Por: Juliana Rico

El interés por este tema surge a raíz de una paciente que se encuentra embarazada de su segundo hijo. Lleva más de dos años en análisis y el enfoque principal ha sido la exploración de su experiencia en la maternidad. A pesar de que siempre anheló ser madre, la realidad distaba mucho de sus fantasías. Sin entrar en muchos detalles de su historia, es relevante señalar que el aspecto central de su análisis en la actualidad es el temor y la angustia que experimentó ante la posibilidad de que su segundo hijo sea una niña.

Durante las sesiones, al profundizar en estos temas, la paciente expresó el miedo que le daba tener una hija, ya que sentía que la iba a rechazar. Con tristeza, reveló más detalles: “Mi papá siempre quiso un hijo varón y nací yo. Hizo que mi mamá tuviera un embarazo de alto riesgo para conseguirlo y nació mi hermano”. Al explorar la relación con su padre, describió una relación distante; él nunca le ha prestado mucha atención ni se ha involucrado en aspectos de su vida. En contraste, su hermano siempre ha recibido la atención y el apoyo paterno, estableciendo una conexión estrecha entre ambos.

Esto me llevó a reflexionar sobre el deseo inconsciente tanto de los padres como de los hijos de cumplir con ciertas expectativas. Estos fenómenos nos invitan a explorar la complejidad de la influencia parental en la construcción de la identidad y los deseos inconscientes que pueden permear en la toma de decisiones significativas en la vida de un individuo.

La transmisión de deseos inconscientes se refiere al proceso mediante el cual los pensamientos y sentimientos inconscientes de una persona se comunican o se expresan de manera indirecta a través de su comportamiento, palabras o relaciones interpersonales. Estos se manifiestan en la relación entre el paciente y el analista durante el proceso psicoanalítico en la transferencia y la contratransferencia. La transmisión de deseos inconscientes a menudo revela conflictos no resueltos, patrones repetitivos y aspectos inconscientes de la psique del individuo. Al explorar y comprender estos procesos, el psicoanálisis busca ayudar al paciente a tomar conciencia de sus impulsos y conflictos inconscientes, facilitando así la resolución de problemas emocionales y psicológicos.

Comencemos definiendo “deseo”. Laplanche y Pontalis (1996) definen deseo, desde la concepción freudiana como: “uno de los polos del conflicto defensivo: el deseo inconsciente tiende a realizarse restableciendo, según las leyes del proceso primario, los signos ligados a las primeras experiencias de satisfacción”.

“La definición más elaborada es la que se refiere a la experiencia de satisfacción, a continuación de la cual «[…] la imagen mnémica de una determinada percepción permanece asociada a la huella mnémica de la excitación resultante de la necesidad. Al presentarse de nuevo esta necesidad, se producirá, en virtud de la ligazón establecida, una moción psíquica dirigida a recargar la imagen mnémica de dicha percepción e incluso a evocar ésta, es decir, a restablecer la situación de la primera satisfacción: tal moción es la que nosotros llamamos deseo; la reaparición de la percepción es el «cumplimiento de deseo»” (Laplanche & Pontalis, 1996).

Desde la concepción Lacaniana, de acuerdo con Laplanche y Pontalis (1996), el deseo nace de la separación entre necesidad (que se dirige a un objeto específico, con el cual se satisface) y demanda (que es formulada y se dirige a otro; aunque todavía se refiere a un objeto). “El deseo es irreductible a la necesidad, puesto que en su origen no es relación con un objeto real, independiente del sujeto, sino con la fantasía; es irreductible a la demanda, por cuanto intenta imponerse sin tener en cuenta el lenguaje y el inconsciente del otro, y exige ser reconocido absolutamente por él” (Laplanche & Pontalis, 1996).

La teoría psicoanalítica ha explorado profundamente la influencia de los padres en el desarrollo psicológico de un individuo. Dentro de este marco teórico, el concepto de “El deseo inconsciente de complacer a los padres” se destaca como un componente clave en la comprensión de la dinámica intrapsíquica.

Los primeros años de vida son cruciales para el desarrollo. El primer objeto de todo individuo es aquel que ofrece los primeros cuidados al niño, casi siempre es la madre (Fenichel, 1994). La sobrevivencia del bebé depende de esta madre. “La madre obra como un yo suplementario (de acuerdo con Heimann, 1956) o como un ambiente facilitador (según Winnicott, 1963); así la madre mantiene la vida del bebé, y al mismo tiempo, le trasmite, por el idioma de cuidado materno que le es propio, una estética de existir que se convierte en un rasgo del self del infante” (Bollas, 1991).

Winnicott (1965) denomina madre “ambiente” a esta madre abarcadora ya que para el niño ella es el ambiente total. A esto, Bollas agregó que “la madre es significante e identificable menos como un objeto que como un proceso que es identificado con trasformaciones acumulativas interiores y exteriores” (Bollas, 1991).

Bollas (1991) en ́La sombra del objeto: Psicoanálisis de lo sabido no pensado ́ propone el término de objeto transformacional que define como “la experiencia subjetiva primera que el infante hace del objeto”.

“Un objeto trasformacional es identificado vivencialmente por el infante con procesos que alteran la experiencia de sí. Es una identificación que emerge de un allegamiento simbiótico, donde el objeto primero es “sabido” como una recurrente experiencia de existir, y no tanto porque se lo haya llevado a una representación de objeto: un saber más bien existencial, por oposición a uno representativo. Mientras la madre concurre a integrar el existir del infante (instintivo, cognitivo, afectivo, ambiental), son los ritmos de este proceso -que va de la no integración a la integración, o de uno a otro de estos términos en plural- los que plasman la naturaleza de esta relación de “Objeto”, en mayor medida que las cualidades del objeto como tal.” (Bollas, 1991).

En otras palabras, el objeto transformacional se refiere a un objeto (por lo general, la madre) que tiene la capacidad de transformar la experiencia del individuo (el bebé). Suele ser la madre, ya que es ella quien altera de continuo el ambiente del infante para ir al encuentro de sus necesidades. Este objeto no se entiende principalmente a través de su representación mental, sino más bien a través de la experiencia existencial que provoca. El infante identifica este objeto transformacional a través de vivencias. La identificación se produce en el contexto de una relación simbiótica, surgiendo una conexión íntima entre el infante y el objeto trasformacional. El infante “sabe” de la existencia de este objeto a través de la experiencia directa y recurrente, más en un nivel existencial que representativo.

El concepto de identificación es central y básico para la comprensión del desarrollo y organización de la personalidad. “Interviene como proceso fundamental en la formación del yo, del superyó y del ideal del yo, del carácter y de la identidad, siendo a la vez una constante en el continuo interjuego de la relación entre el sujeto y los objetos.” (Grinberg, 1978)

La identificación “constituye la forma más primitiva del enlace afectivo con otra persona. El primer comportamiento del niño hacia un objeto deseado es querer tragarlo, es decir “consumirlo y recrearlo en el yo”. Esto está en la base de la identificación.” (Grinberg, 1978). Según Fenichel (1994) cuando uno incorpora los objetos, se logra una unidad con éstos. La “introyección oral” también es la realizadora de la “identificación primaria”. La idea de comer el objeto o la de ser comido por un objeto son la forma en que inconscientemente es percibido todo restablecimiento de la unión con los objetos.

En otras palabras, identificación es el “conjunto de operaciones que determinan el proceso de estructuración que ocurre dentro del self sobre la base de la selección, inclusión y eliminación de elementos provenientes de los objetos externos, de los objetos internos y de partes del self.” (Grinberg, 1978)

Desde la teoría freudiana, el deseo inconsciente de complacer a los padres está estrechamente vinculado al Complejo de Edipo. “En el complejo de Edipo normal el niño se identifica con el padre y toma a la madre como objeto. Pero como el padre es un obstáculo para alcanzar a la madre, la identificación con él se torna crecientemente ambivalente…. Al disolverse el complejo de Edipo, puede suceder que se refuerce la identificación con el padre, conservando un vínculo interno con la madre y afirmando su masculinidad, o que se identifique con la madre” (Grinberg, 1978).

Desde el momento de nuestro nacimiento, iniciamos un proceso constante de identificaciones con nuestros objetos primarios, quienes, a su vez, depositan expectativas en nosotros. En el instante en que una pareja descubre que está embarazada, surgen numerosas fantasías, por ejemplo: cómo serán como padres, cómo educarán a sus hijos, será niño o será niña, qué nombre elegirán y cuál será su significado, será un nombre original o tendrá una conexión transgeneracional.

En términos muy generales, abordaré lo que propone Lacan (1953) sobre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Lo real se refiere a lo que escapa a la simbolización y la representación. Es lo que no puede ser capturado completamente por el lenguaje o el pensamiento simbólico. Lo real no es estructurable, y a menudo se asocia con experiencias traumáticas que no pueden ser simbolizadas adecuadamente. Es una dimensión que está más allá de la realidad como la percibimos y expresamos. Por ejemplo: un evento traumático que impacta profundamente en el sujeto y que no puede ser plenamente comprendido o expresado con palabras. Lo simbólico está relacionado con el lenguaje, las normas sociales, los sistemas de significado y las estructuras culturales. Es la dimensión en la que operan los signos y símbolos que organizan la realidad. Lo simbólico implica la capacidad del lenguaje para medir nuestra relación con el mundo. Aquí, los sujetos son constituidos como seres sociales a través de la adhesión a normas y reglas compartidas. Por ejemplo: el lenguaje, las leyes, las instituciones y las conversaciones sociales que organizan y dan sentido a la experiencia humana. Lo imaginario se refiere a la dimensión de imágenes mentales, las fantasías y las identificaciones visuales. Está relacionado con la formación de la identidad y la imagen del yo. Lo imaginario implica la construcción de imágenes internas y representaciones visuales que contribuyen a la formación de la identidad. Por ejemplo: la imagen que uno tiene de sí mismo, las fantasías, y las proyecciones en las relaciones interpersonales (Lacan, J., 1953)

Considero que el nombre que nos otorgan nuestros padres está intrínsecamente relacionado con esto, ya que dicho nombre lleva consigo expectativas, significados y fantasías que influyen en cómo nos percibimos y nos identificamos. El nombre que tenemos es un rasgo de nuestra identidad.

Dentro del compendio de Luisa Rossi “Entrevista, historia clínica, patología frecuente”, se aborda el tema del “nombre”. “Nombrar las cosas es tener acceso a ellas, es ordenarlas y dotarlas de significado”. El nombre queda ligado a aquello que representa.

(Rossi, 2010). “En muchos contextos se considera que los nombres acarrean grandes poderes estéticos o incluso vaticinadores, como si nombre fuera destino”(Lobatón, 2010). Es como si el nombre que nos dieron conlleva las aspiraciones de aquellos que nos lo dieron.

Esta dinámica se evidencia claramente en situaciones donde los nombres se perpetúan, como cuando el primer hijo varón recibe el nombre del padre, o la hija el de la madre, e incluso cuando se repiten nombres de abuelos u otros familiares. Además, es frecuente observar que, en caso de fallecimiento de un hijo, el siguiente pueda llevar el nombre del hermano ausente, imponiéndole una carga y expectativas complejas que pueden incidir en la formación de su identidad. El caso de Dalí ilustra este fenómeno de manera notable.

Otro tipo de expectativas que se pueden manifestar y que no siempre son elaboradas son cuando se porta un nombre bíblico, mitológico o alguna referencia prototípica, que pueden albergar fantasías no consumadas que se heredan al hijo, a veces de manera transgeneracional (Rossi, 2010).

Aunque la elección del nombre es una decisión personal, el sexo, al menos en el momento del nacimiento, no lo es. Nuestros padres han proyectado en nosotros sus propias expectativas de género. Esto se puede ver en la historia de mi paciente, donde el deseo ferviente de su padre por tener un hijo varón ha desempeñado un papel crucial en la formación de su identidad.

La pareja alberga ciertas expectativas y fantasías sobre cómo será su bebé, si será niño o será niña. Una vez que el bebé llega al mundo, “hay una necesidad de integrar una serie de mensajes, en ocasiones contradictorios, con respecto al sexo; se trata de roles de género que se deben cumplir como modelo de identidad sólo por el hecho de ser varones o mujeres” (Rossi, 2010). Un ejemplo adicional de esto se observa en las monarquías, donde existía la expectativa de que el primogénito de las reinas fuera un varón, con el fin de asegurar la sucesión y proporcionar un heredero al trono.

Siguiendo la línea de la herencia y el papel sucesorio, muchas familias aspiran a que sus hijos continúen con la tradición ocupacional de la familia. Todos estamos familiarizados con las dinastías de médicos, abogados, o aquellos que transmiten el liderazgo de la empresa a sus descendientes, incluso si los intereses de estos últimos yacen en otro ámbito. Aunque no siempre se espera que los hijos sigan exactamente los pasos de sus padres, muchos padres anhelan que sus hijos alcancen una vida mejor, lo que crea la expectativa de un progreso continuo. Es común escuchar expresiones como “si patea mucho, será bailarina; si es niño, será futbolista,” como si el destino estuviera predestinado por algo tan ordinario como los movimientos en el vientre materno.

Esto me recuerda a otro paciente, un adolescente de 13 años. Durante las sesiones, se queja constantemente de las altas expectativas impuestas por su madre en relación con su rendimiento escolar, su estatus social y su participación en actividades físicas, específicamente en natación, la preferencia de su madre, en lugar de su verdadera inclinación hacia el boxeo. Se espera que este joven participe en eventos familiares cada fin de semana y obedezca rigurosamente, sin tener la oportunidad de expresar sus propios deseos. Este adolescente, impulsado por el miedo al abandono que experimentó cuando su padre lo dejó al nacer, se somete a los deseos de su madre a pesar de los malestares que esto le ocasiona.

El sentimiento de incompletud puede estar relacionado con aspectos psicodinámicos de las relaciones objetales de la persona. Por ejemplo, la “sobre-ocupación” (dedicación excesiva al trabajo) podría ser indicativa de problemas en la relación de pareja, donde la persona prefiere trabajar que llegar a casa, o podría ser resultado de carencias afectivas, utilizando el trabajo como una forma de sobrecompensación. De manera similar, la “pluri-ocupación” (ocupación en múltiples áreas) podría señalar la necesidad de buscar, desplazando, la carencia emocional debido a padres poco nutrientes y la “frustración ocupacional”, podría mostrar rasgos masoquistas de la personalidad al ver el trabajo como una fuente de castigo. Es importante destacar que no se debe generalizar, ya que en ocasiones la necesidad vital puede ser producto de la situación social, no de un trastorno (Rossi, L., 2010).

En resumen, desde diversas perspectivas psicoanalíticas, se destaca la importancia del deseo inconsciente de complacer a los padres en la formación de la personalidad y los patrones de comportamiento de los individuos. La comprensión y el abordaje de estas dinámicas en la práctica clínica pueden enriquecer la comprensión y promover un crecimiento saludable para vivir y sentirse mejor.                                                   

 

Bibliografía

  • Bollas, C. (1991). La sombra del objeto: Psicoanálisis de lo sabido no pensado.
  • Fenichel, O. (1994). Teoría psicoanalítica de las neurosis.
  • Grinberg, L. (1978). Teoría de la identificación. Editorial Paidós
  • Lacan, J. (1953) Lo Simbólico, lo Imaginario y lo Real. en: Bulletin de l’Association freudienne.
  • Laplanche, J., & Pontalis, J. (1996). Diccionario de psicoanálisis.
  • Lobatón, I., (2010) Ficha de identificación en Rossi, L., Entrevista Historia Clínica Patología Frecuente (cap. 7., pp. 57 – 76). Editores de Textos Mexicanos.
  • Winnicott, D. W. (1965). The Maturational Processes and the Facilitating Environment: Studies in the Theory of Emotional Development.
  • Imagen: Pexels/cottonbro studio