Por: Alejandra Sánchez

En nuestra práctica es común encontrarnos con analizados que dan la imagen de ser “buenos pacientes”, pues aparentan ser receptivos, son puntuales con el pago, nunca faltan y parecen siempre estar de acuerdo con las interpretaciones que les ofrecemos. Pero de repente, sin más, abandonan el tratamiento, dejando en nosotros un sentimiento agrio de asombro y confusión. ¿Qué es lo que pasa en esas situaciones? ¿Cómo es que un paciente puede llegar a sorprendernos así? Después de una reflexión podemos llegar a la conclusión de que esa aparente buena disposición del paciente enmascaraba una traba bastante común y poco hablada: la transferencia negativa.

A primera vista, se podría pensar que lo difícil de la transferencia negativa es ponerla en palabras cuando ésta aparece en el análisis. Sin embargo, retomando el ejemplo anterior, muchas veces la verdadera dificultad es reconocerla. En este trabajo pretendo abordar el fenómeno de la transferencia negativa, con la finalidad de elaborar las posibles razones que la desencadenan, la importancia que tiene en el tratamiento y reflexionar de qué manera como analistas podemos abordarla para poder usarla a favor del tratamiento.

Empezaré por definir qué entiendo por transferencia negativa, Montejo explica:

El término “transferencia negativa” describe lo que, en la transferencia, se opone al movimiento de la cura psicoanalítica. No se trata solamente de la expresión por parte del paciente de sentimientos hostiles respecto al analista – esta puede ser favorable para el desarrollo de la cura- sino de modalidades transferenciales que refuerzan las resistencias y corren el riesgo de conseguir la interrupción del trabajo analítico, que las sesiones continúen o que se produzca una ruptura. (Montejo, 2018).

Elegí la definición propuesta por Montejo, ya que considero importante tener en consideración que la transferencia negativa no se refiere sólo a los sentimientos hostiles que el paciente pone en el analista, como Freud planteaba en 1912 en “La dinámica de la transferencia”. Esta situación transferencial supone un problema más profundo, ya que su aparición en el tratamiento es un obstáculo que debe trabajarse para poder continuar con el análisis. Esto implica que la transferencia negativa es una resistencia.

Hay ocasiones en las que las resistencias del paciente resultan obvias, por ejemplo, cuando no pagan, llegan tarde o no se presentan a la sesión. Sin embargo, hay expresiones resistenciales que pasan desapercibidas y que podemos llegar a ignorar durante varias sesiones. Por ejemplo, los pacientes que son extremadamente complacientes nos pueden hacer pensar que el tratamiento está fluyendo de manera óptima. Percatarse de esta obediencia exagerada en sus pacientes fue lo que llevó a Reich a plantearse que la transferencia negativa puede estar astutamente enmascarada, al respecto nos dice:

Fue precisamente el deseo de establecer una transferencia positiva intensa lo que me incitó a prestar tanta atención a la transferencia negativa. (…) el analista trabajaba casi exclusivamente con manifestaciones positivas de la transferencia; que ni siquiera los analistas de mayor experiencia constituían una excepción; y, lo cual es aún más importante, que las manifestaciones de odio latente, disimulado y reprimido, se tomaban por lo general, equivocadamente, como indicios de transferencia positiva. (Reich, 1957, p. 218).

Tal como lo señala el autor, confundir la actitud aparentemente cooperativa de los pacientes es un error ante el cual ningún analista, no importa su experiencia, queda exento. En análisis del carácter (1957) Reich propone una idea interesante. Habla de que no es natural que desde el inicio exista en el paciente una actitud de plena confianza hacia el analista ¿por qué habría de ser así? si el encuentro analítico implica en el analizando una situación nueva e intimidante, pues aunque decidió iniciar el tratamiento por alguna problemática en su vida, inconscientemente hay resistencias que están presentes desde el inicio del tratamiento. Al final del día, el analista es un nuevo personaje que invita al paciente a tener un diálogo fuera de lo común. Esto le lleva a cuestionar si entonces la “buena” actitud del paciente parte del deseo genuino de entregarse al análisis o si más bien, podría encubrir algo más, por ejemplo, un deseo de agradarle al analista o aplacarlo.

Concuerdo con la idea del autor. Lo común es que en las situaciones en las que conocemos por primera vez a alguien, por inercia mantengamos una distancia y nos mostremos reservados hasta desarrollar una confianza con la persona. Claro que esto no es una regla general, también existen quienes por el deseo de ser queridos o aceptados se adapten completamente al interlocutor con las finalidades mencionadas. Hasta en ese caso, la actitud amable y transparente no es con el fin de establecer un vínculo auténtico, sino de la búsqueda de una gratificación narcisista inconsciente. Si esto sucede en la vida cotidiana ¿por qué el encuentro con el analista quedaría inmune a esta respuesta tan ordinaria? Habrá quienes puedan debatir que si el paciente tiene deseo de analizarse llegará con una disposición abierta y receptiva, pero en el fondo, la experiencia nos da pauta a pensar que eso no es lo más común. Por lo menos, en mi práctica, me he percatado de que al paciente hay que ayudarle a convertirse en paciente.

Con esto no planteo que el analista deba tener una actitud escéptica ante los esfuerzos del paciente por involucrarse en el proceso, sino más bien, una postura crítica que nos permita cuestionar la autenticidad con la que el analizando se vincula con nosotros y con el análisis. Por ejemplo, cuando un paciente tiene una dificultad en su vida cotidiana por comunicar sus ideas por miedo a ser juzgado y en el consultorio muestra una actitud obediente y jamás rebate lo que le decimos, sería inocente pensar que con nosotros no está actuando como con sus demás objetos. Considero que esta actitud abierta al cuestionamiento es imprescindible en nuestra función analítica y pienso que cuando no otorgamos el beneficio de la duda es cuando más podemos cometer los errores que nos llevan a pasar por desapercibida la transferencia negativa.

Pero ¿por qué como analistas podemos caer en el error de tomar como certeza absoluta todo lo que el material del paciente? Varios autores han intentado dilucidar ese error técnico. Por ejemplo, Reich (1957) nos invita a pensarlo desde el narcisismo. Cuando la transferencia negativa se ha disfrazado bajo una transferencia idealizada, el analizando, con su material, llega a hacernos sentir halagados y todos estamos frente a la tentación de sucumbir ante los cumplidos y las seducciones del paciente. Entonces, se ponen en juego tanto el narcisismo del paciente, como el narcisismo del analista. Profundizando en la parte que nos corresponde como analistas, Reich (1957) plantea: “Sin duda, esto se debe a nuestro narcisismo, que nos predispone a escuchar lo que nos halaga, pero nos ciega a las actitudes negativas a menos que estén expresadas en forma más o menos grosera”. Pienso que este error va más allá de un error técnico por parte del analista, más bien pone sobre la mesa la posibilidad de tener un punto ciego que nos está hablando de un tema que trabajar en nuestro análisis personal. Resulta irónico que no tener trabajado nuestro narcisismo nos lleva a cegarnos al del paciente, pues como mencioné anteriormente, detrás de esta transferencia idealizada el analizando puede estarnos situando como una extensión narcisista, poniendo en nosotros sus rasgos de grandiosidad.

Sin embargo, posicionar al analista como una extensión no es la única forma en la que el narcisismo del analizando puede desencadenar la transferencia negativa.

Braun, retomando a Klein, nos recuerda que para la psicoanalista inglesa, la transferencia: “Es una equiparación del analista con el objeto interno o con aspectos del self, siendo la proyección y la identificación proyectiva los mecanismos en juego” (Braun, 2003). Es decir, el analizando va a proyectar en el analista diversos contenidos, o va a revivir en el análisis la relación con sus objetos, colocándolo como un personaje más de su trama inconsciente. Ante estas proyecciones, el analista tendrá que poner el cuerpo. ¿a qué me refiero con esto? Debido a la conexión de inconsciente a inconsciente, el analista recibe las proyecciones y los contenidos del paciente, poniendo su aparato mental al servicio del paciente. Siguiendo a Braun:

En la relación analítica, se reitera esta relación continente-contenido, en que el analista (cuando cuenta con capacidad de rêverie), logra el crecimiento mental de su paciente, al sostener sus proyecciones y devolvérselas metabolizadas, posibilitándole de tal modo el inicio de un pensamiento simbólico. (Braun, 2003, p.53).

Tal como dice la autora, nuestra función es ayudar al paciente a simbolizar y a reintegrar esos contenidos para tener un conocimiento más veraz de sí mismo y por consiguiente, un crecimiento mental y emocional. Sin embargo, este proceso resulta doloroso, pues implica que el paciente esté dispuesto a abandonar la armadura que le protege de esas partes difíciles de aceptar de sí mismo o de su historia. La transferencia negativa es un esfuerzo inconsciente del paciente para protegerse del conocimiento de sí mismo dentro del análisis, pues el saber amenaza su coraza narcisista. Podemos pensar entonces al paciente complaciente, como aquel que busca aplacar al analista, escondiendo entonces la agresión al tratamiento detrás de una actitud dócil o seductora. O en otras ocasiones, el ataque al vínculo puede ser una acción evidente por parte del paciente y sin embargo, no ser nombrado dentro de la dinámica transferencial. Sea cual sea el caso, si el analista, en identificación proyectiva, no menciona esta agresión podría estar aliándose con esa parte frágil del paciente y cuidándolo, lo cual mermará el progreso del análisis.

Ahondando más en la idea anterior, pienso que hay diversos motivos que, como analistas, nos llevan a correr el riesgo de huir del material hostil del paciente, sobre todo cuando éste atenta contra el tratamiento o se vuelve muy directo. Tomemos en cuenta que recibir las proyecciones del paciente puede llegar a ser una tarea abrumadora. A veces, hay situaciones que nos llevan a conectar con algo propio que nos moviliza o bien, el material del paciente puede ser difícil de digerir y llegamos a experimentar reacciones afectivas o somáticas intensas. Naturalmente, esto puede generar una resistencia por parte del analista. Esta hipótesis fue planteada por Lacan, pues él sostenía que la verdadera resistencia en el análisis era la que se gestaba desde el lugar del analista, nos dice:

Resistencia hay una sola: la resistencia del analista (…) Por parte del sujeto, no hay resistencia. Se trata de liberar la insistencia existente en el síntoma. (…) En otros términos, la resistencia es el estado actual de una interpretación del sujeto. (…) Esta significa, simplemente, que no puede avanzar más deprisa, y ante esto ustedes no tienen nada que decir. El sujeto está en el punto en que está. (…) El analista resiste cuando no comprende lo que tiene delante. (…). (Lacan, 2010, p.341-342).

Aunque no concuerdo por completo con la hipótesis de Lacan, pienso que su aportación es muy valiosa para la técnica psicoanalítica, pues nos invita a observarnos en las dinámicas que surgen en el consultorio y a discernir si la transferencia negativa es una reacción en la que sólo participa el paciente. Creo que esta situación se gesta en la dupla analítica. En parte, inconscientemente, el paciente puede huir a conocerse, ya sea por un temor a no saber cómo digerir ese nuevo saber sobre sí mismo, o por una resistencia a renunciar a sus síntomas, los cuales suelen generar ganancias secundarias. Hacerse cargo de los síntomas y de los deseos provoca una angustia, pues implica abandonar una posición infantil y hacerse responsable. Sin embargo, como Lacan apunta, esto es algo que se espera en el tratamiento, el sujeto avanza al paso que puede y es esperado que haya trabas en este camino. En mi opinión, esta renuencia no es la que ocasiona que el tratamiento se entorpezca, más bien, es cuando el analista no logra analizarla que el análisis se puede ver amenazado. Es decir, si el analista no reconoce su resistencia y la supera, la transferencia negativa triunfante nubla el proceso.

En mi intento de elaborar la transferencia negativa, vino a mi mente una frase utilizada por un paciente: “sacar el cuerpo”. Esta curiosa expresión es un regionalismo colombiano que significa: “evitar algo o alguien, esquivar o eludir algún deber u obligación”. (Recuperado en: Definición de sacar el cuerpo, Significado y ejemplos de uso de: sacar el cuerpo.) Esta frase me pareció pertinente pues sugiere justamente lo contrario a “poner el cuerpo en el análisis”. Implica dejar de pensar en conjunto con el paciente el motivo de sus resistencias. Abandonar, aunque sea por momentos, la función analítica que nos permite escuchar qué nos dice el paciente cuando con sus acciones se opone al tratamiento. Es sucumbir ante la transferencia negativa cuando se impone.

Considero que todos, en más de una ocasión, hemos sacado el cuerpo con algún paciente. Hemos esperado a que interrumpa el tratamiento o incluso fantaseado con cuál sería una buena manera de decirle que ya no lo podemos seguir atendiendo. Sin duda, la presencia de la transferencia negativa puede volver la labor analítica frustrante. Como he planteado, sobrellevarla depende en primer lugar del analista, pues es quien tiene que lograr hacerla evidente para trabajarla. Esto confronta al terapeuta, pues puede llegar a cuestionarnos nuestras capacidades analíticas. Por ello, me parece muy valiosa la aportación de Braun:

Es la relación intensa con sus objetos internos, la que ayuda al analista a tratar las proyecciones del paciente como objetos de conocimiento e interpretarlas. Si bien Caper sugiere que el objeto que ayuda a sostener esa separación necesaria, es el psicoanálisis como objeto interno, pienso que sobre todo es la relación interna con nuestros analistas, supervisores y maestros, con los que hemos internalizado un vínculo de conocimiento y desarrollado la función psicoanalítica de la personalidad. (Braun, 2003, p.54)

Encuentro en las palabras de la autora un antídoto para la transferencia negativa, pienso que para superarla es necesario poder confiar en nuestra función analítica.

Pongo énfasis que el análisis personal es indispensable para internalizar dicha función, pues para poder ver nuestros sesgos necesitamos sentirnos cómodos al admitir que no siempre estamos pudiendo comprender lo que pasa con nuestros pacientes. El análisis y la supervisión nos ayudan a entender que las trabas en el proceso son partes necesarias y que sólo al interpretarlas es que el tratamiento podrá seguir su curso.

Pues como dice Reich (1957): “ El analista debe tener presente que cualquier tipo de transferencia se convierte, tarde o temprano, en una resistencia que el paciente es incapaz de resolver por sí solo”. Además creo que ayudar al paciente a hablar de los momentos ásperos del análisis fortalece el yo, pues favorece la integración. Que en el tratamiento haya espacio para lo agresivo y lo libidinal en la transferencia ayuda a afianzar la idea de que la agresión que tiene no es destructiva, así como se da espacio para que exista un vínculo real y cercano sin que este se torne angustiante o se rompa.

Otro aspecto importante a considerar sobre la transferencia negativa, es que por más que se pueda describir teóricamente, para poderla entender se tiene que vivir en el consultorio, frente a frente con el analizando. La mayoría de las veces, la transferencia negativa se hace presente en las acciones y las actitudes del paciente, no tanto en su discurso. Considero que esto implica que sea una situación que es percibida afectivamente por el analista. Sólo por medio de la intuición es que llegamos a distinguir que un paciente está dándole otro uso al espacio terapéutico. Uno siente cuando el paciente no está involucrado, aun cuando éste asista a todas las sesiones y las llene con pseudo asociaciones y material. Pienso que esta es la complejidad de manejar la transferencia negativa, pues conectar con las sutiles y particulares actuaciones de los pacientes implica conectar afectivamente y abandonar la tendencia a intentar entender al paciente desde una óptica teórica. Reich, sugiere:

El analista debe sintonizar su propio inconsciente, como si fuese un aparato receptor, con el del paciente, y debe encarar el análisis de cada paciente conforme a la individualidad del mismo. Esto se vincula con el conocimiento teórico y práctico del analista sólo en la medida en que su receptividad del inconsciente del paciente y su capacidad para adaptarse a cualquier situación analítica, le capaciten para ampliar y profundizar su conocimiento teórico y práctico. (Reich, 1957, p.123).

Concluiré relacionando las ideas del autor con el tema de este trabajo. Considero que cuando la transferencia negativa se hace presente, el análisis puede tornarse árido, pero justamente es en esa situación adversa en la que, en mi opinión, hay un punto clave para el crecimiento de la pareja analítica. Para el paciente, resolver este momento es de suma importancia, pues sólo si reconoce el temor que tiene a explorar dentro de sus contenidos inconscientes y las angustias que le genera el cambio es que podrá decidir si quiere continuar en la labor analítica. Si el paciente es honesto consigo mismo y se hace partícipe en la disolución de las resistencias podrá entonces alcanzar niveles más profundos en el análisis y tomar consciencia de aspectos de su personalidad que eran desconocidos, lo cual promoverá un crecimiento yoico importante. En cuanto al analista, el desarrollo de su capacidad analítica, tal como lo dice Reich, está relacionada en la flexibilidad que tenga para aventurarse a comprender las particularidades de cada sujeto. Por más incómoda que sea la presencia de la transferencia negativa en un tratamiento, no debemos olvidar que es parte fundamental de nuestra labor, hay que tener presente que el sello distintivo del psicoanálisis es el análisis de la transferencia. Por ello, considero que pensar la presencia de la transferencia en todos sus matices como un momento crucial y privilegiado del análisis nos ayudará a aprender a trabajarla. Ya que vivir esta experiencia en carne propia promoverá que comprendamos este concepto de una forma profunda y auténtica, pues dejará de ser un mero entendimiento teórico e intelectualizado para convertirse en una experiencia real, de la cual realmente nos podemos apropiar.

Bibliografía

  • Braun, S. (2003) “Agresividad y transferencia negativa”. Revista Uruguaya de Psicoanálisis. Recuperado en: https://apuruguay.org/revista_pdf/rup97/rup97-braun.pdf Fecha de consulta: 30 de enero de 2025.
  • Freud, S. (1912). La dinámica de la transferencia. En Sigmund Obras completas. v. 12. Buenos Aires: Amorrortu, 2001.
  • Lacan, J. (2010). El Seminario, libro 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós.
  • Montejo, F.(2018). La transferencia negativa. Teorización y técnica en la obra de XIX Congreso Virtual Internacional de Psiquiatría. Recuperado en: 1-1-2017-20-prb3.pdf Fecha de consulta: 30 de enero de 2025.
  • Reich, W. (1957) Análisis del carácter. Buenos Aires, Paidós.
  • Imagen: Pexels/Ksenia Chernaya