Homenaje a Samantha.

Autora: Estela Cházaro

 

Antes de comenzar, he de confesar que dudé mucho en presentar este trabajo debido que expongo aspectos íntimos personales con el concomitante temor a la crítica. También porque podía haber motivaciones inconscientes de deseos de exhibirme o bien de obtener apapachos maternales ante un dolor profundo. Llevé el tema a mi análisis, dándome cuenta que mi motivación mayor es el ayudar a sensibilizar a analistas sobre el tema y así lograr una mayor empatía con nuestros pacientes.

Hace apenas poco más de 4 años que Samantha llegó a mi vida y hoy que comienzo a escribir este trabajo hace 18 días que falleció. Amigos y familiares me han dicho que lamentan el suceso y que comprenden mi tristeza, ya que la muerte de un perrito es como si muriera un miembro de la familia. A pesar de su empatía, condolencias y acompañamiento, el dolor es profundo. He sufrido anteriormente pérdidas de familiares, y a pesar de que el dolor posiblemente sea mayor en intensidad, la cualidad es diferente.

Me he preguntado una y otra vez qué era lo que hacía que Samantha fuera tan importante en mi vida y que su ausencia la sienta como si me desgarraran por dentro. A veces pienso que desplazaba y depositaba en ella afectos correspondientes a otros objetos; otras, que en ella podía reparar lo que por diversas circunstancias no he podido hacer con quienes corresponde. Pero ello mismo despertó mi curiosidad para leer acerca de la relación del hombre con sus mascotas, en especial con los perros. Y de ello se trata este ensayo.

Para mi sorpresa, en mi investigación no he encontrado un solo estudio psicoanalítico acerca de la relación del hombre con sus mascotas, por lo que me he tenido que documentar de otras fuentes. Comenzaré con un resumen de la Terapia Asistida con Animales (TAA) para el TEA (Trastorno del Espectro Autista), para posteriormente dar mi opinión psicoanalítica de lo que yo encuentro en la relación de los dueños con sus perros.

Aclaro que la TAA se aplica a pacientes con diversas afecciones, como son niños con espina bífida, trastornos del equilibrio, parálisis cerebral, etc. Debido a que el tiempo es limitado, no puedo ahondar en cada tipo de terapia, pero escogí detallar la TAA para el TEA para mostrar los beneficios que se obtienen incluso en un trastorno tan severo.

Desde hace varios años había escuchado que los delfines y los caballos son utilizados en el tratamiento de niños autistas, pues estos animales facilitan, al establecer con el niño una especie de “diálogo” a nivel sensorial, que el infante establezca un vínculo con el mundo externo.

Pensé que los perros, sobre todo algunas razas en especial, también son animales muy sensibles y, al investigar acerca de tratamientos psicológicos asistidos con animales, encontré la siguiente información.

A ciencia cierta, todavía no se sabe exactamente qué es ni a qué se debe el autismo. Al parecer, no existe todavía ninguna prueba médica indicadora del padecimiento, por lo que el diagnóstico se basa en la observación de la conducta y sintomatología. Los signos que hacen pensar en un TEA son:

  • Soledad autista (incapacidad para establecer relaciones con las personas)
  • Problemas de lenguaje. Ecolalia, inversión pronominal, frases estereotipadas
  • Deseo de invarianza. Obsesión y necesidad de mantener el ambiente sin cambios
  • Limitaciones en el juego. Hacen uso de juguetes de manera concreta; no participan en juegos grupales
  • Alteraciones cognitivas. Limitada imaginación y capacidad de simbolización, lo que les imposibilita anticipar la conducta de los demás
  • Problemas de conducta. Ansiedad, agitación, conductas autolesivas, rabietas y fugas

 

Canadá (Fine 2003) fue uno de los países pioneros en entrenar perros para dar asistencia a niños autistas. Se han utilizado algunas bases científicas (aunque por desgracia no hay muchas) sobre la intervención de Terapia Asistida con Animales (TAA) que se han tenido muy en cuenta a la hora de entrenar y acoplar a un Perro de Asistencia para niños que tienen este trastorno.

Las razas que usualmente se utilizan en la TAA para personas con TEA son: Golden retriever, pastor alemán y labrador retriever. Para otro tipo de terapias emocionales, razas como corgi, poodle y spanniel también son de utilidad. Previo a comenzar el entrenamiento canino, se debe conocer al niño que será asistido, ya que la mascota deberá adecuarse a las necesidades particulares del caso.

El entrenamiento del can consiste principalmente en:

  • Obediencia básica (sentarse, echarse, quedarse quieto, caminar al lado)
  • No moverse, aunque lo saluden, le den comida o lo llamen
  • Necesidades fisiológicas y de alimentación bajo órdenes
  • Subir y bajar escaleras de todo tipo
  • Acostumbrarlo a olores, ambientes, transportes públicos, etc.
  • Dejarse tocar todas las partes del cuerpo
  • Dejarse manejar a veces de manera ruda
  • Acostumbrarlo a chillidos, rabietas y movimientos estereotipados
  • Acostumbrarlo a golpes o pellizcos en cualquier zona de su cuerpo sin responder de forma agresiva o intempestiva
  • Acostumbrarse a responder adecuadamente ante las conductas de fuga del niño autista
  • Acostumbrarlo a que le miren fijamente a los ojos sin alterase

 

La terapia para el TEA asistida con perros consiste en una correa de aprox 80 cm de largo que va del cinturón del niño autista al arnés del perro. Niño y perro están unidos y se mueven al unísono durante la mayor parte del tiempo.

Beneficios que se han observado en niños con TEA:

  • Disminución/reducción de conductas de fuga, ya que cuando el niño quiere correr, el perro se sienta o se echa impidiendo la fuga. Con el tiempo el niño ya no intenta fugarse
  • Los pacientes muestran menos conductas estereotipadas y disruptivas mientras están en presencia del animal
  • Fomenta la tolerancia a la frustración, ya que el perro está entrenado para evitar ciertos lugares o acercarse a determinados objetos.
  • Aumenta la interacción social y las habilidades sociales.
  • Aumenta la atención y concentración: al ir acompañados del perro prestan más atención y concentración a su entorno inmediato.
  • Aumenta el contacto ocular.
  • Aumenta la comunicación verbal y no verbal.
  • Aumenta el aprendizaje; por ejemplo, debido a que el perro es quien va dirigiendo el paseo, el niño aprende a caminar lo más alejado posible de la orilla de la acera
  • Debido a que el perro responde a las indicaciones de un adulto, el niño incrementa la compresión y el seguimiento de instrucciones
  • El acariciar o cepillar al perro reduce niveles de ansiedad.
  • Aquellos niños a los que les es permitido dormir con el animal, el tacto, olor y calor del perro les ayuda a dormir profundamente

 

Aunque no se ha podido cuantificar ni tampoco determinar cambios neurológicos específicos en el niño que recibe este tipo de tratamiento, es evidente que el trato y convivencia con el perro tiene consecuencias positivas en su comportamiento, habilidades sociales y comunicativas.

El Dr. Marvin B. Sussman (2016) explica que la mejoría se debe a que el perro se convierte en una especie de Yo auxiliar que permite al niño “ver” su entorno a través de sus ojos. El can le ayuda a percibir e interpretar su ambiente de manera diferente y le “enseña” cómo responder ante diferentes estímulos de manera adaptativa. Tener este Yo auxiliar le brinda al niño confianza y seguridad disminuyendo sus niveles de ansiedad.

En mi opinión, el perro no sólo funciona como un yo auxiliar para el niño autista, sino también como un objeto (en términos psicoanalíticos) que favorece su desarrollo emocional.

La correa que une al niño con el perro la mayor parte del tiempo, se convierte en una especie de cordón umbilical. Spitz menciona que, a través de los reiterados contactos afectivos del niño con la madre, éste comienza a poco a poco a prestar atención al objeto que satisface necesidades de contacto muy primarias que despiertan sensaciones propioceptivas y cenestésicas, las cuales se estimulan a través del holding materno. El perro que guía al niño, por ejemplo, en su caminar, o que se echa cuando éste quiere darse a la fuga, le proporciona el holding adecuado únicamente trasmitiendo sensaciones corporales de sostenimiento.

Conforme el niño comienza a prestar atención a este objeto al cual se halla unido, el perro pasa a ser una especie de compañero simbiótico (Mahler). El calor, olor, suavidad, contacto ocular y sintonía emocional, permite al niño vincularse con un objeto confiable, constante y sobre todo, no amenazante. Al igual que un buen compañero simbiótico, se deja tocar, pellizcar, acariciar, ver y explorar. Por ello, mientras el niño está al lado de su compañero simbiótico, sus niveles de ansiedad disminuyen y tolera enfrentar nuevos entornos sin presentar conductas agresivas, rabietas ni fugas, puesto que se siente protegido.

Por otro lado, recordemos que Winnicott enfatiza la importancia de una madre “suficientemente buena” que permita al infante expresar su self genuino. El perro, al no tener fantasías ni expectativas puestas en el niño, le permite expresarse y ser él tal como es. El niño percibe sensorialmente esta aceptación, ya que, sin importar su conducta, el perro no lo rechaza, no lo agrede, no lo abandona, no se fastidia, no se enoja, no se frustra y en cambio siempre permanece a su lado dispuesto a brindarle el contacto que el niño necesita. Esta aceptación incondicional permite al niño vincularse y salir de su encapsulamiento autista.

Al no haber lenguaje entre niño y perro, y por lenguaje me refiero no solo al verbal, sino también al no verbal, la comunicación que se establece entre ellos es muy primaria. Como en los animales, la comunicación se establece sensoriamente: olores, ruidos corporales, tacto, movimientos, etc., los cuales no tienen ninguna connotación conceptual, sino únicamente lo concreto sensorial. Por esta razón, es más fácil establecer comunicación entre ellos, pues digamos que se encuentran en la misma “frecuencia” comunicativa.

La capacidad del niño para tolerar la frustración y la demora aumenta, porque el impedimento a su satisfacción no es sentido por el niño como un obstáculo impuesto desde el exterior; es el compañero simbiótico, quien a través de echarse o sentarse, frena que el niño se lastime, permitiendo nuevamente la acción, únicamente para aquellas conductas adaptativas. En otras palabras, el impedimento parece venir desde adentro, desde las sensaciones cenestésicas y propioceptivas.

El perro también se convierte en una especie de modelo a seguir. Me inclino a creer que el “aprendizaje” que muestra el niño con TEA en terapias asistidas con perros se deba más a una imitación, pero es posible que esta imitación sea el preámbulo de una identificación primaria. El perro, al dejarse acariciar por otras personas, “muestra” al niño que es algo permitido y no dañino; cuando el perro obedece a la instrucción de un adulto, el niño escucha la instrucción a la vez que sensorialmente “siente” llevarla a cabo, por lo que le facilita ir aprendiendo a interpretar un lenguaje verbal y no verbal. Por otro lado, tanto el perro como el niño autista, tienen pensamiento concreto. El niño no necesita imaginarse ni fantasear lo que su objeto-perro piensa o siente; la interacción social que se establece entre ellos es totalmente concreta, pero a este nivel ambos se “entienden” y se relacionan.

Hasta aquí, he hablado únicamente de los beneficios de la TAA en niños autistas, pero también se utilizan las TAA para terapias emocionales. ¿Por qué es tan profunda la relación que se establece entre un perro y su amo que puede hasta brindar mejorías en trastornos emocionales?

El Dr. David Shen-Miller (2011) ha escrito varios libros acerca de las relaciones del hombre con el perro y la creación de los lazos familiares en torno a la mascota. Él explica que entre el perro y su dueño se establece un vínculo en el que ambos se encuentran en “sintonía”, tanto en los hechos como en el pensamiento, e incluso, agregaría yo, en los sentimientos. Esta sintonía es necesaria para formar lazos de amistad, románticos, familiares y hasta de trabajo. El Dr. Shen-Miller explica que en las familias que tienen una mascota canina, se desarrollan lazos afectivos más profundos entre los integrantes, pues todos encuentran un punto de unión afectiva sintónica en relación al perro. El can, al estar en sintonía con cada miembro familiar, sirve como una especie de “conmutador” vinculante de la red afectiva familiar. Se desarrolla una empatía profunda entre los integrantes de la familia por la relación que establece cada uno de ellos con el perro, de tal forma que, cualquier cosa que le sucede al animal, el sentimiento que despierta en cada integrante familiar es igual o muy similar, favoreciendo la empatía entre ellos.

¿Por qué los dueños se encariñan tanto con sus perros y recienten su pérdida de manera tan profunda?

No he encontrado bibliografía psicoanalítica al respecto, así que me veo en la necesidad de hablar desde mi experiencia subjetiva. Por lo tanto, no es posible generalizarlo ni tomarlo como una base científica. Sin embargo, nos puede ayudar a entender y empatizar con nuestros pacientes que hablan de sus mascotas y más aún, a aquellos que se encuentren en un proceso de duelo, ya que he escuchado que a muchas personas les sucede algo similar a lo que yo he vivido.

Samantha era para mí un objeto del self (Kohut), tanto especular como idealizado. Si yo estaba cansada, irritable, triste o molesta por algo, ella me “daba” mi espacio y la vez me brindaba un acompañamiento en mi sentir. Era un objeto no intrusivo (Winnicott) pero sí lo era de sostén. Si estaba de ánimo para jugar con ella, respondía gustosa a mi llamado; si la sacaba pasear, caminaba contenta; si me sentaba a ver TV, se echaba a mis pies. Yo sentía como si estuviéramos en una sintonía “emocional” en la que Samantha respondía a mis necesidades emocionales del momento, convirtiéndose en un objeto especular en mis actividades y estados de ánimo.

Al mismo tiempo Samantha era un objeto idealizado. Yo observaba con admiración cómo Samantha, sin importarle ser una perrita mestiza recogida de la calle, salía a pasear con otros perritos con pedigree sin importarle tal distinción; la manada se llevaba entre sí sin comparaciones de tamaño, color, edad, raza ni procedencia. Desde el día en que llegó a mi casa, Samantha supo “ocupar” su lugar sin sentimientos de minusvalía por dormir en el piso, comer en un lugar aparte o tener restricciones diferentes al resto de la familia; pese a ello, siempre se comportó como si la casa realmente fuera “suya”, sentía que ese era “su espacio” y en el que podía expresar genuinamente cariño, enojo, dolor, tristeza o alegría. Así como agradecía en todo momento por lo bueno que se le brindaba, ya fueran mimos o comida, también establecía sus límites defendiendo, pero sin hacer daño, sus pertenencias (como juguetes, perrera, cobija) y no se dejaba lastimar por ningún motivo. Cuántas veces llegué a pensar que, si tan solo los humanos pudiéramos ser genuinos en nuestro sentir y actuar, si dejáramos de compararnos con los demás y pudiéramos aceptarnos como somos sin sentirnos ni menos ni más, si pudiéramos defendernos ante la agresión sin tomar revanchas ni guardar resentimientos, aceptar nuestra realidad y ser agradecidos por lo bueno que nos da la vida… otro mundo tendríamos.

La relación con una mascota es, utilizando la terminología de Bollas (2007), del orden materno. Es una relación donde no hay lenguaje, donde no hay leyes, donde no importa el entorno. Sin embargo, es estructurante por su constancia, consistencia, acompañamiento y aceptación.

Algunos de los autores que leí con respecto a la terapia emocional asistida con perros, comparan al can con un objeto transicional (Winnicott). Yo no estoy de acuerdo con esa comparación, puesto que el perro no es un objeto inanimado al que el niño pueda controlar a su antojo; el perro es un ser con vida propia. Pero, por otro lado, sí creo que la mascota funcione como un puente que facilita el paso del pensamiento concreto al simbólico. Concreto, porque la “comunicación” entre amo y perro se establece a través de actos concretos, pero el trato y la convivencia diaria se traduce en una relación simbólica.

Samantha llenaba una serie de necesidades narcisistas de manera importante. No solo me ayudaba a sentirme necesitada, sino también querida y aceptada sin miramientos. Frente a ella podía mostrarme sin apariencias, sin sentirme juzgada, sin protocolos y sin temor al rechazo, y en cambio, sí con la certeza de ser amada incondicionalmente. ¡Y no solo eso!, ella exigía recibir el mismo trato de mi parte, puesto que se sentía en todo su derecho a ser aceptada, comportamiento que despertaba en mí sentimientos de empatía y respeto hacia su ser. Cuando se encuentra un objeto con estas características, se llenan huecos y necesidades narcisistas profundas insatisfechas.

Samantha me ayudó a diferenciarme debido a que con ella no había posibilidad de depositarle mis identificaciones proyectivas, ni tampoco respondía ante mis ansiedades persecutorias. Mis supuestas agresiones (dejarla el fin de semana por irme de viaje, o reprenderla por haber hecho alguna travesura, o que se me pasara su horario de comida, etc) no eran correspondidas con enojo, venganza o rencores, por lo que la culpa persecutoria tenía que provenir de un solo origen: mi fantasía. Al no haber rabia narcisista, Samantha tomaba a bien lo que se le daba y aceptaba sus carencias sin frustraciones, sin rencores, sin enojos, ni venganzas. Aquello que le daba, yo no lo podía atribuir a mi temor a que me dejara de querer, o a que me abandonara o tomara represalias; ella tomaba a bien lo que se le daba y lo agradecía demostrando cariño y lealtad. Esta respuesta me permitió reconocer y aceptar mi propia bondad y me llevó a pensar que una convivencia con un objeto con dichas cualidades facilita el paso a la posición depresiva.

Finalmente, Samantha fue el ejemplo de una vida en la búsqueda del placer, la evitación del dolor y la aceptación de la realidad. Sin complicaciones de fantasías, de sadismos ni masoquismos, sin necesidades narcisistas, sin remordimientos ni angustias por el porvenir, vivió intensamente cada momento de su vida y ante los cambios, siempre buscó la mejor manera de adaptarse a ellos.

 

Conclusión

La TAA tiene grandes ventajas en el tratamiento con niños con TEA y también con severos trastornos emocionales debido a que la convivencia con el perro favorece el establecimiento de un vínculo comunicativo y emocional entre ellos. Así mismo, la nobleza de estos animales promueve el desarrollo de la empatía, y por lo tanto, facilita el paso a la posición depresiva.

Por otro lado, siendo que se ha demostrado los beneficios obtenidos con la TAA, tal vez valdría la pena que psicoanalíticamente se investigará la posibilidad de integrar a canes en la terapia de niños y observar sus resultados.

Espero que este trabajo los haya sensibilizado en la importancia de la relación entre el perro y su dueño y el dolor ante la pérdida de una mascota para que puedan asistir a sus pacientes a elaborar el duelo.

Para finalizar este homenaje a Samantha, termino con una frase de Will Rogers que dice “si los perros no van a cielo, cuando muera quiero a donde ellos fueron”.

 

Bibliografía:

  • https://www.researchgate.net/publication/21905624_The_changing_role_of_pets_in_society
  • https://www.news-medical.net/health/Autism-Causes-(Spanish).aspx
  • org/2011/07/19/informe-preliminar-sobre-el-peligro-de-escaparse-de-los-ninos-con-autismo/
  • Christopher Blazina, Güler Boyraz and David Shen-Miller (2011). Psychology of the Human animal bond. Springer. A Resource for Clinicians and Researchers. Tennessee State University. USA.
  • Bollas, Christopher. (2007). The Freudian Moment. Karnac. USA.
  • Fine A. H. 2003. Manual de Terapia Asistida por Animales. Fundación Affinity.
  • Kohut, Heinz. (1971). Análisis del Self. Amorrortu. Argentina.
  • Kohut, Heinz. (1990). La Restauración del Sí mismo. Paidós. México.
  • Mahler S. Margaret. (1975). El Nacimiento Psicológico del Infante Humano. Argentina.
  • Parish-Plass, Nancy. (2013) Animal Assisted Psychotherapy. Theory, Issues and Practice. Purdue University. USA
  • Schore, Allan N. PhD. 2007. Relational Trauma and the Developing Right Brain: An Interface of Psychoanalytic Self Psychology and Neuroscience: Journal of Annals of the New York Academy of Sciences: Vol Title: Psychology of the Self. USA.
  • Signes Miguel Ángel. (2012) Manual de Educación y Adiestramiento de Perros de Terapia. ISBN: 978-9968-539-09-8, publicado en 1ª Edición. Instituto Superior de Estudios Psicológicos. España.
  • Spitz A. René. (1969). El Primer Año de Vida del Niño. Fondo de Cultura Económica. México.
  • Sussman, Marvin. 2016. Pets and the Family. Ed. Marvin B Sussman. Routledge.
  • Winnicott, D.W. (1971) Realidad y Juego. Gedisa. España.
  • Zabala Goicoechea, Lucía. (2017). La terapia asistida con animales en niños y niñas con autismo. Facultad de Letras y de la Educación. Universidad de la Rioja. España.