El sadismo y su relación con la neurosis obsesiva.

Autora: Amapola Garduño

 

Freud en su obra “De la Historia de una Neurosis Infantil” publicada en 1918, realiza una magnífica labor al develar múltiples conocimientos sobre la sexualidad infantil mediante la reconstrucción del material psíquico de la infancia del paciente conocido como el Hombre de los Lobos. El caso pone en evidencia la magistral importancia que tiene para la psique humana el conocimiento inconsciente de la escena primaria. Freud en su escrito coloca sobre la mesa el interrogante sobre si el coito entre los padres es una fantasía infantil que el ser humano tiene como herencia filogenética, o bien, contiene la experiencia de haber visto realmente a los padres durante el comercio sexual. Pese a lo anterior, Freud resalta la importancia que tiene la escena primaria en el despliegue de la neurosis infantil del Hombre de los Lobos; sin duda, dicho conocimiento ha sido una gran aportación para los hallazgos clínicos del psicoanálisis.

Me propongo enfatizar en el presente trabajo el material arrojado en el caso sobre el erotismo anal del paciente, aunque también profundizaré en el estadio anterior del desarrollo, es decir, la fase oral de organización de la libido. Realizaré una ligazón teórica entre las ideas principales de Freud sobre dichos temas con las aportaciones de Melanie Klein sobre los estadios pregenitales del desarrollo, desde luego, puntualizando en los estadios tempranos del conflicto de Edipo y la formación del Superyó. Es probable que bajo la luz de ambas teorías se pueda otorgar una nueva mirada sobre la neurosis infantil del llamado Hombre de los Lobos. Iniciaré haciendo alusión a algunos acontecimientos importantes sobre la infancia del Hombre de los Lobos mencionados por Freud, los cuales son clave para entender su neurosis obsesiva:

“Los padres del paciente encontraron a su pequeño hijo bastante cambiado una vez que regresaron de un viaje de verano, ya que su carácter se había tornado díscolo, violento y malhumorado. Sabemos que en esta época Ana aprovechaba lo angustiado que se encontraba su hermano para martirizarlo. Además de los lobos, otros animales como las mariposas y las orugas le ocasionaban miedo. En esa misma época el paciente martirizaba a los insectos, cortándolos en pedacitos; asimismo, gritaba cuando veía que un caballo era azotado, sin embargo, en otras ocasiones disfrutaba él mismo de azotar a los caballos” (Freud S. 1992/1918 pp.16).

La anterior cita nos provee de contexto para entender los síntomas previos a la neurosis obsesiva que se suscitó en la infancia del paciente. Como se puede observar, el carácter del niño en aquellos momentos de su desarrollo se encontraba dominado por el sadismo, lo cual, ocasionaba la emergencia de un gran monto de ansiedad en el niño. Se puede observar cómo los componentes sádicos se encuentran intrínsecamente relacionados con la génesis de la neurosis obsesiva de nuestro paciente. Una vez más recordemos lo que mencionó Freud sobre la neurosis infantil del Hombre de los Lobos:

“Durante su infancia y la manifestación de la neurosis obsesiva el paciente recordó haber sido muy piadoso, rezaba largo rato y hacía la señal de la cruz innumerables veces. Tenía pensamientos sacrílegos interpretados como un envío del diablo, como “Dios cochino o Dios caca”; alguna vez viendo tres montoncitos de hosta de caballo había pensado en la Santísima Trinidad” (Freud 1992/1918 pp.17).

Además de las manifestaciones sádicas, llama la atención que el carácter del paciente estuviera dominado a su vez por la ambivalencia, ya que sabemos que el sadismo y la ambivalencia son dos ingredientes clave en la génesis de la neurosis obsesiva. Ahora surge la siguiente pregunta: ¿Cuál es la génesis del sadismo de este niño? ya que parece ser que lo que nos describe Freud es la culminación de los componentes sádicos, habrá que indagar ahora sobre el origen.

Considero que los componentes sádicos en el Hombre de los Lobos se remontan principalmente a la fantasía de la escena primaria, quiero enfatizar en el término “fantasía” puesto que nuestra labor como psicoanalistas no es comprobar si la vivencia de haber observado el coito de los padres es un hecho histórico, es decir, un suceso que fácticamente el niño presenció a la edad de un año y medio. Lo que si podemos constatar es que la fantasía de la escena primaria constituyó el material de análisis de mayor importancia, ya que fue la puerta de entrada para indagar los vestigios más remotos del inconsciente del paciente de Freud.

Bajo esta línea, sabemos que la fantasía de la escena primordial consta de características muy específicas y de enorme relevancia para la comprensión del caso. El comercio sexual entre los padres tiene la característica de ser, en palabras de Freud un “coito a tergo”; por lo tanto, cabe la posibilidad de que el niño haya fantaseado que su madre haya sido penetrada a través del ano, lo cual nos habla de la exacerbación de los componentes eróticos anales en el paciente, tema sobre el que profundizaré más adelante. Por la anterior descripción, es claro que el paciente representa a nivel consciente la imagen de una madre sometida por el padre que, a su vez, disfruta durante el coito su posición desvalorizada.

Ya se había mencionado que la hermana del paciente solía martirizar al Hombre de los Lobos en demasía. Freud remarca que en particular Ana solía aterrorizarlo con la imagen de un libro de cuentos en el que se figuraba al lobo erguido en posición vertical con las orejas tiesas (Freud, 1992/1918). Aunado a lo anterior, quiero hacer referencia a un dato preponderante para la dinámica transferencial del Hombre de los Lobos:

“En la sala donde se desarrollaron las primeras sesiones había un gran reloj de pared frente al paciente, quien permanecía tendido sobre el diván de espaldas a mí. Me llamó la atención que de tiempo en tiempo se volviera hacia mí, mirándome de manera muy amistosa… y acto seguido dirigiera su mirada al reloj… el paciente me proporcionó su explicación acordándome de que el menor de los siete cabritos había hallado un escondrijo en la caja del reloj de pared, mientras sus seis hermanitos eran comidos por el lobo: ¿Debo tenerte miedo? ¿Quieres comerme? ¿Debo esconderme de ti en la caja del reloj de pared como el menor de los cabritos” (Freud, 1992/1918 pp. 39).

De acuerdo con Freud (1992/1918) el lobo al que tenía miedo era el padre. No obstante, infiero que el material anteriormente citado nos remite a ansiedades muy tempranas, correspondientes a la etapa oral canibalísitica, en donde existe una fijación en el acto de morder; en dicho estadio del desarrollo el sadismo cobra singular importancia.

Melanie Klein (2012/1932) en su artículo titulado “Primeros estadios del conflicto de Edipo y de la formación del Superyó” expone que la fusión entre el instinto de vida y el instinto de muerte se manifiesta de manera clara en fenómenos de la primera infancia, así la emergencia del sadismo oral muestra la preponderancia de los componentes instintivo- destructivos.

Entonces, la fobia al lobo más allá de representar al padre y los temores de castración ligados a éste, se vincula con el temor de ser devorado, o bien, aniquilado por el pecho frustrador de la etapa oral del desarrollo. El miedo a ser comido por el lobo mantiene el tinte de la retaliación ante la fantasía de devorar mediante el armamento sádico, propio de la etapa oral de desarrollo, al pecho.

Lo anterior se puede vislumbrar en la dinámica transferencial, en este caso, Freud representa al pecho omnipotente al que, en la fantasía, el Hombre de los Lobos quisiera devorar, sin embargo, por obra del mecanismo de “proyección”, se transforma en un temor a que Freud lo devore como un lobo.

Siguiendo la misma línea, Melanie Klein (2012/1932) expone que si se exaltan las tendencias oral sádicas en el niño, las relaciones con los objetos y la formación de su carácter estará dominado por el sadismo y la ambivalencia, lo cual resulta un factor importante en la formación de la neurosis obsesiva. Con lo anterior, Melanie Klein busca resaltar que la expresión del sadismo se hace manifiesta en estadios muy tempranos del desarrollo en donde la frustración libidinal, a su vez, potencializa los instintos sádicos. Por otra parte, la autora enfatiza que son las frustraciones orales y el sadismo que las acompaña lo que da pie al desarrollo del complejo de Edipo temprano.

Ahora haré alusión al famoso sueño del Hombre de los Lobos que, sin duda, nos ayudará a puntualizar los conceptos anteriormente mencionados:

“He soñado que es de noche y estoy en mi cama. Mi cama tenía los pies hacia la ventana, frente a la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era invierno cuando soñé y de noche. De repente, la ventana se abre sola y veo con gran terror que sobre el nogal grande frente a la ventana están sentados unos cuantos lobos blancos. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y parecían más bien como zorros o perros ovejeros, pues tenían grandes rabos como zorros y sus orejas tiesas como de perros al acecho. Preso de gran angustia, evidentemente de ser devorado por los lobos, rompo a gritar y despierto” (Freud 1992/1918 pp. 29)

Propongo entonces que nos centremos ahora en el material con tinte canibalístico que arroja el sueño. Considero que la hermana mayor del paciente, quien tanto lo atormentaba, particularmente con la imagen del lobo, representa la imago de la madre arcaica, por lo tanto, el temor a ser comido por el lobo nos remite al miedo inconsciente de ser devorado por la madre, lo cual sería el resultado del propio sadismo oral del paciente.

Freud (1992/1918) hace alusión al cuento de Caperucita roja, en el que tal y como el padre del psicoanálisis señala el “devorar, abrir la panza del lobo y sacar a las personas devoradas” forman parte crucial de los contenidos del cuento que se conectan con ansiedades orales. Regresando al contenido del sueño es fácil pensar en la fantasía de la escena primaria, en donde los lobos con ojos espectadores presencian dicha escena. La ventana abierta me hace pensar en la herida de la panza del lobo, más precisamente, en la vagina de la madre. Los nogales y los lobos al acecho serían las representaciones del pene del padre, con tinte violento y sádico, contenido dentro del cuerpo de la madre.

De acuerdo con Melanie Klein (2012/1932) en las capas más profundas de la mente del varón se alberga la idea de la madre como castradora, lo cual se vincula con la idea del miedo a la “mujer con pene”, es decir, se teme a la persona cuyo cuerpo contiene al pene del padre. Por lo tanto, la escena primaria sería la representación de la combinación del padre y la madre en una sola persona. En el caso del Hombre de los Lobos, es probable que dicha imagen terrorífica estuviera puesta en el mundo externo a través de la fobia al lobo.

Freud (1992/ 1918) vincula entonces el temor al lobo como un miedo inconsciente al padre, lo cual contiene el temor a la castración; es por ello que, de acuerdo con el autor, la ambivalencia frente a cada sustituto del padre gobernaba su vida y también la dinámica transferencial durante el proceso analítico.

Sin embargo, considero que existe un miedo aún más profundo respecto a la zoofobia del Hombre de los Lobos, un temor enorme hacia la combinación de ambos padres, en donde la madre es quien devora al padre en la escena primaria mediante su gran cavidad dentada, lo cual sería la representación de la boca- vagina de la madre: puesto en el mundo externo, en el miedo a ser comido por la gran boca del lobo.

Quizá por ello en el discurso manifiesto el paciente se haya referido a su madre como la protagonista del papel sumiso en la escena primaria, en donde él, como los lobos de su sueño, triunfaba al observar a su madre en dicha posición. Podemos pensar que lo anterior es producto de una “transformación en lo contrario” de esa madre que, en las capas más profundas de lo inconsciente posee un papel en demasía sádico y sobre todo: castrante.

Infiero que el paciente ya en su vida adulta se defendía de dichos temores a través de la elección amorosa de mujeres inferiores intelectual y económicamente; debido a que una mujer con opuestas características resultaba sumamente amenazante para él. Por otra parte, Freud (1992/1918) menciona que durante las relaciones sexuales el Hombre de los Lobos prefería a las mujeres con “grandes y llamativas nalgas”, asimismo, el “coito desde atrás” era el que despertaba en nuestro paciente un auténtico goce. Con lo anterior, no solamente observamos la propensión anal- erótica del paciente, tal y como lo expuso Freud, sino que también podemos inferir que el coito de frente, es decir, mediante la vagina, le remitía a ansiedades muy tempranas, asociadas con el temor a la vagina dentada, órgano que para su inconsciente posee las características de devorador y castrante.

¿Cómo se relaciona lo anterior con la manifestación de la neurosis obsesiva en el hombre de los lobos?

Ya se ha hablado del nexo existente entre el sadismo oral y el material canibálico que arroja el caso con la fantasía de la escena primaria y los temores de castración ligados a ésta; como infiero, no es una castración en términos edípicos clásicos, si no que la castración tiene más bien una connotación pre- edípica. Si seguimos la teoría kleiniana habrá que entender los temores de castración del Hombre de los Lobos bajo la luz del edipo temprano y la escena primaria, entendida como el conocimiento inconsciente del intercambio sexual entre los padres. Indudablemente los contenidos inconscientes que he venido diciendo ejercieron gran impacto en la formación de la neurosis infantil del paciente, lo cual, de igual manera, se reflejó en su psicopatología adulta.

En esta parte del trabajo me propongo enfatizar el impacto que tiene el dominio del sadismo en el desarrollo de la neurosis obsesiva. Como lo mencionó Klein M. (2012/1932) el sadismo oral conduce a la activación de tendencias sádicas procedentes de diversas fuentes, de manera intrínsecamente relacionada con el sadismo oral encontramos el sadismo uretral y el sadismo anal; siguiendo las ideas de la autora, todos los vehículos sádicos son empleados por el niño contra el pecho frustrador de la madre y pronto son dirigidos hacia el interior de su cuerpo. Regresando a la hipótesis de la escena primaria bajo la primacía del Edipo temprano, los ataques sádicos son dirigidos a los padres en copulación; también puede suceder que el niño albergue la fantasía de que, en el coito, sus padres se destruyen mutuamente mediante sus genitales, orina y excrementos. Por ende, los impulsos sádicos dirigidos a ambos padres hacen que el niño espere el castigo de éstos (Klein M. 2012/1932).

Habiendo enunciado las anteriores ideas kleinianas observamos que existe una trascendental relación entre la acción del sadismo dirigido hacia los objetos y el miedo al castigo, lo cual a mi juicio, es clave para entender la neurosis obsesiva del Hombre de los Lobos. Considero que el exacerbado sadismo imperante en la fase canibalística del desarrollo dio como resultado la formación de un Superyó temprano sumamente punitivo; lo anterior se vislumbra en la sintomatología obsesiva que apareció en el paciente de Freud cuando tenía cuatro años y medio, misma época en la que tuvo lugar la aparición de la zoofobia. En estos tiempos, el estado de irritabilidad del niño había cedido y la doctrina religiosa acaparaba su pensamiento. El Hombre de los Lobos tenía pensamientos obsesivos además de actos compulsivos, nos dice Freud:

“Antes de meterse a la cama, se veía precisado a besar todas las imágenes sagradas de la habitación, rezaba oraciones y hacía innumerables veces la señal de la cruz sobre su perso. El principal tema religioso recayó sobre la historia de la Pasión de Cristo… Primero se revolvió contra el carácter padeciente de la persona de Cristo y luego contra la trama íntegra de su historia. Dirigió su descontenta crítica a Dios Padre…” (Freud 1992/1918 pp. 58)

A través de los síntomas obsesivos, como lo enunció Freud, se ven los afectos ambivalentes hacia el objeto interno paterno: coexisten sentimientos de odio contra Dios Padre y al mismo tiempo se muestra el temor ante este ídolo patriarca. Aunque las tendencias edípicas ya se habían hecho presentes en estadios anteriores a la génesis de la neurosis obsesiva, en la manifestación de la psicopatología obsesiva se muestra claramente en la ambivalencia hacia el Dios- padre la acción de un severo Superyó.

De acuerdo con Melanie Klein, a diferencia de Freud, el Superyó comienza a formarse bajo la primacía de los impulsos pre- genitales, es decir, al mismo tiempo en que se hacen manifiestas las tendencias edípicas. Pienso que, bajo esta línea de pensamiento, en la manifestación de la neurosis obsesiva el paciente temiendo a Dios- padre protegía a su objeto paterno de sus impulsos sádicos reinantes. Así, el pequeño niño se podía relacionar en la realidad con su padre al que admiraba, imaginando que él, a diferencia de Ana, era únicamente su hijo. Sin embargo, en la sintomatología obsesiva se pueden discernir claramente las pulsiones agresivas y sádicas en relación a la imago paterna.

Cuando Freud alude que el Hombre de los Lobos mantenía una actitud pasiva frente a su padre, infiero que más allá de haber deseado ocupar el lugar de la madre durante el coito, la llamada actitud pasiva era la consecuencia del miedo inconsciente del niño de sufrir retaliación por parte del objeto paterno debido a los ataques sádicos dirigidos a éste, lo que sirvió para aplacar la acción del Superyó sádico.

Lo anterior también explica la fobia a los lobos, pues me parece que el niño se vio obligado a colocar en el mundo externo el terror que le ocasionaba la acción de su Superyó sádico. Es muy relevante que el niño haya elegido al animal lobo como objeto fóbico, debido a que es un animal que no solamente inspira temor, sino que es un animal muy inteligente y líder de manadas. Lo anterior me hace pensar en las hordas primitivas, en las que la tribu debía someterse y venerar al animal totémico, como al lobo. Por lo tanto, el paciente no solamente desplazó en el lobo la acción de su Superyó sádico y su miedo a ser devorado por éste, sino que también muestra cómo este animal contiene, a su vez, los componentes del ideal del Yo.

Resumiendo:

Cuestiono la idea de que la fobia al lobo corresponde al temor de ser castrado por el padre, me parece que dicho temor corresponde a la acción de un Superyó sádico perteneciente a etapas pregenitales del desarrollo del niño, en donde más que ser castrado, la angustia es de aniquilación, lo que equivale a ser devorado. Asimismo, el Superyó sádico al que me refiero es producto de la fantasía de la escena primaria, en donde la madre contiene el pene sádico del padre, objeto parcial ansiógeno por excelencia.

La ansiedad de ser devorado por el lobo es producto de una fijación en la etapa oral canibalística que permaneció inalterable hasta la llegada al estadio anal, en donde claramente las pulsiones anal-sádicas fueron demasiado intensas. Todo lo anterior complicó la llegada del complejo de Edipo a la edad de cuatro años y medio, lo que dio lugar al estallido de la neurosis obsesiva y la zoofobia.

Finalmente infiero que la neurosis obsesiva se manifestó en el Hombre de los Lobos como una forma de mantener controladas condiciones psicóticas subyacentes, que finalmente en la adultez del paciente se develaron a través de intensos rasgos paranoides, manifestados como síntomas hipocondriacos. Si bien, el estudio de este caso es en demasía complejo y posee distintas líneas interpretativas, en este trabajo enfaticé en el dominio del sadismo en la génesis de la neurosis obsesiva en el Hombre de los Lobos, tema que me pareció fascinante.

 

Bibliografía:

  • Freud S. (1992). De la Historia de una Neurosis Infantil. En Etcheverry J. (traducción). Obras Completas de Sigmund Freud (Tomo XVII pp. 1-123). Buenos Aires: Amorrortu (trabajo original publicado en 1918 (1914))
  • Klein (2012). Primeros Estadios del Conflicto de Edipo y la Formación del Superyó. En Aberastury A. (traducción). El Psicoanálisis de niños (Tomo II). Ciudad de México: Paidós (trabajo original publicado en 1932).
  • Klein (2012). Las relaciones entre la neurosis obsesiva y los estadios tempranos del superyó. En Aberastury A. (traducción). El Psicoanálisis de niños (Tomo II). Ciudad de México: Paidós (trabajo original publicado en 1932).