Por: Cecilia Castilla
“La temprana relación crea o genera una posición relacional básica y provoca capacidades parentales potenciales en todo aquel que ha sido maternizado, y también genera un deseo de recrear esa relación”. Nancy Chodorow
La maternidad ha sido un tema muy debatido a lo largo de la historia por tratarse de un asunto vital, es decir del vínculo más importante que circunda a todo sujeto. El que el tema se haya abordado innumerables ocasiones y se presenten varias teorías y aproximaciones, no hace que deje de ser importante el seguirlo reflexionando para traer más luz que brinde un mayor entendimiento sobre el tema. Entendimiento que es relevante por encontrarse bajo diversas acepciones y enfoques, y por ser uno de los principales motivos de consulta por el que acuden a psicoanálisis los pacientes, ya sea que aborden el tema desde distintas formas, como lo puede ser hablando de su madre o en relación a su propia maternidad. Es por ello que cabe seguir cuestionando lo que representa la maternidad hoy en día, así como también lo que es necesario para ejercer la misma.
El ejercicio de la maternidad se ve determinado tanto por factores biológicos, sociales, económicos, culturales, entre otros, sin embargo el presente trabajo se enfocará principalmente en abordar desde la teoría psicoanalítica el aspecto psíquico que permite llevar a cabo y sostener la función materna.
¿Qué es lo que genera el deseo de ser madre?, Chodorow (1984), indaga en todos los factores que como anteriormente se señalaron, pudieran influenciar en el maternaje, indicando como primer punto la importancia que conlleva la base biológica, es decir los cambios hormonales y fisiológicos ocurridos en las mujeres; sin embargo, menciona que basar la maternidad en la existencia de un “instinto maternal” limita el entendimiento e impide comprender a profundidad el deseo consciente o inconsciente de tal ejercicio, y es que es una realidad que no toda mujer desea ser madre.
Ser madre implica más que un “deber ser” marcado por la sociedad y hasta por los criterios que pudieran ser característicos de la identidad de género femenino. Existe un factor inconsciente que determina la función materna con mayor fuerza, no por nada se han dado casos en los que el embarazo no deseado se presenta.
Asimismo, señala Chodorow (op. cit), que aunque una mujer se encuentre embarazada, eso no provoca que por añadidura ejerza el rol materno, lo cual reitera que no se trata de un instinto o de una respuesta esperada, sino que implica una influencia mayor que predispone dicha capacidad.
Doltó (1983) enfatiza que la maternidad real trae consigo una regresión, en la que no sólo se revive la experiencia derivada de la relación madre-hijo, sino que la madre en su papel llega a identificarse con la impotencia y la indefensión del feto, lo cual puede resultar angustiante. Es por ello que es necesario indagar en los aspectos de la primera infancia que serán de gran influencia durante la maternidad y que explicarán de igual manera la evitación de la misma.
Por su parte, Marie Langer (1990) explica que la actitud materna dependerá de las vivencias infantiles durante las fases preedípicas, en las que se presenta la primera relación de amor con la madre, la cual es fundamental para promover su capacidad de identificarse con ella. Si la madre ha desempeñado el papel que Winnicott (1984) denomina como “madre suficientemente buena” en el que no sólo traduce y empatiza con las necesidades del infante, sino que tolera los momentos angustiantes en los que el niño sólo responde con quejas, sin considerarlas como un ataque o desplante hacia ella, podrá crear un lazo que favorecerá que el bebé comience un desarrollo óptimo, el cual a su vez, le permitirá gradualmente comenzar a visualizar a su madre como un objeto separado, es decir con necesidades. Lo anterior constituye la base para las relaciones objetales sanas.
Así mismo explica Doltó (op. cit.) el lenguaje preverbal que debe instaurarse en la relación madre-hijo, el cual facilita al infante a estructurar su self por auxiliarlo a diferenciar los contenidos buenos y malos para su cuerpo, y también por comenzar a introyectar la seguridad que deriva de la “ausencia y presencia” de la madre, en la que ella asegura su regreso, volviéndolo así un introyecto del bebé que lo prepara para su futura independencia. Esta lengua materna que aprendió la diada madre-hijo, será aquella que permanecerá como un eco en la memoria del infante, y que a su vez, podrá ser rememorada en un futuro para recrearse durante la labor tutelar.
Respecto a la particular relación madre-hija, Doltó (1983) hace hincapié en las palabras y los gestos con los que la madre se dirige hacia ella, ya que si el contenido del mensaje denota agrado respecto al ejercicio de su maternidad y también hacia la iniciación de su hija como futura madre, dejará en el inconsciente de la niña la marca de haber sido una hija deseada, así como también los aspectos gratificantes de la maternidad, volviendo de esa manera a su madre como una figura idealizada que favorece la identificación. En esta alianza la hija experimenta la sensación de “formar parte del deseo de su madre y la madre del deseo de su hija”, lo anterior tendrá efecto en su feminidad y en su función maternal. En el caso contrario, el distanciamiento, desgano, cansancio y la ausencia de palabras, tendrán un efecto desfavorecedor y narcisista que será imborrable, y que ocasionará que no se deseé volver a experimentar la angustia de esos primeros años.
El “sentimiento materno” que se construye inconscientemente desde la infancia a partir del lenguaje preverbal con la madre, también se verá influenciado por el contacto y el ejemplo de las mujeres que rodean a la niña, como lo pueden ser las abuelas materna y paterna, sus educadoras, etc., a quienes comenzará a seleccionar ya sea como objetos de identificación de los cuales adquiere un modo de ser y de sentir, o de manera contraria, como objetos de rechazo de los que aprende actitudes que desea evitar (Doltó, op. cit.), todo dependerá de la experiencia que deje en el psiquismo infantil.
Si en la relación madre-hija predomina la sensación gratificante, generará que en un futuro la niña busque mediante la repetición de la experiencia satisfactoria, replicar el comportamiento de su madre. Así como también favorecerá la madurez de la niña, ya que al ser gratificadas sus necesidades y al adquirir la necesaria tolerancia a la frustración que deviene de un óptimo maternaje, renunciará a su posicionamiento infantil y tendrá la capacidad para colocarse en el papel de madre.
En este sentido cabe mencionar, que tanto las niñas como los niños buscan identificarse con su madre por añorar tener un bebé. Al respecto menciona Chodorow (op. cit.) que así como está dentro de su función el maternizar a su hija, también debe promover y/o permitir que su hijo reprima el deseo de ejercer la maternidad (en un sentido biológico), es decir que la niña se vuelve activa con la maternidad, mientras que el niño toma un rol pasivo.
La niña mantiene un mayor apego con su madre ya que además de ser su principal objeto de amor, es también su objeto de identificación. Lo anterior se ve reforzado por las ideas de Melanie Klein, citadas por Langer (op. cit.), quien argumenta que la niña experimenta más angustia en su desarrollo temprano por las diferencias anatómicas señaladas por Freud, y derivado de ello, por percibir el “logro de la maternidad” como algo lejano, lo cual llegó a ser considerado por Freud como la verdadera solución del conflicto edípico y de la envidia del pene. Es así como se ve incrementada la angustia y los mandatos superyoicos en la niña.
Aunado a lo anterior, la autora retoma otro aspecto interesante propuesto por Klein, en el que explica que la angustia de la niña además deriva del temor inconsciente de haber dejado dañado el interior de su madre por medio de la hostilidad proyectada (lo cual comprueba inconscientemente por sentir que recibió el castigo de ser igual a ella). Temor por el que podría buscar reparar a su madre o pagar sus culpas por medio de la repetición de la maternidad con sus hijos, con quienes continuará reparando por miedo a la retaliación. Todo dependerá del manejo de las angustias en esta etapa, en la que se esperaría que comenzara a percibirse la maternidad no como una deuda a pagar, sino como una decisión que tuvo la madre por convicción.
A manera de ejemplo expongo lo anterior mediante el caso de una paciente que denotó en un primer momento la compulsión a la repetición de embarazarse “accidentalmente” y de optar por abortar en repetidas ocasiones durante su adolescencia. Cabe mencionar que la paciente fue dada en adopción desde sus primeros años. En su adultez optó por ejercer la maternidad pero manifestó dificultades para amamantar a su primer hijo, lo cual resultó frustrante para ella, provocando que su madre terminara encargándose de los cuidados. Tiempo después con el segundo hijo, ocurrió lo contrario, es decir pudo alimentarlo pero fue difícil para ella la separación del vínculo creado al amamantar, por lo que continuó durante cuatro años con la lactancia.
De este ejemplo derivan varios puntos a considerar, el primero es que el sentimiento de rechazo que posiblemente percibió la paciente de su madre biológica pudo dejar en ella una huella que dificultó su capacidad para relacionarse como una madre con su primer hijo. Tomando en cuenta a M. Klein, la agresión proyectada hacia su madre, le dejó tanto la sensación de haberla destruido, como el temor a la retaliación o a ser castigada por su agresión. De esta manera se explica su deseo por querer embarazarse compulsivamente para saldar el daño, así como también se puede entender que los abortos y la dificultad para alimentar y ser cercana con su hijo, derivaron del temor a ser dañada como lo fue su madre. Por último, se puede ver que con su segundo hijo logró el lazo que inclusive no había experimentado con su madre biológica, pero que al resultarle gratificante le dificultó poder llevar a cabo la separación necesaria para construir la sana relación de objeto que requiere todo infante.
Es así que se puede ver el panorama sobre la importancia de la primera relación de objeto como uno de los determinantes para la función materna futura, en la que aunque la madre sea la principal figura, también tomará un papel importante el padre, ya que en su momento favorecerá la disolución del vínculo madre-hijo, además de también transmitir inconscientemente a su hija las experiencias con su madre.
Langer (op. cit.) considera que inclusive muchas de las enfermedades psicosomáticas relacionadas con la esterilidad están vinculadas con las conflictivas de la primera relación de objeto, en las que de acuerdo a la escuela inglesa, se habría introyectado en mayor medida a la madre mala. Como ejemplo de ello están todos aquellos casos en los que después de distintos tratamientos para lograr la fertilidad, logran embarazarse en un segundo momento tras haber adoptado un hijo.
Por otro lado, no hay que dejar de considerar que no toda la función materna, llevada a cabo o no, se verá completamente determinada por una repetición, sino que también puede ser un espacio o un ejercicio para la elaboración de la relación. En estos casos, se considera que a pesar de no haber tenido una madre suficientemente buena, se logró un introyecto bueno que permitió considerar la maternidad como un ideal a alcanzar, por lo que se puede pensar que en estos casos la repetición estaría en la línea de buscar recuperar a la madre y reconstruir el lazo que no se tuvo. En este sentido Langer menciona que “la maternidad a través de la identificación con el hijo y su buena relación afectiva con él, brinda a la mujer la mejor posibilidad de superar las frustraciones infantiles sufridas con su propia madre”.
Por último, dándole un pequeño giro a la discusión planteada en este trabajo, me resulta inevitable mencionar el símil del trabajo analítico con la función materna, la cual considero deberá estar presente en todo analista, ya que como una madre primeriza comenzará por descubrir las necesidades de sus pacientes, tolerará y dará contención a las regresiones, agresiones y frustraciones que se experimenten en la consulta, además de sostener y no gratificar en demasía las expresiones libidinales hacia su persona. Es en el consultorio es donde se digiere o se elabora junto con el paciente todos aquellos contenidos que quedaron fijados y detuvieron parte de su desarrollo. Los analistas como madres suficientemente buenas, también deben permitir la distancia necesaria que favorezca que el paciente continué o retome su desarrollo.
A manera de conclusión se considera que la maternidad estará influenciada en mayor medida por el tipo de relación de objeto que se tuvo con la madre, ya que a partir de ella se transmitirá la experiencia y la sensación de ejercer dicha labor. Considero, como mencionaba en un principio, que no es el único elemento que determina la capacidad para llevar a cabo la función materna. Así mismo, quiero destacar que me parece sano que exista la libertad de que algunas mujeres opten por no ejercer el rol materno, es decir que se comience a dejar de pensar como un requisito social, en este sentido toda mujer debe reconsiderar su deseo y/o cualidades para desempeñar un papel que resulta de suma importancia, ya que en de lo contrario sería dañino que una mujer ejerza una maternidad forzada que terminará por no ejercer en su totalidad.
 
Bibliografía:

  • Chodorow, N. (1984). El ejercicio de la maternidad. Psicoanálisis y sociología de la maternidad y paternidad en la crianza de los hijos. Gedisa: España.
  • Dolto, F. (1983) En el juego del deseo. Siglo XXI Editores: México.
  • M. (1990). Maternidad y sexo: estudio psicoanalítico y psicosomático. Paidós: Buenos Aires.
  • Winnicott, D. W. (1984). Conozca a su niño: psicología de las primeras relaciones entre el niño y su familia. Paidós: Buenos Aires.

Imagen: freeimages.com / Adam Davis
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