Vergüenza.

Autor: Estela Cházaro

“La liberación es no sentirse ya nunca más avergonzado de uno mismo”  Nietzsche, F.

Por sus primeros trabajos publicados, sabemos, que para Freud (1886-1889), la relación entre la sexualidad infantil y la vergüenza ocupaban un lugar significativo para la movilización de los mecanismos psicológicos de defensa. La vergüenza no era el único afecto en consideración, es cierto, pero ocupaba un lugar bastante mencionado en sus escritos sobre la sexualidad infantil y sus alcances y efectos psicológicos. A estos trabajos, anteriores a 1900, se los suele vincular con la etapa pre psicoanalítica de Freud.

A partir de 1900 con la Interpretación de los Sueños, comienzan los años del desarrollo de su teoría psicoanalítica propiamente dicha. En Tres Ensayos para una Teoría Sexual expone su descubrimiento de la sexualidad infantil. A partir de este momento, el interés por los deseos incestuosos del niño y la culpa concomitante adquieren una relevancia primordial dentro de su teoría, quedando el Complejo de Edipo vinculado a las psiconeurosis de defensa. Y los sentimientos de vergüenza quedaron en segundo plano por muchos años.

Freud privilegió la culpa edípica a costa de la vergüenza edípica o, por decirlo de otro modo, al establecer la distinción entre el complejo de castración (una dinámica de la culpa) y el complejo de Edipo (una dinámica mucho más compleja que implica tanto la culpa como la vergüenza), Freud simplificó el complejo de Edipo. (Paz Miguel Ángel 2004)

En 1926, Freud introdujo en su teoría el concepto de angustia señal. El concepto de angustia señal se aplica a la anticipación inconsciente de los peligros de la vergüenza y de la culpa, pero el énfasis investigador de Freud durante este periodo enfatizaba el peligro de castración. Jacobson (1971) amplió el concepto de angustia señal al afecto señal en general. Las formulaciones de Freud sobre los peligros básicos de la castración y la separación no incluyen los componentes de la vergüenza de estas situaciones de peligro; es decir, que tanto la castración como la separación devastadora (rechazo o abandono) plantean abrumadores conflictos relativos a la vergüenza generados por el superyó.

Tendrían que pasar muchos años para que los estudiosos en psicoanálisis retomaran el aspecto narcisista asociado a la vergüenza y se profundizara en dicho tema, posiblemente debido a que ello implicaba cambiar el paradigma culposo como el gran y único organizador de nuestra cultura (Paz Miguel Ángel, 2004)

El carácter inconsciente de la culpa y la vergüenza

La culpa que interesa en psicoanálisis, es la culpa inconsciente. Es decir, aquella que el sujeto no experimenta conscientemente, pero que sí se expresa como necesidad de castigo y que sólo un psicoanálisis puede descubrir la significación verdadera de tal necesidad de infligirse penas o daños.

De la misma manera, la vergüenza que interesa en psicoanálisis, es la vergüenza inconsciente.

La misma contradicción que le corresponde a la culpa, esto es, la de un sentimiento que no es sentido, pero sí padecido, le corresponde, también a la vergüenza. Ambos sentimientos inconscientes se expresan por sus sustitutos capaces de consciencia, y que conllevan cierta mortificación o desdicha. Y es esta mortificación la que la hace difícil de determinar “a simple vista” y de diferenciar entre una y otra.

La vergüenza comparte con la culpa, en iguales y/o distintas proporciones, simultánea y/o consecutivamente, lugares centrales en nuestras motivaciones psicológicas para disparar mecanismos de defensa diversos, así como sustituciones, condensaciones y desplazamientos con los correspondientes cuadros psicopatológicos. Esto hace que puedan coexistir situaciones en las que parece predominar el conflicto psíquico y la culpa inconsciente, con otras situaciones o momentos en las que lo que predomina es el déficit de desarrollo estructural del narcisismo. (Kohut,1977)

Sin embargo, la vergüenza es más autoplástica, más narcisista. La vergüenza es algo que le sucede preferentemente a uno con uno mismo (Paz, 2004). Es decir, es algo que ocurre dentro del universo de representaciones psíquicas, en donde existen “otros significativos” (objetos/self) que han sido catectizados con libido narcisista, los cuales, a su vez, dan significación narcisista. El sujeto espera que esos objetos/self, los cuales han sido incorporados psíquicamente a la manera de instancias o representaciones ideales o especulares, se comporten de tal forma que sostengan el déficit narcisista que el sujeto padece. Si el sujeto no obtiene de estos objetos/self la idealización o especularidad necesitada, queda expuesto asimétricamente con la comparación idealizada o la especularidad necesitada y se moviliza un sentimiento inconsciente de vergüenza, que el sujeto no reconoce como tal, pero que se expresa en conductas como enojo, silencio excesivo, inhibición o retraimiento. (Paz, 2004).

Se tiende a pensar que la vergüenza es un sentimiento preedípico por lo cual la resignificación edípica la convierte en algo secundario y pasivo cuando, en realidad, la vergüenza está sin resignificar, oculta y activa tras la ira, la desesperanza, la depresión, la negación y/o la superioridad grandilocuente. Alguien dijo alguna vez que nos sentimos culpables por haber obrado mal y nos sentimos avergonzados por la esencia misma de nuestro ser. (Eagle, 1988).

Mario Rossi Monti (1998) explica que las personas hablan poco acerca de sus sentimientos de vergüenza debido, en parte, a que tenemos escasos canales lingüísticos para expresarla.

Rossi nos dice que a pesar de la riqueza de términos y de sinónimos en nuestra cultura, no es fácil encontrar un canal expresivo lingüístico para la vergüenza. Además, la vergüenza se encuentra en el centro de una típica paradoja; se trata de un sentimiento que concierne a la esfera de máxima privacidad e intimidad de un individuo, pero que al mismo tiempo tiene un componente relacional-social fundamental. En este sentido, la vergüenza pone en contacto directo una experiencia intrapsíquica con una experiencia intrapersonal, el polo narcisístico con el polo objetal de este sentimiento.

Rossi Monti dice que la dificultad para encontrar un canal lingüístico expresivo para la vergüenza se debe, al menos, a cuatro factores:

1. Al carácter impredecible de la vergüenza. La vergüenza es un afecto inestable, impredecible, volátil y por tanto más difícil de captar que la tristeza o la euforia; es un sentimiento en el que no se puede parar, no se puede habitar, como sucede con la culpa. Mientras la culpa está delimitada y focalizada sobre acciones u omisiones específicas (Meissner, 2003), la vergüenza funciona más por accesos, en base a las leyes del todo o nada.

2. A la relevancia visual de la vergüenza. La dificultad para poner en palabras la vergüenza deriva del hecho de que la vergüenza está ligada al enmascaramiento, a algo que se hace perceptivamente evidente, más como imágenes visuales que como pensamiento. En otros términos, la vergüenza está más anclada a representaciones de cosa que a representaciones de palabra. Así, en la traducción de las imágenes a la palabra, la experiencia de la vergüenza pierde gran parte de su intensidad. En la experiencia de vergüenza se atribuye gran importancia a la mirada del otro que hace de espejo a las propias insuficiencias.

3. Al carácter migratorio y en primer lugar corporal de la vergüenza. De hecho, la vergüenza tiende a migrar del cuerpo a la mente y viceversa.

4. A la ubicuidad de la vergüenza; es afecto poco reconducible a un contexto específico.

Los principales cuadros clínicos en los que las experiencias de vergüenza desempeñan un rol importante son:

Fobia social

Depresión

Dismorfo fobia

Paranoia

Esquizofrenia

Trastorno narcisista y borderline

Anorexia-Bulimia

Toxico dependencias

La vergüenza es un sentimiento difícilmente elaborable. Tiene que ver más con el orden de la diferencia y del control que con el de la trasgresión. Consiste en una constatación dolorosa que atañe al des enmascaramiento de cómo se es. Si la culpa implica la categoría de la reparación, la vergüenza es un sentimiento que aparece sin vía de salida, que concierne el cómo se está hecho y del que sólo se puede ser testigo. (Rossi Monti 1998)

El aflorar de la vergüenza desempeña una función-señal importante constituyendo el indicador afectivo de una alteración del sentido de la propia identidad; de una ofensa llevada al propio equilibrio narcisista; de una percepción de la diferencia entre el Yo y el Ideal del Yo.

Las maneras en la cuales intentamos contener esta experiencia son:

a) Por la retirada, por la limitación de la auto exposición, por el evitar exponer los propios pensamientos y sentimientos, confinándolos a una esfera íntima y privada.

b) Una segunda modalidad consiste en el ataque auto dirigido: criticarse implacablemente para ponerse a resguardo de la vergüenza derivada de la crítica de los otros. De este modo la experiencia misma de la herida narcisista se vuelve una experiencia de la que se puede asumir el control en alguna medida, de forma que en vez de ser vivida como impuesta desde el exterior pueda ser poseída y entrar a formar parte de la propia experiencia.

c) Una tercera modalidad de hacer frente a la vergüenza es la basada en la evitación-desconocimiento; dejar de lado o ignorar todo lo que disminuye la propia imagen de sí.

d) La cuarta modalidad de reaccionar a la vergüenza está basada en la medida del ataque hetero dirigido. Ante situaciones peligrosas, capaces de provocar sentimientos de vergüenza, la vulnerabilidad a estas emociones puede explicarse mediante la medida extrema del infligir activamente (a menudo por anticipado) a los otros, las heridas narcisistas que el sujeto teme recibir él mismo. (Rossi Monti, 1998)

La diferencia entre culpa y vergüenza

La culpa se refiere a las acciones mientras que la vergüenza se refiere al ser. La culpa pertenece al orden de la trasgresión, la vergüenza se refiere al orden del fallo. Si la culpa es un transgredir, la vergüenza es un no estar a la altura, manifestar un defecto del ser, incompatible con la imagen propia ideal. La vergüenza está asociada a la debilidad, la imperfección y la suciedad. En lo esencial, una persona, para avergonzarse, debe haberse mostrado a sí misma como débil o carente. (Lansky, 2004)

Desde el punto de vista estructural, la culpa se refiere al Super-Yo; la vergüenza al Ideal del Yo.

La culpa es una experiencia focalizada en acciones (u omisiones), con consecuencias específicas; la vergüenza, por el contrario, enmarca al ser en su totalidad. Si la vergüenza constituye un fallo total respecto de una norma o de un modelo de conducta, la culpa es, por el contrario, el resultado de una falta específica (Lewis, 1992). La culpa puede ser de alguna forma circunscrita a una parte de la persona, limitada incluso a una o a pocas acciones (u omisiones) y es siempre posible que el resto de la persona la elabore en el arrepentimiento o en la conversión. La vergüenza, por el contrario, es un afecto global, más penetrante, del que la persona solo puede tomar distancia antes o después, pero no mientras lo está viviendo. 

La vergüenza es una emoción recurrente que se nutre de sí misma, fácilmente contagiosa y que puede incluso extenderse en sentido transgeneracional en el interior del grupo familiar. Mientras nadie se siente culpable por tener sentimientos de culpa, sí se avergüenza de sentir (sobre todo, de mostrar) vergüenza.

Desde el punto de vista temporal, mientras los sentimientos de culpa pueden tardar mucho tiempo en elaborarse o superarse, la vergüenza funciona más por ‘accesos’. En este sentido, está presente como un afecto que envuelve a la persona entera y es eliminada o transformada en otros sentimientos, como por ejemplo la rabia o la inhibición.

Finalmente, mientras la culpa concede la posibilidad de la reparación o de la penitencia-expiación, la vergüenza es un hecho concreto, una constatación. (Lewis, 1992)

La vergüenza como origen de la depresión

Hugo Bleichmar, quien ha realizados profundos estudios sobre la depresión, nos dice que no podemos englobar a la depresión en una sola nosología. Es necesario entender los rasgos de carácter y psicopatológicos que producen un perfil particular en cada paciente. Él explica que existen múltiples vías por las cuales se pueden generar los estados depresivos; conocerlas permite diferenciar subtipos y encarar formas terapéuticas que les sean específicas.

Bleichmar nos dice que, si la impotencia y la desesperanza para la realización de un deseo significativo, al cual el sujeto está intensamente fijado, constituye el núcleo común de todo estado depresivo, se puede llegar a ese estado por múltiples caminos, ninguno de los cuales es condición obligada. A continuación, se muestra un diagrama de dichos caminos.

A pesar de que la agresividad y la culpa han ocupado un lugar preeminente en la literatura psicoanalítica sobre la depresión, varios autores han cuestionado que sean componentes indispensables para todos los tipos de depresión (Jacobson, 1971; Kohut 1971, 1977, 1979, 1984). Kohut ha insistido en la existencia de depresiones en las cuales la culpa no forma parte del trastorno, siendo, más bien, los sentimientos de frustración en el logro de aspiraciones narcisistas lo que constituye el núcleo de la depresión.

Rizzuto (1991), nos dice que «…la vergüenza está relacionada con la autoevaluación (yo y superyó) de no ser merecedor de una respuesta afectiva deseada…». Con “respuesta afectiva deseada” se refiere a cómo se anhela que el otro responda ante posibles méritos del sujeto. Continúa explicando que hay una dimensión que es esencial en el sentimiento de vergüenza: la presencia, real o fantaseada, de un otro significativo que es testigo de las fallas del sujeto. Es diferente sentirse inferior (crítica del superyó) que sentir que un otro observa también esa inferioridad. Rizzuto dice que, en el caso de la vergüenza, no se trata de una simple proyección de la propia crítica del superyó sobre el otro; esto se prueba en tanto que el sujeto deja de experimentar vergüenza cuando no es observado, ya sea real o fantaseadamente. Por tanto, la vergüenza es angustia narcisista en la intersubjetividad, y no mero sentimiento de inferioridad por tensión entre el ideal del yo y una cierta representación del sujeto. Es decir, que la culpa y la vergüenza se diferencian no sólo en la preocupación por la valía del sujeto (vergüenza) versus preocupación por el estado del otro e identificación con el sufrimiento de éste (culpa), sino también por la estructura en juego: en la culpa se trata de un puro conflicto intrapsíquico; mientras que en la vergüenza interviene un factor intersubjetivo, donde hay un otro que es testigo de la poca valía del sujeto.  

Al sentimiento de culpa podrá agregársele el de vergüenza cuando se fantasea que un otro constata también la acción punible y mira al sujeto con desprecio. En las culturas en que la agresividad es fuertemente condenada, una persona podrá sentirse culpable si atacó a alguien y, además, sentir vergüenza al estar en juego su valía mirada por los otros que lo consideran malo.

                                             
Cuando el sujeto siente que dañó al otro, podrá sentir culpa si su preocupación es básicamente por el bienestar del otro, culpa persecutoria si teme ser castigado por esa acción, y vergüenza si lo que predomina es el código narcisista en que la consideración de su valía está por encima de cualquier otra. (Bleichmar, 1997).  

Hugo Bleichmar explica que hay varios caminos que llevan a la depresión y que dependiendo de la estructura y experiencias vividas predominará uno sobre otro en determinado momento. Por ejemplo, cuando decimos que un paciente no ha podido resolver y elaborar el “Edipo” por la culpa derivada de las fantasías parricidas inconscientes, debemos cuestionarnos si su dificultad también pueda deberse a los sentimientos de vergüenza vividos en dicha triangulación y la forma en que éstos operan dentro del sujeto. En otras palabras, sin importar el tipo de patología que presente el paciente, es necesario siempre tener presentes tanto a la culpa como a la vergüenza inconscientes y cómo ellas inciden sobre su realidad psíquica y su conducta.

Viñeta clínica

Alberto llegó a tratamiento quejándose de mantener una relación conflictiva con su padre, ya que éste, a decir de Alberto, siempre respondía ante cualquier iniciativa del paciente con burlas y críticas desde que era niño.

Alberto tenía pocos amigos y se sentía muy “incómodo” cuando asistía a una reunión social. A pesar de que su trabajo era reconocido en el medio (pintor), siempre que exponía su obra sufría mucho ante cualquier comentario que escuchaba, incluso interpretándolo como negativo sin ser así. El ser reservado en extremo e inseguro respecto a su trabajo, le impedía crecer y acumular fama.

Con sus pocos amigos era muy callado, siempre con el temor de decir o hacer algo que pudiera caerles mal. Prefería trabajar en aislamiento y se preocupaba en exceso por el “qué dirán”.

Conforme ha avanzado en su tratamiento, su self se ha ido cohesionando, lo que le ha permitido ganar seguridad en su trabajo y estar más abierto a comentarios sin sentirlos como desprecio o críticas destructivas. Sus relaciones sociales ahora son más espontáneas, al grado que en ocasiones se permite hacer y recibir bromas “inocentes”, que, aunque algunas todavía lo hieren, puede manejar la situación sin enojarse ni sufrir una regresión.

Conclusiones

Contar con pocas palabras que hagan referencia a la vergüenza, hace que se convierta un sentimiento difícil de pensarse y por tanto, de simbolizarse. Pero es un sentimiento abrumador, pues se refiere directamente al ser, a la esencia del individuo. Al abordar el complejo de Edipo de nuestros pacientes, debemos tener en cuenta no solo la angustia o el complejo de castración, sino los sentimientos de vergüenza que derivan de ese ideal del yo que minimiza al yo real. De la misma manera, al tratar a pacientes depresivos, debemos enfocarnos no solo en la culpa inconsciente, la cual se refiere al “hacer”, sino estar atentos al ser del paciente, a ese yo que siente ser siempre insuficiente por compararse con un ideal del yo inalcanzable.

En el caso clínico que presento, la dificultad de Alberto para crecer y desarrollarse derivaba en gran parte de un sentimiento de vergüenza inconsciente, originado por las críticas y burlas continuas de su padre durante su infancia. Conforme su ideal del yo ha ido haciéndose más realista, la tensión entre éste y su yo real ha ido disminuyendo y sus sentimientos de inadecuación desapareciendo Esto le ha  permitido establecer mayores y mejores relaciones objétales y por lo tanto, llevar una vida más plena.

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