Por: Cecilia Alcocer
“Entre otros puntos, por ejemplo, los referidos al origen y al papel del Superyó, mucho es lo que permanece oscuro y sin respuesta.” Sigmund Freud (1930)
Partiendo de esta cita, me gustaría precisamente adentrarme en las partes oscuras y sin respuesta que menciona Freud, las cuales muchos autores han ido desarrollando y ampliando a lo largo de la historia del psicoanálisis, pero también porque el superyó es una estructura que siempre me ha intrigado desde que conocí el psicoanálisis, ya que por un lado se encuentra implicado en el alcanzar los logros más importantes que uno se propone, pero al mismo tiempo pareciera ser el encargado de no poder jamás disfrutarlos o bien de sabotearlos. De igual forma este es un tema que me he venido cuestionando a lo largo de mi camino al formarme como psicoanalista, incluso mi primer trabajo teórico trató sobre las “Expectativas Sociales” y cómo estas influían en el equilibrio emocional de cualquier individuo, ya que siempre formamos parte de una sociedad con características peculiares que no escogemos; hoy después de seis años, me siento con un poco más de conocimientos para poder adentrarme de lleno en el tema del superyó, en ese filtro con el que todos contamos para lidiar con la realidad externa, pero también para regular la interna en pos de nuestra gratificación y nuestros ideales. Nosotros como psicoanalistas, siendo también parte de una sociedad y emprendiendo el camino de formarnos, atravesamos las mismas vicisitudes que plantea el superyó a lo largo de varios años; es común escuchar durante muchas clases el chiste o comentario por parte de los maestros diciéndonos “pero que tal el superyó de los psicoanalistas que decidimos ponernos a estudiar esta formación”, y lo dicen, porque es cierto que se requiere de mucho esfuerzo, disciplina y compromiso, pero sobre todo también de mucho ideal, al igual que se van jugando las figuras de autoridad, a manera de modelaje o incluso de rebeldía, tal como lo fue en nuestra infancia en donde se conformó ese superyó.
Así mismo, lo percibo en la clínica, entre mis colegas, en el mundo que me rodea e incluso en mi propio análisis, que finalmente a todos de una u otra manera, nos latiga el superyó; tomando diferentes máscaras que se presentan en forma de angustia, de culpa, de culpa persecutoria o depresiva, de insuficiencia o bien ante la incapacidad de merecer, siendo este uno de los aspectos más inquietantes y que se ha vuelto muy taquillero en estos últimos tiempos, bajo la fantasía ilusoria de conseguir el amor propio. Lo cual se vende y pareciera ser fácil de conseguir, a través de un par de estrategias o de frases empoderadoras, pero nosotros como psicoanalistas sabemos que se trata de algo mucho más complejo, porque involucra toda la psicodinamia del individuo.
Por lo tanto, trátese de cualquier tipo de carácter, estructura de personalidad o psicopatología, el superyó siempre vendrá a ejercer su función tanto consciente como inconsciente y es por ello que cada vez que elaboramos una clave psicodinámica, hay que nombrarlo, con su respectivo apellido, sádico, persecutorio, flexible y sin embargo me da la impresión que a veces lo mencionamos de pasada sin comprender a fondo su complejidad e injerencia.
¿Pero qué es realmente el superyó? Freud empieza a desarrollarlo y conceptualizarlo, ya que le llaman mucho la atención, todas las paradojas y los enigmáticos mandatos incomprensibles de sus pacientes, así como el sentimiento de culpa, tan característico en las neurosis obsesivas y que terminan siendo equiparables a una religión privada. (Levinton, 2000).
Posteriormente, extiende su conceptualización más allá de los límites de la sexualidad, especialmente después de la primera guerra mundial, en su escrito De guerra y muerte (1915), en donde explica que la esencia más profunda del hombre, consiste en mociones pulsionales que tienen por meta la satisfacción de ciertas necesidades primitivas, sin embargo estas no suelen ser ni buenas ni malas, sino que quedan enlazadas a sus manifestaciones, de acuerdo a la relación que mantengan con las necesidades y las exigencias de la comunidad humana. (Freud citado por Levinton, 2010).
Para 1921, en Psicología de las masas y análisis del yo, Freud ya piensa al superyó como un juez interno, que además establece ideales que configurarán el sistema narcisista, lo cual nos deja ver los indicios de lo que posteriormente será el yo ideal, así como la crítica ejercida por los padres, a los que después se le suman los educadores e innumerables personas del medio social, sentando las bases de lo que será más tarde el ideal del yo. Sin embargo, aún no hay una clara diferenciación entre la instancia crítica y la que preserva al narcisismo; de igual forma el concepto de identificación, entra por primera vez como un componente importante para el desarrollo de este. (Freud citado por Levinton, 2010).
Finalmente en 1923, concluye que el superyó es el heredero del complejo de edipo y del ello, del cual se convierte en abogado; nos habla de la existencia de una instancia observadora del resto del yo, el cual es un rasgo presente en todos y no solo un mecanismo de la paranoia, lo describe como “el abogado de toda aspiración a un perfeccionamiento”; nos menciona que el superyó del niño se cimentará una vez atravesado el edipo, sobre el modelo del superyó de los padres, cargado con el mismo contenido, siendo el portador de la tradición y las valoraciones perdurables a lo largo de las generaciones. (Freud citado por Levinton, 2010, p.55).
Por lo tanto, podemos resumir a grandes rasgos, que el superyó cuenta con 3 funciones principales: la autoobservación, la conciencia moral y la función del ideal.
¿Pero cómo es que se conforman estas tres partes y cómo se diferencian? Fenichel (1984) explica el desarrollo del superyó, nos dice que se trata de un paso importante en la maduración, que tiene lugar cuando las prohibiciones establecidas por los padres siguen conservando su eficacia aun en ausencia de éstos, es decir se introyectan y toman la forma de un guardián permanente, encargado de anunciar la proximidad de posibles situaciones o de una conducta que pueda acarrear la pérdida del cariño de la madre, o bien la proximidad de ésta con carácter de recompensa, hay un conflicto entre el debiera y me gustaría. Esto me lleva a pensar en la imagen caricaturesca que muchas veces hemos visto, en las cuales alguien está intentando tomar una decisión trascendental o no y se le aparece en su fantasía un diablillo animándolo a elegir lo que desea y un angelito guiándolo a renunciar y elegir el camino del bien. Sin embargo, la complejidad del superyó nos muestra que muchas veces el diablillo puede ser el acertado y el angelito el que debe ser rechazado, todo dependerá de las dinámicas de cada aparato psíquico. Las cuales se gestaron en cada individuo con la intensidad de los impulsos que hubieron de ser refrenados y de los sentimientos hacia el adulto que reclamó tal cosa a ese niño. Originariamente el niño desea hacer las cosas que hacen sus padres, su objetivo es la identificación con sus principios e ideales no con las prohibiciones, sin embargo, estas se aceptan, como algo que forma parte del hecho de vivir de acuerdo con los padres, para llegar a sentirse semejante a estos; las prohibiciones internalizadas serán las precursoras del superyó. (Fenichel, 1984).
Posteriormente se atraviesa el complejo de Edipo, y una vez transitado, el superyó se reprime, dicha represión reinará sobre el yo como conciencia moral o sentimiento inconsciente de culpa. (Alarcón y Radchik, 2023) De igual forma toda persona heredará en su superyó, rasgos de ambos progenitores, sin embargo, la identificación más pronunciada se dará con aquel que fue considerado como el causante de las frustraciones de carácter decisivo. También entrarán en juego las cuestiones culturales de género, antes, dentro de la cultura patriarcal se consideraba decisivo, para ambos sexos, el superyó paterno y en la mujer, el superyó materno otorgaba funciones de ideal del yo, de carácter positivo. (Fenichel, 1984).
Nora Levinton (2000), en su libro El superyó femenino, explica que en la mujer el superyó deriva primordialmente de la relación de la niña con su madre, de la identificación primaria en la etapa edípica, cuando ella representa el ideal; además de que la niña internaliza un superyó asociado a las prescripciones de género que su madre transmitirá y a la vez quedarán reforzadas intensa y coercitivamente con infinitas variaciones desde lo simbólico y la esfera de lo público. Considero que actualmente en contraposición a lo que Freud planteaba como un superyó laxo en la mujer debido a la ausencia de una angustia de castración, hoy podríamos pensar incluso en una mayor exigencia en cuanto a los ideales que se le imponen a la mujer en relación con su cuerpo, su maternidad, y las esferas que ha ido conquistando en el terreno de lo público etc., pero ese es un tema para otro trabajo.
Volvamos por lo pronto al látigo que ejerce el superyó; ya que una vez instaurado se producen modificaciones en diversas funciones psíquicas, precisamente porque el temor al objeto externo puede seguir existiendo como un temor al objeto introyectado; muchas veces en la clínica, llegamos a comprobar que los padres introyectados del paciente pueden alcanzar dimensiones mucho más severas o terroríficas de lo que llegan a ser en la realidad y una vez habiendo trabajado esto durante el análisis, ellos mismos observan esta discrepancia.
Por lo tanto, la severidad del superyó va a corresponder en parte a la previa severidad real de los padres, pero por otro lado, a las relaciones establecidas entre el superyó y el ello, dependiendo de la estructura instintiva de cada persona y sus experiencias previas, ahora es él quien decide qué pulsiones o necesidades han de ser permitidas y cuáles sojuzgadas.
Alarcón y Radchik (2023) plantean que, si el padre del sujeto en cuestión fue muy severo, al instaurarse el superyó, este será sádico y el yo masoquista, en ese yo se formará una necesidad de castigo, hallando satisfacción en el maltrato, es decir en el sentimiento de culpa al cual visualizo como el látigo. De aquí también surgen las dinámicas sadomasoquistas que encuentran en el castigo la satisfacción del sentimiento de culpa.
Esto nos permite entender que los sentimientos de culpabilidad y de inferioridad, son producto de la tensión entre el superyó y el yo, sin embargo precisamente la culpa es consecuencia de la tensión entre el yo y la conciencia moral, que establece lo aceptable en relación con la sexualidad y el control de la agresividad; esto pareciera explicar la dinámica inconsciente que se da en las personas que fracasan al triunfar, tal como lo plantea Freud en su artículo que lleva el mismo nombre, donde nos dice:
“En esos casos en que los hombres enferman con el triunfo, es la frustración interior la que ha producido efectos por sí sola, y surge únicamente después de que la frustración exterior cedió lugar al cumplimiento del deseo, son los poderes de la conciencia moral, los que prohíben a la persona extraer de este feliz cambio objetivo, el provecho largamente esperado; ya que se entrama de manera íntima con el complejo de Edipo, en esa relación con el padre y con la madre, como quizá lo hace nuestra conciencia de culpa en general.” (Freud, 1916, p. 325).
Así podemos pensar que en el fracasar, en el sabotearse o bien en la incapacidad para merecer, está presente esta culpa de desobedecer los mandatos inconscientes paternos edípicos. Frecuentemente en la clínica o incluso en nuestro propio proceso, podemos observar que de pronto se han alcanzado grandes progresos, sin embargo, muchas veces hay una incapacidad para reconocerlos, disfrutarlos o bien merecerlos, precisamente porque implica dejar atrás a esos padres, a esa dinámica familiar o a la imagen que se tenía de uno mismo y es importante tenerlo sobre el radar tanto como resistencia o bien como la posible causa de un impass.
Por otro lado, debemos entender que el superyó no solo es fuente de amenazas y castigos, es también una fuente de protección y aquel que provee un amor reasegurador, es por ello que estar en buenos términos con este, es tan importante como lo fue en la infancia con los padres. Me parece que esto responde en cierta medida a mi inquietud inicial, sobre porque se juegan las dos caras de la moneda en una misma estructura. Cuando se pierde la protección del superyó, o el castigo interno es llevado a cabo, la consecuencia que se experimenta es la dolorosa disminución de la autoestima, y en casos extremos la sensación de aniquilamiento (Fenichel, 1984).
El sentimiento de inferioridad surgiría en relación con el ideal del yo, ante el incumplimiento de las expectativas necesarias para lograr la aprobación del superyó y ya hemos visto que el superyó puede adquirir cualidades muy severas en donde resulte difícil complacerlo, esto me lleva a pensar en todos los pacientes que sufren a raíz de la sensación de que sus logros o esfuerzos nunca son suficientes, muy probablemente proveniente de imagos parentales a las que fue difícil de complacer, sin embargo se internalizan y el sujeto se vive en una incansable lucha frente a un superyó voraz e insaciable.
Pienso que justamente uno puede ser un candidato, que lleva muchos años analizándose, entrenándose y sentir que la labor como analista aún es insuficiente, cuestión que lleva impresa constantemente esta doble cara de la moneda, ya que por un lado es bueno dudar siempre y estar en continuo aprendizaje, sin colocarse en el supuesto saber que nos llevaría a una postura narcisista y poco útil para ser un buen analista, pero que al mismo tiempo puede caer en dudar de nosotros mismos y no confiar en nuestros conocimientos, en nuestra propia clínica o incluso en nuestro propio estilo, considero que es una delgada línea importante de delimitar y negociar con nuestro superyó y sus ideales, para poder hacer un buen trabajo y a la vez disfrutarlo.
Esto nos lleva a pensar que la regulación de la autoestima no depende simplemente de la aprobación o el rechazo de los objetos externos, sino de complacer al superyó en sus exigencias internas e inconscientes, ya que esto traerá tanto sensaciones definidas de placer y seguridad, o de lo contrario acarrearemos con la culpa en sus diversas modalidades, ya sea con la amenaza de perder el amor de los demás o de nosotros mismos, y en el peor de los casos el aniquilamiento de la culpa persecutoria. (Fenichel, 1984)
El yo, buscará siempre evitar el dolor y mantener el equilibrio, y para liberarse de la presión que ejerce el superyó, puede repetir inconscientemente situaciones que refuercen la culpa o el castigo impuesto por el superyó dando lugar a la compulsión a la repetición y es aquí donde el superyó ejerce su látigo en todo su esplendor, ya que el individuo termina atrapado en una dinámica autodestructiva que genera sufrimiento. (Freud, 1920).
Klein determina que es la envidia la que provoca sentimientos de culpa persecutoria, ya que se teme destruir al objeto gratificador, perdiendo así el objeto nutriente, que a su vez se vive como omnipotente y este puede destruirlo en retaliación. Por ejemplo, en los trastornos límite de la personalidad, vemos claramente que existen fallas en el superyó, sobre todo en relación al control de impulsos o bien la conciencia moral, ya que muchas veces el narcisismo impera, sin embargo, suelen presentar un superyó persecutorio en relación al mismo grado regresivo de la patología, pero que no latiga menos que el superyó avanzado, ya que es retaliatorio y por lo tanto muy angustiante. (Alarcon y Radchik, 2023).
Fairbairn (1962), menciona que la culpa surge como una defensa moral frente a los objetos malos internalizados y se origina porque al niño le resulta más tolerable considerarse moralmente malo, que considerar sus padres incondicionalmente malos. Estos objetos internos, incondicionalmente malos, se convierten a su vez en perseguidores internos, los cuales explican diferentes cuadros patológicos, como lo es la melancolía y sus frecuentes manifestaciones paranoides e hipocondríacas, o bien todo lo que comprende la clínica de la psicosomática, siendo otra de las formas en las que latiga el superyó.
Se ha intentado muchas veces establecer una distinción entre el ideal del yo, y el superyó, que más bien se encarga de la amenaza, la prohibición y el castigo. Freud, plantea que estos dos aspectos se encuentran íntimamente entrelazados, como en su momento lo fueron la capacidad de amenaza y de protección por parte de los padres. (Fenichel, 1984) Levinton (2010) menciona que las normas quedan asociadas a los ideales conformando un magma de difícil discriminación, ya que los ideales se normativizan y por lo tanto su incumplimiento genera angustia. Al mismo tiempo que las normas se narcisizan secundariamente y se obtiene recompensa en la satisfacción narcisista obtenida de su cumplimiento.
Por otro lado, Janine Chasseguet, en su libro “El ideal del yo, enfermedad de la idealidad”, ve en el ideal del yo el heredero del narcisismo primario, es decir el heredero de la ilusión infantil de omnipotencia y los sentimientos de dicha asociados a ella. Explica que la separación de la madre perturba la autoestima, porque obliga al niño a hacerse cargo de su propia debilidad e independencia; esto se traduce en la distancia entre el yo y el ideal del yo, que durante el resto de nuestras vidas nos esforzaremos en salvar (Chasseguet, 2003).
También nos habla sobre las heridas narcisistas, que son inevitables en mayor o menor medida, ya que una vez que el niño alcanza la percepción clara de su situación dependiente y desvalida en el mundo, se cae la ilusión de encontrarse en una fusión perfecta con la madre y el ambiente, dejando paso a un penoso sentimiento de inferioridad. Pero el recuerdo de la grandiosidad primordial persiste en la forma de una concepción ideal de la persona, el ideal del yo, con lo cual procura modelarse el yo en desarrollo. (Chasseguet, 2003)
Por lo tanto, podemos intuir que la distancia entre el yo y el ideal del yo aborda un punto muy importante, ya que esta consistirá en el motor que nos hace constantemente proponernos nuevos retos y evolucionar; pero pareciera que se trata de una distancia óptima, media, ya que si se vive en la ilusión omnipotente e infantil de fusión con la madre y el ambiente y no se asume el desvalimiento propio, así como el esfuerzo que conlleva lograr una autonomía, inevitablemente habrá un choque con la realidad en donde difícilmente se alcanzarán logros propios, dando lugar a un profundo sentimiento de incapacidad y dependencia. Hoy en día es fácil observar, como han cambiado los estilos de crianza “positiva”, en donde se busca educar, poner límites y enfrentar a los niños con la realidad de una manera suave, con ausencia de agresión y utilizando en todo momento racionalizaciones; esto deja de lado el entendimiento de una vida pulsional interna que tiene que aprender a regularse desde un inicio, a través de la inevitable frustración que a su vez permite el crecimiento. Esto también, pareciera explicar las nuevas expectativas generacionales, que buscan continuamente evitar las dificultades que la vida plantea.
Por otro lado, si pensamos en una distancia muy grande entre el yo y el ideal del yo, tendremos enfrente precisamente este sentimiento de inferioridad o de baja autoestima, es decir la causa de muchos tipos de depresión o de vacío. Actualmente, también vivimos inmersos en una cultura que, constantemente apuesta por la perfección, a la que estamos expuestos todos los días gracias a los medios digitales; se nos impone un yo ideal imaginario, que va más allá de simplemente el género o la edad y abarca todas las esferas de vida del individuo. Se aspira a un cuerpo perfecto, una imagen impecable, saludable y, joven, a establecer relaciones fácilmente con tan solo descargar una app, a una paternidad en donde no se tenga que renunciar a nada y a la vez criar de manera adecuada, a conseguir trabajos en donde uno se la pase muy bien, pero al mismo tiempo aspirar a una economía robusta para poder consumir cada vez más; prácticamente el yo ideal actual exige y aspira constantemente a la felicidad, producto de la psicología positiva, pero que terminará conduciéndonos paradójicamente a la insatisfacción y a la patología, ya que querer extinguir el conflicto, borra la dicotomía que es parte de la esencia humana en equilibrio.
Chasseguet, bien lo describe cuando nos explica que esta inextinguible añoranza de un ideal de felicidad inalcanzable, lo que ella llama “la enfermedad de la idealidad” es la base de los logros humanos más excelsos, así como de las formas más degradadas de locura. Esto es precisamente lo que yo me cuestionaba, al ver a los atletas, en las recientes olimpiadas celebradas en París, me preguntaba como tendría que estar conformado ese superyó para lograr llegar a competir contra los campeones mundiales de su rubro, teniendo únicamente un par de oportunidades para demostrarlo, cuantos sacrificios personales estarían de por medio. Sobre todo, era muy interesante observar las expresiones emocionales de cada atleta una vez finalizada su competencia, algunos mostraban claramente como se reprobaban a sí mismos, otros aceptaban su resultado, pero no faltó quien se iba con una gran satisfacción, independientemente del resultado o del desempeño, que ya de por sí el de todos los participantes, era impresionante. De igual forma parecían estar en juego algunas variables, como el deporte en cuestión como en el caso del skateboard en donde se percibía un cierto compañerismo y admiración entre los participantes o bien la nacionalidad de estos, por ejemplo, los brasileños normalmente solían mostrarse satisfechos tras sus presentaciones, y menciono esto porque precisamente hemos visto que gran parte de las exigencias provienen de la cultura y del medio.
Resumo que debe ser siempre complicado para el aparato psíquico encontrar un equilibrio, especialmente cuando se aspira a la perfección o a ser el mejor, precisamente porque como lo indica Chasseguet (2003), la satisfacción pulsional concurre al mismo tiempo a reducir la distancia entre el yo y el ideal del yo, pero su unión perfecta es inalcanzable y por eso el deseo queda siempre insatisfecho. Es por ello que como clínicos debemos entender el ideal del yo al que nuestros pacientes aspiran, si este es realista o no con sus necesidades, si puede alcanzarlos, si el gasto de energía no lo desequilibra o lo deja empobrecido y finalmente entender el deseo inconsciente al que obedecen. De pronto pareciera que fallar es inadmisible en nuestra cultura de perfección y se nos olvida que muchas veces ese es precisamente el medio para el aprendizaje o para adquirir la experiencia necesaria para poder triunfar.
Es importante entender la presión que ejerce el superyó sobre cada uno de nosotros mismos, especialmente siendo analistas; ya sea que nos oprima a través de la culpa, de la angustia, del masoquismo o del sentimiento de inferioridad, y a partir de esto encaminar nuestro trabajo a fortalecer a ese yo; quizás no a través de simples frases prefabricadas, como “tú puedes”, pero sí a partir de aprender a identificar nuestros aciertos, las áreas libres de conflicto o donde logramos emplear nuestra creatividad, que es única, tal como lo propone Winnicott (1986) “Aceptar la realidad externa, sin perder demasiado de nuestro impulso personal”.
- Bibliografía
• Alarcón, I. Radchik, A. (2023) Sentimiento de Culpa. Primera Edición. México. Litográfica Ingramex
• Chasseguet-Smirgel, J. (2003) El Ideal del yo: ensayo psicoanalítico sobre la enfermedad de idealidad. Primera edición. Buenos Aires. Editorial Amorrortu.
• Fairbairn, R. (1962) Estudio psicoanalítico de la personalidad. Primera edición castellana, Buenos Aires, México. Grupo Editorial Lumen
• Fenichel, O. (1984) Teoría Psicoanalítica de las neurosis. Segunda edición. España. Biblioteca de psicología profunda.
• Freud, S. (1914). Introducción del narcisismo. En J. Strachey (Ed.), Obras completas, Tomo XIV. Amorrortu.
• Freud, S. (1916). Los que fracasan al triunfar. En J. Strachey (Ed.), Obras completas, Tomo XIV. Amorrortu.
• Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer. En J. Strachey (Ed.), Obras completas Tomo XVIII. Amorrortu.
• Freud, S. (1923). El yo y el ello. En J. Strachey (Ed.), Obras completas, Tomo XIX. Amorrortu.
• Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En J. Strachey (Ed.), Obras completas, Tomo XXI. Amorrortu.
• Levinton,N. (2010) El superyó femenino, la moral en las mujeres. Madrid. Segunda Edición. Editorial Biblioteca Nueva.
• Winnicott, D. (2011) El hogar nuestro punto de partida: ensayos de un psicoanalista. Primera edición, sexta reimpresión. Buenos Aires. Editorial Paidós. - Imagen: Pexels/Jeffrey Czum