Por: Mitzi Arce

Lo femenino ¿Qué es lo femenino? ¿Cómo se construye? ¿Cómo hacemos para adquirir la subjetividad sexuada, femenina o masculina?

Lo femenino es un adjetivo que se utiliza con diferentes significados, según se utilice para definir una realidad biológica, para denominar el género femenino definido con características propias de la mujer, o como categoría que se usa para definir orientación sexual e identidad de género.

Responder a los cuestionamientos iniciales es una tarea ardua y en momentos confusa, debo de confesarlo; pero es indispensable porque en nuestra labor como analistas estamos inmersos en un contexto donde cada día se hace más fuerte el discurso feminista y de género, discurso que permea la constitución de la identidad.

El concepto “género” no es un término psicoanalítico. Freud nunca utilizó esta palabra sin embargo en su obra, encontramos el par femenino-masculino.

Existen diferentes perspectivas de la construcción de género, desde las sociológicas y las antropológicas.

Marta Lamas (2000) la nueva acepción de género se refiere “al conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres. Por esta clasificación cultural se define no sólo la división del trabajo, las prácticas rituales y el ejercicio del poder, sino que se atribuyen características exclusivas a uno y otro sexo en materia de moral, psicología y afectividad”.

Es así, como se le atribuye a la mujer, por ser mujer, el campo de la maternidad y de las emociones y al hombre, lo racional y lo económico. Aunque debo de señalar que estas ideas están en transición entre las ideas tradicionales y las ideas postmodernas.   De acuerdo con lo anterior, la cultura marca a los cuerpos de las mujeres y de los hombres con ciertos significados. Es así cómo se construye socialmente la masculinidad y la feminidad, por lo tanto, podemos decir que cuerpo biológico y género no están ligados.

Judith Butler (1990) a través de su concepto de performatividad de género señala que nada es “natural” y que todo carece de valor hasta que asume un carácter social. El sexo biológico, queda remplazado por todos los significados sociales que se le asignan, por lo tanto, mujeres y hombres no son reflejo de algo “natural” sino resultado de un proceso histórico y cultural; de modo que la cultura tiene un papel en la constitución de la subjetividad del ser humano y de la consolidación de la identidad.

Por lo tanto, el “género”, que lo podría llamar género social, es una construcción social, historizable y diferente a lo anatómico.

Psicoanalistas contemporáneas como Mabel Burin e Irene Meler así como Emilce Dio Bleichmar, entre otros, han encontrado un punto de intersección entre el psicoanálisis y los estudios de género. Las contribuciones de cada disciplina permiten indagar los diversos modos de construcción de la subjetividad femenina o masculina. Mientras el psicoanálisis indaga las condiciones para que un ser humano devenga sujeto psíquico así como las transformaciones intrapsíquicas acerca de la constitución subjetiva. Los estudios de género revelan los diversos modos de construcción de la subjetividad femenina y masculina, a partir de la ubicación social de las mujeres en la cultura (Burin y Meler,1996).

Para ellas, la construcción de género se apoya en construcciones sociales que aluden a características culturales y psicológicas asignadas de manera diferenciadas a hombres y mujeres, por medio de la “socialización temprana” se incorporan pautas de configuración psicológica y social que hace posible el establecimiento de la feminidad y masculinidad.

Resaltan la importancia de entender las relaciones de poder que se establecen entre el género femenino y masculino, y cómo sobre esta relación de poder se construyen la subjetividad femenina y masculina.

Además, señalan que la categoría de género se encuentra entre cruzada con otros aspectos que influyen en la constitución subjetiva del ser humano como la historia familiar, la raza, el nivel educativo, el nivel socioeconómico, contexto social, entre otros.

Por último, no olvidemos a Freud, en 1933, en “La feminidad” menciona “El enigma de la feminidad ha puesto cavilosos a los hombres de todos los tiempos, la anatomía no es suficiente para definir lo que hace a una mujer o a un hombre, aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter desconocido que la anatomía no puede aprehender”.

¿Existe un lugar independiente del complejo de castración desde donde se pueda pensar el par femenino-masculino?

Freud plantea en Psicología de las masas y análisis del yo (1920) que el vínculo humano más primitivo es aquel que se establece en los primeros años de vida, antecede al complejo de Edipo y propone el concepto de Identificación Primaria. En el yo y ello (1923) define la identificación primaria como una identificación directa e inmediata y más temprana que cualquier investidura de objeto.

En estos textos Freud trata de entender la relación del individuo con el líder en las masas, explica que para identificarse en un grupo es importante el proceso de Idealización del objeto que es vivido como un dios. Del mismo modo los niños necesitan idealizar a sus padres para identificarse con ellos, esos padres poderosos que son parte de su mundo interno.

Para Freud la identificación primaria es correlativa de la etapa preedípica, es la forma más temprana de relación con los primeros objetos. Este proceso de identificación es el medio mediante el cual un rasgo de un Otro con el que se está relacionado emocionalmente pasa a formar parte de la propia estructura.

Ahora bien, si para el niño/a su padre es su ideal y a él se quiere parecer es porque se ha efectuado una identificación a lo idéntico, al doble, al igual al que se quiere imitar; es aquí donde vemos la constitución de la identidad de rol de género, un prototipo, al cual se toma como modelo y el “yo” tiende a conformarse de acuerdo a ese modelo (Bleichmar, 1997).

Se puede ver en el juego como a través de la fantasía los niños muestran lo que imitan de sus padres. Es común ver en la niña el juego de muñecas, juegan a cuidar al bebé a darle de comer. El niño a través de su juego expresa fuerza y agresión, juega a las luchitas, a los superhéroes, a los carritos. Evidentemente son los elementos que la cultura ha asignado a través de los roles de género.

Laplanche (1981) menciona que es el “género”, el que nos permite dar cuenta de una primera identificación del niño con los ideales masculinos o femeninos, con una figura omnipotente e idealizada como los padres.

En esta etapa preedipica la “diferencia” entre hombre- mujer y niña-niño no está determinada por la diferencia sexo biológico. La distinción está marcada entre la semejanza al igual y la diferencia respecto a otro. La semejanza y la diferencia son las coordenadas de la relación entre los progenitores y el niño/a.

La identificación del niño/a con mamá o papá le permite reconocerse como similar a aquellos del mismo género “nena, mamá, hermana, abuela” e incorpora las normas y reglas que prescriben lo que es vivenciado como “natural” y propio de las niñas y mujeres. Simultáneamente a este reconocimiento, se diferencia del otro género “nene, papá, hermano, abuelo” y reconoce las normas y reglas que son propias de los varones y hombres como ajeno y propio de lo distinto. La similitud y la diferencia le permiten reconocerse como alguien distinto y complemento del otro (Bleichmar, 1997). Las identificaciones contribuyen a la construcción del género subjetivo (Glocer, L. s/f) que surge de la asimilación exitosa de todas las identificaciones de la niñez que presupone el éxito de las introyecciones tempranas.

Ahora bien, lo masculino y lo femenino se ponen en juego en la interacción intersubjetiva, a través de esta interacción entre los padres e hijo/hija se transmite de manera inconsciente las imagos de masculinidad y de feminidad de los padres. La identificación proyectiva de las imagos paternas están puestas en juego por el sexo biológico del niño/a. Es a través del juego que podemos observar las introyecciones de la dicotomía masculino y femenino en el niño/a. En otras palabras, cada niño y niña subjetiviza de distinta manera lo femenino y masculino y se apoyan en las significaciones que la cultura construye para cada sexo biológico hombre/ mujer.

Por lo tanto, la identidad de género -la imago que el individuo tiene de sí mismo en tanto masculino o femenino, en concordancia con su anatomía- son parte importante para la construcción de la subjetividad.

Complejo de Edipo y castración

La concepción de lo masculino y lo femenino no tienen representatividad psíquica. En 1933, Freud, utiliza los términos de “activo” y “pasivo” para abordar psicológicamente lo masculino y lo femenino (Laurent, P. 2005). El par “activo” y “pasivo” hace alusión a la meta o al fin de la pulsión, es decir, las pulsiones con fines pasivos tendría que ver con lo femenino y las pulsiones con fines activos se relaciona con lo masculino.

Alrededor de la experiencia del complejo de castración lo pasivo y lo activo designa una actitud o una postura hacia la castración que decide la afiliación a lo masculino y/o a la femenino.

Recordemos que para Freud el desarrollo psicosexual era igual para los varones y para las niñas. En la niña el clítoris fue concebido como pene hipertrofiado, como una zona erógena rectora. El complejo de castración se presenta en ambos sexos, la angustia de castración no se da en la niña debido a que ésta ya ha sido desprovista del pene y no tiene más que temer. El complejo de castración hace que la niña abandone su actividad fálica para alcanzar la feminidad caracterizada por tendencias a fines pasivos (Freud, 1931-33).

Para Freud las pulsiones con fines activos y pasivos están presentes tanto en hombres como en mujeres, por lo tanto, el hombre será “femenino” en tanto busque ser cuidado o depender. La niña será “masculina” cuando busque activamente mostrar su agresión hacia los progenitores.

Conclusión

Me parece que nuestro trabajo como analista nos toca explicar los procesos psíquicos de la mente por los cuales un hombre y una mujer construyen su identidad femenina/ masculina, de acuerdo a los modelos establecidos en la sociedad y su relación con el patrimonio cultural y social de donde la madre y el padre han surgido como sujetos femenino/masculino sexuado.

En la etapa preedípica la diferencia y semejanza entre niño/niña, no recae en la diferencia genital sino en el reconocimiento de los roles en la interacción interpersonal, ej. mamá cuida, enseña, ayuda mientras el papá protege, da seguridad. Los roles que se establecen en la relación interpersonal cambian según el contexto y el momento.

En nuestra labor nos reencontramos con aquellas condiciones conscientes por las cuales un padre/madre suelen transmitir y construir la feminidad /masculinidad de su hija/o, así como los aspectos inconscientes   -opuestas a las demandas conscientes- que operan en la mente de la madre y del padre en torno a la feminidad y masculinidad; en otras palabras, una madre puede transmitirle a su hijo su propia imago de masculinidad, este último se identifica con aquello masculino que le es dado en la intersubjetividad; por lo tanto podemos resaltar que no sólo la genitalidad otorga la identidad masculina/ femenina en hombres y mujeres.

Las representaciones de la identidad de género constituida durante la etapa preedipica se reorganiza en cuanto el niño/niña perciben y le dan nombre a sus genitales, esta experiencia modifica la representación de su identidad femenina/ masculina.

La construcción de la feminidad/masculinidad depende del encuentro entre los significados asignados socialmente a hombres y mujeres y sus implicaciones subjetivas para cada uno, considerando el contexto y el momento determinado.

Bibliografía

  • Assoun, P.L. (2006). Lecciones psicoanalíticas sobre masculino y femenino. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Burin, M.& Bleichmar, Emilce (1996). Género, Psicoanálisis, Subjetividad. Paidos. Buenos Aires.
  • Bleichmar, E,D. (1977). La sexualidad femenina. Buenos Aires. Paidos
  • Butler, J. (1990). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidos
  • Freud, S (1931). XXI Sobre la sexualidad femenina. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Lamas, M. (2000). Diferencias de sexo, género y diferencia sexual. Cuicuilco.
  • Imagen: Pexels/Ron Lach