Por: Jonatan Morales

“Maybe not today, maybe not tomorrow, and maybe not the next month, pero only one thing is true: I will be champion one day, I promise. I promise.” Brandon Moreno (citado por Spencer, 2021)

Me gusta pensar que los conocimientos más profundos se pueden adquirir y comprobar en la cotidianidad y simpleza de la vida. Por eso decidí comenzar este trabajo con las palabras que dijo Brandon Moreno el día que perdió la pelea de campeonato de artes marciales mixtas de la UFC, el cual ganaría un año después. Brandon es un sujeto que requiere utilizar mucha agresión para poder practicar un deporte tan violento. La mayoría podríamos pensar que su personalidad y comportamiento en el día a día es amenazante y sumamente violento, pero resulta que es lo contrario. Es un tipo dedicado a su familia, sencillo, tranquilo, disciplinado, no tiene vicios y es bastante carismático. Entonces, ¿qué es lo que hace que Brandon sea un sujeto que sabe controlar tan bien sus impulsos agresivos?

Es importante mencionar que la agresión es una pulsión en sí, pero que no es intrínseco que tenga que estar ligada a la pulsión de muerte. Por lo tanto, la agresión puede tener otros fines y no forzosamente incluye la destrucción del mundo interno o del mundo externo. Considero que hay que recordar que el significado de lo agresivo se ha tergiversado, simplificándolo a actos violentos o destructivos, y que ha perdido las cualidades de: ir hacia, aproximarse, dirigirse o acercarse. Tomando en cuenta esto último, podemos ver que la agresión es aquello que nos impulsa en la vida a realizar una acción. La palabra agresión en un principio se refería al movimiento y tan solo en una de sus modalidades, se encuentra la acción de atacar.

En su diccionario de psicología general, Galimberti propone la definición de agresión como “el comportamiento del animal y del hombre orientado hacia metas lesivas o destructivas u objetivos que requieren la superación más o menos violenta de obstáculos” (Galimberti, 2002, p. 33). Asimismo, Galimberti habla de que en la psicología se ocupa más el término de agresividad y destaca el significado que se maneja en psicoanálisis propuesto por Laplanche y Pontalis en su diccionario de lenguaje psicoanalítico: “la agresividad es la tendencia o conjunto de tendencias que se actualizan en conductas reales o fantasmáticas dirigidas a dañar a otro, a destruirlo, a contrariarlo, a humillarlo, etc. La agresión puede adoptar modalidades distintas de la acción motriz violenta y destructiva; no hay conducta, tanto negativa (rechazo de ayuda, por ejemplo) como positiva (por ejemplo, ironía) como efectivamente realizada, que no pueda funcionar como agresión” (Laplanche, 1983, p. 13).

Por el contrario, cuando hablamos de violencia, hay que poner énfasis en que esta contiene una hostilidad que busca dañar o destruir al objeto. Nuevamente, apoyándonos en la definición de Galimberti, nos dice que en psicología la violencia “se considera como una figura de la agresividad que se registra en reacción a verdaderas o presuntas injusticias sufridas, como intención de realizar la propia personalidad, o como incapacidad de pasar del principio del placer al principio de realidad, con la consiguiente intolerancia a la frustración” (Galimberti, 2002, p. 1093).

Freud clasificó a la violencia entre las figuras de la pulsión de muerte, en contraparte a las pulsiones de vida que tienen como base la autoconservación y la sexualidad. Entonces podemos entender que la violencia es una expresión de la pulsión de muerte y no solo se manifiesta de manera física, sino que encuentra vías de expresión donde el fin de dicha pulsión es el de dañar y eliminar al objeto amenazante.

Hasta aquí creo que queda claro que no toda acción agresiva es violenta. Es importante ahondar en esta diferencia para no satanizar todas las expresiones de la pulsión agresiva. Lo pienso, por ejemplo, en las bromas las cuales pueden ser una expresión agresiva de la angustia que nos despiertan ciertos temas o personas, y nos vemos en la necesidad de manejarla con comicidad para quitarles esa carga amenazante que conllevan. Lo que es muy diferente a la broma con expresión violenta, la cual busca dañar al objeto hasta destruirlo. No voy a profundizar más en esta diferencia, porque hacerlo sería extender demasiado este trabajo, del cual podría surgir otro, que nos pudiera ayudar a distinguir entre qué es y no es una expresión de bullying.

A los seres humanos nos cuesta admitir que hay una parte en cada uno de nosotros que no tiende a la bondad, que de hecho en ocasiones sentimos placer cuando le causamos un daño al otro, aunque sea en la fantasía. Es claro que por motivos de conservación de la especie, hemos tenido que buscar distintos métodos para hacer que la mayoría reprima estos impulsos violentos. Por ejemplo, en la biblia, específicamente el quinto mandamiento dice: “No matarás” (Ex. 20:13). Carlos Biro y José Cueli, nos dicen que “Ciertamente el acto de matar rebasa con mucho a la mera privación de la vida física de otro. Existen formas más sutiles de matar. Son éstas últimas maneras de destrucción las que se revelan con mayor claridad en diversas actitudes de los padres hacia sus hijos” (Biro y Cueli, 1980, p41). Basta recordar las historias familiares de nuestros pacientes para entender como muchas veces las figuras paternas con sus diálogos y comportamientos dirigidos hacías sus hijos, llegan a un grado tan alto de violencia, que podemos ver voluntades destruidas y personalidades hechas añicos. En consecuencia, se despiertan en los hijos fantasías parricidas que pueden incluso llegar a la acción. Es por eso que a nosotros nos toca, junto con los pacientes, trabajar desde los escombros para intentar reconstruir un escenario en el cual puedan sentirse menos amenazados, desarrollarse un poco mejor y buscar la supervivencia.

Como mencionan Biro y Cueli “La agresión, en un sentido de competencia, está al servicio de la supervivencia: sin competencia no hay logros (…) En cambio, la agresión que se transforma en violencia al dirigirse contra los miembros de la misma especie constituye un elemento de extinción de dicha especie” (Biro y Cueli, 1980, p.49).

Otro ejemplo sobre la preocupación del ser humano hacia sus tendencias violentas, lo podemos ver en las cartas que se escribieron Albert Einstein y Freud, donde el primero le preguntaba: “¿Existe un medio de librar a los hombres de la amenaza de la guerra y de canalizar la agresividad del ser humano y armarlo mejor psíquicamente contra sus instintos de odio y de destrucción?” (Einstein, 1932). Era evidente que para los dos genios quedaba claro que en el ser humano hay una capacidad violenta que, si no se llega a expresar descargando en el mundo externo, se hará volcándola hacia uno mismo y el resultado será la destrucción de alguno de éstos.

Las guerras fueron la expresión más clara de la descarga de agresión y violencia en el mundo externo. ¿Pero qué podemos ver en la actualidad? A mi parecer, para nuestras sociedades ya no es suficiente con el hecho de reprimir y sublimar la agresión, pareciera que se nos demanda una completa negación de ésta y de cualquiera de sus formas de expresión, dejando así al ser humano en una postura falsa de contar solamente con contenidos positivos.

En el psicoanálisis también podemos encontrar una negación al hablar de lo agresivo, Avelino González hace un importante señalamiento “Es interesante notar que Freud jamás aplicó este modelo conceptual al impulso instintivo agresivo. Para empezar, nunca le dio un nombre a esta energía, así que realmente no hay una palabra que corresponda a la palabra “libido”, cuando se habla de impulso agresivo” (González, 2011 p. 296).

El tipo de proceso de pensamiento que ocupamos también influye en el modo en que expresamos nuestros impulsos. En el proceso primario la descarga busca ser total, es de modo inconsciente, se expresa de manera violenta e indiscriminada. Mientras que en el proceso secundario hay un manejo estructural, está presente lo preconsciente y lo consciente, ya hay una capacidad de poder diferenciar e inhibir la forma en que elegimos expresarnos, logrando así que los impulsos se actúen de modos menos violentos.

Al estar conscientes de que todo impulso lo que busca es ser satisfecho, podemos domarlo. Las frustraciones provocan agresión, pero a su vez una parte de ésta la podemos utilizar como elemento motor para el desarrollo psíquico.

Con lo anterior quiero retomar mi ejemplo inicial, cuando un sujeto como Brandon es consciente de sus impulsos agresivos, puede domarlos, evitando así ser gobernado por la frustración que puede sentir por lo que pasa en el mundo externo y caer en la violencia. Él utiliza una parte de su agresión para un desarrollo psíquico, el cual se ve reflejado en la disciplina que conlleva entrenar y practicar un deporte donde puede descargar grandes montos de agresión, los cuales le permiten evitar un desbordamiento que termine por convertirse en actos violentos.

Cuando las personas no logramos expresar de algún modo nuestros impulsos agresivos, comúnmente nos percibimos siendo víctimas de las circunstancias y terminamos expresando esta negación a modo de actings. Ahora, con lo que expongo, no estoy queriendo decir que todos deberíamos practicar o expresar nuestros impulsos agresivos del mismo modo, pero sí, que debemos ser conscientes de ellos. Esto no sólo nos sirve a modo personal, también nos puede ayudar para nuestra labor como analistas, para poder entender el funcionamiento y el modo en que expresan nuestros pacientes sus impulsos agresivos, en qué contexto se desarrollaron, cómo es que los manejan y qué utilidad les pueden llegar a dar.

¿Qué pasa con todo ese contenido dentro de nosotros que no encuentra una vía de expresión externa? Como ya lo veíamos anteriormente, lo que no se descarga afuera, se hará hacia dentro. Creo que la válvula de escape que hemos encontrado para no terminar destruyéndonos a nosotros mismos, es la proyección. Por lo cual podemos ver constantemente la acción de culpar a otros, de señalarlos de actuar de maneras que violentan y amenazan a los demás, que ponen en riesgo la estabilidad y los valores sociales de la actualidad. Negamos nuestra propia violencia y la proyectamos en el otro, culpándolo y logrando así justificar comportarnos de modos donde buscamos dañar o intentamos destruir a estos supuestos objetos amenazantes. El modo que se utiliza actualmente es buscar alienarlos por medio de la cancelación (funándolos).

Es difícil hacernos cargo de nuestro contenido cuando estamos tan enfocados en culpar a otros, las redes sociales han ayudado a que perdamos el juicio de realidad, sumiéndonos en un mundo donde operan reglas muy distintas. Nos brindan la oportunidad de descargar nuestra agresión de un modo en el cual, en su mayoría de las veces, no tenemos que hacernos cargo de confrontar las consecuencias. Las expresiones que podemos ver son extremadamente violentas y provienen de personas que en la cotidianidad no parecieran capaces de expresarse de esa manera.

¿Pero qué es lo que predomina en nuestros tiempos como expresión de lo agresivo cuando nos encontramos frente a la mirada del otro? Podemos enmascarar nuestra agresión de muchos modos, pero la careta que nos es más efectiva en las sociedades donde se le da un valor positivo al estatus de víctima, es aquella que oculta la intención original y parece lo opuesto. No es de extrañar que lo pasivo-agresivo sea el modo predominante en nuestras dinámicas sociales, justificándonos de tener un comportamiento diplomático (lo políticamente correcto), que nos permite ocultar nuestras verdaderas intenciones.

Josh Cohen en su artículo Siento que te sientas así ¿Por qué lo pasivo agresivo se apodero del mundo? dice “La agresión pasiva es el medio subrepticio, indirecto y a menudo insidioso por el cual expresamos antagonismo o incumplimiento al tiempo que garantizamos la negación plausible de tales intenciones” (Cohen, 2023). A mi parecer cuando la hiel esta disfrazada de miel, es muy difícil poder identificarla. Por eso es que cuando recibimos la agresión pasiva y sentimos el impulso de responder, al hacerlo de cierta manera nos terminamos sintiendo culpables, como si nuestra reacción demostrara que somos nosotros los que tienen un problema.

Cohen nuevamente menciona “En una cultura en la que los rasgos humanos complejos se convierten en forraje para juicios morales simplistas, la agresión pasiva siempre va a ser un problema de otro individuo, inadaptado.” (Cohen 2023).

Si lo pensamos detenidamente seguro cualquiera de nosotros podrá recordar algún uso que le hemos dado a la agresión. Por ejemplo, en nuestra formación como analistas se requiere de mucha agresión para poder lograr avanzar en el proceso, participar en los seminarios y para tolerar los seis años de formación, aunque eso quizás tenga que ver más con nuestro grado de masoquismo…

También en nuestra formación como analistas, hemos utilizado y tolerado lo pasivo-agresivo, ya que se encuentra presente en cualquiera de nuestras dinámicas sociales. Aunque nos es más fácil pensarlo y detectarlo con nuestras familias, amigos o en las relaciones de pareja en donde tanto palabras y gestos que aparentan ser inofensivos tienen un código que logramos detectar y descifrar que está cargado con un monto agresivo.

El reflexionar sobre esto nos permite reconocer que lo pasivo-agresivo está al acecho de todos nosotros. ¿Quién no se ha mostrado haciendo muecas, siendo terco, evitativo o ineficiente ante las demandas que nos hace el otro? Somos conscientes que lo pasivo-agresivo nos da la oportunidad de evitar expresar nuestras inseguridades y a su vez de negar nuestra agresión. Cohen considera que “La agresión es un ungüento contra los sentimientos de impotencia, una forma de asegurarnos a nosotros mismos que somos dueños, en lugar de víctimas desafortunadas, del mundo que nos rodea.” (Cohen, 2023).

Pareciera que existe una tragedia irresoluble de la condición humana, la voluntad voraz del individuo es irreconciliable con las demandas conformistas de la sociedad. Estas demandas se expresan por ejemplo a través de la moralidad que impera en el momento histórico. Nietzsche nos habla de cómo la moralidad es la forma definitiva de lo pasivo-agresivo, utilizada por las masas débiles y resentidas que buscan ceñir la voluntad de los más fuertes y creativos (Nietzsche, 1980, p. 42-46).

Dentro del espacio analítico, tenemos que señalar el comportamiento pasivo-agresivo para así lograr hacer conscientes a nuestros pacientes de que no son omnipotentes y que pueden encontrar formas de confrontar y expresar sentimientos fuertes y difíciles, sin que esto conlleve a la terrible consecuencia de destruir al otro o a sí mismos. Esto les brindará la oportunidad de darse cuenta de que esa forma de pensar está basada en el miedo infantil que conservamos de mostrar nuestra propia agresión. Así como los pacientes, nosotros mismos hemos sido testigos en nuestros propios procesos analíticos de encontrar a un otro que nos ha proporcionado un espacio libre de juicios moralistas. Pudiendo así confrontar nuestras partes más oscuras, dejando de negarlas y por el contrario, aceptándolas, trabajándolas y logrando así encontrar un alivio emocional.

Lo anterior nos puede poner a pensar como en nuestra labor analítica debemos estar al pendiente de cualquier forma de expresión de la agresión, tanto nuestra como de nuestros pacientes. Así como hacerles saber a estos últimos que el espacio que les brindamos es ese lugar seguro donde pueden expresar lo que realmente sienten y piensan. Por supuesto, respetando los límites establecidos, los cuales les darán una base para poder replicarlo fuera de su análisis.

Todo lo anterior nos lleva a comprender lo que plantea Schmidt: “En mi opinión, ha sido un problema persistente de la teoría psicoanalítica y la práctica clínica que la pesada sombra del impulso de muerte o impulso agresivo de Freud ha oscurecido la posición importante y el significado de su concepción original de un impulso autoconservativo y, por lo tanto, lo ha eliminado del campo de nuestra percepción analítica”, Cordelia sugiere que en el análisis “no debemos abordar la agresión como tal directamente, sino explorar junto con el paciente qué es lo que lo ha hecho agresivo, (…) nuestro pensamiento y percepción están, sin embargo, tradicionalmente impregnados de la noción de la polaridad de “sexualidad” y “agresión”; las múltiples tendencias de la autopreservación como formaciones psicológicamente significativas que a veces requieren análisis, ya que están ausentes de esta imagen del hombre”. (Schmidt, 2002).

Creo que es fundamental entender que, si reconocemos que en todos nosotros hay partes más oscuras que otras, y podemos aceptarlas, así como a nuestros impulsos agresivos, tenemos la oportunidad de trabajarlos y elaborarlos. Para poder entonces integrarlos y asumir lo bueno y lo malo que tenemos en cada uno de nosotros. Para concluir este trabajo, pienso que, al ser conscientes de nuestra tendencia hacia lo agresivo, podemos utilizarlo más en pro de un beneficio. Como lo es el poder confrontar las inclemencias que se nos presenten a lo largo de nuestra vida y avanzar.

Finalmente, les voy a leer el discurso que dirigió Cuauhtémoc hacia su pueblo unas horas antes de la caída de Tenochtitlán. Me parece importante que podamos imaginar la situación tan violenta a la que se estaban enfrentando y notar cómo en sus palabras utilizó la agresión en varias de sus formas. No sólo dirigiéndolas hacia la destrucción, sino también con la capacidad de poder aceptar las circunstancias en las que se encontraban y con la fuerza necesaria para brindar el aliento que permitiera aspirar a un futuro donde se pudieran restaurar.

“Nuestro sol se ocultó

Nuestro sol desapareció su rostro

Y en completa oscuridad nos ha dejado,

Pero sabemos que otra vez volverá

Que otra vez saldrá

Y nuevamente nos alumbrará

Pero mientras allá esté y en la mansión del silencio permanezca

Muy prontamente reunámonos y estrechémonos

Y en el centro de nuestro ser ocultemos

Todo lo que nuestro corazón ama

Y que sabemos es gran tesoro.

Destruyamos nuestros recintos al principio creador

Nuestras escuelas, nuestros campos de pelota

Nuestros recintos para la juventud, nuestras casas para el canto y el juego

Que nuestros caminos queden abandonados

Y nuestros hogares nos resguarden

Hasta cuando salga nuestro nuevo sol.

Los papacitos y las mamacitas

Que nunca olviden guiar a sus jóvenes

Y hacer saber a sus hijos mientras vivan

Cuán buena ha sido

Hasta ahora nuestra amada tierra Anáhuac

Al amparo y protección de nuestro destino

Y por nuestro gran respeto y buen comportamiento,

Confirmamos por nuestros antepasados

Y que nuestros papacitos muy animosamente

Sembraron en nuestro ser.

Ahora nosotros les encargaremos a nuestros hijos

Que no olviden informar a sus hijos

Cuán buena será, como se levantará Y alcanzará fuerza

Y cuán bien realizará su gran destino

Esta nuestra amada madre tierra Anáhuac.”

(citado en Torre, 2010)

 

Bibliografía

  • Biro, C & Cueli, J (1980) Los 10 mandamientos y el psicoanálisis. México: Diogenes, S.A. Cohen Josh (2023) Sorry you feel that way: why passive aggression took over the world? 1843 Londres: The Economist.
  • Einstein, A. (2 de septiembre 1932). [Carta a Sigmund Freud]. Copia en Freud, S. (2013). ¿Por qué la guerra? en Obras Completas Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu
  • Galimberti Umberto (2002) Diccionario de psicología. México: Siglo veintiuno
  • González, Avelino (2011) La agresión y el concepto psicoanalítico del desarrollo en Obras de Avelino González Fernández. Pionero del psicoanálisis en México (p. 292-298) México:
  • Laplanche, J & Pontalis, J.B (1983) Diccionario de psicoanálisis. Barcelona: LABOR. Nietzsche, (1980). La genealogía de la moral. (p. 42-46). Madrid: Alianza.
  • Schmidt Cornelia (2002) Why aggression? Metapsychological, clínicas and technical considerations, 82 (1269) Estados Unidos de Norteamérica: J. Psycoanal.
  • Spencer, (2021). Brandon Moreno took the long road to the title. UFC. Recuperado de: https://www.ufcespanol.com/news/brandon-moreno-took-long-road- title?language_content_entity=en
  • Torres, S. (2010). La Consigna de Cuauhtémoc en el siglo XXI. En Camarena, M. (coord.,); La Construcción de la Memoria Colectiva. México: Escuela Nacional de Antropología e Historia del INAH.
  • Imagen: Pexels/Pixabay