De la capacidad de hacer duelos, una labor del analista en formación.

Autora: Selene Beltrán.

 

“No se nace analista, se deviene analista” Virginia Urgar

La incertidumbre es una posición incómoda, pero la certeza es una posición absurda. Voltaire

Mi interés por el tema surge ante los desafíos a los que me he ido enfrentado desde que inicie la formación (que he de confesar, al inicio sólo pensaba en terminar el grado de maestría). A lo largo de estos cuatro años, puedo decir que ha valido la pena todos los esfuerzos, mental, física y emocionalmente que esta formación requiere, y sin duda cada vez va siendo más la demanda que requiere. Virginia Urgar (2014) menciona que ser psicoanalista es una construcción interminable.

El título de este trabajo lo fui construyendo a lo largo de las lecturas que realice sobre el tema y me llamó la atención que no encontré bibliografía centrada en los duelos propiamente del analista, todo está centrado en los pacientes, como si de alguna manera no se pensara y mucho menos se hablara y se escribiera del duelo o los duelos que cada uno de nosotros como candidatos en formación nos enfrentamos.

Vienen a mi mente por lo menos tres dimensiones a considerar al hablar de este tema, la primer dimensión abarca los duelos que personalmente vive cada uno, la segunda dimensión corresponde a los duelos en la relación con nuestros pacientes en la práctica clínica y por último no menos importante me refiero al duelo o a los duelos que se viven en la identidad de cada uno de nosotros al querer “ser psicoanalistas”.

Quiero empezar por definir el término de duelo, ¿Qué entendemos por duelo en psicoanálisis? El concepto de duelo implica todo un proceso dinámico complejo que involucra a la personalidad total del individuo y abarca, de un modo consciente o inconsciente, todas las funciones del Yo, sus actitudes, defensas y, en particular las relaciones con los demás. Etimológicamente, el termino duelo significa “dolor” y también “desafío o combate entre dos”. Ambas acepciones pueden aplicarse tanto al sufrimiento provocado por la pérdida del objeto y de partes del Yo proyectadas en el mismo, como también al enorme esfuerzo psíquico que implica recuperar el ligamen con la realidad y el “combate” librado por desligarse de los aspectos persecutorios del objeto perdido y asimilar los aspectos positivos y bondadosos (Grinberg, 1988).

Ya desde Freud (citado en Grinberg, 1988) se ha señalado que en un duelo “normal” la libido es retirada del objeto amado perdido y es desplazada a otro objeto. Para este autor el duelo consiste esencialmente en la reacción experimentada frente a la muerte o frente a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente. También se puede experimentar duelo por otras perdidas que, manifiesta y objetivamente, no parece ser de tanta magnitud. Por ejemplo; se puede reaccionar de este modo frente a una separación que puede angustiar y deprimir por diferentes motivos. De aquí que piense en los duelos a los que nos enfrentamos con nuestros pacientes en el día a día. No sólo los pacientes reaccionan ante la separación con angustia o depresión (cancelaciones, vacaciones, etc.), me atrevo a decir que también nosotros podemos reaccionar con estos sentimientos ante tales experiencias (ante la cancelación de un paciente, ante la espera de si llegara o no, ante la pérdida de un paciente y no necesariamente por su muerte que ameritaría otro tipo de duelo, sino que simplemente deje de asistir sin aviso, o incluso avisando que ya no vendrá más). No por formarnos como psicoanalistas quiere decir que estemos inmunes a los duelos (al dolor, a que algo nos duela), nada más alejado que esto de la realidad, somos seres humanos igual que nuestros pacientes y también vamos a análisis a hablar de nuestros dolores.

Como dije anteriormente, en la primera dimensión me refiero a las experiencias personales que cada uno de nosotros vive, la muerte de un ser querido, la perdida sentimental de nuestra pareja, o cualquier otra pérdida real o imaginaria que hayamos tenido. Las cuales se espera que trabajemos y resolvamos en nuestro análisis, estos serían los duelos personales de cada uno de nosotros.

Lo que llama más mi atención es la segunda dimensión y es a la que daré mayor énfasis en este trabajo. Esta consiste en abordar el tema de los duelos dentro del ejercicio del psicoanálisis en nuestra práctica clínica, con nuestros pacientes y lo que cada uno de ellos despierta en nosotros. Como por ejemplo ¿me siento (enojada, frustrada, dolida, etc.) de que mi paciente no venga? ¿Por qué me duele que cierto paciente deje de venir? ¿Me duele (o cualquier otro sentimiento, enoja, frustra) que mi paciente no me pague? ¿Me duele y me frustra ver el malestar de mi paciente y que no quiera hacer nada para cambiar? ¿Me da miedo haberme equivocado de profesión? ¿Llego a sentir que no sirvo para esto? ¿A veces me siento incapaz de poder ayudar a algún paciente?

A estos enunciados planteados como cuestionamientos me he respondido en muchas ocasiones con una afirmación. ¿Se vale sentir y hablar de esto? Fue una de las primeras dudas que me vinieron a la mente y al mismo tiempo apareció en mí una especie de resistencia a poder pensar y sobre todo entender por qué uno siente lo que siente. De este apartado, de los duelos por los que uno puede pasar con los pacientes, es que surgen en mí algunas interrogantes acerca de lo que se necesita, de las herramientas internas que cada uno de nosotros necesita para poder hacer frente a estas experiencias.

Ungar (2014) dice que “el ser analista es producto de un largo proceso de construcción que probablemente tenga raíces históricas en los juegos predilectos de la infancia, que se entraman con ideales aspiracionales y modelos de identificación, pero sobre todo con experiencias (positivas y negativas) y encuentros acontecidos a lo largo de la vida de una persona. En definitiva, ese ser en construcción es consecuencia de un conjunto de encuentros, buscados y azarosos, que terminan de componer una travesía”. Lo que entiendo de esto, es que esta construcción no empieza con el inicio de la formación, si no que más bien ésta ya se inició desde hace tiempo en cada uno de nosotros y el iniciar formalmente el estudio sólo es el resultado del encuentro y desencuentro de nuestras experiencias.

Pero esta travesía no es sencilla, dice Ungar (2014). “Ser analista es una profesión riesgosa que requiere preparación. Un psicoanalista “ofrece” su mente y también su cuerpo para ser “usados” por sus pacientes. Asimismo, esto es mucho más cierto en el trabajo con pacientes muy regresivos, perturbados o con déficits simbólicos. En esos casos (y también con pacientes neuróticos) el estado emocional del psicoanalista va a estar habitado, además de por sus propios contenidos, por aquello que el paciente proyecta y necesita que su analista sostenga en sí, que sea capaz de procesar y diferenciar de sus propios conflictos para no reproyectarlos en estado bruto”. De aquí surge la idea de que un analista necesita hacer un duelo por ese espacio de su mente y por su cuerpo que brinda para ser usados, por perder parte (al menos transitoriamente) de su estado emocional y permitir que se proyecten en él los contenidos del paciente, esto me hace pensar en el duelo por funciones del Yo en servicio de un otro.

Si bien es cierto, contamos con el propio análisis como resguardo y preparación ante los riesgos y gracias al análisis personal el analista ha introyectado (o al menos esa es la idea) el método analítico. Este es uno de los requisitos que habilitarían a alguien para poder ejercer esta profesión, pero corremos el riesgo de creer que, si se cumple con lo que exigen las regulaciones legales por ejemplo de la IPA, ya estemos aptos para ejercer, lo cierto es que la condición normativa es necesaria pero no suficiente.

Por eso mismo para varios autores (Greenson 1976; Meltzert 2008; entre otros), coinciden en que la construcción del ser analista es un largo proceso que no se agota en la formación clásica (personal, seminarios y supervisión). Es una tarea continua e interminable y que suele abarcar toda la vida de un psicoanalista, se convierte en un estilo de vida.

Greenson (1976), menciona ciertas características que el analista requiere para su labor, siendo el temperamento, la sensibilidad, sus hábitos, valores e inteligencia, fundamentales. Y cito una frase “Nadie nace psicoanalista y nadie puede volverse psicoanalista en un instante por muy bien dotado que esté”. Este mismo autor, refiere que el analista necesita sentir vivo interés por la gente, tener un cerebro de investigador en busca de conocimiento, “tiene amor a la verdad y por ello busca el insight, para hacer comprender a sus pacientes, no por su propio gusto sádico o escoptofílico”, es decir, que la curiosidad en un buen psicoanalista no estará dominada por los instintos.

Agrega que en este trabajo hay que tener placer por escuchar, una vasta capacidad de abordar lo incógnito, extraño y disparatado de nuestros pacientes con amplio criterio, es decir, sin angustia ni aversión. La capacidad de empatizar es indispensable, pues implica la capacidad de renunciar por un tiempo a parte de la identidad; para ello el analista debe tener una imagen de sí mismo flexible, es decir, un yo suficientemente fuerte y elástico que pueda estirarse y siempre regresar a su estructura original. Esto implica el ser capaz de regresionarse, para restituir de ahí logrando clasificar los datos obtenidos y comprobar su validez; alternar entre la intimidad de la empatía y la distancia para el discernimiento de la conflictiva del paciente (Greenson, 1976).

Otra cualidad sería un tipo particular de receptividad en la que se rechaza la inmediata explicación o formulación de teorías. Sosteniendo el no saber y no comprender, Bion (1970) describe este estado mental con el término “capacidad negativa” ¿A qué se refiere? A la posibilidad de permanecer en la incertidumbre, el misterio y la duda. Para este estado Bion acuñó el término “paciencia”, la intención es que el analista conserve su asociación con el sufrimiento y con la tolerancia a la frustración. Debe conservarse la paciencia, sin “un ansia exacerbada de llegar hasta el hecho y la razón” hasta que “evolucione” una pauta. Este estado es similar a lo que Melani Klein ha llamado la posición depresiva. Bion utiliza para este estado el término de “seguridad” cuyas asociaciones con las ideas de protección y de la disminución de la ansiedad se relaciona. Este autor considera que ningún analista tiene derecho a creer que ha realizado el trabajo requerido si no ha pasado por ambas fases: “paciencia” y “seguridad”. El pasaje de una parte a otra puede ser corto o puede ser largo. Pocos analistas, si acaso algunos, deben creer que pueden escapar a los sentimientos de persecución y depresión asociados comúnmente con los estados patológicos conocidos como posiciones esquizo-paranoide y depresiva. Por ejemplo, a la sensación de logro de una interpretación correcta le seguirá por lo general y casi inmediatamente una sensación de depresión, y aquí entra el duelo una vez más.

Yo agregaría esta capacidad más al ejercicio de esta profesión, la capacidad de hacer duelos. Para Melani Klein (citada por Grinberg, 1988), existe una conexión estrecha entre el duelo y los procesos de la temprana infancia. El niño pasa por estados mentales comparables al duelo del adulto y son estos tempranos duelos lo que le sirven posteriormente en la vida cuando se experimenta algo penoso, es decir, que dependerá de cómo hayamos pasado estos estados, en específico la posición esquizo-paranoide y la depresiva que podremos o no tener la capacidad para hacer duelos con nuestros pacientes (Grinberg, 1988)

Cada etapa del desarrollo significa un duelo: renunciar al pecho, a la relación sexual con los padres, a cada uno de los vínculos contenidos en los diferentes periodos de la evolución libidinosa, etc. La capacidad de hacer y sentir duelo, implicaría si bien nos va, la profundización de la relación del individuo con sus objetos internos, la felicidad de reconquistarlos, después de haber sentido su pérdida, una mayor confianza y amor por ellos. Es similar a la forma en que el niño pequeño construye, paso a paso, sus relaciones con los objetos externos, cuya confianza conquista no sólo a través de experiencias placenteras, sino a través de la forma en que es capaz de vencer las frustraciones y las experiencias displacenteras (Grinberg, 1988). Justo pensaba antes de hacer este trabajo que esta profesión es una carrera en donde está a prueba la tolerancia a la frustración, nada es verdadero, nada está completo, todo es complejo, y esta tapizada de experiencias placenteras por una parte, pero displacenteras por otra como lo es la incertidumbre, la duda y el misterio.

A lo largo de toda la vida, el analista confronta no sólo con las resistencias y la tendencia a la evitación del dolor mental de sus pacientes, sino también con sus propias resistencias al análisis, que como nos recordara Bion, son tan fácilmente movilizadas por los pacientes en uno mismo.

Ungar (2014) hace mención que el trabajo del analista es solitario por definición y, al no tener gratificaciones y reconocimiento visibles afuera del consultorio, a esto se agrega una importante deprivación narcisista. Es una tarea en la que la creación de un espacio de intimidad y el respeto por la confidencialidad son requisitos ineludibles. Esto tiene un alto costo subjetivo para el analista en tanto único testigo en caso de que un paciente mejore.

Meltzer (2008) refiere: que “la devoción al método psicoanalítico no es suficientemente rica como para balancear el dolor implicado… tal vez sea la curiosidad científica, pues quizá hay mejores maneras de ganarse la vida y aliviar el sufrimiento psíquico”. Sin embargo, concluye que ambos se refuerzan mutuamente y se potencian para producir una determinación sólida, y una integración de ambos desde una posición depresiva, aumentando enormemente la tolerancia del dolor contingente que acompaña al método.

La tercera dimensión abre paso al duelo pensado por la identidad que se deja atrás, por decirlo de alguna manera, por la nueva identidad que se adquiere al formarse como “psicoanalista”, este tema requiere de mayor investigación que por cuestiones de tiempo quedara pendiente su abordaje más extenso. Sin embargo quiero sólo anunciar algunos aspectos.

De acuerdo con Grinberg (1980) vivir implica pasar por una sucesión de duelos; la evolución da tiempo al Yo para la elaboración de las pérdidas y al restablecimiento de los momentos transitorios que forman parte de la identidad. 

Para Cirio (2007 citado por Amelia Casas 2008), embarcarse en un entrenamiento de alto nivel como el entrenamiento analítico, nos hace vulnerables; por ello debemos ser capaces de renunciar a muchas de las seguridades ya ganadas para acceder a esta nueva identidad.

El desarrollo de la identidad psicoanalítica es un concepto complejo en cuya génesis intervienen numerosos determinantes, que incluyen:

  1. El proceso a través del cual un candidato incorpora partes de su analista, (Bion, 1970)introyecta la función analítica;
  2. Una serie de identificaciones parciales, tanto funcionales como personales, con los supervisores con quienes trabajó algunos casos en su formación como psicoanalista.
  3. Identificación con algunos de los profesores con los que compartió la discusión de los seminarios.
  4. Identificación con líderes formales, sea por representar una forma prototípica de pensamiento teórico-clínico, por representar una postura ideológica, o por ser representantes de una línea político-administrativa en el ejercicio del poder dentro de la institución psicoanalítica.
  5. Un proceso de asimilación final, sedimento de todas las anteriores, en la que se combina algo tan concreto como la identificación con la persona de Freud, y algo tan abstracto como el asumir una personalidad que incluye un proyecto de vida profesional centrado en el ser psicoanalista.

Natalevich (2008) menciona que para muchos candidatos, ser psicoanalista nos significa un ideal por alcanzar, que tal vez se encuentre poco encarnado en nuestra propia persona; esto sucede al inicio de la formación y, por tanto, requiere de un largo camino de apropiación, de ir armando una identidad, propuesta que será necesario recorrer, aunque no esté exenta de dificultades. Sostener las ansiedades relacionadas a esa identidad en formación, resulta a los candidatos todo un desafío: requiere una actitud paciente, de espera, tolerar incertidumbres, no saber, conduciendo por momentos al desaliento. Construir una identidad implica un camino que no es lineal, envuelve un trabajo de re-elaboración, replanteamiento de viejas estructuras, a partir de lo cual irá surgiendo lo nuevo, y así sucesivamente en un trabajo continuo durante nuestra vida futura como psicoanalistas.

 

Concluyendo diría que:

No dudo en que estas tres dimensiones en las que dividí este trabajo se relacionen entre sí, es decir, que dependiendo de cómo uno hayamos resuelto nuestros propios duelos personales podamos tener las herramientas internas necesarias para afrontar los duelos que inevitablemente se generaran en la relación analítica, en el ejercicio de nuestra profesión y al mismo tiempo los cambios en nuestra identidad que se dan al formarnos como psicoanalistas.

Así pensado, puede ser analista y, lo que es más importante, puede continuar siéndolo, quien es capaz de sostener la pasión por la tarea y lograr transmitirla. Lo que impulsa y recrea esa pasión es una actitud de introspección, de regulación de las propias aspiraciones narcisistas, de apertura, el asombro por lo nuevo y una actitud de reflexión, de diálogo sincero entre colegas y con otras disciplinas, todo esto podrá sostener en un psicoanalista la pasión por nuestra tarea, que si bien es de riesgo y dolorosa, permite, como pocas, ser testigo del encuentro de alguien consigo mismo de una manera que tenga la posibilidad de elegir con libertad y según su propio deseo (Ungar, 2014).

Me queda la esperanza de que como dijo nuestra colega Miriam Hernández (2016) “poco a poco se adquiere una condición que implica disociar la angustia personal para lograr conectarnos en una atención flotante, libre de memoria y deseo. La condición de reunir el aprendizaje personal e intelectual durante la hora pactada con el paciente, no antes, no después. La condición necesaria para captar la mayor cantidad de emisiones del paciente resonando en nuestro aparato mental a partir de la comprensión que tenemos de nosotros mismos”.

Cierro con esta frase de Winnicott escrita en su trabajo “El odio en la Contratrasferencia” (1979): “un analista debe mostrar toda la paciencia, la tolerancia y la confiabilidad de una madre dedicada a su hijo, debe reconocer como necesidades los deseos del paciente, debe dejar de lado otros intereses con el propósito de estar a mano y ser puntual y también objetivo, y debe provocar la impresión de que desea dar lo que en realidad sólo da debido a las necesidades del paciente. No cabe esperar reconocimiento, porque en la raíz primitiva que se busca en el paciente no hay capacidad para la identificación con el analista y sin duda el paciente no puede comprender que el odio del analista surge a menudo de lo que el paciente hace en su elemental manera de amar”.

 

Bibliografía

  • Bion, W. (1970). Atención e interpretación. Buenos Aires: Paidós.
  • Casas, A. (Septiembre de 2008). El Analista en formación. Revista de Psicoanaliss OCAL(9), 3.
  • El odio en la Contratrasferencia. (1979). En D. Winnicott, Escrito de Pediatria y Psicoanálisis. Barcelona: Laira.
  • (1976). Técnica y práctica del psicoanálisis. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Grinberg, L. (1980). Identidad y cambio. Buenos Aires: Paidós.
  • Grinberg, L. (1988). Culpa y depresión. Estudio psicoanalítico. Madrid: Alianza Editorial.
  • Hernández, M. (8 de agosto de 2016). http://spm.mx. Obtenido de http://spm.mx/home/devenir-psicoanalista-una-vereda-emocional/
  • Meltzer, D. (2008). El proceso psicoanalítico. Londres: Paradiso Editores.
  • Natalevich, P. (Septiembre de 2008). Vicisitudes en la construcción de una identidad analítica: entre lo propio y lo ajeno. Revista de Psicoanálisis OCAL(9), 11.
  • Ungar, V. (2014). ¿Quién puede ser psicoanalista? Apuntes sobre una construcción interminable. Calibán, Revista Latinoamericana de Psicoanálisis: Realidades y ficciones.