Violencia de género, feminicidio y compulsión a la repetición: Un análisis de los efectos de las imagos masculino y femenino en el inconsciente social mexicano.

Autor: Humberto García

 

 

“Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”

Roberto Bolaño

 

 

Introducción:

 

La singularidad de México y los mexicanos cautiva, asombra y fascina a propios y extraños. Nuestras tradiciones, folclor, fiestas y lenguaje, en suma; nuestra cultura, dibuja un llamativo, bizarro y enigmático escenario. Un cuadro contrastante, abigarrado y chillante. Una imagen que sin mucho esfuerzo deja ya sentir un trasfondo convulso que motiva su creación. Así, podemos equiparar a la cultura mexicana con una genuina creación artística. Ambas seducen al espectador, en ambas se halla, a su manera la belleza. Ambas sin embargo traslucen, no pocas veces, dolorosos conflictos.

No es arriesgado ni exagerado decir que México es un país que desde el comienzo de su historia ha sido atormentado y traumatizado. La conquista, el sometimiento ante extranjeros, la corrupción, las injusticias, los genocidios, la desigualdad; todos son, lamentables ejemplos de lo enunciado. La violencia de género y su consecuencia más atroz, es decir el feminicidio, es una herida que se suma al resto, es una herida que palpita y que como otras permanece abierta. ¿Acaso en todas las afrentas a las que el pueblo mexicano es sometido existe un fenómeno cultural que en cuanto tal, podamos abordar guiados por la luz del psicoanálisis? ¿Acaso en el fenómeno de la violencia de género hallemos un camino para dar explicación al resto?

En este trabajo, tomando como punto de partida los prototipos de la masculinidad y feminidad mexicanas -respectivamente el macho y la madre eternamente sufriente intentaré develar los determinantes de la violencia de género en México. Así mismo, partiendo de la idea de que el sadismo es una característica acentuada en la masculinidad mexicana, lo mismo que el masoquismo en la feminidad, pretenderé esclarecer la relación que esta dinámica es posible tenga en lo que pudiéramos concebir como una compulsión a la repetición del trauma en la colectividad mexicana, y la relación que hay entre un fenómeno y el otro (violencia de género y la compulsión a la repetición).

Tomando como base las ideas del célebre ensayo “El laberinto de la soledad“ de Octavio Paz, y la interpretación psicoanalítica que de ellos hace Jonathan Davidoff, me dispondré pues, a analizar el fenómeno de la violencia de género y el feminicidio en México, así como la tesis de que este doloroso fenómeno es consecuencia de representaciones inconscientes de las imagos masculina y femenina, cuyos efectos no se limitan a la violencia de género, y son causantes de otros dolorosos problemas del pueblo mexicano.

 

Violencia de género, feminicidio y compulsión a la repetición en México:

 

Feminicidio es un término de reciente origen y difusión en México, por medio de este término se designa al asesinato de mujeres por razones exclusivas de género, y se distingue entonces del feminicidio en que el último designa, indistintamente de la causa, al homicidio de mujeres (1). El feminicidio se tornaría foco de atención nacional cuando en Ciudad Juárez en el año de 1993 comenzarían a aparecer cuerpos de mujeres brutalmente asesinadas (2). Cuerpos arrojados con total descaro y cinismo en medio de la ciudad. Se trataba de mujeres que antes de ser asesinadas eran casi siempre violadas y con frecuencia mutiladas, sometidas a crueles torturas, quemadas, apuñaladas, la mayoría de las veces estranguladas. Eran casi siempre mujeres jóvenes, obreras y de clases sociales bajas que trabajaban en las maquiladoras recientemente instaladas en la zona. Mujeres de distintas regiones del país que al mudarse a la frontera aspiraban a mejorar su calidad de vida (2). Del año de 1993 a 2003 se contabilizarían 370 asesinatos que cumplían con las características mencionadas (2). A la brutal y atroz manera en que las mujeres eran asesinadas se sumó la nula respuesta de las autoridades mexicanas, que continuamente fracasaban en encontrar a los responsables de los asesinatos, así como en prevenir que los homicidios continuaran sucediendo (3).

La sociedad civil respondió, y con el apoyo de organizaciones no gubernamentales se consiguió que el fenómeno ocupara un lugar en la agenda política y publica nacional (2). Después de lo acontecido en Ciudad Juárez en distintos códigos penales se tipificó el delito del feminicidio y se comenzaron a registrar estadísticas que posibilitaran el reconocimiento de la magnitud del problema (2). Los resultados que arrojarían la estadísticas serían peores de lo que se esperaba, y los índices de brutales asesinatos a mujeres no serían exclusivos de Chihuahua, se reconocería que había estados en los que incluso la tasa de feminicidios fuera mayor que en el estado fronterizo (1).

 

Resulta ahora pertinente preguntarnos ¿Qué sucedió en Chihuahua? ¿Qué sigue sucediendo en México? Acaso el fenómeno fue y es reflejo de la ingobernabilidad e impunidad que caracteriza al país, producto de un estado casi fallido y de grupos criminales que imponen su violenta ley. Es acaso violencia intrafamiliar, pasional y por ende se trata más bien de un fenómeno estructural cultural. Es una bestia de mil cabezas que nace espontáneamente cuando los más profundos instintos humanos se sirven del caos -que reina en un estado (in)gobernado por señores feudales- para desatarse, una bestia que se engendra en todo territorio donde la ley no existe, en otras palabras pudiese decirse o pensarse connatural a la involución de los caracteres civilizatorios de una sociedad (cosa que vale recalcar no es exagerado declarar con respecto a ciertas regiones de un país como México). ¿Por qué el Hombre mexicano es violento con la mujer? ¿Es, como han planteado algunas teorías sociales, la amenaza a un arcaico y añejo patriarcado el causante de este fenómeno?, ¿Qué atisbos de respuestas podemos olfatear en el espeso hálito que dejan los cadáveres y huesos de mujeres que se apiñan en las fauces de la bestia?, ¿Qué devora a la mujer mexicana? ¿Qué devora en general al pueblo mexicano?

El fenómeno de las así llamadas “muertas de Juárez” en su mayor parte no se trató, como se pudiera pensar, de violencia domestica, o de crímenes pasionales, y en el mismo estuvo implicado el crimen organizado, asesinos seriales, y la impunidad auspiciada por el estado desde las esferas más altas del poder, que como ha sucedido antes, protegió a los asesinos (3).

Aunque hubo respuesta fue sin duda insuficiente, y la mayor parte de los crímenes continúan sin resolución y los responsables no han sido castigados (3). No sólo eso, se inculpó a inocentes, se les torturó para que declarasen falsas confesiones, se les hizo atravesar por juicios llenos de inconsistencias y finalmente se les encerró (3).

El fenómeno de las “muertas de Juárez” despertó el interés nacional e internacional, y de paso nos dimos cuenta de que en efecto, la violencia de género y su consecuencia ultima no es tampoco infrecuente y es un problema muy presente en México (1). Crímenes pasionales, violencia domestica, agresores seriales, crimen organizado, trata de personas, pornografía seguida de muerte todo se entremezcla y culmina en el asesinato de mujeres (1). El fenómeno de las “muertas de Juárez” fue una injusticia más que azotó al pueblo mexicano, y aunque con factores de distinta índole implicados, tuvo un fuerte trasfondo de crimen de estado (3). Se trató de crímenes en el que el estado estuvo en el mejor de los casos involucrado por omisión y en el peor fue responsable de proteger a los culpables. Sea como fuere, la violencia hacia la mujer sea domestica, sea producto de viles asesinatos seriales es una realidad de nuestro país (1).

Esta injusticia se suma a muchas otras que el pueblo mexicano ha sufrido y tolerado: Los cientos de miles de muertos que ya cobra el crimen organizado, los desaparecidos de Ayotzinapa, los asesinatos de estudiantes del 68, los muertos de Acteal. Todos son ejemplos de crímenes en los que el estado es, en mayor o menor medida responsable. Detrás de todos, me parece, se esconde una fatal compulsión a la repetición de un trauma: la pregunta es ¿Cuál trauma?

 

Sadomasoquismo, objeto masculino y femenino, y escena primaria: una posible interpretación

 

¿Qué propicia que el pueblo mexicano sea una y otra vez humillado y menoscabado?, sea por sus propios gobernantes, sea por enemigos extranjeros, las vejaciones son constantes. Es pertinente de nuevo preguntar ¿qué devora a nuestras mujeres?, ¿qué devora al pueblo mexicano?, ¿qué relación hay entre una cosa y la otra? Es una ya larga tradición -cuyo origen se puede rastrear en la conquista- que nuestro pueblo sea sometido una y otra vez a dolorosas y no pocas veces violentas afrentas. Me parece que precisamente en el fenómeno de los feminicidios -particularmente en los de Ciudad Juárez- se expresa con mucha claridad aquello que el pueblo mexicano itera.

Así pues, en el fenómeno del feminicidio ha de hallarse la expresión clara y directa del núcleo de aquello que da lugar a una fatal compulsión a la repetición.

 

El ensayo de Octavio Paz nos abre un camino directo para una interpretación (4). A los mexicanos “nos chingan los hijos de la chingada del gobierno”, a los mexicanos “nos chingan los gringos”, en suma, el pueblo mexicano es víctima constante de puras “chingaderas”. ¿Quién es responsable de esas “chingaderas”? ¿Qué es una “chingadera”?

Esta difundida palabra de nuestro lenguaje cotidiano trasluce con mucha claridad una cualidad de la cultura mexicana. Octavio Paz en su magistral ensayo “El laberinto de la soledad” reconoce a través del análisis de dicha palabra y la pluralidad de significados que la misma tiene que en la cultura mexicana es ubicua una dialéctica de lo abierto y lo cerrado, de penetrar y ser penetrado, en otras palabras de violar y ser violado. Paz encuentra que el elemento constante en la multiplicidad de usos que tiene este vocablo es la agresión, una agresión enlazada siempre a lo sexual. En otras palabras, pudiéramos agregar, se trata de una manifestación tanto de lo activo como de lo pasivo de las mociones pulsionales amalgamadas, en la palabra chingar -y sus variantes- expresamos, de manera alternativa, tanto sadismo como masoquismo.

Lo “chingón” se enlaza a lo masculino, la chingada, a lo femenino. Lo chingón pues, al sadismo, la chingada al masoquismo.

 

Así, con respecto a lo femenino declara Paz:

“¿Quién es la chingada? Ante todo, es la Madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La chingada es una de las representaciones mexicanas de la maternidad, como la llorona o la “sufrida madre” mexicana que festejamos el diez de mayo. La chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante en el verbo que le da nombre.”

 

Y con respecto a lo masculino:

“El que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta”.

 

“El macho hace chingaderas, es decir, actos imprevistos, y que producen la confusión, el horror, la destrucción”.

 

Nada de esto es nuevo, Freud reconoce en el sadismo atributos activos y por tanto masculinos, mientras que el masoquismo, a su vez, en cuanto pasivo, es propio de lo femenino (5). Lo que es peculiar es lo acentuado y difundido de los elementos perversos que hallamos en lo femenino y en lo masculino de los mexicanos. Lo notable es que en el extenso y cotidiano uso que el mexicano da a esta palabra encontramos pues destellos de la afición por lo sadomasoquista, una afición ubicua en nuestra cultura. Ningún otra cultura tiene un vocablo con el que se exprese lo sádico y masoquista con tanta claridad, y menos un vocablo tan difundido. Paz reconoce por ejemplo que el “hijo de puta” del español es diferente del “hijo de la chingada” del mexicano. La primera se rebaja por voluntad, la segunda es rebajada y ultrajada a la fuerza, la segunda es, pues, sádicamente violada y quebrada, abierta; de nuevo, “chingada”.

 

¿Acaso el escándalo y la posterior resignación y sometimiento que una y otra vez el pueblo mexicano escenifica cuando es victimizado obedece a un profundo masoquismo por el que se siente fuerte y perversamente fascinado? ¿Acaso quien doblega disfruta igualmente de un sadismo exacerbado?

 

Paz mismo agrega:

“La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran parte de nuestras vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser

chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles”.

 

El mexicano reafirma constantemente la dialéctica del sadomasoquismo, no sólo en el uso de la palabra que da cuenta de ella, sino en cada uno de las ofensas a las que se somete, y a su vez en cada una de las ofensas que comete. Hay pues que poner el acento en que el pueblo mexicano parece sentir una fatal y profunda fascinación por lo sadomasoquista. El imperativo que el mexicano cumple en el sadismo queda claro si prestamos oído – y tenemos en cuenta lo hasta ahora dicho del verbo chingar – al dicho popular que reza “el que no chinga no avanza“. Por otra parte el imperativo masoquista de nuestro pueblo es evidente cuando cada que es azotado emite quejidos vagos, expresa su dolor, y nada hace para cambiar su condición. Nos ha de recordar bastante a la actitud de una madre sufriente cuando alguien quejándose de las cotidianas injusticias dice: “el pueblo tiene a los gobernantes que se merece”, y así como una madre destinada al sufrimiento nada hace por cambiarlos o exigir otros, asume gozoso su castigo.

 

Se da un paso más si se camina guiado por la luz que la teoría psicoanalítica arroja. Davidoff reconoce que las representaciones que Paz describe pueden ser entendidas como objetos femeninos y masculinos, ambos, dicho sea de paso, sumamente ambivalentes (6). Si desde una perspectiva kleiniana consideramos el papel de los objetos, avanzamos en el entendimiento que las brillantes descripciones e interpretaciones de paz nos ofrecen. Consideremos que los objetos introyectados pueden pasar a formar parte del yo en un proceso de identificación introyectiva, o pueden formar objetos internos como sucede con la génesis del superyó (7). Con esto en mente consideremos de nuevo al objeto femenino y al masculino, y a las figuras más representativas que han encarnado, y la relación que esto tiene con la violencia de género.

El objeto femenino, violado y degradado, tal y como Paz ha descrito ha sido encarnado por figuras tan representativas como la Malinche. En contraposición, el objeto masculino, esencialmente agresivo, humillador y violador; ha sido representado por el conquistador español, el cacique, y más recientemente los líderes del crimen organizado; en suma, por todos los machos mexicanos. Teniendo en cuenta la agresividad (activa y pasiva) de los caracteres de las imagos femenina y masculina y las identificaciones que los individuos mexicanos hacen con ellas la causa cultural de la violencia de género es clara y no requiere ulterior explicación.

 

Pero estás identificaciones no se limitan a los individuos y parecen suceder inconscientemente en la colectividad. Así, el pueblo sometido a injurias se identifica con la madre violada, el gobierno que lo lastima es el macho que la quiebra. Particularmente, como ya adelante, la relación que hay con estas identificaciones de lo masculino y femenino en lo colectivo presenta un nexo simbólico que se transparenta en el fenómeno de “las muertas de Juárez” (aunque no se limita a él); en donde las identificaciones individuales confluyen con las colectivas. Los asesinos, no sólo cruelmente agravian, matan, mutilan y violan mujeres, sino que el gobierno indiferente e impune extiende la ofensa al pueblo entero. El pueblo a su vez al someterse, al aceptar el agravio, acepta la injuria inicialmente dirigida individualmente a sus mujeres. Se repite así el trauma de la conquista, el pueblo desgarrado vuelve a ser patria conquistada, quebrada, humillada, en otras palabras, el pueblo vuelve a ser la chingada madre.

 

¿Pero en qué trauma radica la fatal compulsión del mexicano a repetir esta dinámica sadomasoquista?

 

Paz relaciona el origen de esta dialéctica en la conquista. Davidoff agrega que la interacción resultante de las imagos masculina y femenina que da lugar a la citada dialéctica sadomasoquista y a las identificaciones alternativas traduce, en última instancia, además, una fantasía ligada a una escena primaria. De ahí la fascinación por lo sadomasoquista. Dolor y placer se mezclan en una sola cosa, los imagos son una sola masa excitante, la madre que en la escena primaria sufre lo mismo goza, el padre que goza lo mismo corre el riesgo de ser castrado (6). Valiéndose también de las brillantes y perspicaces descripciones de Paz Davidoff da solidez a esta proposición. La fascinación del mexicano por la muerte se explica a la perfección desde esta perspectiva, pues no es sólo fascinación por la muerte, sino también por la vida, una y otra siempre amalgamadas. Los extravagantes y ensangrentados Cristos de nuestros pueblos, las calaveras de dulce, las explosivas fiestas del día de muertos, son todos ejemplos, que dan viva cuenta del gusto intenso que el mexicano experimenta al presenciar la muerte amalgamada con la vida.

 

Sustento teórico de lo declarado:

 

Es complicado sustentar la validez -con respecto a todos los individuos de un grupo de la interpretación de un fenómeno grupal. Esto, más si se trata de interpretaciones cuyo alcance escapa del aquí y ahora, es decir, interpretaciones genéticas que relacionan sucesos históricos con fantasías inconscientes colectivas actuales (8). Habitualmente la interpretación de los fenómenos de masa se limitan al aquí y ahora, al esclarecimiento de lo intolerable actual y a la delimitación de los mecanismos de defensa que se encuentran en la retórica de los discursos públicos (8). Por ejemplo, se puede decir que el ciudadano norteamericano, guiado por una campaña política proyecta su descontento y sus partes malas en enemigos extranjeros, y los proyecta motivado por el descontento que en él genera el creciente malestar económico.

Lo dicho en el apartado anterior sin embargo, no se limita al aquí y ahora, y supone una fantasía inconsciente que se difunde en la sociedad mexicana, y no sólo eso, supone una fantasía con origen en un evento traumático histórico ya muy lejano.

 

No hace falta mucha perspicacia para poner en tela de juicio si es apropiado extender el uso de las categorías psicoanalíticas individuales para entender a las colectividades, en otras palabras, podemos cuestionar si con respecto a las masas es válido hablar de interpretación y de un inconsciente colectivo, concepto abstracto que pone sobre la mesas no pocas dificultades (9). Al hablar de inconsciente en psicoanálisis forzosamente, tanto tacita como explícitamente, expresamos la existencia de un conflicto, se trate de una fantasía, se trate de una realidad intolerable, existe un conflicto entre el ello y la realidad. El aparato anímico entonces mediante diversos mecanismos arranca de la conciencia una de las partes generadoras del conflicto y mantiene así un – aunque en ocasiones precario – equilibrio. La noción de una conflictiva tal, en un grupo, es pues, problemática, y es entonces lícito preguntar por ejemplo ¿cómo es posible plantear una represión grupal? En primer lugar sin embargo es importante aclarar que al hablar de la psique de la colectividad no pensamos en que exista algo semejante a una mente grupal o procesos anímicos grupales. No obstante, proceder de tal manera resulta en una herramienta heurísticamente apropiada (8), la psique grupal – por así decir – se constituye por la suma de los individuos que la conforman, y resulta en algo más que la suma de sus partes, que aparenta tener una voluntad grupal (10). Por lo dicho, utilizar el término inconsciente colectivo – aunque se trate de un fenómeno, en realidad, en cierta manera virtual- no carece de justificación.

Con lo dicho en mente, vale preguntarnos entonces ¿Qué es el inconsciente colectivo?

 

Me parece apropiada la delimitación que Weinberg hace de dicho concepto; en sus palabras: “el inconsciente colectivo es el inconsciente co-construido y compartido por miembros de ciertos sistemas sociales tales como una comunidad, sociedad, nación o cultura. Incluye ansiedades, fantasías, defensas, mitos y memorias compartidas. Se construye a partir de traumas y glorias compartidas. (…) La idea del inconsciente social asume que algunos mitos y motivos ocultos específicos guían el comportamiento de cierta sociedad. (…) Los miembros del grupo son capaces de reactuar en el aquí y el ahora relaciones y emociones pertenecientes al pasado remoto.

 

Hemos descrito un evento traumático fundacional en el pueblo mexicano, un evento que ha dejado una fantasía inconsciente. Cabe preguntarnos ¿En qué manifestaciones sociales se podría esperar la expresión del inconsciente social? El mismo Winberg citando a Brown declara que hay cuatro maneras en las que hallamos la expresión del inconsciente social. A continuación cito tres y doy ejemplos adicionales que dan cuenta de su presencia en la sociedad mexicana.

 

“Presuposiciones: lo que se toma por garantizado en la sociedad.”

 

Como cuando en relación a los partidos de futbol, tan importantes para el mexicano, decimos: “jugamos como nunca, perdimos como siempre”, en esta frase se presupone que el fracaso es un destino fatal del mexicano.

 

“Negaciones: Desconocer o negar responsabilidad de un hecho desagradable”

 

Como cuando en tiempos de elecciones de gobernantes es fácil encontrar un nihilismo generalizado, y se asume que la democracia mexicana está aniquilada, y que esto es responsabilidad entera del sistema político. No se reconoce en cambio que una democracia madura requiere de una participación concienzuda y generalizada, una participación que no deje de exigir rendición de cuentas y que no olvide las promesas que se le hacen. El mexicano, en general, nunca sabe siquiera qué exigir, por contradictorio que suene, ni siquiera le interesa.

Defensas sociales – defensas propiamente dichas que se propagan en los individuos pertenecientes a la sociedad.

La ya citada identificación introyectiva. Tal mecanismo funge acaso como defensa ante un duelo no elaborado. Un duelo que devino, como también ha sugerido Paz, después de que los indios fueran cruelmente despojados de su nación, de su antigua “madre patria”. 

Finalmente, además de manifestarse de las maneras antes citadas, Faulkes reconoce que el inconsciente social halla expresión en las formas en los niveles de comunicación y relación que se dan entre los grupos. Es decir:

 

El nivel corriente

 

En este nivel el papel de lo inconsciente es mínimo y la relación con el objeto externo se apoya en mayor medida en la realidad. El conductor se percibe como líder o autoridad.

 

El nivel transferencial

 

Corresponde a relaciones de objeto maduras, el grupo representa a la familia y el conductor es percibido como un padre.

 

El nivel proyectivo

 

Corresponde a relaciones de objeto primitivas con objetos parciales. El grupo representa la imagen de la madre, las partes de su cuerpo son representadas y reflejadas por el grupo y sus miembros.

En este plano se encontrarían las relaciones que surgen como consecuencia de la fantasía que Davidsoff ha hipotetizado.

 

El nivel primordial

 

Este plano más que corresponder al inconsciente social corresponde al inconsciente colectivo.

 

En conclusión

 

El fenómeno de la violencia de género y el feminicidio, y los otros problemas sociales aquí tratados tienen sin duda muchos otros determinantes económicos, políticos, sistémicos que no es posible ni pretendemos anular, sin embargo por tratarse este de un ensayo psicoanalítico no es este el espacio pertinente para que sean abordados a cabalidad. En este ensayo nos hemos circunscrito a los aspectos culturales de dicho fenómeno, al plano de lo real simbólico, a la cara subjetiva de la realidad histórica cuya aprehensión sólo es posible mediante el estudio del lenguaje y el símbolo. Los símbolos que hallamos en nuestro folclor, tradiciones, y peculiaridades de nuestro lenguaje; en suma los símbolos que en nuestra cultura se despliegan, nos dirigen al camino que con su brillante interpretación Octavio Paz abre. Hay que recordar que un fenómeno psíquico tiene infinidad de determinantes, esta interpretación, no es pues, la única posible. Sí es sin embargo a mi parecer una bastante plausible y que tiene mucho peso. Fue intensión de este ensaño develar la relación del fenómeno de la violencia de género en particular, con el de la violencia con que el pueblo mexicano es constantemente agraviado. Descubrimos, -tomando como base las ideas de Paz y Davidoff que hay determinantes psíquicos comunes a ambos fenómenos, que en el mexicano la fascinación por el sadomasoquismo se expresa con mucha fuerza como consecuencia de ser cualidades de sus imagos masculino y femenino, y que es probable que el trauma haya dejado una huella en la forma de una fantasía de la escena primaria. Queda como consigna volver en las masas consciente lo inconsciente, ¿acaso logremos con esto contribuir a cambiar el fatal curso de la historia?

 

Bibliografía:

 

  • Feminicidio en México. Aproximaciones, tendencias y cambios. 1985-2009. Reporte ONU, Instituto Nacional de Mujeres, LXI legislatura, Cámara de Diputados
  • Meyer (2017). Combating femicide in Mexico. En Ellman P, The Courage to Fight Violence Against Women, Londres, Inglaterra: Karnac.
  • González Sergio (2002). Huesos en el desierto. Barcelona, España. Editorial Anagrama.
  • Paz Octavio (1997). El laberinto de la soledad y otras obras. Nueva York, Estados Unidos. Editorial Penguin Books.
  • Freud (1915). Pulsión y destinos de pulsión.
  • Davidoff Jonathan (2014). The mexican: phantasy, trauma, and history. En Nationalism and the Body Politic, Psychoanalysis and the Rise of Ethnocentrism and Xenophobia. Londres, Inglaterra: Karnac
  • Segal Hanna (2009). Introducción a la Obra de Melanie Klein. Ciudad de México, México. Paidós.
  • Winberg H (2007). So what is this Social Unconscious Anyway? Group Analysis. 2007; 40: 307-322.
  • Rosen A. On the Fate of Psychoanalysis and Political Theory. Psychoanalysis Q 2007; 76: 943-80.
  • Bion (1961). Experiencia en grupos,