the-thinker-by-rodin-1233081Por: Paula Gaviria
Cuando uno dice que estudia psicoanálisis o que es psicólogo, es común escuchar a los otros decir “ya no voy a decir nada, no vaya a ser que me analices”, “aquí ya tienes varios pacientes con los que trabajar”, o “dicen que los más locos son los mismos psicólogos”. He escuchado este tipo de comentarios tanto que ya ni reacciono ante ellos como antes lo hacia: con enojo, a la defensiva o con explicaciones extensas para justificar nuestro trabajo. Ahora, oír estos comentarios sobre nuestra profesión me lleva a pensar qué experiencias han tenido u oído con y sobre los psicoanalistas que susciten estas fantasías de los mismos y la labor que estos hacen. Pues la gran mayoría no entiende qué es el psicoanálisis y cómo es que se realiza, ya que nunca han ido a uno. Pero aun así tienen una idea caricaturesca del psicoanalista como alguien que responde a preguntas con otras preguntas, que no dice nada, que es frío y distante, inclusive soberbio. Imagen, a mi parecer y pesar, bastante negativa de cómo son los psicoanalistas, ya que en lo personal yo no los percibo así. Esto me llevo a interrogarme, al ser candidata, sobre mis propias fantasías y creencias, de lo que es ser psicoanalista y cómo son los psicoanalistas, y conocer las de los otros candidatos y miembros de la sociedad.
 
En los primeros días de la maestría, al momento de introducirnos, se puede oír un relato similar entre los candidatos cuando se nos pregunta “¿por qué psicoanálisis?”. La gran mayoría respondemos que tenemos el deseo de ayudar a otras personas. Por lo que se puede decir que tenemos una fantasía consciente de que al ser psicoanalistas vamos a poder aliviar a personas de aquellos problemas inconscientes que les ocasionan malestar. Pero al ser la gran mayoría psicólogos de profesión, tomando en cuenta todas las ramas de ésta, la pregunta es más profunda. “¿Por qué psicoanálisis?” y no Psicología Cognitivo-Conductual, o Psicología Humanista o Positiva o cualquier otra. Ante esta pregunta las respuestas eran más variadas, pero todos manifestaban de una forma u otra su convicción por la teoría y la práctica, y ésta se debía a que la gran mayoría habían sido y son pacientes. Al ser pacientes habíamos experimentado los beneficios del análisis y de la relación terapéutica, a tal grado que ahora nosotros queríamos hacer lo mismo que nuestro analista, pasar de analizando a analista. Formarnos como psicoanalistas.
 
Pero, ¿qué significa ser psicoanalista? Como no es mi intención caer en generalizaciones o dar una definición basada en juicios y etiquetas voy a responder a esta pregunta de manera personal, ¿para mi qué significa ser psicoanalista? Y agregando ¿para mi qué significa ser psicoanalista hoy en día? Pues no es lo mismo ser psicoanalista a principios del siglo XX, que psicoanalista cien años después. Para responder a estas preguntas me voy a apoyar de la teoría etnopsicoanalítica de George Devereux para explicar términos como: cultura, sumas abstractas, personalidad y personalidad modal.
 
Cuando pienso en mis fantasías sobre cómo son los psicoanalistas pienso en muchas cosas pero no como un sujeto soberbio. Ya que, de acuerdo a la definición sobre la soberbia de la Real Academia Española, ésta “implica la satisfacción excesiva por la contemplación propia, menospreciando a los demás. El soberbio se siente mejor y más importante que el prójimo, a quien minimiza de forma constante”. Característica que a mi parecer va completamente en contra de cómo son los psicoanalistas y del tratamiento analítico en general, ya que éste opera desde la transferencia establecida entre el analista y el analizado (Enloe, 2003) y ésta misma es el motor de la cura (Green, 1990).
 
Si los psicoanalistas fuésemos soberbios tendríamos al resto de los individuos devaluados, lo que no permitiría que surja la situación transferencial ni la interpretación de la misma, ya que como explica Maxine González (citada en Enloe, 2003) “sostener la transferencia, permitir su despliegue, requiere del amor…pues sin amor de transferencia no hay trabajo analítico”, amor en términos de soporte del trabajo analítico en el que el analista pone en juego su deseo y presta su voz para que el deseo del otro se pueda manifestar (Enloe, 2003). Y el trabajo analítico como dice Cottet (citado en Enloe, 2003), a diferencia de otras corrientes psicológicas, “no se trata de adoctrinar ni de curar, si no de permitir al analizando que pueda encontrar otra solución”, lo que a mi parecer requiere que se reconozca al otro como sujeto capaz. Para que esto suceda no sólo se necesita un sujeto que hable y otro que escuche, si no que el que hace la escucha se reserva o abstenga por medio del silencio. González explica que la grandeza del analista radica en que éste se “… ‘ausenta’ para que en el analizando surja ese otro con quien se teje el fantasma y permita la emergencia de su propio deseo y de su devenir como sujeto” (Enloe, 2003). A mi parecer esta renuncia al intento de dominio y de educación requiere de mucha humildad por parte del analista, pues él también es sujeto deseante al que hacen resonancia en el acto transferencial sus propios contenidos inconscientes, significantes y fantasías que desconoce y ante las cuales no responde ni reacciona, si no que, como lo explica Juan David Nasio, “dejamos que lo reprimido retorne, interpretamos” (Enloe, 2003).
 
Creo que es importante explicar el rol crucial que juega la transferencia en el psicoanálisis para poder entonces intentar explicar qué es “ser psicoanalista” o qué características se consideran necesarias para poder calificar como psicoanalista. Pues todos los que estamos aquí tuvimos que pasar por un proceso de selección antes de ser aceptados como candidatos a la formación. Lo que me da entender que no todos lo individuos cuentan con los requisitos para dedicarse a esta profesión y que aquellos que sí, hemos de tener características en común. Las cuales al ser consideradas por otros psicoanalistas como las “sumas abstractas” necesarias o adecuadas nos permiten volvernos miembros de este grupo. Por sumas abstractas me refiero a lo que Georges Devereux (1975) plantea en su libro Etnopsicoanálisis Complementarista como:
 

  1. La suma abstracta de las normas culturales y sociales vigentes en el seno de un grupo de individuos seleccionado según un criterio valedero.
  2. La suma abstracta de los modos de comportamiento concretos que predominan en un grupo de individuos seleccionado según un criterio valedero.

 
Pues como explica Devereux, el individuo y los hombres en general enuncian sumas abstractas de normas y prácticas que se desarrollan en su propio grupo, así como en las de los grupos distintos al de ellos, formulando así una concepción de su propia cultura, o como lo diría Durkheim, una representación colectiva de lo que sí son y de lo que no son, la cual suscita reacciones diferenciales (Devereux,1975).
 
Lo que me lleva a reflexionar sobre cuáles son las normas y prácticas que definen a los psicoanalistas e influyen en el comportamiento y la “personalidad” de los mismos, y si es que existe tal cosa como una “personalidad de psicoanalista” o no. Utilizando la definición de personalidad de Mark A. May (citado en Devereux,1975) como “el valor de estímulo social del individuo”, esto implica, como explica de manera más extensa Devereux, que ante diferentes sujetos u observadores una misma persona reacciona de manera distinta. Estos diversos comportamientos, al integrarlos en tu todo coherente nos llevan a concebir a una persona de cierta manera y a esperar de ella determinados actos.
 
Para poder identificar si es que existe o no una “personalidad de psicoanalista” considero necesario también explicar lo que Devereux llama la personalidad modal, de manera técnica y no a manera de hacer una declaración. Esta es “la cualidad de poseer la totalidad de las cualidades” que se atribuyen a un grupo en específico, esta “no es necesariamente la única ni la más fundamental, pues existen muchas ‘personalidades modales’” (Devereux,1975). Y todas estas personalidades modales no se pueden considerar como componentes de una personalidad única, ni explicaciones de esta misma personalidad, ya que cada individuo es único por más que comparta elementos en común.
 
Para responder a estos interrogatorios regreso a mi pregunta inicial ¿qué significa ser psicoanalista hoy en día? Y la única manera de responder es reflexionando sobre mi propia experiencia, creencias y fantasías conscientes sobre la profesión, y retomando los comentarios de otros respecto a la misma. Cuando describen al psicoanalista como un sujeto frío y distante, no puedo estar más en desacuerdo, ya que para mí aquél que decide formarse como psicoanalista es ante todo un sujeto interesado por conocer y comprender la psique humana, tanto la suya como la de los demás. A tal grado que se inicia en un proceso de formación que implica una inversión de energía física, psíquica y emocional, así como económica, sin garantía de que esto se pueda hacer, ya que trabajamos con algo intangible como lo es lo inconsciente. Pero es tal nuestra convicción de que sí funciona que estamos dispuestos a hacerlo e iniciarnos en el proceso para devenir psicoanalistas.
 
Creo que aquellas personas que queremos laborar como psicoanalistas deberíamos, por lo mismo, tener cierta personalidad que nos califique como aptos para hacerlo, y no desde una perspectiva elitista ni devaluatoria del resto. Si no más bien tomando en cuenta aquellos aspectos “oscuros” de la práctica a los que nos vemos enfrentados día a día, tanto dentro como fuera del consultorio. No es fácil dedicarse a escuchar los malestares de otros y aun así mantener esta neutralidad que se requiere para poder realizar el análisis, no creo que cualquiera lo toleraría. Pero esto no nos hace más fríos o distantes, ni menos humanos que el resto. Tampoco pienso que seamos sádicos por demostrar interés en el sufrimiento del resto o “chismosos” por querer escuchar las fantasías de los demás. Al igual que tampoco creo que porque tomemos como objeto de estudio lo inconsciente y nos interesemos en los síntomas y las patologías seamos pesimistas. Al contrario, pienso que el reconocer las patologías psíquicas y decidirnos a trabajar con ellas, en un proceso que el mismo Freud define como “lento, penoso y vacilante” (citado en Enloe, 2003) y que a palabras de Maxine (citado en Enloe, 2003) “se sostiene por la pasión de la ignorancia que suspende las certezas en vez de conseguir revelaciones apresuradas”. No nos hace pesimistas si no optimistas frente a la capacidad del otro de transformar y realistas en los momentos en los que el análisis se ve frustrado, pues en esta resistencia al cambio debemos reconocer tanto nuestros propios limites y debilidades como las del otro.
 
Es una labor que a mi parecer nos lleva constantemente a cuestionar nuestras propias creencias y juicios, pues al dar por hecho que toda acción tiene una causa profunda e inconsciente y pretender indagar sobre la misma, requiere que conozcamos nuestros prejuicios para poder liberarnos de los mismos dentro del consultorio, ya que éstos pueden estorbar e intervenir durante el análisis. ¡Y qué difícil hacerlo! Más si tomamos todas estas otras ‘personalidades modales’ que tienen los psicoanalistas, pues también son padres, maestros, amigos, pareja, con creencias e intereses propios. Al igual que los analizandos ellos tienen una vida privada fuera del consultorio, la cual es imposible de deslindar por completo de su trabajo, pero que por su propio bienestar aprenden a hacerlo, de lo contrario, tanto su comportamiento como psicoanalista y como no-psicoanalista se vería afectado de manera negativa. Hoy en día es aún más difícil mantener esta privacidad o delimitar una diferencia entre la personalidad modal dentro y fuera del consultorio, pues los pacientes tienen mayor acceso a nosotros, y nosotros a ellos, a través de las redes sociales. Lo que ha modificado tanto el encuadre como la práctica en sí, haciendo adecuaciones a los cambios sociales y culturales. Por lo que a diferencia de la idea que se tiene del psicoanalista y del psicoanálisis (rígidos por sus prácticas anticuadas y ortodoxas), yo lo percibo más bien como un sujeto flexible que reconoce la importancia de los límites y del encuadre, pero que también es capaz de distinguir cuándo es necesario hacer modificaciones al mismo, ya que no esta exento de las circunstancias externas.
 
Lo que me lleva a pensar que aquellos que se interesan por la práctica del psicoanálisis son individuos, cada uno con una personalidad única y concreta, pero que comparten particularidades del comportamiento similares que les permiten formarse como tales. Pero en el fondo motivados por la pasión de analizarse y analizar, para así conocer y trabajar con el aparato psíquico y la sexualidad, que como plantea André Green en su libro La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud, es “lo más humano” (Green,1990). Para esto el analista debe de reconocerse ante todo humano, y al otro como su igual. Esto no quiere decir que no valore su trabajo y aquellas características que le permiten ser psicoanalista, pues es necesario que reconozca sus propias cualidades y habilidades. Esto tampoco significa que sean sujetos que se sientan superiores que el resto, aunque a veces en el proceso del análisis sí se les coloque por parte del paciente en el “lugar del amo o del maestro”, lo que como explica Freud en el libro de Maxine González Enloe (2003) es “un papel que asume tan sólo para aparentarlo, porque si comienza a creer en su personaje aparecerá la “tentación de arrogarse…el papel de profeta, salvador o redentor”. Lo que va en contra y es una amenaza para el proceso terapéutico. Por lo que pienso que un aspecto fundamental de la personalidad del psicoanalista es la humildad, pues como dice González, “El analista no sólo no sabe del inconsciente del otro, tampoco sabe del suyo” (Enloe, 2003).
 
Bibliografía

  • Devereux, G., & Setaro, E. F. (1975). Etnopsicoanálisis complementarista. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Enloe, M. G. (2003). Sexualidad femenina y psicoanálisis. México: Editores de Textos Mexicanos.
  • Green, A. (1990). La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud: Aspectos fundamentales de la locura privada. Buenos Aires: Amorrortu editores.
  • Hornstein, L. (2000). Narcisismo: Autoestima, identidad, alteridad. Argentina: Paidós.
  • Real Academia Española. (n.d.). Retrieved May 06, 2016, from http://www.rae.es/

 
 
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