Por: Luciana Giesemann
Resumen
La relación fraterna y su representación en el inconsciente son temas fundamentales en el psicoanálisis. A través de las experiencias recientes en la clínica, observé la recurrencia de conflictos relacionados con los hermanos, manifestados en envidia, celos, duelos, lealtades y deseos. Este ensayo explora principalmente las teorías de Freud y Klein sobre la rivalidad y los celos fraternos, así como el impacto de estas relaciones en la psique humana desde la infancia hasta la adultez. Se destaca la importancia de entender las fantasías y conflictos que surgen con la llegada de un nuevo hermano y cómo estos afectan el desarrollo emocional y la relación con los padres.
Palabras clave:
Relación fraterno, inconsciente, psicoanálisis, celos, envidia, desarrollo emocional.
Abstract
Sibling relationships and their representation on the unconscious are fundamental topics in psychoanalysis. Through recent experiences in my private practice, I observed the recurrence of sibling-related conflicts, manifested in envy, jealousy, grief, loyalties and desires. This essay primarily explores Freud’s and Klein’s theories on sibling rivalry and jealousy, as well as the impact of these relationships on the human psyche from childhood to adulthood. It highlights the importance of understanding the fantasies and conflicts that arise with the arrival of a new sibling and how these affect emotional development and the relationship with parents.
Key Words:
Sibling relationships, unconscious, psychoanalysis, jealousy, envy, emotional development.
Hermanos en el Inconsciente
Alguna vez, en un seminario, escuché un comentario de manera muy coloquial sobre las conexiones inconscientes del contenido que los analizados traen al espacio analítico. Así como se dice que hay analistas a los que, por alguna razón, les llegan pacientes depresivos o narcisistas, este comentario me hizo reflexionar sobre mi experiencia reciente relacionada con el contenido que los pacientes traen a sesión: las relaciones fraternas.
Hace unas semanas, una paciente adolescente llegó muy enojada con su madre y su hermana mayor. Al profundizar en su enojo, me dijo: “Siempre he sabido que, de mis dos hermanas, a mí fue a quien me tocó menos.” Esa misma semana, un paciente de 20 años, después de meses en análisis, me dijo al finalizar la sesión: “Creo que nunca te lo he contado, pero he estado soñando con el hermano muerto que tengo… bueno, no sé si considerarlo muerto, pero mi mamá lo perdió y siempre lo menciona como el hijo que nunca tuvo.” Asimismo, un nuevo paciente me explicó durante la entrevista inicial que su motivo de consulta estaba relacionado con “la tristeza que le daba reconocer que, desde que murió su papá hace 10 años, no habla con sus dos hermanos por las inconformidades que causó el testamento.”
Estos son los ejemplos que me vienen a la mente ahora, pero la realidad es que la relación entre hermanos ha llamado mi atención de manera especial en los últimos meses debido a la frecuencia con la que este tema surge en las sesiones. Sobre todo, he reconocido todo lo que se moviliza con este tema. Por ello, me siento motivada a profundizar en la teoría psicoanalítica con la intención de aportar y repensar lo que teóricos fundamentales han aportado para enriquecer nuestra práctica psicoanalítica.
La rivalidad es una característica intrínseca del ser humano; todos competimos y nos comparamos. No obstante, dentro de un amplio espectro, existen variaciones en cuanto a la intensidad y el tipo de fantasía dominante. En el psicoanálisis, la rivalidad es un tema central, pero cada paciente es único, y sus conflictos en torno a este tema se entrelazan en una historia de vida particular. En el texto de Freud “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” (1922 [1921]) explica que:
La rivalidad tiene origen en los celos. Éstos están compuestos por el duelo, el dolor por el objeto de amor que se cree perdido y sentimientos de hostilidad hacia los rivales que han sido preferidos, y por un monto mayor o menor de autocrítica, que quiere hacer responsable al yo propio por la pérdida del amor (Freud, 1992. p. 219).
Para Freud (1922), la llegada de un hermano implica una ampliación del complejo de Edipo. Desde esta perspectiva, los celos se arraigan profundamente en el inconsciente, derivando del complejo de Edipo o del complejo de los hermanos y hermanas del primer período sexual. Al respecto, señala: “El niño es absolutamente egoísta, experimenta intensamente sensaciones y tiende sin miramientos hacia su satisfacción, en particular contra sus competidores, otros niños y, especialmente, contra sus hermanos y hermanas” (Freud, 1914). Desde este punto de vista, el conflicto central sería la pérdida del objeto de satisfacción.
En su obra “Tótem y Tabú” (1913), Freud sugiere que el asesinato del padre en la horda primitiva para acceder a las mujeres del clan es la manifestación más antigua de la rivalidad fraterna. Además, en “El malestar en la cultura” (1930), Freud argumenta que los celos y la competencia entre hermanos son fuentes primarias de conflicto que afectan profundamente el desarrollo del yo y las relaciones futuras.
A su vez, Melanie Klein (1987), plantea que en la infancia temprana se presentan fantasías sobre el interior del cuerpo de la madre, que incluyen la existencia de bebés. Estas fantasías provocan celos y envidia, llevando a ataques sádicos imaginarios hacia el cuerpo de la madre y sus contenidos. Esto genera intensos temores y ansiedades en el niño, acentuando la angustia de retaliación planteada por Klein; y a su vez, de castración y envidia del pene descritas por Freud. Nos explica que las fantasías tempranas sobre el interior del cuerpo de la madre son precursoras de los conflictos inconscientes que surgen con la llegada de un nuevo bebé. Estas situaciones de ansiedad temprana llegan a ser tan avasallantes que pueden causar inhibiciones significativas a nivel de pensamiento. La relación fraterna se percibe como una rivalidad objetal relacionada con la posesión del objeto materno.
Al reflexionar sobre la hermandad y su representación en la literatura, me encontré con las clásicas figuras de Hamlet, Caín y Abel, así como Rómulo y Remo. Cada una de estas historias aborda el conflicto universal entre hermanos y la rivalidad que puede llevar a extremos trágicos.
En Hamlet, aunque no es una historia de hermanos en sentido literal, la rivalidad entre Hamlet y su tío, quien asesina a su propio hermano para tomar el trono, ilustra cómo el deseo de poder puede desencadenar traición y violencia familiar (Salvador, 1997). La historia bíblica de Caín y Abel muestra cómo los celos y la envidia llevan a Caín a asesinar a Abel, destacando el impacto del favoritismo y la competencia y como estos pueden llevar a descargas agresivas que me atrevería a considerar incluso primitivas (Czernikowski, et. al., 2003). En la leyenda de Rómulo y Remo, Rómulo mata a Remo durante una pelea sobre la fundación de Roma, demostrando que la ambición puede romper incluso los lazos de sangre (Ríos, 2002).
Estas historias, aunque diferentes en contextos y detalles, comparten un factor común: la rivalidad innata, en ella se juega una lucha intensa entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Así como los lazos fraternos pueden unir, también pueden destruir. La fraternidad es un vínculo en el que se manifiestan los deseos y conflictos más profundos del ser humano que se pueden desplegar en toda su intensidad.
En vista de que los padres representan el núcleo de pertenencia, amor y seguridad; los hijos pueden experimentar complejas dinámicas de rivalidad y competencia por el afecto, lo que genera un entorno ambivalente amor-odio entre hermanos. A pesar del cariño que se pueda tener hacia los hermanos, el aparato psíquico suele alojar fantasías sobre quién es el favorito, el más querido o el que recibe lo mejor. La rivalidad entre hermanos es uno de los conflictos fundamentales de la existencia humana, con raíces que se remontan a la primera infancia. Lo que me resulta especialmente fascinante dentro de la teoría es que, aunque todos los seres humanos experimentan esta rivalidad, el grado y la forma en que cada individuo la vive son completamente únicos (Klein, 1957; Freud, 1922).
Por un lado, los hijos enfrentan sentimientos de dolor, exclusión y celos hacia la relación entre los adultos, una dinámica de la que generalmente están excluidos. Esto significa que ya hay un resentimiento considerable hacia la unión de mamá y papá, asimilar que existía una relación incluso antes del nacimiento del niño. A esto se suma la llegada de nuevos hermanos, quienes son percibidos principalmente como competidores, especialmente en relación con la madre (Klein, 1957).
Lo anterior me lleva a pensar en la importancia de un vínculo integrado entre la madre y el padre. Considero que es fundamental que la decisión de ejercer una maternidad y paternidad provenga de un deseo genuino de compartir ese amor y no de intentar encubrir necesidades; o aliviar tensiones personales o de la relación. Si el bebé puede percibir que predomina el amor entre sus padres, es probable que, al aparecer un hermano, pueda tolerar mejor no solo el amor entre los padres, sino también el hecho de que pueden amar a más de una persona, es decir, amar a cada hijo de una manera especial (Fasja, 2019; Klein 1957).
Desde el psicoanálisis, entendemos que no existen verdades absolutas ni reglas generales aplicables a toda la humanidad. Cada ser humano tiene una historia de vida única, lo que hace nuestra profesión tan apasionante. Esta idea aplica y se extiende de igual manera al ámbito de las relaciones entre hermanos. Para comprender la relación y rivalidad fraterna, es esencial considerar qué representa ese otro hermano, qué fantasías están en juego. Puede suceder, como comúnmente escuchamos y observamos, que la fantasía, por ejemplo, de la hija sea que el nuevo bebé varón es realmente “el deseado” por su sexo o su similitud en apariencia física, o la idea de que fue concebido porque los padres no quedaron satisfechos con un solo hijo. También existe frecuentemente la fantasía de que el hermano mayor recibió todas las atenciones por ser la novedad y gozar de los padres jóvenes y llenos de energía.
Algunos sienten con profunda tristeza que, al ser los más chicos, nada fue especial porque sus padres ya estaban cansados; otros, en cambio, se sienten privilegiados de haber sido el menor, explicando que ellos tuvieron a los padres experimentados y conscientes de que serían la “cereza del pastel”. Podríamos describir infinidad de variables existentes. Sin embargo, lo esencial es considerar todo esto como parte de lo que el analizando deposita en su mundo interno, qué imagina en torno a sus deseos y frustraciones, sus duelos y recuerdos amorosos.
Al inicio de este texto mencioné la posibilidad, casi mística, de que los pacientes se comuniquen inconscientemente entre ellos, y que el espacio analítico actúe como contenedor de todas las fantasías surgidas a partir de la hermandad. Esto me lleva a reflexionar sobre una creencia colectiva, que a mi parecer resulta muy atractiva: se dice que, en muchas ocasiones, antes de que la noticia del embarazo de la madre sea comunicada, o incluso antes de que la madre misma sepa que está esperando un bebé, el hijo comienza a mostrar un comportamiento anormal que muchas veces viene acompañado de irritabilidad, llanto, no querer separarse de su madre y experimentar regresiones significativas, como volver a hacerse pipí o querer el chupón, como si de alguna manera presintiera la llegada de un nuevo hermano. ¿Podemos considerar que los hermanos se conectan a nivel inconsciente a través de la madre?
Cuando pienso en hermanos, me viene a la mente el texto “Envidia y Gratitud” (1957) de Melanie Klein en el que nos explica que cuando se le comunica a un niño que “mamá está embarazada y tendrá un hermanito”, generalmente hay dos posibles reacciones. Hablemos de la primera: la terrible sensación de que el nuevo hermano le arrebatará todo. La noticia del embarazo de mamá puede generar una angustia abrumadora; todas las fantasías que surgen en este contexto giran en torno a la pérdida de la exclusividad del amor y la atención de la madre, que ahora debe ser compartida con otro, ya sea el papá u otras personas, en este caso, los hermanos. Esto me lleva a cuestionar si es posible que se experimenten, antes o al mismo tiempo, los celos fraternos y los celos hacia el amor entre la madre y el padre.
Ese ser humano que está por llegar, en la fantasía del hijo, viene a tomar todo de mamá. En mi opinión, uno de los retos más complejos es reconocer que el hermano intruso ha llegado para quedarse. Aquí es común que el hijo desee que la presencia del hermano sea temporal y que, más temprano que tarde, se irá, permitiendo recuperar el trono perdido (Klein, 1957). Es aquí cuando solemos escuchar comentarios de los niños, como el que alguna vez escuché de un alumno de tres años en un colegio al decir “ya quiero que se lo lleven a su casa de verdad”.
El segundo camino resulta más amoroso. Aunque pienso que vale la pena considerar si este puede surgir sin antes haber experimentado una gran envidia, que eventualmente se transforma en culpa y conduce a la “gran emoción de que mamá está embarazada y cuidará de su hermano bebé, como si fuera suyo”. Cuando esto sucede, hay un movimiento hacia la gratitud. Es aquí cuando el hijo puede experimentar cierto agradecimiento de que los padres desean repetir la experiencia de la paternidad; o de que el interior de la madre está intacto y sano para seguir procreando. Por más innato que sea el deseo de querer a mamá y papá para uno mismo, siguiendo a Winnicott (1966), confiamos en que el niño pueda percibir a sus padres como lo suficientemente buenos para seguir amándolo, incluso cuando muestran afecto hacia otros hijos también (Klein, 1957).
Por lo general, los hermanos tienden a formar una alianza entre sí, ya sea desafiando a sus padres con críticas o travesuras, o enfrentando los retos de la vida juntos, lo que les permite compartir la vida misma en todos sus matices. Esta visión, aunque no sea aplicable en todos los casos, nos permite entender la capacidad que tiene el ser humano para utilizar la envidia y la rivalidad para una transformación posterior en sentimientos de afecto y agradecimiento, y para hallar en la relación entre hermanos un sostén esencial. Para llegar a este punto culminante de gratitud, se requiere la presencia e intervención de los objetos primarios, quienes juegan un papel crucial en metabolizar la angustia del hijo y explicarle que la llegada de un nuevo hermano no invalida su propia existencia ni el amor que se le da (Klein, 1957; Block, 2020).
Dolto (1994) en su libro “El hijo único. ¿Cómo educar a nuestros hijos?” comparte una perspectiva interesante en la que se reconoce y tolera los afectos y pensamientos naturales de rechazo que los hermanos pueden experimentar hacia el nuevo miembro de la familia. En lugar de castigar estas conductas, sugiere proporcionar un ambiente contenedor de apoyo y amor en el que se comprenda que la envidia y el enojo no dañan al recién nacido ni a los padres, que pueden soportarlo. Destaca la importancia de tener figuras fortalecidas que puedan tolerar las pulsiones y fantasías agresivas del hijo. Por ejemplo, señala la necesidad de permitir que cada niño, independientemente de su posición en la familia, desarrolle su propia identidad de manera independiente y a su propio ritmo. Dolto (1994) argumenta que ciertas tradiciones como vestir a los niños de manera idéntica, en lugar de respetar su individualidad, pueden aumentar la rivalidad entre ellos.
Una de las razones por las que considero tan importante fomentar el entendimiento de la relación fraterna es porque es una oportunidad realmente enriquecedora para experimentar por primera vez y de manera constante a lo largo de las distintas etapas de desarrollo la solidaridad, compañerismo, pertenencia, adaptación y socialización. Ha sido apasionante reconocer en mi propia y corta experiencia como psicoanalista en formación que como se mencionó al inicio de este escrito, la rivalidad fraterna no acaba en la infancia. Lo comprobamos en el análisis con pacientes adultos.
En mi opinión, los vínculos fraternos no se limitan exclusivamente a los lazos de sangre, sino que también se extienden a relaciones como las de compañeros de trabajo, amigos, jefes, e incluso personas a quienes se describe como “enemigos-rivales” quienes en el plano inconsciente son percibidos como hermanos. Esta observación me lleva a pensar en un punto crucial: es común escuchar acerca de las dificultades que enfrentan algunas personas en sus entornos laborales, donde comparan de manera constante sus propias habilidades con las de sus colegas, o experimentan temor ante la posibilidad de perder su posición cuando se incorpora a alguien nuevo. Estos ejemplos reflejan la búsqueda incesante de reconocimiento y afecto, similar a la dinámica de búsqueda del amor y aprobación con las figuras primarias. En el espacio analítico, resulta esencial identificar y comprender estos patrones de comportamiento infantiles que finalmente están directamente asociados y arraigados en el mundo interno de cada individuo (Czernikowski, et. al., 2003; Fasja 2019)
Freud (1922) describe tres formas de celos, entre ellas los celos normales o de competencia, que implican sentimientos de duelo por la pérdida percibida, daño a la autoestima y hostilidad hacia el rival. Él argumenta que los celos son parte natural de la vida psíquica, desmitificando la noción de que los celos hacia un ser amado sean necesariamente patológicos, aunque reconoce que pueden volverse patológicos con el tiempo. En el texto
“Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” (1922) Freud explica que dentro de estas tres formas de celos se deriva una posible homosexualidad:
Estos celos provocan actitudes intensamente hostiles y agresivas hacia los hermanos, que podían extremarse hasta desearles la muerte. Bajo los influjos de la educación, y sin duda también por la continua impotencia de estas mociones, se llega a su represión y a una trasmudación de sentimientos, de suerte que los que antes eran rivales devenían ahora los primeros objetos de amor homosexual (Freud, 1922, p. 225).
Para Klein (1957), el primer rival del bebé es el padre, quien se introduce en la dinámica afectiva a una edad temprana. A diferencia de Freud, Klein postula que el complejo de Edipo se desarrolla en los primeros meses de vida, con el niño dirigiendo sentimientos hostiles hacia los rivales, especialmente el padre y los hermanos. Sin embargo, Klein sugiere que, si los celos no son demasiado intensos, el niño puede desarrollar relaciones más armoniosas con el padre y los hermanos, convirtiéndolos en fuentes de satisfacción y apoyo emocional en su vida.
Si pretendiera llevar este escrito a un nivel propositivo, propondría una contribución basada en Dolto (1981) y Bernat (2019) sobre cómo sí recibir la llegada de un nuevo hermano. Por ejemplo, sería valioso que, durante el momento de la lactancia materna, el padre y el hijo mayor compartan tiempo juntos para cultivar relaciones afectivas que no estén exclusivamente ligadas al vínculo madre-hijo. Reconozco que para el hijo mayor puede resultar desafiante ser testigo de cómo el hermano menor recibe la atención durante la lactancia, quedando él en una posición pasiva. Entiendo que estos momentos son inevitables e incluso beneficiosos para fomentar la tolerancia a la frustración y la conciencia de que no es el único ser en el mundo. Sin embargo, considero crucial que estas experiencias no dominen exclusivamente dentro de la dinámica familiar (Dolto, 1981; Bernat, 2019).
Una paciente recuerda que durante su infancia era enviada con su abuela los fines de semana cada vez que expresaba celos hacia su hermana recién nacida, lo cual describe como castigos de sus padres cuando hacía “berrinches”. En sesión, Fernanda, reconoce sentirse “mala” por no haber logrado superar esos celos y llega a consulta con la intención de aprender a manejarlos y ser mejor persona. Esto me lleva a reflexionar sobre la importancia de analizar cómo cada individuo ha procesado sus propios celos, ya que esto influye en su capacidad para aceptarlos tanto en sí mismos como en los demás y la manera en la que éstos son vistos según lo aprendido, consciente o inconscientemente, durante sus primeros años de vida.
En casos como el descrito con anterioridad también es común que cuando los padres no pueden tolerar sus propios sentimientos de celos, es probable que descuiden al bebé y se enfoquen exclusivamente en consolar al hijo mayor, quien puede sentirse angustiado y enfadado por la llegada del nuevo miembro a la familia, reviviendo así las experiencias dolorosas de su propia infancia. Además, si los padres consideran que los celos son algo negativo e incluso creen que no deberían existir, es posible que hagan sentir a su hijo culpable cada vez que exprese esos sentimientos, llegando incluso a castigarlo por ello, tal como sucedió con Fernanda. La vía más amorosa para abordar esta situación, aunque no siempre la más sencilla, implica comprender el sufrimiento del hijo y actuar como una figura que pueda tolerar sus emociones, incluyendo los celos, y las reacciones agresivas que estos generan. De esta manera, los padres pueden ayudar al niño a enfrentar el caos emocional que se da en el mundo interno. Dependiendo de cómo los enfrentemos, los celos pueden convertirse en una fuente de profundo sufrimiento y obstaculizar nuestra capacidad de disfrutar la vida, o bien, pueden representar una oportunidad para crecer y enriquecer nuestras experiencias (Schmideberg, 1953; Toledo, 2014; Fasja, 2019; Schmideberg, 1953).
“Lo que motiva al desarrollo, el conocimiento y la creatividad es la necesidad de descubrir el interior de la madre” (Fano Cassese, 2007, pp. 120). La madre al inicio del desarrollo es vista como un objeto de admiración, aunque también puede despertar sentimientos de envidia en el niño. Las emociones que se despiertan en el vínculo madre-hijo son la base para promover su crecimiento o para obstaculizar su capacidad de pensar y crear significados. Siguiendo a Melanie Klein (1957), la capacidad del niño para reconocer el mundo interior de su madre desde una edad temprana despierta diversas fantasías en él.
Es habitual observar a niñas que, durante el embarazo de su madre, juegan a ser “mamás” de sus propios “bebés”. Un caso que pienso puede enriquecer y ejemplificar la teoría Kleiniana es el de una alumna de 4 años, quien durante los recreos creaba un juego elaborado donde ella también esperaba un “bebé” en su vientre, imitando las acciones maternales como alimentar, cargar y cambiar pañales. Sin embargo, en otras ocasiones expresaba su enojo porque sentía que su “bebé” la molestaba con su llanto y deseaba que desapareciera, metiendo a su muñeca debajo del arenero. Un día Isa llegó muy alterada al colegio, después de que su mamá le había prohibido llevar a su muñeca-bebé, explicándole que no le pasaría nada ya que su “bebé” no era real, lo que la llevó a cuestionar su propia comprensión de la situación del embarazo y a sentirse decepcionada con su madre quien sí estaba embarazada, lo que la hacía sentirse traicionada.
Melanie Klein (1957) sostiene la importancia de experimentar cierto nivel de dolor emocional para el desarrollo de la personalidad, ya que este permite la capacidad de formar símbolos a favor del desarrollo del yo, uno que sea capaz de afrontar conflictos y tolerar frustraciones. Sin embargo, señala que un exceso o una carencia de este dolor pueden resultar en estancamiento o regresión en el desarrollo psicológico.
Cuando la madre de Isa estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo, vivimos juntas una situación en la que su madre no llegaba a tiempo para recogerla del colegio debido a un contratiempo. Isa reaccionó con angustia y expresó su temor a ser desplazada por la llegada del nuevo hermano, reflejando así el impacto emocional y mental que puede generar en un niño el nacimiento de un nuevo hermano. Isa dijo “yo creo que ya se fue con su otro bebé, ¿ahora qué hacemos?”.
A lo largo del escrito he enfatizado en que la llegada de un hermano puede generar sentimientos de dolor y angustia en el niño, pero ¿cómo enfrentamos estos sentimientos? Considero que los mecanismos de defensa desempeñan un papel crucial en esta situación. Al igual que Isa, quien intenta aliviar su dolor adoptando el rol de “hermana mayor”, tendemos a recurrir a estrategias de defensa a lo largo de nuestras vidas para sentirnos lo menos vulnerables posible. Un ejemplo común de esto es el juego infantil, donde realmente son pocos los niños que eligen ser el alumno, el paciente o el bebé, prefiriendo roles de autoridad o control como lo son la mamá, el papá, la maestra, el jefe, etc. (Klein, 1923; Dolto, 1981).
En el análisis psicoanalítico, se busca explorar el dolor y la angustia, tolerar la realidad tal como es y aprender a lidiar con la incertidumbre. Como lo describe Meltzer (1988), se trata de encontrar la verdad y aprender a enfrentarla. La relación entre hermanos revela la interacción entre amor y odio, emociones aparentemente opuestas pero que en realidad están entrelazadas en su origen.
El nacimiento de un hermano supone un gran desafío para la mente de un niño, pero un núcleo familiar predominantemente amoroso puede conducir a una transición positiva hacia la identificación y el compañerismo, evitando la envidia patológica.
En la profundidad del análisis psicoanalítico de la relación de los hermanos en el inconsciente nos encontramos con un abanico de manifestaciones entrelazadas. Los lazos fraternos no solo reflejan dinámicas familiares, sino que también funcionan como espejos de conflictos internos y deseos reprimidos. El entendimiento de la hermandad abre paso a una comprensión de la complejidad de la mente humana.
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