Por: Cecilia Castilla
La relación que se suscita entre analista y analizando se caracteriza por presentar cierta particularidad en la intimidad que se crea a partir de dicho encuentro. En este sentido cabe hacer la pregunta sobre ¿qué es lo que hace a ese espacio tan íntimo?
El que se construya un vínculo de cercanía y entendimiento requiere de una serie de procesos inter-subjetivos que deben suscitarse tanto en el analizando como en el analista para transformar el espacio en un entorno privado, de confianza y entendimiento; aspectos que iré mencionando con la intención de explicar la conformación de la alianza terapéutica o vínculo que así lo permite.
Todo tratamiento requiere de las condiciones óptimas para crear el ambiente emocional que permita al paciente sentirse contenido y confiado para abrir su mundo interno. De ahí que sea necesario que el analista funja como aquella figura capaz de brindar la contención que requiere el paciente, tal como lo plantea Winnicott (1962) con su concepto de “madre suficientemente buena” para referirse a aquella figura que sostiene emocionalmente (que brinda “holding”) y escucha las necesidades del paciente. Por esta razón el analista presta su espacio psíquico para la comprensión del mundo interno del paciente, es decir, brinda disponibilidad para que el analizando le transfiera su sentir y todo aquello que no ha sido procesado o elaborado en su campo psíquico.
El que el analista sea el depositario del mundo interno del paciente, le permitirá conocer y sentir la naturaleza del conflicto, tanto transferencial como contratransferencialmente, dando pie a que en un segundo momento pueda analizar dicho material emocional para después poder devolverlo al paciente por medio de la interpretación, en la que se buscará hacer consciente lo inconsciente, y por lo tanto también, promoverá que se convierta en un material apalabrado, sentido y pensado.
Otro fenómeno a resaltar, ocurre cuando el material del paciente que se transfiere toca puntos representativos que pudieron significar un conflicto para el analista. Condición que evoca dos respuestas por parte del mismo 1) ya sea que se identifique con la parte enferma del paciente y se alíe inconscientemente al conflicto, dejando de lado el trabajo del mismo y favoreciendo la permanencia de los “puntos ciegos en ambos”, y por ende, del malestar, 2) o que se percate de su respuesta contratransferencial, de su dificultad para conservar su posición analítica y por ello de su tendencia a unirse al síntoma y evitar su confrontación; lo cual se podrá llevar a cabo por medio del análisis en primera instancia desde lo ocurrido en él, y en un segundo momento, a partir de aquello que le produjo internamente el material del paciente (Racker, 1966).
Tomando en consideración lo anterior, es necesario hacer hincapié en el trabajo psicoanalítico que debe llevar a cabo cada analista para poder ejercer la profesión y para prestar-se como una herramienta analítica; ya que de lo contrario podría caer en actuaciones en las que inconscientemente favorezca la patología del paciente. De ahí que considero muy acertado el planteamiento de diversos psicoanalistas en el que estipulan que las resistencias o dificultades en el tratamiento que llevan a la interrupción, son en realidad y en mayor medida, las “resistencias del analista” por no anticipar su conflicto, y por lo tanto, no haber tenido el suficiente entendimiento y escucha hacia el paciente.
Nuestra labor como analistas está enfocada no sólo en comprender la estructuración del mundo interno, sino también la forma en la que podremos acceder al mismo. Tanto al propio como el ajeno.
Con lo anteriormente expuesto, no deslindo la participación y responsabilidad del paciente en el proceso, ya que como se enuncia en el contrato al iniciar el tratamiento, el paciente debe comprometerse a “decir todo lo que se le venga a la mente” sin importar que ello resulte incómodo, molesto o doloroso, ya que a partir de las asociaciones que evoque libremente se harán manifiestas las fantasías inconscientes, y con ello, se continuará construyendo el espacio común que actúe como puente de entendimiento entre analista y analizando. (Freud, 1912)
Por su parte, el paciente debe estar libre de las resistencias hacia el tratamiento para escuchar y dejarse resonar (de igual forma que sucede con el analista), ya que de lo contrario las interpretaciones del analista no accederán al espacio psíquico que lleve al paciente a cuestionarse y en su momento a cambiar su posicionamiento ante su conflictiva. Lo cual es parte del trabajo que se realiza en el tratamiento.
Es ahí cuando como analistas vamos detectando paso a paso el origen y la razón de cada una de las resistencias; tal como si por ejemplo, tuviéramos un gran manojo de hilos enmarañados que tenemos la intención de desenredar, lo cual sólo podremos llevar a cabo al comenzar a jalar hilo por hilo, para de esa manera encontrar aquel que vaya permitiendo el desenvolvimiento de los demás. Los cuales después servirán para ser hilvanados en una red que permitirá la comprensión del funcionamiento psíquico defensivo.
En esa misma línea, hay que considerar también que las resistencias y los síntomas también serán diferentes en cada uno de los momentos que se vayan presentando en el análisis, por lo que las intervenciones tendrán que ser adaptadas. Esta es otra razón que denota la particularidad del trabajo analítico con cada paciente.
Ahora bien, puntualizando en lo que se explicaba anteriormente, hay que retomar que en el encuentro entre analista y analizando se presenta lo que Freud (1912) denominó como “transferencia”, término que se refiere a la tendencia del paciente a relacionarse con el psicoanalista de la misma forma en la que lo hizo con sus primeros vínculos significativos, es decir sus padres o las figuras que representaron los primeros cuidados. En este sentido, Freud hizo énfasis, en que las experiencias infantiles vividas en los primeros años de vida, serán repetidas y buscarán con quienes los rodean, la satisfacción de las necesidades que no se cumplieron. Por esta razón es que mediante el análisis de la transferencia con el paciente se puede dar cuenta de la relación que tuvo con sus objetos.
El analista tiene una doble tarea, manejar el material transferencial, y trabajar el que se presenta en la relación con el paciente. Es decir tener presente el análisis de la transferencia y la contratransferencia.
De esta manera, desde esa vivencia entre la dupla analítica se va tejiendo el entramado que permite la alianza y la comunicación particular que se constituye en cada uno de los tratamientos psicoanalíticos.
Etchegoyen (1986) cita a Baranger, quien explica que la situación analítica constituye un campo común en el que derivado de la participación tanto del analista como del analizando se forma una fantasía inconsciente, que se ve configurada por el encuentro entre ambos inconscientes. A partir de dicha fantasía compartida, es que sucede lo que anteriormente ya se había descrito como “resonancia” entre ambos.
La fantasía inconsciente compartida es lo que da pie a que el analista sienta lo mismo que el paciente, para que a partir de ello surja la interpretación de ese sentir y por ese medio se evoque el insight o el entendimiento de lo que sucede en la relación transferencial. En este sentido ese tipo de conexión es lo que muchas veces permite al analista anticipar lo que el paciente va a decir e inclusive actuar, y no porque tenga la habilidad de leer la mente del paciente, sino que es el resultado del profundo nivel de conocimiento de las fantasías inconscientes. Un ejemplo de esto son: las frases, el lenguaje común y los chistes, que sólo entiende la dupla analítica.
Cabe mencionar que por su parte, Ogden (1998) refiere el mismo fenómeno transferencial con el concepto del “tercero intersubjetivo analítico” en el que señala que a pesar de la asimetría dada en la relación, el analizando junto con el analista construyen un tercer sujeto a partir de la dialéctica entre las intersubjetividades de ambos. Lo cual está dirigido al entendimiento del mundo interno del paciente.
El que el paciente exprese sus secretos más íntimos y vergonzosos es posible sólo por el tipo de vínculo establecido. Y ello gracias a que ambos se encuentran en el mismo campo y sintonía analítica.
Cabe mencionar, que aunque el analista mantenga la neutralidad que se requiere para el tratamiento, el paciente dará cuenta de algunos aspectos caracterológicos del analista. Esto no implica un error en la técnica, sino que refleja el vínculo inconsciente que se ha formado, de la misma manera que representa un logro para el paciente, ya que en la medida en que va logrando visualizar al analista como alguien no idealizado, dejando de colocarle las exigencias que estaban dirigidas hacia sus primeras figuras o hacia quienes no dieron la gratificación requerida, estará indicando que el conflicto ha cedido por la elaboración de aquello que en su momento causó el malestar.
Ahora bien, volviendo al planteamiento del principio en el que se hace énfasis en la particularidad de lo íntimo de cada análisis, considero que la acción como tal de “intimar” tiene la función en sí misma de establecer una relación cercana con el otro, es decir del analizando con el analista, (esto es de lo más importante en el análisis), ya que brinda al paciente las herramientas para interactuar: que van desde el compartir, confiar, tolerar las demandas que no son satisfechas, aprender a dar y recibir afecto, hablar sobre los sentimientos generados en la relación analítica, entre otros; dejando en el paciente la capacidad para establecer relaciones duraderas y significativas en su vida cotidiana.
Y es que el interactuar de manera cercana, permite que como diría Lacan, el sujeto se conozca a partir de la interacción con otro (Etchegoyen, op. cit), es decir, desde lo que resuena y se moviliza durante dicho encuentro. Razón por la que se considera al psicoanálisis como la terapia mediante la cual se prioriza el entendimiento del mundo interno del paciente a partir de la dinámica analítica que se presenta.
El objetivo de un psicoanálisis es provocar que el paciente se coloque en una posición autoreflexiva que le permita conocer su mundo interno. Esta posición, que habrá adquirido durante el tratamiento, continuará después del fin del mismo sólo si el paciente logra introyectarla. Por último quisiera enfatizar lo anteriormente presentado con la frase de García (2016) en la que subraya que ”en la medida en la que puedes intimar contigo, podrás intimar con quienes te rodean”.
Bibliografía
- Etchegoyen, R. H. (1986). De la transferencia y la contratransferencia. En: Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.
- Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. Obras Completas, T. XII, Buenos Aires: Amorrortu.
- Freud, S. (1912). Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico. Obras completas, vol. 2, Biblioteca Nueva, Madrid.
- García, L. (2016). Supervisión clínica privada.
- Ogden, T. (1998). Reconsiderando tres aspectos de la técnica psicoanalítica. Revista de Psicoanálisis APdeBA.
- Racker, Heinrich (1966). La transferencia. En: Estudio sobre técnica psicoanalítica. México- Buenos Aires- Barcelona: Paidós.
- Winnicott, D.W. (1962). La integración del yo en el desarrollo del niño. En: Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires: Paidós.
Imagen: freeimages.com / Thad Zajdowicz
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