Por: José Luis Grageda
Hace algunos años, cuando llegué por primera vez a análisis, el motivo de consulta que me había llevado a buscar una terapia psicoanalítica estaba relacionado con la insatisfacción que sentía por no haber encontrado el regocijo que esperaba al haber cumplido, hasta entonces, con las metas que tenía que cumplir para encontrar el estado de bienestar que me habían prometido. En esa época, tenía poco menos de un año de haber terminado mi carrera universitaria, recibía un salario por encima del promedio de mis pares y había sido asignado, por la compañía para la que llevaba un par de años trabajando e inmediatamente después de graduarme, a un proyecto en el extranjero.
En lugar de sentirme optimista con respecto al futuro me encontraba preocupado porque el haber alcanzado a estar en donde debería de encontrarme profesionalmente en aquel momento, en lugar de hacerme sentir relativamente complacido, me hacía sentir inseguro de estar haciendo un trabajo que en algún momento me fuera a hacer sentir pleno y que, adicionalmente, me hacía sentir angustiado de lo que sería mi vida profesional de ahí en adelante, cuestionándome si debía seguir por ese camino, si debía dedicarme a otra cosa porque ese trabajo no era para mí o incluso si, en cualquier otro trabajo, yo llegaría a ser capaz de alcanzar la satisfacción profesional algún día.
Lo que una persona busca al empezar un análisis, la mayoría de las veces es poder sentirse mejor. Muchas veces no conoce la razón por la que no se siente bien, pero considera que al trabajar en su salud mental va a conseguir ese objetivo.
La salud mental es un concepto que ha sido definido por diferentes autores. Porras Velázquez, citado por él mismo en su artículo “Análisis de la relación entre la salud mental y el malestar humano en el trabajo” de 2017, la define como “Un estado de bienestar en el cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad” (Porras, 2017: 167). En ese mismo artículo, Porras menciona que la salud mental, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, es “Un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 2011, c.p. Porras, 2017: 166)
Desde el punto de vista psicoanalítico y tomando como punto de partida la perspectiva Freudiana de lo que es la salud mental, podemos mencionar que el padre del psicoanálisis no consideraba que existiera algo como un estado de bienestar pleno como al que se refiere la definición de la OMS, ya que siempre existirá algún síntoma, como un rasgo singular y humano, que no es eliminable y por lo tanto no es curable debido a que, por su naturaleza, es un malestar que insiste, persiste y resiste (Freud, c.p. Porras, 2017: 167). A lo que puede aspirar el ser humano, al no poder alcanzar ese ideal y a que no es posible establecer una frontera entre la salud y la enfermedad, es a desarrollar y/o a recuperar la capacidad para trabajar y para gozar (Freud, 2013: 7, 1005), lo que, a través del tiempo y por las diferentes traducciones que han hecho diferentes autores de los escritos de Freud, ha evolucionado hasta nuestros días como la capacidad de amar y trabajar.
De las primeras cosas que recuerdo haber escuchado de mi analista con relación a este tema, después de varios meses de análisis, fue que “Dos de las decisiones más importantes que una persona tiene que tomar en la vida son a qué se va a dedicar y con quién la va a compartir” (Biro, 1999). Esa frase se me quedó muy presente, pero creo que con el paso del tiempo ha ido tomando más sentido que el que tuvo el día que la escuché por primera vez. Ahora puedo entender que a lo que se refería Carlos cuando hizo ese comentario era que, en la búsqueda de alcanzar mi salud mental, tendría que trabajar en definir que era a lo qué me quería dedicar profesionalmente, así como con quién y de qué manera iba a compartir mi vida, porque definitivamente en ese momento no tenía clara ninguna de las dos cosas.
El objetivo de este trabajo, que por su gran amplitud trataré de dividir en cuando menos dos partes, es el de tratar de profundizar en algunos de los retos con los que tiene que lidiar el ser humano cuando se enfrenta a conflictos relacionados con el trabajo y con el amor, en una búsqueda por alcanzar “Estados de bienestar emocional por periodos más prolongados de tiempo” (Biro, 1999) ya que la aspiración de alcanzar un estado de bienestar pleno y permanente no es una aspiración realista ni alcanzable, algo en lo que yo, por cierto, estoy totalmente de acuerdo.
Han pasado muchos años desde que me enfrenté a aquella crisis existencial que describí brevemente en los párrafos anteriores y con el paso del tiempo, me he podido dar cuenta de manera personal pero también dentro y fuera del consultorio, que la vida laboral forma parte de los conflictos a los cuales se enfrenta el ser humano varias veces a lo largo de su vida, de maneras muy variadas pero frecuentemente, así que en esta primera parte del trabajo trataré de escribir un poco acerca de cómo ha evolucionado la cultura laboral hasta nuestros días, las motivaciones y dificultades a las que se enfrenta el sujeto para elegir tanto su vocación como su profesión, el apoyo que le podría brindar la orientación vocacional para lograr hacerlo de la manera más conveniente, y cómo podemos entender y apoyar al sujeto, desde nuestra práctica clínica, a lidiar con los conflictos relacionados con esta parte de su vida.
En su libro “El Superyo Productivo”, Mosquera hace una descripción detallada de la evolución que han tenido los sistemas económicos hasta llegar al capitalismo. A continuación, haré un breve resumen de lo desarrollado por el autor con relación a este tema para dar algunos antecedentes de cómo se fueron transformando las expectativas que la sociedad tiene del trabajo que desempeña el sujeto y qué es lo que éste aporta a la sociedad.
A partir de finales del siglo XV, el sistema eclesiástico empieza a ser cuestionado por lo que se consideraba que eran sus “falsos” valores religiosos y, a partir de ahí con la Reforma del siglo XVI en la que surge el protestantismo de Lutero, podemos considerar que inicia el desarrollo del Capitalismo, el cual empezará a forjar sus bases desde entonces continuado con su formación y maduración hasta llegar al siglo XIX.
A mediados del siglo XVII, cuando se firma el tratado de Westfalia con el cual se estableció un nuevo orden mundial en el que se empezó a consolidar el concepto de Estado Nación en detrimento del concepto Feudal que consideraba que los territorios constituían un patrimonio hereditario, se puso fin a algunas guerras que se habían dado por motivos religiosos por lo que también se considera que, a partir de ese momento, se sentaron las bases para el ejercicio de la libertad de religión así que desde entonces, podemos considerar que Europa quedó dividida entre católicos y protestantes.
El espíritu del capitalismo surge a partir de las ideas del puritanismo ascético, principalmente de corte calvinista, que era promovido por la ética y la moral protestante y que posteriormente fue evolucionando hasta convertirse en un ascetismo secular. Cabe mencionar que la finalidad del protestantismo era la de organizar una forma de vida que estuviera regulada por ciertos valores morales como la austeridad, la abnegación y el sacrificio por lo que el goce se conseguía a través de la “castración”.
En el ideario ético del protestantismo se pueden identificar tres palabras que tendrán efectos definitivos en la organización de la burocracia capitalista en los años que estaban por venir. Profesión, individuo y renuncia son las tres palabras a las que se refiere Max Weber, en su libro “Ética Protestante y Espíritu del Capitalismo” de 1998 y al que Mosquera hace referencia en el suyo.
Para el protestantismo, el sentido de la profesión tiene una connotación religiosa y es considerada como una misión impuesta por Dios, por lo que el ejercicio y el cumplimiento de la misma se convierte en un objetivo sagrado, así que la aspiración a alcanzar el reino de los cielos, a través del trabajo como deber y misión, tuvo una influencia significativa en el concepto de productividad que tiene el capitalismo.
Con respecto al individuo, para los hombres que se fueron formando a partir de la Reforma, era indispensable recorrer por ellos mismos el camino que los llevaría a conseguir la felicidad eterna. El camino tendría que ser recorrido de manera individual y nadie podría ayudarlo, ni siquiera la iglesia o cualquier otra práctica mágica basada en la superstición.
A diferencia del catolicismo, los puritanos le servían a Dios a través del trabajo diario y productivo, mientras que los católicos le rendían tributo por medio de prácticas mágicas y supersticiosas, cumpliendo con los sacramentos y demás mandatos de la Iglesia. Esta diferencia es significativa si consideramos que en la actualidad hay un mayor desarrollo económico en los países con tradición protestante. El abandono de la creencia de que la salvación del sujeto vendrá del cumplimiento de las reglas eclesiástico-sacramentales es una de las raíces del individualismo. El creyente protestante es un hombre preocupado de sí mismo que busca su propia salvación.
A partir de que el sujeto se empezó a enfocar en cumplir el mandato divino antes mencionado, la acumulación de bienes apareció como la señal del éxito obtenido así que, desde esa perspectiva, no había otra manera de alcanzar la salvación individual salvo que fuera a través de conseguir el éxito social. Aquí podemos identificar otra diferencia significativa con relación al catolicismo ya que la solidaridad no era un valor que el puritano ascético tratara de alcanzar, por el contrario, cada quien era responsable de su destino a partir de su forma de actuar.
La renuncia corresponde a un mandato contra las tentaciones, el ocio y el goce despreocupado de la riqueza. Su propio enriquecimiento representa la certeza de su propia salvación, siempre y cuando el sujeto evite las tentaciones y el goce de los placeres. La vida del puritano ascético va en contra del goce desenfrenado. El sujeto era solo el administrador de los bienes que Dios le había entregado y por tanto no debía gastarlo en el goce propio sino en cumplir con los deberes éticos de ahorrarlos y reinvertirlos en beneficio de su comunidad.
La concepción puritana de la vida, que favorecía la generación del capital y la conducta burguesa de sus representantes, fueron dando lugar al moderno hombre económico y desde el momento en que el ascetismo se instala en la vida profesional se empieza a construir un nuevo orden económico, que vinculado con las técnicas de producción que fueron evolucionando, terminaron siendo determinantes para la expansión del capitalismo.
Entre 1848 y principios de 1870 se considera que se vivió un periodo en el que el mundo se hizo capitalista cuando los primeros países desarrollados se fueron convirtiendo en economías industriales y, a partir de ahí, la expansión del comercio internacional y la inversión hicieron que el capitalismo tuviera el mundo a su disposición.
Con la entrada de la ciencia y la tecnología en la industria, la educación pasó a ser un factor muy importante del crecimiento económico y la producción, ya que era necesario seguir alimentando con capital humano, tanto físico como intelectual, al sistema que ya estaba funcionado, así que la educación se convirtió también en un canal, a través del cual, se pudo ir dando un adoctrinamiento paulatino de la ideología en la que se basaba el sistema capitalista y que más adelante pudo ir formando una instancia, basada en la cultura, que fue cambiando a través del tiempo y que Mosquera identifica como el “Superyo Productivo”.
De acuerdo con Hobsbawm, en su libro “La Era del Capital” (c.p. Mosqueira, 2022: 107), hacia mediados del siglo XIX, cuando la moralidad, que se basaba en la abstinencia; la moderación y la represión, empezó a entrar en conflicto con la realidad del éxito de la burguesía, se empezaron a generar tensiones muy fuertes. Se empezó a dejar de vivir en una economía familiar de escases para comenzar a vivir en una sociedad de tentaciones en la cual los objetos empiezan a sobrepoblar el mundo y el objetivo original de acumular a través del ahorro se transformó en el acumular a través del gasto. La burguesía detentaba su poder y superioridad gastando y hacia el último cuarto de siglo se incrementó el conflicto ambivalente entre el sacrificio y el hedonismo y entre el esfuerzo y el placer pasando del mandato del “debes renunciar y producir” al de “debes producir para gastar”. De acuerdo con Eagelton, en su libro “La Cultura y la muerte de Dios”, de 2017 (c.p. Mosqueira, 2022;107), el capitalismo siempre ha necesitado de ciudadanos que fueran creyentes en casa y agnósticos en el mercado. Esta contradicción nos permite identificar la paradoja propia del funcionamiento del “Superyo Productivo” en el que se proclama el imperativo goce asociado al consumo y al mismo tiempo existe una fuerte presión para producir, trabajando sin limitaciones, de preferencia en aquello que genere el mayor rendimiento. La contradicción antes mencionada, parece resolverse con la transformación de un nuevo mandamiento del Superyo productivo, “Debes Consumir y producir tu propio goce”. (Mosqueira, 2022: 108)
Dentro del contexto del conflicto entre la evolución de la filosofía capitalista y la ética protestante, que poco a poco iba quedando de lado, el egoísmo empezó a ubicarse como una de las motivaciones que movilizaba al sujeto de esa época, quien buscaba la mayor acumulación de bienes que le fuera posible para poder ser reconocido. De acuerdo con Mosqueira, la burguesía se fue colocando como un estado de superioridad de la evolución humana ya que alguien era considerado burgués siempre y cuando pudiera demostrar la superioridad de aptitudes y virtudes que le otorgaban una superioridad moral parecida a la promovía el puritanismo ascético, pero a través de los negocios.
De acuerdo con Hobsbawm (c.p. Mosquera; 2022, 109), la toma de distancia que el Capitalismo fue tomando con respecto a la moral puritana basada en la abstinencia llevó, a través de un largo periodo, a un rompimiento definitivo en el último tercio del siglo XX cuando terminó de instalarse una época del consumismo masivo que sólo podría ser sostenida, siempre y cuando la sociedad en general y el individuo en particular se dedicaran a producir todos los bienes y servicios posibles, recibiendo a cambio una retribución correspondiente al cumplimiento de dicho objetivo, lo que, al mismo tiempo le permitiría consumir lo producido. Con el paso del tiempo, el tipo de consumo evolucionó de uno que tenía el objetivo de poder exhibir socialmente lo que se estaba consumiendo para pasar a otro que lo que buscaba era poder consumir experiencias. El propósito de ese nuevo tipo de consumo era el de satisfacer al sujeto desde otros aspectos más allá del de la ostentación, como por ejemplo, el de poder satisfacer sus “necesidades” emocionales y corporales; sensoriales y estéticas; lúdicas y comunicativas; que fueran reales o creadas, lo que permitió que el consumo pasara a ser dominado por el exceso en la búsqueda de la felicidad de la que según sus creencias había sido privado, y la cual tenía que recuperar a través de trabajar en aquello que le pudiera traer el mayor rendimiento económico posible.
Como resultado de los cambios socio-económicos descritos anteriormente, el Superyó cultural sufrió algunos cambios en algunas de sus funciones como en el ideal del yo, la moral y la observación de sí mismo. De acuerdo con Mosquera, “la mutación decisiva en la dimensión superyoica consiste en que los imperativos se encuentran dominados, no ya por el “deber-ser” como producto de la renuncia que impone a su vez otras renuncias, sino por el “deber-gozar-ser productor de la propia satisfacción” (c.p Mosquera, 2022: 68) y en este nuevo mandato no sólo se debe gozar siempre y en todo momento, sino que se prohíbe no gozar, lo cual en sí mismo es un mandato inalcanzable porque para gozar siempre y en todo lugar el sujeto tendría que ser capaz de elegir todo y aunque tiene el permiso cultural de hacerlo va a fracasar en el intento, ya que como menciona Mosquera, “la propia lógica de la elección implica, al mismo tiempo, una renuncia” (Mosquera, 2022; 66).
De acuerdo con Freud, “toda civilización ha de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos” (Freud, 2013: 22, 2962) así que los cambios que la sociedad y la cultura han sufrido desde entonces, llegando hasta el punto en el que la renuncia al goce es criticada, podemos suponer que esto ha tenido un impacto en los individuos que forman parte de esa civilización, sobre todo, porque como menciona también el padre del psicoanálisis: “El instinto reprimido no cesa nunca de aspirar a su total satisfacción, que consistiría en la repetición de un satisfactorio suceso primario y todas las formas sustitutivas o reactivas, y las sublimaciones son insuficientes para hacer cesar su permanente tensión.” (Freud 2013: 18, 2528). De acuerdo con esta propuesta siempre habrá una diferencia entre el placer de satisfacción hallado con respecto al deseado y es por esa diferencia que siempre existirá una sensación de insatisfacción asociada con la imposibilidad de alcanzar la satisfacción absoluta, por lo que podríamos reconocer en la naturaleza del ser humano una sensación de insatisfacción crónica y permanente.
Silvia Ons, en este sentido, considera que el ser humano le atribuye a su vida, a su suerte, a su destino, a su pareja o a la gente de su entorno esa insatisfacción que, en realidad, no proviene de factores externos, sino que proviene de su propia constitución y eso imposibilita que pueda alcanzar la felicidad plena (c.p. Mosquera, 2022: 82).
En su artículo de 1930, “El Malestar en la Cultura”, Freud comparte algunas técnicas para disminuir la intensidad del sufrimiento inherente del ser humano. Una de ellas, propone, utiliza los desplazamientos de la libido que son permitidos por el aparato psíquico y que le otorgan cierto grado de flexibilidad a su funcionamiento, cuyo objetivo sería el poder orientar hacia otro lado los fines instintivos con intención de que no puedan ser alcanzadas por las prohibiciones que vienen del mundo externo. La sublimación sería uno de los mecanismos propuestos por Freud para poder alcanzar dicho objetivo. El éxito de la técnica propuesta por Freud, según el autor, depende de que el sujeto pueda acrecentar, suficientemente, la ganancia de placer que le genera el trabajo psíquico e intelectual y si lo logra, los factores externos tendrían un impacto menor en el malestar crónico del sujeto. En ese mismo artículo, Freud menciona que el punto débil de la técnica antes mencionada es que sólo es aplicable para algunos cuantos ya que requiere que el sujeto cuente con algunas capacidades y aptitudes particulares que no son habituales universalmente, en la medida que sería necesario, y aún en aquellos que, si cuentan con las herramientas necesarias, esta técnica no les alcanza a otorgar una protección absoluta contra el sufrimiento.
En ese mismo artículo y con relación al trabajo, Freud menciona que éste tiene una importancia significativa en la economía libidinal. Refiere que ninguna otra actividad de la vida del sujeto lo enlaza tan fuertemente a la comunidad humana lo que le permite “desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aún eróticos de la libido” (Freud, 2013, 22: 3027), además alude que “la actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, es decir, cuando permite utilizar, mediante la sublimación, inclinaciones preexistentes y tendencias instintuales evolucionadas o constitucionalmente reforzadas” (Freud, 2013, 22: 3027) aunque indica también que el ser humano no le da la importancia que el trabajo tiene como fuente potencial de goce y que, en su mayoría, termina realizando un trabajo más por necesidad que por ser una actividad que puede ser motivo de mucho placer.
Desde el punto de vista de Wender hay tres elementos que convergen para formar una vocación, los cuales se tienen que elaborar y después integrar en armonía. Las circunstancias del pasado del sujeto, así como de sus objetos primarios y el pasado fantaseado o la “biografía imaginaria” de los objetos internos, deben de ser elaborados con intención de generar una base histórica individual, lo que generará algunos requerimientos pulsionales del sujeto que buscarán expresarse sublimadamente. Si a lo anterior le agregamos el aporte que hacen otros factores, como los medios cultural, social y económico, así como las identificaciones ambientales y se logra una conjunción básica de estos tres elementos el sujeto podrá tener la posibilidad de elegir una vocación y en su momento, una profesión que le sea satisfactoria.
Con respecto a la elección profesional, la orientación vocacional puede ayudar al sujeto a lidiar con un conflicto intrapsíquico que gira alrededor de la consolidación de la identidad y de la dinámica entre el deseo y el “deber-ser” que se presenta al momento de tomar una decisión de futuro tan importante como esa. De acuerdo con de Katz, la orientación vocacional se puede definir como la “Especialidad de la psicología que estudia y ofrece un recurso preventivo y/o asistencial para la elaboración de la conflictiva humana que se cristaliza alrededor del establecimiento de un proyecto futuro y la elección de una carrera o trabajo. Es un momento crítico que puede darse en todas las etapas del ciclo vital.” (de Katz, 2001: 460).
De acuerdo con la definición de la autora y a lo que presenta en su trabajo, la orientación vocacional no se enfoca solamente en apoyar al sujeto en la elección de carrera sino también, en otras etapas de la vida, en la posibilidad de que pueda replantear su vida profesional, aunque podemos reconocer, principalmente, que en la adolescencia es cuando se presenta uno de los momentos de vida más significativos en ese sentido.
La propuesta de de Katz es que se tomen en consideración ciertas nociones teóricas para el estudio, la investigación y la práctica clínica relacionadas con esta especialidad y a continuación trataré de hacer un listado de algunas de las que ella propone tomar en consideración.
Desde el punto de vista teórico, propone tomar en primer lugar la noción de conflicto, tema que es estructurante del sujeto. En particular, propone considerar el conflicto vocacional y la temática misma de una elección de futuro como esa, ya que ambas representan una de sus expresiones clínicas. Normalmente, lo podemos identificar tratando de responder a la pregunta de qué le pasa al paciente, lo que genera también la posibilidad de que él mismo se empiece a plantear esa pregunta.
En segundo lugar, desde la perspectiva teórica, de Katz propone incluir la noción de estructura psíquica y particularmente la noción del Yo, no sólo el Yo de funciones, que podría ayudar a generar un diagnóstico de habilidades, sino el Yo como base de las identificaciones. Desde el punto de vista del Yo de funciones, es necesario que el sujeto cuente con un Yo bien integrado, con capacidad de adaptación, de síntesis, de capacidad reflexiva, de autoobservación, de juicio de realidad y de categorización de la información. Por otro lado, con respecto a la línea de identificaciones del paciente, es importante explorar, junto con él, cómo están construidas sin limitarnos solamente a las figuras materna y paterna, sino tratando de extender la investigación a la familia extendida y a otras figuras importantes de identificación del paciente.
Sabemos que la adolescencia es la etapa en donde el sujeto trata de integrar su propia escala de valores. La disputa entre los ideales y los deseos de diferenciación con los ideales familiares son elementos que tienen una influencia muy significativa en la estructuración de la identidad y al estar muchas veces enfrentados, dificultan también la posibilidad de que el sujeto pueda tomar una mejor decisión, así que la autora propone considerar los ideales, el ideal del Yo y los modelos identificatorios del sujeto, que son los que sustentan la problemática referida, a la integración de los valores e ideales propios.
Una temática constante que aparece cuando el sujeto se enfrenta al conflicto de la elección vocacional, especialmente en la adolescencia, es el logro de la autonomía del sujeto y los procesos que realiza para poderse diferenciar. En este sentido, de Katz menciona que es importante que en el proceso de la toma de decisión el sujeto pueda asumir la responsabilidad de, cuando menos, algunas de las actividades relacionadas con el proceso para poder elegir, como por ejemplo, el salir por su cuenta a buscar información sobre las carreras que más le atraigan y, de acuerdo con de Katz, “no se podría dar por terminado el proceso de orientación sin que eso suceda o sin que se pueda trabajar en las inhibiciones o dificultades a accionar de manera independiente, fuera de la órbita de la familia o de la escuela, ya que estos temores encubren, muchas veces, niveles de dependencia afectivos más primarios” (de Katz, 2001: 465).
Por otro lado, de Katz hace una descripción de algunos de los elementos que pueden obstaculizar o perturbar el proceso de elección vocacional. Las ansiedades esquizoparanoides pueden ser uno de estos elementos. En ocasiones se puede observar una sobre idealización de una carrera que se da para disfrazar el miedo que siente el sujeto para elegir otra con libertad, valorando, desde una perspectiva más realista, las ventajas y desventajas de la misma. El miedo al futuro y al no poder con los retos por venir, de manera más frecuente presentes en la adolescencia y en personas en las que se presentan sentimientos de incompetencia y minusvalía, también puede interferir en la toma de una decisión adecuada. Finalmente, también se podrían mencionar factores adicionales que podrían obstaculizar el proceso, como podrían ser problemas agudos de autoestima, duelos no resueltos y en general todo lo que, desde el mundo interno y/o externo del sujeto, esté estorbando sus propios procesos de individualización y limitando su capacidad de autonomía que son elementos básicos en el proceso de elección profesional.
Wender considera que es importante aclarar que “la profesión es la expresión instrumentada de la tendencia vocacional” (Wender, 1969: 71) aunque reconoce que no siempre es así ya que hay profesiones que no están relacionadas con la tendencia vocacional de una persona determinada, y esto se puede deber a diferentes factores como la elección de un trabajo impuesto o heredado por parte del entorno, el desconocimiento de la importancia de explorar y descubrir la propia vocación para poder elegir un trabajo que esté alineado con ésta, por la falta de oportunidades laborales relacionadas con la vocación personal o incluso por necesidad, lo que podría traer frustraciones importantes para el sujeto.
Siguiendo la propuesta anterior de Wender, en caso de que una profesión no alcance a cumplir con los deseos inconscientes que el sujeto trata de cumplir a través de su trabajo y/o que éste no le permita satisfacer la descarga de sus demandas pulsionales, es posible que el sujeto viva su vida profesional de manera significativamente insatisfactoria lo que lo podría llevar a vivir estados emocionales difíciles de gestionar. Si lo anterior llegara a suceder, el remanente de impulsos que no pudieron ser descargados buscarán sublimaciones o canales alternativos para lograr la descarga lo que podría ocasionar que la persona busque complementar su vida con otras actividades, como podrían ser los hobbies, o que busque hacer un cambio en la profesión o incluso en la orientación vocacional previamente elegida. Como ejemplo de lo anterior, Wender menciona que, por ejemplo, ciertas tendencias vocacionales aparecen cuando una persona ha terminado “oficialmente” el ejercicio de su profesión, como cuando se jubila.
Desde mi punto de vista, podría ser más común que suceda un caso como el que menciona Wender, como ejemplo de una persona que decide cambiar de profesión en algún momento de su vida debido a que, al terminar oficialmente el ejercicio de su profesión, se libera de la carga real (Económica, Social, Cultural, etc.) y emocional (Autoestima, Identidad, Ideal del Yo, etc.) que representa para cada uno el trabajo que realiza. Sin embargo, es importante tomar en consideración las condiciones particulares de cada sujeto para identificar cuáles son aquellos conflictos relacionados con su elección vocacional y/o de su situación profesional para que, desde nuestra posición como analistas y a partir de ahí, podamos acompañarlo a identificar las opciones que tiene disponibles para la resolución del mismo.
De acuerdo con Wender, “Si nuestra identificación con el paciente es adecuada y empática, tendremos un oído afinado para percibir el cúmulo de voces internas del paciente, aquellas auténticas que saben “vocar” constructivamente, y nuestra tarea es devolver el llamado a quien corresponde y poner así en comunicación al objeto vocante con el sujeto vocado para que éste pueda encontrar una respuesta vocacional productiva y reparatoria” (Wender, 1969: 95) en cualquier etapa de su vida y que, después de haber escuchado esa voz, el sujeto pueda tomar su propia decisión con respecto a qué hacer habiéndola conocido.
En su artículo de 1930, “El malestar en la cultura”, Freud menciona que el ser humano “ha sacrificado un trozo de felicidad y satisfacción a cambio de conseguir algo de seguridad” (Freud, 2013: 3048). Este planteamiento Freudiano puede aplicar perfectamente si tratamos de entender las motivaciones que pudo tener un sujeto para elegir una profesión en lugar de otra que pudiera haberle generado una mayor satisfacción. Si a lo anterior le sumamos que por su naturaleza es imposible que el sujeto alcance la satisfacción plena, entre otras cosas debido a lo expuesto anteriormente en este trabajo, tenemos que acompañar al sujeto a que reconozca y se haga responsable de las decisiones que ha tomado y que podrá tomar todavía en el futuro respecto a su vida profesional con intención de que deje de atribuirle al mundo externo las frustraciones asociadas a su elección vocacional y que, al mismo tiempo, también se dé cuenta de que en sus manos está cambiar la situación a la que se está enfrentando.
A partir de aquel momento en el que Carlos hizo aquella intervención relacionada con la importancia que tiene para la vida de una persona el tomar una decisión consciente de cuál quiere que sea su profesión, sembró en mí la semilla que me permitió cuestionarme, años más tarde de haberme enfrentado al dilema de haberla tenido que tomar por primera vez, si la vocación elegida y su instrumentación, en lo que ya era mi profesión, quería que fuera algo permanente. Años después de que la semilla sembrada por mi analista empezó a germinar y de haber tenido la posibilidad de reflexionar acerca de ese tema, de darme la oportunidad de cuestionar y de replantear, poco a poco, las decisiones que había ido tomando a lo largo de mi vida, estoy aquí habiendo dejado ya mi profesión anterior y en proceso de formarme para que, en un futuro, pueda ejercer una profesión diferente, ahora como psicoanalista.
Bibliografía
- Biro, C. (1999). (J. Grageda, Entrevistador)
- de Katz, M. C. (2001). Orientación Vocacional: Enfoque Psicoanalítico. (APdeBA, Ed.) Psicoanálisis, XXIII(2), 459-484. Obtenido de https://www.psicoanalisisapdeba.org/descriptores/caso-clinico/orientacion-vocacional-enfoque-psicoanalitico/
- Freud, S. (2013). El malestar en la cultura (Vol. 22). (L. Lopez Ballesteros y de Torres, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores.
- Freud, S. (2013). El método psicoanalítico de Freud (Vol. 07). (L. Lopez Ballesteros y de Torres, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores.
- Freud, S. (2013). El porvenir de una ilusión (Vol. 22). (L. Lopez Ballesteros y de Torres, Trad.) Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
- Freud, S. (2013). Más allá del principio del placer (Vol. 18). (L. Lopez Ballesteros y de Torres, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI Editores.
- Mosquera, O. (2022). El Superyo Productivo. Buenos Aires, Argentina: Letra Viva.
- Porras Velazquez, N. (2017). Analisis de la relación entre la salud mental y el malestar humano en el trabajo. Recuperado el 30 de Abril de 2023, de Equidad y Desarrollo: http://dx.doi.org/10.19052/ed.4173
- Wender, L. (1969). Psicoanálisis de la vocación. Recuperado el 30 de Abril de 2024, de Psychoanalytic Electronic Publishing: https://pep-web.org/search/document/REVAPA.022.0069A?page=P0069
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