La Sexualidad en la Vejez
Autor: Ana Lorena Arnáiz
La sexualidad no tiene límites de edad para exteriorizarse, siempre nos acompaña, solo varía la forma de manifestarse. Puede buscarse la descarga tensional, el placer con el otro, una autoafirmación narcisista, o todo al mismo tiempo, pero el deseo no se interrumpe nunca. En un estado de salud razonable, no hay motivo para que no se puedan continuar experimentando y ejerciendo la función genital, hasta edades avanzadas.
Esta posibilidad, es consecutiva a la disposición previa que el anciano haya tenido para con su sexualidad a lo largo de su vida. Cada momento de la vida tiene sus particularidades, de tal suerte que las comparaciones no deben hacerse con el individuo cuando era joven. Esta actitud es el enemigo del anciano.
En los hombres, con mayor evidencia que en las mujeres, el paso del tiempo pone su impronta a través de la disminución de la eficiencia. Pero de ninguna manera significa que no se pueda obtener satisfacción y placer en la actividad sexual.
Ciertamente que en la mujer, con la menopausia hay una disminución de los esteroides, pero no está comprobado que ello afecte la función sexual. Manifestaciones de dispaurenia y disuria, son consecuencia de la falta de lubricación y el adelagazamiento fisiológico de los tejidos. Ello puede conducir a la evitación de la experiencia orgástica, reactivándose los viejos tabúes en relación al sexo. Una adecuada terapia hormonal, no significa recobrar la exitabilidad y el goce, pero alivia los trastornos mecánicos, los desordenes neuróticos en cambio requieren del aboraje psicoterapeutico y de la educación.
En la mujer, el ideal narcisista suele pasar por las características físicas hermosas y jovenes. El pasaje del tiempo impone signos irreversibles (arrugas, manchas seniles, gordura selectiva, pérdida de tersura en la piel), que disparan la tensión narcisista.
La reacción depende de la estructura de personalidad dominante, desde el colapso que lleva al descuido, obesidad, desaliño, a exagerar caricaturescamente la juventud. En ambos casos, el resultado es que el interés se vuelca sobre sí misma, y el objeto sexual habitual es descuidado. El resultado es que deja de ser un objeto deseado.
Es sabido que la sobrevida de la mujer en relación al hombre es mayor, por tal motivo, y como consecuencia del sometimiento a pautas sociales, es cada vez mayor el número de mujeres que transcurren su vida durante la tercera edad sin pareja. Muchas se dedican al trabajo social voluntario, otras retoman hábitos masturbatorios como intento de aliviar la frustración a sus deseos.
En el hombre, la situación de desventaja biológica es evidente.
Sin embargo, es importante para el mantenimiento de una sexualidad activa en la vejez, una regularidad de las relaciones. Los factores fisiológicos, psicológicos y sociales que inciden en la función sexual de la tercera edad corresponden a las siguientes categorías.
-El temor al desempeño.
La lentificación normal es tomada como patología e indicador de impotencia. Ahí, la falta de información adecuada genera ansiedad, con intentos de coito estando el pene en semierección que puede potenciarse con una pareja poco lubricada, también por las causas de la edad. La consumación sexual se dificulta y la poca erección se pierde. Estamos en la antesala del colapso narcisista, y las racionalizaciones para evitar las experiencias frustrantes. Lo que es normal, comienza a convertirse en patológico. Incluso desde el discurso médico hay una inducción subliminal patologizante al denominar estas manifestaciones normales como disfunciones.
-Los sentimientos devenidos de la caída del sentimiento de sí.
El intento por compensarlo, exacerba la competencia por el dinero, deportes, honores, trabajo, status, consumiendo la actividad diaria en busquedas vanas. Se reduce la dedicación a la pareja, y el interés sexual decae sepultado por el afán narcisista. El ideal, siempre insatisfecho, perpetúa la insatisfacción, y el anciano está colocado siempre más acá de lo que puede conseguir, y más allá de sus posibilidades instrumentales.
-Las enfermedades.
Cualquier complicación mental o física, opera sobre el decaimiento de la pulsión sexual. Accidentes cerebrovasculares y coronarios imponen una preocupación, pero pasado el episodio, la actividad puede retomarse, solo el miedo a la muerte y la pérdida de la confianza restringe la actividad sexual. La restricción infundada de la sexualidad, genera síntomas más perniciosos que la actividad misma. Ansiedad, depresión, hostilidad son generadas por la inhibición. La diabetes, el alcoholismo son factores de impotencia sexual.
-El aburrimiento.
Se constituye también en factor causal de la falta de interés sexual. La reiteración y la falta de creatividad, el desvío del interés hacia los nietos, actividades sociales o laborales son en verdad factores desencadenantes. Operan sobre situaciones previas compensadas que, con el envejecimiento al caer el interés erótico se exacerban. Las imágenes poco masculinas o femeninas, la falta de cuidado personal acentúan el cese del atractivo sexual.
En la ancianidad la sexualidad no solo persiste, sino que es necesaria, va más allá de la genitalidad y el sentirse necesario, buscado y querido son nuevas formas que autoafirman la femineidad y la masculinidad.
Pasemos ahora a otro tema que ha corrido casi con la misma suerte dentro del movimiento psicoanalítico: el anciano.
Es muy común el escuchar que el anciano no es factible de ser abordado terapéuticamente, y para fundamentar esto se sacan a relucir una serie de aspectos tanto metodológicos como metapsicológicos. Tanto unos como otros se emplean para señalar una personalidad que demuestra tener falta de plasticidad, dificultades para el cambio, etc.
De una u otra forma se termina afirmando que ” no vale la pena”.
El propio Freud hace mención a alguno de estos aspectos cuando en 1937 en “Análisis terminable e interminable” se refiere a la “Entropía psíquica”:
‘En un grupo de casos, uno es sorprendido por una conducta que no puede referir sino a un agotamiento de la plasticidad, de la capacidad para variar y para seguir desarrollándose, que de ordinario se espera.
( … )
Pero en los casos que ahora consideramos, todos los recursos, vínculos y distribuciones de fuerzas prueban ser inmutables, fijos, petrificados. En gente de edad muy avanzada, a esto uno lo halla explicable por la llamada «fuerza de la costumbre», el agotamiento de la capacidad receptiva – una suerte de entropía psíquica-, pero aquí se trata de individuos todavía jóvenes
(T23Pág 244)
Antes, en 1914, en su obra “Contribución al movimiento psicoanalítico” afirmaba:
‘El conflicto entre aspiraciones eróticas desacordes con el yo (ichwidring) y la afirmación del yo fue reemplazado por el conflicto de la «tarea de vida» y la «inercia psíquica»; el sentimiento neurótico de culpa correspondió al reproche que el individuo se hace por no haber cumplido su tarea en la vida” (T14 Pág 60)
Estas últimas palabras son validas para generalizar la problemática del anciano.
Es este período cuando más autoreproches escuchamos con respecto a la falta de expectativas para cumplir con lo que fueron proyectos anteriores de vida. Aquellos que tenemos contacto frecuente con pacientes añosos, encontramos que existe casi unánimemente una razón esgrimida por ellos en su discurso consciente para justificar ésta situación: la incapacidad física, la polipatología propia de la tercera edad.
Nuevamente volvemos al cuerpo, y nuevamente volvamos a Freud. En 1912 en su escrito “Sobre los tipos de contracción de neurosis” afirmaba :
” Un debilitamiento del yo por enfermedad orgánica o por una particular demanda de su energía podrá hacer salir a la luz neurosis que de otro modo habrían permanecido latentes, no obstante existir la predisposición.
El significado que nos vemos precisados a atribuir a la cantidad libidinal para la causación de la enfermedad armoniza a maravilla con dos tesis básicas de la teoría de la neurosis, resultado del psicoanálisis. En primer lugar, con la afirmación de que las neurosis surgen del conflicto entre el yo y la libido; en segundo lugar, con la intelección de que no existe ninguna diversidad cualitativa entre las condiciones de la salud y de las neurosis, y los sanos enfrentan las misma lucha para dominar la libido, sólo que les va mejor en ella.”
(T 12 Pág. 244).
Plantearemos otro aspecto del paciente añoso vinculado a su mundo intrapsíquico: el funcionamiento de éste está directamente influenciado por las condiciones orgánicas predominantes. lmplícitamente se está afirmando que las condiciones físicas antes mencionadas actuarían como una variable dentro de una función. En otras palabras a mayor problemática física será invertida una mayor demanda de energía,yoica y viceversa.
Años después en 1925 escribía en “Inhibición, síntoma y angustia”:
“A raíz del dolor corporal se genera una investidura elevada que ha de llamarse narcisista, del lugar doliente del cuerpo; esta investidura aumenta cada vez más y ejerce sobre el yo un efecto de vaciamiento, por así decir. El paso del dolor corporal al dolor anímico corresponde a la mudanza de investidura narcisista en investidura de objeto. La representación-objeto, que recibe de la necesidad una elevada investidura, desempeña el papel del lugar del cuerpo investido por el incremento del estímulo’.
(T XX Pág.160)
Es posible interpretar, entender la problemática del anciano desde una óptica esencialmente narcisista.
Resumamos pues lo que hemos planteado con respecto al dolor corporal, el anciano y sus conflictos:
· debilitamiento del yo,
· vaciamiento del mismo,
· cambios dinámicos en investiduras libidinales,
· investiduras narcisistas del cuerpo…
¿Cómo es posible explicar entonces toda ésta dinámica intrapsíquica sin contradecir la inercia (entropía) psíquica anteriormente aceptada ?
El anciano no se anquilosa ni pierde su dinámica intrapsiquica, sino que cambia su vía de manifestación.
Guiado por la demanda libidinal del envejecimiento corporal, al igual que el paciente de predominio somático de expresión, simbólicamente expresa sus síntomas a través del cuerpo, dándole un sesgo narcisista a toda su problemática.
La razón por la cual el psicoanálisis no ha profundizado mucho en la psicología del anciano no sólo debe entenderse por las dificultades ya mencionadas con respecto al cuerpo. Deberemos considerar otras propias y específicas de ésta edad.
La escucha del anciano nos lleva por muchos caminos. Uno de ellos es al propio envejecimiento o al deterioro futuro. En nuestro análisis reelaboramos nuestra infancia, nuestra adolescencia, nuestros conflictos adultos, pero no se suele trabajar sobre el envejecimiento futuro. Otro camino por el que se puede cursar será planteado por analogía. De la misma forma que el adolescente nos remite a nuestra propia adolescencia, el anciano nos remite a la relación con nuestros padres. Como buenos neuróticos en “situación de reforma” lo edípico esta en nosotros más o menos trabajado. Ergo la sexualidad del anciano nos replantea la reprimida en nosotros- sexualidad de nuestros padres. Finalmente, si aceptamos la dinámica simbólica del cuerpo del anciano, para comprenderla e interpretarla necesariamente deberemos completar nuestra formación con un importante bagaje de conocimientos referidos al envejecimiento tanto normal como patológico.
Como reflexión final el autor desea plantear que frente a la longevidad promedio existente en la actualidad, de la misma forma que el psicoanálisis enfrentó la necesidad de crear una técnica propia y específica para los niños, deberá hacer lo mismo con el anciano.
Bibliografía
- Freud , Sigmund ; Obras completas. Amorrortu Editores Buenos Aires 1976
- Korovsky, Edgardo; Psicosomática Psicoanalítica. Roca Viva Editorial Montevideo 1990
- Korovsky, Edgardo; Psicoanálisis en la Tercera Edad. Jornadas sobre ‘Neurosis Hoy” APU setiembre 1993 Montevideo