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Por: Jessica Álvarez
La primera infancia representa una etapa decisiva en el desarrollo de las capacidades físicas, intelectuales y emotivas de cada niño y es la etapa más vulnerable del crecimiento. El contacto primario con el niño genera el tipo de apego y la relación afectiva que va a establecer en un futuro.
En esta fase el amor y la estimulación intelectual permiten a los niños desarrollar la seguridad y autoestima necesarias. Para ello, su entorno y las condiciones de vida de la madre son fundamentales.
En las primeras etapas el niño necesita afecto, contención, vínculo afectivo, protección de un padre o madre y cuando ellos no están en la capacidad emocional de brindar eso, el niño se siente abandonado, ya que existe una ausencia a nivel afectivo, dejando una profunda huella de abandono.
El Dr. John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista de niños recalcó que los efectos inmediatos y a largo plazo que median la salud mental del niño, son la resultante de una experiencia de relación cálida, íntima y continua entre la madre y su hijo por la cual ambos encuentran satisfacción y alegría (Bowlby, 1951).
En 1999, durante los trabajos de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), definía al niño de la siguiente manera: un niño es un ser humano que tiene pocos años, inexperto e irreflexivo. Es un afortunado que recibe trato afectivo, sin importar su raza, color, sexo, idioma, religión, nacionalidad, si es rico o pobre, si tiene o no padres o impedimentos físicos o mentales. Los niños -para la ONU- son primero y están por encima de cualquier otra consideración. Pero, ¿esto es real en nuestro país y con todos los niños?
 
¿Cuál es la situación en México?
En México, hablar de infancia es sacudir ciertas historias de dolor, sufrimiento, pobreza, abandono, injusticia, miseria, humillación y desprecio.
Es hablar de miles de menores que viven en las calles luchando por sobrevivir, niños a quienes se les ha negado el derecho a la dignidad, al juego, a la justicia, a la libertad, niños golpeados, estigmatizados, extorsionados, violados, explotados y niños que abandonan la escuela porque tienen que trabajar.
También es hablar de una sociedad que olvida y margina a los niños que ella misma produce, y con cuyo silencio y contemplación se vuelve cómplice de la injusticia en la que los menores viven.
En México hay niños que duermen en las calles, que se drogan, roban y se prostituyen, niños que tienen hambre, están desnutridos, con pocas probabilidades de tener un desarrollo físico, intelectual, afectivo y emocional adecuado y con esas condiciones están condenados a sobrevivir con serias desventajas y limitaciones para enfrentar su vida como adultos.
Pero, ¿qué pasa con los niños que viven en la calle? ¿Qué pasa con los niños que son aislados del entorno en dónde crecieron y aislados de sus padres, familiares o amigos? ¿Qué pasa con los niños que viven en Instituciones de México?
El autor O´Kane hace referencia a lo siguiente: “Existen factores de dinámica, estructura u organización familiar, así como situaciones de conflicto o problemas de los padres o adultos cuidadores que se han caracterizado como factores de riesgo o vulnerabilidad, como son: violencia intrafamiliar, abuso sexual, alcoholismo, drogadicción, divorcio o separación de los padres, enfermedades crónicas, discapacidad o incapacidad de alguno de los dos padres, enfermedad mental o disturbios emocionales de los padres, delincuencia y/o prisión de los padres, así como el elevado número de hijos (as) en una familia”. (O’Kane et al, 2006).
El número de niños en situación de abandono u orfandad, o que están separados de sus padres por cuestiones jurídicas y están en distintos albergues públicos y privados del país, aumentó en el último año. México no tiene cifras exactas del número de menores en situación de orfandad, sin embargo, datos del DIF, indican que hasta diciembre de 2014 habían 25 mil 700 niños en esa situación.
Del total de menores a los que también se les llama “institucionalizados”, debido a que viven en albergues y casas hogares, 11 mil 181 están ahí por abandono y por haber sufrido maltrato de parte de sus progenitores. El número de albergues en México suma 922. De ellos, 805 son privados y 117 públicos.
Fenichel refiere: “Lo que se ha dicho de niños que no conocieron a uno de sus progenitores es cierto también con respecto a los niños de Instituciones, y esto último en dos sentidos. Si en vez de ser criados en un determinado lugar han estado sujetos a cambios frecuentes de ambiente, esto no sólo se refleja en forma de perturbaciones típicas de las formaciones del carácter, sino que no logran jamás una oportunidad de crear relaciones duraderas de objeto y su complejo de Edipo queda reducido a pura fantasía. Hay en toda clase de comunidades permanentes personas adultas que hacen las veces de sustitutos de los padres, pero el hecho de que no sean los padres verdaderos se reflejará en la forma especial del complejo de Edipo”. (Fenichel, 2005).
Claire O´Kane, define a estos menores de la siguiente manera: “Niños, niñas y adolescentes sin el cuidado parental”, ya que por diversas razones no viven con el padre o la madre y no están bajo el cuidado de estos, cualesquiera sean las circunstancias (O’Kane et al., 2006).
Pero ¿cómo es la historia de un niño institucionalizado? ¿Qué situaciones tiene que enfrentar? Y ¿cómo maneja las pérdidas afectivas y duelos a lo largo de su vida?
Para esto, relataré la historia de un menor de 12 años que vive en la Casa Hogar en donde trabajo como psicóloga desde hace aproximadamente 2 años.
José, 12 años de edad, motivo de ingreso “desamparo y violencia intrafamiliar”, fecha de ingreso a la Institución, mayo 2013. Cuarto de 8 hermanos, madre adicta al activo y alcohol, padre actualmente en reclusorio por atraco a mano armada en diversas ocasiones, alcohólico y violento.
Menor abandonado por su madre a los 6 años de edad, José menciona “no sé porque mi mamá se fue de la casa, me imagino que porque mi papá la golpeaba y ya estaba harta de eso, también pienso que no nos quería y que fuimos un error en su vida”.
Al poco tiempo, sus hermanos mayores se van de casa al darse cuenta que estarían al cuidado de su padre. José, a sus 7 años de edad se queda a cargo de sus hermanos pequeños ya que su padre salía a trabajar en el día y por las noches se ausentaba o llegaba en estado etílico.
Un año y medio después de la ausencia de su madre, José relata “Un día desperté y ya no estaba papá, él no llegó”, “Mis vecinos me dijeron que se lo habían llevado los puercos (refiriéndose a los policías)”, “Después de eso, no lo he vuelto a ver”.
Cuando José tenía alrededor de 9 años, lo llevaron a una institución, en la cual a su decir, hizo grandes amigos, pero por cuestiones que desconoce, lo canalizaron a la institución en la que se encuentra actualmente.
Ahí mismo fueron canalizados sus 3 hermanos menores pero al poco tiempo, expulsaron a su hermana debido a mal comportamiento. José comenta, “ahora ya me quitaron a Amanda, era la más chida y con la que mejor me llevaba, pero ni modo así es la vida y me tengo que aguantar, yo creo que ya nunca más la volveré a ver”.
Cabe mencionar que dentro de la institución José está al cuidado de educadoras, las cuales, ejercen un papel fundamental para su formación. Al llegar a la Institución, José no lograba crear vínculos afectivos con ninguna de ellas, pero al paso del tiempo, se vinculó de manera efectiva con una de ellas, llegando a decirle “má”. Desafortunadamente, la rotación de educadoras es constante a lo largo del año, por lo que José tuvo que decirle adiós a otra figura importante en su vida. Teniendo que lidear con otra huella y herida de abandono, las cuales, repercuten en la manera en la que se relaciona con las demás personas.
Así como las educadoras se vuelven una figura importante en la vida de estos niños “institucionalizados”, el grupo de amigos dentro de la institución se convierte en una familia para ellos. José logró crear un grupo de 5 amigos, entre ellos 1 de sus hermanos. La relación era sumamente cercana e incluso se nombraban “los carnales de ANAR”. Debido al perfil de dos de los integrantes del grupo, los cuales comenzaron a consumir marihuana, fueron canalizados a instituciones que les pudieran brindar una mejor atención. Por lo que José, al darse cuenta que sus amigos se iban a ir, refirió, “ahora si me quitaron a lo más importante que tenía, mis carnales. No es justo, porqué siempre alejan de mí a las personas que más quiero. Ahora por eso ya no voy a querer a nadie, es más odio a todos y les deseo lo peor”.
Dentro del área familiar, José no cuenta con redes de apoyo pero existe una pareja que deseaba adoptarlo a él junto con sus hermanos, llevaban conviviendo 1 año y medio, se iban en periodos vacacionales con ellos y en fines de semana podían convivir durante el día. José se encontraba muy ilusionado con irse a vivir con ellos y dejar de ser un “niño de casa hogar”, como él se describe. Pero hace aproximadamente dos meses, el DIF dictó la negativa para que los señores los adoptaran debido a que no aprobaron las pruebas psicológicas. Al darle la noticia a José, él mostró aplanamiento afectivo, diciéndome “ok, ¿eso es todo?, ¿ya puedo irme a ver la tele?” Me miró a los ojos y observé a un José totalmente desesperanzado, enojado y con un profundo dolor.
El autor Le Camus menciona, “Un entorno constituido por varios vínculos afectivos aumentan los factores de resiliencia del chiquillo. Cuando la madre falla, el padre puede proponer al niño unas guías de desarrollo que serán diferentes a causa de su distinto estilo sexual, pero que poseerán no obstante la suficiente eficacia como para seguridad y estímulo. Y si el padre llega a fallar también, los demás miembros del grupo doméstico, las familias de sustitución, el barrio, los clubes de deporte, los círculos artísticos o de compromiso religioso, pueden a su vez proporcionar apoyo al niño” (Le Camus, 2000). Pero ¿qué sucede cuándo dichas redes de apoyo les son retiradas a estos niños?
Actualmente José presenta síntomas depresivos severos, presenta dolor de cabeza, insomnio, apatía, poco apetito, pérdida de peso, culpa, impotencia, desesperanza, odio a sí mismo, suele retirarse de situaciones y actividades sociales y pensamiento de muerte o suicidio. Así mismo, ha presentado un perfil de rebeldía y conductas antisociales.
Esto me hizo reflexionar acerca de lo que menciona el autor Cyrulnik, “Los efectos del trauma de separación se manifiestan mediante comportamientos regresivos, eneuresis, encopresis, pérdida del aprendizaje, terrores nocturnos, miedo a las novedades, entre otros. El niño herido, reacciona con comportamientos de apego ansioso, conductas delictivas o depresivas.” (Cyrulnik, 2001).
Con respecto a la conducta desafiante, la escuela en la que José ha asistido a lo largo de 1 año y medio, pidió que se le cambiara lo antes posible. Teniendo que dejar una vez más un entorno conocido para él y amistades estrechas.
Al estar relatando ésta historia, damos cuenta de que es una vida con gran número de pérdidas y un vivir en un duelo eterno.
Las experiencias de pérdida son parte integrante del desarrollo infantil y la manera en que se resuelven estas situaciones determinará la capacidad de afrontar y resolver experiencias de pérdida posteriores. En general se admite que la muerte o pérdida (separación / abandono) de uno de los padres constituye una de las mayores dificultades a las que un niño debe enfrentarse. El abandono tiene como resultado un sentimiento de vulnerabilidad en el infante y una huella de abandono que causa en él:

  • Angustia existencial, “no sé quién soy y qué quiero”.
  • Desamparo y pérdida de sentido de pertenencia.

Por lo mismo, me he planteado las siguientes interrogantes, ¿Qué pasa con estos niños en instituciones que han sufrido constantes pérdidas, carencias afectivas y duelos no resueltos?
Bowlby define al duelo como: “Todos aquellos procesos psicológicos que se desencadenan a partir de la pérdida de un ser querido. Es largo, doloroso, por lo general desorganizante y produce un desequilibrio en la homeostasis del sistema comportamental de apego, desestabiliza los mecanismos que regulan la relación entre el individuo y su figura de apego”. (Bowlby, 1980).
Podemos decir que el duelo afecta profundamente el bienestar, la salud y la vida del individuo en todos los niveles físico, psicológico y social. Modifica su identidad, su visión de sí mismo, del mundo, de sus relaciones, personales, sociales y laborales. Implica el esfuerzo de aceptar que ha habido un cambio, que su vida ha sido sacudida, que ya no es la misma y que por ende se ve obligado a adaptarse y enfrentar una realidad indeseada, que preferiría olvidar, negar.
Retomando el caso de José, respecto a la sintomatología que está presentando, el autor Cyrulnik menciona, “Muchos niños sin afecto en los primero años, se hacen delincuentes o psicópatas porque, siendo más fuertes por su temperamento, supieron agarrarse a algún frágil hilo de resiliencia, suficiente para sobrevivir pero no para socializar” (Cyrulnik, 2001).
Bowlby afirmaba que: “La capacidad de resiliencia frente a eventos estresantes que ocurren en el niño es influida por el patrón de apego o el vínculo que los individuos desarrollan durante los primeros años de vida con el cuidador, generalmente la madre”. (Bowlby, 1988).
Por este motivo me parece de vital importancia poder atender a éste tipo de población, ya que la delincuencia juvenil es cada vez más frecuente a corta edad, lo que tiene relación con el abandono por parte de los padres. Por lo que estamos frente a un panorama actual, de acuerdo a las ideas de Bowlby, con respecto a las repercusiones de las relaciones tempranas madre-hijo que dejan huellas a largo plazo en la salud mental del individuo.
Para terminar, me parece relevante que como psicoanalistas no dejemos a un lado a este tipo de población, a estos “niños institucionalizados”, desesperanzados y olvidados por la sociedad. Es nuestra tarea dar una mirada y tomar conciencia de la existencia de ésta problemática en nuestro país ya que resulta alarmante que este perfil de niños, debido a las huellas, heridas de abandono, duelos no resueltos y carencias afectivas, no cuenten con un superyó integrado, lo que genera perfiles de psicopatología. Es importante actuar más allá del consultorio y así poder prevenir la proliferación de delincuencia en nuestra sociedad.
 
Bibliografía

  • Bowlby, J. (1951). Maternal care and mental health. New York: Columbia University Press.
  • Bowlby, J. (1980). Loss, Sadness and Depression. New York: Basic Books.
  • Bowlby, J. (1993). La separación afectiva. Barcelona: Editorial Paidós.
  • Bowlby, J. (1997). La pérdida afectiva. Barcelona: Editorial Paidós.
  • Bowlby, J. (1988).A Secure Base: Clinical Applications of Attachment Theory. Londres: Routledge.
  • Cyrulnik, B. (2001). Los patitos feos (10ª ed.). Barcelona : Gedisa.
  • Fenichel, O. (2005). Teoría psicoanalítica de la neurosis. Buenos Aires:Editorial Paidós.
  • Guenard, T. (2000). Testimonio en La Résilience., Coloquio Fundación para la infancia, París.
  • Le Camus, J., (2000). The True Role of father. París: Odile Jacob.
  • O’Kane, C., Moedlagl, C., Verweijen-Slamnescu, R., Winkler, E. (2006). Child Rights Situation Analysis. Rights-Based Situational Analysis of Children without Parental Care and at risk of losing their Parental Care. Global Literature Scan

 
 
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