Por: Cristóbal Andrade
El arte ha sido, desde sus orígenes, un intento humano de explicar el universo. Antes, se usaba para entender la naturaleza, de dónde venían el sol o la lluvia. Ahora, nos planteamos preguntas sobre el cosmos y los multiversos, sin obtener respuestas claras. La falta de respuestas precisas puede provocar ansiedad, angustia o frustración. Al pensarlo como una herramienta para liberar tensión, es fácil vincular el arte con la necesidad de comunicación. Cuando las personas pueden expresarse y se sienten comprendidas, su angustia disminuye.
Sin embargo, para una comunicación efectiva no basta con dejar salir el impulso. También se requiere de receptores capaces de entender qué quiso decir el emisor, es decir, alguien que reciba el mensaje e interprete los símbolos contenidos. John Dewey (1934) ejemplifica diciendo que:
El llanto o la risa de un niño pueden ser expresivos para sus padres y, sin embargo, no ser un acto de expresión del bebé. Para el espectador es una expresión porque dice algo sobre el estado del niño, para el niño está solamente dedicado a hacer algo directamente, que desde su punto de vista es tan expresivo como el respirar y el estornudar, actividades que son también expresivas para el observador de la condición del niño. (p.71)
Esto sugiere que no cualquiera puede alcanzar este nivel de comunicación porque en los estados más primarios, la capacidad de transmitir los contenidos con intencionalidad está ausente y aparece más tarde en el desarrollo del bebé.
Lacan plantea que “podemos, en el seno mismo del fenómeno de la palabra, integrar los tres planos de lo simbólico, representado por el significante, lo imaginario, representado por la significación, y lo real que es el discurso realmente pronunciado en su dimensión diacrónica” (p.95). En otras palabras: lo que se dijo, lo que se representó y lo que tiene una presencia y existencia propia y no representable. Así queda claro que no todo lo que sucede en el mundo es un acto simbólico. Por ejemplo, si un árbol cayera tras una tormenta, podríamos adjudicarlo a que el viento estaba fuerte, a que el tronco era viejo, o a raíces sueltas, pero no podríamos pensar que el árbol tiene la capacidad simbólica necesaria para atribuirle un significado, más allá de lo que sucedió.
Cuando un ser que es activo en estos tres planos, ya sea como emisor del significante, receptor de la significación o simplemente un objeto en lo real, suprime cualquiera de éstas, entonces sucede el fenómeno psicótico, que es “la emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una nadería -en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización” (Lacan, 2009).
Por lo que nace la siguiente pregunta: ¿se puede significar algo que nunca tuvo significación? Lo que acabamos de decir indicaría que no, sin embargo, algunos artistas psicóticos desafían este planteamiento pues, las imágenes que plasman logran conectarse con el mundo interno de los espectadores que lo reinterpretan con metáforas propias. Cabe destacar que, aunque el espectador le esté dando un significado, hay una discordancia entre lo simbolizado y lo interpretado. Pues lo que el artista psicótico quiso decir no es lo que el observador entendió. Quiero aclarar que esta discordancia es común en la vida cotidiana. No siempre vamos a entender completamente lo que el otro quiso decir; sin embargo, en la neurosis podemos pensar que nos acercamos al mismo campo semántico, metafórico y simbólico del otro, cosa que en la psicosis no existe, pues sus campos semánticos, metafóricos y simbólicos son distorsionados, crípticos y únicos.
Prinzhorn, quien hizo una colección de arte de pacientes psiquiátricos, plantea cuatro formas de interpretar las obras de los artistas psicóticos:
- a) Como una herramienta de regresión hacia los mundos imagínicos (sic) de la infancia; b) Como vías de ampliación de las posibilidades para un análisis crítico, más que como una aproximación aclarativa para una potencial forma de comunicación con el paciente; c) Como nuevos medios de expresión no ajustados a cánones específicos o baremados; d) Como una creación particular sin objetivo, originaria de la propia necesidad de expresarlos. (Sánchez Moreno & Ramos Ríos, 2006)
Dicho de otra manera, eran símbolos,[1] que más allá de entenderlos desde nuestro contexto deberíamos buscar dentro del contexto del autor, pues a diferencia de un artista no psicótico, que entre sus muchos objetivos busca comunicar algo y generar algo en el espectador, el artista psicótico solo está intentando sacar su contenido sin la intención de ser comprendido. Jung pudo diferenciar estas dos formas de expresión cuando
Joyce fue a verlo para plantearle el tema (la psicosis) de su hija, y le dijo a Jung: «Acá le traigo los textos que ella escribe, y lo que ella escribe es lo mismo que escribo yo», porque él estaba escribiendo el Finnegans Wake, que es un texto totalmente psicótico (…) Entonces Joyce le dijo a Jung que su hija escribía lo mismo que él, y Jung le contestó: «Pero allí donde usted nada, ella se ahoga». (Piglia, 1997)
Mientras escribo esto, reflexiono sobre la aparente imposibilidad de la creación artística por parte de alguien psicótico, pero dos ideas me vienen a la mente. La primera es que “La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo” (Lacan, 2009). Lo que sugiere que para poder aceptar las metáforas propuestas por algún poeta, hay que ser capaces de aceptar que lo que el poeta expresa contiene más información que lo expresado de forma literal, y que a través de la distorsión del lenguaje logra comunicarse más allá de las palabras, ya sea a través del ritmo, de la cadencia o del contenido afectivo. Pues, si yo digo: “No queremos seguir cuando te vayas”, no es lo mismo a que yo diga: “No, queremos seguir cuando te vayas”. A pesar de que el cambio es una sutil pausa fonética, es radical el cambio conceptual que estoy queriendo transmitir y por ende lo que el receptor puede interpretar. Cada uno de los fonemas cambia de manera significativa las posibles interpretaciones de la interacción. Pensando que es posible entrar en este lenguaje poético, creo que es posible entrar en el lenguaje psicótico, pues la falta de esta capacidad simbólica radica en quien carece de esta capacidad de simbolizar y no en el receptor de estos contenidos psicóticos quien es capaz de darles un sentido.
La segunda idea que me viene a la mente es que “ninguna enfermedad mental, por más severa que sea, tiene un impacto uniforme en los aspectos de la funcionalidad humana, ni en todos los periodos o segmentos de la vida de alguien” (Rothenberg, 1990). Y me hace pensar en la posibilidad de que el artista salga de su funcionamiento psicótico durante el proceso de creación y que logre a través de este proceso una conexión con el mundo real, o si queremos complejizar esta idea, la pérdida de la capacidad simbólica es parcial, por lo que es capaz de transmitir ciertos contenidos con claridad.
Este análisis de la interpretación del arte psicótico me recuerda al trabajo clínico. No me refiero solo a distinguir qué partes del paciente están afectadas. Me refiero a poder adentrarse en el juego simbólico del paciente y hacer un puente que traspase sus mecanismos de defensa, ayudando a liberar el impulso que genera malestar y que no logra ser comprendido.
Aunque puede ser difícil distinguir los contenidos psicóticos en una obra de arte, así como cambiar los símbolos del paciente; creo que es posible acomodar ambos para que no sean objetos disonantes en el panorama, sino que sean objetos que encajan perfectamente en el paisaje contextual de su vida. Por eso retomo los puntos planteados por Prinzhorn “a) como una herramienta de regresión hacia los mundos imagínicos (sic) de la infancia” (Sánchez Moreno & Ramos Ríos, 2006). Esencialmente, es lo que hacemos con los pacientes sesión tras sesión: explorar los mundos simbólicos de la infancia para reinterpretar aquellas internalizaciones desde una nueva perspectiva. “b) Como vías de ampliación de las posibilidades para un análisis crítico, más que como una aproximación aclarativa para una potencial forma de comunicación con el paciente” (Sánchez Moreno & Ramos Ríos, 2006); ya que sería un error cuestionar las vivencias del paciente, pues a pesar de que en “lo real” las cosas no sucedieron así, en “lo imaginario” esto no tiene ninguna otra forma de interpretarse, si lo analizamos con esta perspectiva, entenderemos que sus relatos nos revelan más sobre su nivel de interpretación más que de su vida biográfica. “c) Como nuevos medios de expresión no ajustados a cánones específicos” (Sánchez Moreno & Ramos Ríos, 2006); en cuanto a que cada paciente es único y aunque puedan compartir problemáticas similares, cada uno ha interpretado su mundo a su manera, por lo tanto, debemos abordar cada caso individualmente. Y “d) Como una creación particular, sin objetivo, originaria de la propia necesidad de expresarlos” (Sánchez Moreno & Ramos Ríos, 2006), dado que tenemos que poder ver al paciente sin expectativas ni juicios nuestros, sino con los objetivos establecidos desde su perspectiva.
Pienso que si logramos analizar al paciente siguiendo estos puntos, reconoceremos la importancia de su historia y de sus vivencias que han moldeado su forma de interactuar con el mundo, y evitaremos contaminar el tratamiento con nuestros símbolos y propias interpretaciones que solo dificultan el trabajo. Por lo que creo que debemos tomar el tiempo de escuchar qué es lo que nos están diciendo y no saltar a conclusiones apresuradas, sería psicótico de nuestra parte intentar devolverle al paciente algo que no hemos terminado nosotros mismos de simbolizar y la única manera de hacerlo es a través de ellos. Es así como creo que trabajando en el análisis podemos formar un vínculo, utilizando sus símbolos y reinterpretando aquello que en su momento cobró un significado particular para ese receptor.
Bibliografía
- Dewey, J. (1934). El arte como experiencia. Barcelona: Paidós Ibérica.
- Lacan, J. (2009). El seminario de Jacques Lacan (Vol. 3). (J. L. Delmont-Mauri, & D. S. Rabinovich, Trads.) Buenos Aires: Paidós.
- Piglia, R. (1997). Los sujetos trágicos. Literatura y psicoanálisis. Conferencia dictada en Buenos Aires con el auspicio de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA. Buenos Aires: Asociación Psicoanalítica Internacional.
- Rothenberg, A. (1990). Creativity and Madness, New Findings and Old Stereotypes. (T. Propia, Trad.) Maryland, Baltimore: The Johns Hopkins University
- Sánchez Moreno, I., & Ramos Ríos, N. (2006). La colección Prinzhorn: Una relación falaz entre el arte y la locura. Individuo y Sociedad, 18, págs. 131-150.
- Imagen: Autorretrato de Vincent Van Gogh
[1] La imagen de René Magritte “Ceci n’est pas une pipe” (esto no es una pipa en castellano) nos habla de que lo representado en una imagen no es lo que hay fuera de ella, sino una representación, por lo que podemos pensar que todo arte es símbolo.