Por: Liliana Portales

A lo largo de los años, me he cuestionado diversos aspectos sobre nuestra práctica como psicoanalistas. He de confesar que varios de estos cuestionamientos provienen de los estereotipos de nuestra práctica. Con el paso del tiempo y gracias a diferentes modelos de identificación, he comprendido que ser psicoanalista no implica ser una figura distante y rígida frente al paciente. No pretendo negar la importancia de nuestra neutralidad y abstinencia, los cuales abordaré más adelante. En sesiones, tanto en mi propio análisis como con pacientes, ha sido de mi interés los momentos que no se viven como algo racional y analítico, sino aquellos gestos no premeditados que despiertan una respuesta afectiva y que generan una conexión profunda. Es por lo cual, he elegido abordar la espontaneidad como un factor fundamental en nuestra práctica.

Al comenzar a esbozar este escrito, acudí a las definiciones de espontaneidad, genuino y auténtico.   Acorde a la Real Academia Española (2024), espontaneidad es “expresión natural y fácil del pensamiento, los sentimientos, las emociones.” Por otro lado, genuino se define como: “Auténtico, legítimo. Propio o característico.” Y para finalizar con esta explicación técnica, auténtico es: “Consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es.” En los tres se puede notar una constante: provienen de lo natural, lo real y verdadero. En su contraparte, comparten un antónimo que es lo falso. Si pienso en el estereotipo, viene a mi mente la imagen del analista rígido, que emana una postura artificial y atenta contra la conexión humana; indispensable en nuestra labor. Entiendo que, por lo general, nuestros trabajos aborden temas como la patología o la comprensión del inconsciente, y que la mayoría están dirigidos hacia los pacientes. En este texto, pretendo hacer énfasis en el rol del analista y cómo sus gestos espontáneos juegan un papel crucial en el desarrollo del análisis.

Ken Corbett retoma a Freud al hablar de lo espontaneo, quien afirmaba que la espontaneidad era algo importante y una comunicación de inconsciente a inconsciente. (Corbett, 2014, p. 639). Junto con Freud, de los primeros psicoanalistas en ahondar en este concepto fue Winnicott. El analista inglés plantea la importancia del gesto espontáneo de la madre para la construcción del verdadero self, y como una falla en dicho gesto puede desencadenar en un falso self. Adam Phillips retoma múltiples escritos de Winnicott: “Para él la enfermedad significaba la inhibición de aquella espontaneidad potencial que, desde su punto de vista, caracteriza el hecho de estar vivo en una persona.” (Phillips, 1988, p.16).

Winnicott explicaba que el gesto del bebé genera el impulso espontáneo; el sentido del gesto es el verdadero self, y dicho gesto indica el potencial de la existencia de un verdadero self. La respuesta de la madre no proviene desde un mimetismo; no es un mero reflejo que le muestra al bebé cómo es, sino que la respuesta de la madre proviene de algo propio de ella, pero es porque resuena con el estado del bebé. (Meares, 2001, p. 758). Esta respuesta potencializa la vitalidad; proveniente de una espontaneidad que es importante en el setting analítico. Esto me lleva a pensar cómo la espontaneidad en el análisis proviene de algo propio nuestro; personalidad, estilo, etc., pero cómo con cada paciente se generan gestos y campos intersubjetivos únicos. Acorde a Meares, si el “gesto” del analista proviene desde un lugar premeditado, sería el equivalente a la madre que “impone” su propio gesto en el bebé. En una situación suficientemente buena, predominarán las respuestas basadas en la comprensión del estado del bebé. (Meares, 2001, p.759). Extrapolando esto al análisis, es evidente que en múltiples ocasiones fallaremos en responder de una manera espontánea o genuina, pero incluso eso puede ser una oportunidad para cuestionarnos qué parte es por algo propio, o qué hay del material del paciente que nos está limitando el poder conectar y ser espontáneos.

Una de las razones por la cual la espontaneidad tiene un peso importante en el análisis, es porque propicia un medio confiable para el paciente. Capacidad para asimilar nuevas experiencias y para manejar las situaciones y las relaciones de la vida de un modo genuino y espontáneo. Este requisito es de suma importancia, ya que sólo aquellos que son suficientemente seguros para ser ellos mismos y para actuar con naturalidad, pueden actuar en forma consistente en todo momento. (Phillips, 1988, p. 81)

Partiendo de esta cita, opino que una de nuestras labores será permitirle al paciente y construir con él o ella un espacio donde se sientan seguros para actuar con naturalidad, pero creo que el analista predica con el ejemplo. Pienso en el dicho “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra.” Desde mi punto de vista, la importancia de lo dicho anteriormente por Winnicott, también está relacionado con que el paciente pueda construir una constancia en su identidad. Herbert Rosenfeld sostiene que si no somos capaces de ayudarle a los pacientes a que se den cuenta quiénes son realmente, no puede haber un cambio verdadero en su personalidad. (Rosenfeld, 2004, p. 34). Sobre esta misma línea cito a Painceira: “El hombre así se va haciendo hombre interpretando la realidad y desarrollando ese punto de vista personal, original prerrequisito de una existencia creativa.” (Painceira, 1997, p. 54). Si la falsedad, tanto por parte del analizando como del analista, es lo que predomina, el espacio analítico se convierte en un campo estéril.

Charles Brice pone el acento en cómo la espontaneidad promueve la vitalidad en el análisis. (Brice, 2000, p. 757). Creo que esto se encuentra profundamente relacionado con la importancia de la creatividad en el espacio analítico, ya que, sin ella, no podría desencadenarse un desarrollo. Brice afirma que todos hemos tenido pacientes a quienes les repetimos la misma interpretación sin resultado alguno, y que un señalamiento espontáneo llega a ser más útil. (Brice, 2000, p. 557). Dejando a un lado el timing, resistencias o defensas del paciente para no poder recibir una interpretación en particular, también refleja cierta rigidez de nuestra parte de no poder terminar de metabolizar del todo el contenido a interpretar de una manera que el paciente pueda recibirlo.

Meares plantea el concepto de la “pseudoespontaneidad” y que puede llegar a ser contraproducente. Habla de aquellas reacciones del analista que, ante ojos de un espectador externo, podrían parecer gestos espontáneos, pero el trasfondo es una reacción inconsciente del analista. El autor lo explica como sistemas traumáticos de una memoria inconsciente, al cual el analista se siente atraído y reacciona de manera no consciente. Pienso en la importancia de cuestionar los gestos que nos parezcan espontáneos, no desde un lugar persecutorio, sino para comprender el lugar desde donde los realizamos, ya que fácilmente nos podemos dejar llevar por identificaciones proyectivas, que lejos de promover la elaboración, son una contra actuación. “Aunque parezcan nuevas para el analista, estas respuestas no son nuevas para el paciente. Son repeticiones de un pasado traumático.” (Meares, 2001, p. 763).

De los mayores beneficios de la espontaneidad en el espacio analítico es la conexión que se genera entre el paciente y el analista. Rizzuto ilustra esto al decir que los pacientes están desesperados por contacto y que nadie acude a análisis por una interpretación hermosa. (Rizutto, 2000, p.555). De ninguna manera desestimo el valor de la interpretación, pero retomo este precepto para ilustrar la importancia de la conexión afectiva en el espacio analítico. Según Winnicott, el tratamiento psicoanalítico no solamente es interpretar, sino generar un ambiente contenedor. (Phillips, 1988, p. 25). Békes y Hoffman indican que más que una relación entre profesionista y paciente sea entre dos seres humanos. (Békes & Hoffman. 2020, p.1052). Meares postula que la conexión generada por el gesto espontáneo permite que se genere el tercero analítico, esto a su vez hace que incremente la confianza del paciente hacia su analista, ya que confirma que se está relacionando con un otro real. “En tanto la conducta es susceptible de observación científica, la vivencia no lo es, tiene que ser compartida y comprendida.” (Painceira, 1997, p. 44).

En ocasiones nos podemos enfrascar en demasía en la teoría y escindir lo afectivo al momento de estar con el paciente en sesión. Espero esto no se mal interprete a confesarnos y exhibirnos ante los pacientes, pero si mostrarnos de una manera genuina y que predomine un interés por entender y conectar con el mundo interno del paciente. Esto se relaciona con lo planteado por Winnicott que el bebé es el punto de partida para el gesto espontáneo de la madre.

Lo falso tiende a generar un rechazo, porque al estar relacionado con algo no real, genera desconfianza. “Con el objetivo de satisfacer las exigencias de su madre, y de proteger el Verdadero Self, de la necesidad y la preocupación personal, el niño construirá lo que Winnicott llamó el Falso Self.” (Phillips, 1988, pp. 19-20). La importancia de propiciar un espacio donde el paciente pueda desenvolverse y mostrarse de manera más genuina está relacionado con: “El gesto espontáneo representa al ser verdadero en acción. Sólo el self verdadero es capaz de crear y de ser sentido como real. La existencia de un self falso, por el contrario, produce una sensación de irrealidad o un sentimiento de futilidad.” (Painceira, 1997, p. 76).

Brice menciona que pacientes que se han sentido alienados de sus familias de origen, valoran que el analista haga un esfuerzo por adentrarse en sus mundos internos. (Brice, 2020, p.557). Personas donde la falsedad también era parte esencial de sus figuras primarias, no solamente replicarán esto, sino que en el análisis buscarán una conexión genuina donde se puedan sentir vistos por quienes realmente son. “La causa del desarrollo falso sería, fundamentalmente, la falla ambiental precoz y excesiva; se puede registrar en la raíz de un desarrollo ambiental verdadero, por el contrario, una adecuada provisión ambiental.” (Painceira, 1997, p.75).

Si el analista asume que tiene un rol ajeno al proceso analítico, que su personalidad no interfiere en su manera de trabajar y que al paciente solamente le son útil sus conocimientos teóricos, estaríamos hablando más de una especie de adoctrinamiento que de psicoanálisis. Por espontáneo y genuino, pienso que es algo que se genera a partir de la interacción entre dos personas y que será único e irrepetible. Si la personalidad del analista tiende más hacia la seriedad, no se trata de que se obligue a ser simpático, al igual que si el analista tiende a ser más expresivo, la finalidad no es que se rigidice. Coincido con Brice cuando afirma que el analista no elige ser espontáneo, pero puede elegir no ser rígido. (Brice, 2020, p.558).

Hasta ahora suena muy romántica la idea de entregarnos a la espontaneidad y a ser genuinos frente al paciente, pero no es tan sencillo como suena. Como menciona Meares, esto implica la dificultad de adentrarse en la experiencia del paciente (Meares, 2001, p.760). El autor pone el acento en el pensamiento espontáneo, el cual es deambulante y errante, no sólo guiado por asociación sino por el afecto. (Meares, 2001, p.758). A mi parecer, el poder adentrarnos en el mundo interno del otro sin perder de vista lo que nos delimita, es de las cosas más complejas de nuestra profesión. Hablamos de conexión, pero ¿será que muchas veces la abordamos desde la racionalización? Puedo entender que en ocasiones hagamos esto, ya que hay puntos de encuentro con los pacientes que nos confrontan con algo propio, y recurrir a nuestra teoría representa un resguardo. A su vez implica la capacidad de tolerar el no saber, la transferencia del paciente y nuestras propias limitaciones, las cuales nos pueden llevar a caer en la rigidez.

Como diría Winnicott: “a mayor incertidumbre, mayor necesidad de control.” (Winnicott, 1987, p. 5). Podemos recurrir a rigidizarnos cuando consciente o inconscientemente queremos cumplir con un ideal del yo como analistas: agradar al supervisor, lealtad a nuestros analistas pensando cómo lo harían ellos, queriendo satisfacer nuestro narcisismo de saber y tener las respuestas, complacer al paciente, temor a hacerlo enojar: un sin fin de variantes que nos acotan el campo de la espontaneidad.

Debido a que no me gustaría que mi trabajo caiga en una idealización de la espontaneidad y libertinaje de la técnica psicoanalítica, me gustaría ahondar en los contras que puede desencadenar. Brice recalca que lo que debe predominar son las comunicaciones espontáneas más que las acciones. (Brice, 2000, p.555). Es por lo que considero importante la autobservación del analista para identificar si no estamos actuando desde una identificación proyectiva por parte del paciente. Debemos ser cautelosos en no confundir un gesto espontáneo con haber sido movilizados por la transferencia del paciente. Entiendo que cuestionemos nuestra práctica, que construyamos un estilo propio y que la clínica no es estática, sin embargo, coincido con Corbett que podemos idealizar la elasticidad y la espontaneidad. Por otro lado, plantea que el analista también puede llegar a hacer uso de su propia identificación proyectiva como empatía y puede transformarse de autenticidad en algo autoritario. (Corbett, 2014, p.640). El autor enfatiza que la autenticidad no debe disolver los límites del saber y anular la necesidad del no saber. (Corbett, 2014, p. 640).

Me gustaría retomar la importancia de la abstinencia en la actitud analítica. Es utópico pensar que podemos ser totalmente neutrales, ya que a pesar de ser psicoanalistas y en teoría ser más conscientes, el inconsciente nunca desaparece y estamos atravesados por nuestra propia subjetividad. Entiendo que la espontaneidad pueda generar controversias y creo que se debe a que cuando se emplea sin cuestionamiento, puede servir de justificación para permitirnos ciertas libertades que pueden atentar contra el tratamiento. Corbett hace énfasis en la importancia de la espontaneidad, pero a la par, menciona que no podemos dejar de lado las funciones primordiales que ejercemos como analistas. Habla de la capacidad de escuchar, esperar, no dejar a un lado nuestra capacidad de rèverie, contener, sentirnos perdidos, integrar; todas aquellas funciones que sin la abstinencia analítica serían imposibles de llevar a cabo. (Corbett, 2014, p.640). No se trata de rigidizarnos en nuestra práctica, pero no perder de vista los límites que no solamente le dan contención al paciente, sino también a nosotros. Me parece que Meares esboza de manera clara y precisa al mencionar que trabajamos más por principios que por reglas. (Meares, 2001, p.767). Brice menciona que no se trata de ser espontáneos para liberarnos de la rigidez, sino para ser receptivos con el paciente. (Brice, 2020, p.556).

Por otro lado, pienso en cómo a veces queremos copiar el estilo de otros analistas, aplicar lo que nos dicen en supervisión de manera inmediata y exacta, querer ser de cierto modo para encajar con el perfil del paciente; todas actitudes que nos alejan de lo genuino. Painceira plantea que, en el mundo intelectual, el plagio es el mayor pecado. (Painceira, 1997, p.57). Opino que lo mismo sucede en el mundo psicoanalítico. No lo digo desde una postura moralista y del deber ser, sino que hay una diferencia entre imitar e internalizar. Cuando logramos internalizar la teoría, lo aprendido en clases, supervisiones, estilos de otros analistas, vivencias personales; integramos esos aprendizajes y experiencias a nuestra personalidad y se vuelven parte de nuestra identidad, y, por ende, cuando nos desenvolvemos desde ese lugar, lo que proviene será genuinamente nuestro porque nos lo hemos apropiado.

Me parece interesante pensar la espontaneidad y lo genuino como una problemática también de nuestra sociedad actual. Estamos enfocados en el control, lo tangible, lo pragmático y en gran parte, lo falso. Constantemente, se busca proyectar cierta imagen que no siempre es real. Esto está relacionado con las patologías narcisistas y la clínica del vacío que podemos ver en incremento. Sería incongruente de nuestra parte esperar de los pacientes que se puedan desenvolver con autenticidad, conectar con su mundo interno y tolerar lo que ello implica, si nosotros mismo no lo hacemos. Gemma Corradi afirma que el peor enemigo de la espontaneidad es nuestro propio narcisismo cuando estamos demasiado pendientes sobre cómo nos perciben los demás. (Corradi, 2009, p. 364). Me atrevería a decir que todo analista puede pensar en un momento que actuó en función de lo que creía esperaba el paciente de él o ella, por querer gratificar a un otro; partiendo de lo propio y no desde un interés genuino de comprender al analizando. En este escenario, se pierde por completo nuestra escucha genuina frente al paciente. Comprendo que mostrarnos de manera genuina pueda resultarnos amenazante debido a que implica cierta vulnerabilidad; es reconocernos como seres en falta que no todo lo saben y no todo lo pueden. Pero colocándome del lado del paciente, qué intimidante ha de ser vulnerarse frente a un otro sin fallas. Una posición jerárquica en el análisis genera una brecha y atenta contra la conexión.

A modo de conclusión, hago énfasis en que no se trata de exhibirnos con el paciente o actuar de manera errática, sino de cuestionarnos desde qué lugar reaccionamos en determinado momento. La espontaneidad puede dar frutos de suma importancia en el análisis y es indispensable para conectar de manera genuina con los pacientes. Nuestro propio análisis como analistas es fundamental para comprender lo propio y así, en la medida de lo posible, no influya de manera negativa en nuestros pacientes. Es imposible escindir nuestros afectos y personalidad al momento de trabajar, pero ser más conscientes reducirá que impongamos lo propio en el paciente. La finalidad es que la espontaneidad sea, predominantemente, una respuesta al gesto del paciente. Por supuesto que habrá algo propio de nuestra parte, al igual que la madre responde desde su mundo interno, pero que no sea por satisfacer una necesidad personal. Habrá ocasiones en que fracasaremos en hacerlo, de ahí la importancia de cuestionarnos para comprender y emplear eso como material analítico, ya sea del paciente, o nuestro. Al igual que, no caer en la rigidez y exceso de racionalidad en el análisis, también hay que saber emplear la espontaneidad y sacar el provecho que puede tener.

Bibliografía

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  • Békés, V., & Hoffman, L. (2020). The “Something More” than Working Alliance: Authentic Relational Moments. Journal of the American Psychoanalytic Association, 68, 1051–1064. https://pep-web.org/browse/APA/volumes/68?preview=APA.068.1051A
  • Corbett, K. (2014). The Analyst’s Private Space: Spontaneity, Ritual, Psychotherapeutic Action, and Self-Care. Psychoanalytic Dialogues, 24, 637–647. https://pep- org/search/document/PD.024.0637A
  • Meares, R. (2001). What Happens Next? A Developmental Model of Therapeutic Spontaneity. Psychoanalytic Dialogues, 11, 755–769. https://pep-web.org/search/document/PD.011.0755A
  • Painceira, A. (1997). De cómo el gesto se va haciendo persona, la persona habita un cuerpo, la vida biológica se va haciendo historia, y el medio ambiente se va haciendo mundo. En Clínica psicoanalítica a partir de la obra de Winnicott (pp. 39–59). Lumen.
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  • Rosenfeld, H. (1987). Impasse and Interpretation: Therapeutic and Anti-Therapeutic Factors in the Psychoanalytic Treatment of Psychotic, Borderline, and Neurotic Patients (2004th ed.). Taylor & Francis. p. 34.
  • Imagen: Pexels/ Matheus Viana