes en la investigación de lo que le pasa, no le vamos a decir qué le pasa vamos a investigar juntos y en última instancia será él quien rectifique lo que digamos.
Queda todavía insatisfecho mi deseo de comprender, y dudo que en algún momento lo esté, pero creo es el intento mismo de lo que se trata, no solo en nuestra profesión sino en la vida.
Bibliografía
- Bernal Zuluaga, H, A. (2019). La diferencia entre necesidad, demanda, deseo y pulsión. Poiésis, (36), 74-78. : https://doi.org/10.21501/16920945.3190
- Bion, W. R. (1974). Atención e Interpretación. Editorial Paidós.
- Bion, W. R. (1977). Volviendo a Pensar (2nd ed.). Editorial Paidós.
- Bustos, V. A. (2016). Deseos del analista, la transferencia y la interpretación. Una perspectiva analítica. Vol 33 (1)
- Etchegoyen, R. H. (1985). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (3ra ed.). Amorrortu editores.
- Ferro, A., y Nicoli, L. (2018) Pensamientos de un Psicoanalista Irreverente. Editorial Espacio Gradiva.
- Freud, S. (1910). Cinco conferencias sobre Psicoanálisis; Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci y otras obras. Amorrortu editores.
- Gaitán, A. (2024). Seminario de la asignatura de Casos de Freud. (Contribución oral), Ciudad de México.http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0123-417X2016000100008
- Laplanche, J., y Pontalis, J. B. (1993) Diccionario de Psicoanálisis. Editorial Paidós.
- Schkolnik, F. (1999) ¿Neutralidad o Abstinencia? Revista Uruguaya de Psicoanálisis. ISSN, 1668-7247. https://www.apuruguay.org/apurevista/1990/1688724719998905.pdf
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[1] El paréntesis es mío.