Ana Karen Álvarez

Hace algunos días alguien me compartió un artículo que como encabezado se leía “El COVID-19 ha dejado  miles de huérfanos,  unos 3,100 solo en la Ciudad de México”. (Revista Digital  Expansión Política- 2021)

Hace más de un año, que el virus del SARS-COV-2 llegó a nuestro país y ha cobrado según datos del  CONACYT, la vida de alrededor de 223,743 personas, lo que resultaría en un gran número de niños y niñas que han perdido a sus cuidadores, sin embargo aún no hay una cifra que represente el número total de niños en México y  el mundo,  en situación de vulnerabilidad y de orfandad.

Estos datos y algunas experiencias clínicas me llevaron a escribir sobre el tema de la adopción y los distintos retos  e implicaciones que esta situación conlleva para los niños y los adultos que están involucrados en este proceso. El tema de la adopción, es ya en sí un tema complejo, pues las distintas figuras que en este proceso intervienen, agregan a la ecuación un sinfín de tintes y distintos resultados.

La palabra adopción se desprende del latín adoptare, con el mismo significado. Este verbo se compone de ad- (idea de aproximación o asociación) y el verbo optar (elegir, escoger, desear), de modo que adoptare expresa la idea de elegir o desear a alguien o algo para asociarlo o vincularlo a sí mismo.  (Etimologías en Chile)

Brazelton y Cramer  (1993) dicen que  “el embarazo de cada mujer refleja toda su vida previa a los hijos o bien a la concepción, las experiencias con su propia madre y su propio padre, sus posteriores experiencias con el triángulo edípico y las fuerzas que la llevaron a adaptarse con mayor o menor éxito y por último a separarse de los progenitores”.

La experiencia del embarazo permite a la madre la reviviscencia de sus propias relaciones, en especial el vínculo con su propia madre, mismo que podrá ser diverso, es decir, reflejara el tipo de vínculo que con esta madre se pudo elaborar,  además del  deseo de esta nueva madre, que corresponde a la necesidad de resarcir distintos momentos de insatisfacción durante la niñez y la adolescencia. 

En el caso de las madres biológicas que deciden dar en adopción a su hijo, por la diversidad de factores que la lleven a tomar la decisión, representa un acto de no deseo, es decir el abandono del niño lo deja desprovisto de cuidados, alimento, protección y el holding del que nos habla Winnicot  (1993 ),  “no sólo el sostén físico del infante,  si no también toda la provisión ambiental anterior al concepto de vivir “(…) “la expresión “vivir con” implica relaciones objetales, el infante emerge de su estado de fusión con la madre, o su percepción de los objetos como externos al ser”, que sería esencial para el niño, y que al ser privado de los mismos, lo sumen en un estado desvalimiento frente a la angustia.

(Winnicott, 1987). “Un bebé no puede existir solo, sino que es esencialmente  parte de una relación”. La relación del bebé con la madre, aun cuando esta decida dar en adopción a su hijo es un vínculo que no puede romperse, a pesar de que el niño sea adoptado por una familia que lo cuide y lo proteja, en su fantasía existe la esperanza de unos padres que vuelven a buscarlo para reconocerlo. Los niños adoptados tendrán la tarea de formar relaciones con dos parejas parentales, los padres biológicos y los padres adoptivos.

Otra figura dentro de la ecuación, será la madre adoptiva que antes de decidir la adopción, tuvo que enfrentarse a la imposibilidad de ser madre, podría desde la Teoría Kleiniana, decirse que esta mujer debe afrontar las fantasías inconscientes que desde niña surgieron acerca del estado de sus objetos internos, que a diferencia del varón no pueden ser vistos, por lo cual no se puede comprobar si estos, tienen algún daño, esta fantasía se confirma con el obstáculo de la concepción. 

La  madre adoptiva pasa por una serie de frustraciones y elevados montos de culpa, que podríamos pensar tiene relación con lo que Melanie Klein (1975)  en su libro “el psicoanálisis de niños” ya había planteado sobre las niñas, “el deseo que durante la infancia vivió, de apoderarse de los contenidos buenos del cuerpo de la madre, exponiéndola así, dejando solo los contenidos malos en la madre, la hace caer en una profunda ansiedad”. Habiendo destruido, el depósito de gratificaciones que representa la madre, fantaseando la retaliación y castigo por haber odiado a la madre, con tal intensidad que ahora sus propios contenidos internos han sido dañados, apareciendo un estado ambivalente por una parte el odio a la madre por haberla provisto de contenidos dañados y por otra parte, la culpa por  pensar que fue ella y su odio, quien generó el daño a esta madre y además a sus propios  hijos internos. 

Por su parte, el hombre que decide ser un padre adoptivo, tampoco vivirá un momento sencillo, retomando a Freud (1905) durante el complejo de Edipo, el niño es invadido por  el temor a ser castrado,  debido a sus deseos incestuosos de poseer a la madre, este temor lo lleva a identificarse con el padre, para posteriormente poder acceder a otras mujeres distintas a la madre. Sin embargo no poder tener un hijo, como lo tuvo el padre genera en él, un sentimiento real de castración, además de una herida narcisista que tendrá que ser resarcida mediante objetos sustitutos, por ejemplo un hijo adoptivo, que en cierta medida podrá representar el cumplimiento del deseo de ser como su padre de forma inconsciente, pero no sin generar montos de culpa y agresión por su falta, que podrán ser proyectados en su relaciones de objeto o introyectados al mundo interior. 

Adoptar un niño en nuestro país, es un asunto que lleva un sin fin de trámites burocráticos, evaluaciones de idoneidad para poder conseguir convertirse en padres adoptivos, la situación es un tanto distinta en gestiones legales cuando es un familiar directo, no más sencillo en cuanto al vínculo y el cambio de rol que este pariente ahora tendrá en la vida del niño.

Los vínculos con las nuevas figuras parentales, que serán en realidad las tías, tíos, abuelos o cualquier familiar, que en el caso de los niños cuyos padres han muerto durante la pandemia, se conformarán distintos, pues no hay un deseo consciente  previo, ni una búsqueda, ellos también habrán de elaborar su propio duelo por la muerte de su ser querido y además por el nuevo rol que han de  asumir en la vida del niño en orfandad.

La adopción da a los nuevos  padres la posibilidad de intentar generar un vínculo con una persona que está trazada por grandes diferencias conscientes e inconscientes,  las cuales habrán de enfrentar, entre ellas,  la fantasía de ideal de hijo,  que es engendrada en la psique de los sujetos desde la infancia, agregando aspectos durante el desarrollo. El choque con la realidad de no encontrar en el hijo adoptivo el cumplimiento de estas fantasías, genera en ellos ansiedad, respuestas agresivas y culpa, si no se logra dominar el narcisismo herido, aceptando que este hijo no cumplirá con todas las expectativas anheladas.

Brazelton y Cramer (1993) explican que “los progenitores tienden a proyectar en el hijo,  partes de su propia psique”,  (…) “si bien esto puede generar una sensación de familiaridad, permitiendo el contacto y la aproximación, también puede convertirse en una fuente de angustia si se proyectan las “partes malas” de nosotros mismos”.

Los padres adoptivos pueden tener respuestas agresivas hacia su hijo, sobre todo si esperan al hijo “ideal”, este que en la fantasía, les colmará de satisfacciones y que reparará su narcisismo dañado, a causa de la  incapacidad de procrear, esperanzas que el hijo adoptado nunca podrá satisfacer a completud.

La relación de estos padres aspirantes, con el niño elegido será un proceso lleno de momentos que representarán para ambas partes, una dinámica de adaptación, entendimiento y frustración, pues en la mayoría de los casos, según Ferreira (2006) “gran parte de los niños que viven en orfanatos, esperando por la adopción, ya vivieron situaciones de riesgo, sin un adulto que les restituya simbolizaciones eficientes para mitigar los efectos desencadenados por los trágicos episodios por los que pasaron”. 

Ahora estos padres tendrán el reto de  vivir con la prehistoria del hijo, una historia que en la mayor de las veces,  tiene grandes huecos y vacíos, que en el inconsciente del hijo adoptivo, estarán presentes como una duda y un deseo de saber. Una historia que tendrá que ir poco a poco resignificándose,  o bien resignándose a desconocer, los padres adoptivos tendrán la ardua tarea de brindar a este niño la posibilidad de metabolizar las dudas y la incertidumbre que los retos de las etapas del desarrollo representen, de proporcionar su propio Yo, dotando al niño de herramientas mentales para digerir los nuevos contenidos y elaborar los duelos por las ausencias. 

Misma tarea que tendrán los familiares de los niños huérfanos a causa de la pandemia, acolchonar el camino de dolor, el trauma y la angustia persecutoria que en estos niños se ha despertado. 

Janine Puget, (2013) nos dice que “sólo cuando un niño abandonado es adoptado, el niño empieza a nacer a una realidad de entre dos o más que le brindan experiencias de lo que implica ir perteneciendo, habitar, alojar y ser alojado, apropiarse de espacios de constitución subjetiva”. 

El no deseo de un bebé, en el psiquismo de los padres biológicos, limita su desarrollo tanto físico como intelectual y emocional, la posibilidad de un hogar adoptivo para estos niños representa, el deseo naciente de unos padres de brindar un espacio, que fue negado o arrebatado, abriendo paso a nuevas y diversas formas de vincularse  con los otros. El deseo consciente de los padres adoptivos, da al niño un lugar, para desarrollarse, crecer y sentirse parte. 

Los niños adoptados serán el  “resultante de la conjunción del “no deseo” de los padres biológicos y del “deseo” de los adoptantes. El primero, fuente de resentimiento y hostilidad y el “deseo”, de los padres adoptivos, integrador y estructurante de su psiquismo, lo que le permitirá reconciliarse con la vida”. (Centro psicoanalítico de Madrid, 2003)

León Pinto (S.F) hace una analogía del proceso de adopción  y  el propio análisis, retomando de (Freud, 1937), el proceso de adopción es, a la vez, terminable e interminable: termina en lo real con la fase de adopción propiamente, pero prosigue en lo simbólico y en adelante con el trabajo continuo de post-adopción. 

Muchos son los ejemplos que se han expuesto relacionados a las dificultades para crear el vínculo afectivo entre los padres e hijos adoptivos, pero también es cierto que no son conflictos ajenos a los hijos biológicos. 

Por último, pero no por eso menos significante,  la figura de los niños abandonados o bien los niños huérfanos a causa  de la muerte de los padres. Pensar en el niño adoptado es poner sobre la mesa una serie de conflictos a resolver, entre ellos la relación con los padres biológicos, la herida narcisista infligida hacia él, la adopción en sí, como un proceso de identificación con las nuevas figuras parentales.

Ya de por si la pandemia ha traído consigo, múltiples duelos a resignificar, entre ellos la pérdida de una vida libre, sin la angustia que genera el temor al contagio y con ello la posibilidad de morir. En los niños podemos pensar en la pérdida de sus relaciones con amigos, los espacios escolares e incluso de esparcimiento, pero en el caso que he tratado de comprender y plasmar, las pérdidas serán irreparables. 

El duelo es expresado por Freud (1917) como una “reacción ante la pérdida de una persona querida, de una abstracción equivalente, como la patria, libertad, un ideal, etc.”.  En estos niños  existen duelos que deben ser hablados, expresados y elaborados, mediante el acompañamiento de otras figuras del mundo externo, que sumen a la metabolización de los contenidos que en el niño están inmersos, pues han perdido una parte de ellos mismos, su identificación. 

Hablar de duelo en la adopción, es hablar también de “abandono”, mismo que puede privar al infante de la posibilidad  de una  estructuración neurótica. El holding y la madre suficientemente buena, propician  según  Winnicott (1993) que “el yo pase de un estado no integrado, a una integración estructurada, con lo cual, el infante adquiere la capacidad de experimentar la angustia asociada con la desintegración”.

El niño abandonado tiene un importante duelo pendiente, el dolor que causa en el niño el abandono de los padres biológicos, deja una herida en el narcisismo que es necesaria reparar por medio de acciones defensivas dirigidas a sus objetos, como la distancia,  el rechazo y en algunos casos, conductas patológicas. 

El temor que en estos niños se engendra estará relacionado a la angustia de haber sido ellos los causantes del abandono, llenándose de preguntas sin respuesta, sobre los ¿por qué? del rechazo de los padres, asumiendo que hay algo en él,  que no fue suficiente para agradar a estos padres.

En su escrito, La novela familiar del Neurótico, Freud (1909), apunta a la duda en el niño de ser un hijo adoptado, sobre todo en la etapa de la pubertad y  adolescencia o cuando existe un trato hostil de los padres hacia el hijo, esté fantasea con ser hijo de otra familia, las más de las veces,  una familia de una envergadura mayor a la suya, además de fantasear con el rescate de esta familia ilusoria. 

La certeza de la verdad de este pensamiento, lo mantiene ambivalente hacia los padres reales y adoptivos, pues los primeros pueden ser idealizados con fines de mantener su narcisismo intacto, asumiendo que lo que sucedió fue un error y no un acto intencionado. Culpando a los padres adoptivos de alejarlos de los padres biológicos y en otros momentos identificándose con la pareja parental adoptiva quienes reciben con amor y cuidado a este niño, odiando a los padres biológicos por haberlo dejado en soledad. 

Los niños en orfandad a causa de la pandemia podrían sentirse llenos de culpa, fantaseando que ellos son los causantes de la muerte de los padres, debido a los sentimientos de odio que fueron experimentados hacia ellos, mismos que pudieron desde la teoría de Melanie Klein destruirlos con su agresión, buscando reparar estos objetos mediante las nuevas relaciones con las figuras que ahora fungirán como padres. La tarea de los cuidadores será calmar las angustias que estas fantasías podrían genera en estos niños, mitigando la culpa y el castigo,  que estos niños de muchas formas podrían sentir merecen.  

No me queda duda de las dificultades que las niñas y niños que han perdido a sus padres a causa del COVID-19 tendrán que enfrentar y de la obligación que como parte de la sociedad tenemos,  en cuanto a la creación de espacios de empatía frente a estas pérdidas,  además de generar espacios donde metabolizar las nuevas experiencias, para los padres adoptivos, familiares y los niños, así mismo, contribuir a la generación de políticas públicas que salvaguarden el psiquismo y los derechos de estos niños. 

Bibliografía

  • Arista, L. (2021). El COVID-19 ha dejado miles de huérfanos, unos 3,100 solo en la CDMX. Expansión Política. https://politica.expansion.mx/mexico/2021/03/18/el-covid-19-ha-dejado-miles-de-huerfanos-unos-3-100-solo-en-la-cdmx?fbclid=IwAR0tcX_OH8J_bEj1loP-xmhWUMcTmqp4sLcQGTVvQZRj4XJWNT6BfqQOid4 . Revista digital.
  • Brazelton, T., Cramer B. (1993) La Relación más temprana. Padres, bebés y el drama del apego inicial. Barcelona. Paidós.
  • CONSEJO NACIONAL DE CIENCIA Y TECNLOGIA (2021) https://datos.covid-19.conacyt.mx/
  • Ferreira, M.R.P. (2006) Crianças que não conseguem esquecer – Sobre o traumático na infância. Dissertação de mestrado. PUC. Citado en http://www.fepal.org/wp-content/uploads/0094.pß