Algunos aspectos psicoanalíticos en la construcción de la identidad masculina
Autor: Daniela Morábito
Es a partir de los años setenta que los hombres comienzan a interrogarse sobre su identidad. Dice Mabel Burín, han puesto su identidad en crisis (Burín, 2000). Aparece la crisis de un eje constitutivo de la subjetividad masculina: el ejercicio del rol de género como proveedor económico dentro del contexto de la familia nuclear y sus efectos concomitantes, la pérdida de un área significativa de poder y las nuevas configuraciones en las relaciones entre los géneros.
Pero desde el punto de vista psicoanalítico, pareciera que una explicación de formación de la identidad masculina así como del desarrollo de la sexualidad del varón ha sido ya dada. Sin embargo, esta crisis ha hecho evidente que estas explicaciones han resultado insuficientes e insatisfactorias, por lo que los teóricos se han visto obligados a cuestionarse de nuevo el tema de la masculinidad y su construcción.
En primer lugar es importante distinguir entre el núcleo de la identidad de género que propone Money en 1982, la cual es la sensación de pertenencia a un sexo biológico que se establece en el primer año y medio de vida. Constituye una primera identificación masculina/femenina, la cual es previa en el desarrollo infantil al descubrimiento de la diferencia entre los sexos. Y por otro lado la identidad de género, una sensación más compleja y ambigua que se construye a partir de las identificaciones con cada padre y se reelabora durante toda la vida en el individuo. (Bleichmar, 2006).
Desde el punto de vista de la construcción de la identidad de género, muchos estudios indican que el niño estaría más propenso a marcar diferencias durante la mayor parte de su vida, alejándose del lugar de origen, su madre. Su subjetividad se construirá oponiéndose a su madre, a su feminidad a su condición de bebé pasivo. Luis Bonino Méndez afirma que para que éste afiance su identidad masculina, ésta deberá apuntalarse en tres pilares: que no es una mujer, que no es un bebé y que no es un homosexual. (en Bleichmar, 2006)
Ralph Greenson (1964) afirma que intervienen cuatro factores en la formación de la identidad de género:
a) la conciencia de las estructuras anatómicas y fisiológicas en uno mismo, principalmente la cara y los genitales.
b) la asignación a un género específico, realizada por los padres y otras figuras sociales importantes de acuerdo con las estructuras sexuales evidentes.
c) una fuerza biológica presente desde el nacimiento.
Este autor prueba esto al observar en su experiencia clínica cómo algunos niños se comportaban de manera masculina a pesar de no tener pene, ya que fueron tratados como niños por sus padres.
Pero en el caso del varón existe otro factor. Michael Diamond (2004) explica que antes de que el niño desee tener a la madre, él desea ser ella o al menos estar con lo que ella provee (madre nutricia). De aquí que la relación preedípica del niño con su madre y el actual involucramiento del padre en el ambiente triádico temprano son ahora vistos como cruciales para el entendimiento de la identidad de género masculina. Diamond hace énfasis en cómo la masculinidad se forja desde los deseos más tempranos del niño de ser tanto su madre como su padre, y cómo estas identificaciones tempranas requieren de adaptaciones y acomodaciones a lo largo de toda la vida. Afirma que el ideal del yo con respecto a su género, el sentido de su masculinidad, así como las ambigüedades de su género están siendo continuamente reelaboradas a lo largo de la vida.
Ralph Greenson y Robert Stoller formularon la hipótesis de la desidentificación, la cual dice que para que el niño obtenga un sano sentido de su masculinidad, debe reemplazar el objeto primario de identificación, la madre, para identificarse con el padre. (Greenson, 1968) Explican que esto constituye un problema, ya que el niño debe renunciar al placer, la seguridad y la cercanía una identificación con el menos accesible padre. Greenson menciona que este proceso ocurre en la lucha del niño por liberarse de la fusión simbiótica temprana con la madre y juega un papel en el desarrollo de su capacidad para la separación-individuación.
La separación del niño del mundo de la madre es complejo, ya que involucra la interacción de factores biológicos y psicosociales. Esto se hace evidente cuando, por ejemplo, los niños de alrededor de 3 años viven una alteración psicofisiológica temporal originada por la maduración del cuerpo que trae nuevas e intensas sensaciones genitales. La llegada de la sexualidad es disruptiva, en parte porque también representa la pérdida de la inocencia en la relación del niño con su madre. La madre como “objeto de confort” se convierte en la madre como “objeto sexual” y esta pérdida es generadora de considerable conflicto intrapsíquico, de elaboración y de defensa. (Diamond, 2004)
Bajo condiciones “suficientemente buenas”, la retirada del niño de su madre es transicional. Esto ayuda al niño a diferenciarse y separarse de su primer objeto externo. Pero esto no es lo mismo que desidentificarse de su objeto materno interno. De hecho, la experiencia de pérdida del niño facilita la internalización de aspectos clave de la relación con su madre. Un seguro sentido de identidad masculina de un niño se desarrolla a partir de la cualidad del apego que el niño tuvo con su madre. Los teóricos del apego se refieren a esto como apego-individuación más que separación-individuación.
Greenson (1968) sostiene que es necesario gratificar cada fase del desarrollo del niño para asegurar su futura maduración, por lo que le parece vital satisfacer la temprana necesidad del niño de identificarse con su madre ya que éste tendrá mayores recursos para más tarde dar mejor este paso de identificarse con el padre.
Diamond (2006) sugiere que en formas más sanas del desarrollo temprano de la identidad de género, tiene lugar una diferenciación progresiva más que el predominio de una oposición, permitiendo así que la masculinidad se funde sobre una identificación recíproca con un padre disponible, una madre capaz de reconocer y afirmar la masculinidad de su hijo y una pareja parental que, unida, logra reconocer y amar a su hijo.
Sin embargo, algunos teóricos como Fast (1990) y Abelin (1971) explican que una temprana triangulación patológica se pone en juego por:
1) madres severamente incapaces de reconocer las necesidades de individuación de sus hijos
2) padres débiles y poco disponibles o misóginos
3) una pareja parental tendiente a la escisión
4) la propia constitución biológica del niño y su temperamento. (Bleichmar, 2006)
Bajo estas circunstancias la identidad de género toma la cualidad de conflicto y lucha, poniéndose en acción defensas como la negación y renegación de las identificaciones maternas, haciendo que el niño expulse de la consciencia identificaciones tempranas fundadas en relaciones triangulares más patológicas. Regularmente aparece lo que recientemente se ha llamado femifobia, un odio inconsciente de la parte del self que se experimenta como femenina. En otras palabras, el repudio del hombre de su parte femenina indica una falla en el desarrollo óptimo y es evidente en una organización defensivamente fálica que niega la posibilidad de una “capacidad procreativa y nutricia del varón”. (Fast, 1984)
Diamond (2006) menciona que en el alejamiento del niño con respecto a su madre y en su sensación de pérdida, un padre preedípico disponible atempera la tendencia defensiva de su hijo para separarse de la madre, mientras que al mismo tiempo provee un foco convencional de identificación masculina. Este vínculo con el padre facilita la integración de las identificaciones maternas-femeninas de su hijo.
Pero, alrededor de los 3 años, el niño enfrenta otra pérdida en relación con la madre. Greenspan (1982) explica que la escisión pre-edípica ocurre y el niño siente que tiene dos madres, una pregenital y otra genital. Entonces el conflicto consiste en saber cuál es la madre que se desea, la sexual o la nutricia, situación que promueve la búsqueda de un refugio temporal. Una manera de lograr esto es poniendo el conflicto fuera de la relación madre-hijo y colocando al padre como el “segundo otro”, y por lo tanto, alguien a quien culpar. El padre es acusado de romper la bendición de la ignorancia para convertirla en el pecado del conocimiento sexual. El padre es entonces requerido para aceptar esta potencialmente adaptativa proyección y proveer un sano objeto “genital” preedípico para la identificación. El niño pequeño, en un esfuerzo histérico por resolver este conflicto, busca un retorno a la madre a través de desexualizar tanto su propio self como a la madre. Bollas (en Greenspan, 1982) lo explica como la idealización de sus características no sexuales; convierte a la madre en una madre virgen y a su self en un pequeño y perfecto niño sexualmente inocente. Sin la presencia contenedora del padre para mantener al niño vinculado mentalmente a su madre, puede formarse una oposición entre amor y sexualidad que promueve la visión del niño de la sexualidad como una forma de separación del amor maternal.
A través de la relación del niño con un padre que admira, el niño es capaz de internalizar una imago paterna en la que los aspectos penetrantes y activos así como las cualidades receptivas y cuidadoras de la función paterna se vuelven la base de una sana y fluida identidad de género masculina.
Esta internalización en el niño de una sana imago paterna genital depende a su vez de la naturaleza de la relación entre el padre y la madre. El padre, al traer de regreso a su esposa en el contexto de su comprometida paternidad, protege la sexualidad e intimidad de su matrimonio mientras facilita los esfuerzos del hijo para diferenciarse de su objeto primario. El padre utiliza su masculinidad para fortalecer el vínculo con su esposa y ofrecer a su hijo un objeto de identificación capaz de localizar su masculinidad dentro de la matriz de una relación íntima.
Britton explica que de este modo, el padre ayuda a su hijo a reconocer el vínculo que une a sus padres estableciendo así un “espacio triangular”. (Diamond, 2006) Al ser tanto un padre protector para su hijo como un buen amante para su esposa, ofrece a cada uno una relación diádica con él que es paralela a la diada madre-hijo.
Cuando el padre es incapaz de unirse con su esposa para facilitar la internalización de la realidad triádica de su hijo, la identificación del niño con su madre se vuelve problemática y afecta negativamente su identidad de género masculina. Esto se manifiesta en las reacciones más histéricas y perversas de algunos niños ante la posibilidad de separarse de su madre, renegando su propia sexualidad y la de la madre. Inconscientemente permanecen en la posición de un niño pequeño con su madre presexual. Estos niños presentan configuraciones defensivas basadas en la vergüenza, reflejando un tenue sentido de masculinidad.
Por otro lado, para que este proceso de desidentificación ocurra de manera adecuada es necesario que la madre permita al niño identificarse con su padre o sustituto (por ejemplo disfrutando y admirando genuinamente los aspectos y habilidades masculinos de su hijo). Parte de la motivación para identificarse con el padre surge del amor y respeto que la madre le tiene al padre, haciéndose fundamentales también los motivos que el padre le ofrece a su hijo para que pueda identificarse con él.
El reconocimiento y afirmación, por parte de la madre de la masculinidad de su hijo ayuda a éste a diferenciarse progresivamente de ella en lugar de establecer su sentido de masculinidad en una violenta oposición a su feminidad. Resulta fundamental la capacidad de la madre de acompañar y apoyar el viaje de su hijo hacia el mundo del padre, el mundo masculino. Es por este motivo que las dinámicas edípicas de la madre son cruciales, ya que ella debe ser capaz de modular sus propios impulsos competitivos que emergen durante este temprano período de triangulación. Un niño que es apoyado por su madre cuando se está alejando de ella, tiende a internalizar una particular identificación con ella –una que se opone a sus incursiones fálicos hacia su padre y el mundo externo. Así que el hijo se identifica con el sentido de su madre de que se está relacionando con una persona masculina, por lo que las identificaciones consecuentes afectarán continuamente su sentida masculinidad.
Como hemos visto, la presencia del padre del niño es fundamental en este proceso de desidentificación, pero lo es también la presencia del propio padre de la madre en la mente de ésta. La elaboración de la masculinidad de un niño es deficiente sin un objeto paterno interno firmemente establecido en el inconsciente de la madre. Debido a su segura identificación con su propio padre edípico, la madre es capaz de traer al padre fálico/genital a la relación triádica con su hijo. El padre inconsciente, o varón, en la madre (o en la analista mujer. (Diamond, 1998)
La habilidad del niño para desidentificarse de la madre determinará el éxito o fracaso de su posterior identificación con el padre. Greenson (1968) cree que son las dificultades inherentes en este paso adicional del desarrollo del niño, del cual las niñas están exentas, las responsables de ciertos problemas en la identidad de género de los varones, su sentido de pertenecer al sexo masculino. En este sentido, la personalidad y la conducta de la madre y el padre, así como los conflictos e identificaciones inconscientes de cada uno de ellos juegan un importante papel en el resultado de estos desarrollos.
El sentido de masculinidad del niño se ve fuertemente afectado por los sentimientos de su madre con respecto a su físico, su sensualidad y temperamento, así como su aprobación de la autoridad paterna. Los niños que carecen de este reconocimiento inconsciente e intersubjetivo de su masculinidad establecen una internalización altamente conflictiva de sus madres. Para estos niños, particularmente cuando sus padres son emocional o físicamente ausentes, la falicidad defensiva o narcisismo fálico se hacen psíquicamente urgentes. Al valorizar narcisísticamente al pene, tienden a emplear el falo como una defensa y compensan apoyándose en una patología narcisista que frecuentemente se manifiesta en una sexualidad perversa. (en Diamond, 2004)
Cuando estas identificaciones tempranas y problemáticas ocurren, se recurre a un yo ideal fálico y formas más severas de escisión de género para manejar ansiedades poco contenidas al darse cuenta que es sexualmente distinto a su madre. Así, esta pérdida ocurre cuando hay la conciencia de que no puede ser la madre ni tampoco pertenecer a su género femenino. Entonces el niño no sólo pierde una gran parte de su vínculo diádico sino también se siente presionado a repudiar lo que ha perdido. Y aquí entra la parte social en donde la valoración de ser independiente de la madre para no ser un maricón, que tiene mamitis, etc. lo obliga a conformarse. Debido a esta separación socialmente reforzada de la órbita materna, al niño pequeño se le prohíbe culturalmente saber o valorar esta pérdida y se le fuerza a negar la necesidad que tiene de su madre. Puede sentirse emocionalmente abandonado sin darse cuenta, al tiempo que experimenta la identificación con su madre como vergonzosa.
La pérdida traumática del niño de aquél paraíso de la temprana y gratificante relación con la madre lo dispone a crear una imagen fálica de sí mismo en relación con el mundo con el fin de recuperar el control del objeto ahora experimentado como separado de su yo. El falo representa parcialmente la pérdida del pecho mientras que el pene reemplaza el pecho como el órgano superior. El niño construye omnipotentemente la adaptativa y defensiva ilusión de la “supremacía de su propio equipamiento masculino” (Manninen, 1992) y el falo, inicialmente empleado para aminorar las ansiedades de diferenciación del niño, se convierte ahora en el símbolo de invulnerabilidad, con el cual el niño se defiende maniacamente de los peligros depresivos de un objeto materno demasiado separado pero aún necesitado. Es decir, el monismo fálico (la creencia de que el pene es el órgano sexual) viene a proteger cualquier reconocimiento de la falta o la deficiencia.
El falicismo bajo la forma de una imagen fálica hipermasculina de la virilidad se vuelve psíquicamente urgente para lograr la perdida cohesión psíquica. La conducta fálica es altamente compensatoria y constituye un fin narcisista en sí mismo. Es característico del varón falocéntrico operar defensivamente, como si su falo fuera todo lo que lo hace masculino. La verdadera diferenciación es negada, mientras que la penetración ofrece la promesa de la transcendencia de la vulnerabilidad, limitación y dependencia. Este narcisismo fálico constituye un persistente obstáculo para el desarrollo y crecimiento del adulto joven y el maduro y es evidente en las ansiedades fragmentadas y la sensación de vergüenza evocadas cuando una identidad masculina estable no puede ser mantenida. (Diamond, 2006)
Es así como se hace evidente que la construcción de la identidad masculina, lejos de repudiar las identificaciones con lo femenino, las tempranas internalizaciones que el niño hace de su objeto materno en sus aspectos femeninos se vuelven indispensables para el adecuado desarrollo de su masculinidad. Esto dará pie y facilitará la posterior identificación con el padre para un seguro establecimiento de la identidad de género masculina del individuo. Me parece muy importante la insistencia de Michael Diamond, uno de los autores que ha estudiado más el tema de la construcción de la masculinidad, en que ésta se va elaborando a lo largo de distintas etapas en la vida de un hombre y que constituye un proceso dinámico que se encuentra en constante cambio. Elizabeth Badinter (en Burín, 200) opina también que, debido a que la masculinidad no es una cosa dada sino un proceso que se construye, ésta puede cambiar a través del tiempo. Al elaborar la relación entre los aspectos fálicos y genitales de la masculinidad a lo largo de las experiencias de la vida, así como también a través del tratamiento psicoanalítico, muchos hombres son capaces de lograr una nueva y más gratificante experiencia de su masculinidad.
Bibliografía
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