Por: Froylán Avendaño
“Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad
propia no ha de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza
y de la sociedad, han de cesar ante él y realmente debe ser de nuevo
el centro de la creación: Su majestad el bebé, como alguna vez creímos. Sigmund Freud
En la literatura psicoanalítica, así como como en las charlas con otros colegas, el concepto de “narcisismo” suele ser utilizado con harta frecuencia. Nos es fácil de más asociarlo a adjetivos como “egoísta”, “presumido”, “egocentrista”, “desinteresado en los demás”, etc. Pareciera, que de igual forma, debido al despliegue de conductas muy específicas y, sobre todo, de la transferencia (donde parece que el analista queda completamente anulado de la escena analítica), el reconocimiento de un trastorno grave de personalidad narcisista es en alto grado observable e identificable en consultorio. Es gracias a las exteriorizaciones más graves de las patologías narcisistas que llegamos a olvidar que dentro de la teoría de la libido existen otros conceptos orbitando dicho universo: conceptos como investidura, ideal del yo, yo y no yo, yo ideal e imagen, son de gran importancia en el entendimiento de la teoría de la libido expuesta por Freud y amplificada por otros autores. Aunado a esto, el hecho de que Freud haya teorizado el narcisismo primario y secundario como etapas del desarrollo por el que todo sujeto atraviesa, nos autoriza pensar en la existencia de ciertos “rasgos” o “remanentes” de tales etapas en la estructuración de las personas y no solamente de aquéllas afectadas por trastornos narcisistas de la personalidad. “Por fin surgió la conjetura de que una colocación de la libido definible como narcisismo podría entrar en cuenta en un radio más vasto y reclamar su sitio dentro del desarrollo sexual regular del hombre… El narcisismo, en este sentido, no sería una perversión, sino el complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación” (Freud 1914). El desarrollo debe ser entendido como una estructuración. No se trata de un progreso per se, ni de subir una escalera dejando tras de sí varías peldaños. Sabemos que tras cada una de las etapas del desarrollo “superadas”, podemos encontrar remanentes, rasgos o fijaciones que dan fe de la línea evolutiva. El objetivo de este trabajo es desarrollar los conceptos de imagen e ideal del yo, así como las exteriorizaciones en conductas habituales y no consideradas patológicas como tal.
La instancia psíquica del yo no se encuentra presente en las primeras etapas del desarrollo del infante, justo después del nacimiento. Para Freud, en un principio, el bebé no es más que un cúmulo de pulsiones, un conjunto de partes inconexas incapaz de detener el que parece ser un cruento juego del libre movimiento, la incontrolable independencia de cada una de las partes de su cuerpo. Freud sospechaba que para llegar de este punto, el autoerotismo, a la más elevada libido objetal, debía existir un estadio intermedio, al que Freud denominaría narcisismo. Tal como nos lo dice Strachey en las notas de Introducción al narcisismo: “…en una reunión de la sociedad psicoanalítica de
Viena, el 10 de noviembre de 1909, Freud declaró que el narcisismo era un estadio medio entre el autoerotismo y el amor de objeto” (James Strachey).
La palabra Narcisismo proviene del mito griego de Narciso, hijo de la ninfa Liriope, quien al rechazar el amor de la ninfa Eco, y de otras mujeres más, es castigado por la diosa Némesis, quedando permanentemente prendido a su imagen reflejada en un riachuelo. Es de destacar que Freud haya elegido el mito de Narciso para nombrar tal estadio del desarrollo libidinal. Además de lo obvio, como el amor a sí mismo en detrimento de los objetos externos, me parece de suma importancia destacar un punto que intentaré desarrollar en este trabajo: la imagen propia como problemática central del mito de Narciso y del futuro desarrollo libidinal del sujeto.
Suponiendo una inmadurez motriz y psíquica en el recién nacido, podemos fácilmente figurarnos al infante como una masa amorfa, un caldo primordial de pulsiones proveniente de las diferentes zonas erógenas, donde la satisfacción de cada una de ellas depende de un objeto externo, objeto que, para este momento del desarrollo, es imperceptible y por lo tanto inexistente para el infante: no hay Yo ni no Yo. Existe en este momento una carencia en el registro imaginario: el hambre, la sed, el malestar, todo esto es saciado sin que para el infante represente algo significativo. Lacan explica el registro imaginario de la siguiente forma: “En el desconocimiento, la negativa, la barrera que el neurótico opone a la realidad, comprobamos que recurre a la fantasía. Hay aquí una función y en el vocabulario de Freud, esto no puede remitir sino al registro de lo imaginario. Sabemos hasta qué punto las personas y las cosas del entorno del neurótico cambian totalmente de valor, y lo hacen en relación a una función que nada nos impide llamar imaginaria, sin ir más allá de su uso común en el lenguaje. Imaginaria se refiere aquí, primero, a la relación del sujeto con sus identificaciones formadoras, éste es el pleno sentido del término imagen en análisis; segundo, a la relación del sujeto con lo real, cuya característica es la de ser ilusoria” (Lacan, 1954). En este momento, el Yo aún no se muestra ni siquiera como un mecanismo precursor. Será necesaria la vivencia de un suceso extraordinario que permitirá el desarrollo de tal instancia psíquica y la instauración de un registro imaginario que ayudará a poder interpretar el mundo real en el que el sujeto habita.
No deberán buscarse las instancias psíquicas en la propia anatomía, ya nos lo advertía Freud. El pensar al Yo como una órgano o una región específica de la corteza cerebral, no corresponde a la teoría que practicamos, y, yendo tal vez un poco más lejos, aún el poder localizarla con extrema precisión no nos serviría de mucho. En la Interpretación de los sueños, Freud propone que las instancias psíquicas deben ser concebidas como representantes de lo que ocurre en un aparato fotográfico, como imágenes, virtuales o reales, producidas por su funcionamiento. De alguna manera, nos invita a imaginar el aparato orgánico como representante del mecanismo del aparato, y lo que de él aprehendemos, las imágenes. Lacan agrega: “Las instancias deben pues interpretarse mediante un esquema óptico. Concepción que Freud indicó muchas veces, pero que nunca llegó a materializar” (Lacan, 1954). Es bien sabido que la propia imagen forma una parte fundamental para el posterior desarrollo del Yo y por lo tanto de la otredad, el tener la capacidad de discernir, a través del límite del propio cuerpo, la existencia de los objetos externos. El descubrimiento de la propia imagen como desencadenante de un posterior desarrollo en la libido y las relaciones objétales. El encuentro con la imagen de uno mismo. Lo que Lacan teorizará como el estadio del espejo.
Recordemos el bebé que describíamos párrafos arriba: un cuerpo inconexo, donde las pulsiones de las diferentes zonas erógenas emiten sus energías y son saciadas por un objeto externo inexistente aún para este sujeto. No es hasta el narcisismo primario que podríamos percibir la existencia de un Yo incipiente, o el precursor de lo que posteriormente será el Yo propiamente dicho. Lacan, en el estado del espejo, teoriza el encuentro del sujeto con su propia imagen, la cual encuentra cautivadora precisamente por el destiempo, por la disparidad entre lo que es y la imagen que le devuelve, algo así como si el sujeto dijera: “Este ser inconexo, desmembrado, sin unidad, es también esa imagen de completud, de totalidad, de estructura”. Lacan, en su seminario, nos dice: “El hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia que es el hombrecito en ese estadio de infante, nos parecerá que manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el Yo se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto”. (Lacan, 1956). El agente fijador de esta imagen esplendorosa del narcisismo primario, es precisamente el encuentro entre dos puntos en extremos polarizados: partes desmembradas del cuerpo, contra una estructura física cohesionada; la impotencia motriz, contra la coordinación aparente de la figura del otro lado del espejo; el caos total, contra la estructura de la imagen devuelta. Sobre esta imagen ideal del narcisismo primario, Lacan añade: “Partamos del animal, un animal también ideal, es decir, logrado. Ese animal ideal nos ofrece una visión de completud, de realización, porque supone el ajuste perfecto, incluso la identidad del mundo interior y el medio ambiente” (Lacan, 1954). A partir de este momento, el sujeto quedará prendido a esta imagen, que como piedra angular, fungirá como cimientos a la estructura yoica venidera. Freud nos dice: “El atractivo del niño reside en buena parte en su narcisismo, en su complacencia consigo mismo y en su inaccesibilidad, lo mismo que el de ciertos animales que no parecen hacer caso de nosotros, como los gatos y algunos grandes carniceros…. Allí reside la seducción de esa forma viva, que despliega armoniosamente su apariencia” (Freud, 1914). Esta imagen encierra en sí todas las carencias que presenta su actual estado; pero, de igual forma, todas las habilidades que él podría poseer. A partir de ese momento y como resultado de la identificación, la imagen de este Yo ideal se verá investida de libido y desencadenará una serie de mecanismos que incitará el inicio de la estructuración de la instancia psíquica del Yo. “Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago” (Lacan, 1954).
El aval de un tercero será de suma importancia para afianzar dicho ciclo, una figura primaria que dicte: “Ése ahí, en el espejo, eres tú”. Sobre la importancia del estadio del espejo, Lacan señala: “¿Qué nos muestra, al respecto, el desarrollo del funcionamiento pulsional? La extrema importancia de la imagen” (Lacan, 1956). No debemos confundirnos al pensar que la formación del Yo inicia y acaba en esta fase del espejo, se trata solamente del disparador, de un cimiento sobre el cual se edificará la estructura Yoica. Este Yo ideal fungirá como asidero de ulteriores identificaciones, de introyectos culturales y sociales que sobrepasarán las características de lo imaginario y requerirán la introducción del plano narrativo, del registro de lo simbólico. Lacan señala: “Esta forma por lo demás debería más bien designarse como Yo ideal, si quisiéramos hacerla entrar en un registro conocido, en el sentido de que será también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funciones de normalización libidinal reconocemos bajo ese término. Pero el punto importantes es que esta forma sitúa la instancia del Yo, aún desde antes de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para siempre por el individuo solo; o más bien, que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto, cualquiera que sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resolver en cuanto Yo su discordancia con respecto a su propia realidad” (Lacan, 1956). La dialéctica a las que se refiere Lacan, corresponde a todas las identificaciones e introyecciones que el sujeto realizará durante su desarrollo. La educación de los padres, la escuela, los amigos, la sociedad, los influjos de la realidad misma que poco a poco lo hacen separarse de esta identificación omnipotente, la palabra que se impregna y paulatinamente moldea el devenir de un sujeto, en pocas palabras, la relación con el otro.
La función de las figuras primarias será esencial en el resultado final de la estructuración Yoica; el aprendizaje que el medio ambiente pueda brindar, así como el efecto de las fantasías que buscarán interpretar esa realidad, ayudarán a construir en plena forma a lo que llamaremos el sujeto. Somos el discurso del mundo que nos rodea, de la familia nuclear, de una sociedad en específico y alejándonos aún más del epicentro, de una nación. Lacan subrayaba: “¿Qué es el vínculo simbólico? Para poner los puntos sobre las íes, digamos que, socialmente, nos definimos por intermedio de la ley. Situamos a través de un intercambio de símbolos, nuestros diferentes yos los unos respecto de los otros: usted es Mannoni y yo, Jacques Lacan. Estamos en un determina relación simbólica que es compleja, según los diferentes planos en los que nos coloquemos, según estemos en la comisaría, en una sala o de viaje” (Lacan, 1954). Es este vínculo simbólico complejo el que actúa, a manera de un escenario (y con los diferentes actores y papeles repartidos con antelación), como el espacio propicio para desempeñarnos como sujetos sociales: el policía, dentro de una comisaría, trata con severidad a un delincuente menor, mientras, que en su casa, de manera amorosa, se muestra indulgente ante su vástago que le enseña sus pobres resultados en una boleta de calificaciones.
Al tratarse la teoría de la libido de una línea evolutiva, que empuja hacia delante, es de esperarse un segundo nivel, el cual estaría más próximo de las relaciones objétales, fase última de este esquema. Aquí es donde se presenta el narcisismo secundario, edificado sobre un narcisismo primario presto a diluirse (pero no a desaparecer del todo), el cual se caracteriza ya por las investiduras de objeto. Una vez reconocidos dichos objetos y siendo el amor de estos de vital importancia a los suministros narcisistas y a la supervivencia del niño, nace de igual forma el miedo a perder el amor de sus padres. Es de esta forma que el infante comienza a entender que no puede simplemente hacer lo que le viene en gana, y el castigo y el miedo a la pérdida de ese amor, harán el trabajo de recordárselo. Es mediante la internalización de dichas leyes, normas y mandatos, que se irán gestando en la psique del menor instancias encargadas de medir al Yo con todas aquellas reglas que garanticen, primeramente el amor de los padres, y después, el salvaguardar la integridad del sujeto (complejo de castración), estamos hablando, precisamente, del Superyó y el ideal del Yo. Freud decía: “Las mismas impresiones y vivencias, los mismos impulsos y mociones de deseos que un hombre tolera o al menos procesa conscientemente, son desaprobados por otro con indignación total…
Ahora bien, es fácil expresar la diferencia entre estos dos hombres, que contiene la condición de la represión, en términos que la teoría de la libido puede dominar. Podemos decir que uno de ellos ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su Yo actual, mientras que en el otro falta esa formación del ideal” (Freud, 1914). Mientras Lacan, opinaba: “¿Cuál es mi deseo? ¿Cuál es mi posición en la estructuración imaginaria? Esta posición sólo puede concebirse en la medida en la que haya un guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del intercambio legal, que sólo puede encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres humanos.
Ese guía que dirige al sujeto es el ideal del Yo” (Lacan, 1954). El Yo ideal estaría presente para poder introducir al sujeto en su realidad humana, para distinguirse y e identificarse con una especie; por otro lado, el Ideal del Yo le ayudaría en sus relaciones con el otro, dictando a través del discurso de una sociedad y una época, lo que se espera de él, dándole un modelo y parte de su identidad. Por otro lado, acerca del Superyó, Freud añade: “El sujeto siente en el interior de su Yo el reinado de una instancia que mide su Yo actual con y cada una de sus actividades con un Yo ideal, que él mismo se ha creado durante el curso de su desarrollo. Opinamos, además, que esta creación se hizo con el propósito de restaurar aquel contento consigo mismo que iba ligado al narcisismo infantil primario…” (Freud, 1914). Como Freud nos explica, el Yo empobrece, libidinalmente hablando, al investir al objeto, pero recupera dicha libido en el cumplimiento de este ideal. Además, buscará con esto recuperar esa libido narcisista que envolvía la imagen producida en el Yo ideal. De esta forma podemos entender por qué decimos que el narcisista se ama a sí mismo: “El ideal del Yo, en tanto hablante, puede llegar a situarse en el mundo de los objetos a nivel del Yo ideal, o sea en el nivel en donde puede producirse esa captación narcisista con que Freud nos machaca los oídos a lo largo de su texto… En el amor se ama al propio Yo, al propio Yo realizado a nivel imaginario” (Lacan, 1954).
Finalmente, para poder ilustrar de manera más fehaciente todos los conceptos que se han ido desarrollando a lo largo de este trabajo, me gustaría describir un fenómeno actual en el que claramente podemos ver en marcha los mecanismos antes expuestos. Para esto, hablaré de la importancia de la imagen en las redes sociales. Nadie en la actualidad es ajeno al uso de alguna red social: Facebook, Snapchat, Instagram, etc. Todos ellos permiten compartir información con otros usuarios; sin embargo, para el propósito de este trabajo nos enfocaremos únicamente en las imágenes que en ellas se comparten. Las fotografías denominadas selfies, por ejemplo, inundan el contenido de la mayoría de estas redes, inclusive dos de ellas se basan únicamente en las imágenes como factor central de su dinámica. Estas imágenes, sin importar la diferencia que puedan tener los millones de miembros de estas redes, parecen tener coincidencias importantes: todas ellas muestran siempre el mejor ángulo del sujeto, la mejor pose, aquélla que pueda resaltar sus atributos. Nadie es como su foto de perfil, reza la sabiduría popular y parece ser cierto. Al encontrarse de vacaciones o cerca de algún punto turístico, podemos ver la inversión de tiempo y esfuerzo que gastan ciertas personas por obtener la toma perfecto, la sonrisa singular de estas fotos. De querer resaltar el lugar en el que se encuentran, éste tiene que mostrarse paradisiaco, único, composición exacta entre el sujeto y el ambiente que lo rodea. Estas fotografías de perfil parecen cautivarnos de la misma forma que los ejemplos de Freud o Lacan sobre el animal ideal que atrapa miradas ajenas: es la composición de una figura ilusoria, de la carencia de defectos y la exaltación de los atributos, una imagen con tintes claramente narcisista y en la que reconocemos un otro perfecto, suficiente, sin faltas. Recordando el mito Narciso, podríamos decir que tenemos ante nosotros una generación prendida en la imagen que les devuelve las redes sociales, esa imagen que tiene sus fundamentos en el Yo ideal.
El componente social que refuerza la actividad narcisista también puede ser observado en la información que circula por las redes sociales. Nuestra generación parece rendir tributo al Yo y a su imagen ideal: somos la generación que puede hacer lo que le viene en gana y a la cual no se le puede reprimir, pues debemos de ser respetados como seres únicos y especiales; somos, de igual manera, la generación en la que todos los niños son ganadores, no está permitida la derrota ni la frustración; somos la generación que tiene que vivir la vida al máximo, y sobre todo, aquélla que no debe ni puede sufrir, una generación sin límites, con el derecho de saciar cualquier necesidad de manera inmediata, como la frase de Freud al inicio de este, “las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él” (Freud, 1914). La introspección o la tristeza están vedadas: ser joven es ser feliz. Este ideal de toda una generación habla de igual forma a través de las fotografías encontradas en las redes sociales. Se trata, a través del cumplimiento del ideal de una generación, de encontrar nuevamente la imagen de completud, grandor y autosuficiencia del estadio del espejo, de erigir frente a nosotros mismos, la imagen de un Yo sin faltas, perfecto y por lo tanto ilusorio. La ejemplificación clara de lo que Freud llamaba una identificación narcisista: amar lo que uno mismo es, lo que uno fue, lo que uno querría ser. La falta no existe y terminan mirando la imagen de perfil con un amor velado, pero sincero.
Bibliografía
- Sigmund Freud, 1914, Introducción al narcisismo, Tomo XIV, Amorrortu.
- Sigmund Freud, 26 Conferencia Teoría de la olvido y narcisismo, Tomo XVI, Amorrortu.
- Lacan, 1954, Clase 9, Sobre el Narcisismo.
- Lacan, 1954, Clase 10, Los dos Narcisismo.
- Lacan, 1954, Clase 11, Ideal del yo y Yo ideal.
- Lacan, 1956, escritos, El estadio del espejo como formador de la función del Yo como se los revela en la experiencia analítica.
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