accessibility-1538227Por: Estela Chazaro
El desarrollo psíquico de las personas que nacen con una discapacidad física contempla una serie de vicisitudes.

  1. Spitz nos describe cómo los órganos sensoriales son ventanas al mundo que permiten que el bebé vaya catectizando su mundo circundante. A través de ellos, el bebé establece contacto con la madre y comienza a conocerla; mira su rostro, escucha su voz, aspira el olor de su piel, reconoce el sabor del pezón y la leche y percibe el contacto de su piel.

Paralelamente, los movimientos motrices, en un inicio des organizados, poco a poco se vuelven más dirigidos e intencionados y comienza a desarrollarse una coordinación entre los sentidos y la motilidad. Todos estos estímulos sensoriales y motrices van conformando una imagen de sí mismo y del objeto gracias a la inter relación que se establece entre ellos. Si la relación ha sido lo suficientemente buena se establece una identidad corporal adecuada y una constancia objetal. De acuerdo a Spitz, a los ocho meses de edad surge la primera angustia señal ante el temor a la pérdida de la madre.
Si la discapacidad física es muy limitante o compromete a uno de los sentidos primordiales, el bebé tendrá dificultades para establecer una constancia objetal a la edad que usualmente se establece y se retrasará la salida de la simbiosis materna.
Al entrar a la etapa de separación-individuación, las dificultades comienzan a hacerse más evidentes. El bebé requiere de un Yo corporal que le permita alejarse de la madre, así como de reunirse con ella. Para que los procesos psíquicos de separación e individuación se lleven a cabo, es preciso primero poder separarse físicamente de la madre, para posteriormente lograr la separación e individuación simbólica; de otra forma, las representaciones mentales entre yo/no-yo nunca quedarán claramente delimitadas.
La vista y el oído le permiten al bebé tomar distancia de la madre sin necesariamente perder contacto sensorial con ella. Esto le brinda confianza de que puede alejarse de la madre con la seguridad de que ésta continúa a su alcance. Pero el bebé que tiene un Yo corporal averiado, no puede separarse de la madre con la misma confianza, ya que ni puede dominar el mundo a su alrededor, debido a que sus sentidos no le permiten establecer la confianza suficiente en sí mismo para independizarse, como tampoco tener la certeza de contar con un yo corporal que le permita regresar a reunirse con mamá.
Si la incapacidad es un déficit de la motilidad, el bebé no podrá, o lo hará con grandes limitaciones, separarse físicamente de la madre, lo que lo imposibilita establecer una diferenciación clara entre yo-no yo y continuará sintiendo a la madre como una extensión de su yo corporal.
La etapa de separación-individuación está directamente relacionada con el desarrollo narcisista del niño. La independencia de la madre es lo que lo hace sentir que él tiene el mundo a sus pies, que ejerce el dominio sobre su cuerpo al que maneja con intencionalidad y a través de él, alcanza objetivos y metas definidas para desarrollar su capacidad de adaptación. Su mente está llena de fantasías omnipotentes que se separan y refusionan con las fantasías de una madre también omnipotente; teme terriblemente regresar a la fase simbiótica y fusionarse con la madre, pues perdería su individualidad, pero al mismo tiempo teme perderla.
El bebé requiere de la madre precisamente para poder independizarse de ella. Necesita concretamente convertir a la madre en una extensión corporal de sí mismo para lograr su independencia. El bebé que padece de una discapacidad corporal, con mayor razón necesita utilizar a los objetos como una extensión de sí mismo que suplan su deficiencia. El golpe narcisista de no poder alejarse él solo y depender de la madre como si ésta fuese una extensión de su yo corporal sobre la que no tiene dominio y control, lo hacen sentir muy vulnerable. La madre, por empática que sea, no puede responder los requerimientos de la separación. El bebé se siente terriblemente impotente y con una rabia infinita, la cual la dirige tanto hacia sí mismo por no contar con los elementos yoicos corporales para poder independizarse, como con el objeto que no responde a sus necesidades narcisistas de autonomía e independencia.
 
Durante esta etapa, la mirada del otro es de suma importancia para significarse a sí mismo. Es la necesidad inconsciente de la madre lo que activa las potencialidades del infante. El bebé está muy al pendiente de la aprobación o desaprobación de la madre ante cada uno de sus logros, fracasos, desempeño y descubrimientos; es la madre quien libidiniza el cuerpo del infante, sobre el cual edificará la primera conciencia de sí mismo. Sin embargo, la mirada que obtiene el bebé que padece una discapacidad, es una mirada de angustia, desilusión, frustración, de esperanza expectante, la cual invariablemente está cimentada en su limitación corporal. De esta forma, la conciencia de sí, de su existencia y posteriormente de su identidad, se edifica sobre la discapacidad. A partir de este momento, el infante no podrá dejar de representarse a sí mismo como discapacitado, ya que la misma discapacidad es el núcleo de lo que conforma su identidad.
La incapacidad de un hijo despierta sentimientos ambivalentes: cada mirada de los padres a la incapacidad del bebé, les remueve la culpa inconsciente por haber procreado a un hijo discapacitado. Si la culpa la viven de forma persecutoria, su actitud oscilará entre la rabia y el rechazo y la necesidad de sobre protegerlo para aplacar al perseguidor. Además, para la mayoría de los padres, el tener un hijo con una deficiencia física, cualquiera que ésta sea, fácilmente la viven como una herida narcisista. La incapacidad del hijo les despierta mucha rabia por no tener un hijo sano, completo, que responda a las necesidades narcisistas de ser reconocidos como padres capaces de legar una descendencia que llene las expectativas, tanto propias como de la comunidad. Y no solo no obtienen este reconocimiento narcisista, sino encima, se enfrentan a lidiar con un hijo demandante y permanentemente insatisfecho.
 
La serie de proyecciones e introyecciones que se llevan a cabo entre el hijo y los padres, impide que el bebé establezca una diferenciación tendiente hacia la individuación. El punto central hacia el cual se desplaza todo impedimento o avance en el desarrollo y las dificultades o logros de crianza que ello conlleva, siempre está permeado por la incapacidad. De esta forma, el niño va incorporando introyectos que tienen una significación contradictoria: Siente que se le quiere, admira, protege y obtiene atención por su incapacidad, pero se le odia, agrede, ridiculiza y se le rechaza por su incapacidad. Estos introyectos, al ser tan opuestos e irreconciliables, son imposibles de integrar y quedan escindidos. La existencia toma sentido en la incapacidad, mientras el resto de su personalidad queda con una significación secundaria.
Existe una relación íntima entre el narcisismo y el sentimiento de vergüenza. La vergüenza juega un papel primordial en el desarrollo y estructuración del self. Poco se ha estudiado acerca de ella, precisamente porque el individuo procura ocultarla. La vergüenza es un fenómeno interno en el que el individuo siente fallar ante sí mismo. Kohut dice que la vergüenza es una experiencia tan dolorosa y humillante, que uno se ve forzado a usar fantasías de perfección, grandiosidad y omnipotencia –o una arrogante auto-suficiencia, para defenderse de ella. Esta bipolaridad determina la dialéctica de la vergüenza. Por un lado se encuentra la grandiosidad narcisista con deseo de perfección y por el otro, un sentimiento de inferioridad humillante. Subjetivamente se le percibe como un sentimiento de desprecio y de rechazo. El yo siempre necesita la validación de los otros. Morrison nos dice que cuanto mayor es la discrepancia entre el yo ideal y el yo real, mayor es la vulnerabilidad ante la herida narcisista y la susceptibilidad ante la vergüenza. El abismo entre el yo ideal y el yo real que se expresa en el sentimiento de vergüenza, es provocado por el fracaso en la díada con el objeto del self. El afecto de ridículo o vergüenza requiere del otro que avergüenza y ridiculiza.
 
Kohut explica que el desarrollo narcisista va de la mano con el desarrollo de las relaciones objetales. El narcisismo comprende dos facetas: el polo del self grandioso y el polo de la imago parental idealizada. Ambos polos sufren una evolución narcisista, pero cuando un polo es severamente dañado, se emplean estructuras compensatorias hiper desarrollando el otro polo, para mantener de esta forma la cohesividad del self. El polo del self grandioso surge de las fantasías omnipotentes del bebé, y la imago parental idealizada, de los cuidados maternos. En el interjuego con las relaciones de objeto, el bebé proyecta parte de su omnipotencia sobre el objeto para después reintroyectarla como parte de la imago parental idealizada. A su vez, los cuidados maternos se introyectan como parte del self grandioso.
Kohut establece una diferencia entre dos tipos de pacientes narcisistas: los primeros son aquellos que ante una herida narcisista, sufren regresiones serias, manifestando en el polo del self grandioso, hipocondría y una reconstitución delirante del self grandioso; y en el polo de la imago parental idealizada, sentimientos místicos religiosos, temor a un perseguidor peligroso e inclusive se sienten dominados por la máquina de influencia.
Los pacientes del segundo tipo, ante heridas narcisistas, sufren una regresión moderada, donde el polo del self grandioso demanda una atención infantilizada y el polo de la imago parental idealizada, busca compulsivamente fusionarse con un objeto poderoso.
El self de los narcisistas se escinde de forma vertical y horizontal. En la escisión vertical, son personas en donde el polo del self grandioso alberga sentimientos de minusvalía, inadecuación, incompetencia y el polo de la imago parental idealizada, idealiza a los objetos y se fusiona con ellos para compensar sus deficiencia narcisista. En la escisión horizontal, los narcisistas albergan fantasías de grandiosidad y unicidad y un desprecio y desvalorización por los otros.
El self de los incapacitados ha recibido fuertes heridas narcisistas en ambos polos. El self grandioso se encuentra severamente dañado por los recurrentes eventos de incapacidad corporal que le impiden ejercer su independencia y autonomía. Y el polo de la imago parental idealizada, también se encuentra dañado, ya que no hay objeto capaz de suplir o remediar la incapacidad corporal del infante.
Al llegar a la fase edípica, sobre viene el colapso narcisista. El niño necesita que sus padres reconozcan su sexualidad y sentir ser objeto de deseo sexual, pero a los padres les surge la duda de si su hijo será capaz, al igual que si será aceptado algún día, para formar una pareja. En el mejor de los casos, los padres muestran gran ambivalencia hacia la sexualidad del niño. Por un lado, albergan el anhelo de que su hijo tenga una vida lo más “normal” posible y tenga una vida satisfactoria pese a su condición. Por otro lado, su juicio de realidad les indica que su hijo tendrá que enfrentar muchos retos para ser aceptado, reconocido y ser considerado como compañero sexual, cuando menos, por una persona sin limitaciones físicas. La conflictiva intra psíquica que les despierta puede ser abrumadora. En otros casos, los padres simplemente le niegan al hijo la posibilidad de llegar a ejercer su sexualidad, como si su discapacidad fuese de cuerpo completo y lo castran simbólicamente.
 
La frustración traumática del infante que sufre una discapacidad en su necesidad de aceptación parental conduce a una fuerte intensificación de éste. El deseo intensificado, junto con la frustración externa persistente, crea un severo desequilibrio psíquico que lleva a excluir al deseo, de una participación coherente del resto de las actividades psíquicas. El self se protege entonces con defensas de escisión, tanto vertical, como horizontal, las cuales se observan en una demanda desmedida de aceptación incondicional y permanente de los objetos y por otro lado, una baja autoestima, propensión a la vergüenza e hipocondría.
 
 
Conforme el niño va creciendo, las pulsiones se desplazan de los objetos primarios hacia figuras extra familiares y los suministros narcisistas deben venir, por tanto, de los nuevos objetos. Entonces se enfrenta con un mundo del cual es parte, pero al mismo tiempo no pertenece a él. El ingreso a la edad escolar es un golpe narcisista terrible, porque el niño necesita compararse con sus compañeros en la búsqueda de su identidad social. Si asiste a una escuela estandarizada, siempre requerirá de un trato especial; la comparación con sus compañeros le generará mucha rabia por no contar con las habilidades y potencialidades de sus iguales. La incapacidad ya no solo abarca el área física, sino que intelectualmente, en la mayoría de los casos, el desarrollo también empieza a verse comprometido. La autoestima queda severamente dañada y la dependencia emocional hacia los objetos se acentúa. Además, vivirá diariamente las actividades escolares en una alienación sumamente dolorosa. Por otro lado, si asiste a una escuela especializada para niños que comparten su discapacidad, podrá establecer una competencia con ellos de forma más igualitaria y ubicarse socialmente dentro de su grupo de pares, pero siempre con la sensación de estar alienado del resto del mundo, de un mundo que ni le pertenece, y al que le es negado pertenecer.
La identificación con sus pares discapacitados es muy fuerte, pero siempre, en el núcleo del vínculo, está la discapacidad compartida. El sentido de pertenencia hacia su grupo es muy intenso, al grado que personas “normales” no son admitidas para participar de su mundo privado. Desarrollan un orgullo especial al sentirse miembros de este grupo selecto, círculo que se considera a sí mismo único y especial, pero en el fondo, con un odio intenso hacia el mundo del cual están alienados.
 
Una limitación física debe examinarse desde el punto de vista psíquico, como cualquier otra limitación que imposibilita al individuo para desarrollarse y adaptarse al medio de forma relativamente sana. Esto es, se deben manejar dos perspectivas diferentes manteniendo una clara diferenciación entre el hecho real de la limitación física y la manera particular como el individuo experimenta dicha limitación.
Desde la perspectiva real, un discapacitado es diferente físicamente al resto de la mayoría de la gente, pero desde el punto de vista psíquico, ¿qué significa ser diferente?
El término “misfit” se puede definir como un sentimiento o sensación subjetivo de no pertenencia, de no encajar. Este sentimiento no necesariamente guarda relación con el nivel de adaptación alcanzado. El logro adaptativo está subordinado a la falta de sentido de unión y conexión con el medio.
El “misfit” se encuentra en el limbo, ya que ha hecho una serie de incursiones dirigidas a sentirse parte integral del mundo social, pero ni ha alcanzado esta meta ni puede regresar a la anterior.
El niño entonces se queda estancado en el límite de una nueva experiencia del desarrollo. En términos defensivos, esta posición puede ser utilizada estratégicamente para obtener ganancias secundarias que pueden ser tan gratificantes que se convierten en una seria resistencia a la labor analítica.
En el fondo, el “misfit” se siente extraño consigo mismo. No puede pertenecer al grupo que anhela porque su excentricidad le impide comprometerse con los valores e ideales, pero al mismo tiempo, falla en poder obtener respuesta de espejo de los objetos del self que lo rodean. De esta forma demuestra su dilema interno en su conflicto con el mundo externo.
Esta cuestión de encontrarse en el limbo puede traer a su vez grandes satisfacciones narcisistas por sentirse excepcionalmente diferente. Esta unicidad es vivida como una virtud o como un defecto, dependiendo de si es apreciada o condenada por los demás. Por esta razón, los “misfit” van de un lado al otro del continum, sintiéndose extraordinarios o menospreciados. Pero no pueden renunciar a la excepcionalidad, como tampoco encuentran paz interna en esa posición tan individualista, y siempre en el fondo, hay un intenso deseo de pertenencia.
En cuanto al narcisismo, las personas ordinarias pueden transformar su grandiosidad en ambiciones realistas de acuerdo con sus capacidades y los ideales internalizados en valores éticos y morales sujetos a las debilidades humanas. Pero con los discapacitados sucede lo contrario. La mayoría han sufrido golpes severos, incluso hasta déficits estructurales en el sentido del self. Estos tropiezos se relacionan con patrones de una gran estimulación y desilusiones traumáticas frente a los padres.
El desarrollo narcisista de las personas discapacitadas presenta una paradoja. La discapacidad que les ha proporcionado la satisfacción narcisista de ser notados en cualquier lugar, de recibir tratos diferenciales y obtener cuantiosas ganancias secundarias, es al mismo tiempo fuente de su devaluación y la causa fundamental que los lleva a sentirse diferentes, excluidos del mundo de los normales, mundo que anhelan, pero al mismo tiempo rechazan.
En el proceso de un tratamiento analítico, el paciente va integrando sus introyectos para establecer una identidad estable, separada e individualizada de los demás. Conforme va constatando que su fantasía no es la misma que la realidad, ya que ésta está permeada de sus propias identificaciones proyectivas e introyectivas, puede modificar las representaciones de sí mismo y su concepción del mundo. Pero en el caso de las personas discapacitadas es muy difícil que logren establecer la diferencia entre sus proyecciones y la realidad, cuando menos en cuanto a su incapacidad se refiere, ya que es un hecho que en el mundo real, reciben un trato diferente y son considerados un grupo alienado, por lo tanto sus fantasías se ven constatadas y reforzadas por el trato que reciben. Será posible que un tratamiento psicoanalítico sea de utilidad para estas personas? uds., qué opinan?
 
 
Bibliografía
 

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  • Golberg Arnold. On the nature of the misfit. The future of psychoanalysis. Ed. Arnold Golberg. International University Press. New York. 1983.
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